sábado, octubre 28, 2006

EL "ANTI-DÜHRING", DE FEDERICO ENGELS.


UNA OBRA MAESTRA DEL MARXISMO QUE MANTIENE TODA SU ACTUALIDAD

Esta obra fue escrita por Engels en 1876 como crítica a las pretenciosas teorías del profesor universitario alemán Eugenio Dühring (según él "ideas absolutamente originales…la verdad establecida de una vez por todas"), quien gozaba de bastante audiencia entre los dirigentes socialdemócratas europeos de la época.
El "Anti-Dühring" no sólo cumplió este objetivo inicial sino que se convirtió en la primera, y una de las más brillantes y completas, exposiciones del método de análisis aplicado por Marx y Engels (el materialismo dialéctico),así como de las ideas de estos dos grandes revolucionarios en diferentes terrenos: filosofía, ciencia, economía, historia… ."Esta crítica me brindaba ocasión de desarrollar de modo positivo y en los más diversos campos mis ideas acerca de problemas que encierran hoy interés general, científico o práctico".
Hoy, cuando - tras la ofensiva ideológica contra las ideas del socialismo y el comunismo de los últimos años - no faltan dirigentes del movimiento obrero dispuestos a rechazar el marxismo como anticuado, dogmático y superado, aceptando acríticamente cualquier idea burguesa "de moda" en lo económico o filosófico, resulta extremadamente útil volver a leer esta auténtica obra maestra del pensamiento, pues si sometemos todas las ideas centrales defendidas en el "Anti-Dühring" a la prueba de los avances científicos más recientes veremos que mantienen toda su vigencia y actualidad.

MATERIALISMO y DIALÉCTICA

En la primera de las tres partes del libro, Engels - partiendo de la crítica a los errores de Dühring en toda una serie de aspectos (el supuesto origen del universo, el surgimiento de la vida, la teoría de la evolución , el origen de las matemáticas, el infinito…), ofrece una explicación materialista de estos. La clave de los errores de Dühring era que enfrentaba estos problemas desde una filosofía idealista, concibiendo las ideas y los principios científicos como lo primario e intentando explicar la realidad a partir de ellos. Para Marx y Engels, en cambio "los principios no son el punto de partida de la investigación sino más bien su resultado final; no son aplicados a la naturaleza y a la historia de la humanidad, sino que derivan de estas; no es la humanidad y la naturaleza quienes se rigen y modelan por estos principios, sino que los principios no son verdaderos sino en la medida en que concuerdan con la naturaleza y la historia"(Anti-Dühring, pág.43,Ed.Avant).
Esta cita responde a los que , a veces incluso desde organizaciones de clase, acusan al marxismo de dogmático o rígido. Es precisamente todo lo contrario. El marxismo rechaza la aplicación de esquemas apriorísticos a la realidad. Su teoria no es una buena idea que un sabio produce en su cabeza sino el resultado de una investigación científica en la economía, en la historia, en las ciencias de la naturaleza,… Por eso Marx y Engels definen sus ideas como "socialismo científico".
Las ideas, las opiniones , las ideologías y las conclusiones cientificas no son innatos ni existen independientes de la realidad en nuestra cabeza, sino que son resultado de esa realidad material( naturaleza, economía, condiciones sociales…) que existe independientemente de nosotros y que actúa sobre nuestros nervios, sentidos e instintos. "Las condiciones materiales de existencia determinan la conciencia". La ciencia ha confirmado una y otra vez este punto de vista: El frío o el calor no existen en nuestra cabeza como "concepto de frío" o "concepto de calor", son resultado de una realidad material que actúa sobre nuestro cuerpo. Un capitalista y un obrero viven en la misma época y en la misma ciudad o país pero sus diferentes condiciones materiales de vida harán que vean los mismos acontecimientos económicos, históricos y políticos de forma muy distinta.
Por otra parte, ese mundo material en el que vivimos no permanece estático ni inmutable ,como muchos quieren hacernos creer. "El movimiento es el modo de existencia, la manera de ser de la materia. Nunca, ni en parte alguna, ha habido ni puede haber materia sin movimiento. Movimiento en el espacio celeste, movimiento mecánico de masas más pequeñas sobre cada uno de los cuerpos celestes, vibraciones moleculares en forma de calor, de corriente eléctrica o magnética, análisis y síntesis químicas, vida orgánica"(op.cit. pág.69). Nuestro cuerpo y mente, sin ir más lejos, están cambiando constantemente, células y tejidos que se renuevan, crecen y mueren. Una de las tareas fundamentales de la ciencia es encontrar en el estudio de los diversos fenómenos naturales y procesos sociales la forma en que se produce ese cambio, las leyes que rigen el movimiento de la materia.
En los distintos capítulos de esta primera parte, Engels combate las ideas sobre un supuesto origen del tiempo y el espacio, que -se quiera o no- abren la puerta inevitablemente a las ideas religiosas y místicas sobre un ser o principio creador. "Es preciso pues(si aceptamos un origen del universo)que de fuera del mundo, haya venido un primer impulso que lo pusiera en movimiento. Y, como se sabe, el ´primer impulso´ no es sino otro nombre de Dios"(Anti-Dühring)
Basándose en numerosos descubrimientos científicos, explica Engels como el movimiento de la materia es eterno, infinito, y expone las leyes que tras un estudio atento descubrimos en ese movimiento. Cómo el movimiento no procede de fuera de la materia sino que es la condición misma de la existencia de ésta, inseparable de ella. Cómo ese movimiento no se desarrolla en línea recta, gradualmente, sino que es contradictorio. Cómo lo que hoy y aquí es causa mañana es efecto, cómo pequeños cambios cuantitativos se acumulan y llegado un momento dan lugar a un cambio cualitativo…Todas estas características se resumen en las leyes del materialismo dialéctico: la transformación de la cantidad en calidad, la unidad y lucha de contrarios y la negación de la negación, es decir, el desarrollo a través de contradicciones, que el compañero de lucha de Marx expone de forma amena y didáctica.

LA LUCHA DE CLASES Y EL SOCIALISMO

Pero, las ideas del materialismo dialéctico no sólo sirven para entender y explicar toda una serie de procesos en el ámbito de la astronomía, biología, física, psicología,… tienen , así mismo, un profundo contenido revolucionario para el sistema económico, la sociedad y el régimen político en el que vivimos. Esa es la razón de que sean atacadas una y otra vez por parte de intelectuales al servicio de la clase dominante
Al igual que ocurre con las abstracciones y principios científicos en relación a la naturaleza, las ideologías, normas morales y sistemas políticos dominantes en una época no son algo absoluto, eterno, sino algo que surge de y refleja las condiciones materiales de vida, las relaciones económicas que se establecen entre los seres humanos en cada momento y pueden cambiar ,y de hecho cambian antes o después, cuando cambian esas condiciones.
La segunda y tercera partes del Anti- Dühring son un ejemplo magnífico de como analizando la economía y la historia encontramos esas mismas leyes del materialismo dialéctico y sólo a partir de ellas podemos explicar todo el desarrollo de la humanidad hasta hoy (la causa de las guerras, las raíces de la explotación de unos hombres sobre otros , cómo funciona esa explotación en la sociedad capitalista). Y no sólo eso. Podemos descubrir ,no en nuestras cabezas o en nuestros deseos, sino en la propia realidad, en las necesidades de la propia economía, de la propia sociedad y de los individuos que la componen, que la explotación del hombre por el hombre, la existencia de clases, ni ha existido siempre ni tiene por que seguir existiendo, así como el camino y los medios para hacer posible una sociedad sin opresión.
Dühring, aplicando sus concepciones idealistas a la historia, explica la existencia de clases, la explotación económica de unos hombres sobre otros, por la dominación política. Para él la existencia de clases es resultado de "la violencia" en general, de la opresión de unos hombres por otros. Pero eso es no decir nada. ¿Qué es lo que hace posible que unos hombres opriman a otros? ¿O acaso ello va implícito en la naturaleza humana? Engels explica como la opresión de clase no ha existido siempre. Durante miles de años no existieron clases, estados, policías ni ejércitos. Sólo cuando el desarrollo de las fuerzas productivas hace posible la división del trabajo, se produce un gran salto cualitativo en la historia de la humanidad: una minoría se eleva sobre el resto y se dedica a dirigir la sociedad, a producir ideas, arte, ciencia… mientras el resto se ve obligado a trabajar para ella. El estado y los órganos de represión, las instituciones políticas, etc surgen en este contexto. Pero aquí también todo está en constante cambio. A medida que se desarrollan las fuerzas productivas , unas clases entran en decadencia, pasan de ser motores a ser obstáculos para el desarrollo, y otras se fortalecen y toman conciencia de sus intereses. Las instituciones, leyes y organizaciones estatales que surgieron de un sistema económico determinado, de unas relaciones de producción, y tenían como única función preservar esas mismas relaciones, entran en conflicto con las nuevas realidades económicas. El desarrollo de la riqueza de la sociedad, de las fuerzas productivas, exige ya una organización diferente, una nueva clase se ha desarrollado en el seno de la vieja sociedad a medida que esta evolucionaba y sus aspiraciones chocan con la organización de la economía y de la sociedad que impone la clase dominante en decadencia (una vez más: movimiento constante y a través de contradicciones).
Engels explica cómo a lo largo de la historia ha sido este proceso de cambio, originado en la economía y que ,antes o después y de un modo más o menos directo, tiene su reflejo en la organización social y en las formas políticas, el motor de la historia: la lucha de clases. A continuación expone de un modo sencillo pero exacto las leyes de funcionamiento del modo de producción actual ,el capitalismo, descubiertas por Marx y cómo estas relaciones capitalistas sufren un proceso de decadencia: porqué y cómo se producen las crisis bajo el capitalismo, cómo los intereses de la inmensa mayoría de la sociedad, los trabajadores, chocan cada vez más con la acumulación de capital, con la búsqueda del máximo beneficio por parte de una minoría de capitalistas. Hoy, con dos tercios de la humanidad pasando hambre, con el fantasma del paro asolando los barrios obreros como no lo hacía desde hace décadas, mientras los capitalistas obtienen beneficios récord, las ideas expresadas por Engels en el "Anti-Dühring" dificilmente podrían parecer mas actuales.
Pero no bastaría con la injusticia del sistema actual para -desde un punto de vista marxista, científico- demostrar que la construcción de otra sociedad sin opresión ni injusticia es posible. Engels explica como el desarrollo de las fuerzas productivas ya ha hecho posible acabar con las clases, con la división entre unos que trabajan y otros que dirigen y se benefician de ese trabajo. Y no sólo los medios económicos, también la clase llamada a realizar esa tarea existe. "Todos los antagonismos históricos entre clase explotadora y explotada, dominante y oprimida, se explican por la productividad relativamente escasa del trabajo humano.(…) Sólo la gran industria, con el desarrollo colosal que ha dado a las fuerzas productivas, y que permite repartir el trabajo entre todos los miembros de la sociedad sin excepción- y de aquí restringir el tiempo de trabajo de cada uno, de tal modo que todos cuenten con tiempo suficiente para tomar parte en los asuntos generales, teóricos y prácticos, de la sociedad- sólo hoy ha llegado a ser superflua toda clase dominante y explotadora y aun ha llegado a ser un obstáculo para la evolución social; solo al presente será inexorablemente eliminada, aun cuando posea la fuerza inmediata"(Anti-Dühring, pág.195, Ed. Avant). Pocas palabras suenan tan modernas como estas escritas hace 120 años, pocos programas son tan actuales, justos, posibles y necesarios.

