viernes, noviembre 30, 2018

Acto del Frente de Izquierda en repudio al G20

Entrevista a James Petras

La “contracumbre” al G20 y la “batalla cultural” de García Linera



De visita en Argentina para participar en el Foro Mundial de Pensamiento Crítico de Clacso, Álvaro García Linera brindó un reportaje a Página/12 en el que reflexiona sobre el retroceso de los gobiernos nacionalistas en la región.

El vice de Evo Morales se refiere a estos como “la izquierda” –a contrapelo de otra partícipe del mismo Foro, CFK, que atenta a los reagrupamientos electorales 2019 afirmó que “izquierda” y “derecha” son términos demodé– y traza así su balance: “la izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador agrupando a los agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de sus acciones hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio ya no funciona (…) la otra cuestión clave es que las políticas de movilidad social de los sectores populares tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo porque cuando no lo son, los sectores sociales que ascendieron fácilmente pueden adoptar el punto de vista de los sectores más conservadores que desde un inicio se opusieron a estas políticas de movilidad social”.
Acá, Linera confiesa una verdad y, al mismo tiempo, cae en una mistificación. Cuando señala que la “movilidad” no fue sostenible, reconoce que la mejora estadística de los indicadores socioeconómicos de las experiencias nacionalistas constituyó un artificio, fundado principalmente en el asistencialismo. En el caso de los sectores con estabilidad laboral, esa “mejora” se basó en el endeudamiento. Linera oculta esto, y luego presenta a los ´progresismos´ locales como víctimas de sus propios méritos –cuando mejoraron las condiciones de vida de las masas, el pueblo se volcó hacia sus verdugos. Esta tesis obvia las condiciones concretas del ascenso de la derecha, que tuvo lugar cuando los gobiernos de Dilma Rousseff, CFK, Correa y compañía ya habían tomado en sus manos la descarga de la crisis capitalista sobre la población trabajadora: CFK terminó su mandato con un 30% de pobreza, mientras el PT se había lanzado a una brutal asonada contra la educación, la salud y los programas de vivienda (entre otras) y el ecuatoriano hacía una poda sustanciosa del “gasto social”. Dilma, como parte de su gabinete ajustador, puso a Michel Temer en la vicepresidencia, que luego encabezó el golpe contra ella. CFK candidateó como sucesor (y con poco entusiasmo) a una versión añeja de Macri para la vicepresidencia, Daniel Scioli. Incluso cuando eran parte de ellos, los Macri-Temer pudieron explotar los escándalos de corrupción con la patria contratista, que a la sazón revelan la falsedad del mentado “desarrollo de la matriz productiva” por parte de los nac&pop. El que sí triunfó fue el Scioli ecuatoriano, Lenin Moreno, cuya anunciada política antipopular ha obligado a Correa a pedir disculpas por promocionarlo.
García Linera colige de este éxito fracasado –valga el oxímoron– que “este es un corto invierno para las fuerzas progresistas” y que es necesario “ganar la batalla cultural”. Con ello, está planteando un gran ejercicio de mistificación y engaño político sobre las masas, postulando al nacionalismo como variante progresista al hundimiento de los neoliberales. Lo cierto es que, si los K y otros volvieran al poder, serían ellos los administradores de la agresión a las masas. Es lo que le están explicando hoy CFK y Kicillof en estas horas, a los empresarios y banqueros que quieran escucharlos. Lejos de preparar su regreso sobre la base de una “batalla” (cultural o de otro tipo) contra la reacción y el capital financiero, el kirchnerismo afirma que respetará los acuerdos con el FMI y teje alianzas con el PJ, mientras el lulismo ha limitado su enfrentamiento al ascenso del fascista Bolsonaro a presentar –otra vez sopa– un Scioli menos conocido, Fernando Haddad.
El politólogo y director argentino de Le Monde Diplomatique, José Natanson, saludó el llamado a batallar culturalmente de García Linera y señaló que "se está tratando de articular un movimiento antiliberal en la región, tiene algo de deja vu", trazando un paralelo entre el encuentro de Clacso y el Foro de San Pablo de 1990. El detalle es que entre uno y otro, claro, fueron los progresistas los que tomaron en sus manos el gobierno capitalista, concluyendo con un rotundo fracaso.
Para enfrentar a la derecha necesitamos una “articulación” independiente, de la clase trabajadora del continente, que abra un rumbo de verdadera transformación social.

Tomás Eps

80 millones de niños pobres en América Latina y el Caribe y siete millones de migrantes

Más de 80 millones de niños de hasta 14 años en América Latina y el Caribe se encuentran en situación de pobreza , de acuerdo con un estudio elaborado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Comisión Económica de América Latina y el Caribe (CEPAL), que revela que el 45% de los niños se ve afectado por una privación moderada o grave en sus derechos
El informe advierte que existe una gran diferencia entre países. En Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Perú, más de dos tercios de los niños son pobres ; en Chile, Costa Rica y Uruguay, menos de uno de cada cuatro niños sufre pobreza .
Para elaborar el informe se analizaron temas como la nutrición ; el acceso al agua potable y a servicios de saneamiento ; la calidad de las viviendas y el número de personas por habitación; la asistencia a la escuela ; y el acceso a medios de comunicación . Además, se consideró el nivel de ingresos de los hogares y la capacidad potencial de que estos recursos puedan satisfacer las necesidades básicas de los niños.
Por su parte, María Perceval, directora regional del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) afirmó en México que hay siete millones de niños migrantes en América Latina y el Caribe, ”que no migran por conflictos armados, sino que salen de sus países para vivir mejor".
Perceval explicó que los menores "creen que en otro lugar puede cumplirse el derecho insoslayable de vivir con dignidad", y alertó que cada vez hay un mayor número de niños y adolescentes que migran por su propia cuenta para huir de la pobreza o la violencia de sus comunidades.

Invertir en la infancia

"A fin de eliminar el flagelo de la pobreza infantil, los gobiernos deben integrar las políticas sociales, las políticas de empleo y las políticas macroeconómicas. Esto requiere asignar mayores recursos para promover los derechos de la infancia , asegurar un entorno protector, aumentar la provisión y la calidad de los servicios, como también ampliar los sistemas de protección social", señala el informe de Cepal y Unicef.
El mismo destaca que para avanzar en la superación de la pobreza infantil es necesario invertir en la infancia y reducir las desigualdades socioeconómicas, territoriales, étnicas y de género presentes en los países de la región. Para eliminar la pobreza infantil debería ponerse en marcha políticas públicas a nivel multisectorial para garantizar los derechos que tienen todos los niños a la alimentación, la educación, la salud, el agua, el saneamiento, la educación y la información.
De 193 millones de niños que viven en la región, 5,1 millones menores de cinco años sufren desnutrición crónica y 3,9 millones tienen sobrepeso.
Mientras, la ONG ProPublica reportó que el gobierno del presidente estadounidense , Donald Trump, reanudó discretamente la separación de familias migrantes en la frontera sur, mediante acusaciones vagas o infundadas contra los padres por irregularidades o violaciones menores, incluidos casos de reingreso ilegal al país, al aplicar su política de "tolerancia cero", -anunciada el 18 de abril por el fiscal general Jeff Sessions, que fue obligado a suspender el 21 de junio ante la catarata de críticas no sólo a escala nacional, sino también internacional.
Durante el último trimestre abogados de la organización Catholic Charities, que asesora a niños inmigrantes bajo custodia del gobierno en Nueva York, detectaron al menos 16 nuevos casos de separación familiar. Sostienen que se encontraron con esos casos casualmente y por medio de su propia investigación, después de que los menores fueron puestos en albergues o refugios con poca o ninguna indicación de que llegaron a la frontera con sus padres.
ProPublica recibió a finales de octubre la llamada de un padre salvadoreño angustiado, detenido en el sur de Texas, cuyo hijo de cuatro años, Brayan, le había sido "literalmente arrancado de un tirón" por un agente de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza después de cruzar la frontera.
La agencia de noticias estadounidense Associated Press afirmó que 2.349 adolescentes, en su mayoría centroamericanos, continúan en un campamento de detención de emergencia "temporal" en Tornillo, en el desierto Texas, que se abrió en junio pasado. En junio el gobierno de Trump dijo que se trataba de un refugio temporal para albergar a 360 menores migrantes, pero ahora se convirtió en un campamento de detención permanente.
En tanto, el Centro de Investigaciones Pew indicó que el número de inmigrantes que viven en Estados Unidos sin papeles disminuyó a su menor nivel en casi una década, pues en 2007 se reportaron 12,2 millones y la cifra para 2016 se ubicó en 10,7 millones.

Cecilia Vergara Mattei. Periodista chilena, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Las movilizaciones populares en EE.UU. contra las guerras y el expolio económico

Introducción

En las tres últimas décadas, Estados Unidos ha participado en más de una docena de guerras, ninguna de las cuales ha provocado un júbilo popular antes, durante o después de la propia guerra. El gobierno tampoco consiguió el apoyo popular a sus propuestas para afrontar la crisis económica de 2008-2009.
En este pequeño análisis comenzaremos hablando de las principales guerras de nuestro tiempo, las dos invasiones estadounidenses de Irak. Pasaremos a examinar la naturaleza de la respuesta popular y sus consecuencias políticas. Posteriormente nos aproximaremos a la crisis económica de 2008-2009, el rescate público a la banca y la reacción ciudadana. Por último, consideraremos la gran potencialidad de cambio de los movimientos populares de masas.

La guerra de Irak y la opinión pública estadounidense

Las dos guerras de EE.UU. contra Irak (1990-1991 y 2003-2011) no estuvieron precedidas por ningún fervor popular, y los ciudadanos tampoco celebraron su desenlace. Todo lo contrario: en sus prolegómenos se produjeron manifestaciones masivas de protesta tanto en EE.UU. como en sus países aliados. La primera invasión iraquí (la que se conoce como Guerra del Golfo) tuvo el rechazo de la inmensa mayoría del pueblo estadounidense, a pesar de la enorme campaña propagandística desplegada por los medios de comunicación de masas y el régimen del presidente George H.W. Bush. Posteriormente, el presidente Clinton ordenó una campaña de bombardeos contra Irak en diciembre de 1998, sin contar con prácticamente ningún respaldo ni aprobación.
El 20 de marzo de 2000, el presidente George W. Bush inició la segunda gran guerra contra Irak a pesar de las manifestaciones masivas en su contra que se produjeron en todas las grandes ciudades de EE.UU. (y de Europa y buena parte del resto del mundo). Ni siquiera la conclusión oficial del presidente Obama de dicha guerra en diciembre de 2011 suscitó el entusiasmo popular.
De todo esto surgen varias preguntas: ¿Por qué el inicio de ambas guerras contra Irak levantó una masiva oposición popular y por qué dicha oposición no se mantuvo en el tiempo? ¿Por qué la ciudadanía no celebró el final de la guerra declarado por Obama en 2011? ¿Por qué las manifestaciones masivas contra las guerras de Irak no lograron articular vehículos duraderos capaces de garantizar la paz?

