jueves, agosto 31, 2006

La Comuna Asturiana de 1934


1936 - 2006
A 70 años de la insurrección revolucionaria contra el golpe fascista y la guerra civil

La lucha por el socialismo más vigente que nunca
Recuperar la memoria para preparar el futuro

En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase.
El proletariado victorioso, lo mismo que hizo en la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo este trasto viejo del Estado.

Federico Engels,
en el vigésimo aniversario de la Comuna de París,
Londres, 18 de marzo de 1891.

La historia de los años treinta en el Estado español es la crónica de la revolución proletaria y la contrarrevolución burguesa. Todos los acontecimientos que se sucedieron desde los años veinte y que cristalizaron en la guerra civil —la forma más aguda que puede adoptar la lucha de clases— ponían de manifiesto los intereses irreconciliables de capitalistas y terratenientes, de la casta militar y eclesiástica con los de millones de campesinos y proletarios. Todos los regímenes políticos que se sucedieron, estaban condicionados por este hecho.
La burguesía buscó desesperadamente, en todo este período histórico, formas de dominación que le permitiesen contener la marea revolucionaria que se les venía encima. Lo intentaron primero con la dictadura de Primo de Rivera y, posteriormente, sacrificando la odiada monarquía de Alfonso XIII por la República; pero a lo que nunca renunciaron, y ahí radicaba el problema esencial, fue a mantener la mano firme sobre sus propiedades, sobre la tierra, las fábricas y la banca, a imponer a los trabajadores y los campesinos famélicos su régimen de explotación, sus jornales de miseria y hambre, sus jornadas de sol a sol. Apoyándose en la Iglesia católica y la casta militar, la oligarquía española no pretendía renunciar a ninguno de sus privilegios y era consciente, sobradamente consciente, que ello le llevaba a un enfrentamiento decisivo con el movimiento obrero.
La clase dominante española toleró las formas democráticas como un mal menor, siempre y cuando el poder económico, y por tanto el político, siguiesen estando firmemente bajo su control. En la medida que el traje del parlamentarismo democrático burgués fue incapaz de servir a este objetivo, la burguesía no vaciló en desprenderse de él y adoptar los métodos del golpe militar, la guerra civil y el fascismo. Toda la palabrería acerca de la democracia, libertades cívicas, elecciones, sufragio universal, fue arrojada al basurero y reemplazada por otras más afines: cruzada anticomunista, orden, propiedad, patria, censura, cárceles, fusilamientos...
La experiencia histórica de la revolución española demostró que ningún régimen político puede sustraerse de las relaciones sociales de producción que lo condicionan y determinan su naturaleza. La República proclamada el 14 de abril de 1931 no trastocó los límites de la propiedad capitalista. Como reflejo del ascenso de la lucha de clases y de las enfermedades que corroían al capitalismo español, la República despertó las esperanzas de una vida mejor para millones de personas oprimidas durante generaciones. Las ilusiones en la democracia y en un cambio fundamental en sus condiciones de existencia, florecieron en todos los rincones del país. Pero estas ilusiones no tardaron mucho en marchitarse. Para los oprimidos del campo y la ciudad, la República no trajo grandes cambios en sus condiciones de vida, mientras mantenía lo esencial del dominio terrateniente y capitalista de la sociedad.
El primer gobierno de conjunción republicano-socialista dio paso, tras las elecciones de noviembre de 1933, a otro de los radicales de Lerroux cuya política, en realidad, la dictaban los diputados de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas).
El agrupamiento derechista de la burguesía española liderado por Gil Robles, consciente de la irremediable escalada del movimiento obrero y la incapacidad de la República para contenerla, desbrozó el camino para imponer un régimen de corte fascista que aplastase a las organizaciones obreras y la capacidad combativa del proletariado. Toda la obra contrarrevolucionaria cedista tanto en el terreno legislativo como en la realidad de la lucha de clases, encontraba su sintonía con el triunfo de Hitler en Alemania y Dolffus en Austria. La amenaza de un triunfo similar en el Estado español era tan real como reales eran los discursos de Gil Robles y otros destacados líderes de la CEDA a favor de un régimen de ese tipo.
La insurrección obrera del 5 de octubre de 1934 vino a cortar esta perspectiva de consolidar un Estado fascista mediante la utilización de los mecanismos del parlamento burgués. Fue la insurrección armada en Asturias y el frente único de la izquierda a través de las Alianzas Obreras, lo que desbarató todos los planes de la CEDA. Sin este ensayo previo, difícilmente puede entenderse la resistencia al fascismo con las armas en la mano durante los tres años de guerra civil y revolución social, una diferencia cualitativa con lo acontecido en Italia, Alemania o Austria.

El fin del régimen monárquico

La historia de España hasta 1931 había estado caracterizada por siglos de continua, lenta e inexorable decadencia, marcada por periódicas y aisladas sublevaciones campesinas y un asfixiante control de todas las esferas del poder por parte de la monarquía y los terratenientes. Incapaz de llevar a cabo una revolución burguesa como en Francia o Gran Bretaña, la clase dominante española era un conglomerado formado por la vieja aristocracia nobiliaria (que nutría la clase terrateniente), la burguesía agraria y comercial del centro y sur de España, vinculada por todo tipo de negocios y chanchullos con la anterior, y una débil burguesía industrial que participaba cómodamente de los privilegios económicos que este estado de cosas le proporcionaba. En la historia del siglo XIX el papel de la burguesía se redujo a la búsqueda permanente de acuerdos y coaliciones con las viejas clases del pasado feudal. La compra de grandes extensiones de tierra, de títulos de nobleza y los matrimonios con la aristocracia fueron la práctica común de los burgueses, y nuevos lazos de unión se forjaron en negocios comunes. Por otra parte la alta burguesía financiera que empezaba a despegar en Euskadi o la burguesía industrial de Catalunya, adquirieron posiciones en el gobierno central, sustentando las formas antidemocráticas del viejo régimen que tan bien les servían para explotar sus negocios.
La Primera Guerra Mundial proporcionó la oportunidad de abastecer los mercados europeos y el despegue de la producción y la exportación, especialmente agraria y textil. No obstante, los beneficios reportados por esta coyuntura no significaron grandes cambios en la estructura económica del país: Las infraestructuras siguieron manteniéndose en un estado deficiente y el aparato productivo apenas registró mejoras cualitativas. Los beneficios fueron consumidos suntuariamente y fortalecieron aún más el carácter atrasado y rentista de la clase dominante española. Sin embargo, el desarrollo de nuevos centros y regiones industriales creó una nueva correlación de fuerzas, y favoreció la aparición de un proletariado joven y dinámico que pronto empezó a jugar un importante papel. En ese contexto, la crisis generada tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la influencia poderosa de la Revolución Rusa de octubre de 1917, provocaron el ascenso de la lucha de clases, tanto en el campo como en la ciudad: fue el llamado trienio bolchevique.
La polarización social en el país aumentó considerablemente. En 1917 se convocó la primera huelga general en el Estado español, duramente reprimida, pero que mostró las débiles bases materiales para estabilizar un régimen democrático burgués. Finalmente, la burguesía volvió a utilizar el recurso habitual: instaurar una nueva dictadura militar.
La dictadura de Primo de Rivera intentó ocultar los crímenes del colonialismo español en Marruecos y los desastres militares (como el de Annual) al tiempo que amparaba los intereses de los grandes capitales y el proteccionismo con una reglamentación económica rígida y de altos aranceles. La dictadura aspiraba a un régimen corporativo, similar al existente en la Italia mussoliniana. La represión feroz del movimiento obrero organizado, centrado especialmente en el combate a la CNT, el aplastamiento de las luchas obreras, la organización del terrorismo patronal y una legislación laboral reaccionaria fueron, entre otros, rasgos distintivos de la dictadura. La colaboración de los dirigentes de la UGT y del PSOE con el régimen de Primo de Rivera, sustentada por la política posibilista de los dirigentes socialistas españoles con Pablo Iglesias a la cabeza, no evitó que, finalmente, la dictadura se enfrentase a un movimiento creciente de descontento. "El régimen de la dictadura" escribía Trotsky, "que ya no se justificaba, a ojos de las clases burguesas, por la necesidad de aplastar de inmediato a las masas revolucionarias, representaba al mismo tiempo, un obstáculo para las necesidades de la burguesía en los terrenos económico, financiero, político y cultural. Pero la burguesía ha eludido la lucha hasta el final: ha permitido que la dictadura se pudriera y cayera como una fruta madura". La monarquía, decisivamente comprometida con la dictadura, sufrió el mismo destino que ésta.