Miguel Campos

Analfabetismo científico en la nueva ‘Era Imperial’

El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo.
Rosa Luxemburgo

La instauración de una ideología única asentada en la nueva forma de producción globalizada y totalitaria con su epicentro en los Estados Unidos de Norteamérica, ha dado al traste con la desarticulación del pensamiento científico de largo alcance generado fundamentalmente por Marx y Engels. Ha reducido su campo de acción a temas aislados en personalidades o academias. Su máxima expresión quedó bautizada como el fin de la historia por Francis Fukuyama, cuando esta monopolización del pensamiento político suponía haber desterrado el materialismo dialéctico e histórico.
Tan rápido han ocurrido los acontecimientos que apenas se ha podido combatir en el plano filosófico esta teoría. La realidad ha superado con creces cualquier comentario; el siglo XXI se abre con un panorama aterrador infestado de guerras, terrorismo y crisis económicas: ya es obvio que la historia recién empieza.
En cuanto a las ciencias naturales, este final de siglo se ha caracterizado por un avance tecnológico sin precedentes, amparado de alguna forma por el poderío de los Estados Unidos. Los descubrimientos e inventos tales como biotecnología, bioinformática, comunicaciones vía satélite, teléfonos móviles, lectores ópticos para equipos de sonido, computadoras de altísima configuración, etc., han generado un descomunal cambio en nuestra forma de vida en los últimos diez años, sin embargo esto no ha conllevado a una mayor riqueza de los conocimientos científicos que soportan estos descubrimientos por parte de los consumidores. Estos conocimientos se atomizan más y más quedando a expensas de minorías. La riqueza de pensamiento, la utilización racional de los recursos del planeta, el compromiso con la supervivencia de nuestra especie está muy distante en estos momentos de verse beneficiada con los adelantos tecnológicos. El oscurantismo y la infravaloración del hombre como ser pensante han sustituido, no sólo los logros de finales del siglo XIX, sino los de la propia Ilustración. El modo de producción capitalista le destina a la ciencia el triste papel de generar artefactos de toda índole, incluyendo los de su propio exterminio, despreciando a la humanidad y al resto de las especies, y ha sumido a las grandes masas en el oscurantismo científico. Si hoy se habla de un 20,3%1 de analfabetos totales, el analfabetismo científico es en EU, por poner un ejemplo, mayor de un 98%2. De ahí que surja todo un conjunto de manifestaciones seudocientíficas para las cuales los adelantos en la ciencia son siempre acicate de especulaciones acerca del más allá y más acá, la visita de hombrecitos verdes, videntes, etc.
Lo pernicioso no es sólo que lo crean grupos de personas, sino que es de amplio uso y se asume con tanta naturalidad, que hasta en muchos lugares es considerado como una rama del saber.
Estas apariciones múltiples responden como decíamos a un sistema globalizador que prefiere que la gran masa se "entretenga" con temas ajenos al poder transformador de la ciencia. Como ocurriera en la Edad Media, donde los libros científicos eran prohibidos, hoy son relegados por las formas mediáticas de las grandes potencias, que apenas dejan poder de elección sobre "el color del cabello o el automóvil del año"3.
Sin embargo, afortunadamente "el materialismo sigue siendo la única filosofía consecuente, fiel a todos los principios de las ciencias naturales, hostil a la superstición y la hipocresía"4.
Estamos de vuelta sin saberlo a la Edad Media. El Dios no es ahora el ente etéreo con el que la Iglesia Católica imponía su poder, sino el Dinero. La sociedad capitalista ha llegado a un punto tan alto de corrupción interna que ha logrado retrasar el proceso histórico. Hemos llegado al oscurantismo de plástico, con altares de Superman y Barbies. La superstición y el idealismo vulgar se adueñan poco a poco de los espacios y el capital al no poder defenderse económicamente por leyes objetivas, han llegado a convertirse en un dogma. Surgiendo así una fase nueva del imperialismo, señalada por James Petras en el evento internacional "Por el equilibrio del mundo" el cual no tardó en enseñar los métodos a través de los cuales piensa imponerse.
Nuestra historia se ha encajonado entre la cúspide del desarrollo capitalista con la imposibilidad probada de renovarse, y un proceso revolucionario todavía estancado, debido al declive estrepitoso del muy mal llamado socialismo europeo. Va siendo evidente a raíz de los últimos acontecimientos, que este proceso renovador toma formas y fuerzas insospechadas, respuesta dialéctica a los nuevos y alarmantes tiempos.
La superstición postmoderna encarna entonces al Dios Capital. Siguen en pie —por fortuna— los clásicos de la teoría socialista para poder buscar algunas referencias necesarias.
No encuentro entonces asunto que requiera mayor interés y preocupación para los profesionales de las ciencias y para los que se dedican de una u otra forma a entender los problemas sociales relacionados con ésta, que no sea la incultura científica por no decir el analfabetismo científico de la mayoría de los habitantes racionales del planeta. Esto ha conducido a dos graves peligros: por un lado el desprecio hacia todo lo que no sea un producto de consumo y con ello, la indeferencia hacia el equilibrio natural y por el otro el resurgimiento vivaz de la seudociencia.
El crecimiento de los productos de consumo como consecuencia directa de los móviles que hacen crecer las fuerzas productivas, ha empujado a la humanidad hacia un abismo, sobre todo después de la desaparición del campo socialista y sus perspectivas al menos teóricas del desarrollo de un mundo equilibrado. Los umbrales del nuevo milenio nos acechan con una carga de artefactos que se nos convierten en imprescindibles para la vida cotidiana, sin poder hacer nada al respecto, y sobre todo sin asumir la mínima responsabilidad de conocer el origen milenario de estos prodigios, incluyendo al propio hombre.
De tal suerte que no sólo nuestra supervivencia corre gran riesgo, que ya es bastante, sino que seremos capaces de aniquilar toda conciencia, todo recurso genético para fabricar una flor, o incluso el fugaz acuerdo de átomos para lograr concebir el agua o el aire. El chiste de mal gusto de que como nuestra estrella el Sol desaparecerá sólo dentro de 5.000 millones de años y por tanto tomemos champaña mientras esto no ocurra, es un macabro símbolo de que apenas nos preocupamos por el destino del planeta en unos cien años.
Una bolsa de plástico, de esas que nos gusta llevar de más en un mercado, tarda en ser absorbida por la frágil estructura de la naturaleza un millón de años cuando menos; producir bolsas de papel es más caro para las empresas, pero más económico para el débil equilibrio de nuestro entorno al ser perfectamente compatibles con él. El calentamiento global, los arsenales nucleares —por desgracia no concentrados precisamente en Iraq—, las lluvias ácidas, la erosión del suelo, la deforestación tropical, la reducción de la capa de ozono, etc., tienen un matiz ideológico ante todo. El habitante promedio de la Tierra tiene el deber, y no sólo el derecho, de saber la responsabilidad que contrae al ser morador de un hogar común. Sobre todo la población que posee al menos la posibilidad física para informarse al conocer los rudimentos de la cultura (saber leer, escribir, sacar cuentas). Por ejemplo, nadie admite hoy por hoy la ley del talión, ni la esclavitud legal, ni el abuso sexual con niños, ni siquiera que el vecino tire el cubo de basura en nuestro hogar por desconocimiento. De igual manera el ciudadano común puede ser capaz, mediante la cultura científica, de cuidar el mundo no humano circundante por un mecanismo de supervivencia elemental, ausente hasta ahora. Pues bien, hemos llegado al final de estas jugarretas y esta adolescencia irresponsable. Más allá de cualquier comentario soez, el sol se apagará en un tiempo finito, ya no hay tiempo, ni siquiera gracias a los miles de millones de años que tardará nuestro astro en colapsar. Es urgente que la sociedad humana rebase los límites abrumadores de su desprecio para con la Naturaleza. La única clave para esto es vencer el analfabetismo científico, crónico precisamente en el país que más utiliza la ciencia para consumir. Sería un acto verdaderamente heroico y de trascendencia universal, que los hombres de ciencia del mundo dedicaran a la vez su sabático a instruir rudimentariamente a la población norteamericana, intoxicada con sus propios venenos y adormecida con sus propias drogas, víctima número uno del oscurantismo postmoderno. Las encuestas realizadas en ese país, relacionadas con los últimos acontecimientos del mundo, revelan ante todo que ese país, receptor otrora de los grandes progresos científicos, está sumergido en la niebla de la incultura. Están padeciendo el más brutal daño a sus conciencias, inhabilitándolas para tomar decisiones referentes a su propio futuro. La incultura en la ciencia es tan grave como la incultura política, sobre la cual ya se ha referido en muchos textos.
Muchos padres, por ejemplo, creen "cultos’’ a sus hijos porque conocen una ópera de Verdi, pero les es indiferente que sepan que Galileo Galilei descubrió las herramientas de la experimentación moderna. Experimentar, razonar y sacar conclusiones coherentes es un hábito de la ciencia. Si se pierden estos mecanismos se perderá tal vez el arma más poderosa que nos llegó del Renacimiento.
Según mi parecer, el analfabetismo científico y cultural es hoy por hoy el flagelo primario de la civilización. Pues hasta que no logremos superarlo, hasta que la gente que logra entender algo o al menos ver la sacrosanta televisión, no comprenda en qué punto del espacio y el tiempo estamos y cuáles son nuestras opciones para el futuro, no creo que se superen las cifras vergonzosas, dementes y tristes de padecimiento social, sobre las cuales tratamos de trabajar, no muchos, inspirados en el lema de que un mundo mejor es posible. Ese lema, incluso, supera las barreras del optimismo. Un mundo mejor, al menos distinto, es necesario, es una urgencia y no una gentil aspiración.
La especie humana es una más de las que han habitado nuestro hermoso y paradójicamente milagroso planeta. La naturaleza dota a cada especie de vías de supervivencia. La selección natural la ayuda a sobrevivir o la extermina por incompetente. Los hombres estamos acá hace apenas un millón de años, muchas especies han durado 10 o 100 millones y fueron barridas sin necesidad de armas de exterminio en masa. Sólo por no lograr adaptarse a la Tierra. A los mamut los dotaron de gran tamaño, a las serpientes les dan veneno, a la rosa, espinas... a nosotros la inteligencia. Si esta inteligencia no es suficiente para cumplir su cometido, estamos de más aquí. Lo aterrador es que todo puede irse con nosotros. Si no cambiamos el mundo pasaremos al recuerdo de un universo sin memoria. Bien valdría la pena entonces, construir el arca del recuerdo, propuesta por el Premio Nobel de Literatura García Márquez cuando la cumbre mundial de 1986.
Según dice Petras, "Bush es un fundamentalista cristiano quien, para horror de la comunidad científica, proclama la historia bíblica de la creación en forma literal mientras fustiga las bases del conocimiento científico sobre la evolución como se enseña en escuelas secundarias y universidades"5. Pero George W. Bush no es cualquier presidente. Es el presidente del país más poderoso del universo conocido; dueño de las más altas tecnologías y dictador mundial de normas de conducta. Pasa su enorme tiempo libre (libre?) jugando, tal vez mintiendo y, entonces ¿quién va a civilizar a quién? ¿Quién está civilizado realmente?
No sabremos nunca, como diría Carl Sagan, hasta qué punto la ignorancia contribuyó al declive de la antigua Atenas, pero las consecuencias del analfabetismo científico son mucho más peligrosas en nuestra época que en cualquier época anterior. La humanidad está demasiado cerca de los productos de la ciencia, pero demasiado lejos de entender su trascendencia, peligros o beneficios de ésta.
Los eruditos de hace siglos, encerrados en un monasterio europeo, eran prácticamente los únicos que accedían a leer el latín o el griego, lengua que cobijaba todo el saber hasta entonces. Ellos impusieron así el temor a Dios y explicaciones complejas para la vida y la muerte. Pues bien, hoy en día toda la ignorancia, estupidez, banalidad y hedonismos, se encuentran en una maravillosa cajita de colores chispeantes llamada televisor. Cualquiera que se sienta a verla y observe señoritas elegantes o caballeros con corbata diciendo esto o aquello con frases hermosas, dirá "¿qué sentido tendrá que mienta la cajita?". Y de paso entre mentira y mentira le hace comprar a este inocente espectador, un dulce rico en colesterol, o una bebida o un cigarrillo de labios de una dama sugerentemente sana, que sin apartar el humo de su rostro murmura de manera inconexa e hipócrita "Fumar o beber en exceso dañan su salud".
La opinión reveladora de Albert Einstein, uno de los humanistas más grandes del siglo XX, y a la vez el sello científico del pasado siglo, dijo al respecto: "Finalmente los medios de comunicación —como los procedimientos de reproducción de la palabra impresa y la radio, que, unidos a las armas modernas, han hecho posible que los cuerpos y las almas se hallen bajo la servidumbre de una autoridad central— constituyen una tercera fuente de peligro para la humanidad"6. La experiencia aterradora de lo que logran este juguete y los medios de comunicación, se ha demostrado, por poner un ejemplo sencillo, en la República Bolivariana de Venezuela: en un país donde la inmensa mayoría quiere una cosa, en este caso a su presidente, la cajita de colores se lo negaba impunemente. Los medios de comunicación inescrupulosos se han convertido en el arma de exterminio masivo para la conciencia humana.
La responsabilidad por nuestro hábitat se reduce entonces a un par de eventos científicos y a protocolos inaccesibles, que firma el que le apetezca, y por suerte al movimiento ecologista Greenpeace, al que ni apoyan, ni escuchan y andan como bomberos sacudiendo las llamas de cualquier carguero que vierte petróleo en el mar. Movimientos como estos deberían jugar el papel decisivo en cuanto a guerras, convenios, etc, pero se les considera apenas unos filántropos cuidando ballenas.
Vivimos en un mundo extraviado, hay que volver atrás para averiguar dónde torcimos el camino. La cultura científica y el compromiso de especie, no ya de clase, son los resortes de nuestra supervivencia.
La otra consecuencia del analfabetismo científico es el resurgimiento de la seudociencia. Me voy a referir al crecimiento de esta tendencia en el mundo y en Cuba, por ser similares en lo esencial.
Seudociencia es como indica su prefijo "ciencia falsa". Es evidente que por sí sola, todos trataríamos de combatir la ciencia falsa. Sin embargo, ¿cómo sabremos frente a un nuevo descubrimiento o aplicación científica si se trata de una charlatanería? Este empeño no debe ser sólo para los científicos de profesión, sino para todo público que aspire a ser culto. Veamos un par de ejemplos:
La pirámide —como conoce un escolar de secundaria— no es más que un arreglo geométrico de puntos en el espacio. Nuestros antepasados, tanto en Egipto como en Centroamérica configuraron tumbas y altares en forma piramidal. Ahora, al cabo de más de mil años, se pretende que la pirámide exhiba una misteriosa energía. Pero no por alguna fuente o generador, sino per se. Por el hecho geométrico de ser una pirámide y no un cubo, o una esfera. Esa energía además, es la responsable de afilar cuchillas gastadas, mantener frescos los alimentos, y aliviar el dolor. Desde la trinchera de las ciencias naturales y la experimentación rigurosa hay vías más que concluyentes para reducir a la nada estos argumentos7; aun así son de amplio manejo por el público, y hasta encuentran espacio en diferentes órganos de comunicación8. El método científico, herramienta indispensable para cualquier investigación que aspire a ser científica, exige la realización de observaciones desprejuiciadas y repetibles, la posterior proposición de modelos teóricos que unifiquen estas observaciones, y la explicación de nuevos fenómenos mediante dichos modelos teóricos, mejorándolos o desechándolos críticamente si entran en contradicción con los nuevos hechos. Por otro lado los rudimentos de la dialéctica, (es decir la polémica, el escepticismo que debemos anidar en nuestra mente cada vez que analicemos un nuevo dato experimental), bastaría en muchos casos para dudar de las conclusiones de dichos "experimentos". Desgraciadamente muchos encuentran en la fraseología científica una ayuda como la palabra "energía" y así arreglan "energía piramidal". Energía en la más burda de sus acepciones, con ésta basta, no es otra cosa que la medida común de las diversas formas de movimiento de la materia. En su uso práctico la energía está asociada a un sistema concreto. De esta forma se habla de energía mecánica, electrostática, magnética, etc. Cobra importancia práctica este vocablo cuando tiene apellidos. Pero "energía piramidal" ni se define ni puede definirse. Utilizan indiscriminadamente el cuerpo conceptual de la ciencia y mezclan categorías de una cosa con otra, algo como "psicología de una calabaza" o mejor como el llamado"realismo socialista", que al cabo ni era socialismo, ni era real.
Con los conceptos de las ciencias naturales resulta especialmente peligroso, pues el manejo del público sobre estos términos es pobre, y el afán de vivencias extrasensoriales sin embargo es muy grande, avivado en buena medida por programas inescrupulosos de televisión y video.
Es curioso cómo se vetan películas para determinadas edades por perniciosas y sin embargo muchos documentales e incluso películas infantiles que abordan temas seudocientíficos se conciben como entretenimiento. Es como si mentir en ciencia fuera gracioso y sépase que aparto de esto los trabajos excelentes de la ciencia-ficción que tratan con cuidado a la ciencia y sólo exponen como hecho lo que está en el lindero del conocimiento. Imagínese usted que en algún trabajo serio se comunicara que la Comuna de París se efectuó en realidad en Australia y que los obreros que tomaron el poder eran canguros disfrazados. Por el respeto que le tenemos a la verdad histórica no nos conformaríamos hasta culpar a los tendenciosos que se arrogan el derecho de falsear la historia para salir por televisión.
Con la ciencia no es así. Con tranquilidad escuchamos los cuentos de abducciones por extraterrestres, videntes, cucharas dobladas por energía psíquica, etc.
Se han publicado y difundido ampliamente "trabajos" sobre los beneficios de la energía piramidal9. En este caso si le colocan una pirámide en la cabeza usted, no sólo aliviará su dolor de muelas, sino que de paso, como para salir feliz del dentista, conseguirá más potencia sexual.
Aceptar sin dificultad esta suerte de engaño no es solamente papel de los científicos de la naturaleza, sino de especialistas en filosofía: A partir de las extraordinarias herramientas metodológicas propuestas fundamentalmente por Engels en Anti-Dühring y Dialéctica de la naturaleza, hace siglo y medio bastaría para invitarnos a la duda. Porque si una margarita de primavera es capaz de curar el cáncer avanzado, desahuciado por los citostáticos o las infecciones óseas resistentes a los más sofisticados antibióticos (fruto del estudio cuidadoso y audaz de miles de especialistas en el mundo), entonces la margarita pasa de la categoría de" medicina alternativa" a la de un milagro. ¿Es riguroso decir que es ciencia algo que no pasa el más grueso tamiz del método científico?
El Ministerio de Cultura y la UNEAC, en sus productivos congresos, han atacado la seudocultura como veneno para la población, la seudociencia debería tener el mismo destino. Porque la ciencia es parte medular de la cultura de un pueblo.
No explicar la ciencia al pueblo es perverso. Dañar el implemento del método científico es dañarle a la humanidad sus sentidos para percibir la naturaleza.
El antídoto para el oscurantismo y superstición posmodernos, es la difusión de la ciencia. Es urgente que el mundo prevea su futuro. Debemos enseñar a los jóvenes el escepticismo (no confundir con la falta de confianza), que emana de la dialéctica. De otra forma la gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades aferrados a los cristales mágicos, y pirámides y consultando nerviosos los horóscopos, incapaces de discernir entre lo que les hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos entonces deslizando casi sin darnos cuenta en la superstición y la oscuridad.
Gramsci nos señala: "Hay que observar que junto al incognoscible metafísico (...) la superstición científica lleva consigo ilusiones tan ridículas y concepciones tan infantiles que la misma superstición religiosa queda ennoblecida" y continúa "hay que poner en obra varios medios [contra la superstición], el más importante de los cuales tendría que ser un conocimiento mejor de las nociones científicas esenciales divulgando la ciencia por obra de científicos y estudiosos serios, y no por medio de periodistas omniscientes y autodidactas presuntuosos".
Y continúa, "en realidad como se espera demasiado de la ciencia, se la concibe como una especie de brujería superior y por eso no se consigue valorar con realismo lo que la ciencia ofrece concretamente’’10.
La ciencia es más que un cuerpo de conocimientos dispersos; es ante todo una forma de pensar. Quizás la forma de pensar de la ciencia sea, por sus propias condiciones, de las más útiles. La ciencia, filosofía y poesía nacieron de alguna manera juntas en la figura de Aristóteles. La dispersión actual de las disciplinas del saber, atenta también contra la cultura general y el hábito de utilizar la lógica en los razonamientos. Estamos padeciendo esos embates. Invitaría a la risa, si no fuera dramático, los conceptos arrancados de las viejas tiras cómicas con que se abandera la "guerra" contra Iraq. Después de la tragedia humana por las muertes y la indefensión de los organismos internacionales, deberemos rezar por el fin del razonamiento humano, desterrado por lemas y frases desarticuladas embrujadas por un misticismo paranoico e infantil. La humanidad debe volver a tener el hábito de pensar.
A pesar del derrumbe del campo socialista de Europa y de muchos modelos específicos; la teoría marxista- leninista está más que vigente. Que yo conozca, afortunadamente el materialismo dialéctico es parte integrante de esta teoría. La seudociencia no es sólo dañina para las ciencias naturales, atenta contra los fundamentos del materialismo dialéctico.
Decía Engels en Anti-Dühring: "La dialéctica es la forma más importante de pensamiento para las modernas ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda una analogía, y por tanto el método para explicar los procesos de desarrollo en la naturaleza, las concatenaciones en sus rasgos generales y el tránsito de un terreno a otro de investigación"11.
Faltarle a la dialéctica y a la concepción materialista del mundo es faltarle a nuestro propio futuro. No estoy incurriendo en dogmatismo. No se me escapa que estos textos fueron escritos hace dos siglos, que la ciencia ha avanzado vertiginosamente, aun así cualquier interpretación de la naturaleza se apoya en gran medida en estos fundamentos.
Al público ávido por naturaleza de expectativas, suminístrele ciencia de veras. Maravíllelo con los avances en Astronomía y en Física atómica, hágale partícipe de las encrucijadas en que estamos en cuanto a la interpretación de muchas cosas. Y así comprometa a la humanidad con los destinos del universo y de ella misma.
No hay hombrecito verde, pirámide o vidente que compita con el asombro que contiene las bases de la mecánica cuántica, los sistemas complejos, la lucha sin cuartel por unificar la física, los misterios alucinantes del mecanismo genético, la clonación y otras muchas maravillas que superan con creces las mediatizadas y viejas teorías seudocientíficas
Y aún así, si otros, hablando en nombre de la espiritualidad, piensan que la ciencia nos deja seco el corazón, para tener fe en la superación del hombre y que es sólo asunto de números y mente fría, puedo asegurarles que no hay sentimiento que convoque más a nuestro espíritu, que la suprema felicidad, humildad y fascinación al saberse parte de un universo que nos contiene con el mismo amor que a las estrellas y a los electrones. Y que esta unidad es diversa, pero cognoscible y armoniosa. No en balde dijo Martí que donde encontraba poesía mayor es en los libros de ciencia, en la verdad y música del árbol en el cielo y su familia de estrellas’’12.
La poesía verdadera encuentra estímulo en la ciencia verdadera. Porque nunca habrá belleza sin verdad.

