sábado, octubre 26, 2024

Román, siempre con nosotros


Un 28 de noviembre de 1979, en plena dictadura, luego del cierre de una edición más de la prensa clandestina del Partido Comunista, una patota militar asesinó al periodista Román Mentaberry, promoción 68 del Colegio Nacional Buenos Aires, buen jugador de ajedrez, amante del cine y del rock nacional, a semanas de ser padre y poco antes de recibirse como licenciado en Ciencias de la Educación.
 Es bueno recordar, en esta sociedad fragmentada, donde predomina el individualismo pasatista y el “sálvese quien pueda” que, luego del golpe de Estado de 1976, el compromiso militante de Román lo llevó a renunciar a un cómodo y bien remunerado trabajo en el Banco Provincia, para dedicarse por completo al periodismo en la resistencia. 

 COGTAL: entre linotipias y rotativas

 Unos años antes, en 1970, nos conocimos en los talleres de la cooperativa obrera gráfica COGTAL, durante otra dictadura, la que inició en 1966 con Onganía y terminó con Lanusse, mientras él supervisaba a la impresión del periódico de la Federación Universitaria Argentina (La Plata), El Vocero de la FUA. 
 COGTAL, lo recuerdo con un estremecimiento que entonces no nos permitíamos, también fue el taller donde Román aportó sus últimos esfuerzos, en esa misma tarea, para Informe, tozudo semanario del PC.
 Allí y entonces, de su mano y por primera vez, conocí los rudimentos de la prensa gráfica en aquellos tiempos, todavía alejados de la fotocomposición o el offset, una época hoy casi incomprensible, cuando las nuevas tecnologías nos permiten convivir naturalmente con libros digitales, portales de diarios y revistas con texto, imágenes y hasta videos de actualización permanente. 
 En aquellas redacciones se elaboraban los textos y se diagramaba a mano página por página. De allí se llevaban a pulso a los talleres gráficos, donde los linotipistas, en aquellas gigantescas “máquinas de escribir”, pegada a una fundición, convertían los letras/símbolos en líneas completas (“a line of type”) de plomo con los caracteres, titulares y separadores, a la vez que cortaban sin misericordia cualquier letra o párrafo que excedía los estrictos límites. 
 A Román, además de la redacción, solía corresponderle corregir las “pruebas de galeras”, una suerte de impresión de pares de páginas, producto de entintar sobre un pliego suelto las líneas de plomo ya ordenadas y fijadas dentro de los límites de un rectángulo metálico, sobre grandes mesas de trabajo, en los márgenes de las cuales realizábamos las indicaciones manuscritas. Corregidas y aprobadas, el plomo contenido en el cajón se grababa en planchas que cubrían los cilindros de las rotativas para la impresión.

 La noche del crimen 

Un reducido número de dirigentes y escasos militantes, en ambos casos designados, asumíamos la tarea de permanecer varias horas al día en la sede del Comité Central de PC, Entre Ríos 1039, espiado las 24 horas por un equipo especial de los servicios de inteligencia, un local donde se produjeron atentados con explosivos y detenciones, así como secuestros a un pocas cuadras. 
 Aquel 28 de noviembre fue otra jornada de coordinación del impulso partidario a la reconstrucción de las organizaciones de masas del movimiento popular, la defensa de los presos y el rescate de los secuestrados, incluido el reclamo y solidaridad internacional, tareas encomendadas por el partido a Fernando Nadra y por la Fede a Patricio Echegaray. 
 Ya de noche, cuando estaba por abandonar el edificio por una de las salidas laterales, encontré a un camarada desencajado, intentando, con poco éxito, explicar a los guardianes del local la razón de su presencia, ya que para el resto de los militantes estaba totalmente desaconsejado concurrir.
 Casualmente, pues lo conocía, intercedí para escuchar el dramático relato de su ingreso a la redacción de Informe, que funcionaba encubierta como la oficina de una empresa de fantasía, en pleno centro porteño, Esmeralda al 700. Román había sido desnudado, ahorcado y colgado en el baño, en un claro mensaje mafioso. 
 Jamás dudamos que su muerte tenía que ver con la información que regularmente publicaba acerca de la resistencia obrera, especialidad gremial que también ejercía en el quincenario de la Fede, Imagen, luego ilegalizado formalmente junto a Informe, como ya había sucedido con sucesivas publicaciones a las que vinieron a reemplazar. Esta vez, la dictadura completó su trabajo con el crimen y la posterior voladura de las rotativas de COGTAL, una clara intimidación dirigida hacia todos los combativos trabajadores gráficos.
 Román también fue parte de la cobertura con que los medios partidarios impulsaron la masiva movilización que, dos meses antes, rodeó a familiares y víctimas que concurrieron a realizar sus denuncias ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que visitó el país en septiembre de 1979. 
 El PC y la Fede jugaron un papel relevante, en todo el país, en la organización de aquellas jornadas históricas, por lo que tampoco se descartó una revancha ejecutada por las patotas militares. 
 Las documentadas denuncias partidarias fueron un sensible golpe para la dictadura, pues el posterior Informe de la CIDH demostró, por primera vez, lo que tanto se denunciaba en el exterior: Argentina vivía bajo el terrorismo de Estado, conclusión para la cual la Comisión se basó en el caso del secuestro y desaparición de la joven comunista Inés Ollero, desnudado por una valiente investigación realizada por su padre, Cesar, junto al área de inteligencia del PC. 

