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martes, mayo 29, 2012
La caída del rey
14 de abril de 2012. España se entera por la prensa que el rey Juan Carlos I se ha fracturado la cadera al caer mientras cazaba elefantes en Botswana. Consultado el gobierno de Mariano Rajoy, se ve obligado a revelar que desconocía el paradero del jefe de Estado. Trasladado de urgencia a Madrid en su avión privado, Juan Carlos de Borbón observa por la prensa como se desata una inédita ola de críticas y expresiones de repudio a su persona. Es la caída definitiva del “juancarlismo”.
Si el 14 de abril de 1931 cayó una monarquía, el 14 de abril de 2012 ha caído un rey, de forma material pero también simbólica. La fractura de su cadera se resolverá en los próximos meses, pero la fractura de su prestigio social y su autoridad política es poco probable que se recupere. El accidente de Botswana ha sido la gota final de un vaso de hastío con el monarca español, que se ha ido llenado en los últimos años. A pesar de ese malestar, un manto de silencio y complicidad de los dos partidos dominantes de la política española, de los principales medios y de las elites sociales, le había resguardado muy eficientemente. A partir de ahora, ya no cuenta con esta protección.
Botswana evidenció el nivel de hipocresía y fingimiento que rodea a la monarquía española desde hace décadas. Mientras España ha entrado en un proceso de crisis estructural de su economía, con un nivel de desempleo que se acerca al 25 por ciento, y que en los sectores juveniles sobrepasa el 50 por ciento, el jefe del Estado se deleita cazando elefantes, sin informar al jefe de gobierno de su paradero. Según la empresa organizadora, este tipo de raid de cacería cuesta 45 mil euros por persona, y dura catorce “apasionantes” días en los que se pueden avistar entre veinte y treinta elefantes diarios, además de numerosas manadas de búfalos. Todo a disposición del rifle del monarca: un Rigby Express calibre 470, de más de cinco kilos de peso. Un arma notable, especialmente para un rey que es presidente honorífico de la World Wildlife Found, uno de los más prestigiosos organismos internacionales en pro de la conservación de la naturaleza.
EL REY CAZA, MIENTRAS SU REINO SE HUNDE
Durante los días del safari, España pasó por todo tipo de sobresaltos: la prima de riesgo se elevó a 441 puntos, el gobierno anunció un recorte de tres mil millones de euros en educación, y Argentina decretó la nacionalización de YPF, hasta ese momento filial de Repsol. Para remate, la prensa monárquica quedó en ridículo al afirmar que el rey ya había iniciado gestiones ante la presidenta argentina para revertir esa medida. Difícil de imaginar semejantes gestiones entre los búfalos y los elefantes de Botswana. En esos días se firmaron una serie de decretos y nombramientos oficiales que requirieron la firma del rey. Algunos analistas se han preguntado si firmaba por teléfono o por vía electrónica, y en ese caso, ¿se trata de firmas válidas? ¿Es posible que un jefe de Estado delegue sus funciones constitucionales a un subalterno?
La aventura africana de Juan Carlos I no es algo inédito. Pero solamente su caída e internamiento hospitalario ha hecho saltar las alarmas y ha obligado a hacer público que este tipo de jornadas forma parte habitual de su agenda. Ante los cuestionamientos al despilfarro, la Casa Real ha respondido que la mayor parte de los gastos del rey los ha pagado el magnate sirio Mohamed Eyad Kayali, “hombre de confianza” en España del ministro de Defensa de Arabia Saudita. Además, se hizo público que antes de viajar a Africa, Juan Carlos I visitó al emir de Kuwait sin ser acompañado por ningún funcionario del gobierno. Además ha trascendido que junto al rey participaban del raid altos funcionarios de empresas transnacionales, como el Deutsche Bundesbank y el Dresdner Bank, entre otras. De esa forma, la misma Casa Real ha destapado un segundo affaire, vinculado a las finanzas y lazos empresariales del monarca.