Celia Hart*

* Laboratorio Superconductividad IMRE – Facultad de Física Universidad de la Habana.

1. Unesco 2000 (www.unesco.org.cu).
2. Carl Sagan, El mundo y sus demonios, editorial Planeta, 1997: 23.
3. Ignacio Ramonet, Propagandas silenciosas, Ediciones Especiales 2002,16.
4. V. I. Lenin, Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Prosvessania, (3),1913: 1.
5. James Petras, Genocidio y vida cotidiana en Estados Unidos, http://www.jornada.unam.mx/026a1mun.php?origen=index.html
6. Einstein, De mi vida y mi pensamiento, Dante/Quincenal,1984 :41.
7. Arnaldo González Arias, ‘Falsas energías, seudociencia y medios de comunicación masiva’, Revista cubana de Física, Vol. 19, Nº 1, 2002, pág. 68.
8. ‘Los Misterios de la pirámide’ Granma, 14 de febrero de 2001:2.
9. Tratan afecciones estomatológicas con energía piramidal, Agencia de Información Nacional (AIN), Pinar del Río, 14 abril de 2002.
10. Antonio Gramsci, Antologia, Siglo XXI, 1978: 355.
11. Federico Engels, Anti-Dühring, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1961: 33
12. José Martí, Obras Escogidas (III), La Habana, editora política, 1981:496.

Connolly y la insurrección de Pascua de 1916.

El 17 de abril de 1916 el ejército Ciudadano Irlandés, junto a los Voluntarios Irlandeses, se levantaron en armas contra el poderoso Imperio Británico para dar un mazazo a favor de la libertad de Irlanda y crear una Republica Irlandesa. Su lucha por la libertad tuvo un eco en todo el mundo y precedió a la primera Revolución Rusa en casi un año.
El caldo de cultivo para la rebelión eran los siglos de opresión nacional sufridos por el pueblo irlandés en beneficio de los terratenientes y capitalistas británicos. Estos habían contado con el apoyo de los terratenientes y capitalistas irlandeses, y con el de la jerarquía católica, que estaban vinculados por lazos de interés a los imperialistas, y se unieron a ellos por miedo a los obreros y campesinos irlandeses.
Es imposible comprender el levantamiento de Semana Santa sin entender las ideas de su dirigente, James Connolly, el cual se consideraba un marxista y se basaba en las ideas del internacionalismo y de la lucha de clases. Al igual que MacLean en Gran Bretaña, Lenin y Trotsky, Liebknecht y Luxemburgo y otros internacionalistas, Connolly presenció con horror la traición de los dirigentes del movimiento obrero en todos los países cuando apoyaron la guerra imperialista. En relación a la traición de la Segunda Internacional, Connolly declaró en su periódico La República Obrera: "Si estos hombres han de morir, ¿no sería mejor que muriesen en su propio país luchando par la libertad de su clase y por la abolición de la guerra, que no ir a países extranjeros y morir asesinando y asesinados por. sus hermanos para que los tiranos y explotadores puedan vivir?"
Protestando contra el apoyo del TUC británico a la guerra, Connolly escribió: "Hubo un tiempo en que la voz unánime del Congreso declaró que la clase obrera no tenía ningún otro enemigo que la clase capitalista ¡y la de su propio país en primer lugar!" Connolly defendía la libertad nacional como un paso hacia la República Socialista irlandesa. Pero mientras que hoy los estalinistas y los reformistas -50 años después de 916- todavía murmuran en términos políticamente incoherentes sobre la necesidad de la revolución nacional contra el imperialismo", Connolly era particularmente claro sobre la cuestión de clase que era la base del problema Irlandés. Sin estar en contacto directo con Lenin y Trotsky, adoptó una postura similar. "La causa obrera es la causa de Irlanda, y la causa de Irlanda es la causa obrera", escribía. "No se pueden separar. Irlanda busca la libertad. Los obreros buscan que una Irlanda libre sea la única dueña de su propio destino, la propietaria suprema de todas las cosas materiales en y debajo de su suelo".
Connolly no tenía ilusiones en los capitalistas de ningún país, y menos en los de Irlanda. Sobre el capitalismo internacional escribió: "Si vemos como una pequeña sección de la clase poseedora está dispuesta a lanzar una guerra, a derramar océanos de sangre y gastar millones, sólo para mantener intacta una pequeña porción de sus privilegios, ¿cómo podemos esperar que el conjunto de la clase poseedora se abstenga de utilizar las mismas armas y se someta pacíficamente cuando le llamemos a entregarnos para siempre todos sus privilegios?".