El síndrome de la guerra contra Irak

El origen de los grandes movimientos populares de oposición a las guerras contra Irak se remonta a varios acontecimientos históricos. El triunfo de los movimientos pacifistas que consiguieron acabar con la Guerra de Vietnam, la idea de que la acción de masas era capaz de resistir y vencer era una creencia fuertemente arraigada en amplios segmentos de las personas progresistas. Además, estos movimientos estaban firmemente convencidos de que no se podía confiar en los medios de comunicación ni en el Congreso. Todo ello reforzaba la idea de que la acción directa de masas era esencial para cambiar las políticas belicosas de la Presidencia y del Pentágono.
El segundo factor que sirvió de acicate para las protestas masivas en EE.UU. fue el aislamiento internacional de EE.UU. Los presidentes Bush padre e hijo iniciaron guerras ampliamente contestadas en Europa, Oriente Próximo y en la Asamblea General de Naciones Unidas. Los activistas estadounidenses sentían formar parte de un movimiento global con posibilidades de éxito.
En tercer lugar, la toma de posesión del presidente demócrata Bill Clinton no anuló los grandes movimientos contra la guerra. La campaña terrorista de bombardeos estadounidenses contra Irak en diciembre de 1998 fue altamente destructiva y la guerra de Clinton contra Serbia mantuvo activo al movimiento pacifista. En la medida en que evitó embarcarse en guerras a gran escala y prolongadas, Clinton no llegó a provocar un resurgimiento de la oposición de masas durante los últimos años de la década de los noventa.
La última gran ola de protestas masivas contra la guerra se produjo entre 2003 y 2008. Las manifestaciones surgieron inmediatamente después del atentado contra el World Trade Center el 11-S. La Casa Blanca aprovechó el ataque para declarar “la guerra global contra el terror”, aunque los movimientos populares interpretaron ese mismo ataque como una llamada para oponerse a nuevas guerras en Oriente Próximo.
Las luchas pacifistas aglutinaron a activistas durante toda esa década, que se sentían capaces de evitar mediante las movilizaciones que el régimen de Bush iniciara nuevas guerras sin fin. La inmensa mayoría de la gente no creía a las autoridades cuando afirmaban que Irak, cercado y debilitado, estaba almacenando “armas de destrucción masiva” para atacar a Estados Unidos.
Las manifestaciones masivas se enfrentaron a los medios de comunicación, la llamada prensa respetable, e ignoraron al lobby israelí y a otros señores de la guerra del Pentágono que pedían la invasión de Irak. La inmensa mayoría de los estadounidenses no creían estar amenazados por Saddam Hussein y consideraban una mayor amenaza los medios puestos en marcha por la Casa Blanca para aprobar legislación represiva como la Ley Patriótica. La rápida derrota militar del ejército iraquí y la ocupación de su territorio produjeron un declive en el volumen y el alcance del movimiento contra la guerra, pero no minaron su base potencial.
Dos fueron los elementos que llevaron a la desaparición de los movimientos contra la guerra. En primer lugar, sus líderes cambiaron la acción directa independiente por la política electoral y, en segundo lugar, convencieron a sus seguidores de que apoyaran al candidato presidencial demócrata Barack Obama. En buena medida, los líderes y activistas del movimiento sentían que la acción directa no había conseguido evitar las dos guerras anteriores o terminar con ellas. Además, Obama apeló demagógicamente al movimiento pacifista prometiendo que acabaría con las guerras e impondría la justicia social en casa.
Con la llegada de Obama, muchos líderes y activistas por la paz se unieron a su maquinaria política. Aquellos que no lo hicieron se desilusionaron rápidamente a todos los efectos. Obama continuó las guerras abiertas e inició o se sumó a otras nuevas (Libia, Honduras o Siria). La ocupación militar estadounidense de Irak dio lugar a la creación de nuevas milicias extremistas, que consiguieron derrotar a los ejércitos vasallos entrenados por EE.UU. hasta llegar a las puertas de Bagdad. Al poco tiempo, Obama envió una flota de buques y aviones de guerra al Mar de China Meridional y aumentó el número de tropas en Afganistán.
Los movimientos populares de masas de las dos décadas anteriores sufrieron una fuerte desilusión, se sintieron traicionados y desorientados. Aunque muchos se oponían a las guerras “nuevas” y “viejas” de Obama, no lograban encontrar formas novedosas de expresar sus creencias pacifistas. Ante la inexistencia de movimientos contra la guerra alternativos, se hicieron vulnerables a la propaganda bélica de los medios de comunicación y los nuevos demagogos de la derecha. Donald Trump atrajo a muchos de los que se oponían a la belicista Hillary Clinton.

El recate bancario: Se ignoran las protestas de masas

En 2008, al final de su mandato, el presidente George W. Bush aprobó un rescate masivo de los principales bancos de Wall Street, afectados por la quiebra a causa de sus salvajes políticas especulativas.
En 2009, el presidente Obama refrendó el rescate y urgió al Congreso para que le diera su aprobación lo antes posible. El Congreso otorgó un rescate de 700.000 millones de dólares, los cuales ascendieron hasta 7,77 billones según una información publicada por Forbes (14 de julio de 2015). De un día para otro, cientos de miles de ciudadanos pidieron al Congreso que rectificara su voto. Como consecuencia de esta tremenda oposición popular, el Congreso capituló. Pero el presidente Obama y la dirección del Partido Demócrata insistieron. La ley fue ligeramente modificada y se aprobó. La “voluntad popular” fue rechazada. Las protestas se neutralizaron y se fueron disipando. El rescate bancario se hizo efectivo mientras millones de familias eran expulsadas de sus hogares, a pesar de algunas protestas locales, por no poder hacer frente a sus hipotecas. El movimiento contra los bancos lanzó algunas propuestas radicales, desde llamamientos a la nacionalización de las entidades bancarias hasta demandas para dejarlas quebrar y que el Estado financiara directamente a las cooperativas y bancos comunitarios.
Estaba claro que la inmensa mayoría del pueblo estadounidense era consciente de lo que ocurría e intentó evitar el saqueo a los contribuyentes con la complicidad de las corporaciones.

Conclusión: ¿Que se puede hacer?

Las movilizaciones de masas son una realidad en Estados Unidos; el problema es su falta de continuidad. Las razones para esto son evidentes: carecen de una organización política que pueda ir más allá de las protestas y oponerse a las políticas del mal menor.
El movimiento contra la guerra que surgió para oponerse a la guerra de Irak fue marginado por los dos partidos dominantes. Como resultado, las guerras se multiplicaron. Cuando Obama cumplió su segundo año de mandato, Estados Unidos estaba involucrado en siete guerras.
En el segundo año de mandato del presidente Trump, Estados Unidos ha amenazado con guerras nucleares contra Rusia, Irán y otros “enemigos” del imperio. A pesar de que la opinión pública era claramente contraria, esa “opinión” apenas se dejó notar en las elecciones legislativas de mitad de mandato.
¿Dónde han ido a parar las multitudes contrarias a la guerra y a los bancos? Yo soy de la opinión de que siguen ahí, con nosotros, pero no pueden pasar a la acción y organizarse si continúan apoyando al Partido Demócrata. Para que los movimientos puedan convertir la acción directa en transformaciones políticas y económicas efectivas, antes tienen que crear luchas a todos los niveles, desde el local al nacional.
A escala internacional, las condiciones se están tornando favorables. Washington se ha enemistado con países de todo el mundo. Ha desafiado a sus aliados y se enfrenta a rivales formidables. La economía interna esta polarizada y las élites divididas.
Las movilizaciones, como las que están teniendo lugar en Francia en estos momentos, pueden autoorganizarse a través de Internet; los medios de comunicación están desacreditados. El tiempo de la demagogia liberal y derechista está llegando a su fin; la rimbombancia de Trump levanta tanta indignación como la que acabó con el régimen de Obama.
Hoy día existen las condiciones óptimas para que un nuevo movimiento global pueda lograr algo más que meras reformas graduales. La gran incógnita es saber si ese movimiento surgirá ahora, dentro de unos años o de algunas décadas.

James Petras
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

jueves, noviembre 29, 2018

Un gobierno quebrado, un G20 fracturado



Los negociadores y redactores de los países del G20 prevén una “breve” declaración final, que disimule los antagonismos económicos, políticos y militares

Cuando a Mauricio Macri le encomendaron la organización de la cumbre de presidentes del G20, imaginaba, con seguridad, un escenario muy diferente al actual. Tanto para el G20 como para su propio gobierno.
Si Macri guardaba alguna esperanza de que la reunión de Buenos Aires redujera en alguna medida las disidencias entre sus miembros, los últimos acontecimientos han borrado esta posibilidad. La reunión de Buenos Aires tendrá como telón de fondo la acentuación de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Como “aperitivo” para la cumbre de estos días, Trump anunció la suba de aranceles a productos de China que hoy representan 200.000 millones de dólares de importaciones desde ese país. La reunión viene precedida también por el acuerdo entre la premier británica Theresa May y la Unión Europea respecto de los términos del “Brexit”, cuyo debate en el parlamento de aquel país ya ha colocado en la picota a su gobierno. Finalmente, y a horas de la “cumbre” de Buenos Aires, ha estallado un grave conflicto entre Ucrania y Rusia por el apresamiento de tres naves de aquel país. Esta crisis podría conducir a que naufrague la reunión bilateral prevista entre Trump y Putin en Buenos Aires. Mientras tanto, los negociadores y redactores de los países del G20 prevén una “breve” declaración final, que disimule los antagonismos económicos, políticos y militares. Del lado del “proteccionista” Trump, su partida de Estados Unidos hacia Argentina ha sido acompañada por el anuncio de cierre de varias plantas de General Motors en aquel país. Significativamente, los directivos de GM le achacan la crisis... al proteccionismo oficial. Es que las represalias internacionales le han cerrado mercados a este pulpo, al tiempo que se han encarecido sus importaciones. Estos anuncios, junto a la evidencia de un desinfle bursátil, anticipan el final de la frágil recuperación económica de la primera parte del gobierno Trump. Guerra comercial, militarismo y guerras lisas y llanas. Este es el escenario del G20, que tiene como anfitrión a Mauricio Macri.

