domingo, abril 30, 2017

El Capital a 150 años. Entrevista de Telma Luzzani a Néstor Kohan



Entrevista de la periodista argentina Telma Luzzani (autora del libro "TERRITORIOS VIGILADOS. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica" [Buenos Aires, Random House, 2012] a Néstor Kohan sobre los 150 años de la publicación del Tomo primero de EL CAPITAL de Karl Marx. Programa de Radio. www.cipec.nuevaradio.org

A 40 años de la primera ronda de las Madres de Plaza de Mayo



El 30 de abril se cumplen 40 años desde que por primera vez las Madres de Plaza de Mayo se reunieron en la Plaza ante la desaparición de sus hijos. Esta reunión fue el antecedente a las históricas rondas de los jueves.

Las catorce Madres que se reunieron aquella vez fueron Azucena Villaflor, Mirta Baravalle, Josefina “la Pepa” Noia, Berta Braverman, Haydeé García Buelas, María Adela Gard de Antokolets, Julia Gard, María Mercedes Gard, Cándida Gard, Delicia Gonzalez, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin, Élida de Caimi y un joven de quien nunca se supo su identidad. Fue allí donde acordaron reunirse todos los jueves y caminar alrededor de la Pirámide de la Plaza de Mayo (cuentan las Madres que fueron los mismos policías quienes forzaron la idea de la ronda con su “circulen, circulen”).
La aparición de Madres significó un enfrentamiento directo a los jerarcas de la dictadura que ya no pudieron ocultar la búsqueda exhaustiva que realizaban por centenares madres y familiares de los militantes que estaban desaparecidos. Las Madres ya no se movían solas, yendo a golpear las puertas de los cuarteles, ministerios e iglesia: comenzaron a organizarse para reclamar por la aún vigente consigna de “aparición con vida”.
Esta afrenta a la dictadura les costó represiones, corridas y pasar días presas en las comisarías. Fueron víctimas de la infiltración militar en sus reuniones. El marino Alfredo Astiz, en una de las rondas de la Plaza de Mayo, enfrentó a la Policía Federal que intentó impedir que se desarrolle la marcha. Por ello comenzó a participar en reuniones de organismos de derechos humanos, y fue quien facilitó el operativo que secuestró a Azucena Villaflor junto a otros compañeros en la Iglesia de la Santa Cruz, en la Ciudad de Buenos Aires.
Con una enorme valentía, las Madres siguieron adelante. Denunciaron fuertemente la represión y las desapariciones en la Argentina, ante todos los medios internacionales que venían a cubrir el Mundial de Fútbol en el 78, que los milicos utilizaban como maquillaje a la cacería que llevaban adelante. Así nació en las usinas de la dictadura la consigna “los argentinos somos derechos y humanos”.
Con su lucha incansable, las Madres de Plaza de Mayo se convirtieron en un emblema de lucha contra la impunidad –de ayer y de hoy­- en la Argentina y en el exterior.
Se pusieron en pie para enfrentar a la dictadura militar, pero también soportaron el aislamiento de todos los partidos del régimen, de la curia y las embajadas. Política Obrera fue la primera corriente de izquierda que abrazó su lucha y movilizó con ellas, en soledad cuando la dictadura aun no había caído.
Caída la dictadura, su denuncia contra la impunidad y los pactos que los gobiernos democráticos tendían con los genocidas –ley de Amnistía, Obediencia Debida, Punto Final- trascendieron y cimentaron las movilizaciones que cada 24 de marzo recorren el país desde entonces y que hoy reúnen a centenares de miles de personas.
Consecuentes con su lucha, estuvieron en la primera fila en el Argentinazo, enfrentando la represión policial.
El kirchnerismo, cuya función política fue la de restaurar la autoridad del Estado, quebrantada por la rebelión popular del 2001, se propuso cooptar a los movimientos piqueteros y organizaciones de derechos humanos y reprimir a quienes no comulgaran con su gobierno. Mancharon una trayectoria de lucha gloriosa con corruptelas (Sueños Compartidos) y convirtiendo a algunas de sus referentes en aplaudidoras de actos oficiales, mientras el pueblo enfrentaba la represión (petroleros de Las Heras, Mariano Ferreyra), el espionaje (Proyecto X) y la reconciliación con los genocidas (Milani)
Mirta Baravalle, Nora Cortiñas, Elia Espen son algunas de las referentes que enfrentaron a la cooptación que emprendió el kircherismo.
Con esa independencia defienden las luchas más sensibles de los trabajadores, frente a los embates del sistema capitalista. Siguen buscando a sus hijos, a sus nietos, al juicio y castigo a todos los militares por todos los desaparecidos, pero no cejan a ninguna lucha actual. Están presentes en cada afrenta a las libertades democráticas, en la lucha de la mujer, y en defensa del Banco Nacional de Datos Genéticos.
Este domingo 30 de abril, a las 15 horas, tenemos una cita de honor con esas Madres de la Plaza, las que luchan y siguieron luchando, que conmemoran el 40° aniversario de aquella primera ronda, renovando su compromiso de lucha inquebrantable frente a un gobierno, el de Macri, que no disimula su solidaridad con los genocidas de la dictadura.

Liliana Alaniz (APeL)

Las vanguardias soviéticas en los museos: ¿utopías despolitizadas?



El centenario de la Revolución encuentra a algunos de los más importantes museos programando muestras sobre las vanguardias ruso-soviéticas. ¿Cómo leyeron los museos, en las últimas décadas, el proceso revolucionario y las tendencias artísticas que lo acompañaron?

Mientras en la propia Rusia las muestras anunciadas son más bien tímidas –e incluso parecen estar más centradas en el zarismo caído que en la Revolución que lo tiró abajo–, durante 2017 hay programadas una serie de muestras que hacen eje en las tendencias vanguardistas de esos años en el MoMA de New York, el Stedelijk de Ámsterdam, el Tate de Londres, entre otras que abarcarán ciudades de Austria, Canadá, México, España, Alemania, además de la ya inaugurada en la Royal Academy, que ya generó polémica.
Seguramente no será la única. Si toda muestra sobre las vanguardias implica un balance de la revolución y de la relación de los artistas con ella, algo que exhibiciones previas han buscado en muchos casos eludir, este año será más difícil de evitar ya que las muestras justamente buscan aprovechar el centenario como oportunidad de atraer público. Pero también porque, como parte de los movimientos de vanguardia marcados por las guerras y las revoluciones que surgieron en Europa a principios del siglo XX, las vanguardias soviéticas tuvieron como elemento central la crítica a las instituciones artísticas, especialmente a los museos. Malevich proclamaba en 1919 en “Sobre el museo”, por ejemplo, que las viejas colecciones de arte –que compara con cadáveres perfectamente incinerables–, no tienen por qué ser preservadas de la destrucción por el nuevo Estado. Llevar el arte a las calles, a las fábricas y hasta el frente, fueron algunas de sus consignas. Propagandizar las ideas revolucionarias también, con herramientas como trenes agit-prop u obras de teatro y películas. Es que las vanguardias soviéticas encontraron en la nueva situación abierta por la revolución un campo propicio para llevar a la práctica muchas de sus ideas, generando en ese proceso tantas innovaciones estéticas y teóricas como polémicas, marchas y contramarchas.
Su trayectoria terminó abruptamente. Si sobre las vanguardias europeas se discute aún en qué medida fueron o no cooptadas por el mercado y las instituciones estéticas, los grupos soviéticos fueron en cambio desplazados y perseguidos –acusados de formalismo decadente o desviaciones pequeño-burgesas– con el asentamiento del stalinismo en el poder y del realismo socialista como doctrina oficial.
Ejemplo de este giro es la muestra organizada en San Petersburgo en 1932, que reunían obras de los artistas soviéticos durante los quince años transcurridos desde 1917, con foco en la abstracción y el constructivismo –esta fue la que tomó de base la Royal Academy–. Sin embargo, trasladada a Moscú un año después, se recortó buena parte de las obras de los artistas de vanguardia por “falta de espacio”… aunque la cantidad de trabajos se había quintuplicado. Una medida de censura leve considerando que el destino de muchos de esos artistas incluyó la muerte o los campos de trabajos forzosos.
Si durante las décadas de 1920 y 1930 algunos de estos artistas habían llegado a exponer fuera de la URSS –incluso hubo un pabellón ruso en la Bienal de Venecia de 1924–, la aparición del fascismo, en sus diferentes variantes, obturó también las posibilidades de llegar al público europeo. Mucha de esta producción fue así prácticamente invisible para los museos y academias occidentales, que recién a fines de la década de 1950 han ido “redescubriendo” paulatinamente ese legado artístico, con curadurías que no han estado exentas de lecturas interesadas y polémicas que en muchos casos pueden leerse en los propios catálogos.
En 1957, la hija del entonces director del British Museum, Camilla Gray, recorrió los depósitos del Museo Ruso de San Petersburgo y de la Galería Tetriakov en Moscú, donde encontró abandonadas y deterioradas obras de los vanguardistas soviéticos, y que dio a conocer pocos años después en su libro The russian experiment 1863-1932, trabajo que amplió sin duda el conocimiento de las obras y de su contexto, aunque también simplificaba y polarizaba la relación entre los artistas y las instituciones del Estado soviético, anulando las definiciones explícitas y las prácticas concretas con que la gran mayoría de ellos se sumó al entusiasmo revolucionario y a la construcción de un “mundo nuevo”. También por esos años –con Stalin ya muerto e iniciado el período de “desestalinización” de Kruschov, que finalmente fue tan radical como necesitó el aparato burocrático para reacomodarse– se realizan muestras dedicadas a artistas particulares como Malevich, El Lissitzky, Tatlin o Lariónov en Alemania, Italia, Holanda y Francia.
Sergio Arroyo, en el catálogo de la muestra Vanguardia rusa, el vértigo del futuro, inaugurada en 2015 en el Palacio de Bellas Artes de México, señala que el avance en la investigación de las vanguardias soviéticas durante las dos décadas siguientes estuvieron alimentadas por los movimientos políticos sesentaochescos que recorrieron Europa y Estados Unidos, donde se destacaron movimientos juveniles “proclives al vanguardismo” –y sin prejuicios, podríamos agregar, con la política revolucionaria.
Sin embargo, es durante la década de 1990 y los 2000, es decir, tras la caída del Muro, la disolución de la URSS y, según los ideólogos neoliberales, tras el “fin de la historia”, que las exhibiciones dedicadas a las vanguardias soviéticas encontrarán sede en nuevas geografías y en los principales museos internacionales. Pero, ¿con qué lectura?
La más completa de ellas –aunque no pudo incluir el cine– fue la del Guggenheim de New York, “La gran utopía”, cuya organización se vio sorprendida por los acontecimientos de 1989, por lo que fue inaugurada tres años después. Mientras en su catálogo Vladimir Gusev, director del museo estatal de San Petersburgo, criticaba el “estrecho marco de la Revolución” como eje de las anteriores muestras sobre el tema, en el mismo libro Paul Wood, historiador del arte especializado en las vanguardias, repasa las interpretaciones que de ella se hicieron en las sucesivas curadurías y estudios de esos años, y las que considera despolitizadas por dos vías interconectadas. Por un lado, porque emblocan las políticas de los primeros años del Estado obrero con las del stalinismo (a tono con las lecturas que identificaban a Lenin con Stalin); y por el otro, porque presentan a las vanguardias como proyectos utópicos que proliferaron en el caos de la revolución pero que pronto fueron “puestos en caja” por un Estado que finalmente logró consolidarse. Ambos argumentos hacen caso omiso de las posiciones y las discusiones que hubo respecto a qué política cultural debía darse el joven Estado revolucionario, discusiones que no solo atravesaron a los grupos de artistas –que en muchos casos participaban y tenían responsabilidades en las instituciones educativas y culturales soviéticas–, sino también a dirigentes del partido bolchevique.
Para Wood, esta operación de disociar a los artistas y sus producciones de la política revolucionaria transforma las luchas de fuerzas económicas, políticas y culturales de los años veinte en la URSS en un camino directo al culto de la personalidad stalinista. El utopismo que se le endilga sobre esta base tiene dos variantes y un mismo resultado, que es un constructo ideológico tan interesado políticamente como el que dice criticar:
“Así, o bien tenemos la inocencia dichosa y de un mundo soñado de artistas cuya propia amplitud y sugestionabilidad los lleva a ser violentados por los políticos marxistas tan pronto como encuentran oportunidad (subtexto: el arte debe evitar la política, entonces y ahora) o, en el caso de aquellos que parecen haber persistido en asociar el arte con la Revolución, encontramos una construcción de una ingenuidad voluntariosa, un tentar al destino, una especie de peligroso utopismo ciego a la verdadera naturaleza de la realpolitik que entretenía; estas personas son exhibidas como una lección sobre los peligros de jugar, en primer lugar, con ese fuego, por invitarlo, por así decirlo, a la casa del arte (subtexto, por supuesto, el mismo)”.
Desde entonces las muestras se han multiplicado. En 2006 en el Thyssen-Bornemisza de Madrid, en 2011 en La Casa Encendida y en 2013 en el Reina Sofía –centrada en Rodchenko y Popova–; en 2014 en el New Tate Modern de Londres, centrada en Malevich; en el DF mexicano en 2015-2016, por nombrar algunos hitos. En Buenos Aires hubo una en el Centro Cultural Recoleta en 2001, y el año pasado una dedicada a Malevich en el PROA. En muchas de sus catálogos pueden leerse planteos curatoriales que parten de estas premisas despolitizadoras, incluso en aquellos que contemplan alguna visión más completa y crítica de los intentos de despolitización entre los artículos de análisis –debate que nunca es presentado como tal y que, por lo tanto, más bien aparece al lector como simples contradicciones de la curaduría–.
¿Las muestras anunciadas para este año abordarán o generarán de nuevo este debate? Por el lado del anclaje de las vanguardias al proceso revolucionario, hay que decir que si bien es cierto que la revolución ha sido borrada del horizonte en las últimas décadas de ofensiva neoliberal, no es menos real que también el neoliberalismo está cuestionado desde la crisis capitalista iniciada en 2008, por derecha y por izquierda. Por el lado de las instituciones culturales, como los museos, no deja de ser una “paradoja” que “aquellos que declararon la guerra a los museos estén en los museos”, como señala Arroyo en el catálogo de la muestra mexicana. Paradoja que se manifiesta justo en momentos en que el mercado del arte se ve invadido por operaciones comerciales y financieras que llevan los precios a récords históricos pero que muestran así también la pobre perspectiva que este sistema depara para la actividad artística: reducir la creatividad humana a las posibilidades de obtener ganancias. No podemos saber entonces si la polémica se profundizará, pero sí que, sin duda, sigue siendo necesaria.