La proclamación de la República

En la crisis del régimen monárquico pesaron más los intereses de clase de la burguesía que el mantenimiento de una reliquia política heredada del pasado pero inservible para la nueva situación. Este fenómeno no supone ninguna novedad. Durante la revolución rusa de febrero de 1917, muchos de los políticos más venales y comprometidos con el zarismo, observando el colapso del régimen y el empuje de las masas, no dudaron en abrazar el nuevo régimen republicano para salvar el pellejo y seguir manteniendo el poder en sus manos. Lo mismo ocurriría en los años de la llamada transición española, cuando centenares de destacados prohombres de la dictadura franquista se convirtieron, obligados por las circunstancias, en demócratas de toda la vida.
Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera, el jefe del cuarto militar de Alfonso XIII, Berenguer, fue encargado de salvar la monarquía y de paso a la oligarquía. En el mes de febrero de 1930 el nuevo gobierno militar estaba conformado con representantes de la aristocracia, el clero y el ejército. Pero esta prolongación formal de la vida del régimen no ocultó su crisis terminal.
En las filas de la burguesía las divergencias sobre el rumbo de los acontecimientos crecían día a día. Como siempre ocurre en estos períodos de crisis, un sector abogaba por la represión y el palo, mientras otro, el más sutil e inteligente se inclinaba por la reforma. A su manera, ambos sectores tenían razón y se equivocaban. Las concesiones políticas provocarían un auge del movimiento reivindicativo, y el mantenimiento de la opción represiva tampoco resolvería la crisis y la contestación social. Ante la gravedad que adoptaban los acontecimientos, una mayoría de los políticos burgueses del régimen se inclinaban por calmar a las masas respaldando una salida "democrática". De esta manera individuos que habían desarrollado su carrera política reprimiendo las luchas obreras y sirviendo fielmente a la monarquía se convirtieron de la noche a la mañana en republicanos y demócratas. Individuos como Miguel Maura o el ex ministro monárquico Niceto Alcalá Zamora juraron su adhesión a la República. Otros muchos siguieron su camino.
Paralelamente el movimiento de oposición que se extendía entre la clase trabajadora contagiaba a sectores cada vez más amplios de la pequeña burguesía y los estudiantes. Siguiendo una tradición muy arraigada, la política colaboracionista y vacilante de los principales líderes del PSOE y la UGT permitió a los representantes de la pequeña burguesía republicana hacerse con el protagonismo del momento y asumir la iniciativa. Para los teóricos del PSOE la tarea central del movimiento consistía en aupar al poder a las fuerzas republicanas para acabar con los vestigios de la sociedad feudal y liquidar políticamente la monarquía, estableciendo un régimen parlamentario y constitucional. La cuestión del poder de las fábricas o la tierra quedaba en segundo término.
Paralelamente, la UGT y la CNT participaban en gran número de huelgas pero sus direcciones no tenían una visión clara de los acontecimientos. Los líderes anarcosindicalistas, imbuidos de prejuicios antipolíticos, actuaron en la práctica de forma similar a los líderes socialistas que difundían la colaboración con los republicanos.
Las ilusiones de los líderes socialistas en la revolución democrático- burguesa eran tantas que la alianza con los partidos republicanos se profundizó y cristalizó en el llamado Pacto de San Sebastián, en el que se acordó un plan de acción para proclamar la República y constituir un gobierno provisional.
Los dirigentes del PSOE en colaboración con los republicanos, confiaron en los mandos militares para el pronunciamiento, en lugar de organizar y preparar militarmente la insurrección en las fábricas, tajos y latifundios. Este método conspirativo, que tanto gustaba a Indalecio Prieto, buscando la participación de la oficialidad en lugar de la acción organizada de las masas de la clase obrera, tendría consecuencias funestas en octubre del 34.
Para organizar el pronunciamiento, se estableció un Comité Ejecutivo con Alcalá Zamora, Miguel Maura, Indalecio Prieto, Manuel Azaña. El movimiento obrero no pasaría de tener un papel auxiliar en los planes trazados por la inteligencia republicano-socialista. Los líderes de UGT y PSOE, incluso de CNT se limitaron a obedecer las decisiones de ese Comité Ejecutivo sin proponer ninguna acción independiente. Aún así las huelgas generales crecían en cantidad y calidad, en Barcelona, San Sebastián, Galicia, Cádiz, Málaga, Granada, Asturias, Vizcaya.
Por si había duda de los objetivos del movimiento, Manuel Azaña lo aclaró en el mitin del 28 de octubre en la plaza de toros de las Ventas de Madrid: "una república burguesa y parlamentaria tan radical como los republicanos radicales podamos conseguir que sea". Finalmente el Comité Ejecutivo salido del Pacto de San Sebastián, transformado en el mes de octubre en Gobierno Provisional de la República, fijó la fecha del alzamiento contra la monarquía para el 15 de diciembre. La falta de determinación de los dirigentes, de coordinación, la ausencia de una ofensiva obrera en las ciudades —escenario que guardaba muchas similitudes con lo acontecido en las jornadas del 5 y 6 de octubre de 1934—, condenó el pronunciamiento al fracaso.
A pesar de todo, las perspectivas del régimen monárquico eran malas. Carente de base social, incapaz de contener la radicalización de las capas medias y el movimiento obrero, Berenguer propuso a comienzos de 1931 la celebración de elecciones legislativas, propuesta rechazada por el movimiento obrero y los líderes republicanos y también por los sectores más perspicaces de la burguesía que no estaban dispuestos a prolongar la agonía del régimen. La dictablanda de Berenguer, entró en crisis definitiva. El rey, acosado, intentó remontar la situación con un gobierno urdido por el conde de Romanones, gran terrateniente y plutócrata. El nuevo gobierno presidido por el almirante Aznar sólo escribió el epitafio de la odiada monarquía.
En este contexto de extrema polarización, amplios sectores de la burguesía comprendían que el final de la monarquía era cuestión de muy poco. El gobierno acosado intentó ganar tiempo convocando para el 12 de abril elecciones municipales, con la esperanza de contener el movimiento de la oposición y lograr el apoyo de los sectores republicanos al establecimiento de una monarquía constitucional. Pero ya era tarde. Las ansias de acabar de una vez por todas con la monarquía, de alcanzar las libertades democráticas, contagiaban a toda la sociedad. Incluso la CNT afectada por esta situación, no pudo impedir que miles de militantes votaran a las candidaturas de la conjunción republicano-socialista.
A pesar del fraude electoral y la intervención de los caciques monárquicos en las zonas rurales, el triunfo de las candidaturas republicano-socialistas fue masivo en las grandes ciudades. El delirio de las masas se desató en las principales capitales y ciudades del país, donde la República fue proclamada en los ayuntamientos. En Barcelona Luis Companys, elegido concejal, proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento. En Madrid, miles de trabajadores venidos de todos los rincones llenaban la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, todo el centro de Madrid. Finalmente, el gobierno provisional republicano entró en la sede de Gobernación y a las ocho y media de la noche, Alcalá Zamora proclamó la República.
Mucho se ha escrito sobre el carácter de la República española. Para cualquiera que quiera entender las contradicciones que se desarrollaban en los años treinta, lo cierto fue que la burguesía no tuvo más remedio que ceder el paso a la República, tratando de ganar tiempo y poder reestablecer una correlación de fuerzas más favorable para sus intereses. La dictadura del capital se puede envolver en formas políticas aparentemente diferentes, siempre que garanticen el dominio de la burguesía sobre el conjunto de la sociedad. Obviamente, los marxistas preferimos la república democrática a la dictadura policial o militar. Pero esta preferencia no es el producto de ningún fetiche hacia las formas políticas burguesas, ni ninguna concesión al cretinismo parlamentario, tan común en los dirigentes reformistas del movimiento obrero. La razón de esta preferencia es bien sencilla: en un régimen formalmente democrático es más fácil hacer propaganda, agitar por las ideas del socialismo científico, y las oportunidades para la organización revolucionaria de los trabajadores son mayores.
Aunque la República española de 1931 podía presentar estas ventajas democráticas, incluida la elección parlamentaria del presidente de la República, el régimen social en el que se basaba era el mismo que sustentaba a la monarquía alfonsina: la sociedad capitalista. Como Largo Caballero afirmó en no pocas ocasiones, repúblicas hay muchas pero a los trabajadores sólo nos interesa la república socialista, aquella que refleja un cambio radical en las relaciones de propiedad a favor de los oprimidos. Para la burguesía se trataba en cambio de modificar el régimen político y garantizar lo esencial: el dominio económico que le permitiese explotar a millones de campesinos y trabajadores y garantizar sus privilegios.
La historia de la insurrección del 34 tiene mucho que ver con lo anterior. Aunque la forma política republicana se mantenía, eso no impedía a la burguesía lanzar una ofensiva generalizada contra los trabajadores y sus organizaciones. Vale la pena recordar este hecho para aquellos que desde la izquierda, incluso desde posiciones presuntamente marxistas, colocan la reivindicación de república como la consigna central para la clase obrera y la juventud. Una república, por muy democrática y avanzada que sea, si mantiene intacto y ampara el dominio económico de la clase capitalista se convertirá en un régimen hostil a los trabajadores y sus intereses. El ejemplo de la república francesa, la república alemana o la república de los Estados Unidos es bastante elocuente.
La burguesía española se sumó al carro del republicanismo sembrando todo tipo de ilusiones entre la población, ilusiones democráticas que también reflejaban el ansia de liberación social de las masas. En la imaginación de millones de oprimidos triunfó la convicción de que la República traería reforma agraria, buenos salarios, fin del poder de la Iglesia, derecho de autodeterminación… Pero la burguesía tenía planes muy diferentes.
"El gobierno provisional republicano", explica Manuel Tuñón de Lara, "preocupado hasta la exageración por las formas del derecho y el mantenimiento de las esencias liberales, fijó el reconocimiento de la libertad de conciencia y culto, del derecho sindical y del derecho de propiedad como piezas esenciales, así como el sometimiento de los actos gubernamentales a las cortes constituyentes... España se encontraba en el umbral de un régimen de democracia liberal, mantenedor del orden social basado en la propiedad privada de los medios de producción y circulación, es decir, lo que suele llamarse un régimen de democracia burguesa"1.
Con este punto de partida, la experiencia del gobierno de coalición republicano-socialista y el triunfo del fascismo en Europa fueron las mejores escuelas para que el proletariado español fuese sacando conclusiones revolucionarias, en un proceso de radicalización ascendente.