Y por casa…

A este G20 en crisis, Macri no tiene para aportarle más que la realidad de un régimen quebrado, que sobrevive con el pulmotor del FMI. En los días previos a la cumbre, el gobierno Cambiemos ni siquiera pudo exhibir la “paz cambiaria” que había logrado en las últimas semanas, al costo, claro está, de remunerar a los especuladores en pesos con intereses astronómicos y -por ende- paralizar la economía.
La nueva corrida hacia el dólar ha estado acompañada por una fuerte suba del riesgo país -o sea, por la manifiesta desconfianza del capital internacional respecto del rumbo del programa económico oficial. Aún con tasas de interés superiores al 60%, los especuladores abandonan sus colocaciones en pesos. Por un lado, se teme a la bola de nieve insostenible de la nueva deuda del Banco Central, que se renueva cada siete días a un ritmo explosivo y, por el otro, está muy claro que Argentina sólo cuenta con el financiamiento ya pactado con el FMI, y del cual no quedará un peso en 2020. Finalmente, los ‘mercados’ toman nota de las encuestas favorables a Cristina Kirchner en las elecciones del año que viene. Pero la respuesta del kirchnerismo a esta corrida no se hizo esperar: a quien quiera oírlos, Kicillof y Cristina salieron a dar garantías de que no patearán el tablero del FMI y, con él, al edificio ajustador que el macrismo ha pergeñado con la excusa de evitar un default.
Pero la lista de los motivos que -según los analistas financieros- explican la fuga de capitales es más larga y sirve para radiografiar todo el alcance de la crisis de régimen. En estas horas, la crisis de los cuadernos ha llevado al procesamiento del pope mayor de la burguesía argentina, Paolo Rocca (Techint). La concurrencia de la “patria contratista” al banquillo de los acusados le ha asestado un golpe feroz a la participación de la burguesía nacional en la obra pública. Y es aquí donde vuelve a ingresar la cuestión del G20 y la lucha de buitres por la recolonización del país. Los voceros oficialistas presentan a un Macri que, aprovechando su condición de anfitrión, cerraría acuerdos ventajosos con Trump, por un lado, y el presidente chino Xi Jinping, del otro. Pero lo cierto es que el macrismo será un rehén de la guerra comercial entre los dos bloques y, naturalmente, de su propia bancarrota económica. El gobierno argentino ha anticipado acuerdos de inversión con China, entre ellos, la reactivación del proyecto para la central atómica Atucha III. A la concreción de este proyecto se encuentra condicionada la posibilidad de reducir el déficit comercial argentino con aquél país, por un lado, y de sostener la “cuenta corriente” (swap) con la cual China aporta a las reservas del Banco Central, del otro. Pero Trump ha salido al choque con estos acuerdos, señalando al gobierno argentino la “inconveniencia” de avanzar con ellos. Estados Unidos, a su turno, domina la parada en el directorio del FMI, de cuyos recursos depende no llevar a la deuda argentina -que ya representa el 90% del PBI- a la cesación de pagos. La guerra comercial internacional se ha metido de lleno en la Argentina y divide al propio gobierno: mientras “FMI” Dujovne desaconseja los préstamos chinos, el secretario de Energía pretende avanzar con ellos. La alforja del G20, como se ve, es otro factor de crisis política.

Los trabajadores

Pero en estos días, no sólo los especuladores o la burguesía industrial han colocado la lupa sobre el gobierno. El G20 también ha estado precedido por importantes intervenciones obreras, como se ha visto en el paro de Aerolíneas, en Siam, en el parazo de Firestone contra los despidos; en la gigantesca movilización de las enfermeras y enfermeros, en las movilizaciones de los colegios terciarios de Capital y Buenos Aires, así como en la enorme movilización piquetera que encabezó el Polo Obrero bajo los helicópteros norteamericanos que sobrevolaban el cielo porteño. En este cuadro, el fracaso de la superfinal entre River y Boca ha contribuido con lo suyo a la crisis política, al desnudar una aguda pugna al interior del aparato represivo del Estado -el mismo que tendrá que dar cuenta de la inquietud popular contra el ajuste. La marcha de este viernes por el G20 se inscribe en esta tendencia de lucha, de la cual, como ocurre en todos los anteriores episodios, ha desertado la burocracia sindical. Pero también ha desertado el kirchnerismo en masa, tanto político y sindical como “social”. El defol de lucha de la CGT, con la complicidad de las organizaciones sociales opositoras, abre un período importante de luchas por abajo contra la virtual tregua electoral ya en marcha. El gigantesco operativo represivo, que paralizará la Ciudad el viernes 30, apunta a presentar una ficción de “orden” o disciplina social, por parte de un gobierno crecientemente repudiado.
En definitiva, al G20 lo recibirá un anfitrión golpeado por una manifiesta crisis de régimen. Pero una y otra cosa están ligadas: la pretensión del macrismo de “subir” a la Argentina al carro del capital “global” ha quedado severamente golpeada por la crisis capitalista y el derrumbe de su “globalización”, algo que quedará expuesto en la cumbre de este viernes y sábado. En la movilización del 30 le opondremos, a la fracasada aventura macrista y a sus socios internacionales, la unidad internacional de la clase obrera y de los explotados contra los ajustes, el militarismo, las guerras y la barbarie imperialista. Saldremos con la perspectiva estratégica de gobiernos de trabajadores en nuestros países, por la Unidad Socialista de América Latina. A movilizar con todo, junto al Partido Obrero, al Frente de Izquierda y todas las organizaciones que han resuelto ganar las calles ese día.

Marcelo Ramal

Brexit: Gran Bretaña y Europa convulsionadas



El acuerdo entre la premier Theresa May y la Unión Europea no conforma a ninguna de las partes

Theresa May, la premier británica, está en la cuerda floja. Es altamente improbable que pueda hacer aprobar en el Parlamento el acuerdo que acaba de firmar con la Unión Europea sobre el Brexit. May necesita una mayoría simple sobre los 650 escaños de la Cámara de los Comunes. Al menos 90 parlamentarios conservadores, entre euroescépticos y proeuropeos, ya han dicho que rechazarán un acuerdo que “deja al Reino Unido en peor situación que la actual”, como reconoció el propio Boris Johnson, ex ministro de Exteriores y adversario de May.
El Partido Laborista, a través de su líder, Jeremy Corbyn, se dispone a rechazar el pacto. “Este es el resultado de un miserable fracaso en las negociaciones que nos deja con lo peor de ambos mundos”, manifestó. Los unionistas norirlandeses del Partido Unionista Democrático (DUP), cuyos diez diputados sostienen la precaria mayoría parlamentaria conservadora, consideran una puñalada en la espalda mantener la regulación comunitaria en el Ulster, como se plantea en el acuerdo. La líder del DUP, Arlene Foster, ya anticipó el voto en contra de su partido.

El acuerdo

Gran Bretaña dejará la Unión Europea el 29 de marzo, pero permanecerá adentro del mercado único del bloque y puede estar sujeto a sus normas hasta finales de 2020, mientras ambas partes negocian una nueva relación comercial. Ese período de transición puede extenderse hasta dos años después del 1° de julio de 2020, si ambas partes coinciden en que necesitan más tiempo.
Uno de los puntos más conflictivos del acuerdo se refiere a la frontera irlandesa, que procura evitar el retorno a la vigilancia policial y preservar, a su vez, el acuerdo de paz de Viernes Santo de 1998. El acuerdo plantea preservar un área de libre comercio, en el marco de las tratativas generales, pero contempla, en caso de que las negociaciones generales no lleguen a buen término, una cláusula de “salvaguarda” para garantizar que, al menos, la frontera entre Irlanda, miembro de la Unión Europea, e Irlanda del Norte, que forma parte del Reino Unido, permanezca libre de aduanas u otras barreras.
Gran Bretaña acordó pagar unos 39.000 millones de libras (50.000 millones de dólares) para cubrir las pensiones del personal y compromisos con programas de la Unión Europea que el Reino Unido hizo cuando era miembro.
Los habitantes de la Unión Europea que viven en Gran Bretaña y los británicos en otras partes del bloque, continuarán con sus derechos de residencia y laborales. El proyecto de acuerdo prevé que más de 4 millones de ciudadanos (3,2 millones de europeos en Reino Unido y 1,2 millones de británicos en el resto del bloque) puedan continuar estudiando, trabajando, recibiendo ayudas y reagrupando a sus familias.

Crisis

El acuerdo no conforma a ninguna de las partes. Ni a los partidarios de un “Brexit duro” -que tiene un apoyo importante en las filas del propio Partido Conservador y califican al pacto de “humillante”, ni a quienes plantean preservar los vínculos económicos y políticos con Europa y, en definitiva, abogan por la permanencia en la Unión Europea. Estas tendencias contrapuestas están presentes en el partido gobernante, que está al borde del estallido. La tentativa de la premier británica, de navegar en medio de este torbellino y pilotear la crisis, han resultado infructuosas y lo más probable es que termine costándole la cabeza. El Parlamento europeo acaba de aprobar el acuerdo y el presidente de la Comisión Europea viene de exhortar a los británicos a aceptar el acuerdo, pero ese hecho no ha logrado calmar las aguas, más bien ha terminado por exacerbarlas.

La crisis en curso abre un conjunto de escenarios.

Un grupo de cinco ministros partidarios de la permanencia en la Unión Europea, liderado por el de Economía, Philip Hammond, ha comenzado a trabajar en un plan B para alterar el acuerdo en caso de que sea rechazado en la Cámara de los Comunes. Alientan un acuerdo “a la noruega”, que permita a Reino Unido permanecer en el área económica europea.
Los euroescépticos y rivales de May en el Partido Conservador confían en una moción de censura que derribe a May, y que un nuevo líder conservador negocie un “no acuerdo gestionado” de Brexit que conduzca a Reino Unido a un escenario sin ataduras en el que sólo imperen las reglas de la Organización Mundial del Comercio. Nadie descarta un adelanto electoral, pero lo que inhibe a los conservadores rebeldes a avanzar en esa dirección es que eso podría catapultar al poder a Jeremy Corbyn, el líder laborista. Otra variante, que podría ir o no de la mano de una elección anticipada, es la convocatoria a un segundo referéndum sobre el Brexit, aunque eso obligaría a la Unión Europea a reabrir las negociaciones, opción que parece poco viable. La Comisión Europea no está dispuesta a actuar con mano blanda y revisar los acuerdos para evitar que el ejemplo incentive otras separaciones en el futuro.

Desintegración y guerra comercial

Este divorcio, cuyo desenlace está aún por verse, constituye una paso más en la desintegración de la zona euro, que se suma a la crisis migratoria que atraviesa todo el continente europeo; el auge de las corrientes xenófobas y nacionalistas, incluyendo a la propia Alemania y las crecientes tensiones con el gobierno italiano, que viene desafiando las normas presupuestarias y económicas de la Unión Europea, lo que abre potencialmente la amenaza de una salida de Italia de la zona euro. En caso de que esto ocurriera, sería el acta de defunción de la Unión Europea. La bancarrota capitalista, entre tanto, viene haciendo su trabajo implacable de topo, lo que se está traduciendo en una desaceleración del crecimiento de la Unión Europea por debajo de los ya magros pronósticos que se estimaban y que, incluso, podría ser el preludio de una nueva recesión.
La guerra económica es un factor clave que hace más explosivo el escenario. Washington no se ha privado de torpedear el acuerdo, apuntando, por esa vía, a asestarle un nuevo golpe a la Unión Europea. Ello, cuando las tensiones entre Europa y Estados Unidos han alcanzado un nuevo pico, como quedó expresado en la reciente gira de Trump a Francia.
Trump insinuó que el acuerdo del Brexit impediría que el Reino Unido pueda “comerciar con Estados Unidos” y señaló que el pacto acordado “suena como favorable para la Unión Europea”. Con lo cual se ha metido de lleno en la disputa política que domina el escenario político británico.

