
Desde hace como quien dice dos días, hablar de la revolución era como querer quedar en evidencia, una muestra de quijotismo incurable. Los que aparecían inmersos en alguna “causa perdida” como lo fue la sandinista eran llamado “los últimos románticos” de una revolución destinada al impasse…
Para encontrar ejemplos de este desden, no había que buscar en los ámbitos de la derecha tradicional, bastaban los antiguos revolucionarios reconvertidos. Los había de todo, desde los que habían escalado al poder o un cargo sindical, hasta los que se habían anclado en la vida privada, a vivir que son cuatro días. Aunque ahora se trataba de vivir, no parece que el desencanto comportara ninguna recompensa, ninguna satisfacción especial.
Se habían hecho indiferentes a todos, y claro está, a los dilemas entre el norte y el sur, algunos hasta cayeron en la ignominia de hablar de “tercermundismo” como expresión de lo cutre, del atraso. Recuerdo que en plena campaña de solidaridad contra el “apartheid” en Sudáfrica, me brindé a difundir el libro de Susan George, Enferma anda la tierra. Un libro que causa dolor, un profunda malestar y en su momento, un ataque de impotencia. Era un alegato por una campaña de erradicar el hambre, algo en lo que no había ninguna carga subversiva, el sistema lo podía hacer nada más que se lo propusiera. Pero aún y así, y es que el sistema no funciona por razonamiento salvo cuando esto significa beneficios. Y ahí está, nunca la humanidad ha tenido tantas bases objetivas para acabar con el hambre, sin embargo resulta que ahora tenemos un problema gente que no come, aquí.
Pero entonces, sobre todo después de la descomposición del mal llamado “socialismo real”, las expectativas de cualquier cambio, de cosas como las mejores salariales y en las condiciones de trabajo, de desarrollar reformas municipales, de contar con una asistenta social digna de este nombre, se fueron menguando. Cada día desde los medias se nos repetía la misma canción: no había problemas, el mundo iba bien, el problema lo podían dar aquellos que no se resignaban. Los irresponsables que todavia querían cambiar el mundo, los que no se habían dado cuenta que –como decía un personaje de una película “crepuscular” del comunista italiano Ettore Scola-, “el mundo los ha cambiado a ellos”.
Pero la historia suele dar sorpresas, sobre todo cuando cambia tan deprisa. Ahora resulta que está creciendo día a día el malestar social que parecía extinguido más allá de los “románticos”, y que los más avizores ven venir un estallido civil por el efecto catalizador del injusto austericidio que nos están haciendo tragar como si fuese una ilustración de aquello de comulgar con ruedas de molino. Cada día me encuentro menos gente cuyo mensaje haber si acaba esta crisis porque todas las evidencias le demuestran que, incluso en el caso de mejorar la situación de los dioses de los mercados, la perspectiva de la clase trabajadora va para peor.
No hay que saber mucho de economía para percibir desde la calle los indicativos según los cuales todavía estamos lejos de tocar fondo. El primero de ellos es sin el abrumador auge del paro, que sigue desbordándose por el efecto retardado de la reforma laboral aprobada hace un año. Como ya se han desmenuzado las tripas de la EPA del jueves, baste señalar que hay casi dos millones de jóvenes en paro: la tristemente célebre generación perdida, la que está viendo como se están incumpliendo todas las promesas en las que fueron educados. A este pequeño detalle habría que añadirle otro: los que siguen trabajando lo hacen en peores condiciones, con más horas, sufriendo más prepotencia, y por lo tanto con más miedo.
Luego aparece en la pantalla la persistencia del austericidio mismo, que no ha cedido a pesar de todas las palabras, algo que, institucionalmente hablando, cada vez menos tiene menos valor en el mercado de la calle. Hasta la gente más reacia a pensar –que la hay- sabe que la política de ajuste fiscal está contrayendo todavía más la segunda recesión y que algo gordo le caerá en la prestación, en la pensión, en las cosas que tendrá que pagar por h o por b. La salida de la crisis está bloqueada. No es otra cosa lo que ha terminado por reconocerlo la Comisión Europea…Pese a quien pese, caiga quien caiga 8los otros, claro), el directorio europeo (Merkel y Rehn) continúa exigiendo mayor austeridad todavía, como precio a pagar por la moratoria en el ajuste del déficit. Esta se parece ya a un pozo sin fondo.