Revolución democrático-burguesa

En el panorama político de 1931, el PSOE y la UGT constituían, junto con la CNT, los destacamentos más importantes del proletariado y el campesinado español.
En el caso de la CNT su tradición revolucionaria la había colocado en el punto de mira de la represión durante décadas. Este hecho unido a la política de colaboración de clases practicada por los dirigentes del PSOE y la UGT, había permitido a la CNT agrupar a miles de trabajadores que se consideraban revolucionarios y luchaban honestamente por el derrocamiento del capitalismo. Como organización de masas, la CNT no pudo evitar que los acontecimientos de la lucha de clases penetraran en sus filas y afectaran a sus cuadros militantes, poniendo en serias dificultades el control anarquista sobre la organización.
La revolución bolchevique de 1917 conmovió profundamente las bases de la CNT, y en general del movimiento anarquista y anarcosindicalista en todo el mundo. Una capa muy amplia de la militancia y de los cuadros dirigentes atraídos por la revolución rusa oscilaron hacia el comunismo. Este hecho quedó reflejado en la afiliación temporal de la CNT a la Internacional Comunista. Sin embargo, las debilidades políticas del comunismo español y la degeneración burocrática de la Tercera Internacional favorecieron el predominio del ideario anarquista, lleno de prejuicios hacia la participación en política y cegado por una visión putschista de la insurrección. Todas las debilidades políticas del anarquismo español se pusieron de manifiesto en la República, y de forma destacada durante la insurrección proletaria de octubre del 34.
El PSOE y la UGT representaban la otra pata del movimiento de masas de la clase obrera española. En el caso del PSOE la tradición política de colaboración de clases y preservación de la organización a costa de lo que fuese, estaba muy arraigada en la práctica de Pablo Iglesias. El pablismo nunca realizó grandes aportaciones teóricas al movimiento socialista, era más bien una visión local de la política desarrollada en Francia por Guesde y por la socialdemocracia alemana. Compartía por tanto lo esencial de la tradición política dominante en la Segunda Internacional: una verborrea marxista para los discursos de celebración (Primero de Mayo, Congresos, etc) y una práctica política basada en la colaboración de clases con la burguesía. El carácter reformista de la dirección socialista fue puesto a prueba durante los años de la dictadura de Primo de Rivera. En ese período la actuación de los líderes del PSOE siguió el mismo método aducido por la socialdemocracia alemana o francesa en su capitulación ante la carnicería imperialista de la Primera Guerra Mundial. La colaboración con la burguesía se justificaba por la preservación de las organizaciones obreras pero, en la práctica, lo que se lograba era la subordinación de la política socialista a los intereses de la clase imperialista. Los principales líderes del PSOE siempre mantuvieron un discreto papel en las polémicas que recorrieron la Internacional. Alineados con el sector de derechas frente a las posiciones de Rosa Luxemburgo o Lenin, se enfrentaron a la revolución rusa de 1917 con desconfianza y rechazo. Al igual que ocurriera en la CNT, una organización de masas como el PSOE no pudo sustraerse del impacto del triunfo del octubre soviético y en sus filas germinaron pronto las semillas del comunismo. Las sucesivas escisiones que sufrieron tanto las Juventudes Socialistas (JJSS) como el PSOE por parte de los simpatizantes terceristas de la Revolución Rusa dieron lugar a los primeros embriones del comunismo español que culminaron finalmente en el Partido Comunista de España (PCE).
En 1931, todos los dirigentes socialistas coincidían en afirmar el carácter burgués del movimiento revolucionario que acabó con la monarquía. La burguesía española tendría la oportunidad al fin, de llevar a cabo las transformaciones democráticas que en Inglaterra, Francia o Alemania se habían realizado en el siglo XVII y XVIII: La reforma agraria con la destrucción de la vieja propiedad terrateniente, y la creación de una clase de pequeños propietarios agrícolas; la separación de la Iglesia y el Estado, estableciendo el carácter laico y aconfesional de la República y terminando con el poder económico e ideológico del clero; el desarrollo de un capitalismo avanzado que pudiese competir en el mercado mundial, creando un tejido industrial diversificado y una red de transportes moderna; la resolución de la cuestión nacional, concediendo la autonomía necesaria a Catalunya, Euskadi y Galicia, e integrando al nacionalismo en la tarea de la construcción del Estado; la creación de un cuerpo jurídico que velara por las libertades públicas, de reunión, expresión y organización, sin las cuales era imposible dar al régimen su apariencia democrática. En definitiva el programa clásico de la revolución democrático-burguesa.
En este esquema formal de la revolución democrático-burguesa que antecedía obligatoriamente a la revolución socialista, el proletariado y su dirección tenían que subordinarse ante la burguesía en su lucha por modernizar el país. Asegurando el triunfo de la burguesía democrática se establecerían las condiciones, en un período largo de desarrollo capitalista, para el fortalecimiento de las organizaciones obreras y su poder dentro de las instituciones políticas y económicas del nuevo régimen: parlamento, ayuntamientos, tribunales, cooperativas, empresas...
En realidad este planteamiento ideológico se basaba en la tradición reformista de la Segunda Internacional, y fue contestada por el ala marxista representada por Rosa Luxemburgo, en Alemania y Lenin y Trotsky en Rusia. Para los marxistas esta forma de presentar la cuestión falseaba tanto las condiciones materiales del desarrollo capitalista, como la propia estructura de clases de la sociedad.
En el caso de Rusia, al igual que en el Estado español y en todas las naciones de desarrollo capitalista tardío, las relaciones de producción capitalistas habían surgido sobre un substrato socioeconómico atrasado, adoptando un desarrollo desigual y combinado. Es decir, al tiempo que integraba relaciones de propiedad heredadas del pasado feudal, como el latifundio, de las que se desprendían formaciones sociales extremadamente atrasadas en el campo (donde malvivían en la miseria millones de campesinos famélicos frente a una clase de terratenientes privilegiados), también manifestaba rasgos muy avanzados: concentración del proletariado industrial en grandes fábricas, aplicación de las últimas tecnologías en numerosas ramas de la producción, y la inclusión de estas economías atrasadas en el mercado mundial. Por otra parte, tanto en Rusia como en el Estado español era evidente el carácter dependiente de la burguesía nacional del capital exterior. Éste colonizaba una buena parte de la actividad económica del país a través de la inversión directa y de los empréstitos que contraía el Estado con el capital foráneo (fundamentalmente inglés, francés y alemán), necesarios para acometer la mayoría de las obras de infraestructura.
Como la experiencia histórica atestigua, la burguesía de estos países, en los asuntos que afectaban fundamentalmente a sus intereses de clase, formaba un bloque con el antiguo régimen autocrático o monárquico. Por tanto, la consideración de los marxistas en este punto no deja lugar a dudas: la burguesía liberal tenía un carácter profundamente contrarrevolucionario y sería incapaz de liderar consecuentemente ni siquiera la lucha por las demandas democráticas.
Esta postura fue reivindicada por los hechos en la revolución rusa de 1905 y posteriormente en la de 1917. Sólo la clase obrera aliada del campesinado pobre podría llevar a cabo la liquidación de los vestigios del viejo régimen feudal. Pero, la conquista de la democracia, la reforma agraria —el talón de Aquiles de la sociedad rusa de 1917 o la española de 1931—, la resolución del problema nacional y la mejora de las condiciones de vida de las masas, eran incompatibles con la existencia del capitalismo. Las tareas democráticas enlazaban con las socialistas: la expropiación de la burguesía nacional y de sus aliados, los terratenientes y los capitalistas de los países avanzados, se tornaba en condición necesaria para el avance de la sociedad. Este programa hizo posible la Revolución de Octubre en Rusia, la primera revolución obrera triunfante en la historia.

Gobierno de conjunción republicano-socialista

Pronto quedaron claros los límites del primer gobierno de conjunción republicano socialista. La estructura de clases de la sociedad española de 1931 muestra la gran polarización de la misma y los límites de cualquier política que no atacara las causas materiales de tantos siglos de opresión. Aproximadamente el 70% de la población se concentraba en el medio rural, la mayoría en condiciones penosas, afectadas por hambrunas periódicas entre cosecha y cosecha. Dos tercios de la tierra estaban en manos de grandes y medianos propietarios. En la mitad sur el 75% de la población tenía el 4,7% de la tierra mientras el 2% poseía el 70%. Los que las explotaban, pues el 38% de la tierra cultivable permanecía sin cultivar, lo hacían con mano de obra jornalera y sueldos de miseria de dos o tres pesetas diarias. En el mejor de los casos los jornaleros de Andalucía y Extremadura estaban en paro de 90 a 150 días al año2.
La posición de la agricultura en la economía nacional era predominante. Aportaba el 50% de la renta nacional y constituía dos tercios de las exportaciones. Los métodos de explotación eran muy primitivos y la existencia de una gran población jornalera hacía que los terratenientes obviasen la introducción de maquinaria moderna. La pequeña propiedad agraria de menos de 10 hectáreas de superficie, alcanzaba las 8.014.715 de hectáreas; las medias y grandes fincas de más de 100 hectáreas, ocupaban casi 10 millones de hectáreas. En el centro, sur y oeste de la península más de 2 millones de jornaleros malvivían en condiciones de extrema explotación.
La burguesía no tenía intereses contrapuestos a los del terrateniente, por el hecho de que el burgués y el terrateniente en la mayoría de las ocasiones eran el mismo individuo. El conde de Romanones, era uno de los grandes terratenientes del Estado español, cuyas propiedades se extendían por Guadalajara y toda Castilla la Mancha, pero además era concesionario de la producción de mercurio, principal accionista de las minas del Rif, de las de Peñarroya, de los ferrocarriles, presidente de Fibras Artificiales SA. Esta era la composición de la clase dominante. ¿Dónde estaba pues, la burguesía nacional progresista aliada del proletariado en la etapa de la revolución democrática? Sencillamente no existía.
El capital industrial y financiero estaba muy concentrado. Las grandes familias, no más de 100, poseían la parte fundamental de la propiedad agraria, industrial y bancaria. Por otra parte el capital extranjero había penetrado extensamente en la economía española y dominaba sectores productivos y de las comunicaciones de carácter estratégico para el desarrollo del país.
La clase dominante contaba con firmes aliados en el clero y el ejército. En 1931, según datos obtenidos de una encuesta elaborada por el gobierno, integraban el clero 35.000 sacerdotes, 36.569 frailes y 8.396 monjas que habitaban en 2.919 conventos y 763 monasterios. Pero estos datos eran en realidad muy incompletos puesto que 7 diócesis de las 55 existentes se negaron a elaborar la encuesta. Las cifras podrían rondar los 80.000-90.000 miembros del clero secular y regular en 1931. Sin embargo, el número de personas que se englobaba en la calificación profesional de "culto y clero" dentro del censo general de población de 1930 era de 136.181. El mantenimiento de este auténtico ejército de sotanas, consumía una parte muy importante de la plusvalía extraída a la clase obrera y a los jornaleros. El presupuesto de la Iglesia católica ascendía en 1930 a 52 millones de pesetas, y sus miembros más destacados vivían un lujoso tren de vida. El cardenal Segura tenía una renta anual de 40.000 pesetas; el de Madrid-Alcalá, 27.000; los obispos disponían de sueldos que oscilaban entre 20.000 y 22.000 pesetas al año.
La Iglesia era un auténtico poder económico, y actuaba como tal en el mantenimiento del orden social. Según datos del Ministerio de Justicia de 1931, la Iglesia poseía 11.921 fincas rurales (era la primera terrateniente del país), 7.828 urbanas y 4.192 censos. El valor declarado de dichas fincas y bienes era de 76 millones de pesetas y su valor comprobado de 85 millones —pero los peritos encargados del catastro lo evaluaron en 129 millones—. A esto hay que añadir los patronatos eclesiásticos dependientes de la corona (cuyo capital representaba 667 millones), y los títulos de renta al 3% concedidos a la Iglesia como "compensación" por la desamortización del siglo anterior. Pero había más. Respecto a las congregaciones religiosas, la única estadística hecha en 1931 que se refería tan sólo a la provincia de Madrid, dio un valor de 54 millones en fincas urbanas y 112 millones en las rurales.
La Iglesia representaba para millones de hombres y mujeres el poder que los condenaba a una existencia miserable. La furia de la población contra el poder eclesiástico, contra el terrateniente y el burgués tenía su plena justificación en las cifras anteriormente reseñadas.
En cuanto al Ejército, estaba formado por 198 generales, 16.926 jefes y oficiales, y 105.000 soldados de tropa. Los oficiales, seleccionados cuidadosamente de los medios burgueses y monárquicos jugaban un papel protagonista en los acontecimientos políticos. "En el país del particularismo y del separatismo", escribía Trotsky, "el ejército ha adquirido, por la fuerza de las cosas, una importancia enorme como fuerza de centralización y se ha convertido, no sólo en el punto de apoyo de la monarquía, sino también en el conductor del descontento de todas las fracciones de la clase dominante y ante todo, de su propia clase: la oficialidad…"3.
En este panorama, el éxito arrollador de las candidaturas republicano-socialistas en las elecciones legislativas de junio de 1931 revelaban el profundo movimiento social que había alumbrado la era republicana.
Como siempre ocurre en los momentos de grandes cambios en la conciencia de las masas, la victoria de sus candidatos animó la lucha reivindicativa, tanto en el frente industrial como en el campo. La agitación obrera en favor de la jornada de 8 horas, de incrementos salariales, de subsidio de paro y de reforma agraria se extendió formidablemente. El Primero de Mayo puso de manifiesto esta nueva correlación de fuerzas. En Madrid más de 100.000 personas desfilaron encabezadas por los ministros y dirigentes socialistas.
Pronto se impuso al gobierno de conjunción la tarea de abordar las reformas prometidas. Las primeras escaramuzas legislativas se libraron en torno al poder de la casta militar y de la Iglesia con un resultado desilusionante. Los límites de la reforma se topaban con el poder de la oligarquía que no pensaba en ninguna concesión seria. La depuración del ejército de elementos reaccionarios, monárquicos y desafectos al nuevo régimen republicano quedó en agua de borrajas. El gobierno de conjunción favoreció el retiro de los mandos que no querían asegurar fidelidad a la República, garantizando su paga de por vida. En cualquier caso, la mayoría de los militares de carrera, vinculados a la dictadura de Primo de Rivera y a la monarquía, y con un historial reaccionario acreditado, permanecieron en sus puestos. Los capitalistas españoles sabían que mantener intacta la composición de clase del ejército era una garantía contra posibles movimientos revolucionarios que desbordasen la legalidad capitalista. Pronto lo comprobarían en la represión de la insurrección del 34.
La polémica en torno al poder económico de la Iglesia, la extinción del presupuesto oficial para financiar las actividades de culto y los límites a su monopolio de la educación, aspectos todos afectados por la redacción de la nueva constitución republicana, fueron una prueba de fuego para el gobierno. Haciendo honor a su extracción de clase, Alcalá Zamora, presidente del gobierno y Miguel Maura presentaron la dimisión en señal de protesta, lo que no impidió a los líderes socialistas apoyar en diciembre de 1931 al mismo Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República.
Todos los esfuerzos para garantizar la estabilidad del nuevo gobierno chocaban con las aspiraciones de su base social. Los trabajadores y los campesinos pobres no podían esperar. Poco a poco se fue revelando la auténtica cara del gobierno de conjunción, pues mientras las reformas necesarias se postergaban, la represión de los carabineros y la guardia civil aumentaba en proporción a la escalada de las luchas obreras y campesinas.
Las huelgas generales se extendían: Pasajes, huelga minera en Asturias, en Málaga, Granada, en Telefónica. Cualquier tímida mejora obrera, fuera de reducción de la jornada, o de incremento salarial eran contestadas por la cerrazón de la patronal y la represión gubernamental.
La otra cara de esta realidad asomaba en el campo. La prometida reforma agraria chocó con la intransigencia de los terratenientes y sus representantes políticos que impusieron al gobierno límites bien definidos. Se trataba de un asunto de vida o muerte para la oligarquía española. Cualquier concesión seria para socavar el poder de los terratenientes era una afrenta para el conjunto de la burguesía, cuyos intereses agrarios eran los mismos. Las vacilaciones del gobierno fueron contestadas con ocupaciones masivas de tierras en Andalucía, Extremadura, Castilla-León, Rioja. Muchas de estas ocupaciones terminaron con una represión sangrienta. Mientras el gobierno debatía con lentitud exasperante el proyecto de reforma agraria en el Parlamento, la presión de los acontecimientos, y la sublevación de Sanjurjo en Sevilla, en agosto de 1932, aplastada por la huelga general de los obreros sevillanos, provocó la aceleración del debate y la promulgación final del proyecto.
La ley establecía un Instituto de Reforma Agraria encargado de realizar el censo de tierras sujetas a expropiación, eso sí, mediante el pago de indemnización que tenía además por base la declaración hecha por sus propietarios. Los créditos para la Reforma Agraria procederían del Banco Agrario Nacional con un capital inicial de 50 millones de pesetas, pero cuya administración dependía no de los jornaleros ni sus organizaciones, sino de representantes del Banco de España, el Banco Hipotecario, del Cuerpo Superior Bancario, del Banco Exterior de España, es decir del gran capital financiero ligado a los terratenientes. La reforma agraria se dejaba en manos de los terratenientes y la banca. Así entendía el gobierno republicano burgués su política reformista. El proyecto además, obviaba el problema de los minifundios, que obligaban a una vida miserable a más de un millón y medio de familias campesinas en Castilla la Vieja, Galicia, y otras zonas. Tampoco abordaba el problema de los arrendamientos que esclavizaba a los pequeños campesinos a las tierras del amo. El fracaso más palpable de este proyecto es que en fecha del 31 de diciembre de 1933, el Instituto de Reforma Agraria, había distribuido 110.956 hectáreas. Si comparamos este dato con las 11.168 fincas de más de 250 hectáreas, que ocupaban una extensión de más de 6.892.000 hectáreas, se puede afirmar que los terratenientes seguían controlando el campo a su antojo. Sólo 100 nobles disponían de un total de 577.146 hectáreas, y esas propiedades, dos años después, continuaban intactas.
El proyecto de reforma agraria enajenó al gobierno de conjunción el apoyo del movimiento jornalero. La sed de tierras no fue saciada y en su lugar las viejas relaciones de propiedad seguían intactas. A diferencia de 1789 cuando la burguesía francesa hizo una revolución y se puso al frente de la nación para acabar con el poder de los nobles, la burguesía española, igual que la rusa, era incapaz de llevar a cabo esta tarea. El proceso en la España de 1931 guardaba una asombrosa similitud a lo acontecido con el gobierno provisional en Rusia después del derrocamiento del zarismo en febrero de 1917. Los límites del planteamiento reformista se hacían evidentes y la prometida política de reformas se transformaba en contrarreformas y un nuevo apuntalamiento del poder de los terratenientes.
La solución al problema de la reforma agraria estaba reservada al proletariado con los métodos de la revolución socialista. La expropiación de la propiedad terrateniente y su conversión en propiedad colectiva, el desarrollo de una agricultura avanzada sobre la base de la aplicación de los adelantos técnicos (maquinaria, fertilizantes, etc), precios justos para los productos agrarios y fin del monopolio de los intermediarios, ligaba la lucha por la reforma agraria a la expropiación del conjunto de los capitalistas, de la banca y de los monopolios.

