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domingo, noviembre 01, 2015
El manifiesto del zar y el orador de la Revolución rusa en 1905
En 1905 se inicia la primer revolución rusa con el llamado “Domingo sangriento”. A mediados del mismo año, estalla la rebelión en alta mar del acorazado Potemkin. En el punto culmine de la revolución el Zar hace una promesa de libertad.
En octubre estalla la primera huelga general de la historia moderna. Protagonizada por millares de obreros de la capital rusa, Petersburgo. La misma había comenzado por mejoras de salarios, por las 8 horas de trabajo y por conseguir libertades políticas, ya que el absolutismo las negaba. El poderoso movimiento huelguístico, llego a poner en pie al primer Consejo de diputados obreros (Soviet, en ruso), del que participaron más de 200 mil obreros, eligiendo a sus representantes. Este se reunía en el Instituto Politécnico y pronto comenzó a editar su propio diario Izvestia (“Las Noticias”). Los obreros gráficos eran la vanguardia del movimiento. Enfrentaban no sólo la represión del gobierno, sino también estaban alertas a los “pogromos” que eran hordas reaccionarias del zarismo, encargadas de exterminar físicamente a todos los judíos y aprovechando el momento, a todo aquel huelguista y opositor político. Allí reside la importancia del Soviet: le dio una dirección unificada al movimiento revolucionario, elevando su conciencia política y convirtiéndose en la voz de todos los explotados y oprimidos. El Soviet no fue una creación ni del bolchevismo ni del menchevismo. Ambas fracciones del partido obrero socialdemócrata ruso nada tuvieron que ver en su creación. Paradójicamente fue iniciativa del zarismo, ya que les pidió a los trabajadores que elijan a sus representantes para poder formular sus demandas. Incluso el partido bolchevique de Lenin y del menchevique de Mártov tenían una actitud despectiva en un primer momento. Pero luego se prestaron a colaborar resueltamente. Lo mismo con el partido socialista revolucionario, de composición campesina. Y también el grupo independiente de todas las fracciones: el de León Trotsky que con sólo 26 años sería el principal dirigente, orador, publicista y redactor de sus principales proclamas, manifiestos y editoriales. Trotsky escribía en 3 diarios a la vez y desde entonces se hizo conocido hasta en la última fábrica de la capital rusa. Su nombre se volvió la pesadilla viviente de la policía zarista.
En su autobiografía Mi vida, Trotsky reflexiona y sostiene que:
«El triunfo a medias de la huelga de octubre tuvo para mí, aparte de su importancia política, una significación teórica inmensa. No había sido el movimiento de oposición de la burguesía liberal, ni el levantamiento espontáneo de los campesinos, ni los actos de terrorismo de los intelectuales, sino la huelga obrera, la que por vez primera hizo en la historia arrodillar al zarismo. La hegemonía revolucionaria del proletariado era un hecho indiscutible. Veía que la teoría de la revolución permanente pasaba con éxito la primera prueba. La revolución abría nítidamente ante el proletario la perspectiva de la conquista del poder. Los años de reacción que pronto sobrevinieron no lograron hacerme abandonar este punto de vista. Pero de los hechos rusos podían sacarse también, y yo las saqué, conclusiones de interés para los países occidentales. Si tal era la fuerza del joven proletariado en Rusia, ¿cuál sería el poder revolucionario del otro proletariado, el de los países avanzados? [1]»
El día 17 (30) de octubre, según el antiguo calendario, el Zar Nicolás II promulga el Manifiesto de octubre y convoca a la Duma, en tanto parlamento consultivo del absolutismo (las decisiones de éste no serían vinculantes). El entusiasmo pronto se desató en las barriadas obreras. En casi todas las casas flameaba la bandera tricolor de la dinastía: blanco, azul y rojo, aunque los jóvenes obreros arrancaban las dos primeras franjas y solo dejaban flamear la desgarrada bandera roja. El fervor popular desencadenado preocupó a Trotsky que, en un diálogo de masas, ante el Soviet logra convencerlas de que los trabajadores sólo deben confiar en sus propias fuerzas.
Veamos como lo describe el gran biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher:
«’¡Ciudadanos! Ahora que hemos puesto nuestro pie sobre el cuello de la camarilla gobernante, ésta nos promete libertad (…) es al infatigable verdugo que ocupa el trono al que hemos obligado a prometernos libertad ¡Qué gran triunfo es éste! Pero… no os apresuréis a celebrar la victoria que todavía no es completa ¿Pesa tanto un pagaré como el oro puro? ¿Es una promesa de libertad lo mismo que la libertad?... Mirad en torno vuestro, ciudadanos. ¿Ha cambiado algo desde ayer? ¿Se han abierto las puertas de nuestras cárceles?... ¿Han regresado nuestros hermanos a sus hogares desde los yermos siberianos?…’.