Las dudas sobre las cuentas reales se han agitado desde que en 2011 se ha destapado el “caso Noos”, una trama de corrupción que ha implicado directamente a Iñaki Urdangarín, esposo de la infanta Cristina. Este caso podría significar una condena de 15 años de cárcel para el yerno del rey. El juicio ha develado las prerrogativas de la familia real y el desparpajo con que han actuado por décadas, lo que llevó al matrimonio Urdangarín-Borbón a descuidar de forma grotesca las apariencias y tomar un tren de gastos desorbitado y fuera de todo disimulo. Para mayor contrariedad, Diego Torres, socio de Iñaki Urdangarín en el Instituto Noos, ha revelado al juez una serie de correos electrónicos que implicarían directamente al monarca como protector de la trama. La Constitución española señala que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”, por lo que nunca podría ser juzgado, pero sí podría ser procesada su hija Cristina, lo que desataría una tormenta política de insospechadas consecuencias.
CORINNA Y LA SOLEDAD DE LA REINA
A todas estas revelaciones el safari sumó otra, relacionada con la vida conyugal. La reina Sofía, que demoró cuatro días en visitar a su esposo por veinte minutos, dijo más con gestos que con palabras. La prensa del corazón ya había destapado que el viaje a Botswana fue gestionado por la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgestein. Ciudadana sueca, divorciada de un príncipe alemán, y agente de la empresa de safaris de Botswana, Corinna sería también la amante de turno de un rey que desde 1975, tras la muerte del dictador Francisco Franco, habría decidido continuar una larga tradición borbónica de matrimonios de fachada y amoríos en serie. Un asunto en el que no cabría la crítica política, excepto por un punto: la monarquía constitucional pretende ejercer un rol ejemplarizador de la sociedad, basándose en valores como la familia y la lealtad. Es una de las funciones que se supone que legitiman su rol. Sin embargo, como ha develado la periodista Pilar Eyre en su exitoso libro La soledad de la reina, Juan Carlos I habría mantenido en estos años amoríos secretos con un largo listado de damas, que la autora eleva a la increíble suma de 1.500 mujeres. Leyenda o realidad, lo único cierto es que la relación con Corinna no sólo ha sobrepasado los límites de toda discreción, sino que además ha cuestionado su rol como jefe de Estado, ya que Juan Carlos I le habría delegado funciones de representación personal ante monarcas y jeques árabes, con los cuales tendría vínculos comerciales.
LAS PREGUNTAS PENDIENTES DEL 23F
En Juan Carlos I se condensan las trampas y caretas de la transición española. En cierta forma es un sobreviviente, en una compleja historia de conspiraciones de poder en las que aprendió a agradar a todos y a nadie en particular. Durante la larga partida de calculado ajedrez político que libraron por cuarenta años su padre, Juan de Borbón, heredero legítimo de la corona, y el dictador Francisco Franco, Juan Carlos comprendió que si deseaba sobrevivir debía complacer a ambos. De esa forma, al finalizar la dictadura, tanto los franquistas más furibundos como los partidarios de una monarquía liberal, como su padre, esperaban que Juan Carlos se orientara por sus derroteros. Pero él no se pronunció. Asumió el trono, y esperó el curso de los acontecimientos: la promulgación de la Constitución de 1979, los Pactos de la Moncloa y las reformas de Adolfo Suárez. Hasta que sobrevino la crisis de 1981. En ese momento, la ultraderecha intentó una última conspiración con el fin de restaurar el orden franquista: el golpe del 23 de febrero. Al frente de esta treta estaba nada menos que el general Alfonso Armada, secretario general de la Casa del Rey durante 17 años y su tutor personal, nombrado por el generalísimo en persona.