Ley de defensa de la República

Ante el incremento del número de huelgas y ocupaciones de fincas, el gobierno aprobó la ley de defensa de la República que incluía la prohibición de difundir noticias que perturbaran el orden público y la buena reputación, denigrar las instituciones públicas, rehusar irracionalmente a trabajar y promover huelgas. Bajo el paraguas de esta ley, los mandos de la Guardia Civil se emplearon a fondo en la represión, especialmente en el campo.
Respecto a la Iglesia, si la constitución aseguraba formalmente la separación de la Iglesia y del Estado, lo que acabó con las subvenciones directas, el control del que siguió disfrutando sobre la educación le garantizó un buen nivel de ingresos. Aunque se acordó la expulsión de la Iglesia de los colegios en un plan de larga duración y la disolución en 1932 de la orden de los jesuitas, se les concedió todas las oportunidades para transferir la mayor parte de sus bienes a particulares y otras órdenes.
Respecto a la cuestión nacional y las posesiones coloniales, el gobierno de conjunción concedió a Catalunya una autonomía muy restringida y para Euskadi se negó a conceder el estatuto de autonomía basándose en el carácter reaccionario del nacionalismo vasco. El gobierno republicano-socialista que negó el derecho de autodeterminación a las nacionalidades históricas, siguió gobernando las colonias como antes había hecho la monarquía. En Marruecos su posición imperialista les enfrentó al movimiento independentista.
La pequeña burguesía republicana y sus aliados socialistas no fueron capaces de llevar a cabo las tareas de la revolución democrática. Capitularon ante el poder de la burguesía, el clero y los terratenientes y se enfrentaron precisamente con la clase que les había instalado en el gobierno: los trabajadores y los jornaleros.
Con todas las salvedades aplicables cuando se trata de establecer comparaciones históricas, el gobierno de conjunción republicano-socialista creó la misma insatisfacción que los gobiernos socialdemócratas de la República de Weimar en Alemania. Si en el caso del país germano el proceso se prolongó durante más tiempo, desde 1918 año del colapso de la monarquía de los Hohenzollern hasta el triunfo de Hitler en 1933, en el Estado español toda esa experiencia se concentró en un lapso de cinco años. Las veleidades "democráticas" del gobierno de conjunción importunaban a los capitalistas y a los militares, mientras que sus tímidas reformas y en muchos casos contrarreformas les enfrentaban a la furia de los trabajadores. En realidad era imposible cuadrar el círculo, o con los capitalistas o con los trabajadores.

En este contexto la reacción agazapada ante los primeros empujes de las masas, empezó a levantar cabeza, primero con el intento de golpe de Estado de Sanjurjo, después en el parlamento cuando los monárquicos y católicos se atrevieron a utilizar demagógicamente la represión contra los obreros y los campesinos, especialmente el asesinato de 20 jornaleros por la Guardia Civil en Casas Viejas (Cádiz), para atacar al gobierno.
Entre la burguesía española empezaba a tomar fuerza una salida política similar a la que se estaba desarrollando en Alemania. El peligro de la revolución no podía ser conjurado a través de los métodos clásico de dominación democrática con sus instituciones parlamentarias. La polarización social estaba creciendo formidablemente y la base social y económica del capitalismo español era demasiado débil como para ofrecer ninguna reforma consistente. Además el período de crisis profunda de la economía capitalista exigía a la burguesía imponer un régimen de terror si quería garantizar su tasa de beneficios. Las conquistas democráticas alcanzadas después de la Primera Guerra Mundial, como consecuencia del triunfo del octubre soviético y la ola revolucionaria que sacudió todo el continente europeo estaban en entredicho.

