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lunes, junio 21, 2010
Santos, presidente de Colombia: cuando ser falso es positivo
Colombia va a estar gobernada por el representante de una de las familias oligarcas más poderosas e influyentes de “la patria”. El país en los últimos ocho años había estado presidido por un latifundista y caballista, miembro emergente de la clase media ganadera relacionada con el narcotráfico, razón fundamental por la cual a Uribe las grandes familias “mojigatas” del país nunca le han terminado por considerar uno de los suyos.
Juan Manuel "is different", es un “hijo bien”, educado en el exterior, economista en Harvard y Londres, su tío abuelo fue presidente y fundador del diario El Tiempo. Juan Manuel fue subdirector y columnista de esta casa editorial, ahora asociada al grupo Planeta de Barcelona.
En su discurso como nuevo presidente electo le dio a conocer al país que el tiempo le había alcanzado para formarse como cadete en la marina, he hizo alarde ante sus “colegas” de las operaciones más contundentes contra las FARC. Cómo todos los presidentes de Colombia, desde hace 45 años, Santos anunció el fin de esta guerrilla, ofreciendo más contundencia militar: “los seguiremos enfrentando con toda la firmeza, con toda la dureza... a las Farc se les agotó el tiempo”, sentenció.
En la realidad real, más que un estratega militar, Santos ha sido un camaleón político, no tiene problema con los colores y las lealtades, experto en oportunismos y en amamantarse del poder estatal, durante su vida ha sido liberal, conservador y uribista. Fue representante de la Federación Nacional de Cafeteros en Europa, cuando el café era todavía sinónimo de riqueza y poder político en Colombia. Ministro de Comercio Exterior con Gaviria, en el mismo inicio de la apertura económica neoliberal, cuando se empezó a feriar las empresas y los recursos del país a cambio de coimas para la clase política. Ministro de Hacienda y Crédito Público con Pastrana, en pleno auge neoliberal y Ministro de Defensa en el gobierno de Uribe, en la era del plomo, con las arcas militares llenas con el 30 % del presupuesto nacional y los 6.000 millones de dólares del Plan Colombia.
Cualquiera diría que Santos es un hombre con suerte, pero la verdad es que su futuro estaba predestinado, se iba a “caer para arriba”, como suelen referirse acá a las carreras siempre ascendentes de los eternos usufructuarios del poder en Colombia, dolorosa constatación de que en esta sociedad ser malo, corrupto, matón o mafioso, siempre funciona.
Su faceta conspirativa apenas se conoce. En el 2007 el narcotraficante y paramilitar Salvatore Mancuso declaró que Santos en 1997 había planeado derrocar al entonces presidente Samper para establecer un alto al fuego con los grupos guerrilleros y reestructurar el Estado. Mancuso versionó de manera extensa los nexos de Juan Manuel y su primo Francisco Santos, el actual vicepresidente, con los grupos paramilitares.
Tal vez el talón de Aquiles judicial que podría empapelar en el futuro a Santos, lo representan los numerosos casos de ejecuciones extrajudiciales de civiles durante su gestión como Ministro de Defensa del gobierno de Uribe.
Tanto Uribe como Santos se han escudado en la destitución de un importante número de oficiales y de soldados vinculados con los asesinatos, para evadir su responsabilidad, pero la verdad es que prácticamente no hay autores materiales e intelectuales condenados.
Por el contrario, la visceral reacción de Uribe por la reciente condena a 30 años de cárcel del coronel Plazas Vega, por la desaparición forzada de personas en el Palacio de Justicia, hace ver que el manto de impunidad seguirá amparando a los violadores de derechos humanos mientras la actual élite continúe administrando el poder en Colombia.
El hecho de que uno de los gestores de los llamados “falsos positivos” sea el presidente electo de Colombia, representa el fondo descompuesto de la crisis moral de la sociedad colombiana promovida desde las instituciones del Estado.
Paradójicamente, mientras 9 millones de colombianos votaban por Santos y este anunciaba más guerra, 12 policías y soldados morían en combates y enfrentamientos con la guerrilla. Nadie le puso nombre propio a esos muertos. No importaba. El proyecto de Santos y de su antecesor es un proyecto de fosas comunes y de tumbas, un gansteril negocio de muerte que gobierna en Bogotá.
César Jerez
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