Como ha mostrado Javier Cercas en Anatomía de un instante, durante los meses previos a la intentona golpista, Juan Carlos I entregó una serie de señales ambiguas a su amigo, el general Armada, que alentaban su confianza en que el monarca apoyaría un golpe de Estado. Esta hipótesis se ha visto confirmada este año por la revista alemana Der Spiegel, al publicar un cable según el cual el rey habría mostrado simpatía por los golpistas durante una conversación con el entonces embajador alemán Lothar Lahn(1). Sin embargo, fiel a su estilo, el 23F Juan Carlos I esperó el curso de los hechos. Recién a la una de la madrugada del día 24 intervino en televisión, vestido con uniforme de comandante en jefe, para defender la Constitución y llamar al orden a las fuerzas armadas. A esas alturas, militarmente el golpe era un fracaso, y los únicos que resistían eran los guardias civiles liderados por Tejero en el Congreso y la brigada de tanques del general Milans del Bosch, en Valencia.
Sin embargo, para la ciudadanía, aterrada ante el peligro, su gesto televisivo se transformó en una hazaña indescriptible, que le granjearía una imagen de campeón de la democracia y las libertades. Esa noche nació el “juancarlismo”, una adhesión sincera y clara de la mayoría de los españoles al rey Juan Carlos, pero no necesariamente a la monarquía. Ganó el apoyo de una buena parte de los españoles que siendo de origen republicano, sintieron que su jefatura de Estado garantizaba la estabilidad de la democracia y el nuevo orden constitucional. La misma convicción asumieron los partidos políticos, incluyendo al PSOE. Al mismo tiempo, los grandes grupos mediáticos concordaron un pacto de protección a la figura del monarca. Con tal nivel de seguridad, Juan Carlos I ha gozado de un largo reinado en el que no ha tenido que lidiar con la crítica periodística, ni con el control parlamentario. Al contrario, ha adquirido con el paso del tiempo mayores competencias, más allá de lo que señala la Constitución, ya que los políticos españoles han visto en su figura un instrumento diplomático a la hora de mitigar posibles roces internacionales.
JUAN CARLOS, EL SEDUCTOR DE AMERICA LATINA
A inicios de los 90, España desembarcó por segunda vez en América Latina bajo la forma de sus transnacionales, que compraron buena parte de las empresas públicas que la región se vio forzada a privatizar. Sólo en Chile, en menos de una década, el capital español adquirió hegemonía en el sector financiero (Santander y BBVA), energético (Endesa), telecomunicaciones (Telefónica) y radial (PRISA). En Argentina se quedaron con la joya de la corona: YPF. En previsión de los inevitables conflictos y tensiones que este tipo de procesos ocasionaría, España desplegó una estrategia diplomática: propuso la Comunidad Iberoamericana de Naciones bajo la forma de cumbres presidenciales bianuales. Este mecanismo aseguraba cierto control de los conflictos económicos, pero requería algo más. Y en ese punto situaron al rey. Advirtiendo el carácter frívolo de los gobernantes latinoamericanos de esos años, Juan Carlos I pasó a jugar un rol privilegiado en las relaciones con los presidentes de América Latina, ofreciendo una puerta a sus anhelos de glamour, vanidad y exposición internacional. El seductor de mujeres, el cazador de fieras, puso a sus pies a unos gobernantes que aceptaron de buena gana el expolio de sus Estados y de sus conciudadanos a cambio de un par de páginas en la prensa rosa europea.
Pero algo ha cambiado radicalmente. La recuperación de YPF por Argentina es una clara señal de ello. Las cumbres iberoamericanas parecen condenadas a desaparecer o en su defecto, a vegetar como un anacronismo. Este año, convocada en Cádiz para los días 16 y 17 de noviembre, la XXII Cumbre Iberoamericana revelará el nuevo tiempo de relaciones, cada vez más simétricas y horizontales que se empiezan a perfilar entre España y sus antiguas colonias americanas. En ese nuevo orden no habrá necesidad de los servicios de un rey. Será el tiempo de decirse las cosas a la cara y sin que nadie mande a callar a nadie. Con tanta crisis y tanto escándalo de por medio, será una oportunidad para que España se pregunte, ¿hay lugar para un rey borbónico en pleno siglo XXI? ¿O es el momento para un nuevo 14 de abril que ponga fin a tanta hipocresía y derroche?
ALVARO RAMIS
(1) www.spiegel.de/international/europe/0,1518,814156,00.html
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