Ariane Díaz
@arianediaztwt

La lucha por la reducción de la jornada laboral



Los trabajadores de todo el mundo impondrán desde hace dos siglos la reducción de la jornada laboral. “8 horas de descanso, 8 horas de trabajo, 8 horas de recreación” será la bandera de lucha.

Los ritmos de las máquinas, el látigo del capataz, la voracidad capitalista, impusieron sobre los primeros trabajadores industriales jornadas laborales sin límites. El capitalismo progresaba sobre el trabajo de miles de obreros que dejaban sus vidas, cada día un poco, en las fábricas. Hombres, mujeres y niños trabajaban de sol a sol, sin más descanso que el que previera la voluntad del patrón, a cambio de salarios que les permitían tan solo recuperar fuerzas para volver a trabajar al día siguiente.
“8 horas de descanso, 8 horas de trabajo, 8 horas de recreación”: será el grito que unirá la lucha de los trabajadores de todo el mundo desde las primeras décadas del siglo XIX. La Asociación Internacional de los Trabajadores definió como reivindicación central la jornada laboral de ocho horas, a partir del Congreso de Ginebra en agosto de 1866. El III Congreso de la Internacional en Bruselas de septiembre de 1868 se pronunciará unánimemente en favor de la disminución legal de las horas de trabajo.

Estados Unidos: el 1° de mayo de 1886

Las patronales del país que se transformará en la primera potencia capitalista del mundo explotaban a sus trabajadores en jornadas de hasta 18 horas. Desde las primeras décadas del siglo XIX la demanda por la reducción de la jornada laboral movilizó a los trabajadores de distintos Estados. De 1873 a 1876 se registraron huelgas en los Estados de Nueva Inglaterra, Pensilvania, Illinois, Indiana, Misuri, Maryland, Ohio y Nueva York. Todas fueron reprimidas a balazos, golpes y prisión.
Así, para 1886, ya había crecido el movimiento a favor de la jornada de ocho horas. “El 1° de mayo, la American Federation of Labor (Federación Laboral Americana) exhortaba a las huelgas nacionales en cualquier lugar donde se negaran a la jornada de ocho horas… De esta manera, 350.000 trabajadores de 11.562 establecimientos de todo el país fueron a la huelga. En Detroit, marcharon 11.000 trabajadores en una manifestación que duró ocho horas. En Nueva York, 25.000 trabajadores formaron una procesión de antorchas a lo largo de Broadway. En Chicago, 40.000 trabajadores hicieron huelga y a otros 45.000 se les concedió una jornada más corta para impedir que fuesen a la huelga. En Chicago se pararon todos los ferrocarriles, se paralizaron la mayoría de las industrias...”(1).
Será Chicago la cuna de la conmemoración internacional del día de los trabajadores, cuando la resistencia patronal a la movilización obrera provoque la represión del mitín convocado en la plaza Haymarket. Chicago se llenará de miles de perseguidos y encarcelados. Los anarquistas August Spies, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons, Samuel Fielden y Oscar Neebe fueron sometidos a un juicio orquestado y fraudulento, y el 11 de noviembre de 1887 Spies, Engel, Fischer y Parsons fueron ahorcados. En su funeral marcharon por las calles de Chicago miles de trabajadores.
En 1889 la II Internacional resuelve instituir un día por la lucha internacional por las 8 horas y se establece el 1° de mayo en honor a los “mártires de Chicago”.

El 1° de Mayo en Argentina

En la Argentina los trabajadores responderán al llamado.
La clase obrera estaba sometida también a duras condiciones de trabajo. Tempranamente se había organizado al calor de la oleada inmigratoria, y los primeros grupos socialistas, como los alemanes que habían fundado, en 1881, el Club Vorwarts (Adelante), se ponen a la cabeza de organizar el acto.
En 1890 será la primera celebración del 1º de Mayo en la Argentina. El acto reúne a unos miles de obreros en la Ciudad de Buenos Aires, y se realizan otros en Rosario y Bahía Blanca. “En Buenos Aires, el acto se lleva a cabo en el Prado Español, barrio de la Recoleta; entre los oradores –mayoritariamente de tendencia socialista– hay españoles, italianos, franceses y alemanes, que explican el significado del 1º de Mayo a los obreros allí reunidos. El corresponsal del diario La Nación, tomando en cuenta la significación del acto, escribe al día siguiente de forma despectiva, ‘Había en la reunión poquísimos argentinos, de lo que me alegro mucho’”(2) en una velada reivindicación del carácter internacionalista del primer 1° de Mayo en la Argentina.
En este acto se votan una serie de reivindicaciones que serán presentadas al Congreso, entre ellas, la jornada de 8 hs para todos los adultos, la prohibición del trabajo para los menores de 14 años, la abolición del trabajo nocturno para mujeres y niños y la reglamentación del masculino, la prohibición de trabajos insalubres para las mujeres, descanso no interrumpido de 36 hs semanales, prohibición de trabajos insalubres y trabajo a destajo, seguro obligatorio contra los accidentes laborales a cargo exclusivo de los empresarios y el Estado.
Además, en el Manifiesto del 1º de Mayo se anuncia la decisión de formar una Federación de Trabajadores y la necesidad de publicar un periódico. Éste se llamará El Obrero y apareció en las calles desde diciembre de 1890 a febrero de 1891, editado primero por el socialista Ave Lallemant y luego por la naciente Federación.

Oleada de huelgas por la jornada de ocho horas

La limitación de la jornada laboral se transformará en motor de una serie de luchas obreras en los años siguientes junto con el reclamo de aumento de salarios que predominó en la oleada de huelgas anterior. Durante 1894 pararon los albañiles, ebanistas, curtidores, vidrieros, hojalateros, cocheros de tranvías, pintores, descargadores de carbón, galponistas, peones de puerto y foguistas de a bordo. Los yeseros son, en 1895, los primeros que conquistan la jornada de 8 horas, a los que le siguen los pintores. Abren así un nuevo camino, y durante 1896 se dan numerosas huelgas que reclaman las 8 horas de trabajo, como las de los constructores de carruajes, bronceros, relojeros, obreros del gas, fideeros, tipógrafos, mecánicos y otros.
Entre estas huelgas duras se destaca la de los ferroviarios que exigen la jornada de 8 horas sin modificación de salarios, la supresión del trabajo por pieza o a contrata, la anulación del trabajo los domingos y el pago doble de las horas extras. La patronal se niega a ceder al reclamo, provocando el estallido de una huelga masiva. Los obreros, aunque no cuentan con una organización nacional que los coordine, logran lazos solidarios para sostener la huelga en varios puntos del país, llegando a confluir en una asamblea general de delegados ferroviarios.
Hay enfrentamientos violentos de los trabajadores con la policía y mientras el Estado manda bomberos, soldados y marineros, la empresa recluta unos 700 obreros desde Italia para reemplazar a los que están en huelga. En Barracas, hay un enfrentamiento con la policía, donde mueren 2 peones y son detenidos unos 47 huelguistas.
En agosto el periódico anarquista Avvenire informa que hay entre 7.000 a 8.000 obreros en huelga por las 8 horas. La huelga fue apoyada por muchos gremios reclamando las mismas mejoras que los ferroviarios.
Este proceso de luchas se ve acompañado por el desarrollo de la organización sindical de los trabajadores. Entre 1890 y 1896, se forman 32 sociedades obreras que agrupan a oficios varios: tipógrafos, herreros, talabarteros, hojalateros, escultores, mecánicos, cocheros de tranvías, albañiles, constructores de carros, toneleros, fideeros, torneros, tabaqueros, relojeros, plateros, artes gráficas, fundidores y afines, alfombristas, cortadores de calzado, galponistas, vidrieros... (3).