Perspectivas

Lo cierto es que el Reino Unido podría terminar siendo el principal afectado por el divorcio, ya que una salida de la Unión Europea, con más razón si es unilateral, sin pacto previo, podría disparar el desmembramiento de la propia Gran Bretaña, a través de la separación de Escocia (en la que, pocos años atrás, ya hubo un consulta que resultó muy reñida sobre el punto) y hasta de la propia Irlanda del Norte.
Por lo pronto, las principales analistas pronostican que el Brexit va a acentuar el impasse económico que ya domina el panorama británico. La economía del Reino Unido, en una década, estará cerca de un 4% por debajo de lo que estaría si el país hubiese seguido dentro del bloque. Esta es la principal conclusión a la que ha llegado el reputado think-tank Instituto Nacional de Investigación Económica y Social (NIESR, por sus siglas en inglés).
Esta situación ha encendido las alarmas de la gran burguesía británica, que mayoritariamente rechaza el Brexit y que viene haciendo lobby para una transición lo más consensuada posible e, inclusive, si fuera posible, dar marcha atrás en la salida del Reino Unido de la Unión Europea, abriendo paso a un nuevo referéndum.
Entre tanto, el gran capital, empezando por la gran banca, ya ha empezado a tomar recaudos. Muchas instituciones financieras hicieron planes para relocalizar algunas de sus operaciones en otros lugares de la Unión Europea. Importa destacar que las operaciones en Londres venían ya golpeadas por una caída general en las transacciones financieras europeas durante los últimos años, como resultado de una más amplia crisis económica. El Brexit va a empeorar esto, especialmente si los bancos con base en Gran Bretaña no obtienen un “pasaporte” para operar con otros bancos en la Unión Europea.
En los años previos al Brexit, Londres tenía rivales en Europa, algunos más grandes en ciertas áreas de las finanzas, como es el caso de Luxemburgo, en el manejo de fondos de inversión. Pero Londres ha sido el centro más importante en un amplio rango de operaciones que engloba lo bancario, capitales de riesgo, derivados financieros y operaciones de divisas.
Pero la procesión principal es la que va por abajo. El impasse del capitalismo británico, acicateado por la bancarrota capitalista, ha provocado en esta última década un retroceso pronunciado en las condiciones de vida de los trabajadores. El llamado “estado de bienestar” viene soportando un enorme desmantelamiento, barriendo conquistas en materia de salud, seguridad, educación y asistencia social. Una de las señales irrefutables es el crecimiento de los indicadores de pobreza y marginalidad en el suelo inglés. A caballo de ello, crece el descontento y la insatisfacción social, que históricamente ha sido el caldo de cultivo de giros políticos en las masas. Esto ya se viene insinuando y es lo que explica el ascenso de Jeremy Corbyn, quien se presentó en las últimas elecciones (a mediados de 2017) con una agenda de reivindicaciones sociales y nacionalizaciones. Gran Bretaña, y de conjunto Europa, entra en una nueva transición de características explosivas.

Pablo Heller

Julian Assange acorralado



El cerco se aprieta sobre el fundador de Wikileaks, Julian Assange, quien sigue en condición de asilado en la Embajada de Ecuador en Londres. La persecución internacional crece y sus derechos son coartados.

A mediados de noviembre, se filtró (aparentemente de forma involuntaria) que existe efectivamente una acusación sumaria contra Assange en EEUU, cuya naturaleza aún no se ha divulgado. Este martes, 27 de noviembre, una jueza federal de EEUU postergó una decisión, solicitada por el Comité de Reporteros por la Libertad de Prensa, de ordenar que se revele el contenido de la acusación, una vez que queda confirmado que ésta existe. El Departamento de Justicia, por su parte, defiende mantenerla en secreto, hasta que el acusado sea detenido.
Mientras tanto, las autoridades británicas mantienen su intención de detener a Assange si sale de la embajada, por haber violado la libertad condicional, cuando entró a la embajada hace seis años, (a pesar de que ya ha vencido la investigación judicial que realizaba Suecia, sin que se haya planteado cargo alguno). Lo más probable es que, si ello sucede, EEUU solicitará su extradición. Estos hechos refuerzan los argumentos de Assange y su equipo legal de que corre el riesgo de un juicio en EEUU, que podría acarrear la pena de muerte. Ese es el principal motivo que justifica mantener el asilo.
Para EEUU es complicado enjuiciar al periodista/editor por la publicación de miles de documentos confidenciales, ya que implicaría un atentado a la libertad de prensa. Es más, tendrían que acusar también a los grandes medios que replicaron la información. Vale recordar que Wikileaks es un portal donde se publican documentos entregados por quienes en inglés se llaman “whistleblowers”, o sea, denunciantes que develan irregularidades en las instituciones donde trabajan, por consideraciones de interés público. Wikileaks verifica el origen de los documentos, pero protege la identidad del denunciante. Por lo mismo, Assange no es, como a veces se le tilda, un “hacker” (en el sentido de alguien que viola la seguridad de equipos electrónicos sin autorización[1]), sino el director de un editorial.
Por ello, EEUU más bien trata de vincularlo a espionaje, pero ello implicaría demostrar que trabaja para algún otro gobierno. Hay indicios ahora de que se busca acusarle de colusión con Rusia, en el caso actualmente bajo investigación de la posible implicación de servicios de inteligencia rusos en la sustracción de emails del Partido Demócrata, que posteriormente fueron publicados por Wikileaks durante la última campaña presidencial, hecho que puede haber favorecido la candidatura de Donald Trump. Wikileaks ha negado cualquier vínculo con los rusos en el caso.
Más allá de los pormenores de la acusación, lo que es evidente es que los gobiernos afectados no le perdonan a Wikileaks haber revelado sus documentos confidenciales. Mucho menos quieren reconocer que Wikileaks ha brindado un gran servicio a la humanidad al sacar a la luz pública asuntos sobre los cuales los gobiernos deberían rendir cuentas, máxime cuando está en juego el uso de fondos públicos.

Ecuador bajo presión

Entretanto, la situación de Julian Assange en la embajada ecuatoriana, donde está prácticamente incomunicado desde hace seis meses, es cada vez más insostenible; todo indica que es justamente esto lo que busca el gobierno de Lenin Moreno, que le considera un huésped indeseado y una herencia incómoda del gobierno anterior. La Corte Interamericana ratificó, en julio pasado, que Ecuador tiene la obligación, no sólo de garantizar el asilo, sino de adoptar medidas positivas para que el asilado no sea entregado, lo que sin duda frenó la intención de expulsarlo de la embajada. Desde octubre se le ha impuesto un protocolo de “reglas de convivencia” que atentan a sus derechos básicos y libertad de expresión. Llama la atención, además, que el 21 de noviembre, por decreto presidencial, se cesó al embajador en funciones, Carlos Antonio Abad Ortiz, antes de que cumpla el plazo normal; también se ha cambiado todo el personal de la embajada. Y a partir de diciembre el asilado debe cubrir sus propios gastos de alimentación y comunicación. Todo indica que, al no poder expulsarle, se le quiere hacer la vida tan difícil para obligarle a abandonar la embajada, sea por voluntad propia o por un quiebre de su salud (la cual ya está bastante delicada por el encierro y la falta de acceso a atención médica adecuada).
No es coincidencia que el gobierno de Ecuador, que en el campo internacional ha pasado a priorizar las relaciones de cooperación y acuerdos comerciales con EEUU y Reino Unido, esté sometido a múltiples presiones para rescindir el asilo de Julian Assange. Cuando el Vicepresidente estadounidense, Mike Pence, visitó Quito, en junio pasado, abordó el tema con el presidente Moreno, a instancias de varios senadores, principalmente del Partido Demócrata. Si bien Moreno negó que se haya abordado el tema de Assange, la Casa Blanca lo confirmó y señaló que acordaron mantenerse en coordinación estrecha para los próximos pasos. ¿Se debe entender que las actuales presiones sobre Assange son parte de estos “pasos”?
Ecuador se destacó en el escenario mundial por haber otorgado el asilo a Julian Assange, desafiando la presión de las potencias mundiales. Incluso fue el gobierno actual que le dio la ciudadanía hace un año. Parece que esto quedó atrás, y que, a estas alturas, solo una fuerte campaña internacional en defensa de los derechos de Julian Assange y de Wikileaks podría evitar un desenlace fatídico.

Sally Burch
ALAI

Nota:

[1] Vale reconocer que para el movimiento hacker, el término refiere más bien a la experticia en informática.

Sally Burch, periodista británica-ecuatoriana, es directora ejecutiva de la Agencia Latinoamericana de Información -ALAI-. Twitter @SallyBurchEc

La rebelión de los chalecos amarillos

En un país formateado por la división ideológica, los chalecos amarillos desconcertaron a la presidencia, al gobierno y a la sociedad. Su narrativa reproduce el verbo dominante de la extrema derecha y de sectores de la izquierda radical.
De tanto jugar a poner al pueblo contra las elites y hacer de ese regateo retórico un instrumento electoral, el pueblo terminó saliendo a la calle. El presidente francés, Emmanuel Macron, enfrenta desde hace varias semanas un movimiento llamado “los chalecos amarillos” que ocupó las calles y bloqueó las rutas para protestar contra el incremento del precio de los combustibles, concretamente el del gasoil que, en 2019, pasará a costar tanto como la gasolina común.
Aunque el jefe del Estado no cedió aún ante las demandas, sí aceptó abrir un diálogo con una fuerza que se fue constituyendo poco a poco con más radicalidad hasta dotar de un rostro y una voz a esa Francia escondida por los medios. Pequeños comerciantes y productores, agricultores, conductores de camión o artesanos componen este movimiento “social nebuloso” (Le Monde) en torno al cual los analistas no se ponen de acuerdo cuando se trata de definirlo: de derecha, de extrema derecha, populistas, los calificativos se mueven según los momentos. Los chalecos amarillos se aparentan más bien a lo que ocurrió a partir de 2007 en Italia cuando empezó a surgir ese grupo al que se califica como “post ideológico”, es decir, el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) que hoy cogobierna Italia mediante una alianza con la extrema derecha.
En un país formateado por la división ideológica, los chalecos amarillos desconcertaron a la presidencia, al gobierno y a la sociedad. Son “inclasificables”, apuntan muchos editorialistas. El semanario Le Nouvel Observateur escribe al respecto que “este movimiento no se parece a nada de lo conocido hasta ahora y marca un giro en la vida política social francesa”.
Los argumentos de este sector no son nuevos. Más allá de su exigencia vertebral de no pagar más por los carburantes su narrativa reproduce el verbo dominante de la extrema derecha y de sectores de la izquierda radical: el pueblo víctima de las elites ignorantes, desapegadas de la realidad popular, indolentes frente al sufrimiento social de muchos niveles de la sociedad, el pueblo aplastado por un sistema que mira hacia otro lado. Los chalecos amarillos escenifican la confrontación entre una suerte de Francia a la antigua contra la Francia moderna y conectada que recibe todos los beneficios. Como es una fuerza electoral de cierta consistencia, todos los partidos políticos corren detrás de esos chalecos amarillos (la ropa obligatoria que se debe llevar en los autos) sin que, hasta el momento, estos hayan caído bajo su influencia.
No han convocado a multitudes imponentes, pero su influencia se empieza a sentir tanto más cuanto que se mete en un interciso ya abierto durante la campaña electoral de 2017, donde Macron derrotó en la segunda vuelta a la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen: los chalecos amarillos son la expresión activa de la Francia anti sistema, anti elites y euroescéptica. Esa Francia de los chalecos amarillos usa el motor (auto, tractores) como instrumento de trabajo, circula en la periferia del país, en pueblos y ciudades medianas y en zonas rurales. Pagar más por el diesel es visto como una medida directa contra esa Francia que se levanta con el sol. La bronca de este sector es tanto más fuerte cuanto que el aumento del gasoil se inscribe dentro del programa “transición ecológica”, es decir, a favor del medio ambiente. La Francia de los chalecos siente que le hacen pagar a ella y sólo a ella el costo de un maquillaje a favor del medio ambiente mientras que las burguesías ecologistas y adineradas quedan afuera de la medida.
Desconcertados y sin respuestas, Macron y su Ejecutivo abrieron un camino de dialogo con este sector. Parecen recién descubrir que los chalecos son algo más que un objeto electoral disperso. En un discurso pronunciado este martes para presentar la transición ecológica, Macron adoptó un tono inusualmente modesto. Dijo que comprende la “cólera” de los chalecos amarillos, a quienes calificó como “las primeras víctimas de la crisis del medio ambiente”. El presidente habló mucho, pero ofreció poco: apenas una revisión de la fiscalidad en torno a los combustibles según el precio del petróleo y una gran concertación nacional.
Muy poco frente a los reclamos de una parte del país donde se percibe al presidente como un árbitro parcial: hace pagar más impuestos a los jubilados, a los trabajadores, le saca ayudas a los estudiantes, disminuye los subsidios sociales al mismo tiempo que modifica el impuesto a las grandes fortunas, lo que se traduce en una desigualdad indiscutible. "Nosotros estamos pagando por ellos”, decía a PáginaI12 una mujer del centro de Francia que participó en las manifestación de los chalecos amarillos que tuvo lugar en París. Su compañero, Olivier, repetía enojado: “Macron y los ricachones que lo rodean no entienden nada. No saben dónde está ni como es la Francia profunda”.
Esa sensación de incomprensión entre dos países que se miran desde muy lejos está retratada en un video difundido por un productor de pollos. Filmado en su gallinero, Aloïs Gury, productor del famoso pollo de Bresse, le dice al presidente: “usted no entiende nada. Usted no merece comer mis pollos”. Ante los ojos del mundo, Macron apareció en 2017 como el líder providencial que había derrotado en las urnas al populismo trumpista que se estaba extendiendo por Europa. Le bastó poco más de un año en la presidencia para que su elitismo presidencial desembocara en un movimiento que le reclama su derecho a no perder en la hoguera del sistema lo que cree merecer.