La crisis del parlamentarismo

Tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, los imperialistas franceses y británicos intentaron cobrar un alto precio a su victoria. La imposición del Tratado de Versalles supuso la ruina para la economía alemana, abriendo un período de luchas obreras y polarización social.
La relativa estabilización política después de los fracasos revolucionarios en Alemania (1918/1921/1923), Hungría (1919), Italia (1920) y la oleada de huelgas generales que atravesó Europa, no permitió reestablecer las tasas de crecimiento anteriores a la guerra.
Europa se encontraba en una situación de debilidad creciente en el mercado mundial frente a EEUU y Japón. Los capitalistas franceses e ingleses, intentaban superar las limitaciones del mercado mundial explotando con dureza a sus colonias africanas y asiáticas, y exigiendo a Alemania hasta el último marco de las indemnizaciones fijadas en Versalles.
Pronto, el viejo continente recibió una nueva sacudida con el colapso económico de 1929 que, comenzando como un crac bursátil en los EEUU, reflejaba una profunda crisis de sobreproducción. En EEUU la especulación no dejaba de aumentar a un ritmo muy superior al de la producción industrial y agrícola. El crédito financiero se convirtió en un estimulo artificial de la actividad, engordando una burbuja financiera que se descontroló por completo. Cuando se produjo la recesión de la economía real norteamericana como consecuencia de la sobreproducción mundial, hubo una auténtica explosión del entramado bursátil.
Para hacer frente a la situación, los bancos norteamericanos repatriaron capitales de Europa, provocando el colapso del sistema crediticio en Austria y Alemania, que dependían de esos capitales. Toda la economía europea se vio violentamente sacudida.
La producción industrial de las potencias capitalistas se desplomó: en 1932 era un 38% menos que en 1929. Entre 1919 y 1932 los precios de las materias primas en el mercado mundial descendieron más de la mitad. En 1932 el comercio mundial de productos manufacturados era sólo un 60% del de 1929. Frente al colapso económico, las burguesías nacionales reaccionaron reduciendo drásticamente los créditos al exterior, con medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas de las monedas para favorecer las exportaciones en una lucha sin cuartel por los mercados exteriores. Pero estas medidas profundizaron aún más la crisis abriendo un nuevo período de paro masivo, inflación y empobrecimiento del campo que agudizó la lucha de clases.
En esas condiciones los límites de la democracia parlamentaria afloraron trágicamente. El triunfo de la revolución alemana de 1918 podría haber transformado por completo la historia de Europa y posiblemente del mundo. Alemania era uno de los países más industrializado del planeta, con un proletariado instruido y dotado con grandes tradiciones de organización. La traición de la socialdemocracia a la revolución de los Consejos obreros y el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht permitieron a la burguesía alemana salvar el sistema capitalista. Esta derrota condeno a la revolución rusa al aislamiento en los confines de sus fronteras nacionales, favoreciendo el proceso de burocratización del joven Estado obrero soviético.
A pesar de la derrota de 1918, las contradicciones del capitalismo alemán, alimentadas por la política de saqueo que supuso el Tratado de Versalles, fueron haciéndose cada vez más irresolubles. El régimen parlamentario salido de la República de Weimar y liderado por los dirigentes reformistas del SPD fue incapaz de hacer frente a la crisis económica y a la polarización social. El crac de 1929 vino a empeorar cualitativamente la situación para el capitalismo alemán enfrentado a un auge de la lucha reivindicativa de los trabajadores, y a la ruina material y moral de amplios sectores de la pequeña burguesía.
En estas condiciones, la lucha por la apropiación de la plusvalía, por el máximo beneficio, entraba en contradicción con el mantenimiento de las libertades democráticas y las conquistas que el proletariado logró en el período precedente. En el terreno político, el régimen parlamentario de la República de Weimar se resquebrajaba, pero las organizaciones obreras, el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), y el KPD (Partido Comunista), que contaban con una enorme fuerza carecían de un programa y una orientación marxista.
La dirección socialdemócrata, principal sustento del régimen burgués, profundizó en su política de colaboración de clases, haciendo todo tipo de componendas parlamentarias y gubernamentales con los partidos tradicionales de la clase capitalista. Esto daba enormes oportunidades al KPD, el Partido Comunista Alemán.
Para comprender la tragedia del proletariado alemán es necesario tener en cuenta el proceso de degeneración que sufrieron el Estado obrero en la URSS y la Tercera Internacional. La muerte de Lenin en 1924; el aislamiento del Estado obrero ruso tras el fracaso de la revolución alemana en 1919 y 1923; la guerra civil que acabó con la vida de miles de los mejores comunistas soviéticos en los frentes de batalla; la desmovilización de cinco millones de hombres del Ejército Rojo, todos estos elementos unidos al atraso material y al colapso de las industrias y la agricultura soviética, crearon las condiciones materiales para el surgimiento de una casta burocrática en el seno del partido y la Tercera Internacional.
Engels escribió en Anti-Dühring: "...cuando desaparezcan al mismo tiempo el dominio de las clases y la lucha por la existencia individual engendrada por la anarquía actual de la producción, los choques y los excesos que nacen de esa lucha, ya no habrá nada que reprimir y la necesidad de una fuerza especial de represión no se hará sentir en el Estado…". Sin embargo, en la Rusia soviética de 1924, la lucha por la existencia individual era todavía una penosa realidad. La nacionalización de los medios de producción no suprimió automáticamente la lucha por la existencia individual. En aquellas condiciones el Estado obrero en Rusia no podía conceder todavía a cada uno lo necesario y se veía obligado a exigir a los trabajadores y campesinos sacrificios muy elevados. Después de una época de esfuerzos colosales, de esperanzas e ilusiones en el triunfo revolucionario europeo, el péndulo giró y se reflejó en la actividad de la clase obrera rusa, en el agotamiento de sus fuerzas, en un período de reflujo.
Las dificultades externas e internas alimentaban este proceso, donde la confianza en la victoria revolucionaria iba sustituyéndose por la adaptación a la nueva situación, en la que la naciente burocracia pronto cristalizó su programa político.
Lenin y los bolcheviques nunca albergaron la mínima ilusión en la construcción nacional del socialismo. Su posición internacionalista partía precisamente de una consideración del capitalismo como sistema mundial. "Ustedes saben bien, hasta qué punto el capital es una fuerza internacional" señalaba Lenin en 1918, "hasta qué punto las fábricas, las empresas y los comercios capitalistas más potentes están vinculados entre sí en todo el mundo, y por consiguiente, por qué es imposible batir al capitalismo en una sola parte. Se trata de una fuerza internacional, y para batirla definitivamente es necesaria la acción común de los obreros a escala internacional. Y desde que combatimos contra los gobiernos republicanos burgueses en Rusia en 1917, desde que conquistamos el poder de los sóviets en noviembre de 1917, nunca dejamos de mostrar a los obreros que la tarea esencial, la condición fundamental de nuestra victoria residía en la extensión de la Revolución cuando menos en algunos países avanzados" (Lenin, Discurso en el VIII Congreso de los Sóviets de Rusia).
Pero esta posición internacional de la revolución fue sustituida por Stalin y otros dirigentes por la política estrecha, nacionalista y antimarxista del socialismo en un solo país, que se adaptaba perfectamente como cobertura ideológica a las necesidades materiales de la naciente burocracia: "¿Qué significa la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país? Significa la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y el campesinado con las fuerzas internas de nuestro país, contando con las simpatías y el apoyo de los proletariados de los demás países, pero sin que previamente triunfe la revolución proletaria en otros países" (Stalin, Cuestiones del leninismo).
Con la nueva teoría del socialismo en un solo país, se subordinaba la acción revolucionaria de los obreros europeos, americanos o de cualquier rincón del planeta en beneficio de la construcción burocrática del socialismo en Rusia. El dominio de la burocracia estalinista dentro del partido no fue inmediato. Fortalecidos por el fracaso revolucionario en Occidente, apoyados en el reflujo de las masas rusas sometidas a condiciones extremas, Stalin y la burocracia libraron una lucha intensa por separar, expulsar, y más tarde aniquilar a cientos de miles de comunistas que se oponían firmemente al nuevo rumbo político. Stalin libró una guerra civil unilateral contra el sector leninista del partido. Todos los viejos camaradas de armas de Lenin fueron depurados, encarcelados y, la mayor parte, fusilados.
Esta depuración se extendió al conjunto de la Internacional Comunista, que se trasformó, hasta su liquidación final en 1943, en una sucursal de la política y los intereses inmediatos de la burocracia rusa. La política de Stalin, caracterizada por continuos zigzags en los que se pasaba de la posición más ultraizquierdista a la colaboración de clases, respondía a las necesidades de mantener los privilegios materiales, los ingresos y el prestigio de la casta burocrática y evitar el triunfo de la revolución socialista, que podía inspirar a los obreros rusos y amenazar el poder burocrático.
Tras el V Congreso de la IC celebrado del 17 de junio al 8 de julio de 1924, y especialmente el VI Congreso de 1928, los nuevos dirigentes de la Internacional abandonarían las posiciones anteriores elaboradas por Lenin sobre el frente único, y apoyándose en el fracaso de la insurrección revolucionaria de octubre de 1923 en Alemania, establecieron un giro ultraizquierdista a su política. En el contexto de estabilización temporal del capitalismo en Europa y de ascenso del fascismo, los dirigentes de la IC elaboraron la famosa doctrina del socialfascismo: "El fascismo y la socialdemocracia son dos aspectos de un solo y mismo instrumento de la dictadura del gran capital".
Los dirigentes del KPD bajo la dirección de Stalin, se negaron a llevar a cabo una política de frente único para frenar el avance del nazismo; renunciaron a combatir al partido nazi con los métodos de la revolución socialista, y su política sectaria centrada en ataques permanentes a la socialdemocracia, que todavía contaba con el apoyo de millones de obreros honestos, confundió a la clase trabajadora, y fortaleció la influencia de los líderes socialdemócratas. Los dirigentes estalinistas fueron incapaces de orientarse en los acontecimientos porque no comprendían la auténtica naturaleza del fascismo.