La imposición de la reducción de la jornada de trabajo

En América Latina la demanda de la reducción de la jornada laboral fue enarbolada por los trabajadores en numerosas luchas hasta conseguir durante las primeras décadas del siglo XX la aprobación de leyes laborales que establecieron la jornada de ocho horas.
Así, por ejemplo, la celebración del primer 1° de mayo en México se realizó en 1913. En 1917 la Constitución mexicana estableció las 8 horas. En Uruguay se aprobó dos años antes.
En 1919, la huelga general de 44 días en Barcelona con decenas de miles de obreros en huelga impuso la jornada de ocho horas y el reconocimiento de los sindicatos.
La lista sigue. En todo lugar en que la reducción de la jornada de trabajo consiguió imponerse fue producto de la lucha de la clase obrera, la paralización del trabajo, la organización sindical y la movilización en las calles.
La voracidad capitalista por aumentar sus ganancias no tiene más límites que los que la clase obrera le imponga. El movimiento obrero avanzó en su organización al calor de la lucha por alcanzar más tiempo libre, más horas de descanso, más posibilidades de disfrute del progreso humano, de la cultura y de la vida social. Sus sectores más conscientes se proponen alcanzar el fin de la esclavitud asalariada derrocando al capitalismo y abriendo el camino al desarrollo, junto con las fuerzas productivas, de todas las potencialidades humanas liberadas de las trabas que le imponen las cadenas de la explotación.
Así como los obreros de fines del siglo XIX vieron cómo dejaban su vida sobre las máquinas que enriquecían a los capitalistas y comenzaron su lucha por el tiempo, hoy los enormes avances tecnológicos hacen posible la reducción progresiva de la jornada laboral, permitiendo el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados para que trabajemos todos. Esa es nuestra lucha, nuestras vidas valen más que las ganancias capitalistas.

Alicia Rojo
Historiadora UBA

Notas:

1. Howard Zinn, La otra historia de los Estados Unidos.
2. Alicia Rojo, Josefina Luzuriaga, Walter Moretti, Diego Lotito, Cien años de Historia Obrera en la Argentina (1870-1969), Una visión marxista, de los Orígenes a la Resistencia, Ediciones IPS, 2016.
3. Íbid.

Tres meses de Donald Trump: más de lo mismo

Ya pasaron más de tres meses de la asunción de Donald Trump como presidente de la primera potencia capitalista del mundo: Estados Unidos de América. Nada ha cambiado. Si alguien había pensado que algo podía cambiar con su llegada a la Casa Blanca, se equivocaba de cabo a rabo. ¿Por qué habría de cambiar?
En todo caso, el discurso que levantó el magnate durante su campaña presidencial pudo hacer pensar –equivocadamente, por supuesto– en algún cambio coyuntural. Ante la actual crisis que vive la economía estadounidense, su propuesta apuntaba, al menos en la declamación, a un intento de renacimiento de la alicaída industria nacional.
Pero ahí viene el espejismo. Lo que está alicaído es el poder adquisitivo de la clase trabajadora estadounidense: sus empresas siguen prósperas, muy saludables, manejando el panorama con perspectivas de futuro. Si bien es cierto que, en términos técnico-contables, la producción bruta de China ha superado a la de Estados Unidos, el país americano sigue siendo aún el líder mundial, económica, política, tecnológica y militarmente.
De las más corpulentas empresas a nivel global, las once más grandes tienen su casa matriz en territorio estadounidense, siendo 54 de ese origen las más capitalizadas entre las primeras 100 de todo el planeta. Siguen manejando todos los dominios: petróleo (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco), tecnologías de la comunicación (Apple, Microsoft, Google, Facebook, Hollywood), banca (Wells Fargo & Co, JMorgan Chase, Berkshire Hath-A), química (Johnson & Johnson, Procter & Gamble, Pfizer Inc.) y, por supuesto, industria militar (Lockheed Martin, Boeing, BAE Systems, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, General Motors, IBM. Todos estos capitales del complejo militar-industrial registraron ventas en 2016 por casi un billón de dólares, teniendo además incrementos desde 2010 de un 60%, por lo que para ellos, claramente, no cuenta la crisis económica).
Hay decadencia, y como ha sucedido con todo imperio en la historia, parece haber llegado ya al pico máximo de su expansión, habiendo comenzado su lento declive. Pero lejos está de ser un imperio derrotado: sigue marcando el ritmo en infinidad de aspectos. Inmediatamente después de terminada la Segunda Guerra Mundial, el país americano era la gran potencia capitalista dominadora de la escena. Única nación con poder nuclear en ese entonces, aportaba el 52% de todo el producto bruto mundial. En este momento ya no detenta el monopolio de la bomba atómica (al menos Rusia y China son sus rivales en paridad), y su aporte a la producción global ha descendido al 18%. Sin dudas, no sigue en expansión, tal como sucedió desde mediados del siglo XIX y durante todo el XX. De todos modos, aunque ya comienza a ser puesto en entredicho, su moneda: el dólar, sigue siendo en buena medida la divisa universal. Y el inglés, aún hoy, la lingua franca obligada. Hollywood, mal que nos pese, es el referente cultural del planeta, tanto como la Coca-Cola o el Mc Donald’s.
El proceso de globalización neoliberal, comenzado hacia la década de los 70 del pasado siglo, reconfiguró el mundo, y obviamente, también al sistema capitalista. La producción y la comercialización se hicieron absolutamente planetarias: una misma mercancía puede ser elaborada en cualquier parte del mundo con la misma tecnología y distribuida por todo un expandido mercado mundial. Los capitales privados aprovechan así las ventajas que le ofrecen los países más pobres, donde los salarios son más bajos y donde gozan de ciertos privilegios, como la exención impositiva, la debilidad o falta de regulaciones medioambientales y la escasa o nula organización sindical de los trabajadores. De esa forma, una empresa oriunda de un país rico y desarrollado abandona sus instalaciones allí para establecerse en alguna llamada “zona franca” del Tercer Mundo; así, abarata los costos de producción, pero no abarata el precio final del producto terminado. Y dicho producto ya no se comercializa solo de fronteras adentro en el país productor, sino en un mercado mundial. A partir de ese esquema, quien pierde es la clase trabajadora del país originario de los capitales. Los capitales no pierden sino que, por el contrario, ganan más aún.
Así considerado el mecanismo en juego, Estados Unidos se empezó a empobrecer relativamente: sus trabajadores se empobrecieron, porque en muchos casos se quedaron sin empleo. Las empresas siguen ganando monumentalmente. Ya vimos los datos de la industria militar: cada vez hay más guerras, por tanto, más armas. Y Estados Unidos provee la mitad global de esos equipos. Por tanto, no hay crisis para esas megaempresas.
Digámoslo con un ejemplo: lo que fuera la meca del automóvil, la ciudad de Detroit, en el estado de Michigan, para 1960 llegó a tener tres millones de habitantes, la mayoría ocupada en la producción automotriz. Con el proceso de reubicación, esas grandes empresas estadounidenses se trasladaron a innumerables puntos del globo en los cinco continentes. La clase obrera industrial de Detroit quedó en la ruina (esa es una ciudad casi fantasma al día de hoy, con apenas 300.000 habitantes), pero las megaempresas automovilísticas del país: General Motors, Ford, Chrysler, siguieron sus negocios. ¿Quién se empobreció? La clase trabajadora.
A partir de esa situación de empobrecimiento de la masa trabajadora (los votantes), el discurso efectista de Donald Trump durante su campaña levantó expectativas. Habló –como todo candidato en campaña que vende fantasías, pirotecnia verbal– de cambiar esa situación, haciendo que la industria retirada de suelo estadounidense volviera a territorio patrio. Sin dudas, esas encendidas promesas lograron su cometido: contrario a todos los pronósticos, Trump ganó las elecciones. Pero las empresas no volvieron… ¡ni van a volver!
En muy buena medida, su “caballo de batalla” para la campaña fue una encendida xenofobia, con promesas de expulsión de tantos “hispanos que vienen a robar puestos de trabajo”. La construcción del muro (de la cuarta parte que falta, porque, de hecho, esa valla ya está construida en la frontera con México) y la deportación de miles de indocumentados latinoamericanos tiene, básicamente, un efecto propagandístico. La economía estadounidense sigue muy próspera para los capitales, pero para sus trabajadores difícilmente mejore. En realidad: no puede mejorar, porque el ciclo de crecimiento capitalista de Estados Unidos ya pasó. Ahora su consumo supera con creces a su producción, por lo que el país en su conjunto (población y Estado) viven del crédito. Son las divisas chinas y japonesas las que mantienen a flote el presupuesto federal de Washington; y son las tarjetas de crédito (con una deuda promedio de 5.000 dólares por ciudadano) las que mantienen las economías domésticas. ¿Quién se beneficia de eso? Obviamente no los tarjeta-habientes, los trabajadores, sino la banca.
Como todo discurso efectista de un candidato presidencial en campaña que vende “espejitos de colores”, también Donald Trump dijo que no se involucraría en la guerra con Siria, y que enfriaría el siempre candente conflicto con Rusia, supuesto preámbulo de una nueva guerra mundial (para el caso: nuclear, por lo tanto, posiblemente la última).
Pero a poco tiempo de su asunción, vemos cómo el complejo militar-industrial sigue decidiendo las cosas. Los 59 misiles crucero disparados sobre una base militar en Siria o la “madre de todas las bombas” arrojadas recientemente en Afganistán, lo evidencian.
Ningún presidente de Estados Unidos –como ningún presidente en ningún país capitalista en ninguna parte del planeta– es el que decide finalmente las cosas. Grandes poderes le susurran al oído (o le gritan) lo que debe hacer. Esos poderes tienen nombre y apellido concreto: son esos megacapitales que se mencionaban más arriba. Y más aún: en la gran potencia americana, desde mediados del pasado siglo esos megacapitales están constituidos por lo que se llamó el complejo industrial-militar, la principal actividad económica actual de Estados Unidos (25% de su producto bruto). George Kennan, politólogo clave de Washington durante la Guerra Fría, dijo en 1997: “Si la Unión Soviética se hundiera mañana bajo las aguas del océano, el complejo industrial-militar estadounidense tendría que seguir existiendo, sin cambios sustanciales, hasta que inventáramos algún otro adversario. Cualquier otra cosa sería un choque inaceptable para la economía estadounidense”. El día que un presidente osó querer detener la guerra de Vietnam, John Kennedy, como toda respuesta de esos “mandamases” recibió un certero balazo en la cabeza. Y la guerra de Vietnam, por supuesto, siguió adelante. Los 60.000 soldados estadounidenses caídos no se comparan con las ganancias obtenidas por ese complejo militar-industrial.
Ese adversario que debe ser inventado, por cierto, no deja de aparecer de continuo: el “terrorismo islámico”, el “narcotráfico”, o cualquier nuevo demonio que pueda darse en el futuro (los Estados canallas, las maras, los mosquitos transmisores del dengue, como en el Acuífero Guaraní en la triple frontera argentino-paraguaya-brasileña, la “dictadura castro-comunista de Venezuela”, etc., etc.). La industria militar, que ocupa directa o indirectamente a uno de cada cuatro trabajadores estadounidenses, no se detiene.
Las fantasiosas declaraciones de Trump previo a sentarse en la Casa Blanca hablaban de una “tranquilización” en la actual no declarada –pero real y efectiva– nueva Guerra Fría (35.000 dólares por segundo gastados en armamento a nivel mundial). Las recientes operaciones militares en Siria y Afganistán muestran la realidad.
Es de esperarse que no lleguemos nunca a una nueva guerra mundial con armamento nuclear. En tal caso, solo las cucarachas podrían contar qué sigue (si es que sobrevive alguna). Los capitales que dirigen el mundo son voraces, pero no locos. Seguramente se seguirá manipulando a la opinión pública, aterrorizando a las poblaciones y mostrando imágenes apocalípticas de un probable enfrentamiento atómico, aunque nunca se lleguen a oprimir los fatídicos botones del pandemonio. Pero la necesidad de “estar preparados para la hecatombe”, según la bien aceitada industria comunicacional capitalista, hace que la máxima romana siga vigente: “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Y el complejo militar-industrial ganando millonadas.
¿Por qué Donald Trump iba a ser distinto? Quizá tiene un estilo distinto, diferente a la corrección política de sus antecesores; pero con tres meses ya quedó por demás de claro cómo son las cosas: ¡más de lo mismo! Así de simple. O de patético…

Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com

La era de la ingobernabilidad en América Latina

La desarticulación geopolítica global se traduce en nuestro continente latinoamericano en una creciente ingobernabilidad que afecta a los gobiernos de todas las corrientes políticas. No existen fuerzas capaces de poner orden en cada país, ni a escala regional ni global, algo que afecta desde las Naciones Unidas hasta los gobiernos de los países más estables.
Uno de los problemas que se observan sobre todo en los medios, es que cuando fallan los análisis al uso se apela a simplificaciones del estilo: Trump está loco, o conjeturas similares, o se lo tacha de fascista (que no es una simple conjetura). Apenas adjetivos que eluden análisis de fondo. Bien sabemos que la locura de Hitler nunca existió y que representaba los intereses de las grandes corporaciones alemanas, ultra racionales en su afán de dominar los mercados globales.
Del lado del pensamiento crítico sucede algo similar. Todos los problemas que afrontan los gobiernos progresistas son culpa del imperialismo, las derechas, la OEA y los medios. No hay voluntad para asumir los problemas creados por ellos mismos, ni la menor mención a la corrupción que ha alcanzado niveles escandalosos.
Pero el dato central del periodo es la ingobernabilidad. Lo que viene sucediendo en Argentina (la resistencia tozuda de los sectores populares a las políticas de robo y despojo del gobierno de Mauricio Macri) es una muestra de que las derechas no consiguen paz social, ni la tendrán por lo menos en el corto/mediano plazos.
Los trabajadores argentinos tienen una larga y rica experiencia de más de un siglo de resistencia a los poderosos, de modo que saben cómo desgastarlos, hasta derribarlos por las más diversas vías: desde insurrecciones como la del 17 de octubre de 1945 y la del 19 y 20 de diciembre de 2001, hasta levantamientos armados como el Cordobazo y varias decenas de motines populares.
En Brasil la derecha pilotada por Michel Temer tiene enormes dificultades para imponer las reformas del sistema de pensiones y laboral, no sólo por la resistencia sindical y popular sino por el quiebre interno que sufre el sistema político. La deslegitimación de las instituciones es quizá la más alta que se recuerda en la historia.
El economista Carlos Lessa, presidente del BNDES con el primer gobierno de Lula, señala que Brasil ya no puede mirarse al espejo y reconocerse como lo que es, perdido el horizonte en el marasmo de la globalización (goo.gl/owd24y). El aserto de este destacado pensador brasileño puede aplicarse a los demás países de le región, que no pueden sino naufragar cuando las tormentas sistémicas acechan. En los hechos, Brasil atraviesa una fase de descomposición de la clase política tradicional, algo que pocos parecen estar comprendiendo. Lava Jato es un tsunami que no dejará nada en su sitio.
El panorama que ofrece Venezuela es idéntico, aunque los actores ensayen discursos opuestos. De paso, decir que atender a los discursos en plena descomposición sistémica tiene escasa utilidad, ya que sólo buscan eludir responsabilidades.
Decir que la ingobernabilidad venezolana se debe sólo a la desestabilización de la derecha y el imperio, es olvidarse que en la prolongada erosión del proceso bolivariano participan también los sectores populares, mediante prácticas a escala micro que desorganizan la producción y la vida cotidiana. ¿O acaso alguien puede ignorar que el bachaqueo (contrabando hormiga) es una práctica extendida entre los sectores populares, incluso entre los que se dicen chavistas?
El sociólogo Emiliano Terán Mantovani lo dice sin vueltas: caos, corrupción, desgarro del tejido social y fragmentación del pueblo, potenciados por la crisis terminal del rentismo petrolero (goo.gl/DW8wkQ). Cuando predomina la cultura política del individualismo más feroz, es imposible conducir ningún proceso de cambios hacia algún destino medianamente positivo.
En suma, el panorama que presenta la región –aunque menciono tres países el análisis puede, con matices, extenderse al resto– es de creciente ingobernabilidad, más allá del signo de los gobiernos, con fuertes tendencias hacia el caos, expansión de la corrupción y dificultades extremas para encontrar salidas.
Tres razones de fondo están en la base de esta situación crítica.
La primera es la creciente potencia, organización y movilización de los de abajo, de los pueblos indios y negros, de los sectores populares urbanos y los campesinos, de los jóvenes y las mujeres. Ni el genocidio mexicano contra los de abajo ha conseguido paralizar al campo popular, aunque es innegable que afronta serias dificultades para seguir organizando y creando mundos nuevos.
La segunda es la aceleración de la crisis sistémica global y la desarticulación geopolítica, que pegó un salto adelante con el Brexit, la elección de Donald Trump, la persistencia de la alianza Rusia-China para frenar a Estados Unidos y la evaporación de la Unión Europea que deambula sin rumbo. Los conflictos se expanden sin cesar hasta bordear la guerra nuclear, sin que nadie pueda imponer cierto orden (aún injusto como el orden de posguerra desde 1945).
La tercera consiste en la incapacidad de las élites regionales de encontrar alguna salida de largo aliento, como fue el proceso de sustitución de importaciones, la edificación de un mínimo estado del bienestar capaz de integrar a algunos sectores de los trabajadores y cierta soberanía nacional. Sobre este trípode se estableció la alianza entre empresarios, trabajadores y Estado que pudo proyectar, durante algunas décadas, un proyecto nacional creíble aunque poco consistente.
La combinación de estos tres aspectos representa la tormenta perfecta en el sistema-mundo y en cada rincón de nuestro continente. Los de arriba, como dijo días atrás el subcomandante insurgente Moisés, quieren convertir el mundo en una finca amurallada. Probablemente, porque nos hemos vuelto ingobernables. Tenemos que organizarnos en esas difíciles condiciones. No para cambiar de finquero, por cierto.

Raúl Zibechi
La Jornada

sábado, abril 29, 2017

La tan visitada figura del Che



A 50 años de su asesinato un acercamiento a diez de las películas que hablan de su apasionante vida

Ernesto Guevara de la Serna (1928-1967), el mítico Che, es una figura histórica tan apasionante que han sido numerosos los cineastas que desde el documental o la ficción han querido acercarse a su intensa vida.
El próximo mes de octubre se estará rememorando un luctuoso aniversario, el 50 de su asesinato en Bolivia que, entre otros aspectos, desencadenó en disímiles cinematografías la necesidad de conocer y comprender su vital existencia.
De una extensa filmografía que ha buscado hacer un retrato de ese hombre/leyenda, uno de los personajes latinoamericanos más importantes del siglo pasado, haremos referencia a diez de ellas.

DESDE EL DOCUMENTAL…

En octubre de 1967, pocos días después de conocerse el asesinato del Che, se efectuó en la Plaza de la Revolución de La Habana una impresionante velada solemne. Para ella se solicitó al documentalista Santiago Álvarez, reconocido por el manejo del lenguaje audiovisual y director del Noticiero del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), realizar, en apenas 48 horas, un material para exhibirse en la concentración In memoriam.
Resultó Hasta la victoria siempre, uno de sus mejores trabajos, aunque realizado con muy poco material de archivo y fotografías a su disposición, pero el suficiente para convertirse en un emotivo homenaje al Che.
Para sustentar su teoría de un cine urgente, Santiago Álvarez había proclamado que con dos fotos, una moviola y una música, podía hacer una película. Y lo demostró.
Con respecto a la música de Hasta la victoria siempre, tomó un fragmento de Suite de las Américas, de Dámaso Pérez Prado (1917-1989), y la convirtió en una pieza emblemática y evocadora de la figura del Guerrillero Heroico.
Algo similar sucedería con la foto tomada al Che por el cubano Alberto Korda durante los funerales de las víctimas del atentado al barco La Coubre, en 1960 que se constituyó en un símbolo.
En el documental de 15 minutos Una foto recorre el mundo, de 1981, de Pedro Chaskel, uno de los principales precursores del llamado Nuevo Cine Chileno (1955 – 1973), hace la historia del retrato fotográfico más famoso del siglo XX, reproducido cientos de miles de veces en diferentes formatos, y lo realiza a través de una entrevista al propio Korda.
Otro grande del cine latinoamericano, el argentino Fernando Birri, acudió igualmente a la entrevista para realizar en 1985 Mi hijo el Che - Un retrato de familia de don Ernesto Guevara.
Birri, en un largo diálogo, y de forma amena, con el padre del Che, logra trazar un perfil a través de sus recuerdos y testimonios de otros familiares.
Tres décadas después del asesinato en Bolivia, el argentino Juan Carlos Desanzo, preparó un nuevo documental, Hasta la victoria siempre/ Che, en el cual muestra a Ernesto Guevara niño, su infancia en Córdoba, sus viajes por Latinoamérica, su encuentro con Fidel Castro Ruz y el comienzo de su actividad revolucionaria en Cuba, que tiene un momento trascendental con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Para el guion, Desanzo toma el último día de vida del Che y a partir de ese momento analiza toda su trayectoria.
Toda una curiosidad resulta Di buen día a papá, filmada por el boliviano Fernando Vargas en 2005. Su principal atractivo es el de abordar el punto de vista de los habitantes de la región boliviana de Valle Grande, donde Ernesto Che Guevara, asume el carácter de santo que éstos le atribuyeron. La historia atraviesa tres generaciones de vallegrandinos y su convivencia con toda la construcción mitológica, que late alrededor de la figura del Che, y de cómo llevan una vida normal en un escenario de tanto simbolismo para los habitantes de toda Latinoamérica.
A la actriz cubana Isabel Santos, que desde su primer protagónico en el cine en 1983 en la película Se permuta, de Juan Carlos Tabío, ha recibido más de diez premios nacionales e internacionales, le nació la idea de ponerse tras las cámaras precisamente mientras participaba en Bolivia en el elenco de la cinta de Vargas.
Surgió entonces el proyecto de filmar sobre el Che, que devino el documental de 2006 San Ernesto nace en La Higuera, donde recoge también las impresiones y recuerdos de los lugareños sobre ese acontecimiento alrededor del cual han surgido varias leyendas como la del poder místico de Guevara de la Serna.
Santos y el codirector y fotógrafo Rafael Solís, ambos además guionistas, filmaron en Cuba y en la localidad boliviana de La Higuera, donde asesinaron al Guerrillero Heroico. Allí realizaron decenas de entrevistas en las que se rescata el sentir de los vallegrandinos sobre el Che.
El documental recoge los testimonios de los pobladores de Valle Grande, La Higuera y Pucará, del periodista y senador Antonio Peredo, de la luchadora Loyola Guzmán y del actual presidente de Bolivia, Evo Morales.
Otro documental, este de 2009, realizado por el argentino Tristan Bauer es Che, un hombre nuevo, un extenso y riguroso recorrido por la vida del mítico revolucionario argentino cubano.
Bauer y Cristina Scaglione, guionistas, asumieron el rol de investigadores y aportaron datos nuevos, que sumados a los que forman parte de la biografía básica componen un informe más completo sobre el Che Guevara.
La película hace un máximo aprovechamiento de recursos documentales y aportó en su momento novedades de archivo facilitados por Aleida March, viuda del Che, como fotos, metrajes de archivo, registros sonoros, fotografías, cartas y escritos de puño y letra de Guevara de la Serna. Otro importante aporte fueron los archivos militares de Bolivia, propiciados por el presidente Evo Morales.
En más de dos horas de relato, Bauer lleva al espectador por Argentina primero y luego por América Latina, su decisiva participación en la Revolución Cubana, sus viajes diplomáticos, la fallida experiencia en el Congo, y el trágico desenlace en Bolivia.