Luego o antes, según se mire, aparece la crueldad y la estolidez del Gobierno Rajoy, incapaz de administrar la ruina con un mínimo de inteligencia y empatía ciudadana, habituados como toda nuestra clase política a la impunidad; creen que siempre podrán decir como Rodríguez Zapatero de lo suyo: “Lo hecho, hecho está”. Aplica con cinismo el austericidio que le imponen sus amos europeos con la sordera moral de los hijos del franquismo, de esos para los que la dictadura fue una época feliz, que eso fue lo que dijeron los empresarios. Para colmo, están comprometidos con la Iglesia de Trento, con la moral católica que se expresa en la COPE y similares.
Alguien me pregunta, ¿tenían que escenificar delante de los desahuciados el fingimiento de aceptaba su Iniciativa Legislativa Popular para después suprimirla y tergiversarla?, ¿tienen que proclamar que Ada Colau es casi como Hitler? ¿Necesitan hacerse los ofendidos con los escraches, a los que se criminaliza para poder culpar a las víctimas?, pues sí, no pueden ceder un palmo, no hay margen que no sea el del bla, bla. Ni tan siquiera pueden como Artur Mas, echarle la culpa a Madrid. Cada vez que maltratan y humillan a las víctimas, a la gente de a pie cuya vida es de trabajos y sacrificios, lo hacen con todos. Demuestran que su programa B es el que han proclamado con la boca pequeña, cuando dijeron que había que forrarse, o cuando aquella hija de papá gritó aquello de: "¡Que se jodan!" Es el más certero autorretrato de la casta que nos gobierna. Pero semejante desdén es algo peor que una crueldad. Es un error político de primera magnitud, pues los ciudadanos ni merecen ni perdonan al gobernante que les pierde el respeto y les trata de esa forma.
Cualquiera que haya estudiado la historia de las agitaciones sociales, podría pensar que están trabajando para crear las condiciones objetivas de una revuelta. Quizás los que ven la historia desde las fotos no puedan apreciar como ha cambiado el humor del pueblo. Pero es sabido, se ha dicho en las noticias que el pasado 2012 fue el año de mayor conflictividad social, con mucha mayor extensión e intensidad de las protestas públicas (huelgas, manifestaciones, ocupaciones de plazas e instituciones, escarches, mareas diversas. etcétera) que las que hubo incluso en 201l, cuando el 15-M tuvo el enorme mérito de actuar como prólogo. Cierto que todavía queda mucho camino que andar, como lo es que nos tienen caer más y más agresiones, que nadie que viva de su trabajo podrá dormir tranquilo Pero, estas cosas a veces tardan, a veces no.
Me preguntan los más impacientes sobre porqué tarda tanto, porque venimos de las mayores derrotas, repito. En un mundo en el que el PSOE se postulaba como “la casa común” de la izquierda, lo mismo que “El País” se postulaba como el único medio de esa izquierda, eso nos puede dar una idea de que desastres culturales e ideológicos venimos. Estamos pues rompiendo con todo eso, pero queda mucha tela asociativa que recomponer. Por ejemplo, necesitamos una izquierda sindical como la lluvia en mayo.
También es verdad que todavía queda algo del colchón que las familias obreras crearon con los pluriempleos y las horas extras. En realidad, cuando hablamos desde aquí estamos repitiendo perspectivas de antaño, de tiempos del desarrollo desigual. Ahora las agresiones neoliberales nos igualan, pro los menos en el sur, y en Grecia la calle estalló ya hace tiempo, en Italia, la situación se ha precipitado. Estamos por lo tanto inmerso en una nueva realidad…Lo único cierto es que las agresiones van a seguir, y que los rechazos no hacen más que crecer de una manera u otra. Parece que la vieja clase obrera no se ha enterado todavía de la película, de otra manera no respetaría tanto a unas direcciones sindicales que han facilitado como pocos el camino aprovechar las migajas que caen de la mesa, que no se quiere resfriar en la calle. Pero también es cierto que en la nueva clase trabajadora, la más joven y preparada, una oleada de rechazos para el que los señores del poder no tienen amortiguador que valga.
En vísperas de la “primavera árabe”, esto parecía un hogar de jubilados para los que la vida ya no tiene mayor aliciente que jugar al dominó. Eso sucedió hace como quien dice, dos días. Hasta entonces, la palabra revolución se había quedado para la historia y para las causas perdidas por la que batallaban países lejanos. Igual los capetos creen que podrán dormir a pata suelta hagan lo que hagan, y también que los politólogos piensen que el mayor sobresalto puede ser una reforma. Pero cuando no se puede reformar ni tan siquiera una miserable ley hipotecaria que rechaza la casi totalidad de la población, no parece que haya much9o espacio para las reformas. Es por eso que cuando ahora hablas de revolución, nadie hace ya choteos sobre las causas perdidas.
Pepe Gutiérrez-Álvarez
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