Triunfo de Hitler en Alemania

El régimen fascista ve llegar su turno porque los medios ‘normales’ militares y policiales de la dictadura burguesa, con su cobertura parlamentaria, no son suficientes para mantener a la sociedad en equilibrio. A través de los agentes del fascismo, el capital pone en movimiento a las masas de la pequeña burguesía irritada y a las bandas del lumpemproletariado, desclasadas y desmoralizadas, a todos esos innumerables seres humanos, a los que el capital financiero ha empujado a la rabia, a la desesperación. La burguesía exige al fascismo un trabajo completo: puesto que ha aceptado los métodos de la guerra civil, quiere lograr calma para varios años… la victoria del fascismo conduce a que el capital financiero coja directamente en sus tenazas de acero todos los órganos e instrumentos de dominación, dirección y de educación: el aparato del Estado con el ejército, los municipios, las escuelas, las universidades, la prensa, las organizaciones sindicales, las cooperativas… demanda sobre cualquier otra cosa, el aplastamiento de las organizaciones obreras… (León Trotsky, La lucha contra el fascismo)
La burguesía europea, durante todo un período histórico, apoyó las formas de la democracia parlamentaria porque suponían un modo de dominación más eficaz, más aceptable para las masas. Mientras las libertades democráticas no entren en contradicción con la propiedad burguesa de los bancos, la industria y la tierra, pueden ser perfectamente toleradas. En la práctica la ficción democrática juega un papel especialmente útil para la dominación de la burguesía sobre la sociedad. La situación se transforma en su contrario cuando la sociedad burguesa entra en crisis debido a las contradicciones insalvables del capitalismo. Las formas democráticas entonces, se convierten en un obstáculo para los burgueses en su lucha permanente por el máximo beneficio. Tolerar sindicatos, partidos obreros, huelgas, manifestaciones, es decir, los elementos del poder obrero en la sociedad capitalista, se vuelve una carga insoportable.
Esta y no otra era la situación de Europa y en concreto de Alemania. En medio de la crisis económica y la polarización social creciente, la pequeña burguesía alemana, que podía ser ganada para la causa del proletariado si sus organizaciones hubieran defendido un programa revolucionario, giró violentamente a la derecha. En una sociedad en descomposición, los nazis consiguieron una influencia decisiva entre las masas pequeño-burguesas, sectores atrasados de la clase obrera y entre las legiones del lumpemproletariado que poblaban las ciudades.
En las elecciones de septiembre de 1930 el SPD obtuvo 8.577.700 votos; el KPD, 4.592.100 votos y el Partido Nazi, 6.409.600 votos. Lo más destacable de estos resultado era que, si bien el KPD había incrementado sus votos en relación a las anteriores elecciones de 1928 en un 40%, los nazis lo habían hecho en un 700% (en 1928 el Partido Nazi obtuvo 810.000 votos).
En 1932, el Partido Nazi obtuvo 11.737.000 votos, pero entre el KPD y el SPD superaban esa cifra obteniendo más de 13 millones de votos. Este hecho es la mejor prueba de que el apoyo de millones en las urnas, no valen mucho si en el momento decisivo no se cuenta con una política revolucionaria.
En enero de 1933, Hitler fue nombrado canciller sin que hubiera ninguna respuesta del SPD o del KPD. Mientras que los primeros aceptaban la victoria de Hitler porque se había logrado democráticamente, y advertían a sus militantes de abstenerse en participar en ninguna acción de protesta, los líderes estalinistas sin reconocer la gravedad de la situación se contentaron con predecir que el triunfo de los nazis era el preludió de la victoria comunista. No hubo ninguna respuesta armada del proletariado, a pesar de que el SPD y el KPD, contaban con milicias que encuadraban a medio millón de obreros. Los dirigentes paralizaron políticamente al proletariado alemán, el más fuerte de Europa. Los nazis completaron el trabajo aplastando las organizaciones obreras que fueron ilegalizadas y reprimidas ferozmente. En febrero de 1933 los nazis disolvieron el Reichstag, el KPD fue ilegalizado y sus cuadros y militantes encarcelados, y para mayor oprobio de la socialdemocracia sus sindicatos participaron en los desfiles nazis del Primero de Mayo.
Pero no fue la última victoria del fascismo. En Austria, el gobierno del socialcristiano Dollfuss (el modelo en el que se inspiraba Gil Robles), disolvió el parlamento en marzo de 1933 y gobernó durante más de un año con poderes especiales. Los trabajadores y militantes del SPÖ (Partido Socialdemócrata Austriaco) presionaron a la dirección para que ésta convocara una huelga general después de los ataques contra las libertades y derechos democráticos que se sucedían sin interrupción. Pero no sucedió nada de esto, el SPÖ seguía en una situación de retirada permanente imitando en lo fundamental la política derrotista de la socialdemocracia germana. En abril se prohibieron las huelgas y en el verano de 1933 fue prohibido el Partido Comunista de Austria. Se aprobaron más leyes contra la clase obrera (por ejemplo se suprimió la ley sobre la jornada laboral y se recortó el subsidio de desempleo). La única reacción del SPÖ fue recurrir a los tribunales de justicia.
En los meses previos a febrero de 1934, la policía intentó confiscar las armas de las milicias obreras organizadas por la socialdemocracia. La dirección del SPÖ aconsejó a sus militantes que no se resistieran con el fin de evitar una guerra civil.
Pero la clase obrera todavía estaba dispuesta a luchar, aunque la correlación de fuerzas le era muy desfavorable después de todas las retiradas anteriores. Una carta escrita por Richard Bernaschek, secretario del partido y dirigente del CRD (las milicias obreras socialdemócratas) en Austria septentrional, y dirigida a Otto Bauer el 11 de febrero de 1934, demuestra muy claramente esta disposición:
"Hoy tuve una reunión con cinco camaradas fieles y leales, y hemos tomado una decisión, después de cuidadosas deliberaciones, que es irrevocable [...] Para poner en práctica esta decisión, hoy por la tarde y por la noche cogeremos todas las armas que tenemos y las pondremos a disposición de los trabajadores que deseen luchar y defenderse. Si mañana lunes comienza la confiscación de armas o encarcelan a cualquier militante del partido o del CRD, nos resistiremos y consecuentemente comenzaremos a atacar. Esta decisión es irrevocable. Exigimos que cuando llamemos a Viena diciendo: ‘La confiscación ha comenzado, no vamos a aceptar la prisión’, usted dé la señal a los trabajadores vieneses y a los del resto de Austria para que vayan a huelga. No consentiremos otra retirada [...] Si el movimiento obrero vienés no nos echa una mano, entonces vergüenza y deshonra para ellos [...] Saludos solidarios, R.B.".
Cuando la policía intentó irrumpir en un local del SPÖ en Linz a las 7 de la mañana, los trabajadores se resistieron y comenzaron a luchar y a defenderse. Pasados algunos minutos las noticias de las luchas en Linz llegaron a Viena. Los trabajadores en algunas fábricas salieron espontáneamente a la huelga, pero la socialdemocracia intentó nuevamente calmar a los trabajadores. Transcurridas unas horas no les quedó más remedio que convocar la huelga general.
En las principales ciudades de Austria empezaron las batallas, pero éstas estaban pésimamente organizadas ya que muchas de las armas del CRD habían sido incautadas por la policía. A esto se añadía la falta de una estrategia revolucionaria previa que hiciera al conjunto de la clase obrera austriaca conciente de sus tareas. En algunas partes de Viena los trabajadores lucharon durante tres días. El foco principal de resistencia estaba en las residencias obreras de Viena construidas y gestionadas por la socialdemocracia (la prensa burguesa los llamaba las fortalezas). El Karl Marx Hof, en el distrito 21 de Viena (Floridsdorf) fue bombardeado por los soldados del ejército austriaco. Para empeorar el panorama, la huelga general no era sólida debido a que sectores importantes de la clase obrera, como los trabajadores ferroviarios, no la secundaron.
Los trabajadores cayeron derrotados el 15 de febrero después de cuatro días de lucha. Otto Bauer, dirigente de la socialdemocracia, huyó a Bratislava. Murieron trescientos trabajadores y miles resultaron heridos. Los líderes de la insurrección fueron ejecutados y las organizaciones de la socialdemocracia fueron prohibidas. Muchos de los líderes del SPÖ y de sus organizaciones fueron enviados a campos de concentración. La época del austro-fascismo había comenzado y en marzo de 1938 el Tercer Reich anexionó Austria a Alemania.
La tragedia del proletariado alemán y austriaco provocó un hondo impacto entre los trabajadores del Estado español que asistieron a la destrucción de las organizaciones obreras más fuertes de Europa. La consigna "Antes Viena que Berlín" ejemplificó perfectamente la actitud del proletariado español ante la amenaza del fascismo, y se concretó primero en la insurrección de octubre del 34 y después del 18 de julio de 1936, en tres años de lucha armada en las trincheras y revolución social en la retaguardia.

La reacción conquista terreno

El gobierno de conjunción republicano-socialista fracasó a la hora de llevar a cabo las tareas de la revolución democrática. Fue incapaz de dar satisfacción a las aspiraciones del proletariado urbano y rural, la auténtica base masas en la que descansaba el gobierno, y se plegó a las presiones de los capitalistas y terratenientes.
Sin poder resolver las contradicciones del débil capitalismo español, los efectos de la crisis económica de 1929 y de la contracción de los mercados europeos afectaron gravemente la economía española. El año 1933 fue crítico desde el punto de vista económico: el desempleo forzoso cada vez crecía más y afectaba a más de un millón y medio de trabajadores y jornaleros, al tiempo que los cierres patronales junto a la reducción de jornales, aceleraron la conflictividad laboral.
Las huelgas fueron acompañadas de una profunda desilusión política de las masas. Las esperanzas depositadas en la República, la confianza en que los ministros socialistas realizaran reformas progresivas, que las medidas del gobierno abrirían nuevos horizontes para la vida de millones de personas, se convirtieron en frustración, rabia e impotencia.
Cuando el presidente de la República disolvió las Cortes y nuevas elecciones fueron convocadas para noviembre de 1933, la reacción de derechas había reconquistado una parte importante del terreno perdido el 14 de abril, especialmente entre las capas medias urbanas y las del campo, y sectores atrasados del campesinado.
Los resultados electorales transformaron la composición de las Cortes. Aunque el PSOE no perdió una parte sustancial de los votos, —obtuvo 1.600.000 aproximadamente, el 20% del censo electoral—, la ley electoral aprobada bajo el gobierno de conjunción que favorecía a las agrupaciones y/o bloques electorales, castigó severamente al PSOE que pasó de 116 escaños a 61, de los 471 que contaba el parlamento. El desplome de los republicanos fue espectacular: pasaron de 118 diputados a 16. Por el contrario en la derecha, los radicales de Lerroux con tan sólo 806.000 votos consiguieron 104 escaños y la CEDA 115 diputados.
La CNT, que no pudo impedir que en 1931 cientos de miles de afiliados votaran por las candidaturas republicano-socialistas, desarrolló en esta ocasión una intensa campaña por la abstención que encontró un amplio eco. La media nacional de abstención fue del 32% mientras en Barcelona-ciudad alcanzó el 40% y en Andalucía el 45%. Aún así, el proletariado estaba muy lejos de sentirse derrotado. La burguesía era perfectamente consciente de esto, y aunque preparaba tras las bambalinas el golpe contrarrevolucionario que le permitiese aplastar definitivamente a las masas, temía que una acción prematura tuviese el efecto contrario

Juan Ignacio Ramos

sábado, agosto 26, 2006

Pierre Broué (1926 - 1995)

Pierre Broué murió el 26 de julio, a la edad de 79 años, después de un combate contra el cáncer. Destacado historiador, mundialmente conocido, su obra influenció una generación entera de intelectuales y militantes revolucionarios. Originario del sur de Francia, muy joven entró en la resistencia contra la ocupación nazista, y en la filas de la IV Internacional. En los años sucesivos, como dirigente político trotskista, tendría una participación destacada en varios debates dentro del movimiento revolucionario (acerca de la naturaleza de la revolución cubana, por ejemplo, o acerca de la Revolución Cultural china, en textos que el actual Partido Obrero publicó en la revista América India, en 1972).
Al mismo tiempo, emprendió una carrera académica, como profesor de la Universidad de Grenoble, que le veria destacarse como historiador de la revolución en el siglo XX. Sus obras más conocidas fueron traducidas para varios idiomas. En los años 60-70, por ejemplo, su libro Revolución y Guerra Civil en España, (en co-autoría com Émile Témime), publicado por el Fondo de Cultura Económica, fue intensamente leído y discutido en América Latina. El Partido Bolchevique, Revolución en Alemania (1917 – 1923) son obras del mismo período, que también conocieron difusión mundial. Publicó, en ediciones anotadas y críticas, las actas del Primer Congreso de la Internacional Comunista, así como varias colecciones de textos de Trotsky (sobre la revolución, sobre Francia, sobre la guerra civil española). Sin duda, sus trabajos sobre la revolución española, en los que desmenuzó la traición stalinista al proceso revolucionario más profundo del siglo, son lo mejor de la obra de Broué, contribuyendo a deshacer uno de los mitos políticos más persistentes del siglo pasado, y le valieron una inmensa autoridad científica e intelectual en la propia España.
Produjo trabajos de importancia hasta el final de su vida, aunque com menor repercusión que los mencionados. Cabe destacar: Historia de la Internacional Comunista, sus biografias Trotsky y Rakovski, su libro Stalin y la Revolución (el caso español), La Revolución Española. Fue el primer historiador autorizado a entrar en los archivos cerrados de Trotsky, cuando de su apertura en Harvard (en 1980) [Isaac Deutscher los consultara antes com autorización especial] y también participó de conferencias y mesas redondas en los más diversos países. Recordaba con especial cariño su participación en la mesa redonda que cerró el Congreso en homenaje Leon Trosky realizado en la Universidad de San Pablo, en octubre de 1990, junto a Jorge Altamira, Osvaldo Coggiola, Michael Lowy y Seva Volkov (nieto de León Trotsky).
Gran coleccionador de documentos, y dotado de memoria prodigiosa, sus trabajos académicos le dieron merecida fama dentro de la mediocridad mayoritaria, aunque la misma academia le reprochaba ser un historiador “estrechamente político”. Su gran mérito habrá sido el de tomar las ideas de “revolución permanente” de Trotsky, así como sus principales textos políticos (en especial la crítica al stalinismo) y usarlos como guia matriz de la investigación histórica, revelando la fertilidad de las ideas del gran revolucionario, no sólo para la acción política, sino también para la investigación científica, y hasta para la creación artística.
Consagró, en gran parte, sus últimos 25 años a la creación del Instituto Leon Trotsky y a la publicación de los Cahiers Leon Trotsky, que publicaron numerosos trabajos sobre la historia del movimiento trotskista en todo el mundo. Se trataba de una empresa política, a través de la cual pretendia propiciar la “unificación del movimiento”, por encima de divergencias que le parecían superadas o sectarias. Esa fue su gran limitación – su discontinuidad como militante y polemista en las filas de la IV Internacional – producto de su creciente absorción por la academia en detrimento de la militancia revolucionaria: concluyó aislado de las diversas corrientes trotskistas, a las que pretendia “sobrevolar”, los Cahiers y el ILT concluyeron casi como una empresa personal del Broué historiador, perdiendo la incisividad política, histórica e ideológica, y hasta la originalidad, que poseían sus primeras obras. Este curso político lo llevó, en sus últimos años, a concluir en la inactualidad del trotskismo, cuya razón de ser, según él mismo, habría cesado con la muerte del stalinismo (de la URSS).
Su obra más ambiciosa, su biografia de Trotsky, tuvo mucho menos impacto que el esperado, justamente por ese motivo. Si corregia certeramente en diversos aspectos, y pretendia superar políticamente, la gran trilogia de Isaac Deutscher sobre el revolucionario ruso, estaba muy atrás de ésta en materia de audacia de interpretación histórica, pues concluía com el relato de una frustración política, que Broué creia que era la del propio trotskismo (o del bolchevismo como tal). En sus años finales, publicó una revista, Marxismo Hoy, de escasa repercusión y que se pretendia vehículo de grupos de marxistas frustrados, agrupados en siglas diversas con el común marbete de “socialismo y democracia (o “democrático”)”, que pretendian todas distanciarse del “sectarismo leninista”, una idea que conquistó al Broué final.
Su accidentada carrera política, sin embargo, no borra el mérito de sus principales obras, inicialmente citadas, que se mantiene en pié, y que contribuyó, com certeza, a la formación de más de una generación de revolucionarios, en los más diversos países. Com su amplitud de miras, y su gran dedicación al trabajo intelectual, Broué resumió, en su carrera personal, los impasses políticos de las corrientes que lucharon, o dejaron de luchar, por la IV Internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
Personalmente, fue íntegro, siempre dispuesto a colaborar com los más modestos investigadores o militantes. Tuvo cinco hijos (uno de ellos es el mundialmente conocido matemático Michel Broué) y sólo al final de su vida, ya jubilado, consiguió adquirir un pequeño departamento, en Saint Martin d’Hères, cerca de su Grenoble, abarrotado de libros y papeles, pues siempre consagró sus recursos a la militancia política o a la investigación científica. Su simpatía personal y bonhomia de campesino conquistaba a quienes le conocían. Prestamos aqui homenaje al historiador, al militante, al amigo, cuya mejor obra continuará a formar en la ciencia y el arte de la revolución a los jóvenes trabajadores y estudiantes que construyen el futuro con los puños del mundo.

