El reciente fallecimiento de uno de los sociólogos estadounidenses más destacados, el profesor de Harvard Daniel Bell, y los grandes elogios expresados en las necrológicas que le han dedicado ponen de relieve la importancia de la utilidad ideológica por encima del rigor científico. Ejemplo típico de los medios de comunicación de masas y sus hagiografías es la necrológica que publicó el Financial Times (1), en la que afirmaba que "pocos hombres tienen el don de mirar hacia el futuro, pero Daniel Bell (...) era uno de ellos (...) con una precisión asombrosa". Más adelante, el mismo artículo laudatorio anunciaba que "pocos pensadores de la segunda mitad del siglo XX lograron captar los cambios sociales y culturales de la época con tanta amplitud y tanto detalle como Bell." Sin duda hay algunas razones importantes para que Bell reciba tan efusivas alabanzas, pero ciertamente ninguna de ellas es su comprensión de los cambios políticos, económicos e ideológicos que tuvieron lugar en Estados Unidos durante su vida intelectual.
El examen y el análisis de sus principales escritos revelan una “asombrosa” tendencia al error de base en sus análisis de la evolución ideológica y los rasgos fundamentales de la economía de EE.UU., su estructura de clases y su propensión a la guerra permanente y la profundización de la crisis económica.
Uno de los primeros y más influyentes libros de Bell, The End of Ideology (1960) (2), afirmaba que EE.UU. estaba entrando en un período en el que la ideología estaba desapareciendo como fuerza motriz de la acción política. Según su análisis, el pragmatismo, el consenso y el declive del conflicto social y de clases caracterizarían el futuro de la política estadounidense. The End of Ideology se publicó en una década en que la sociedad norteamericana se vio desgarrada por los movimientos antibelicistas y antiimperialistas, contempló la salida anticipada de un presidente de EE.UU. (Johnson) y tuvo a decenas de miles de sus soldados paralizados e inmovilizados en Indochina, lo que condujo a una movilización popular masiva en el país y erosionó cualquier idea de consenso político. Durante esta misma década, en cientos de ciudades del país estallaron importantes levantamientos urbanos y movimientos sociales afroamericanos, que produjeron en muchos casos enfrentamientos violentos y una fuerte represión por la Guardia Nacional y la policía, lejos de la construcción de cualquier tipo de "consenso". Las ideologías florecieron, entre otras el Black Power, el marxismo en muchas de sus formas, las diversas variantes de democracia participativa de la Nueva Izquierda, el feminismo y el ecologismo. En lugar de reflexionar sobre estas realidades de la década y replantearse sus equivocadas profecías, Bell, refugiado en las universidades de Columbia y más tarde (1969) Harvard, simplemente se burló de los protagonistas de las nuevas ideologías y los nuevos movimientos sociales. El renacimiento de la ideología como guía o justificación de la acción política no se limitó en absoluto a la izquierda y los movimientos ambientalistas: la estridente derecha de Ronald Reagan, con su ideológica neoliberal y neoconservadora, surgió hasta llegar a dominar la política en la década de 1980, redefiniendo el papel del Estado, protagonizando un asalto a gran escala sobre el estado del bienestar y la regulación empresarial, y justificando un resurgimiento masivo del militarismo.
Nunca un científico social ha interpretado tan erróneamente su momento histórico, ni ha hecho predicciones tan miopes que hayan sido refutadas en un plazo tan breve. Esta colosal desconexión con la realidad no impidió a Bell publicar un nuevo título con nuevas profecías: The Coming of Post Industrial Society (3). En él, Bell sostuvo que la lucha de clases y la actividad industrial estaban siendo reemplazadas por una nueva economía de servicios basada en los sistemas de información y en nuevos principios innovadores, nuevos modos de organización social y una nueva clase social. Llegó a argumentar que la lucha de clases estaba siendo reemplazada por una meritocracia basada en la educación y por políticas basadas en el interés individual.
Un vistazo siquiera superficial a la época nos revela que fue un momento de intensificación de la lucha de clases –esta vez desde arriba en vez de desde abajo– que supuso un violento y exitoso ataque de carácter político de los gobiernos de Reagan y las grandes corporaciones contra los derechos de los trabajadores, con despidos masivos y encarcelamiento de los controladores aéreos en huelga, además del inicio de una campaña nacional para hacer retroceder los salarios y la protección del empleo en las industrias del automóvil, el acero y otras industrias claves.
En segundo lugar, el relativo declive de la manufactura industrial y el surgimiento de la industria de servicios no se tradujo en el crecimiento de empleos de cuello blanco mejor pagados para los hijos de los obreros industriales desplazados: la gran mayoría de los nuevos trabajadores de servicios estaban mal pagados (con ingresos 60% inferiores a los de los trabajadores industriales sindicalizados) y encuadrados en trabajos manuales de baja categoría.
