domingo, agosto 11, 2024

Haydée, cultura y revolución en Cuba


Un libro reciente recorre el derrotero de una dirigente revolucionaria cubana que participó de los principales debates culturales de la isla y llevó adelante “Casa de las Américas” un escenario vigente hasta hoy de la labor intelectual y artística en Cuba.
 Alexia Massholder. 
 Haydée Santamaría: revolución y cultura. 1ª edición.
 Los Polvorines. Universidad Nacional de General Sarmiento, 2023. 
 96 páginas. Colección Pensadores y pensadores de América Latina. 

 Antes de ingresar en el análisis de este libro resulta procedente alguna observación acerca de la colección a la que viene a integrarse. “Pensadores y pensadoras de América Latina” responde a una feliz iniciativa de la UNGS que se despliega en libros de extensión breve, desarrollo sintético y escritura clara y directa. Cada uno de ellos se ocupa de una figura intelectual de nuestro continente a través de un sucinto tratamiento de su vida y su obra. 
 Un recorrido por los volúmenes que forman parte de esta serie devela la decisión de encararse con una gran mayoría de personajes críticos, contrapuestos al pensamiento y la acción de los poderes predominantes en nuestro continente. Ese criterio se articula con el propósito de ocuparse de intelectuales de diferentes momentos históricos y tendencias diversas. Algunos y algunas tan renombrados como José Carlos Mariátegui y Ernesto “Che” Guevara y otros mucho menos conocidos, al estilo de Rodolfo Stavenhagen o Rosa Cusminsky.
 El conjunto trasmite una orientación fresca, alejada de las rutinas que a veces aquejan a las editoriales universitarias. Se evidencia la búsqueda de un público más amplio que el que puebla los ambientes algo endogámicos de la academia. 
 El libro que hoy nos ocupa es un claro exponente de esas premisas, al acercar un tratamiento, sencillo sin pecar de superficial, de uno de los grandes personajes femeninos de la revolución cubana. 

 Política e intelecto. 

 La obra de Alexia Massholder no se propone una biografía completa de Santamaría, sino un entrelazamiento de su itinerario vital y su producción escrita. 
 El sendero conductor de ambos aspectos es unívoco:
 Primero, el propósito de contribuir al derrocamiento del dictador Fulgencio Batista y el establecimiento de un nuevo sistema social en Cuba. 
 Como Massholder consigna, Haydée transita todo ese recorrido, desde antes del asalto al cuartel Moncada, hasta variadas colaboraciones con la naciente fuerza revolucionaria. Las que van desde el apoyo logístico y las labores de inteligencia en Estados Unidos hasta algunas misiones de vínculo inmediato con la acción armada. 
 Cumplido el objetivo de poner fin al régimen batistiano, será la tarea cultural la que motive el empeño central de la dirigente revolucionaria., a lo largo de una veintena de años. 
 Será una labor intelectual con sustento y propósitos políticos: En primer lugar la defensa de la revolución en el campo del pensamiento latinoamericano. Lo que comprendía acercar intelectuales a la solidaridad con Cuba y potenciar sus afinidades con la revolución. Y asimismo la lucha contra quienes se dedicaban al combate contra la isla caribeña, con el basamento del anticomunismo y el sustento directo o indirecto de EE.UU. 
 La autora se ingenia con éxito para el seguimiento de los grandes hitos de la trayectoria de la revolución en menos de un centenar de páginas. Y lo hace de una manera que puede facilitar al lector no sólo el conocimiento de la figura central, sino una toma de contacto con la secuencia revolucionaria cubana, en dimensiones que no son las tratadas más a menudo. 

 Desde la Casa de las Américas al mundo.

 El lugar liminar de la actuación de Santamaría fue la “Casa”, creada de inmediato luego del triunfo de los “barbudos”. Ejerció su dirección desde el instante fundacional. Allí llevó a efecto desde la edición de revistas de amplia resonancia a la instauración de premios artísticos y literarios y congresos y reuniones de intelectuales revolucionarios de variadas latitudes. Así como la específica organización de las mujeres en el campo cultural.
 Fue su punto de partida para enfrentarse a impulsos contrarrevolucionarios de toda laya. Se involucró hasta la médula en la oposicion a las repercusiones culturales de la “guerra fría”. Y a las iniciativas desde el campo enemigo que procuraban dar correlato cultural al asedio en toda la línea del proceso isleño. 
 La autora la sigue en esos empeños, mediante la combinación de un escueto relato de las distintas incidencias con la frecuente reproducción de fragmentos de escritos y discursos de la directora de la casa. A lo que suma toda una gama de testimonios acerca de su acción. 
 Así apreciamos la veta polémica de Santamaría, como cuando se enfrenta a un emprendimiento dirigido apenas en las sombras por el aparato de inteligencia estadounidense el Congreso por la Libertad de la Cultura. Vale reproducir aquí un segmento de la respuesta de la dirigente cubana a imputaciones lanzadas desde ese espacio y que van dirigidos al director del órgano de prensa del mismo: 
 “Todos los artículos que usted publica en una recolección de residuos son tendenciosos y pérfidos, lo que delata que cualquier razonamiento y cualquier prueba de falsedad serían estériles (…) Falsedades, errores e incomprensión, configuran una mentalidad reaccionaria contra la que no hay razonamiento posible.” (p. 37) 
 Y más adelante: “Hasta la conversión de cuarteles en escuelas, la alfabetización masiva llevada a cabo con verdadero espíritu apostólico y no demagógico, la implantación de un régimen económico racional y equitativo y el imperio de la decencia en las funciones públicas y en la vida privada les sirve a sus colaboradores para escarnio y vilipendio”. (p. 38) 
 Massholder contextualiza estos debates tanto en el avance de la revolución como con los enfrentamientos internacionales. Se ocupa además de ciertas tensiones en los partidos comunistas, y la izquierda en general, a propósito del alcance y aplicación del ejemplo cubano en otras latitudes.
 Mientras tanto Santamaría se ocupaba de difundir la literatura latinoamericana entre el gran público continental y mundial y compensar los esfuerzos de los escritores y artistas más destacados. 
 No rehuyó otras ásperas polémicas, como la desenvuelta a partir del “caso Padilla” con la acusación hacia las instituciones cubanas de haber arrancado una autocrítica bajo tortura al poeta cubano Heberto Padilla. 
 En casos como ése, la confrontación no era ya contra quienes estaban de forma más o menos desembozada con el imperialismo estadounidense. Se las sostenía con hombres de pensamiento que abandonaban el campo de los matices y disidencias parciales para contraponerse a la revolución en su totalidad. 
 Haydée no trepidó en enfrentarse con adversarios de fuste como Mario Vargas Llosa, cuando éste se hallaba en el paso de su izquierdismo inicial hacia las posiciones conservadoras que sustentaría hasta el presente. 
 Los combates de ideas no obstaculizaron la labor constructiva de Santamaría. Parte sustancial de ésta fue la fundación y sustento posterior de la revista Casa, perdurable creación que ha llegado hasta nuestros días. La que a partir de 1965 sería conducida por un meritorio escritor muy afín a Haydée, Roberto Fernández Retamar.

