sábado, octubre 31, 2015

Robert Conquest o el anticomunismo como pasión



Entre los sovietólogos más destacados del “mundo libre” se encontraba Robert Conquest (1917-2015), fallecido el pasado agosto. Lo primero que a uno se le ocurre al repesar su obituario es que no se le menciona entre los “halcones” que apoyaron el ecocidio del Vietnam, a las bombas que en nombre del “mundo libre” aniquilaron a millones de vietnamitas sin nombre, lo segundo es que sí este “mundo libre” resultaba a todas luces una falacia, no menos falso era el “comunismo” que Robert describía siguiendo los pesos y medidas de un Occidente libre de toda sospecha. Detalles sin mayor importancia si nos atenemos a las lecturas que de su obra realizó Martín Amis…
Militante comunista universitario, a Robert Conquest se le cayó el “comunismo” encima cuando en 1937 visitó Moscú durante un episodio particularmente ilustrativo, los grandes procesos de 1937, o sea, justo cuando Stalin que había presidido la camarilla de advenedizo que se había apoderado del aparato del PCUS en un contexto de agotamiento social. La estancia en Bulgaria al final de la guerra, siendo testigo del establecimiento de la “democracia popular”, llevó a Conquest a ultimar viraje hacia el anticomunismo cuya intensidad se agudizará con el paso del tiempo. Al igual que los propios estalinistas de “buena fe”, Conquest se mostró incapaz de distinguir entre el nombre y la cosa, obrando como alguien que confundía el cristianismo con la Inquisición o con el franquismo, que no hubiera sabido diferenciar entre la democracia de Abraham Lincoln y la los neocons en los que, por cierto, llegó a ser un autor admirado con la devoción demostrada por Martín Amis en su novela sobre Koba Stalin.
Personalmente todavía conservo una edición de El gran terror; las purgas estalinianas de los años treinta (1968), que por estos lares publicó Luís de Caralt, una editorial adicta que publicaba de todo, desde alegatos pronazis hasta denuncias del estalinismo de la categoría de La noche quedó atrás, de Jan Valtin o El caso Tulaev, de Victor Serge, con las que nos nutrimos no pocos jóvenes que admirábamos la base militante obrera y comunista pero que ya no nos creíamos las cúpulas partidarios, sobre todo en Santiago Carrillo y su antigua corte de antiguos “Jóvenes socialistas” que se empeñaban en que había una línea recta entre Lenin y ellos. Que ahora olvidaban a Stalin como había hecho Dolores Ibárruri en una historia de la revolución de 1917 publicada en 1967 y en la que ni se menciona a éste, al tipo al que un personaje de la categoría moral de Felipe González atribuye la “invenció” del “derecho de autodeterminación” delante de una platea habituada a las mayores mentiras.
Hablando de diferencias, convendrá distinguir al joven idealista de los años treinta del que después trabajó para el servicio de espionaje británico, desarrolló una investigación sesgada al servicio de lo que los líderes del “mundo libre” querían escuchar, dio su apoyo a las actuaciones del imperio en el Sudeste asiático y después de transitar por la derecha laborista, se deslizó hacia la extrema derecha de Margaret Thatcher, aquella que decía que la colectividad no existe, existen los individuos o sea, los vencedores. En terreno académico, las últimas décadas del siglo XX contemplaron su consagración como director del Instituto Hoover en la Universidad de Stanford. En 2005 George Bush Jr. le impuso la Medalla presidencial de la Libertad, algo que antes se labia concedido a otro renegado, a James Burham y que solamente se otorgaba a aquellos que no querían ver la viga en el ojo propio.
En su larga trayectoria, Conquest nunca ocultó sui odio contra historiadores de la estirpe de E.H. Carr, Isaac Deutscher, Eric J. Hobsbawan o Stephen Cohen por cuantos estos nunca olvidaron el abismo que existía entre la revolución que reconocía el derecho de autodeterminación de los pueblos, derecho que reconocieron sin reservas (algo que el gobierno provisional jamás aceptó), y la contrarrevolución burocrática que anteponía el “internacionalismo proletario” como medida para regresar a los tiempos en los que Rusia era una “cárcel de pueblos”. Esta animadversión era extensible a Trotsky al que Conquest –como toda su escuela- condena como un Stalin frustrados en unas líneas de clara procedencia ideológica –no puede ser de otra manera-, de manera que todo el aparato documental empleado queda en este caso reducido a eso…a una mera afirmación. Esta total falta de escrúpulo, lejos de crearle problemas con los medios, se convirtió en credo en diarios, revistas o documentales. Alguien que argumentara en sentido contrario era vetado en todos estos medios que había convertido esta miserable sentencia en ley.
Desde esta premisa no hay que decir que la versión revisada de El Gran Terror (1990) incorporó los frutos de una abundante sovietología, con correcciones en cuanto al número de víctimas, temática que amplió en Cosecha de dolor, de 1986, sobre el genocidio puesto en práctica por Stalin sobre Ucrania, el holodomor, donde Conquest parte de la visión ofrecida por Raphaël Lemkin treinta años antes en sus escritos sobre el tema…Una historia que omite un dato primordial: el que explica la revolución de Octubre como prólogo de una revolución internacional que no pudo consumirse –sobre todo gracias a la derecha socialdemócrata alemana-, que dejó a la joven República aislada, de hecho al borde del abismo socioeconómico con una guerra civil auspiciada y alentada por 21 naciones presididas por el Reino Unido y Francia. Sí hay que buscar los orígenes del estalinismo hay que buscar ahí, así como en la cultura zarista heredada y que no pudo ser reemplazada por una clase obrera que acabó siendo diezmada en el curso de la citada guerra.
Al contrario que Carro Deutscher, Conquest se limita a estudiar el “gran terror” estalinista, sin considerar antecedentes ni ofrecer constataciones. Se erige en una fiscal de la historia en la que el Imperio del Mal resulta en la otra cara (necesaria) del Imperio del Bien y en esa estamos. Chicos no intentéis cambiar el mundo porque será peor, porque detrás de Chávez, Corbyn, Sanders, el Bloque o de Podemos está la sombra de Koba y del totalitarismo.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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