domingo, agosto 09, 2015

El nuevo Canal de Suez y la autocelebración de la dictadura



Finalmente el presidente-dictador Al Sisi tuvo su celebración faraónica. El 6 de agosto en una ceremonia imponente, con la presencia de varios jefes de estado, inauguró el nuevo Canal de Suez. Este es claramente un acto de propaganda destinado a legitimar al régimen, impuesto sobre el aplastamiento de la rebelión de la Plaza Tahrir con los métodos tradicionales del terrorismo de estado.

“Un regalo de Egipto al mundo”, fue la frase repetida hasta el hartazgo por los medios oficialistas para definir la ampliación del Canal de Suez, un megaproyecto del régime egipcio construido en tiempo récord, con un impacto más simbólico-político que económico.
El mariscal Al Sisi, dictador devenido presidente electo en 2014, inauguró esta obra con una celebración, que costó la módica suma de 30 millones de dólares y tuvo mucho de desfile militar. El presidente transitó parte de la nueva traza del canal en el histórico barco que navegó por primera vez el Canal de Suez en 1869, llevando a bordo a la Emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III. El espectáculo incluyó una muestra de la Fuerza Aérea, que exhibió aviones de combate Rafale y F-16, recientemente comprados a Francia y Estados Unidos.
Hubo varios jefes de estado invitados, entre ellos autócratas árabes y monarcas. La prensa informó también de la asistencia del primer ministro ruso y del primer ministro griego Alexis Tsipras (¿era necesario contribuir a legitimar una dictadura proimperialista?). Pero sin dudas el visitante más ilustre fue el presidente francés F. Hollande, que junto con todas las potencias occidentales dejaron atrás los cuestionamientos por el golpe de estado de 2013 y las violaciones a los derechos humanos. El discurso de Al Sisi estuvo plagado de referencias al “orgullo nacional” de Egipto y a la unidad necesaria para combatir y terminar de derrotar al “terrorismo”, legitimando de esta manera la brutal persecución estatal contra la Hermandad Musulmana y otras organizaciones obreras y juveniles que participaron del levantamiento de la Plaza Tahrir.
La elección de la obra no es casual. El Canal de Suez tiene un gran valor no solo económico y geopolítico –une el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo-, sino también en la historia del país, sobre todo desde que el presidente Nasser lo nacionalizó en 1956, desafiando de esa manera a las viejas potencias coloniales, Francia y Gran Bretaña.
Con la ampliación del Canal el presidente busca consolidar su base social construida sobre una transacción nunca explicitada abiertamente de represión a cambio de estabilidad y prosperidad económica.
Pero si el éxito político inmediato parece estar garantizado, los beneficios económicos son muy dudosos. La ampliación del Canal en 72 km. permite la doble circulación de barcos, disminuyendo el tiempo de travesía entre 3 y 7 horas y aumentando de 47 a 97 los barcos diarios que pueden circular. Según el gobierno esta obra, que costó nada menos que U$ 8.000 millones aportados principalmente por pequeños inversores egipcios, aumentaría los ingresos de U$ 5.500 millones actuales a 13.500 para el año 2023.
Este cálculo es cuestionado por un amplio espectro de economistas ya que supone un crecimiento del comercio marítimo internacional de un 10%, muy lejos del 3,4% previsto por el FMI. Antes de su expansión, el Canal operaba al 78% de su capacidad y no hay signos de que las transacciones comerciales entre Europa y Asia vayan a dar un salto, además de que hay otras vías que compiten como el Canal de Panamá para el comercio con Estados Unidos.
Tampoco parece haber conquistado definitivamente la estabilidad política. El golpe de 2013 que derrocó al impopular gobierno de M. Morsi de la Hermandad Musulmana, fue la señal de que se había pasado del desvío a los métodos de la contrarrevolución abierta para liquidar definitivamente la rebelión que había puesto fin en 2011 a la odiada dictadura de Mubarak.
La junta militar que asumió en junio de 2013 con el apoyo escandaloso de “demócratas” y “laicos”, masacró en tiempo récord alrededor de 1000 simpatizantes de la Hermandad Musulmana (HM) que salieron a la calle a protestar contra el golpe. De esta manera se instauró un régimen dictatorial que desde entonces encarceló a decenas de miles de activistas y simpatizantes de la HM y condenó en juicios masivos a cientos de ellos a la pena de muerte, incluida la plana mayor de la HM y el ex presidente Morsi.
Sin embargo, la prohibición de la HM y la brutal persecución estatal está dando lugar al surgimiento de sectores más extremos, sobre todo entre la juventud de esta organización centenaria, que históricamente ha tenido un rol reaccionario de contener las tendencias hacia la radicalización. Algunos de estos grupos se han ligado al Estado Islámico, como el que actúan en el desierto de Sinaí. Otros que han surgido más recientemente, con nombres como “Castigo Revolucionario” o “Resistencia Popular”, reivindicaron actos terroristas de pequeña magnitud, como ataques contra cuarteles de la policía, fábricas y usinas eléctricas. Justamente la rama de Resistencia Popular de la ciudad de Giza se atribuyó el asesinato a fines de junio del fiscal nacional Hisham Barakat, el funcionario estatal de mayor rango asesinado en los últimos 20 años.
El régimen cuenta con el apoyo de Arabia Saudita y después de algunos resquemores iniciales, también de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania, que lo consideran un baluarte de la restauración luego de los años convulsivos de la Primavera Árabe. Aunque como muestran los conflictos laberínticos en Siria, la guerra fría entre la monarquía Saudita e Irán, y el complejo escenario geopolítico, la situación tomó un curso reaccionario pero está muy lejos aun de constituir un nuevo orden estable.

Claudia Cinatti

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