
Este martes 2 de abril comienza el anunciado encuentro del grupo de países reunidos en torno al logo del G-20.
Es una cumbre económica que enfrenta un clima global de exasperación y desaliento por el fracaso de políticas económicas que todavía encuentran eco en un escenario político global, todavía marcado por el neoconservadurismo que las implantó.
Si se observa el equilibrio de fuerzas en los participantes, el tibio progresismo que se atisba en el liderazgo de algunas naciones es relativo, o está contenido por la avasallante impronta neoconservadora de 30 años de dominio casi absoluto de las políticas económicas, y por qué no de la política a escala mundial.
Por la agenda, pareciera que el neoconservadurismo no cede. El evento, por la documentación oficial se remitiría a reimpulsar la estabilidad financiera, el crecimiento económico y el empleo bajo los mismos parámetros o políticas económicas de desarrollo que llevaron al actual descalabro. En este sentido es el mismo relato de hace tres décadas aproximadamente, solo que la diferencia están en la crisis más aguda desde la recesión disparada en 1929.
El punto clave de la reunión es restablecer los patrones de crecimiento económico global, a través de tres compromisos: estabilizar los mercados financieros, y posibilitar que las personas y las empresas enfrenten la recesión; reformar y fortalecer el sistema financiero y económico global para recuperar la confianza y la credibilidad institucional.
El G-20 en su origen estrictamente es un encuentro de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales, que se ha ampliado por la emergencia a los jefes de estado de turno. Su inicio data del 15 de diciembre de 1999, en Alemania, como respuesta a la crisis financiera de entonces, y la presión de las economías emergentes para establecer una plataforma de negociaciones más compartida y equilibrada. El continuo fracaso de las conversaciones en la Organización Mundial de Comercio aceleró la idea de esta especie de cumbre de los administradores de las políticas económicas.
Probablemente hay mucho por discutir y poco por hacer, porque lo por hacer en serio y de verdad se reduce al campo de la política, donde muy pocos están dispuestos a ceder terreno o cambiar las reglas de juego.
En algún sentido la reunión podría transformarse en otra catarsis internacional, porque realizar los cambios estructurales indispensables para detener la continua destrucción del capital productivo desde la adopción del ajuste estructural a la economía mundial en la década de los 80, está fuera de la discusión.
Tomando en cuenta la mayoría de los líderes que participan, se trata de una reunión de “los colgados” que acuden a plantear como sacar el cuello de la soga.
En las excepciones destaca Barack Obama porque en la práctica es el único mandatario de las potencias que no ha participado en la formulación o mantención de las actuales políticas económicas. Todo el resto forma parte del relato, y algunos son precisamente parte del problema.
El carismático líder de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva, podría ser otra excepción por el demostrado interés en equilibrar el campo de las negociaciones. Sin embargo sobre su gigantesca nación cae la densa estela de la presión de un tradicional neoconservadurismo económico, y la espesa ambición de consolidarse como potencia a la estatura de India, haciendo de Brasil lo imprevisible casi por antonomasia, independiente de la estatura de su actual líder.
Las declaraciones previas de algunos líderes no son inocuas. Algunas apuntan a la especificidad, “que se evite a toda costa el proteccionismo comercial”, (Gordon Brown). O aquella ampliando la mirada, “que se abra una nueva era de cooperación entre los países”, (Vice Premier Chino Wang). Existe un velado reclamo en la aspiración china, así como hay una insistencia en no desmantelar las reglas del juego del libre comercio –uno de los ejes del ajuste de la economía de los años 80. De alguna forma, la visión de una nueva cooperación – término que se presta a distorsión- no ensambla con el criterio de libre comercio amparado por la desregulación a destajo.
Se espera mucho de la participación del nuevo presidente de EEUU Barack Obama y que de alguna forma con su liderazgo y discurso en EEUU, deje una impronta para llevar adelante una suerte de nuevo contrato socioeconómico global. Obama ha tenido una implacable oposición del neoconservadurismo interna y externa a EEUU. Por las ambiguas y a veces regresivas medidas tomadas en Europa, especialmente en Alemania, Francia, e Italia, el impacto del neoconservadurismo pareciera haber dejado allí una huella más profunda.
Una variada gama de opiniones señalan que EEUU después de la debacle económica del actual modus operandi del sistema, no tiene mucho que propagar. De hecho el discurso del Vicepresidente Joseph Biden en la reciente reunión internacional sobre el progresismo en Chile, dejó vislumbrar que EEUU “no está para entregar recomendaciones”, sino que él cuenta lo que se está haciendo en EEUU.
Pues bien, precisamente es en EEUU donde se están tomando las medidas más audaces para salir de la situación de una economía no sustentable, que no es más que producto de la exacerbación del ajuste estructural aplicado en la década de los años 80, con sus tres ejes fundamentales: privatización a ultranza de los servicios públicos y los recursos estratégicos; desregulación al límite de lo permisivo; y apertura de mercados, también con mínimo control.
A 25 a 30 años de la aplicación del ajuste, es cuando se palpa el impacto más profundo de las políticas de los años 80, que descontrolaron al capital especulativo y que terminaron destruyendo la consistencia mínima del capital productivo.
En uno de sus discursos por la aprobación del presupuesto, Barack Obama reforzaba la idea del “cambio cultural y el inicio de una era centrada en el valor del trabajo”. Por la practicidad de los requerimientos de la crisis, tal vez sea impropio aspirar a que la filosofía política penetre en esta reunión en Londres.
Una persona ligada al mundo sindical en EEUU, advertía de la ingenuidad en esperar demasiado de la oportunidad que ha abierto Barack Obama con su insistencia en trabajar los problemas con la intermediación, y estrategias mixtas fortaleciendo la base de los compromisos sin alienar y confrontar. Pensé en el indispensable atributo de la ingenuidad, cuando mucho de lo que se ve parece tan precario.
Foto: Gran Bretaña – La delegación norteamericana encabezada por el presidente Barack Obama en reunión con los anfitriones de la próxima cumbre del G20. / Autor: Chuck Kennedy – White House
Juan Francisco Coloane (especial para ARGENPRESS.info)
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