HASTA LA FICCIÓN…

Existe un criterio bastante unánime, algo extraño entre críticos, que Diarios de motocicleta, la cinta de 2004 dirigida por el brasileño Walter Salles, es la mejor película de ficción sobre el Che Guevara. Sobresaliente en todos los rubros técnicos y artísticos, incluido el actoral, con Gael García Bernal como el Che y Rodrigo De la Serna como su compañero Alberto Granados,
Pero lo que en gran parte explica su éxito fue el acierto en la elección de un tramo profundamente significativo en la vida del joven médico Ernesto Guevara de la Serna: aquel viaje en moto por la América del Sur profunda, colorida y desgarrada. Una historia sumamente entretenida por su ritmo de road movie.
La cinta, más de dos horas, lleva a 1952, cuando el estudiante de Medicina de 23 años conocido como Fuser por sus amigos, y el bioquímico de 29 años Alberto Granados, se lanzan a un viaje de cuatro meses por 8 000 kilómetros por América del Sur.
La película se diferencia en dos partes, la primera más optimista, con grandes paisajes y momentos de comedia y alegría, mientras la segunda da paso a la reflexión, a las desigualdades entre los pueblos y las personas, la injusticia, la pobreza y la lepra.
Magníficos los créditos finales con fotografías reales que los auténticos protagonistas tomaron durante su viaje y hay que detenerse en la canción del compositor uruguayo Jorge Drexler, Al otro lado del río, con la cual ganó el premio Oscar. En la ceremonia de entrega, sin embargo, fue interpretada por Antonio Banderas y Carlos Santana, pero Drexler al subir al escenario a recoger la estatuilla, en lugar de dar un discurso cantó la canción a capella durante 30 segundos.
Cuatro años después llegó el díptico del norteamericano Steven Soderbergh, Che El Argentino y Che Guerrilla, basado en dos escritos del Che: Pasajes de la Guerra Revolucionaria y el Diario de Bolivia.
La primera cinta narra los sucesos que desembocaron en la caída del régimen dictatorial del general Fulgencio Batista y el inicio de la Revolución Cubana, mientras la segunda se centra en sus actividades revolucionarias fuera de Cuba, con una recreación de su histórico discurso en la ONU y su campaña en la selva boliviana.
Fue estrenada como un solo filme el 21 de mayo de 2008, en el Festival de Cine de Cannes, con unas cuatro horas de duración. Por su interpretación del Che, Benicio Del Toro ganó la Palma de Oro al Mejor Actor.
No se trata de un biopic al uso convencional. No cuenta toda la vida del Che. Narra periodos concretos, entre México 1957 y el triunfo de la Revolución en la Mayor de las Antillas en enero de 1959, con constantes flashbacks y también forwards (como su viaje en 1964 para comparecer ante las Naciones Unidas).
La película queda mucho más redonda junto con la segunda parte, Guerrilla, aunque en ella Soderbergh dosifica la acción, muestra el día a día de la guerrilla en las montañas de Bolivia, constantemente recordada en las fechas del diario.
De una manera curiosa, hay poca épica en esta película. Incluso la escena de la muerte del Che, el momento más esperado del filme, apenas causa ruido, como si Soderbergh y Del Toro quisieran evitar hacer un espectáculo de su ejecución.
Ernesto Che Guevara es una figura fascinante. Con su propia vida realizó la mejor de las películas, entre la literatura, la poesía y la acción. Benicio del Toro confesó que «es imposible hacer una película sobre el Che pero nosotros lo intentamos».
Otros cineastas también aspiraron a llevar su historia a las pantallas. Nunca ha sido plenamente logrado. Su tan visitada figura tiene espacios y tiempos aún inaprensibles.

Mireya Castañeda | internet@granma.cu

Entrevista inédita de Fidel Castro con Lisa Howard en 1964




Video original de la entrevista que sostuvo el Comandante en Jefe Fidel Castro en febrero de 1964 con la periodista Lisa Howard para la televisora norteamericana ABC. Fidel responde todas las preguntas en inglés.
Traducción de Esther Pérez para La pupila asombrada

Primera huelga general en décadas muestra la impresionante fuerza de los trabajadores de Brasil



El paro de trabajadores contra el ajuste del gobierno fue histórico, pese al denodado esfuerzo de los grandes medios brasileros por minimizarlo.

La paralización en el sector del transporte que vimos este viernes 28 fue posiblemente la más grande y extendida de la historia brasileña. Las terminales, paradas de colectivos, micros y subterráneos se encontraban desiertas. En la educación, ya sea en escuelas municipales, estaduales, privadas, universidades públicas o privadas, se vieron las aulas vacías y se sintió el apoyo de la comunidad educativa a los profesores. La paralización del transporte fue clave para que otros sectores adhieran a la huelga e incluso el comercio en muchas ciudades cerró porque no había gente en las calles.
Los bancos estuvieron en gran parte cerrados, con una importante adhesión de los trabajadores bancarios. Aun más fuerte fue la adhesión de los trabajadores de los correos, que se encuentran en huelga desde el 26 de abril contra las reformas, contra la amenaza de privatización y el despido de miles de trabajadores.
En las industrias hubo un importante paro en los sectores pesados. La siderurgia, por ejemplo, tuvo parados la Compañía Siderúrgica Nacional, el polo petroquímico de Camaçari y el gigante Vallourec. En petroleros hubo una fuerte adhesión en todas las áreas industriales. En las automotrices tuvo mucho peso, en el ABC paulista, Curitiba, zona industrial y zona franca de Manaus, Marcopolo en Caxias do Sul. Los trabajadores de puertos muy importantes del país, como el de Santos y el de Rio de Janeiro hoy pararon el transporte de carga.
Temer ya dio muestras de estar temeroso ante el resultado de esta Huelga General, aunque hasta ahora ha guardado silencio. Expresó este temor al decir que reforma previsional ya no va a ser puesta a votación en las próximas semanas. Afirmó también que no va a realizar el tradicional discurso presidencial el 1º de mayo, día del trabajador, sino solo grabará un video para transmitir nacionalmente sus mentiras.
Los principales editoriales de Brasil definen este día histórico de lucha de los trabajadores como "pequeños grupos" parando vías. Lo que no es más que una gran mentira, parece querer ocultar el pequeño grupo que apoya las reformas y el 4% de la población que aprueba a Temer, al mismo tiempo que esta inmensa adhesión de sectores tan fundamentales de la producción, servicios y transportes en todo el país.
Hoy Brasil paró. No hay editorial de los medios burgueses que pueda negarlo. Al principio de la jornada intentaron minimizar las huelgas, predicando un clima surrealista de "normalidad" que no se sostuvo por mucho tiempo.
Ahora intentan en vano disminuir la masividad de la movilización, adhesión y apoyo popular de este histórico día para la lucha de los trabajadores.
La lista de sectores huelguistas desmiente cualquier idea de "pequeños grupos" movilizados. El apoyo de la población es claro, porque en la coyuntura actual de ataques a los derechos de los trabajadores, al sistema previsional, la ampliación de la tercerización, es pequeño el grupo que los apoya. El diario Estadão reprodujo con énfasis el caso de 13 estudiantes de un colegio parado que estaban en contra del paro y defendían las reformas. Basta con observar la popularidad de Temer, que nunca fue alta, pero cayó drásticamente en los últimos meses, alcanzando solo el 4%. Eso sí es un grupo pequeño para hacer política o usar de parámetro para la caracterización de la jornada de hoy. Su apoyo se reduce a los capitalistas, sus gerentes y secuaces, y a las redacciones de los grandes diarios, revistas y programas televisivos.
Este histórico día demuestra la fuerza de la resistencia contra los ataques por parte de los trabajadores, que sin duda contiene todavía un potencial inexplorado, con capacidad de crecimiento.
A pesar de las centrales sindicales, como la oficialista Força Sindical, la petista CUT o la CTB orientada por el PCdoB, la lucha de los trabajadores paró el país. De no ser por sus acciones y discursos, que orientaban a que los trabajadores se quedaran en casa durante el día para disminuir la fuerza en las calles y hacer un paro dominguero, sin duda la jornada hubiese sido inmensamente más impactante de lo que fue.
La fuerza mostrada debe mantenerse con la exigencia a los sindicatos y centrales que organicen un verdadero plan de lucha para preparar una huelga general hasta tirar abajo a Temer y sus reformas. Con esa fuerza, imponer una nueva Constituyente en la que los trabajadores, sectores populares y la juventud puedan desarrollar un cuestionamiento a todo ese régimen podrido de corrupción y esclavitud asalariada y de esa manera abrir camino para que sean los capitalistas los que paguen la crisis, imponiendo la reducción de la jornada de trabajo sin reducción salarial para que todos puedan trabajar, imponer el no pago de la deuda para garantizar una jubilación digna para todos, garantizar recursos para la salud y la educación.

Ítalo Gimenes

Paro general en Brasil: la clase obrera intenta ponerse de pie



Para este 28 de abril está convocado un paro nacional de todo el movimiento obrero brasilero. “Vamos a parar Brasil” es la consigna adoptada por las centrales sindicales CSP-Conlutas, CTB, CUT, UGT, Força Sindical, Intersindical, CSB, CGTB e Nova Central.
Los motivos son harto claros. El gobierno Temer viene aplicando un fuerte ‘ajuste’: leyes que congelan los presupuestos para salud y educación, que extienden el trabajo tercerizado a casi todas las ramas, etc. Y está en las gateras que el Congreso vote una nueva ley de jubilaciones que extiende la edad de retiro, una reforma laboral antiobrera y un plan de privatizaciones de empresas estatales, que entregan áreas y riquezas naturales al capital imperialista (¡Petrobras!) y a sus socios del gran capital nacional.
Pero la crisis económica no cede sino que se profundiza y la crisis política, con su ola de denuncias de corrupción (Lava Jato), amenaza con llevarse puesto al presidente golpista, su gabinete y gran parte del Parlamento Nacional. Estos son, en la actualidad, los factores más dinámicos de la situación brasilera.
El problema reside en la atomizada resistencia que libran las masas trabajadoras. Aunque la bronca popular va en aumento y se radicaliza, la lucha de las masas no va al mismo ritmo. Por todas partes estallan protestas, pero no se ha logrado unificarlas en un plan de lucha nacional.
Hubo importantes huelgas, algunas victoriosas como las de los municipales de Santa Catarina. El 15 de marzo, en varias de las grandes ciudades (San Pablo, etc.) se sintió el paro obrero en la jornada nacional de lucha. Pero, las burocracias sindicales, en primer lugar la de la CUT, y el PT diluyen esos paros, le dan tregua al gobierno para que éste vaya ejecutando el ‘ajuste’.
La estrategia del PT es dejar que el gobierno se ‘desgaste’ y haga el trabajo sucio –que había iniciado la presidenta Dilma y que fue volteada con un golpe parlamentario, precisamente, para avanzar más rápidamente en ese ‘ajuste’ contra los trabajadores– para luego presentarse con Lula como candidato a presidente en el 2019.
La consigna “Fora Temer” se ha transformado, en manos de la dirigencia del PT y de la burocracia sindical, no en un norte para la lucha de masas contra el gobierno del hambre y la entrega por su derrocamiento; sino en parte de un desvío electoral, que se sancionaría en las urnas del 2019.
El paro nacional del 28 de abril ha sido tomado por sectores activistas como una oportunidad para avanzar en la estructuración combativa e independiente de la clase obrera y los explotados. Llegan noticias de asambleas y resoluciones votadas por el paro y por su continuidad en un plan de lucha nacional.
Este es el problema central: la dirección burocrática ligada al PT y a otras variantes burguesas intentará desviar las energías combativas y empantanar la profundización de la lucha y la marcha hacia una huelga general activa.
Es necesario impulsar un congreso de bases del movimiento obrero y de la izquierda para reagrupar fuerzas que permitan luchar por la recuperación clasista de los sindicatos y por un plan de lucha nacional para detener los golpes antiobreros, recuperar las conquistas perdidas y terminar con el gobierno del hambre y la entrega.
En este proceso, los revolucionarios socialistas del Brasil deben estructurarse políticamente en forma independiente.