Eduardo Febbro
Página/12

El socialismo chino y el mito del fin de la historia



En 1992 el politólogo estadounidense Francis Fukuyama se atrevió a anunciar el «fin de la historia». «Con el hundimiento de la URSS, dijo, la humanidad entra en una nueva era. Conocerá una prosperidad sin precedentes». Aureolada con su victoria sobre el imperio del mal, la democracia liberal proyectaba su luz salvadora sobre el planeta asombrado. Desembarazada del comunismo, la economía de mercado debía esparcir sus bondades por todos los rincones del globo, unificando el mundo bajo los auspicios del modelo estadounidense (1). La desbandada soviética parecía validar la tesis liberal según la cual el capitalismo –y no su contrario el socialismo- se adaptaba al sentido de la historia. Todavía hoy la ideología dominante reitera esta idea simple: si la economía planificada de los regímenes socialistas cayó, es porque no era viable. El capitalismo nunca estuvo tan bien y ha conquistado el mundo.
Los partidarios de esta teoría están tanto más convencidos en cuanto que el sistema soviético no es el único argumento que habla en su favor. Las reformas económicas emprendidas por la China popular a partir de 1979, según ellos, también confirman la superioridad del sistema capitalista. ¿Acaso no han acabado los comunistas chinos, para estimular su economía, admitiendo las virtudes de la libre empresa y el beneficio, incluso pasando por encima de la herencia maoísta y su ideal de igualdad?
Lo mismo que la caída del sistema soviético demostraría la superioridad del capitalismo liberal sobre el socialismo dirigista, la conversión china a las recetas liberales parece asestar el golpe de gracia a la experiencia «comunista».
Un doble juicio de la historia, al fondo, ponía el punto final a una competición entre los dos sistemas que atravesaron el siglo XX.
El problema es que esa narración es un cuento de hadas. Occidente repite encantado que China se desarrolla convirtiéndose en «capitalista». Pero los hechos desmienten esa simplista afirmación. Incluso la prensa liberal occidental ha acabado admitiendo que la conversión china al capitalismo es un cuento. Los propios chinos lo dicen y dan argumentos sólidos. Como punto de partida del análisis hay que empezar por la definición habitual del capitalismo: un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción e intercambio. Ese sistema fue erradicado progresivamente en la China popular en el período maoísta (1950-1980) y efectivamente se reintrodujo en el marco de las reformas económicas de Deng Xiaoping a partir de 1979. De esta forma se inyectó una dosis masiva de capitalismo en la economía, pero –la precisión es importante- esa inyección tuvo lugar bajo la impulsión del Estado. La liberalización parcial de la economía y la apertura al comercio internacional muestran una decisión política deliberada.
Para los dirigentes chinos se trataba de incrementar los capitales extranjeros para acrecentar la producción interna. Asumir la economía de mercado era un medio, no un fin. En realidad el significado de las reformas se entiende sobre todo desde un punto de vista político «China es un Estado unitario central en la continuidad del imperio. Para preservar su control absoluto sobre el sistema político, el partido debe alinear los intereses de los burócratas con el bien político común, a saber la estabilidad, y proporcionar a la población una renta real aumentando la calidad de vida. La autoridad política debe dirigir la economía de manera que produzca más riqueza de forma más eficaz. De donde se derivan dos consecuencias: la economía de mercado es un instrumento, no una finalidad; la apertura es una condición de eficacia y conduce a esta directiva económica operativa: alcanzar y superar a Occidente» (2)
Es por lo que la apertura de China a los flujos internacionales fue masiva pero rigurosamente controlada. El mejor ejemplo lo proporcionan las Zonas de Exportación Especiales (ZES). «Los reformadores chinos quieren que el comercio refuerce el crecimiento de la economía nacional, no que la destruya», señalan Michel Aglietta y Guo Bai. En los ZES un sistema contractual vincula a las empresas chinas y las empresas extranjeras. China importa los componentes de la fabricación de bienes de consumo industriales (electrónica, textil, química). La mano de obra china hace el ensamblaje, después las mercancías se venden a los mercados occidentales. Este reparto de las tareas está en el origen de un doble fenómeno que no ha dejado de acentuarse desde hace 30 años: el crecimiento económico de China y la desindustrialización de Occidente. Medio siglo después de las «guerras del opio» (1840-1860) que emprendieron las potencias occidentales para despedazar China, el Imperio del Medio tomó su revancha.
Porque los chinos aprendieron la lección de una historia dolorosa, «esta vez la liberalización del comercio y las inversiones es competencia de la soberanía de China y están controladas por el Estado. Lejos de ser los enclaves que solo benefician a un puñado de “compradores”, la nueva liberalización del comercio fue uno de los principales mecanismos que han permitido liberar el enorme potencial de la población» [3]. Otra característica de esta apertura, a menudo desconocida, es que beneficia esencialmente a la diáspora china, que entre 1985 y 2005 poseía el 60 % de las inversiones acumuladas, frente al 25 % por los países occidentales y el 15 % por Singapur y Corea del Sur. La apertura al capital «extranjero» fue en primer lugar un asunto chino. Movilizando los capitales disponibles, la apertura económica creó las condiciones de una integración económica asiática de la que la China popular es la locomotora industrial.
Decir que China se convirtió en «capitalista» después de haber sido «comunista» indica, pues, una visión ingenua del proceso histórico. Que haya capitalistas en China no convierte el país en «capitalista», si se entiende con esta expresión un país donde los dueños de capitales privados controlan la economía y la política nacionales. En China es un partido comunista con 90 millones de afiliados, que irriga al conjunto de la sociedad, el que tiene el poder político. ¿Hay que hablar de sistema mixto, de capitalismo de Estado? Es más conforme a la realidad, pero todavía insuficiente. Cuando se trata de clasificar el sistema chino, el apuro de los observadores occidentales es evidente. Los liberales se dividen en dos categorías: los que reprochan a China que siga siendo comunista y los que se alegran de que se haya hecho capitalista. Unos solo ven «un régimen comunista y leninista» disfrazado, aunque ha hecho concesiones al capitalismo ambiental [4]. Para otros China se ha vuelto «capitalista» por la fuerza de las cosas y esa transformación es irreversible.
Sin embargo algunos observadores occidentales intentan captar la realidad con más sutileza. Así Jean-Louis Beffa, en una publicación económica mensual, afirma directamente que China representa «la única alternativa creíble al capitalismo occidental». «Después de más de 30 años de un desarrollo inédito, escribe, ¿no es hora de concluir que China ha encontrado la receta de un contramodelo eficaz al capitalismo occidental? Hasta ahora no había surgido ninguna solución alternativa y el hundimiento del sistema comunista en torno a Rusia en 1989 consagró el éxito del modelo capitalista. Pero la China actual no lo suscribe. Su modelo económico híbrido combina dos dimensiones que saca de fuentes opuestas. La primera procede del marxismo leninismo, está marcada por un poder controlado del partido y un sistema de planificación vigorosamente aplicado. La segunda se refiera más a las prácticas occidentales, que se centra en la iniciativa individual y en el espíritu emprendedor. Cohabitan así el control del PCC sobre los negocios y un sector privado abundante» [5].
Este análisis es interesante pero vuelve a las dos dimensiones –pública y privada- del régimen chino, puesto que es la esfera pública, obviamente, la que está al mando. Dirigido por un poderoso partido comunista, el Estado chino es un Estado fuerte. Controla la moneda nacional, incluso la deja caer para estimular las exportaciones, lo que Washington le reprocha de forma recurrente. Controla casi la totalidad del sistema bancario. Vigilados de cerca por el Estado, los mercados financieros no desempeñan el papel desmesurado que se arrogan en Occidente. Su apertura a los capitales, por otra parte, está sometida a condiciones draconianas impuestas por el Gobierno. En resumen, la conducción de la economía china está en la férrea mano de un Estado soberano y no en la «mano invisible del mercado» querida por los liberales. Algunos se lamentan. Un liberal autorizado, un banquero internacional que enseña en París revela que «la economía china no es una economía de mercado ni una economía capitalista. Tampoco un capitalismo de Estado, porque en China es el propio mercado el que está controlado por el Estado» [6]. Pero si el régimen chino tampoco es un capitalismo de Estado, ¿entonces es «socialista», ya que es el propietario de los medios de producción o al menos ejerce el control de la economía? La respuesta a esta pregunta es claramente positiva.
La dificultad del pensamiento dominante para nombrar el régimen chino, como vemos, viene de una ilusión contemplada desde hace mucho tiempo: al abandonar el dogma comunista China entraría por fin en el maravilloso mundo del capitalismo ¡Sería estupendo poder decir que China ya no es comunista! Convertida al liberalismo, esta nación entraría en el derecho común. Con la vuelta al orden de las cosas, la capitulación validaría la teología del homo occidentalis. Pero sin duda se ha malinterpretado la célebre fórmula del reformador Deng Xiaoping: «poco importa que el gato sea blanco o negro si caza ratones».
Eso no significa que de igual el capitalismo o el socialismo, sino que se juzgará a cada uno por sus resultados. Se ha inyectado una fuerte dosis de capitalismo en la economía China, controlada por el Estado, porque era necesario estimular el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero China permanece en un Estado fuerte que dicta su ley a los mercados financieros y no al revés. Su élite dirigente es patriota. Incluso aunque conceda una parte del poder económico a los capitalistas «nacionales», no pertenece a la oligarquía financiera globalizada. Adepta a la ética de Confucio, dirige un Estado que solo es legítimo porque garantiza el bienestar de 1.400 millones de chinos.