 Frente al “dogmatismo”. 

 La autora se sumerge con eficacia en el que tal vez fue el período más doloroso para las mujeres y los hombres de la cultura que se encontraban abocados a las corrientes más renovadoras de la cultura cubana. 
 Lapso que se incubó desde un debate inicial entre “dogmáticos” y “liberales”, que al comienzo pareció fecundo. Y podría haber continuado, enmarcado en un intercambio de pensamientos diversos transitado en libertad. Por desgracia derivó tiempo después en el cierre “administrativo” de la discusión y en la imputación de propósitos oscuros a quienes sustentaban distintas formas de heterodoxia. 
 Haydée cumplió un papel de resguardo y auspicio a quienes se hallaban bajo sospecha y eran removidos de espacios creativos. Entre ellos alguien tan significativo como Silvio Rodríguez, expulsado hacía poco del Instituto de Radio y Televisión. 
 Massholder aprovecha el tratamiento de esas peripecias para brindar un sucinto y rico panorama de la aparición de la “canción protesta” y su tránsito a lo que luego sería la “Nueva Trova Cubana.” Capitaliza otra de sus facetas, la musical (es cantante), para allegar comprensión a ese fenómeno, de gravitación extendida de Cuba a todo el continente. 
 Tiempo después la situación iría a empeorar, con la multiplicación de discriminaciones y sanciones a quienes se consideraba “heréticos”. Se abría el “quinquenio gris”, transcurrido desde 1971 a 1975.
 Massholder escribe al respecto: “En estos difíciles años, Santamaría se concentró en mantener firme su política cultural desde la Casa de las Américas y solía contener a sus colaboradores diciendo que se trataba de un momento complicado, pero que la revolución lograría sobreponerse.” (p. 64) 
 La inspiración de Santamaría venía a coincidir con la asunción plena de la defensa revolucionaria, en dirección a favorecer esa lucha en la inteligencia y la sutileza y no en el ataque cerril e indiferenciado. Lo que no la aparta de la fuerte crítica a quienes sí considera parte del “campo enemigo”. Así escribe:
 “donde luchamos por una sociedad más justa, donde ya el pueblo es dueño de su destino, existe sin embargo una variada ‘quinta columna’ (la imagen española, clásica, es insustituible) que va desde el saboteador de una maquinaria hasta el zapador ideológico, de acuerdo a la especificidad de cada tarea. Y la revolución, para sobrevivir, debe defenderse tanto de invasores como de saboteadores y zapadores.” (p. 73) 
 Esa potente decisión no la privó de ejercer el papel que le asigna un testigo y que Masholder transcribe: 
 “…cobijó a los incomprendidos y salvó la institución que dirigía del vendaval del quinquenio gris, que bien pudo haber hecho aún más daño.” (p. 76)
 Santamaría continuó en las tareas de la Casa hasta su suicidio en 1980, cuando era aún joven (había nacido en 1922). El balance que queda de la lectura del libro es que ocupó un lugar de preeminencia en la creación y sustento de una cultura revolucionaria de vocación internacionalista. Y lo sostuvo hasta su muerte.
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 El trabajo que comentamos tiene las virtudes básicas de una obra de divulgación, sin sacrificar calidad expositiva ni rigurosidad en el tratamiento del tema elegido. Alexia Massholder asumió una tarea para la que tiene la indudable preparación dada por investigaciones anteriores sobre la relación entre los intelectuales y la cultura política comunista. 
 Entre ellas puede citarse su infatigable estudio y análisis en torno a Héctor P. Agosti. O el breve e incisivo trabajo que realizó a propósito de Mercedes Sosa.
 Sin duda este es otro jalón en ese camino, en el que su brevedad no desdice su importancia. 

 Daniel Campione | 10/08/2024

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