Los capitalistas irlandeses

Y sobre los capitalistas irlandeses: "Por lo tanto, cuanto más me gusta la tradición nacional, la literatura, la lengua, más firmemente convencido estoy de mi oposición a la clase capitalista que en su desalmado afán de poder y oro trituraría las naciones como en un mortero". Y de nuevo: "Estamos por una Irlanda para los irlandeses. Pero, ¿quiénes son los irlandeses? No el casero rentista poseedor de suburbios, no el capitalista sudoroso triturador de beneficios, no el pulcro abogado untado, no el prostituido hombre de la prensa -los mentirosos a sueldo del enemigo-. (...) No son estos los irlandeses de los que depende e] futuro. No son estos, sino la clase obrera irlandesa, la única base sólida sobre la que se puede alzar una nación libre".
Escribiendo sobre la necesidad de una insurrección irlandesa para expulsar al imperialismo británico, escribió en relación a la 1 Guerra Mundial: "Empezando así, Irlanda puede que todavía encienda la antorcha de una conflagración europea que no se apagará hasta que el último trono y los últimos bonos y obligaciones capitalistas se hayan consumido en la pira funeraria del último militarista".
Como respuesta a la demanda de conscripción7 que había sido impuesta en Gran Bretaña y que era apoyada por los capitalistas irlandeses también para Irlanda, donde los empresarios estaban presionando para forzar a los trabajadores irlandeses a presentarse voluntarios, Connolly escribió: "Queremos y debemos tener conscripción económica en Irlanda para Irlanda. No a la conscripción de los hombres por hambre para obligarles a luchar por el poder que les niega el derecho a su propio país, sino la conscripción por parte de una nación irlandesa de todos los recursos de la nación -su tierra, sus ferrocarriles, sus canales, sus talleres, sus muelles, sus minas, sus montañas, sus ríos y corrientes, sus fábricas y maquinaria, sus caballos, su ganado, y sus hombres y mujeres-, todos cooperando juntos bajo una dirección común que les agrupe de tal manera que Irlanda pueda vivir y alimentar con su fruto abundante al mayor número de la gente más libre que nunca haya conocido".
También miraba desde un punto de vista de crítica de clase a los empresarios que se oponían a la conscripción: "Si aquí y allí encontramos por casualidad a un empresario de los que nos combatieron en 1913 (el Gran Cierre patronal de Dublín en el que los empresarios trataron de destruir la organización sindical, pero fueron derrotados en esto por la solidaridad de los trabajadores irlandeses y también de sus compañeros británicos) que esté de acuerdo con nuestra política nacional en 1915, no es porque se haya convertido o porque este avergonzado de la utilización injusta de sus poderes, sino simplemente porque no ve en la conscripción económica los beneficios que esperaba ver al negar a sus seguidores el derecho de organizarse por sí mismos en 1913".
Respondiendo a las objeciones que se hacían al firme posicionamiento de clase que él defendía declaró: "¿Pensamos que es incorrecto que el empresario defienda sus intereses? No. Pero tampoco nos hacemos ilusiones sobre cuáles son sus motivaciones. De la misma manera nosotros tomamos partido por nuestra clase, abiertamente por nuestros intereses de clase, pero convencidos de que estos intereses son los intereses más elevados de la raza".
Esta es la luz bajo la que se debe examinar el levantamiento de 1916. Como consecuencia de las luchas del pasado, Connolly, que era el secretario general del Sindicato de Trabajadores General y del Transporte de Irlanda (ITGWU), había organizado el Ejército Ciudadano con el objetivo de defenderse contra los ataques de los capitalistas y la policía y preparar la lucha contra el imperialismo británico. El Ejercito Ciudadano tenía una composición casi exclusivamente obrera: estibadores, obreros del transporte, de la Construcción, impresores y otros sectores de la clase obrera de Dublín nutran sus filas.
Fue con esta fuerza y en alianza con los Voluntarios Irlandeses, más de clase media, con la que Connolly preparó el Levantamiento. No tenía ninguna ilusión sobre su éxito inmediato. Según William O'Brien, el día de la insurrección Connolly le dijo: "Vamos a ser masacrados." Él le dijo: "¿Tenemos alguna posibilidad de éxito?" y Connolly respondió: "Ninguna en absoluto".

La Huelga General

Connolly comprendía que la tradición y el ejemplo creados serían inmortales y sentarían las bases para la futura libertad y la futura República Socialista Irlandesa. En eso reside su grandeza. ¡Qué diferencia con los cobardes y traidores dirigentes estalinistas y socialdemócratas alemanes, que a pesar de tener tres millones de trabajadores armados apoyándoles, y con la simpatía y el apoyo de la inmensa mayoría de la clase obrera alemana dispuesta a luchar hasta la muerte, capitularon ante Hitler sin disparar un solo tiro!
Una vez dicho esto, es necesario ver no sólo la grandeza de Connolly -héroe de los trabajadores irlandeses y uno de los mas grandes hijos de la clase obrera de habla inglesa- y los efectos de la insurrección en preparar la expulsión, por lo menos en el sur de Irlanda de la dominación directa del imperialismo británico, sino también sus errores.
No hubo ningún intento de convocar una huelga general que hubiese paralizado al ejército británico. No hubo una auténtica organización y. preparación de la lucha armada. No sé hizo propaganda entre las tropas británicas para ganar su apoyo y simpatía. Los dirigentes de clase media de los Voluntarios Irlandeses estaban divididos. Uno de los dirigentes, Éoin MacNeill revocó órdenes para la "movilización" y para "maniobras" y en la confusión sólo parte de los Voluntarios se unió al Ejército Ciudadano Irlandés en la insurrección. Así, en el último minuto, la insurrección fue traicionada por la vacilación de los dirigentes de las capas medias, como han traicionado tantas veces en la historia de Irlanda y en la historia de otros países.
Las tropas de ocupación británicas suprimieron la insurrección y ejecutaron salvajemente a sus dirigentes, incluido su líder, James Connolly, que ya estaba gravemente herido. Connolly fue asesinado pero, en última instancia, el imperialismo británico sufrió una derrota.
Hoy en día todos los sectores de la sociedad irlandesa en los 26 condados hipócritamente apoyan el "inmortal heroísmo de Connolly". Los capitalistas irlandeses pretenden rendirle honores. Connolly les hubiera escupido a la cara con des-precio. Les combatió siempre, desde que se hizo un hombre, en interés de los obreros irlandeses y del socialismo internacional. Pero su desprecio mayor lo hubiera reservado para aquellos que en el movimiento obrero, incluidos los dirigentes del Partido Laborista, del llamado Partido Comunista y de las varias sectas que dicen hablar en nombre de los trabajadores irlandeses, 50 años después de la Semana Santa de 1916, no han comprendido que la unidad de los trabajadores irlandeses del Norte y del Sur sólo se puede conseguir llevando la lucha sobre una base de clase por una República Socialista Irlandesa, en unidad indisoluble con los trabajadores británicos en su lucha por una República Socialista democrática británica.

Ted Grant
Londres, abril de 1966

--------------------------------------------------------------------------------

Notas

(1) Asquith (Herbert Henry). Muerto en 1928. Entró en el Parlamento británico como diputado liberal en 1886. Fue primer ministro dc 1908 a 1916. En 1914 defendió el proyecto dc Home Rule en Irlanda.
(2) Se retira al levantamiento de los trabajadores y de los grupos de voluntarios en la Semana Santa dc 1916, dirigido por James Connolly (se publica un articulo especial sobre e! mismo).
(3) RUC (Royal Ulster Constabulary). Nombre que adopta la policía del Ulster, fundamentalmente integrada por protestantes.
(4) SAS (Special Air Service). Fuerzas especiales dcl ejercito británico. Su participación en la guerra sucia contra cl TRA ha quedado demostrada en numerosas ocasiones, como el asesinato de los tres activistas del IRA en Gibraltar.
(5) UDA (Ulster Defence Association). Grupo protestante paramilitar.
(6) UVF (Ulster Volunteer Force). Otro grupo protestante paramilitar en rivalidad con UDA y UFE
UFF (Ulster Freedom Fighters). Nombre usado por el UDA cuando lleva a cabo actividad paramilitar.
(7) Conscripción. Alistamiento obligatorio de los soldados, es decir servicio militar obligatorio.

Las nobles búsquedas.

No todo en la Argentina es afano, coima, palos y balazos a la San Vicente. Existen otros aspectos por demás positivos. Por ejemplo, las empresas recuperadas y gestionadas por sus trabajadores. Habría que seguirlas paso a paso y darles más espacio. Hablar de sus esfuerzos, de sus logros, de sus búsquedas de formas nuevas de administración y organización. He escrito siempre de Zanon, el ejemplo neuquino; de los supermercados Tigre, en Rosario, por ejemplo, y hoy voy a meterme con la Cooperativa de Artes Gráficas Chilavert, a la cual recorrí y en la que conversé largamente con sus protagonistas obreros. Vi los libros de arte que producen con brillante perfección, libros de sociología y esclarecedores de eso, precisamente, qué hacer con los establecimientos abandonados por sus patrones con deudas y desprecios, además de dar a luz increíbles álbumes sobre derechos humanos y su devenir argentino, en fin, producciones donde se mezcla lo bello con lo social.
Lo verdaderamente épico en estos talleres es seguir de cerca todo el proceso que se sucedió desde aquel abril del 2002 en que ante la evidencia de que el dueño de la empresa de artes gráficas había iniciado el vaciamiento de la misma, los obreros decidieron pasar la noche justamente junto a las máquinas, es decir, proceder a la “ocupación”. Se iniciaba así un período de siete meses en que los trabajadores fueron sitiados por la policía. Las llamadas “autoridades” enviaron un carro de asalto policial por cada obrero y sitiaron el edificio de Nueva Pompeya. Les cortaron el agua, la electricidad, el gas, los teléfonos. Pero los trabajadores tuvieron la inmediata ayuda del vecindario, de las asambleas barriales de la zona, de asambleas obreras, de movimientos villeros y de estudiantes universitarios que hicieron una verdadera barrera humana e impidieron el desalojo. Y los obreros gráficos de los talleres no sólo resistieron la invasión policial sino que además continuaron con la producción que sacaban hacia la casa de un vecino –llamado Julio Berlusconi– a través de un agujero en la pared por donde se trasladaban los libros recién impresos. Hoy, ese agujero de la resistencia está cubierto de ladrillos y enmarcado, de manera que aparece como un cuadro de la dignidad y de la solidaridad.
Esta lucha desigual pero verdaderamente heroica tuvo finalmente eco en la Legislatura de Buenos Aires. En octubre del 2002, se aprobó la ley de tenencia por dos años de los talleres a los obreros. El 25 de noviembre, por fin, la gran noticia: se transformó la expropiación temporaria en definitiva. Es decir, se trabajó en verdadera democracia: el derecho de los trabajadores a poner en marcha y administrar a las empresas donde trabajan y que son vaciadas por sus patrones. Lo que había sido exclusividad de los talleres: la impresión de libros, láminas y catálogos de arte de los más destacados artistas plásticos y museos argentinos se amplió a la impresión de libros, revistas, catálogos y afiches. Y nos lo dicen con orgullo: “La mayoría de los clientes tiene relaciones con organizaciones sociales, el ámbito de la cultura independiente y autogestionada, y editoriales enfocadas en temáticas políticas y sociales”. Fines nobles para una nueva sociedad donde se busca aquella “noble igualdad” cantada por nuestro Himno. Desde que se constituyó en cooperativa, la empresa dobló el número de trabajadores, cifra que habla del servicio que presta a la sociedad. Su lema es: “Toque timbre, fábrica abierta”.
Pero la cooperativa Chilavert no se ha conformado con dar vida a la imprenta sino que también dedica en el primer piso de su edificio un espacio a actividades culturales y artísticas, una biblioteca, una galería de arte y un archivo sobre el tema de las fábricas recuperadas. Esta complementación con las otras actividades del ser humano hacen recordar a aquellas sociedades Obreras de Oficios Varios, las primeras organizaciones de nuestra historia obrera, aquellos sindicatos libertarios, en cuyos humildes locales se encontraba el salón para las indispensables asambleas donde se resolvía todo con la presencia de todos, y además se tenía un “conjunto filodramático” con el cual se representaban obras teatrales para la cultura de sus familias y del vecindario y, por supuesto, la siempre presente biblioteca popular. Además, con su accionar, la “Chilavert” ha ayudado a otras empresas recuperadas. Por ejemplo, asistieron con consejos a los trabajadores del hotel Bauen, cuando éstos decidieron ocupar las instalaciones de esa gran casa de huéspedes. Un lugar actual de reuniones de distintas organizaciones culturales y de lucha social.
En forma conjunta y con el auspicio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires se ha dado a publicidad el informe “Las empresas recuperadas en la Argentina”. Este detallado estudio, con la bibliografía correspondiente, se puede consultar precisamente en la cooperativa Chilavert, situada en Chilavert 1136, de la ciudad de Buenos Aires. En el informe mencionado se dice textualmente algo que antes hubiera sido imposible expresar antes en una publicación de este carácter: “Como ya hemos señalado, la lucha de las empresas recuperadas nos parece uno de los caminos más esperanzadores para los trabajadores luego de una década de tierra arrasada por el neoliberalismo. Hemos tratado y trataremos de ser compañeros de ruta de los protagonistas de esta historia y de poner al servicio de esta experiencia lo que justo podamos hacer desde la universidad pública”.
Está bien claro. Que cada trabajador se sienta protagonista. Además, aquí se ve el interés de la universidad para “acompañar, apoyar y transferir” conocimientos hacia este sector de las empresas autogestionadas, sector emergente de la propia sociedad argentina y de los errores inmensos cometidos por quienes desde las dictaduras, el peronismo de Menem y el radicalismo de De la Rúa cometieron fatales movimientos inspirados en autoritarismos “liberales” de los cuales se aprovecharon unos pocos y sumieron en el desamparo a miles de trabajadores y a sus familias. Hoy como nunca el Estado debe proteger y ayudar a todo movimiento cooperativo que se mantenga en el ritmo del beneficio de la gran masa del pueblo. Una conducta regularizada por la propia ética que no permita el enriquecimiento de pocos sino una línea de dignidad general. Ni Puerto Madero ni countries sino techo, escuela y alimento para todos, sin porcentajes de nivel de pobreza entre los niños de estas ubérrimas tierras.
Lo positivo es que las cooperativas de empresas recuperadas están dando pasantías a estudiantes para aprender los oficios. Es otra de las formas de luchar por una sociedad sin violencias, cuando uno, al recorrer los barrios proletarios de la actualidad, encuentra tanto joven sentado en los umbrales de la miseria con la mirada entristecida, perdida en el horizonte sin futuro. Sin oficio, sin aprender ningún trabajo... no, así no hay futuro para una sociedad de paz y dignidad.
Tal vez en breve tiempo se logre una universidad de cooperativas donde se enseñen todas las formas y maneras de llevar adelante cada vez más empresas recuperadas. Y ojalá que a la calle donde se erija esa universidad se le ponga el nombre de Juan Ocampo, el marinero de 18 años, muerto por la policía de Roca, el 1º de mayo de 1904, el primer mártir del movimiento obrero en el Día del Trabajador, por la lucha de las ocho horas.