Además no hay que olvidar que la orientación económica adoptada en 1979 ha sido posible por los esfuerzos realizados en el período anterior. Al contrario que los occidentales, los comunistas chinos subrayan la continuidad –a pesar de los cambios efectuados- entre el maoísmo y el posmaoísmo. «Muchos tuvieron que sufrir por el ejercicio del poder comunista. Pero la mayoría se adhiere a la apreciación emitida por Deng Xiaoping, el cual tenía alguna razón para querer a Mao Zedong: 70 % positivo y 30 % negativo. Hoy existe una frase muy extendida entre los chinos que revela su opinión sobre Mao Zedong: Mao nos puso de pie, Deng nos hizo ricos. Y esos chinos consideran perfectamente normal que el retrato de Mao figure en los billetes de banco. Todo el apego que todavía hoy tienen los chinos a Mao Zedong se debe a que lo identifican con la dignidad nacional recuperada» [7].
Es cierto que el maoísmo acabó con 150 años de decadencia, de caos y de miseria. China estaba fragmentada, devastada por la invasión japonesa y la guerra civil. Mao la unificó. En 1949 era el país más pobre del mundo. Su PIB per cápita era alrededor de la mitad del de África y menos de tres cuartas partes del de la India. Pero de 1950 a 1980, durante el período maoísta, el PIB creció de forma regular (2,8 % de media anual), el país se industrializó y la población pasó de 552 a 1.017 millones de habitantes. Los progresos en materia de salud fueron espectaculares y se erradicaron las principales epidemias. El indicador que resume todo, la esperanza de vida pasó de 44 años en 1950 a 68 años en 1980. Es un hecho indiscutible. A pesar del fracaso del «Gran salto adelante» y a pesar del embargo occidental –que siempre se olvida mencionar- la población china ganó 24 años de esperanza de vida con Mao. Los progresos en materia de educación fueron masivos, especialmente en la primaria: el porcentaje de población analfabeta pasó del 80 % en 1950 al 16 % en 1980. Finalmente las mujeres chinas –que «sostienen la mitad del cielo», decía Mao- fueron educadas y liberadas de un patriarcado ancestral. En 1950 China estaba en ruinas. Treinta años después todavía era un país pobre desde el punto de vista del PIB por habitante. Pero era un Estado soberano unificado, equipado y dotado de una industria naciente. El ambiente era frugal, pero la población estaba nutrida, cuidada y educada como no había estado en el siglo XX.
Esta revisión del período maoísta es necesaria para comprender la China actual. Fue entre 1950 y 1980 cuando el socialismo puso las bases del desarrollo futuro. En los años 70, por ejemplo, China recogía el fruto de sus esfuerzos en materia de desarrollo agrícola. Una silenciosa revolución verde había hecho su camino aprovechando los trabajos de una Academia China de Ciencias Agrícolas creada por el régimen comunista. A partir de 1964 los científicos chinos obtienen sus primeros éxitos en la reproducción de variedades de arroz de alto rendimiento. La restauración progresiva del sistema de riego, los progresos realizados en la reproducción de semillas y la producción de abonos nitrogenados transformaron la agricultura. Como los progresos sanitarios y educativos, esos avances agrícolas hicieron posibles las reformas de Deng que han constituido la base del desarrollo posterior. Y ese esfuerzo de desarrollo colosal solo podía ser posible bajo el impulso de un Estado planificador. La reproducción de las semillas, por ejemplo, necesitaba inversiones imposibles en el marco de las explotaciones individuales [8].
En realidad la China actual es hija de Mao y Deng, de la economía dirigida que la unificó y de la economía mixta que la ha enriquecido. Pero el capitalismo liberal al estilo occidental no aparece en China. La prensa burguesa cuenta con lucidez la indiferencia de los chinos hacia nuestros caprichos. Se puede leer en Les Echos, por ejemplo, que los occidentales «han cometido el error de pensar que en China el capitalismo de Estado podría ceder el paso al capitalismo de mercado». ¿Qué se reprocha en definitiva a los chinos?
La respuesta no deja de sorprender en las columnas de un semanario liberal: «China no tiene la misma noción del tiempo que los europeos y los americanos. ¿Un ejemplo? Nunca una empresa occidental financiaría un proyecto que no fuera rentable. No es el caso de China, que piensa a largo plazo. Con su poder financiero público acumulado desde hace dos decenios, China no se preocupa prioritariamente de una rentabilidad a corto plazo si sus intereses estratégicos lo exigen». Después el analista de Les E chos concluye: «Así es mucho más fácil que el Estado mantenga el control de la economía. Lo que es impensable en el sistema capitalista tal y como lo practica Occidente no lo es en China». ¡No se puede decir mejor! (9).
Obviamente este destello de lucidez es poco habitual. Cambia la letanía acostumbrada según la cual la dictadura comunista es abominable, Xi Jinping es dios, China se desmorona bajo la corrupción, su economía se tambalea, su deuda es abismal y su tasa de crecimiento se halla a media asta. Un escaparate de tópicos y falsas evidencias en apoyo de la visión que dan de China los medios dominantes que pretenden entender a China según categorías preestablecidas muy apreciadas en el pequeño mundo mediático. ¿Comunista, capitalista, un poco de ambos u otra cosa? En las esferas mediáticas pierden los chinos. Es difícil admitir, sin duda, que un país dirigido por un partido comunista haya conseguido en 30 años multiplicar por 17 su PIB por habitante. Ningún país capitalista lo ha conseguido nunca.
Como de costumbre los hechos son testarudos. El Partido Comunista de China no renuncia a su papel dirigente en la sociedad y proporciona su armazón a un Estado fuerte. Heredero del maoísmo, este Estado conserva el control de la política monetaria y del sistema bancario. Reestructurado en los años 90, el sector público sigue siendo la columna vertebral de la economía china, representa el 40 % de los activos y el 50 % de los beneficios generados por la industria, predomina en el 80-90 % en los sectores estratégicos: siderurgia, petróleo, gas, electricidad, energía nuclear, infraestructuras, transportes, armamento. En China todo lo que es importante para el desarrollo del país y para su proyección internacional está estrechamente controlado por el Estado soberano. Un presidente de la República china nunca malvendería al capitalismo estadounidense una joya industrial comparable a Alstom, ofrecida por Macron envuelta en papel de regalo.
Si se lee la resolución final del Decimonoveno Congreso del Partido Comunista Chino (octubre de 2017), se comprueba la amplitud de los desafíos. Cuando dicha resolución afirma que «el Partido debe unirse para alcanzar la victoria decisiva de la edificación integral de la sociedad de clase media, hacer que triunfe el socialismo chino de la nueva era y luchar sin descanso para lograr el sueño chino de la gran renovación del país», hay que tomar esas declaraciones en serio. En Occidente la visión de China está oscurecida por las ideas recibidas. Se imagina que la apertura a los mercados internacionales y la privatización de numerosas empresas hacen doblar las campanas por el «socialismo chino». Nada más lejos de la realidad. Para los chinos esa apertura es la condición del desarrollo de las fuerzas productivas, no el preludio de un cambio sistémico. Las reformas económicas han permitido salir de la pobreza a 700 millones de personas, es decir, el 10 % de la población mundial. Pero se inscriben en una planificación a largo plazo en la que el Estado chino conserva el control. Hoy nuevos desafíos esperan al país: la consolidación del mercado interior, la reducción de las desigualdades, el desarrollo de las energías verdes y la conquista de las altas tecnologías.
Al convertirse en la primera potencia económica del mundo, la China popular elimina el pretendido «fin de la historia». Envía al segundo puesto a un Estados Unidos moribundo minado por la desindustrialización, el sobreendeudamiento, el desmoronamiento social y el fracaso de sus aventuras militares. Al contrario que Estados Unidos China es un imperio sin imperialismo. Ubicado en el centro del mundo, el Imperio del Medio no necesita expandir sus fronteras. Respetuosa del derecho internacional, China se conforma con defender su esfera de influencia natural. No practica el «cambio de régimen» en el extranjero. ¿No quieren vivir como los chinos? No importa, ellos no pretenden convertirlos. Centrada en sí misma, China no es conquistadora ni proselitista. Los occidentales libran una batalla contra su propio declive mientras los chinos hacen negocios para desarrollar su país. En los últimos treinta años China no ha hecho ninguna guerra y ha multiplicado su PIB por 17. En el mismo período Estados Unidos ha emprendido una decena de guerras y ha precipitado su decadencia. Los chinos han erradicado la pobreza mientras Estados Unidos desestabiliza la economía mundial y vive a crédito. En China retrocede la miseria mientras en Estados Unidos avanza. Nos guste o no el «socialismo chino» humilla al capitalismo occidental. Decididamente el «fin de la historia» puede ocultar otro.

Bruno Guigue
Le grand soir
Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

Notas :

[1] Francis Fukuyama, La fin de l’Histoire et le dernier homme, 1993, Flammarion.
[2] Michel Aglietta et Guo Bai, La Voie chinoise, capitalisme et empire, Odile Jacob, 2012, p.17.
[3) Ibidem, p. 186.
[4] Valérie Niquet, «La Chine reste un régime communiste et léniniste», France TV Info, 18 octobre 2017.
[5] Jean-Louis Beffa, «La Chine, première alternative crédible au capitalisme», Challenges, 23 juin 2018.
[6] Dominique de Rambures, La Chine, une transition à haut risque, Editions de l’Aube, 2016, p. 33.
[7] Philippe Barret, N’ayez pas peur de la Chine !, Robert Laffont, 2018, p. 230.
[8] Michel Aglietta et Guo Bai, op. cit., p.117.
[9] Richard Hiaut, «Comment la Chine a dupé Américains et Européens à l’OMC», Les Echos, 6 juillet 2018.

miércoles, noviembre 28, 2018

Las nubes negras de Trump se posan sobre el G20



El presidente estadounidense, Donald Trump, llega a la Cumbre del G20 en Argentina con un misil bajo el brazo: se trata del poder de veto que viene ejerciendo para hacer naufragar todas y cada una de las instancias multilaterales a las que asiste.