Osvaldo Coggiola

jueves, agosto 17, 2006

La vida y la época de Goya

Un autorretrato

Francisco José de Goya y Lucientes (1746-1828) fue uno de los más grandes artistas de todos los tiempos. Pero fue más que un pintor. Sus pinturas son un documento inapreciable de la historia del pueblo español. Pintó el mundo en el que vivió, lo pintó en función de un realismo sin compromiso. Toda su perspectiva se formó con los dramáticos acontecimientos que se desarrollaban a escala mundial. La obra de Goya no es la de un artista aislado sino la de un gran ser humano comprometido con la causa de la humanidad. Se formó con los grandes acontecimientos históricos, la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, la feroz lucha de independencia nacional y el movimiento por la reforma liberal que siguió, un movimiento que fue brutalmente aplastado por las fuerzas de la oscuridad, el oscurantismo y la reacción.
El viejo mundo en Europa fue destruido por la Revolución Francesa, que despertó las esperanzas y conformó las aspiraciones de los mejores elementos de la sociedad española, incluido Goya. Ellos anhelaban el progreso, la libertad y una constitución. Pero la invasión de España por los franceses puso en movimiento una serie de acontecimientos que fueron una pesadilla viviente para la población española, una pesadilla que encontró su reflejo en las pinturas de Goya.
Nacido en el seno de una familia humilde, en el pedregoso pueblo de Fuendetodos en la región de Aragón, estudió bajo las órdenes de José Martínez en Zaragoza, de donde tuvo que huir después de un conflicto con las autoridades. Este hombre, aparte de un genio artístico, nació también rebelde. Hay un componente de testarudez en el hombre que es un rasgo típico del carácter aragonés. A la edad de 29 años se fue a Madrid, que desde ese momento se convertiría en el centro de su mundo personal y artístico. En 1785 Goya se convirtió en el subdirector de la Real Academia de San Fernando. Después, en 1788, llegó a su gran avance decisivo: Carlos IV ascendió al trono, junto con su esposa italiana, María Luisa, y Goya se convertiría en el pintor de la corte de Carlos IV y más tarde de Fernando VII.
Es imposible comprender a Goya sin tener un conocimiento de la situación en España en aquella época. A finales del siglo XVIII, España era una parte muy atrasada de Europa, rezagada económica, política y culturalmente, por detrás de Inglaterra y Francia. Después de haber perdido la mayor parte de su imperio, España se instaló en lo que Marx denominó "un largo e innoble declive". Como explica Trotsky:
"El descubrimiento de América, que al principio fortaleció y enriqueció a España, se volvió pronto contra ella. Las grandes rutas comerciales se apartaron de la Península Ibérica. Holanda, enriquecida, tomó la delantera a España. Después de Holanda fue Inglaterra quien adquirió una posición aventajada sobre el resto de Europa. Era la segunda mitad del siglo XVI, España se aproximaba a la decadencia. Después de la destrucción de la Armada Invencible (1588), esta decadencia revistió ¾ por así decirlo¾ un carácter oficial. Nos referimos al advenimiento de ese estado de feudalismo burgués en España que Marx llamó ‘la putrefacción lenta y sin gloria’". (Trotsky. La revolución española y las tareas de los comunistas. 24 de enero de 1931).
Sin embargo, los monarcas Borbones de España, como otros monarcas europeos, habían intentado introducir elementos de la Ilustración, copiados de la Ilustración francesa. Esta fue, sobre todo, una época donde los monarcas absolutistas como Federico de Prusia y Catalina de Rusia flirteaban con la Ilustración, tocaban instrumentos musicales y mantenían correspondencia con Voltaire. Esta era la moda, al menos hasta 1789. Carlos III incluso aprobó una ley ordenando la expulsión de España de los jesuitas. Pero las masas, el campesinado, permanecían hundidos en el pantano del oscurantismo, bajo la nefasta influencia de sacerdotes ignorantes y fanáticos.
El siglo XVIII en España no fue como el otros países europeos. Marx escribió que fue más similar al despotismo asiático. El régimen burocrático centralizado de absolutismo descansaba sobre una miríada de autoridades locales y regionales, cada una defendiendo celosamente sus poderes y privilegios particulares. La lucha entre las tendencias centrífugas y centrípetas comenzó en la Edad Media y todavía no se ha resuelto. Aparece en diferentes formas en cada etapa de la historia española, primero como la lucha por los fueros, después en las guerras carlistas del siglo XIX y, por último, en la cuestión nacional de los vascos, catalanes y gallegos. En el fondo, la incapacidad de la monarquía centralizada de Madrid para unir exitosamente España también fue el producto del atraso económico, que se manifestó, entre otras cosas, por la pobre situación de las carreteras que impidieron el comercio y las comunicaciones durante siglos.
A pesar de su atraso crónico, España siempre fue consciente de su pasado glorioso e intentó mantener las apariencias. En 1746, Fernando VI llegó al trono, que ocupó hasta 1759, y siguió esta línea de asimilación cultural, pero con resultados desastrosos. En parte por el orgullo nacional, pero también en parte como resultado de siglos de ignorancia y superstición, el pueblo español se resentía de la intrusión de influencias extranjeras. Incluso se opusieron a imposiciones extranjeras como la iluminación y limpieza de las calles, etc., Arrancaban los árboles que se habían plantado en las calles. Esta rebeldía estuvo activamente alentada por el clero y un sector de la nobleza hostil a los Borbones.
La temperatura revolucionaria de la población en algunas ocasiones se revelaba de la manera más extraordinaria. En las primeras pinturas de Goya la imagen del majo fanfarroneando con la cara oculta con su capa es una imagen muy frecuente. Un ejemplo típico es la pintura de La maja y el enmascarado. Estos hombres eran muy característicos de España en aquella época. Aunque vestían como dandis, con zapatos lujosos, calcetas, pantalones bombachos, una faja larga y ancha, capa larga, eran realmente pícaros duros y pendencieros. Los majos y las majas eran miembros de las clases más bajas, pero no se veían como tal. Orgullosos e insolentes, eran capaces de explotar ante la más mínima provocación. Eran personas que eran mejor dejarlas solas.
Pero los extranjeros en la corte no tenían una buena comprensión del temperamento de la población española, a quien consideraba más o menos bárbara. Para el ministro italiano del rey, Esquilache, limitar la largura de las capas y el tamaño de los sombreros era sólo una medida destinada a mejorar la seguridad en las calles de Madrid, donde los asesinos y ladrones podían ocultar sus cuchillos e identidades detrás de sus capas y sombreros anchos. Pero para la población normal de Madrid, esta ley era una medida que iba demasiado lejos. Casi provocó una insurrección. En 1766 la furia de la población finalmente estalló en una seria revuelta en Madrid contra la ley de Esquilache.
Aquí tenemos una de las muchas contradicciones que conforman la historia de España como un fascinante calidoscopio de tendencias en conflicto, parecida a los mosaicos árabes que decoran la Alambra con sus complejos remolinos. Frecuentemente se observan tendencias reaccionarios mezcladas con acontecimientos progresistas y revolucionarios. En ninguna parte fue esto más claro que en el período de la lucha de liberación nacional de España contra la Francia napoleónica. Vemos el mismo fenómeno en otros estados europeos de la época, pero en ninguno de ellos de una manera tan profunda. El heroísmo feroz desplegado por las masas campesinas españolas en la lucha por la independencia nacional estaba mezclado con un seguimiento fanático a las "viejas formas" y la vieja religión. Esto garantizó que la victoria popular contra Napoleón no llevara a la libertad sino a un nuevo período de esclavitud absolutista, interrumpido por revoluciones, guerras civiles, convulsiones y pronunciamientos militares. Trotsky lo caracterizó como "absolutismo degenerado limitado por golpes militares".
Al principio de la carrera de Goya, cuando era un joven artista en auge, la monarquía parecía estar firmemente en el cargo e incluso parecía una especie de Renacimiento tardío. Carlos III no fue el peor de los reyes Borbones de España. Había renunciado al trono de Nápoles a favor de un bocado más jugoso como era la Península Ibérica. Trajo con él a sus arquitectos italianos favoritos que diseñaron los monumentos más conocidos que se pueden ver hoy en Madrid, incluidas las célebres fuentes de Cibeles y Neptuno, la Puerta del Sol y la Puerta de Alcalá. En 1788, un año antes de la revolución francesa, introdujo la iluminación en las calles, el alcantarillado y un sistema de vigilantes nocturnos conocidos como serenos.
La corte aspiraba a una vida cultural y artística similar a la de París y Versalles, y estaba dispuesta a pagar por ello. Esto explica la rápida promoción de Goya. Pero en la época del nacimiento de Goya, la pintura había declinado casi tanto como el propio país. La gran tradición de Velázquez se había perdido y los Borbones se limitaron a importar pintores extranjeros para llenar el vacío. Con Goya vemos el asombroso renacimiento del arte español. No sólo el joven Goya tenía una técnica extraordinaria. Sus temas eran originales y, lo más importante de todo, arraigados en la población española, reflejaban certeramente su estilo de vida, sus actitudes y tradiciones. Sin embargo, el inicio de su carrera fue modesto, consistiendo principalmente en el diseño de tapicerías. Creó aproximadamente 50 dibujos de tapicerías que ya contenían el germen de su futuro desarrollo.
La imagen de Madrid de aquella época queda expresada con la viveza y el color maravillosos de las pinturas del joven Goya. Aquí encontramos una visión alegre de la vida donde el sol siempre estaba brillando y los cielos siempre eran azules. Aquí las personas eran jóvenes y felices, disfrutaban de la vida sin importarles el mundo, sin pensar en el futuro, como ocurre en general con la gente joven. Los hombres ¾ los típicos machos de Madrid o más bien majos¾ son orgullosos y guapos. Las mujeres ¾ las majas¾ son todas jóvenes y bonitas.