Osvaldo Bayer

sábado, octubre 14, 2006

JOHN REED : UN GRAN REVOLUCIONARIO NORTEAMERICANO.


John Reed
(1887 - 1920)

Sumario:

— Un joven inquieto
— Viaje por Europa
— Cabalgando con Pancho Villa
— Corresponsal en la guerra imperialista
— En la revolución de octubre
— Fundador del Partido Comunista de Estados Unidos
— Caza de brujas contra Reed
— En el II Congreso de la Internacional Comunista
— Obras de John Reed en castellano

Digan lo que digan sobre el bolchevismo, es indiscutible que la revolución rusa es uno de los sucesos más grandiosos de la historia de la humanidad y el alzamiento de los bolcheviques es un fenómeno de importancia universal.
(Diez días que estremecieron al mundo)

Un joven inquieto

John Silas Reed nació el 22 de octubre 1887 en Portland, en el estado norteamericano de Oregón, en la costa del Pacífico.
Su familia pertenecía a la alta burguesía pero en ella todavía sobrevivía el espíritu emprendedor y democrático de la América del siglo XVIII y mitad del XIX. Su abuelo fue un pionero lleno de personalidad, uno de sus tíos fue un marino aventurero que siempre volvía a casa contando historias que parecían sacadas de las narraciones de Jack London. Su padre fue todo un personaje. Hombre culto e inteligente, se dedicó (cuando John era muy joven) a una lucha sin cuartel contra la corrupción y el caciquismo en el Estado. De su mano Reed supo lo que representaba la minoría dominante, el poder de los monopolios, las maniobras de los aparatos políticos, y el servilismo de la justicia y la prensa. Su madre era, por el contrario, conservadora y durante toda su vida intentó frenar la evolución moral y política de su hijo.
Niño tímido y mimado, estudió primeramente en Morristown, un colegio de élite y más tarde en la Universidad de Harvard, donde jamás aprendió las reglas del juego. Era un estudiante que quería ser diferente y lo fue. Desde antes de llegar a Harvard sintió repulsión por los métodos de la enseñanza tradicional, y se rebeló contra las normas de la casa hasta que conoció a Charles Towsend Coppeland, alias Gopey, un profesor nada convencional y con él vivió una rica experiencia de comunicación, debates y aprendizaje.
Aunque fue un notable deportista -jugó en el equipo de rugby-, Reed destacó sobre todo como animador de las revistas que se publicaron en la Universidad, causando más de un dolor de cabeza a los rectores con su periódico satírico El Burlón, en el que mostraba un estilo ingenioso y brillante, por lo que recibió numerosas proposiciones para escribir en grandes diarios y revistas ilustradas. En aquella época empezó a escribir un buen número de poemas, y narraciones que rara vez quedaron terminadas. Poseedor de talento, todo hacía creer que estaba destinado a ser gran poeta y cuentista mundial. Su pujante e irrefrenable temperamento, sin embargo, lo llevó a experimentar directamente la vida. Se empapó vehementemente el espíritu radical que atravesó la vida universitaria, conociendo ampliamente los ideales liberales, anarquistas y socialistas que proliferaban entre los estudiantes.

Viaje por Europa

Una vez licenciado en Harvard, con título universitario, en 1910, emprendió un largo viaje por Europa pasando por Inglaterra, Francia -donde frecuentó los medios artísticos- y España.
En España apreció la sencillez y la amabilidad de la gente y se sintió fascinado por el contraste que ofrecían las glorias del pasado con la miseria del presente. Visitó San Sebastián, Burgos (de donde escribió: la poderosa historia de aquel sitio me avasalló como un torrente. Entre la tenue luz, la sombra del castillo, el monte gris a cuyo pie nació el Cid, se recortaba contra el Este. Uno podía imaginarse una espléndida partida de caballeros descendiendo en sus monturas por las calles retorcidas para ir a expulsar al moro de Toledo), Valladolid, Salamanca, (donde recordó a Lope de Vega, Calderón y Cervantes), Toledo y Madrid, que le causó una gran desilusión.
Volvió a París, el sitio más maravillosamente hermoso y sensual que puedas imaginarte, escribió a un amigo. En Francia conoció a Madeleine, la imagen exacta de una hermosa gitana con la que se prometió en matrimonio y en la que pensaba fielmente cuando volvió a Norteamérica con el propósito de ganar un millón de dólares y casarse. O sea lo contrario de lo que hizo.
En 1912, tras su vuelta de Europa, se trasladó a Nueva York, instalándose en Greenwich Village, donde frecuenta y se convierte en uno de los protagonistas del ambiente bohemio y progresista:
En Nueva York, escribió, por vez primera, amé, y escribí de las cosas que veía con un fiero gozo de creación; y me supe al fin capaz de escribir. Allí tuve mis primeras percepciones de la vida de mi tiempo. La ciudad y su gente eran para mí un libro abierto, todo tenía su historia, dramática, llena de tragedia irónica y de humorismo terrible. Allí pude ver por vez primera que la realidad trascendía todas las magníficas invenciones poéticas del melindre y el medievalismo. No me sentía bien ni contento cuando me ausentaba mucho tiempo de Nueva York.
Allí se incorpora al personal editor de la revista The Masses, el principal órgano de expresión de los intelectuales progresistas norteamericanos. El propósito confeso de The Masses era
social: atacar eternamente viejos sistemas, viejas morales, viejos prejuicios toda la carga de ideas desgastadas que los difuntos nos han impuesto e instaurar muchos nuevos a cambio.
Así, desde la acera común, nos proponemos embestir a los espectros, con florete más que con hacha, con franqueza más que con indirectas. Nos proponemos ser arrogantes, impertinentes, de mal gusto, pero no vulgares.
En vez de atarnos a cualquier credo o teoría de reforma social, daremos expresión a todos, siempre y cuando sean radicales [...] Los poemas, relatos y dibujos que la prensa capitalista rechaza por su excelencia, hallarán la bienvenida en esta revista [...] Sensible a todo nuevo viento que sople, jamás rígida en una sola [...] fase de la vida: tal es nuestro ideal para The Masses. Y si cambiamos de parecer, bueno, ¿por qué no habríamos de hacerlo?.
En este momento único de la contracultura norteamericana, Reed trabaja entro otros, con Max Eastman (el director de la revista), Eloy Delí, Theodore Dreisser -el autor de Una tragedia americana-, Van Wyck Brooks, Walter Lippmann -que acabó siendo una de las más ilustres plumas del sistema-, Upton Sinclair y Eugene O'Neill.
En el ambiente intelectual progresista de Greenwich Village, Reed conoce y establece una prolongada relación amorosa con Mabel Dodge. También descubre que más que poeta y escritor puede ser el gran cronista de importantes acontecimientos históricos y sociales y entra en relación con las ideas políticas más progresistas, con Eugene Debs, Bill Haywood, Carlos Tresca, Emma Goldman y Alejandro Berkman. Pero las ideas por sí solas -escribió para un bosquejo autobiográfico que no pudo concluir- no significaban gran cosa para mí. Yo tenía que ver. En mi vagabundear por la ciudad no podía sino advertir la fealdad de la pobreza y toda su causa de males, la cruel desigualdad entre los ricos que tenían demasiados automóviles y los pobres que no tenían suficiente para comer. No fueron los libros los que me enseñaron que los obreros producían toda la riqueza del mundo, la cual iba a manos de quienes no la ganaban.
Su toma de conciencia resulta ciertamente de la experiencia directa, pero su sensibilidad y sus lecturas le predispusieron para ello. La época ayudaba también. Los sindicalistas revolucionarios norteamericanos, los llamados wobblies de la IWW (Industrial Worker of the World), la organización revolucionaria mas implantada de la historia de los Estados Unidos, eran hombres tan fascinantes como Big Bill Haywood -sobre el que Reed intentó escribir un libro y que, curiosamente, también murió en Moscú donde se refugió al ser perseguido en su país- enemigos de la colaboración de clases.
Los wobblies habían protagonizado luchas muy duras en todos los centros industriales de los Estados Unidos, y en febrero de 1913 encabezaron la huelga de la región de Patterson, Nueva Jersey. Allí se trasladó Reed junto con algunos de sus amigos para apoyar al proletariado. En la gran huelga textil de Paterson, Nueva Jersey, trabajó con Haywood, Tresca, Elizabeth Gurley Flynn y otros sindicalistas de la IWW.
Su testimonio muestra que dominaba ya las mejores cualidades del periodismo revolucionario: simplicidad, belleza, emoción, profundidad. El comienzo de su crónica es ejemplar:
Hay una guerra en Patterson, Nueva Jersey. Pero es un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de un bando: los dueños de las fábricas. Su servidumbre, la policía, golpea a los hombres y mujeres que no ofrecen resistencia y atropella a multitudes respetuosas de la ley.
Sus mercenarios a sueldo, los detectives armados, tirotean y matan apersonas inocentes. Sus periódicos, el Paterson Press y el Paterson Cali, incitan al crimen publicando incendiarios llamados a la violencia masiva contra los líderes de la huelga. Su herramienta, el juez Carrol, impone pesadas sentencias a los pacifistas obreros capturados por la red policiaca. Controlan de modo absoluto la policía, la prensa, los juzgados. Se les enfrentan cerca de veinticinco mil trabajadores de la seda, de los cuales quizá diez mil participan activamente. Su arma es el piquete de huelga. Déjenme contarles lo que vi en Paterson y entonces podrán decir ustedes cuál de los sectores en lucha es ‘anarquista’ y contrario a los ideales norteamericanos.
Detenido y condenado sumariamente por desafiar a un policía, sintió la injusticia hasta en el trato que recibió, porque él como intelectual, fue tratado con guante blanco por los mismos que asesinaban a los trabajadores.
Entusiasmo con aquella batalla de la lucha de clases, Reed criticó a los reformistas, ajenos a la lucha, una lucha que ganó las simpatías de la bohemia de Greenwich Village lo que permitió una efímera, pero luminosa conexión entre el arte y el proletariado militante.
Pensando en aquellos obreros ennoblecidos por algo más grande que ellos mismos, Reed sugirió la posibilidad de montar un gran espectáculo teatral que serviría para hacer propaganda cara a la resistencia, para conseguir fondos económicos. Cuatro meses más tarde la función tuvo lugar gracias al apoyo de diversos sindicatos. El espectáculo que fue un éxito para la propaganda, pero no para conseguir fondos, lo describe así Robert Rosenstone:
Los actores representaban vívidamente sucesos en los que habían participado: los piquetes masivos, la llegada de la policía, las brutales peleas entre gendarmes y huelguistas, los tiros a la multitud que habían matado a un obrero, la procesión fúnebre y el entierro [...] del desfile del primero de mayo con banderas al vuelo y estruendo de bandas y la reunión final en la que unánimemente juraban nunca regresar al trabajo mientras no se satisficiera la exigencia de una jornada de ocho horas [...] El público, en gran parte de trabajadores neoyorquinos más unos cuantos bohemios y simpatizantes de clase media, se levantó a unir sus voces al primer canto de ‘La Internacional’ [...] Salvada la sutil distancia entre actor y espectador, la multitud era una con los huelguistas: abucheaba a la policía, rugía al unísono canciones revolucionarias, responda a las palabras de Tresca, Haywood Flynn [...] hasta los solemnes momentos del funeral, presenciado en actitud estática mientras las lágrimas corrían por muchas mejillas.