 Las horas que siguieron

 Durante la madrugada del 29 de noviembre, confirmamos el crimen y junto a Eduardo Duschatzky (Informe) y Francisco “Cacho” Álvarez (Imagen) coordinamos diversas y complejas acciones para reinstalar las dos redacciones y cambiar los circuitos de impresión, con el objetivo inmediato de impedir que volviera a ellas ninguno de los nuestros. 
 Horas de vértigo, de reuniones con técnicos y abogados para que, finalmente, al día siguiente otro periodista de Informe, el ya fallecido Arturo Marcos Lozza fue designado para “dar la cara”, rescatar el cuerpo de nuestro compañero y denunciar el crimen. Lo acompañó el laboralista y teórico de filosofía marxista del derecho Abel García Barceló, pero Arturo fue encarcelado por largo tiempo, durante el cual fue sometido a duros interrogatorios. 
 Obligados, tuvimos la difícil tarea de lidiar con las “preocupaciones” de una parte del aparato partidario por el tono de la denuncia que redactamos para los semanarios del PC (Eduardo) y el quincenario de la FJC (yo mismo); “preocupaciones” finalmente frenadas gracias al apoyo de mi padre en el primer caso, y Patricio Echegaray en el segundo. 
 Pese a que nuestros camaradas recorrieron las redacciones de los medios comerciales, solo dieron cuenta del asesinato la mítica voz de Ariel Delgado, desde Radio Colonia, Uruguay, un editorial de Buenos Aires Herald y algunas de las agencias de noticias internacionales.
 Clarín, La Nación y toda la prensa canalla, expresamente informada, ignoró totalmente el hecho pese a tratarse del ataque a un medio de prensa y el asesinato de un periodista en su lugar de trabajo, como tampoco dieron cuenta de casi ninguno de los 172 casos de colegas desaparecidos y asesinados por la dictadura militar. 
 Tampoco tuvieron un mínimo gesto la patronal Asociación de Empresas Periodísticas de la Argentina (ADEPA) o la publicitada Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), tan angustiadas por la libertad de prensa en cualquier gestión gubernamental en que intente, siquiera, rozar los intereses del bloque dominante. 
 Ya en democracia, personalmente reclamé ante mi gremio, la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), por la ausencia de Román en los primeros listados de periodistas desaparecidos. Incomprensiblemente, no apareció en la primera (1986) y segunda edición (1987) de del libro de homenaje y conmemoración, Con vida los queremos, pese que en el amplio colectivo de redacción participó su ex camarada Alfredo Leuco, de frágil memoria y mucho apuro por alejarse de una historia pronta a ser traicionada.
 Posteriormente su nombre finalmente fue incorporado y su imagen enarbolada junto a la de tantos otros en las manifestaciones de los trabajadores de prensa en cada 24 de marzo. Hoy su “ficha” y otros testimonios constan en la página web y las acciones del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). 

 Los culpables, denunciados e impunes

 Ante la Conadep, en marzo de 1984, un denunciante -Carlos Alberto Chiappe- relató el asesinato como “un hecho notorio que es la muerte de un periodista del periódico Informaciones (sic), órgano del PC, a raíz de una denuncia del gerente del frigorífico Caucán, coronel en actividad gerencial, y con la intervención de los tenientes Bertier y Cardozo”.
 Esta denuncia, registrada en el archivo 3007 de la Comisión, identificaba como coautor del asesinato al jefe del grupo de tareas del regimiento 3 de La Tablada, teniente José Enrique Berthier, posteriormente también identificado como interrogador del centro clandestino de detención El Vesubio. 
 Berthier, luego capitán, fue condenado a la pena menor de 10 años de prisión por “ocultamiento” de una bebé nacida en cautiverio, María Eugenia Sampayo, que robó y entregó a Osvaldo Ríos y María Cristina Gómez Pinto, en la primera causa de una joven -en 1977 bebé nacido en cautiverio- que denunció y demandó a sus apropiadores. 
 El asesinato de Román sigue impune, como siguen impunes, salvo los que la “justicia” buscó y halló otros caminos para llegar, la mayoría de los casos de comunistas asesinados en dictaduras y aún gobiernos triunfantes en elecciones, fraudulentas o no, a lo largo de la historia argentina. 
 En la última dictadura, la impactante cifra (en relación al número de sus afiliados) fue de 1500 presos y 500 secuestrados, 350 de los cuales arrancamos de los centros clandestinos, pero más de 150 fueron asesinados. 
 En un aviso conmemorativo, publicado por familiares y amigos en Página/12 otro noviembre, creo de 2011, por primera vez sumó su firma Julián, el hijo que Román no pudo conocer, quien hasta entonces ignoraba su origen, y gracias a su primo, Bruno Borisovsky, tuve la suerte de conocer pues me buscó a partir de una nota de homenaje que publiqué en 2009.
 No fue un momento cualquiera: años después de haber vivido las tremendas horas que siguieron a su asesinato, significó para mí el reencuentro de Julián con su historia, la de su padre, la de su lucha, y también con su familia, pequeña epopeya en la que lo acompañé, como simple pero orgulloso “presentador”, incluida el inolvidable recibimiento de los ex camaradas de “El Colegio”, sus amigos eternos. 
 Su nombre figura hoy en un aula de la facultad de Ciencias de la Educación de la UBA, junto a numerosos ex -alumnos y docentes asesinados en aquellos años. También en la “Lágrima” de bronce y en las baldosas de la puerta del Nacional Buenos Aires y en nuestra Memoria. En la de los que hoy, más que nunca, no olvidamos ni perdonamos. En la de todos los que no dejaremos de buscar Verdad para que finalmente haya Justicia, en TODO y para TODOS. 

 Alberto Nadra 
28/11/2023

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