Lo que Bell calificó de sociedad postindustrial del conocimiento fue, de hecho, el predominio cada vez mayor del capitalismo financiero, que pudo definir cada vez más la utilización y las funciones principales de los sistemas de información: el desarrollo de nuevos softwares diseñados para los instrumentos financieros especulativos. En lugar del mérito como base de la movilidad social, especialmente en la franja social superior, es la conexión con los grandes bancos de inversión lo que ha venido sirviendo como principal vehículo hacia el éxito. Esta relación ha socavado la economía industrial y el empleo estable del país.
Las contribuciones conceptuales de Bell reflejan una asombrosa habilidad para acuñar eufemismos destinados a oscurecer el predominio de una clase financiera parasitaria y el etiquetado como meritocracia de sus abusivas prácticas.
Es difícil de creer que Bell, que fue redactor encargado de la sección de empleo de Fortune, la gran publicación de los negocios, no estuviera al tanto del desplazamiento masivo de capitales de la industria a las actividades financieras. Pero lo que hizo fue perfeccionar sus habilidades como publicista para acuñar frases simples y conceptos pegadizos, útiles para formar parte de la narrativa de unos medios de comunicación ansiosos por desviar el debate público de las características profundamente negativas de la embestida capitalista sobre la clase obrera a partir de 1980.
El último gran libro de Bell, The Cultural Contradictions of Capitalism (4) ha sido a la vez la celebración del capitalismo como gran historia de éxito, que sin embargo lleva en su seno, según nos advirtió, la semilla de su propia destrucción desde el momento en que el valor puritano del trabajo bien hecho había sido erosionado y sustituido por la gratificación instantánea, el consumismo y la contracultura, todo lo cual conduce inevitablemente a la crisis moral.
Una vez más, Bell desvía la atención de las contradicciones estructurales más evidentes, para centrarse en patrones de comportamiento marginales, en sí mismos subproductos de un poder global e imperial creciente. Las más flagrantes contradicciones que Bell ignoró son, por una parte, la que se produce entre la tradición republicana estadounidense, en vías de desaparición, y el impulso dominante hacia la construcción del imperio; y por otra, la contradicción entre el declive de la economía del país y el crecimiento del militarismo de ámbito mundial. La retórica postindustrial de Bell no tuvo en cuenta que la pérdida de empleo en la industria estadounidense no se debió a la conversión de las empresas en una supuesta economía de la información, sino más bien a su reubicación en el extranjero, (Asia, Caribe y México), bien mediante subcontratación, bien mediante inversión extranjera. En otras palabras, Bell atribuye el descenso de la economía interna estadounidense a la moralidad de la clase media y los consumidores de bajos ingresos del país, en lugar de presentar un análisis objetivo de las características estructurales y el comportamiento del capital globalizado en su servicio a un imperio en expansión.
De un modo aún más perverso, este "pensador excepcional y paradigma de nuestro tiempo", fue incapaz de captar la esencial profundización de las contradicciones de clase de nuestra época. Algunos estudios estadísticos comparativos han demostrado que EE.UU. tiene ahora las peores desigualdades de cualquier país capitalista y el peor sistema de salud de los cincuenta principales países industrializados. Por otra parte, al igual que muchos de los intelectuales ricos de Nueva York, con sus salarios de seis cifras, Bell no registró el hecho ineludible de que las desigualdades en Manhattan eran tan acusadas o más que las de Guatemala, Calcuta o Sao Paulo: menos del 1% de los residentes controlan el 40% de la riqueza de Nueva York.
Así son las contradicciones “culturales" de Bell: el contraste entre las declaraciones de nuestro insigne académico y la realidad existente en los márgenes del vergel académico.
Como intelectual, la contribución de Bell, fue por consiguiente mediocre, en el mejor de los casos, y carente de una perspectiva interesante, sobre todo en sus pretensiones proféticas. La notoriedad de Bell y su reputación, sobre todo en los medios de comunicación y revistas de prestigio académico, se debió a su capacidad inagotable para poner de moda eufemismos pegadizos diseñados para desviar la atención de los devastadores efectos socioeconómicos del capitalismo de finales del siglo XX. Bell proporcionó útiles conceptos a los publicistas y escribas de los negocios y las finanzas para que pudieran embellecer sus narrativas. Su gran reputación entre muchos académicos de escritor deseoso de abordar los grandes temas de nuestro tiempo para debatir y polemizar con los críticos situados a la izquierda, es una virtud menor dada su mediocridad básica y su mendaz defensa de lo indefendible.
James Petras
Traducido por S. Seguí
2/12-13/1, p. 5
El fin de las ideologías, Tecnos 1964
El advenimiento de la sociedad postindustrial, Alianza Editorial 2006
Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza Editorial 2010
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