Cabalgando con Pancho Villa

Convertido ya en un personaje bastante conocido (Aunque apenas se halla a medio camino entre los veinte y los treinta años, y hace sólo cinco que salió de Harvard -escribió Walter Lippmann- John Reed tiene ya una leyenda), Reed sintió una gran atracción por la revolución mexicana, en cuya vorágine pensaba forjar su personalidad como individuo y artista. Olvidó los miedos, abandonó a Mabel Dodge y consiguió contratos con el diario Metropolitan y más tarde con el World; también tenía que escribir para The Masses y otras revistas progresistas.
Cruzó Río Grande, viajó hasta al cuartel del general Urbina en Durango y no tardó en encontrarse en el campo de batalla. A lo largo de un año y medio, consiguió ganarse la confianza de los revolucionarios y terminó involucrándose activamente en la guerra revolucionaria.
La primera ciudad mexicana que visitó fue Ojinaga que había sido tomada y recuperada cinco veces. Apenas si algunas casas tenían techo, y todas las paredes mostraban hendiduras de bala de cañón. En aquellas habitaciones vacías, estrechas, vivían los soldados, sus mujeres, sus caballos, gallinas y cerdos robados en la campiña circunvecina, los fusiles, hacinados en los rincones, las monturas, apiladas entre el polvo, los soldados, harapientos, escasamente algunos poseían un uniforme completo. Desde allí envió una nota al general Mercado que resultó interceptada por el general Orozco, rival del anterior que le escribe: Estimado y honorable señor. Si usted pone un pie en Ojinaga, lo colocaré ante el paredón y con mi propia mano tendré el gran placer de hacerle algunos agujeros por la espalda.
Fue la primera vez pero no la ultima que corrió graves peligros. Poco tiempo después se encontró con Pancho Villa que apareció a la cabeza de sus tropas en un amanecer del desierto. Los federales resistieron durante un tiempo razonable -justamente dos horas- o, para ser minucioso, hasta que Villa con su batería y galopando junto a las bocas de los cañones, persiguió al enemigo hasta hacerlo cruzar el río en una huida.
Con los apuntes tomados sobre el terreno escribió Reed otro de sus libros memorables: México insurgente, obra en la que combina un estilo literario preciso, objetivo, fiel a la verdad, como es propio del periodismo, con una extraordinaria calidad formal y gran cuidado por los detalles y las descripciones, tanto del paisaje como de los grandes personajes revolucionarios mexicanos.
Esta es la descripción que pone en boca de Pancho Villa del papel imperialista desempeñado por los españoles en México en contra de la revolución:
Nosotros los mexicanos hemos tenido trescientos años de experiencia con los españoles. No han cambiado en carácter desde los conquistadores. No les pedimos que mezclaran su sangre con la nuestra. Los hemos arrojado dos veces de México y permitido volver con los mismos derechos que los mexicanos; y han usado esos derechos para robarnos nuestra tierra, para hacer esclavo al pueblo y para tomar las armas contra la libertad. Apoyaron a Porfirio Díaz. Fueron perniciosamente activos en política. Fueron los españoles los que fraguaron el complot para llevar a Huerta al Palacio Nacional. Cuando Madero fue asesinado, los españoles celebraron banquetes jubilosos en todos los Estados de la República. Considero que somos muy generosos [con los españoles].
Reed no contempla la guerra y la revolución solamente a través de las batallas y la política, la reconstruye a través de un extenso campo de detalles que nos permiten ver más allá de lo que habitualmente nos enseñan los libros de historia o las películas. Describe, entre otras cosas, el país del general Urbina del que oye contar cosas como ésta: Es bueno para los asuntos del campo, que es tanto como decir que es un bandido y asaltante con mucho éxito [...] Hace pocos años era un peón igual que nosotros; ahora es un general y un hombre rico. En otra ocasión escucha las lamentaciones de un viejo campesino que ha perdido sus reses con las requisiciones de que no se haya enriquecido a pesar de ser un alto mando, pero al mismo tiempo, se siente orgulloso con su rectitud. De otro campesino explica: No olvidaré muy pronto el cuerpo famélico y los pies descalzos de un viejo con cara de santo que habló pausadamente así: ‘La revolución es buena. Cuando concluya no tendremos hambre, nunca, nunca si Dios es servido. Pero es larga y no tenemos alimentos que comer y ropas que ponernos. Porque el amo se ha ido lejos de la hacienda; no tenemos herramientas ni animales para trabajar y los soldados se llevan todo nuestro maíz y nuestro ganado’. La esclavitud que el pofirismo y después el huertismo impone a los peones o pelados queda perfectamente manifiesta en sus trabajos.
Pasa por una zona pacífica en la que sus habitantes no participan en el esfuerzo revolucionario. A su pregunta, ¿por qué no pelean los pacíficos? la respuesta es: Ellos no lo necesitan ahora. No tienen ni rifles ni caballos como nosotros. Están ganando, ¿y quién alimentará a las tropas si nosotros no sembramos? No señor. Pero si la revolución pierde, entonces no habrá más pacíficos. Nos levantaremos con nuestros cuchillos y nuestros látigos. Un médico, dedicado de pleno a sus menesteres le explica:
Esta revolución, recuérdelo, es una lucha del pobre contra el rico -reflexionó un momento y comenzó a desvestirse.
Mirando su mugrienta camiseta, el doctor me hizo el honor de expresar la única frase que sabía en inglés: ‘Tengo muchos piojos’.
La revolución mexicana fue, al mismo tiempo, una revolución democrática constitucional que encarna el liberal Francisco Madero, y una revolución social agraria contra los latifundistas que representan, cada uno a su manera, Pancho Villa y Emiliano Zapata.
Es también una revolución anticlerical A pesar de las consabidas excepciones, los curas toman partido por los señores. Reed asiste a una comida donde las palabras reaccionarias de un clérigo hace decir a uno de los viandantes: ¡La revolución tendrá que ajustar cuenta con los curas! Villa y Zapata los odian, confiscan sus bienes, propugnan la separación de la Iglesia y el Estado.
En 1916, la prensa norteamericana acusó a Villa de una serie de crímenes detrás de los cuales Reed y sus amigos vieron la mano del gran capital norteamericano que poseía grandes intereses en México. Reed ya famoso por su libro México insurgente volvió a defender de nuevo la revolución mexicana y confió a sus amigos que estaba dispuesto a reunirse con sus viejos camaradas en contra del ejército estadounidense.
En 1970 Paul Leduc rodó México insurgente en 16 mm. ampliada a 35 mm. que está considerada como una de las 25 mejores películas del cine mexicano.

Corresponsal en la guerra imperialista

Al iniciarse en 1914 la guerra imperialista en Europa fue enviado allá y visitó el frente en compañía del dibujante Boardman Robinson. Los dos estuvieron en los Balcanes y en Rusia, donde escribió La guerra en la Europa oriental (1916), ilustrada por Robinson.
Durante la guerra Reed volvió a demostrar la unión entre sus ideas revolucionarias y su capacidad de cronista. Su definición de lo que significa esta guerra es bastante contundente:
[Este] es un período de profunda desilusión, de amargo despecho, para quienes creímos que las naciones estaban llegando a la edad adulta, y que algún día los Estados Unidos del Mundo permitirían el florecimiento de algunas ideas maravillosas para la reconstrucción de la sociedad humana, en que la tierra sería prolífica como un campo de primavera. Y he aquí a las naciones lanzadas una a la garganta de la otra. Como perros y con tan poca razón. Estos caballeros militares nos presentan el sublime espectáculo de cada nación de Europa armada para defenderse contra todas las demás, de pánicos mutuos, malentendidos, espionaje y amenazas; y el arte, la industria, el comercio, la libertad individual, la vida misma, pagando impuestos para mantener monstruosas máquinas de muerte [...] En verdad, este militarismo es algo mucho más fuerte de lo que nunca imaginábamos. Ya no es una expresión del impulso humano primario de combate; es una ciencia, y los ejércitos de conscriptos europeos han impregnado de ella cada hogar. Es lo único que el hombre de la calle no pone en tela de juicio. La tácita aceptación de la necesidad de tremendos armamentos por parte de la burguesía europea, evasora de impuestos, hace del militarismo el hecho culminante de nuestro tiempo. Esta guerra parece ser la expresión suprema de la civilización europea.
De nuevo se lanzó al teatro de los acontecimientos para contar unos hechos sobre los cuales ya había tomado partido. Su desprecio contra ese fiero sentimiento irracional llamado patriotismo, no le impidió comprender que este sentimiento había impregnado, al menos en un primer estadio, el corazón de las masas y había emborrachado hasta a la socialdemocracia. En nombre de la patria y de la democracia, muchos de los escritores y artistas de su tiempo, muchos de sus amigos se enfangaron en esa vasta ciénaga de sentimiento bélico, de venganza, despecho, patriotismo en que se había convertido la civilización occidental. Salvo una minoría que representaron hombres como el internacionalista alemán Carlos Liebknecht -que Reed entrevistó en la clandestinidad- y el pacifista inglés Bertrand Rusell al que apoyó con estusiasmo-, el resto se había dejado llevar por un deseo que mataba todo lo bueno del hombre, su intelecto, sus sueños de amor y libertad, el arte y la literatura, y habían dejado paso a la barbarie.
Como periodista viajó por Europa y conoció directamente los horrores de la guerra. En Europa Oriental estuvo bastante tiempo y tuvo ocasión de relacionarse estrechamente con los rumanos, los servios y los rusos. Vio en ellos ciertos rasgos de sencillez y humanidad que había encontrado en los mexicanos, pero mientras estos últimos estaban imbuidos por sentimientos revolucionarios, los pueblos europeos se mostraban atraídos por los ideales reaccionarios que alimentaban la guerra. En Rusia estuvo de detenido durante dos semanas y fue seguido benévolamente por la Ojrana, la policía zarista. Se sintió fascinado por este gran país donde intuyó un fuego poderoso y destructor que opera en sus entrañas y se apercibió de que los revolucionarios rusos no eran diletantes sino auténticos profesionales.
Cuando el 2 de abril de 1917, el congreso votó a petición del pacifista Wilson a favor de la entrada de Estados Unidos en la guerra, acabó toda una época, lo mismo que había acabado en Europa. En nombre de los valores americanos se persiguió con saña a los progresistas. Los que habían apoyado aires renovadores como el de Rooselvelt -que por cierto, expresó personalmente su deseo de fusilar a Reed-, se convirtieron al patrioterismo. Los internacionalistas, los sindicalistas de la IWW, los intelectuales progresistas de The Masses fueron calumniados, perseguidos, multados, sus oficinas asaltadas, sus periódicos prohibidos y no pocos de ellos asesinados, linchados a la vieja usanza.
Muy joven John Reed había alcanzado la cumbre del del periodismo en los Estados Unidos. Se le reconocía como el mejor corresponsal de guerra, en el momento en que principiaba la lucha en Europa. Todos se lo disputaban, lo querían atraer por su nombre, por la calidad de sus relatos.
Pero no era ese su camino. De vuelta de Europa, se convirtió en uno de los dirigentes internacionalistas y escribió una y otra vez contra la guerra donde le dejaron publicar. Dijo con ironía que una regla segura de seguir es que hoy en día, cuando oigas a la gente hablar de ‘patriotismo’, no quites la mano de tu reloj. Pero más seriamente apuntó sobre los beneficiarios de la guerra, contra los grandes capitalistas y las grandes compañías, señalando nombres y apellidos de los manipuladores camuflados detrás de las asociaciones patrioteras. Explicó a los obreros que harían bien en darse cuenta de que su enemigo no es Alemania, ni Japón; su enemigo es ese 2 por ciento de Estados Unidos que posee el 60 por ciento de la riqueza nacional, esa banda de ‘patriotas’ sin escrúpulos que ya le han robado cuanto tenía y ahora planean hacerlo soldado para que les defienda el botín. Nosotros abogamos por que el trabajador prepare su defensa contra dicho enemigo. Esta es nuestra preparación.
Conoció entonces a Louise Bryant. El impacto que le causó se refleja en esta emocionada nota escrita pocos días después de su primer contacto: La presente va para decir, en lo principal, que me he enamorado de nuevo, y que creo haber hallado por fin a la mujer de mi vida. Ninguna certeza al respecto, desde luego. Ella no quiere. Es dos años menor que yo, indómita y recta, valiente, bella y graciosa a la vista. Amante de toda aventura del espíritu y la mente, realista con un precioso desdén del estatismo y la fijeza. Rehúsa atarse y atar [...] trabajó en publicidad, tuvo éxito, lo dejó en la cresta de la ola; estuvo cinco años en un diario, tuvo gran éxito, lo dejó al madurar y querer algo mejor. Y en este vacío espiritual, este suelo no fertilizado, ha crecido (no me imagino cómo) para ser una artista, una individualista rampante y gozosa, una poeta y una revolucionaria.
Esta mujer excepcional fue primordial en los años siguientes para Reed, que no exageraba en su descripción, aunque había nacido cuatro años antes de lo que le dijo. Amante del arte y de la revolución, difícilmente podría encontrar Reed alguien más parecida a él mismo. También trabajó en The Masses así como en la revista anarquista Blast, de Alexander Berkman.
Situado en contra de la corriente patriotera, Reed tuvo que enfrentarse con un contexto hostil. Hasta su madre le recriminó su actitud, pero él reafirmó una y otra vez que aquella no era su guerra, que de ser enrolado -no lo fue por su enfermedad del riñón- no pelearía, porque para él esta guerra significa una fea locura de chusma que crucifica a quienes dicen verdades, asfixia a los artistas, relega a la reforma, las revoluciones y el funcionamiento de las fuerzas sociales. En Estados Unidos, los ciudadanos que se oponen a la entrada de su país en la rebatiña europea son ya motejados de ‘traidores’, y a los que protestan contra la restricción de nuestros magros derechos de libre expresión se les llama ‘lunáticos peligrosos’ [...] Durante muchos años, este país va a ser la peor morada para los hombres libres.
En la primavera de 1917 comienza a escribir una autobiografía, que quedará inconclusa, titulada Casi treinta años, y establece el siguiente balance de su vida:
Tengo veintinueve años y sé que éste es el fin de una parte de mi vida, el fin de la juventud. A veces me parece que con él termina también la juventud del mundo; ciertamente la gran guerra nos ha hecho algo a todos. Pero es asimismo el principio de una nueva fase de la vida y el mundo en que vivimos está tan lleno de raudo cambio, color y sentido que apenas puedo evitar imaginarme las espléndidas y terribles posibilidades del tiempo por venir. Durante los últimos diez años he recorrido la tierra de un lado a otro empapándome de experiencia, lucha y amor, viendo y oyendo, probando cosas. He viajado por toda Europa, y a las fronteras de Oriente, a México, empeñado en aventuras; viendo hombres inmolados y quebrantados, victoriosos y risueños, hombres con visiones y hombres con sentido del humor. He mirado a la civilización cambiar y ensañarse, endulzarse a lo largo de mi vida, y he tratado de ayudar; y la he visto marchitarse y desmoronarse en el rojo estallido de la guerra [...] Aún no estoy del todo harto de mirar, pero llegaré a estarlo; eso lo sé. Mi vida futura no será lo que ha sido. Y por ello quiero detenerme un minuto, y ver hacia atrás, orientarme.