Rafael Santos

Francia: un primer balance de las elecciones



Conocido el resultado electoral francés, el establishment respiró aliviado. El peligro de un “Frexit” (salida de Francia de la Unión Europea) quedó neutralizado. En el marco de realineamientos y desplazamientos bruscos del electorado, como se había constatado en las semanas anteriores, no era descartable que pudiera producirse una nueva sorpresa como la que aconteció con el Brexit o el ascenso de Trump. En medio de un escenario demasiado volátil e incierto, existía la posibilidad de que el balotaje terminara dirimido entre fuerzas que ponen en tela de juicio la permanencia del país en la UE. Marine Le Pen sostiene abiertamente esa alternativa mientras Jean-Luc Mélenchon, que tuvo un ascenso meteórico en la recta final de la campaña -y le pisó los talones a los candidatos favoritos- planteó la necesidad de revisar la continuidad del país en la UE.
El mundo financiero y de negocios celebró el triunfo del europeísta Emmanuel Macron (y los pronósticos que lo dan ganador en la segunda vuelta frente a Le Pen) con un aumento de la bolsa y del euro, que tuvo un ascenso como no se registraba en los últimos tiempos. La línea mayoritaria que prevalece en la burguesía francesa y mundial es defender la UE como base estratégica para sus esquemas de negocios y producción .

Derrumbe

Pero el festejo no alcanza a ocultar el derrumbe del régimen politico y de sus partidos. La elección francesa se da en medio de un tsunami de su clase dirigente, que termina de jubilar a algunos de los más ilustres líderes presidenciales y a sus formaciones politicas. Los dos grandes partidos de la Francia gaullista (el PS y los republicanos) han quedado por primera vez fuera del balotaje. Su lugar ha sido ocupado por fuerzas advenedizas que operan en los márgenes del tablero politico.
Los republicanos han quedado en estado de shock, luego de las elecciones, desgarrados por una guerra intenstina que se ha avivado aún más luego de este desenlace.
El PS, a su turno, cosechó el peor resultado de su historia con poco más del 6% de los sufragios. Una parte importante de sus votos fueron a parar a Mélenchon. Los planteos de Francia Insumisa (el nucleamiento con el que se presentó a los comicios) son de una completa postración y defensa del orden social vigente, que Mélenchon fue acentuando a medida que se aproximaban las elecciones y subía en las encuestas.
El líder de Francia Insumisa consideró “anacrónica” la distinción entre derecha e izquierda. Impugna a la clase obrera como sujeto histórico y lo reemplaza por el planteo (populista) de una “revolución ciudadana”.
A su vez, propuso una amplia política de cuño neokeynesiana, de subsidios y rescate del capital francés en oposición al capital extranjero.
Mélenchon hizo la mejor votación entre los menores de 30 años. Esa capitalización del voto joven, que incluye a la poblacion trabajadora, se vio favorecido por el accionar de la izquierda radical. “Portavoces y dirigentes históricos del NPA, como su figura más popular, Olivier Besancenot, escribieron y difundieron por la prensa que la ‘presencia de Mélenchon en la segunda vuelta crearía una nueva situación’ y que ‘ votar Mélenchon está bien’”.
Una parte importante del Secretariado Unificado y del núcleo histórico de la dirección del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) consideró que la candidatura de Philippe Poutou (su propio candidato) no tenía ninguna perspectiva y que más hubiera valido alinearse detrás de Mélenchon (véase Roberto Granmar, “Elecciones en Francia”). El NPA apenas cosechó el 1% de los votos y su campaña tuvo el centro de gravedad en la lucha contra la “casta política” y la corrupción y a favor de un intervencionismo estatal en materia económica al estilo K. Esta orientación está en consonancia con su estrategia de promover un partido de la izquierda “amplio”. Esta tentativa de carácter centrista no lo salvó, sin embargo, de la marginalidad política.

Impasse de fondo

El festejo de la burguesía tampoco puede disimular el impasse creciente en que se encuentra sumergida la UE y, como parte de ella, Francia. La UE ha sufrido en forma agravada el impacto de la bancarrota capitalista mundial.
Lejos de ser una fuente de progreso y cooperación, la zona euro ha terminado acentuando las rivalidades nacionales y enfrentamientos en su interior.
La proliferación y multiplicidad de sus regímenes fiscales, presupuestarios y bancarios ha agravado los antagonismos y desequilibrios entre sus propios integrantes. Las tendencias disolventes de la crisis capitalista mundial, que se ha hecho sentir más que en el resto de los países capitalistas desarrollados, se traduce en una depresión económica que ha ido de la mano de una deflación que se prolonga en el tiempo.
Esta depresión ha arrastrado a la crisis al sistema bancario que está en terapia intensiva, inundado de créditos y activos de dudosa o imposible cobrabilidad. Del defol bancario y corporativo hemos pasado al defol de los Estados, con deudas públicas gigantescas y que sobreviven agónicamente por el salvataje que viene implementando el Banco Central Europeo (BCE), cuya situación se ha vuelto más vulnerable que nunca.
En este contexto, el PBI de Francia no deja de retroceder desde comienzos de la década de 1980. Al mismo tiempo, se acentúan las tendencias a la desindustrialización. La “libre circulación de personas y mercancías” dentro de las fronteras de la UE ha sido utilizada por el capital para promover una deslocalización, apuntando a aprovechar la disponibilidad de mano de obra e insumos más baratos de otros países. Ni qué hablar que esto ha acentuado a niveles extremos la competencia ruinosa entre los trabajadores, impulsado la tendencia a la baja de los salarios y la precarización laboral.
Esto es lo que está en la base de una desocupación superior al 10 por ciento -que sería aún mayor si se tomaran en cuenta los subocupados y la franja de trabajadores desalentados que no buscan trabajo y, por lo tanto, no aparecen en los cómputos.
El rescate hecho por el Estado ha elevado la deuda a casi el 100 por ciento del PBI pero esto no ha servido para revertir el estado de situación. Al déficit fiscal en aumento se agrega, ahora, un creciente déficit comercial.

Los planes en danza

La política dominante de la burguesía francesa es descargar el peso de la crisis sobre los trabajadores. El objetivo es restablecer la tasa de ganancia en declinación. En sintonía con ello, Macron impulsa una reducción de impuestos (al estilo Trump) de las sociedades y los sectores de mayores recursos. Estos incentivos a la clase capitalista van de la mano de un recorte del presupuesto cuyo principal blanco serán los gastos sociales. Aunque Macron, demagogia mediante, ha tratado de disimular sus planes, marcha a una nueva confrontación con la población.
Macron deberá probar si tiene la capacidad de poder hacer prosperar sus objetivos y ganar esta pulseada. No olvidemos que todavía está fresca en la memoria popular la gran movilización contra la reforma laboral reaccionaria. Macron, sin embargo, a diferencia del presidente saliente, François Hollande, ni siquiera cuenta con un partido propio.
Todo indica que se prepara un escenario de gran fragmentación política que las legislativas, previstas para dentro de dos meses, volverán a confirmar. Lo que se avecina es una Asamblea Nacional atomizada, en medio de la cual Macron, un gobierno minoritario, posiblemente ensaye compromisos y “coaliciones a la carta”, al estilo de Mauricio Macri.

Perspectivas

Igual que en elecciones pasadas, la segunda vuelta unificará, contra la amenaza de la derecha, a todo el arco “democrático”, incorporando todos los colores de este espectro político en un gran frente popular. Entre tanto, los candidatos del sector “democrático” se van cada vez más a la derecha, adoptando la demagogia xenófoba antiinmigrante y ‘antiterrorista’ de Le Pen, empezando por el propio Macron. Obviamente, esta gran operación política se va a extender a las filas de la clase obrera, apuntando a reforzar la tutela y el sometimiento político e ideológico de los trabajadores a la clase capitalista. En 2002, buena parte de la izquierda (incluida la LCR) llamó a votar en la segunda vuelta al candidato burgués liberal (Jacques Chirac) contra el candidato nacional-fascista (Le Pen padre). Mélenchon plantea que Francia Insumisa va a decidir su conducta por medio de una consulta de sus seguidores por Internet -una forma indirecta de legitimar el respaldo a Macron, en medio de una fuerte presión politica sobre el electorado, que se irá agudizando con el transcurrir de los días. El NPA, por su parte, se ha manifestado en favor de la abstención.
Es necesario defender la independencia política de los trabajadores, y abrir paso a un reagrupamiento revolucionario de la izquierda y el movimiento obrero combativo, fundado en la estrategia del gobierno de trabajadores y el socialismo.

Pablo Heller

viernes, abril 28, 2017

Las Tesis de Abril y la Internacional Revolucionaria



En la décima y última tesis presentada por Lenin apenas llegado a Petrogrado, el dirigente bolchevique va a formular la necesidad de una “iniciativa para crear una Internacional Revolucionaria, contra los socialchovinistas y contra el centro…”.

Como señalamos en el artículo de esta misma serie: “Los bolcheviques y la Primera Guerra Mundial”1, la postura frente a la guerra había escindido profundamente al movimiento socialista internacional, agrupado hasta entonces en la II Internacional Socialista. La enorme mayoría de sus partidos, y especialmente los más importantes como el alemán, el francés y el austríaco, habían apoyado a sus respectivas burguesías imperialistas. Las fracciones que se oponían a esta política calificada como socialchovinista por sus críticos eran muy minoritarias.
Los intentos de reagrupar a las corrientes que se reconocían como “internacionalistas” y que se oponían a la guerra dieron lugar a las conferencias de Zimmerwald (1915) y Khiental (1916), ambas realizadas en Suiza. En estas reuniones se puso de relieve que aun dentro de los que se oponían a la guerra, la mayoría profesaba una posición centrista y más cercana al pacifismo que a la postura bolchevique de transformar a la guerra mundial en guerra civil contra el capital mediante el derrotismo revolucionario, postulando que la guerra mundial debía ser la oportunidad de enfrentar la carnicería imperialista para dar comienzo a la revolución socialista internacional. Los bolcheviques constituyeron el núcleo principal de la minoría de Zimmerwald.
En un artículo escrito pocos días después de las Tesis de Abril, titulado “Hay que fundar ahora mismo la III Internacional”, Lenin explica que lo que llevó al colapso a la Internacional de Zimmerwald fue su actitud vacilante, centrista, “kautskista”, frente al socialchovinismo. La clave que explica la negativa a romper con él por parte del centrismo es que “no está convencido de la necesidad de una revolución contra el propio gobierno”2.
Como puede verse, para Lenin había un vínculo indisoluble entre la posición de las Tesis de Abril referidas al gobierno provisional, a la necesidad de una nueva revolución y de una diferenciación tajante respecto de los socialchovinistas rusos (los mencheviques y socialistas revolucionarios) que apoyaban la continuidad de la guerra imperialista, ahora en nombre de la “defensa de la revolución”.
No podía haber para él una política para el país divorciada de una política en el campo de la Internacional y el abismo que separaba a los internacionalistas de los socialchovinistas en el campo de la Internacional, era el mismo que separaba a los bolcheviques de las corrientes “socialistas” rusas que apoyaban al gobierno provisional. Y esta comprensión fue la que lo llevó en la tesis 9 a proponer el cambio en el nombre del partido para dejar de llamarse socialdemócrata, ya que ese nombre desde el 4 de agosto de 1914 había quedado asociado a quienes Lenin caracteriza en el texto citado como “nuestros enemigos de clase, que se han pasado al campo de la burguesía”. Es que, para Lenin: “El internacionalismo, de hecho, es uno y solo uno: trabajar abnegadamente para desarrollar el movimiento revolucionario y la lucha revolucionaria en el propio país…”.
Las Tesis de Abril son inicialmente rechazadas, tanto por el Comité de Petrogrado como por el Comité Central, y recién son aprobadas por la Conferencia convocada unas semanas más tarde y tras la experiencia de las Jornadas de Abril. Pero ni la tesis 9 ni la 10, las referidas al cambio del nombre del partido y el llamado a fundar una nueva internacional consiguen otro voto que el suyo. Si algo pone de relieve las dificultades con que el partido bolchevique fue asimilando el viraje que significaron las Tesis de Abril, esta votación lo retrata categóricamente. La aprobación a la orientación política para actuar en la lucha contra el gobierno provisional y frente a la guerra y el rechazo al llamado a formar una nueva Internacional muestran esa vacilación y esas dificultades.