’¡Amnistía! ¡Amnistía!’ [2] –respondió la multitud.
Pero esto no era lo que él quería hacer ver. Continuó para sugerir la siguiente consigna:
’ …si el gobierno estuviera realmente resuelto a hacer las paces con el pueblo, habría concedido en primer lugar, una amnistía. Pero, ciudadanos ¿eso es todo? Hoy pueden ser puestos en libertad centenares de luchadores políticos, y mañana miles de ellos serán encarcelados… ¿No se ha exhibido acaso la orden de ‘No escatimar balas’ junto al manifiesto de la libertad…? ¿No es el esbirro Trépov [3] el amo y señor de Petersburgo?’
’¡Abajo Trépov!’ –gritó la multitud.
’¡Abajo Trépov, sí!’ –resumió Trotsky. ‘Pero, ¿está sólo Trépov?... Él nos domina por medio del ejército. Su poder y su fuerza esta en los guardias, manchados con la sangre del 9 de enero. A ellos les ordena él no escatimar balas para vuestros cuerpos y vuestras cabezas. No podemos vivir y no viviremos bajo los cañones de los fusiles’.
La multitud respondió con la demanda de que se evacuaran las tropas de Petersburgo. Entonces el orador, como si se sintiera exasperado por la irrealidad de esta victoria popular, y excitado por la reacción infalible de la muchedumbre y por su insospechado dominio sobre ella, concluyó:
’¡Ciudadanos! Nuestra fuerza está en nosotros mismos. Debemos defender la libertad espada en mano. El manifiesto del zar, sin embargo… ¡vedlo!, es solo un pedazo de papel’.
Y con un ademán teatral mostró el Manifiesto ante la muchedumbre y lo estrujó en el puño:
’Hoy nos la dieron y mañana nos la quitarán y la harán pedazos como yo lo estoy haciendo ahora, esta libertad de papel, ante vuestros propios ojos’.
Así escuchó por primera vez la capital de Rusia al orador de la revolución [4].»
Lo que Trotsky hace es dialogar con la muchedumbre obrera que respondía ante su discurso, pero va más allá y logra que las masas reflexionen sobre la promesa de libertad; a lo que él remarca que hay que "defenderla espada en mano". Es un gran ejemplo de la importancia decisiva de la dirección revolucionaria en tanto saber escuchar a las masas y a la vez lograr orientarlas hacia los objetivos mas importantes que plantea la lucha de clases, en este caso en su máxima expresión como es una revolución. Sin equivocarse, los propios enemigos del Soviet denominaron a éste como "embrión de un gobierno obrero". Eso es lo que fue, y Trotsky fue su principal portavoz.
Si por alguna desgracia prematura la vida de Trotsky hubiese terminado aquí, en la revolución rusa de 1905; el mismo ya hubiera pasado a la historia como una de las grandes figuras de la revolución y del movimiento obrero mundial. Sin dudas. Pero el león, no sólo siguió rugiendo, sino que aun faltaba demostrar lo más audaz de su personalidad 12 años mas tarde, codo a codo con Lenin, en la toma del poder de octubre de 1917, y luego fundando la Internacional Comunista y sobre el final de su vida su tarea mas importante: la fundación de la Cuarta Internacional.
Sin embargo, la revolución de 1905 era el “ensayo general” donde se pusieron a prueba las estrategias de los partidos, las personalidades, los programas y sobre todo a los obreros, obreras y jóvenes estudiantes que llevan adelante esa tarea titánica que es desafiar seriamente el poder de los capitalistas.
Daniel Lencina
[1] Trotsky, León, Mi vida [Obras escogidas, Tomo 2]. Ed. CEIP León Ttrotsky-Casa Museo León Ttrotsky. p. 212.
[2] Amnistía: es el perdón de carácter político. Se reclama teniendo en cuenta la desigualdad evidente entre el enfrentamiento del aparato represivo del Estado y los trabajadores que luchan por sus demandas.
[3] Trépov (1855-1906): era jefe de gendarmería y comandante de la plaza de Petersburgo durante el 9 de enero de 1905. Nótese lo que señala Trotsky ya que él es quién da la orden de no "ahorrar balas" (escatimar) y pega esa advertencia al lado del Manifiesto de octubre, en señal de amenaza y provocación.
[4] Deutscher, Isaac “Trotsky, El profeta armado, Ed. LOM., pp. 122-123.
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