En la revolución de octubre

Las noticias de la revolución rusa llegan en este preciso momento de la vida de Reed. Superó con dificultades los problemas administrativos y confirmó los medios económicos necesarios.
Estuvo en Rusia entre setiembre de 1917 y febrero de 1918 viviendo, en el sentido pleno de la palabra, en el corazón de los acontecimientos. Sin perderse ningún acto importante, hablando con todos, Reed fue anotando sus impresiones en un cuaderno y más tarde pudo escribir su obra cumbre, Diez días que estremecieron al mundo, una auténtica obra maestra de periodismo revolucionario que durante algún tiempo fue manual escolar en Rusia.
El pensamiento de Reed evolucionó con la revolución. Deslumbrado por el extraordinario espectáculo de masas, distingue entre los primeros tiempos del régimen democrático, donde tanto la situación interior del país como la capacidad combativa de su ejército mejoró indudablemente, pese a la confusión propia de una gran revolución, que había dado inesperadamente la libertad a los ciento sesenta millones que formaban el pueblo más oprimido del mundo. No obstante, la ‘luna de miel’ duró poco. Las clases poseedoras querían una revolución política, que se limitase a despojar del poder al zar y entregárselo a ellas. Querían que Rusia fuese una república constitucional como Francia o Estados Unidos, o una monarquía constitucional, como Inglaterra. En cambio, las masas populares deseaban una auténtica democracia obrera y campesina. Para los socialistas, que se atenían al esquema de la revolución en dos etapas, una primera que tenía que ser burguesa y dirigida por la burguesía liberal y otra, que tendría lugar en otra época histórica y que sería de carácter socialista, y en su intervención se preocupaban más de respetar la dirección burguesa del proceso revolucionario abierto que de las tareas democráticas. Así pronto llegaron a decir que la revolución consta de dos actos: la destrucción del viejo régimen de vida y la construcción del nuevo. El primer acto se ha prolongado bastante. Hora es de pasar al segundo y hay que efectuarlo lo más rápido posible, pues un gran revolucionario decía: ‘Apresurémonos, amigos míos, a terminar la revolución. Quien hace la revolución demasiado larga no saborea sus frutos’.
Desde el primer momento, Reed se identifica con el pueblo revolucionario y con los bolcheviques. La burguesía
sobre todo la extranjera- [no puede] comprender las ideas que mueven a las masas rusas. Resulta muy difícil decir que no tienen sentido del patriotismo, el deber, el honor; que no se someten a la disciplina ni aprecian los privilegios de la democracia; que en suma son incapaces de gobernarse.
Pero en Rusia todos estos atributos del Estado demócratico burgués han sido reemplazados por una nueva ideología.
Hay patriotismo, pero es la fidelidad a la hermandad internacional de la clase trabajadora; hay deber, y por él se muere alegremente, pero es el deber hacia la causa revolucionaria; hay honor, pero es una nueva especie de honor, basada en la dignidad de la vida humana y la felicidad y no en lo que una imaginaria aristocracia de sangre y riqueza ha decretado apto para sus ‘caballeros’; hay disciplina: disciplina revolucionaria [...] y las masas rusas se muestran capaces no sólo de gobernarse, sino de inventar toda una nueva forma de civilización.
Comprobó cómo la burguesía liberal temía más a la revolución y al pueblo que a ninguna otra cosa y cómo apoyó a Kornilov, y cómo las posiciones de los socialistas moderados se basaba en el apoyo a una clase social que se oponía a las libertades democráticas.
Reed contempla el proceso revolucionario como algo natural:
Si me preguntaran qué considero lo más característico de la revolución rusa, diría: la vasta sencillez de sus procesos. Como la vida rusa que describen Tolstoi y Chejov, como el curso mismo de la historia rusa, la revolución parecía dotada de la paciente inevitabilidad de la savia que asciende en primavera, de las mareas oceánicas.
La revolución francesa, en sus causas y su arquitectura, siempre me ha parecido esencialmente un asunto humano, criatura del intelecto, teatral; la revolución rusa, en cambio, es como una fuerza de la naturaleza.
Refiriéndose al carácter hablador de las masas durante 1789, afirmó que aquello no era nada comprado con 1917 donde las masas hablaban por los codos. En todas partes, entre la tropa, en la calle, en los teatros, en los actos, Reed encontraba el detalle, el comentario, que reflejaban la actitud de las distintas clases sociales, de las opuestas posiciones políticas. También describió con gran vigor a los principales actores, y a los hombres y mujeres anónimos que empujaron la rueda de la historia. Magistral en su retrato de Lenin:
Eran exactamente las 8'40 cuando una atronadora ola de aclamaciones y aplausos anunció la entrada de la presidencia y de Lenin -el gran Lenín- con ella.
Era un hombre bajito y fornido, de gran calva y cabeza abombada sobre robusto cuello. Ojos pequeños, nariz grande, boca ancha y noble, mentón saliente, afeitado, pero ya asomaba la barbita tan conocida en el pasado y en el futuro. Traje bastante usado, pantalones un poco largos para su talla. Nada que recordase a un ídolo de las multitudes, sencillo, amado y respetado como tal vez lo hayan sido muy pocos dirigentes en la historia. Líder que gozaba de suma popularidad -y líder merced exclusivamente a su intelecto- ajeno a toda afectación, no se dejaba llevar por la corriente, firme, inflexible, sin apasionamientos efectistas, pero con una poderosa capacidad para explicar las ideas más complicadas con las palabras más sencillas y hacer un profundo análisis de la situación concreta en el que se conjugaba la sagaz flexibilidad y la mayor audacia intelectual.
Reed tuvo ocasión de comprobar personalmente la extrema modestia de Lenin, su aversión a toda mistificación, cuando con ocasión de uno de los Congresos de la Internacional Comunista, intentó, junto con otros congresistas, levantarlo y vitorearlo; Lenin se enfadó y los obligó a declinar el empeño.
En su obra, estructurada como una obra dramática, no oculta su toma de posición. Este gesto fue entendido hasta por sus críticos y adversarios, porque comprendieron que en una obra histórica como en una obra de arte -y los Diez días son ambas cosas-, la sinceridad es más importante que la falsa objetividad. No oculta tampoco su admiración por los soviets en los que distingue una forma de democracia muy superior a la que conocía en su propio país. Tampoco esconde su admiración por los bolcheviques: Los bolcheviques -dice en el prólogo de su libro- a mi modo de ver, no son una fuerza destructora, sino el único partido en Rusia que posee un programa constructivo y con suficiente poder para llevarlo a la práctica. Si en aquel momento -en Octubre-, para mí no cabe la menor duda de que ya en diciembre los ejércitos de la Alemania imperial habrían entrado en Petrogrado y Moscú, Rusia habría caído de nuevo bajo el yugo de cualquier zar. En contra de los que los tachan de aventureros, afirma que la insurrección sí, fue una aventura y por cierto una de las aventuras más sorprendentes a que se ha arriesgado la más la humanidad, una aventura que irrumpió como una tempestad en la historia al frente de las masas trabajadoras y lo puso todo a una cara en aras de la satisfacción de sus inmediatas y grandes aspiraciones.
Para la edición norteamericana de la obra, Lenin escribió en 1919 el siguiente prólogo:
Después de leer con vivísimo interés y profunda atención el libro de John Reed Diez días que estremecieron al mundo, recomiendo esta obra con toda el alma a los obreros de todos los países. Yo quisiera ver este libro difundido en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas, pues ofrece una exposición veraz y escrita con extraordinaria viveza de acontecimientos de gran importancia para comprender lo que es la revolución proletaria, lo que es la dictadura del proletariado. Estas cuestiones son ampliamente discutidas en la actualidad, pero antes de aceptar o rechazar estas ideas es preciso comprender toda la trascendencia de la decisión que se toma. El libro de John Reed ayudará sin duda a esclarecer esta cuestión, que es el problema fundamental del movimiento obrero mundial.
Tras la muerte de Reed, Nadia Krupskaia, la mujer de Lenin, escribió el siguiente prólogo para la edición rusa:
‘Diez días que estremecieron al mundo’, así tituló John Reed su magnífico libro. En él se describen con extraordinaria brillantez y vigor los primeros días de la Revolución de Octubre. No es una simple relación de hechos ni una recopilación de documentos: es una serie de escenas vivas, tan típicas que cada uno de los participantes de la revolución recordará escenas análogas de las cuales fue testigo. Todos estos cuadros, tomados de la vida, transmiten mejor que nada el estado de ánimo de las masas, estado de ánimo sobre el fondo del cual se comprende mejor cada acto de la Gran Revolución.
Parece raro a primera vista cómo pudo escribir este libro un extranjero un norteamericano que no conocía la lengua del pueblo ni sus costumbres [...] Aparentemente debería incurrir a cada paso en cómicos errores. deberían pasársele muchas cosas esenciales.
Los extranjeros escriben de otra manera acerca de la Rusia Soviética. O no comprenden en absoluto los acontecimientos consumados o toman hechos aislados, no siempre típicos, y los generalizan.
Cierto, fueron poquísimos los testigos de la revolución. John Reed no fue un observador indiferente, era un apasionado revolucionario, un comunista que comprendía el sentido de los acontecimientos, el sentido de la gran lucha. Esta comprensión le dio la perspicacia sin la cual no se habría podido escribir un libro así.
Los rusos también escriben de otro modo acerca de la Revolución de Octubre: la enjuician o describen los episodios en que han tomado parte. El libro de Reed ofrece un cuadro general de una auténtica revolución de las masas populares y por eso tendrá gran importancia, particularmente para la juventud, para las futuras generaciones, para aquellos que considerarán la Revolución de Octubre va como historia. El libro de Reed es, en cierto modo, una epopeya.
Algunos de los momentos culminantes de la revolución quedaron inmortalizados en su obra, como la votación a favor de la paz que consiguió, tras un tenso debate, la unanimidad. Reed escribe:
Un impulso inesperado y espontáneo nos levantó a todos de pie y nuestra unanimidad se tradujo en los acordes armoniosos y emocionantes de La Internacional. Un soldado viejo y canoso lloraba como un niño.
Alejandra Kolontai se limpió a hurtadillas una lágrima. El potente himno inundó la sala, atravesó ventanas y puertas y voló al cielo sereno. ¡Es el fin de la guerra! ¡Es el fin de la guerra! decía sonriendo alegremente mi vecino, un joven obrero. Cuando terminamos de cantar La Internacional y guardábamos un embarazoso silencio, una voz gritó desde las filas traseras: ‘¡Compañeros! ¡Recordemos a los que cayeron por la libertad!’ Y entonamos la Marcha Fúnebre, lenta y melancólica que es también un canto triunfal, profundamente ruso y conmovedor. Porque La Internacional, al fin y al cabo, es un himno creado en otro país. La Marcha Fúnebre ponía al desnudo todo el alma de las masas oprimidas, cuyos delegados estaban reunidos en aquella sala, construyendo con sus vagas visiones la nueva Rusia y tal vez algo más grande.
El internacionalismo era algo que formaba parte inseparable de la revolución rusa. Había que construir el socialismo en un país atrasado, de mayoría campesina y destrozado por la guerra, cercado internacionalmente. De ahí que, cuando todavía no había concluido totalmente la guerra civil, los bolcheviques pusieron en marcha su idea la III Internacional, idea que habían alimentado junto con otros internacionalistas desde 1914. Uno de los primeros delegados naturales de esta idea fue John Reed.
Como la embajada norteamericana le ponía toda clase de inconvenientes para volver a su país, fue nombrado cónsul de la República Rusa en Nueva York, pero no fue necesario. Pudo llegar -tras ser detenido en Cristiana- a Manhattan el 28 de abril de 1918. Desde entonces puso todo su empeño en contrarrestar la campaña antibolchevique. La gran prensa y los grandes intereses, hablaban de todo lo que suele hablar la reacción cuando se trata de acontecimientos revolucionarios: les atribuye falsamente todos los crímenes que el terror blanco suele cometer, asesinatos en masa, violaciones, destrucción de ciudades...