La Revolución de Octubre y la fundación de la III Internacional

Uno de los tantos mitos que rodean y dificultan la comprensión de la Revolución de Octubre es la que considera que la fundación de la III Internacional en marzo de 1919 fue una consecuencia de la victoria de la Revolución Rusa y hasta para algunos historiadores, como el francés François Furet, fue un mero instrumento de la política exterior del Estado Soviético.
Como hemos señalado a partir de las Tesis de Abril, nada más alejado a la realidad. Lenin llamó a formar “ya mismo” una nueva Internacional revolucionaria, fue formulado en abril de 1917, seis meses antes de la revolución y dos años antes de su efectiva concreción. Pero hay más. En el artículo citado del 10 de abril, Lenin sostiene que no sólo “estamos obligados” a fundar una nueva Internacional sino que va más lejos y sostiene que “debemos proclamar sin temor que esa Internacional ya ha sido fundada y actúa. Esta es la Internacional de los ‘internacionalistas de hecho’”.
Con lo cual deberíamos concluir no sólo que la III Internacional no debe considerarse un resultado del triunfo de la Revolución Rusa sino que, por el contrario y hasta cierto punto, el triunfo de la Revolución de Octubre fue el resultado de esa Internacional que ya actuaba, según Lenin, y que estaba representada por el partido bolchevique, una vez que tomó el rumbo estratégico diseñado en las Tesis de Abril, y esto a pesar de no haber votado la necesidad de llamar a constituirla.
La fundación de la IV Internacional fue muchas veces cuestionada (por Deutscher, por ejemplo), y uno de los argumentos utilizados es que no “nació” de una revolución triunfante como la III. Como vimos, esto no es cierto. Si bien la fundación de la III Internacional sólo pudo llevarse a cabo más de un año después de Octubre de 1917, ésta no fue su condición sino -como subrayamos- hasta cierto punto fue su consecuencia. La Revolución de Octubre fue el resultado de una acción de un partido profundamente consustanciado con el internacionalismo revolucionario y que había procesado una delimitación tajante de las corrientes socialchovinistas y centristas en el campo del socialismo internacional, y esta delimitación tajante -que comenzó por lo menos desde el estallido de la guerra en 1914 y pasó por las experiencias de Zimmerwald y Khiental- fue lo que permitió al partido bolchevique liderar la revolución proletaria en Rusia.
Por el contrario, la demora en esta delimitación, su carácter tardío, fue uno de los factores que explican la derrota del espartaquismo alemán en la revolución alemana de 1918-19. El Partido Comunista alemán fue fundado a toda prisa en diciembre de 1918. Justamente, la primera reunión de la III Internacional se realizó en Moscú, en marzo de 1919, poco después de la derrota de esa revolución y del asesinato, en enero de ese año, de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los principales dirigentes de ese partido.
Otra crítica a la creación de la III Internacional la formuló Hobsbawm, para quien el “error fundamental que los bolcheviques cometieron (al fundarla) es el de dividir al movimiento obrero internacional… al estructurar un cuerpo de activistas totalmente comprometido y disciplinado, una especie de fuerza de asalto para la conquista revolucionaria. A los partidos que se negaron a aceptar la estructura leninista se les impidió incorporarse a la nueva Internacional o fueron expulsados, porque resultaría debilitada si aceptaba esas quintas columnas de oportunismo y reformismo”3.
Más allá del tono despectivo con que es presentado por el historiador y ex comunista inglés, lo que él critica, bien entendido, fue en realidad una de sus mayores virtudes. A diferencia justamente de la II Internacional, que actuaba como una asociación laxa de partidos nacionales y que no contaba con una dirección internacional centralizada, la III se planteó la tarea de conformar un estado mayor de la revolución socialista mundial. Por lo menos, ése fue el cometido de sus primeros cuatro congresos (uno por año) que llevó a cabo antes de su copamiento por la burocracia stalinista. La delimitación del socialchovinismo y del centrismo fue, como señalamos, una de las fortalezas de los bolcheviques rusos y una de las debilidades de otros partidos recién formados, como el alemán y el italiano, por ejemplo. Los congresos de la Internacional discutieron y aprobaron tesis de conjunto y resoluciones sobre numerosos países, actuando como un verdadero partido mundial.
La necesidad de un estado mayor de la revolución surge de toda la caracterización de la época histórica de guerras y revoluciones. Pero tampoco debe entenderse lo del estado mayor en clave putchista. Cuando Hobsbawm caracteriza a la III Internacional como una “fuerza de asalto”, desconoce el significado histórico del tercer congreso de la III Internacional, que adecuó la táctica de los partidos comunistas a las condiciones del fin de la ola revolucionaria de la primera posguerra. Identificar a un partido centralizado que actúa como fuerza consciente del proletariado mundial en las condiciones de declinación capitalista no sólo nos es sinónimo de putchismo, sino que es la herramienta capaz de adecuarse a las cambiantes condiciones de la lucha de clases. Lo que ocurre es que para Hobsbawm las condiciones que permitieron la Revolución de Octubre fueron excepcionales, sólo para Rusia y por un corto período de tiempo. Con esta perspectiva no hay necesidad de ninguna Internacional, ni centralizada ni de ningún tipo.
Otra cosa es su degeneración a partir del dominio estalinista que efectivamente la terminó transformando en un apéndice de las necesidades de la burocracia rusa para finalmente disolverla durante la Segunda Guerra Mundial como una ofrenda a los imperialistas aliados.

Andrés Roldán

Notas
1. PO N° 1.447, 23/2.
2. Lenin, 10 de abril de 1917, citado en La Revolución Rusa en el siglo XXI, pág. 99
3. Eric H.: Historia del Siglo XX, la era de las catástrofes, Crítica Mondadori Grijalbo, Buenos Aires, 1994.
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De la revista PC y el primer departamento de Filosofía: Su historia en mí.

Ponencia presentada en el coloquio a propósito del 50 aniversario de la revista Pensamiento Crítico