Más allá de los resultados que quiera presentar el gobierno de Mauricio Macri, es probable que la reunión termine en un fracaso estrepitoso o en un documento tan anodino que no deje contento a nadie.
Trump ya había dinamitado la Cumbre del G7 de Canadá en junio, calificando de “deshonesto y débil” al primer ministro Justin Trudeau, anfitrión de la reunión. El presidente estadounidense se fue de la Cumbre sin firmar el documento, haciendo fracasar las negociaciones previas.
Lo mismo había hecho antes con la OTAN, exigiendo a los países europeos que paguen por su seguridad, con la OMC, a la que califica de organización para garantizar un comercio deshonesto hacia EE.UU. y también anunció su retirada del Acuerdo de París sobre cambio climático, al que ha calificado en reiteradas oportunidades de “farsa inventada por los chinos”.
Ante este panorama sombrío, los funcionarios que trabajaron en el documento final del G20 hicieron todo lo posible para despojarlo de cualquier definición que lo dé por muerto antes de empezar la Cumbre. El borrador de resolución no exigirá ningún posicionamiento claro sobre el libre comercio, en un momento de fuerte proteccionismo por parte de EE.UU., no sugerirá ningún cambio en la OMC, ni definirá posicionamiento alguno sobre el cambio climático.
Sobre este último punto Trump envió un mensaje inequívoco este martes, a solo tres días del inicio del G20. Ante un demoledor informe, respaldado por cientos de científicos y una decena de agencias federales, que muestra los devastadores efectos del cambio climático en la economía, la salud y el medio ambiente, Trump se limitó a señalar: "No les creo". Una clara afirmación de su negacionismo, que no deja dudas sobre la imposibilidad de que la cumbre capitaneada por Macri tenga algún viso de ambientalismo.

Trump vs Xi Jinping: sin lugar para los débiles

Ante el pobre escenario que muestra la Cumbre de conjunto, todas las miradas se situaron en la posibilidad de acuerdos bilaterales entre potencias, en particular en la reunión que tendrán Trump y el presidente chino Xi Jinping, que tiene implicancias para la economía mundial.
Si bien durante las elecciones de medio término en Estados Unidos, a principios de este mes, Trump había anunciado su intención de llegar a un acuerdo con China que sea “beneficioso para ambos”, el escenario se volvió sombrío en los últimos días.
Hace tan solo una semana, Estados Unidos hizo fracasar el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) que, por primera vez desde su fundación en 1989, finalizó sin una declaración de consenso entre los líderes participantes. En su lugar hubo denuncias cruzadas entre el vicepresidente estadounidense Mike Pence y el presidente Chino, que se acusaron de ladrones, deshonestos y de llevar adelante prácticas comerciales desleales.
Tras este desacuerdo en la cumbre de APEC, Trump volvió a enviar un mensaje este lunes que disminuyó las expectativas de los que al menos esperaban un acuerdo para asegurar un “control de daños” entre ambas economías, para evitar una profundización de los aranceles que repercuta en una tendencia recesiva de la economía mundial.
Si bien nadie esperaba que Estados Unidos retroceda sobre los aranceles que ya aplica sobre los productos chinos, la expectativa estaba puesta en intentar que no se avanzara en el plan de aumentar los mismos de 10% a 25% a partir del 1ro de enero de 2019, o al menos intentar una negociación sobre esa tasa o los productos afectados.
Incluso este escenario de mínima es el que fue puesto en entredicho por Trump el lunes cuando anunció en una entrevista con el Wall Street Journal que era "altamente improbable" que acepte una solicitud de Pekín para detener el incremento previsto para 2019.
No es la primera vez que Trump intenta negociar golpeando a su rival, y al igual qu en otras ocasiones sus exigencias son tan abstractas como difíciles de cumplir: "El único acuerdo sería que China abra su país a la competencia de Estados Unidos", dijo Trump al WSJ, en el mensaje para Xi Jinping a cuatro días de la reunión bilateral.
El salto en belicosidad ante la reunión con el mandatario chino se produjo al mismo tiempo en que Trump recibía la venenosa noticia de que la automotriz estadounidense GM planeaba despedir a 15.000 trabajadores y cerrar varias plantas por las dificultades provocadas por la guerra arancelaria desatada contra el gigante asiático.
El magnate neoyorquino no dejó lugar para que la noticia sea aprovechada por China y amenazó, “Si no logramos un acuerdo, entonces voy a poner los aranceles adicionales sobre bienes por 267.000 millones de dólares", dejando un margen más que estrecho para algún tipo de negociación y sembrando dudas sobre la única reunión relevante que tendrá la Cumbre en Argentina.

Mandatarios en problemas

El G20 Se podría definir como la “cumbre de los odiados”, que incluye xenófobos, racistas, golpistas, guerreristas, ajustadores y asesinos.
Dejando de lado a Trump que, a pesar de tener la economía a su favor, viene de sufrir un importante traspié en las elecciones de medio termino que lo deja cuestionado, la Cumbre estará signada por una mayoría de mandatarios y mandatarias que ya están en retirada o sufren problemas domésticos de distinta magnitud.
Uno de los casos más extremos es el del príncipe heredero de Arabia Saudita Mohamed Bin Salman, acusado por la propia CIA del asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi, y responsable del genocidio en Yemen, mediante una guerra brutal que lleva adelante con armamento estadounidense. El príncipe llega a la Argentina con una denuncia de Human Rights Watch por los crímenes contra la población de Yemen y por la violación de derechos humanos de ciudadanos saudíes.
Por su parte el golpista brasileño Michel Temer, participará de la Cumbre al mismo tiempo que se despide de la presidencia con el índice de aprobación más bajo de la historia del país, cercano al 3%. El ultraderechista presidente electo Jair Bolsonaro, por su parte, declinó la invitación de Temer a participar para evitar exponerse antes de tiempo.
Dos de las que están en retirada son Angela Merkel de Alemania, que anunció que no buscaría una reelección, desatando una interna en busca de su sucesor, y tras haber sido responsable por el brutal ajuste exigido a Grecia, que dejó a su población en la miseria, y la primera ministra del Reino Unido Theresa May, que está en la cuerda floja tras la negociación del brexit con la Unión Europea, que puede ser su último acto como mandataria.
De Italia participará el primer ministro, Giuseppe Conte, elegido por la coalición derechista que llegó al poder de la mano del movimiento 5 estrellas y la ultraderechista Liga, prometiendo expulsar a 500.000 inmigrantes refugiados, a quién el líder de esa agrupación, Mateo Salvini, comparó con esclavos.
Macron por su parte acaba de enfrentar dos jornadas multitudinarias de bloqueos y protestas en Francia contra el aumento de los combustibles, que se suman al descontento por las reformas contra los trabajadores y los pensionados, que hizo bajar su popularidad a 25 puntos.
Es posible entonces que por fuera de la reunión entre Trump y Xi Jinping, el resto de las (pocas) reuniones bilaterales pasen sin pena ni gloria por la Cumbre Argentina.
Ante este escenario, el anfitrión Mauricio Macri espera algún resultado modesto en inversiones, y sueña con la promesa de Trump de regalarle el ingreso a la OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Trump había deslizado la posibilidad de hacer ese anuncio durante el G20, e incluso el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne estuvo la semana pasada en Europa tratando de hacer los méritos del caso. Pero la OCDE emitió un informe lapidario donde muestra que el PBI de Argentina caerá al menos 1,9 % en 2019.
Con la posibilidad del ingreso a este organismo lejos del horizonte, Macri deberá conformarse con el anuncio de inversiones que ya adelantó Trump, y con el posible ingreso de China en proyectos de Participación Público Privada. Con la tormenta que existe entre ambos países, no es difícil adivinar que las promesas de inversiones serán variables y que, como siempre, vendrán acompañadas de condicionamientos para el Estado argentino.

En las calles contra la Cumbre

Para defender esta Cumbre, que no va a resolver nada y en la que los mandatarios más odiados del mundo van a hacer gala de su poderío, el gobierno argentino dispuso la militarización de la Ciudad de Buenos Aires con más de 20.000 efectivos de las fuerzas represivas y un gasto de 3.000 millones de pesos.
Al igual que en todas las Cumbres del G20, están convocadas movilizaciones para repudiar a estos mandatarios y sus políticas, y en solidaridad con los pueblos del mundo que sufren su opresión cotidianamente.
El PTS en el Frente de Izquierda participará con un contenido antiimperialista y anticapitalista, y convoca a una concentración el viernes 30 desde las 14 en San Juan y 9 de Julio.
En esta oportunidad nos toca a las trabajadoras y trabajadores de Argentina estar en primera fila, en el lugar de los hechos para repudiar esta Cumbre, así como los hicieron miles de jóvenes durante años, desde las marchas contra la OMC en Seattle en 1999, hasta la Cumbre en Hamburgo el año pasado. Es por esto que el viernes tenemos que estar todos en las calles y derrotar el blindaje que el gobierno de Macri nos quiere imponer. Tenemos la oportunidad de levantar junto a nuestras demandas en contra del FMI y el no pago de la deuda externa, las banderas de todos los oprimidos del mundo.

Juan Andrés Gallardo
@juanagallardo1

Un asesino en casa: llegó a Argentina el príncipe heredero de Arabia Saudita



En medio de las acusaciones por el asesinato del periodista Khashoggi y el genocidio que lleva adelante en Yemen, el príncipe heredero Mohamed Bin Salman fue recibido con honores en Argentina.

El perfil del príncipe heredero de la corona saudí es tan parecido a un prontuario, que el propio gobierno argentino tuvo que aclarar que tiene inmunidad diplomática y no será detenido en el país.
La preocupación tenía que ver con la denuncia presentada el lunes por la organización Human Rights Watch, en la que pedía a la Argentina que aplique una cláusula de la Constitución sobre crímenes de guerra para investigar la presunta implicación del príncipe en posible crímenes contra la humanidad en Yemen y en la muerte del periodista Khashoggi.
Los brutales ataques sobre Yemen, que son llevados adelante con armamento estadounidense y han sido cuestionados por todas las organizaciones de derechos humanos del mundo, tienen como objetivo enfrentarse en forma indirecta a Irán, enemigo de la monarquía saudita en la región y señalado como una de las principales amenazas por Trump.
Además de la guerra contra la población de Yemen, Bin Salman está envuelto en un escándalo de magnitud internacional, tras el brutal asesinato del periodista saudí opositor, Jamal Khashoggi.
Khashoggi, que estaba autoexiliado en Estados Unidos y escribía en el Washington Post artículos críticos sobre la monarquía saudí, fue asesinado en la embajada de Arabia Saudita en Estambul. Según audios de la inteligencia turca a Khashoggi lo habrían asesinado y descuartizado dentro de la embajada y enterrado su cuerpo en distintos lugares.
La propia CIA presentó un informe sobre una conversación telefónica donde se escucha a Salman diciendo que había que silenciar al periodista. Sin embargo el príncipe heredero cuenta con el respaldo y apoyo de Trump, lo que es suficiente para que pueda pasearse por la Cumbre en Argentina con total impunidad.

Un asesino en casa

En la mañana de este miércoles muchos trabajadores y trabajadoras se desayunaron de la llegada de Bin Salman por el caos que generó su comitiva cerrando el tránsito en la autopista, en plena hora pico, y partiendo el sur de la ciudad al medio, cortando la Avenida Entre Ríos.
Este asesino apañado por Estados Unidos y recibido con honores por el gobierno de Macri, cuenta con inmunidad diplomática para evitar ser detenido por sus crímenes. Se podrá pasear por las calles de la ciudad y hacer ostentación de su poder, lo que incluye el bizarro pedido de tener a su disposición inodoros de oro (que se hizo traer de su país) y una exclusiva grifería inglesa.
Sus excentricidades contrastan con las miserables condiciones de vida a las que ha llevado al pueblo yemení, mediante bombardeos genocidas que ya provocaron más de 10.000 muertos y "la peor crisis humanitaria" en el mundo, según la ONU.
Antes de llegar a Buenos Aires, el príncipe saudí pasó por Túnez, donde hubo manifestaciones en las que le acusaron de asesino por la muerte de Khashoggi.
A contramano de las exigencias de las organizaciones de derechos humanos en todo el mundo, Macri va a recibir Salman con honores y ya anticipó que mantendrán una reunión bilateral. Lo mismo ocurrirá con otros mandatarios que asistirán a la reunión del G20 que, cómo se ve, no tiene reparos en recibir asesinos, como lo hace con otros mandatarios responsables de guerras, racismo, xenofobia, homofobia y misoginia, que sufren los pueblos del mundo.