Fundador del Partido Comunista de Estados Unidos

Reed volvió a multiplicar sus actividades, escribiendo artículos y hablando en conferencias. En octubre de 1918 escribe varios de sus mejores artículos en El Libertador, una revista nortemericana de carácter revolucionario, fundó y dirigió La voz del trabajo, y participó también en las redacciones de La edad revolucionaria y El comunista.
Por aquel entonces visitó a Gene Debs, el noble dirigente del movimiento obrero norteamericano. Éste se encontraba ya bastante viejo, pero le expresó a Reed todo su apoyo a la revolución. La antorcha había cambiado de manos. Reed había pasado a ser un dirigente revolucionario, y se convirtió en uno de los objetivos de la policía. La represión que se abatió contra los progresistas y los wobblies fueron otra vez severamente juzgados, y hasta el viejo Debs volvió a ser condenado a diez años de prisión por sus declaraciones internacionalistas. La burguesía comenzó a temer una tentativa revolucionaría, sobre todo cuando tras la guerra, Europa conoció grandes jornadas revolucionarias; en Estados Unidos tuvo lugar la primera huelga general de su historia y llegaron a aparecer tentativas soviéticas en Portland.
Al igual que ocurrió en otros sitios, en Estados Unidos el comunismo nació dividido en dos partidos porque, aunque hasta aquel momento Reed había sido hostil hacia el partido socialista, al que consideraba reformista, se volvió hacia él, tratando de cambiarlo desde dentro. El partido había ganado un fuerte apoyo electoral como consecuencia del agitado período y por las esperanzas suscitadas por la revolución rusa. Sin embargo, Reed criticó a la fracción procomunista que prescindió de dar la batalla en el interior de la socialdemocracia, por lo que pronto se convirtió en la principal figura del ala izquierda de ésta, donde trabajó por convertir al Partido Soscialista en la vanguardia de la clase trabajadora.
Abogó por una nueva formación política ligada a la Internacional Comunista, producto de la unión entre los mejores socialistas y los wobblies. Explicó cómo los bolcheviques, que eran una secta a principios de 1917 habían logrado protagonizar y culminar un proceso revolucionario.
Sin embargo, Reed no pudo triunfar porque era imposible cambiar al viejo partido desde dentro. Dos factores de gran importancia lo impidieron: el primero fue la descomunal represión que destrozó federaciones enteras de un partido que no estaba acostumbrado a soportar tamañas embestidas, y el segundo fue el propio aparato del partido, la fracción reaccionaria que no titubeó en desmontar federaciones enteras, en expulsar a dirigentes significativos para conseguir una mayoría que de otra manera no hubiera conseguido.
En desacuerdo con los primeros fundadores, Reed proclamó el Partido Comunista Obrero, que se desarrolló en solitario y que trató de aplicar las líneas maestras del bolchevismo a la psicología de la clase obrera norteamericana. Más tarde, gracias a la Internacional Comunista, los dos partidos se unificaron en uno solo.

Caza de brujas contra Reed

Cuando una comisión del Senado se dedicó a hacer un informe contra el bolchevismo basándose en las más absurdas patrañas, Reed y Louise Bryant, que había estado con él en Rusia y que escribió otro libro sobre el tema, Seis meses en la Rusia roja, se aprestaron voluntariamente a declarar. El clima creado por los senadores era tal que Louise explotó y les dijo: Parece que me están juzgando por brujería.
Reed compareció la tarde siguiente, en medio de una tempestad periodística de calumnias, falsedades e intoxicaciones, por lo demás característica de la prensa estadounidense desde entonces. La democracia burguesa, declaró ante el Senado, no es más que una democracia superficial donde el verdadero poder está en manos de los grandes intereses que manipulan a su antojo la vida electoral, y llamó a los trabajadores a abandonar sus ilusiones en un sistema que los explotaba. La misión de los comunistas era demostrar que la democracia política es una farsa. Sabiendo lo duro que significaba para sus compatriotas el término dictadura del proletariado, habló de los terribles dolores de parto que traería al mundo la comunidad socialista.
En todos sus escritos políticos Reed mostró una especial sensibilidad por el arte y por el papel de los artistas en la revolución. Creía que en la nueva sociedad, los artistas pasarían a ser honrados y apoyados y los productos de su genio serían propiedad de todo el mundo. Cuando volvió a Rusia, una de las cosas que más le impresionó fue el extraordinario desarrollo de la actividad cultural y artística en un país asolado por los desastres.

En el II Congreso de la Internacional Comunista

A finales de 1919 volvió de nuevo a Rusia y encontró que las condiciones se habían endurecido extremadamente: entre 1919 y 1920 murieron cerca de nueve millones de personas por la guerra civil y el cerco imperialista. Se entrevistó con Lenin y conoció a Maiakovski.
Pero sobre todo viajó por el país con credenciales del Partido bolchevique en las condiciones más arriesgadas y difíciles, entrevistando a campesinos y mineros, compartiendo el frío, el hambre y la miseria de la población, enfundado en su largo abrigo y gorro de piel. Ninguno de los extranjeros que llegaron a Rusia en esos primeros años vió y conoció tanto sobre las condiciones de vida del pueblo durante ese verano y primavera de 1920. Sensible a toda forma de iniquidad e injusticia, regresaban de sus viajes con relatos que partían el alma del oyente.
Con los obreros y campesinos hablaba como representante del comunismo de su país y fue nombrado miembro del Comité Ejecutivo de la III Internacional.
Cuando intentaba retornar a Estados Unidos fue detenido en Helsinki con un minúsculo cargamento de diamantes con los que la Internacional quería ayudar al incipiente comunismo americano. Detenido y confinado en una lóbrega mazmorra, Reed cayó gravemente enfermo. Sus eternos enemigos, los funcionarios de las embajadas americanas que ya le habían puesto obstáculos en otros viajes suyos, hicieron todo lo posible para evitar que pudiera regresar a su tierra. Tuvo que volver a Rusia donde participó activamente en el II Congreso de la Internacional Comunista como delegado norteamericano.
Al Congreso aportó Reed una tesis sobre la opresión racial de los negros, que suponía uno de los primeros textos marxistas sobre la cuestión. Cuando se trató la cuestión sindical y la mayoría argumentó a favor de trabajar en el seno de los sindicatos reformistas en contra de la minoría que era o bien antisindicalista o bien defendían la creación de sindicatos revolucionarios independientes, Reed se sintió afectado exclusivamente en lo que se refería al trabajo en el seno de la AFL. Desde siempre había admirado a la IWW y despreciado el sindicalismo ultrarreformista de la AFL. Su polémica al respecto con Radek y Zinoviev fue agria y desagradable, pero finalmente aceptó el criterio mayoritario.
También intervino en el Congreso de los Pueblos Oprimidos en Bakú, donde asistieron un importante grupo de nacionalistas de países colonizados. Disconforme con la posición demagógica de Zinoviev que trató de diluir las diferencias políticas existentes, Reed habló sobre lo que significaba Estados Unidos dentro de la cadena imperialista y del papel que tendrían que jugar los comunistas desde dentro de las entrañas del monstruo.
Cuando Louise lo encuentra al regresar de Bakú en el mes de setiembre, era ya un moribundo. Los médicos diagnosticaron una fuerte gripe, pero después no dudaron que se trataba de tifus. El día 17 de setiembre, con sólo 32 años, falleció y el 23 fue enterrado en medio de grandes honores. Dirigentes bolcheviques como Nicolás Bujarin y Alejandra Kolontai pronunciaron sendos discursos en su honor. Fue enterrado en las murallas del Kremlin como un héroe de la revolución de octubre, porque como escribió Nadia Krupskaia en el prólogo a la traducción rusa de Diez días que estremecieron al mundo:
John Reed se unió por entero a la revolución rusa. Amaba y quería a la Rusia Soviética. En ella sucumbió del tifus y está sepultado al pie de la Muralla Roja. Quien describió el sepelio de los caldos de la revolución, como lo hizo John Reed, es digno de este honor.
La imagen de Reed, un personaje de la cultura y la política norteamericana identificado con la revolución rusa, ha sido una espina clavada en el corazón del imperialismo norteamericano. Fue uno de los grandes comunistas de su tiempo, una de las cumbres del periodismo revolucionario, y como tal, su nombre puede inscribirse entre aquellos que lucharon por el comunismo con toda su gigantesca alma, hasta el final de sus días.

Obras de John Reed en castellano:

— El libro Diez días que estremecieron al mundo fue reeditado en 2001 por Ediciones Hiru de San Sebastián, pero también se puede obtener en la Editorial Porrúa de México, en la Editorial Akal de Madrid y en la Editorial Txalaparta, 2005
— México insurgente, Sarpe, Madrid, 1985; pero también se puede obtener en la Editorial Ariel, Madrid, 1971, en la Editorial Txalaparta, 2005, y en México en la Editorial Porrúa y en Ediciones de Cultura Popular, 1974
— Relatos de John Reed, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978
— La guerra en europa oriental, Ediciones Curso, Barcelona, 1998 y Editorial Txalaparta, 2005
— Estampas revolucionarias, Editorial Hacer, Barcelona, 1982
— Hija de la revolución y otras narraciones, Fondo de Cultura Económica, México 1972 y Editorial Txalaparta, 2005
— Hija de la revolución, Ediciones Hoy, 1931 y Editorial Txalaparta, 2005
— Robert A. Rosentone: John Reed. Un revolucionario romántico, Era, México, 1979.