[Esta ponencia forma parte de las presentadas en la Mesa 2 del Coloquio a propósito del 50 aniversario de la revista Pensamiento Crítico. A medida que tengamos los trabajos irán apareciendo en el dossier que hemos dedicado al evento].
Cuando era estudiante, entre los años 1983 y 1988, frecuentaba las Librerías de libros viejos. Mis preferidas eran la Científica de la calle I y la Anteneo Cervantes, que estaba frente a la Moderna Poesía. En el viaje de regreso a mi pueblo siempre llevaba tres o cuatro volúmenes y algún número de una revista de cuyo nombre ya tenía noticias, pues había heredado un librero con algunos ejemplares. Ahí tenía para leer, estudiar y anotar algunos meses. No sé bien por qué, pero consideraba entonces aquellas lecturas muy importantes. ¿Dónde pude haber escuchado nombres como los de Sartre, Gramsci, Debray, Levy Strauss, Luxemburgo, Weber? Quizás fue intuición, pero estoy casi segura que María del Pilar Díaz Castañón de vez en vez mencionaba a Althusser; y Joaquín Santana, nombraba a veces a un húngaro llamado Lukacs.
Yo estudiaba Filosofía Marxista-leninista, carrera que se había establecido desde 1976, cinco años después del “cierre” del primer Departamento de Filosofía y de Pensamiento Crítico. Como indicaba el nombre de la carrera, esta solo incluía en el currículum esa específica interpretación del marxismo. Tal reduccionismo, había dejado también atrás las consideraciones racionales y empáticas respecto al marxismo latinoamericano, su historia y praxis guerrillera, que antes encontraran lugar preferente en las páginas de aquella revista cuyos ejemplares iban creciendo en mi librero.
No obstante, sería muy injusta si no reconociera que algunos excelentes profesores hicieron a mi generación aprender, interrogar y filosofar a partir de la bibliografía disponible en los 80. Y, ¡hay que decirlo!, difícilmente generaciones posteriores (no digo anteriores) hayan conseguido un dominio temático -por obra y página- de lo escrito por Marx, Engels, y Lenin, como el que nosotros tuvimos. Eso fue resultado de lecturas exigidas desde todas las asignaturas durante los cinco años de estudio, y obedeció no solo a cuestiones académicas sino también a circunstancias políticas.
Ese amor a la sabiduría que descubrí en la Facultad era el que me conducía en los 80 a aquellas librerías que vendían volúmenes viejos y extraños. Pero los estudiaba de manera literaria, pues no disponía de referencia contextual alguna –sencillamente, no había cómo obtenerla, ni sabía si existía- que me permitiera comprender críticamente su significado.
Sí me había percatado de que casi todos los textos de mi preferencia llevaban el sello R y que definitivamente me interesaba seguir la revista llamada: Pensamiento Crítico, todo fechado –curiosamente- entre 1966/67 y 1971. Ese fue, aún sin saberlo, mi primer contacto y afinidad con el primer Departamento de Filosofía.
Hoy se encuentran esos, mis queridos libros R y la Revista Pensamiento Crítico, en la primera fila de mi librero. Están garabateados con estilo personal, y su status sigue siendo de permanente consulta y estudio. El aprecio tan particular que les tengo, obedece a que me abrieron horizontes de conocimiento –especialmente sobre marxismo- cuando no había otras alternativas. Quizás también por eso, me creo versada en la obra de algunos de esos ilustres, pues estuve años releyéndolos. De todas formas, sus proposiciones teóricas solo adquirieron real significado para mí, mucho más tarde en los años 90, cuando logré acceder a otras lecturas que me permitieron situar a aquellos sobrevivientes textos en el mapa general de la tradición marxista (o del pensamiento social), y especialmente en el mapa de la trayectoria reciente del marxismo y su enseñanza en Cuba.
No recuerdo haber identificado en los 80 el interés por esos libros y ejemplares de Pensamiento Crítico en alguno de mis compañeros de estudio, aunque es posible que existiera. Nunca salieron esas lecturas en clase ni en las conversaciones de los históricos bancos y muros de la Facultad.
Sin embargo, no puedo decir que siendo estudiante mi interés se dirigiera a forzar los límites que por entonces conformaban la norma de las lecturas legítimas. Se trataba simplemente de saber más. No había intención desafiante, pues creía vivir en un universo unitario, homogéneo, y coherente de marxismo. Y es que mi generación tuvo una formación marxista unilateral, que solo ha salvado la motivación individual de saber de cada quien. Y no me refiero precisamente a la “autosuperación”, sino a la capacidad personal para generar un cambio de paradigma; comprehender lo hasta entonces ajeno; y recomponer la totalidad discursiva y factual.
Solo a mitad de los 90 descubrí que en la primera década de Revolución, al menos en la Universidad de La Habana, jóvenes profesores habían estudiado –entre otras cosas- una buena parte de todo el marxismo existente hasta ese momento. Pensamiento Crítico, los otros programas editoriales y docentes, los documentos recuperados (otros aún permanecen guardados), y el gran patrimonio intangible del antiguo Departamento eran la prueba.
Precisamente fue en los 90, después de la caída del socialismo en la URSS y la interrogación de su marxismo, que se ganó un espacio en distintas universidades para comenzar a investigar, de manera documental, el pasado del proceso de masificación e institucionalización de esa teoría en Cuba (y también de la historia real de la teoría y experiencias socialistas). Esos acontecimientos generaron (de manera muy localizada) cierta conciencia crítica –en calidad de motivación exclusivamente personal, y nunca a nivel institucional- sobre lo que era y había sido el marxismo corriente en nuestro país. Fue entonces que se comenzó a reconstruir la historia del primer Departamento de Filosofía y su Pensamiento Crítico. Comprendí entonces cuál fue la voluntad de saber que animó aquellas páginas, que yo leía en mi época de estudiante y que, fuera de su génesis –y hasta el sol de hoy- no encajan en ninguna otra parte.
Todas estas investigaciones –especialmente lo relativo a Pensamiento Crítico- empezaron a adquirir legitimidad como tema científico en los primerísimos años de este siglo, pero tuvieron entonces fuerte resistencia real y simbólica. Esta provenía –y proviene- de una mezcla entre historia de vida, dogmatismo, e ignorancia. Actualmente se han publicado numerosos ensayos, artículos, libros y entrevistas al respecto. Y de distintas formas el asunto ha entrado a la docencia de pre y postgrado. Los principales protagonistas de los ya históricos proyectos surgidos en aquel Departamento de Filosofía han sido reconocidos justamente con Premios Nacionales.
En el año 95 empecé a estudiar el origen de esa historia relativa al marxismo, su enseñanza, difusión, sus polémicas de los 60. Fueron años de lecturas en Bibliotecas (tengo un gran número de resúmenes manuscritos, como los monjes del medioevo) y entrevistas, cuando no había transporte en La Habana y tenía cinco grupos de clase en la Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría (CUJAE). Defendí (en sentido literal) mi tesis doctoral a mitad del 2001 –que malgasta páginas solo en intentar hacer aceptable lo que era necesario decir-, legitimando el tema en el medio científico de la academia. Eso sí, con todos los votos en contra que se puedan tener y una advertencia de que los resultados no podían ser publicados. Durante aquella investigación se me develaron muchos misterios relativos al primer Departamento de Filosofía, y a un susurro denominado Pensamiento Crítico.
La Facultad comenzaba a cambiar en los 90. Proyectos intelectuales abrieron un intercambio con Universidades extranjeras, que proporcionaron ¡cajas de valiosos libros! Por entonces algunos profesores ampliaron –con emoción y angustia- la interpretación del marxismo, el socialismo, y el pensamiento filosófico que se llevaba a las aulas y a las defensas de doctorado (no siempre con éxito, ante la poderosa indisposición al cambio), pero eran tiempos duros. Tanto fue así que en algún momento la matrícula de estudiantes de Filosofía Marxista-leninista disminuyó hasta llegar a la cifra de uno.
Sin embargo, hubo noticias comenzando los 90: ¡reabría Sociología! La carrera fue cerrada en 1976 por considerarse entonces que el “Materialismo Histórico” –paradójicamente, en su definición más estéril- era omnicomprensivo respecto a los procesos sociales. Los estudios de la especialidad de Filosofía se transformaban. Se eliminaron algunos nombres de disciplinas, especialidades, así como sus contenidos y puntos de vista que obedecían a la versión vulgar del marxismo que había sido hegemónica por largos años.
Los estudiantes de la especialidad en la Universidad de La Habana hoy –y quizás en las Universidad de Las Villas y Santiago de Cuba-, tienen como un hecho natural el estudio de la obra de importantes teóricos y militantes de la tradición marxista y de la filosofía contemporánea, así como la formación desde el marxismo crítico y para su ejercicio. Algo que de lo que no dispuso mi generación, ni las que estudiaron entre los años 70 y mitad de los 90. Toda esa escalada de graduados tiene una deuda de lecturas inmensa. Esa deuda incluye el marxismo guerrillero latinoamericano y tercermundista, y el pensamiento de los grandes marxistas de la historia de Cuba, todo lo cual llenaba las páginas de Pensamiento Crítico, y evidentemente, ocupaba el tiempo, y la vida de quienes lo concebían, allá por los 60. La falta de lecturas de generaciones posteriores solo ha sido saldada por una minoría a través del esfuerzo individual de una vida, por medio de soliloquios –ante la ausencia de vida científica apropiada-, del encuentro fortuito con algunos ejemplares de Pensamiento Crítico y Ediciones R. Y también por otras vías, cuando fue posible empezando este siglo. En cambio, los estudiantes de ahora, tienen un mundo de textos digitales a su disposición, que ojalá sea aprovechado y convertido en saber, siempre político, tal y como hubiéramos ansiado nosotros entonces. Esto se acompaña de una presentación docente que está en condiciones de abrir posibilidades hermenéuticas múltiples para su asimilación.
Hoy escucho a mis estudiantes discutir sobre Luxemburgo y Trotsky en clase; permitirse enfoques críticos; leer polémicas históricas enteras, es decir, no reducidas a la exposición y valoración crítica de una sola parte. Después hablarán de Marcuse, Habermas, Benjamin, Anderson y sus clasificaciones. En otras materias leen a Deleuze, Foucault, Vattimo. Pero ellos no saben que eso se ha logrado con mucho esfuerzo y pasión de profesores de algunas generaciones –empezando por la primera-, y no como un simple resultado de la actualización de los Planes de Estudio o desarrollo lógico del conocimiento y la investigación.
Sin embargo, las investigaciones genealógicas de años recientes –iniciadas en los 90- sobre la trayectoria del marxismo institucional en Cuba y sus conflictos en la década del 60, no han logrado un replanteo fundamental de la teoría, una reconstrucción personal y colectiva de los conceptos y su historia, o una consciencia crítica generalizada sobre el marxismo corriente. No han promovido la pasión por volver con ojos propios a Marx y a todo el marxismo clásico de fines del XIX e inicios del XX que ha sido omitido, y a los más contemporáneos aún, que integran el marxismo a discursos académicos o praxis políticas de izquierda en Cuba, Latinoamérica y el mundo. Algo que ya hacían los profesores y editores de Pensamiento Crítico en la década de los 60.
Me gustaría decir que a esta altura del calendario hemos logrado conectarnos con la heterogénea voluntad de saber del primer Departamento de Filosofía, que se concretó en aquel Pensamiento siempre Crítico; que la internet –aunque limitada- y los libros digitales han logrado consumar la ambición de entonces, que no era propiamente docente o intelectual, sino más bien político-revolucionaria. Y lo más importante, ese proyecto ha inspirado siempre la “pasión imprudente del saber”. Deberíamos recordar eso cuando leamos –¡ahora se puede!- una buena parte del todo.

Natasha Gómez Velázquez. Profesora Titular. Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de La Habana.

El hombre que vencerá al olvido



A 40 años de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld, autor de "El Eternauta"

El único héroe válido es el héroe en grupo, jamás el héroe individual, el héroe solo -Prólogo de "El Eternauta"

Se cumplen 40 años de la desaparición de Héctor Germán Oesterheld, quien demostró que la ficción no es inofensiva y que el verdadero héroe, el que tiene capacidad para transformar la realidad, es el héroe colectivo. Así lo consignó en el prólogo de El Eternauta : “El único héroe válido es el héroe en grupo, jamás el héroe individual, el héroe solo”.
Con dibujos de Francisco Solano López la historia de su héroe colectivo, Juan Salvo, marcó un antes y un después en la historieta argentina y aún sigue teniendo absoluta vigencia. Quizá no sea mera ficción que Salvo, haya atravesado la eternidad para contar la invasión alienígena y hablar de la nieve tóxica que cubrió Buenos Aires, porque su historia sigue interpelándonos y siempre es motivo de nuevas lecturas.
En 2012, cuando Mauricio Macri era jefe de Gobierno de la Ciudad, prohibió su distribución en las escuelas. Diario Registrado lo consignó entonces de esta manera: “No, no entra. No, definitivamente no, ni entra ningún tipo de manipulación ni de adoctrinamiento. Que nuestros jóvenes sean libres, que lean toda la biblioteca, que se eduquen de la mejor manera posible, porque lo único que les garantiza su propia libertad es lo que hayan adquirido como conocimiento. Con esas palabras dichas a Radio 10, Mauricio Macri volvió a prohibir en el ámbito educativo de la Ciudad de Buenos Aires el mismo libro que prohibió la dictadura. Y no es una coincidencia. Porque para el empresario se trata de un sinónimo de “manipulación” y “adoctrinamiento” político.”
La primera parte de El Eternauta salió desde el primer día y número a número, en la contratapa de Tiempo Argentino, que apareció en mayo de 2010. Los 40 años de la desaparición de Oesterheld coinciden con los 40 años del nacimiento de las Madres de Plaza de Mayo. Coinciden también con el primer año de vida del nuevo Tiempo Argentino, el diario cooperativo que fundamos los trabajadores luego del impune vaciamiento perpetrado por sus dueños.
El caso de Oesterheld fue uno de los ejemplos más trágicos y dolorosos de la dictadura cívico militar en la Argentina. Militante de Montoneros, no sólo desapareció él, sino también sus cuatro hijas, dos yernos y dos nietos nacidos en cautiverio. Su mujer, Elsa, sobrellevó con entereza la tragedia de su familia devastada y crió a su nieto Martín, que tenía tres años cuando le fue entregado por los militares luego del asesinato de sus padres. Elsa falleció en 2015. Siempre dijo que ni ella misma sabía cómo había logrado sobrevivir a esa enorme tragedia.
Oesterheld, nacido en 1919, era geólogo de profesión pero la literatura era sin duda una vocación muy fuerte en él. Desde joven se dedicó a escribir cuentos infantiles. El Eternauta apareció por primera vez en Hora Cero Semanal en 1957. Se la promocionó entonces como "la historia del hombre que viene de regreso del futuro, que lo ha visto todo, la muerte de nuestra generación, el destino final del planeta”.
En 2014, la versión en francés fue presentado en el Salón del Libro de París, publicado por Vertige Graphics. En ese momento, Juan Sasturain, gran difusor de su obra, dejó en claro que el secuestro y asesinato de su autor no estaban relacionados con El Eternauta, sino con su militancia. “Él era un militante revolucionario- dijo- que llevó hasta las últimas consecuencias su enfrentamiento al régimen. El itinerario ideológico de Oesterheld es ejemplar y comparable con el de Rodolfo Walsh, ambos eran hombres de clase media que fueron optando cada vez más radicalmente hacia una respuesta contundente a los sucesivos gobiernos militares en nuestro país”.
Aunque no hay certezas absolutas, se supone que el autor de El Eternauta, la obra que rompió con los cánones clásicos del comic, y tantas otras historias extraordinarias fue asesinado en 1978, bastante después de su secuestro. Seguramente su recuerdo, convertido en memoria colectiva, también logrará, como lo hizo Juan Salvo, atravesar el tiempo y derrotar el olvido.

Mónica López Ocón
Tiempo Argentino