LID

Contra el G20: ocho reclamos y banderas para llevar a la marcha de este viernes



Ellos son la guerra, la deuda, la miseria. Nosotros somos la caravana inmigrante, los chalecos amarillos, los pañuelos verdes, la lucha antimperialista. Por qué marchamos.

Porque el G20 es el gran circo donde los líderes imperialistas “debaten” cómo se reparten el mundo. Allí estarán los presidentes de 19 países y la Unión Europea, pero también los jefes del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC). O sea, los organismos internacionales que comandan el saqueo a la Argentina y cientos de pueblos del mundo.
Porque vamos a repudiar a esos “líderes” como los repudian en sus países. Saqueadores, racistas, misóginos y guerreristas. A Donald Trump, el millonario que gobierna EEUU y le ha declarado la guerra a las familias trabajadoras migrantes, encarcelando hasta a sus hijos. A Xi Jinping, que puso la mayor parte del armamento para la Cumbre, con el mismo espíritu represivo con el que persigue en su país a huelguistas y homosexuales. A su “gemelo” Vladimir Putin. A Angela Merkel, la canciller alemana que diseñó el brutal ajuste a Grecia. A Emanuel Macron, cuya imagen cayó al 25% tras las reformas previsionales y el aumento de los combustibles. A Giuseppe Conte, el primer ministro italiano que quiere expulsar 500.000 inmigrantes a los que sus funcionarios llaman “esclavos”. Al golpista y ajustador Temer, que no pudo traer de compañero de viaje al "facho" Bolsonaro, como hubiera querido. A Peña Nieto, el presidente mexicano que termina su gestión con los asesinos de los estudiantes de Ayotzinapa impunes. A Sebastián Piñera, el derechista mandatario chileno experimentado en reprimir estudiantes y asesinar mapuches. A Theresa May, la heredera de Tatcher que sigue con la ocupación inglesa de las Malvinas.
Porque nos sentimos cada uno de los agraviados y agraviadas por esos “líderes”. Somos las familias migrantes hondureñas que caminan día y noche hacia la frontera. Somos los estudiantes chinos que apoyan las huelgas y los sindicatos independientes en Jasic y decenas de fábricas. Somos los obreros indios de la Royal Enfield y Hyundai que cumplen 50 días de huelga. Somos los huelguistas de Amazon en Alemania y España, que se rebelan contra sus pésimos salarios. Somos los inmigrantes que huyen de las guerras que siembra el imperialismo en África y Asia, los “esclavos” que arriesgan sus vidas en el mar y ante los guardacostas europeos. Somos los “chalecos amarillos”, los ferroviarios y los jóvenes franceses que dicen “¡abajo Macron!”. Somos los comuneros mapuches. Somos los 43 de Ayotzinapa.
Porque somos las cientos de miles de mujeres que marcharon en EE.UU. rechazando al misógino Trump. Somos el movimiento LGTBI que enfrenta el régimen opresivo de Putin. Somos las jóvenes sudafricanas que denunciaron ante el presidente Cyril Ramaphosa que su país tiene el récord mundial de violaciones y los femicidios no paran de crecer. Somos las estudiantes chilenas por la educación pública. Somos las pibas de la marea verde que hicieron temblar Argentina y su grito sacudió a las mujeres de otros países.
Somos esa bandera internacionalista que se agita delante de cada lucha de la clase trabajadora, del movimiento de mujeres y de la juventud del mundo que enfrentan a los más odiados.
Porque vamos a rechazar que Argentina se siga arrodillando ante las grandes potencias. A repudiar la entrega que Macri sigue haciendo de nuestros recursos y la explotación de la clase obrera. Porque quiere firmar acuerdos con EE.UU. para explotar Vaca Muerta, con China para “obras públicas” y con otras potencias para que los dos tercios de las grandes empresas del país sigan estando en manos del imperialismo. Pero sobre todo, para seguir pagando “religiosamente” la deuda a los especuladores. En el Presupuesto 2019 acaban de destinar $ 600.000 millones para “intereses de deuda” a pedido del FMI.
Porque vamos a repudiar el operativo represivo que montó la impresentable ministra Bullrich con los jefes militares y de inteligencia de Trump, Putin, Xi Jiping y Merkel. Porque van a gastar $ 12.085 millones en logística y armamento para sitiar la ciudad con 20 mil efectivos de fuerzas propias y extranjeras. Todo ese arsenal para intentar amedrentar y desalentar a quienes quieran movilizarse. Por eso vamos a defender el derecho a manifestarnos, vamos a rechazar la criminalización de la protesta que en los últimos días se cobró dos víctimas populares y a repudiar la militarización de la ciudad.
Porque vamos a rechazar el saqueo de nuestros recursos, la contaminación y la destrucción del medio ambiente que los líderes del G20 vienen a consagrar. En los últimos días un informe científico denunció que “el cambio climático está transformando dónde y cómo vivimos, y presenta un desafío creciente para la salud pública y la calidad de vida, la economía y los sistemas naturales que nos ayudan a vivir”. Trump dijo “no le creo” y se niega a firmar los acuerdos para la reducción de emisión de dióxido de carbono y el calentamiento global. Quieren destruir el planeta para las futuras generaciones.
Por todo eso, este viernes tenemos que estar allí. Para levantar nuestra voz y nuestras banderas contra los poderosos que hunden a millones en guerras, hambre y miseria. Para rechazar la entrega del país, el pago de la deuda y el saqueo en marcha. Para hacer nuestras cada causa de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud que se levanta contra este sistema de explotación y miseria.
Vení con el PTS en el Frente de Izquierda al acto antiimperialista y anticapitalista, y después a marchar con nosotros. Este viernes 30 a las 13:00 horas, en Av. San Juan y 9 de Julio.

Lucho Aguilar
@lukoaguilar

El FIT repudia la presencia del G20 en Argentina y llama a movilizarse el viernes 30



El 30 de noviembre concentramos a las 13:30 horas en avenida San Juan y 9 de Julio, en la Ciudad de Buenos Aires, donde realizaremos un acto para luego sumarnos a la movilización general contra el G20 que comenzará a las 15.

El Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) repudia la cumbre del G20 en Argentina, que reunirá a los jefes de Estado que ejecutan la política de guerra, militarismo y agresión a los explotados y explotadas de todo el mundo.
Los mandatarios que concurren a Argentina (Trump, Merkel, Macron, May, Putin, Erdogan y otros) son los responsables de las masacres y bombardeos contra los pueblos de Siria, Libia, Irak, Palestina, Yemen, Kurdos, entre otros.
Son quienes, como Trump, militariza toda la frontera de Estados Unidos para reprimir a las caravanas de miles de hondureños y guatemaltecos que huyen de la miseria que provoca el propio imperialismo y sus personeros locales.
O como Macron, que en Francia reprime la lucha popular de los “chalecos amarillos” que se está dando contra la suba de los combustibles y la ruina a las que los ha llevado el gran capital.
O como el derechista gobierno italiano que estigmatiza y reprime la entrada de refugiados del Africa y Siria.
En Buenos Aires, colocarán su agenda al servicio del capital internacional y la hipoteca de la deuda externa.
Las principales potencias imperialistas del G20 son las que comandan al FMI y el saqueo en curso al pueblo argentino: pulverización del salario y las jubilaciones, tarifazos, cierres y despidos, para pagarle la fraudulenta deuda a los especuladores.
Pero el G20 será también el escenario de feroces disputas por el mercado mundial; entre los Estados Unidos de Trump y la burocracia restauracionista de China; Entre estos y la Unión Europea de los ajustes y la persecución a refugiados.
América Latina y Argentina, anfitriones de la Cumbre, serán otro botín de disputas comerciales e incluso militares.
Denunciamos que, en las llamadas reuniones bilaterales, querrá reforzarse el eje de colaboración militar continental con Estados Unidos, por medio de la instalación de nuevas bases imperialistas. El derechista Bolsonaro ya está discutiendo esta posibilidad para la región del Amazonas.
Con el pretexto del narcotráfico y el terrorismo, se quiere reforzar la presencia represiva del imperialismo, con vistas a reprimir la reacción popular de los trabajadores y oprimidos del subcontinente contra los ajustes.
Anticipando esta política de ajuste, el gobierno de Macri y su ministra Bullrich ha montado un feroz operativo represivo en la Ciudad de Buenos Aires para la reunión del G20, con el claro objetivo de bloquear y agredir a quienes se van a manifestar.
El Frente de Izquierda repudia este operativo represivo y llama a defender, con una gran movilización, el derecho a luchar contra el imperialismo, sus gobiernos y sus agentes políticos locales.
El gobierno de Macri es un anfitrión del G20 a la medida de los Trump, Macron y otros. Junto con rendirles pleitesía con el brutal ajuste del "déficit cero" para pagarle la deuda a los especuladores, ha incluido en el debate de la “cumbre” la “cuestión del trabajo”, que no es otra cosa que la promoción continental y mundial de la liquidación de las conquistas laborales.
Quiere servirse del G20 para reinstalar la sanción de la reforma laboral en Argentina, que no ha podido tratarse después del gigantesco repudio de la clase obrera a la reforma jubilatoria.
Denunciamos esta política reaccionaria, que el gobierno del macrismo y sus cómplices del PJ, en el Congreso y en las gobernaciones, aplican todos los días contra los trabajadores argentinos, a cuenta del FMI y de las patronales.
El Frente de Izquierda denuncia también la política del kirchnerismo y sus socios regionales -como Dilma Rousseff y Correa- que le pavimentaron el camino a la derecha en el continente y, luego, ya como opositores, no lucharon contra sus ajustes, cuando no fueron directamente cómplices de los mismos.
En la Argentina, los voceros del kirchnerismo le están prometiendo al gran capital que, en caso de volver a gobernar, respetarán la deuda externa y el acuerdo colonial con el FMI. Cuando presidentas, Dilma y Cristina participaron de todas las reuniones del G20, suscribiendo sus pronunciamientos y políticas reaccionarias.
Al movilizar contra el G20, el Frente de Izquierda plantea el frente unido de la clase obrera del país y del continente, contra el imperialismo, la guerra y todos los gobiernos ajustadores.
Por la independencia política de los trabajadores, frente a los gobiernos derechistas y al progresismo fracasado. A la barbarie capitalista, le oponemos la lucha por gobiernos de trabajadores y el socialismo internacional.

¡Fuera el G20 de Argentina!
Abajo el imperialismo. Abajo el ajuste de Macri, el FMI y los gobernadores. Por la ruptura de todos los pactos con el FMI
Por el retiro de todas las bases militares imperialistas de América Latina
No a las reformas reaccionarias laborales y previsionales
Por el no pago de las deudas externas
Por la Unidad Socialista de América Latina