Resulta conmovedor pensar que sólo en pocos años este sueño maravilloso se desvanecería. Estos hombres y mujeres jóvenes no se dieron cuenta que están bailando en el borde de un volcán. Más allá del horizonte, invisible al ojo, se amontonaban las nubes negras de tormenta. Los chinos dicen que es una desgracia nacer en tiempos interesantes. La mala fortuna personal de Goya fue haber vivido en una época de tormenta y tensión. Fue un período de guerras y revolución. Desde otro punto de vista, convirtió a un buen artista en un genio. Quizá mejor que cualquier otro artista de la historia, Goya expresaba el espíritu de los tiempos revolucionarios en los que vivía. Al estudiar sus excepcionales obras se puede sentir el aliento caliente de la guerra y la revolución, el terror y la pasión, la miseria y la desesperación, todo ello expresado con una intensidad abrasadora.
Sin embargo, las pinturas del primer período de Goya apenas insinúan este futuro oscuro. Es un mundo maravilloso de color, luz del sol y risas. Vemos escenas despreocupadas de campesinos borrados en el tiempo de la cosecha, jóvenes cortesanas y cortesanos, racimos de uvas, jóvenes jugando a la gallinita ciega, personajes sobre zancos. Aquí todo es dulzura y luz, abundancia de luz, el brillo que constantemente caracteriza al sol de España y el brillo de la vida de su población. La fuerza luz del sol nos proporciona colores brillantes y estas primeras pinturas están llenas de color, movimiento y vida.
Como revolucionario tanto en la vida como en el arte, Goya debe haberse resentido de gastar la mayor parte de su tiempo pintando retratos del rey y su familia. Goya habría preferido pintar a personas normales, pero ganaba dinero pintando retratos de la aristocracia y la familia real. ¡Y qué retratos! Sus retratos de la familia real son observados exquisitamente, reflejando hasta el último detalle el encaje y la seda bordada. Aquellos retratos son magistrales, pero también está claro que se vengó de sus patrones reales de la manera más cruel posible, pintándoles exactamente como eran. Su realismo despiadado los muestra como criaturas estúpidas y pomposas.
Su cuadro La familia de Carlos IV es un modelo de burla. La magnificencia de su vestido, demostrado en cada detalle, no puede por un momento ocultar su vacío como seres humanos. El famoso rasgo Borbón ¾ una "caída idiota del labio inferior"¾ es más que evidente. Gautier decía que eran como "pinturas de un tendero al que le había tocado la lotería". Pero la sátira es tan sutil que hace que los sujetos no sospechen nada. En realidad, aceptaban sus retratos con gratitud. ¡Esto sugiere que en la vida real había incluso más fealdad y estupidez que con la que aparecen en estas pinturas!
Hasta 1792 parece que la vida personal de Goya era como la de las personas representadas en sus pinturas. Parece haber sido tan despreocupado como ellos, un vividor y un mujeriego. Goya pintó numerosos retratos de la Duquesa de Alba, una mujer muy guapa y había rumores de un lío amoroso. Estas historias no están comprobada, aunque hay pistas que sugieren al menos un apego por parte del artista en una de las pintura, donde la duquesa es pintada con ropas de luto negras (su marido acaba de morir). Ella lleva dos anillos. Uno de ellos lleva la inscripción de "Goya" y el otro "Alba", y ella está señalando una dedicatoria donde se lee: "Sólo Goya". Sin embargo, podría ser que el tema de los dos famosos anillos de la pintura de la maja, una sin ropas y la otra con ellas, no fuera la duquesa y fuera otra mujer, posiblemente una de las amantes de Godoy, el primer ministro español. Goya nunca reveló su identidad pero, fuera quien fuera, la hizo inmortal.
Hoy es difícil darse cuenta de lo revolucionaria que fue esta pintura en la época. España apenas contaba con tradición de pinturas de mujeres desnudas (la famosa Venus del espejo de Velazquez es una excepción), era algo muy atrevido de hacer. Goya estaba desafiando las órdenes de la Iglesia y la Inquisición. Por su incitante sensualidad, la Maja desnuda tiene pocos iguales en el mundo del arte. Aquí vemos aún ese maravilloso mundo de dulzura y luz, de juventud y amor, de belleza irradiante y color que celebra la forma humana en toda su gloria, desafiando los prejuicios de la religión y la sociedad. Parece decirnos: vivamos la vida el amor porque la vida es corta. Sin embargo, Goya no se dio cuenta de cómo de corta. El mundo ya estaba condenando, tambaleándose hacia el abismo.
Incluso en estas primeras pinturas, a pesar de su tono generalmente alegre, hay insinuaciones de oscuridad y la fragilidad de la vida humana. Hay una pintura maravilloso de un accidente laboral, donde el trabajador de la construcción herido está siendo cuidadosamente arrastrado por sus compañeros. Y hay incluso una pintura aún más excepcional, que en su estilo y contenido anticipa las pinturas de Picasso del período azul, con un grupo de personas caminando con dificultad por la nieve haciendo frente a un fuerte viendo. El sentido del frío es intenso y es acentuado por la presencia de un pequeño perro, encogiéndose por el viento. Estas pinturas están llenas de humanidad y el sentimiento del sufrimiento de las personas corrientes. En 1792 pintó su autorretrato a los 46 años de edad. Está vestido con una chaquetilla de torero, es una representación del artista como un hombre del pueblo. Su interés en las corridas de toros era natural para los españoles de la época, cuando ocupaban una posición análoga a la que hoy ocupan los partidos de fútbol. Pero también aquí hay un elemento simbólico: la idea de una lucha interminable del hombre contra la bestia, que desarrollaría en su famosa seria de aguafuertes conocida como Tauromaquia. La lucha entre el hombre y el toro también es la lucha contra las fuerzas del salvajismo y los instintos animales. Es una lucha que enfatiza la fragilidad de la existencia humana, como el matador aislado se enfrenta al enorme tamaño del toro, enloquecido de dolor. Es un tema que se repitió y desarrolló en la obra de Picasso, el más célebre en el Guernica.
La fase alegre de la vida de Goya llegó a su final en 1792, cuando una seria enfermedad le dejó totalmente sordo. El comienzo de la sordera debió tener un profundo efecto en su perspectiva de la vida. En lugar de la antigua alegría hay una aproximación más pensativa de la vida, un grado de introversión, la "interioridad" que antes estaba ausente. Privado de uno de los sentidos clave, el artista lo compensa con una penetración más profunda en su comprensión del mundo y su ser más íntimo. Mientras que en las primeras pinturas la vida es vista a través de los ojos inocentes de la juventud, no contaminada por las tragedias de la existencia humana, ahora vemos un elemento más oscuro. Como si anteriormente Goya sólo viera las apariencias y ahora comienza a penetrar en la esencia que reside más allá del mundo de la simple apariencia. El resultado no siempre es bonito, pero es más verdadero.
En la serie conocida como Los caprichos hay un salto cualitativo. El mundo de las majas y los majos, la luz del sol y las uvas, el amor y la risa, ha desaparecido. En su lugar tenemos un mundo de brujas y demonios. Tenemos la Inquisición que todavía dominaba España con sus torturas y autos de fe, la masas ardiendo de herejes que llenaban las plazas públicas con el hedor acre de la carne quemada. Incluso en sus primeras pinturas Goya mostraba su odio hacia la Inquisición. Sus pinturas de los autos de fe eran una denuncia silenciosa de la ignorancia y la superstición desde el punto de vista de la Ilustración.
Hay una visión oscura similar de las relaciones humanas. En las primeras pinturas las relaciones entras los hombres y las mujeres están representadas alegremente, casi de una manera frívola. En los caprichos las cosas están representadas con una luz totalmente diferente. Hay escenas de violación y la venta de la virtud de la doncella por dinero. En el cuadro llamado ¡Qué sacrificio!, el matrimonio no es visto como una cuestión sagrada sino como una simple transacción económica.
Goya siempre fue enemigo de las tendencias irracionales, especialmente de la superstición religiosa. Sus fuertes actitudes anticlericales se pueden ver pinturas como La procesión de los flagelantes el Viernes Santo, pintada en el período en que se recuperaba de su enfermedad que le dejó completamente sordo. Se ve un mensaje similar en El entierro de la sardina, una comentario mordaz del tipo de superstición popular que existía en muchas partes de España y en diferentes formas. El ambiente de estas pinturas es ya una anticipación del ambiente oscuro y sombrío de su última obra.
En otra famosa pintura, Ciego tocando una guitarra, vemos a un mendigo ciego con una guitarra cantando para un grupo de damas y caballeros jóvenes bien vestidos. La descripción de estos personajes tienen el estilo habitual de Goya de ese período. Pero cuando examinamos la cara del mendigo ciego podemos discernir claramente los personajes pesadillescos de sus últimas obras. En su cara no hay nada humano. Tras de la fachada amable de la sociedad gentil se esconden las fuerzas de la barbarie y la ignorancia.
Es una observación acertada y es corroborada por cada etapa decisiva de la historia, incluido el período actual. Nos gusta pensar en nosotros mismos como seres humanos civilizados, opuestos a los salvajes. Sin embargo, la historia de la última década, por no hablar de los últimos cien años, no suministra muchas evidencias de esta creencia. En realidad, la civilización que tan cuidadosamente se ha construido durante los últimos mil años tiene una capa muy delgada. Debajo de esta capa delgada, las fuerzas de la barbarie todavía existen y pueden estallar en la superficie en cualquier momento. En realidad, las contradicciones del capitalismo moderno global están reproduciendo estas tendencias a una escala sin precedentes y las están dando un carácter particularmente convulsivo y destructivo.
Goya siempre nos habla en un lenguaje que podemos entender. Es un arte que inmediatamente se comunica con nosotros, un arte que conecta, porque tiene algo que decir. El arte de Goya tiene un alcance tremendo, desde la luz pura, translúcida y los colores frescos de las primeras pinturas a la total oscuridad del final. El arte del último período es bastante diferente. Este es un mundo de humanos que han sido arrojados a la total oscuridad, donde el único color es el negro y los únicos sonidos son los lamentos y el rechinar de dientes, el único olor es el de la muerte y la decadencia. Es una imagen de horror sin fin. Los temas son los curas corruptos, prostitutas, mendigos y brujas. Este es un mundo de demonios y pesadillas, gobernado por la ignorancia, las superstición y el caos.
La razón por la que este arte aún nos impacta de una forma tan poderosa es por que nos recuerda el mundo en el que vivimos. Eso hace estas imágenes tan perturbadoras. No reflejan un mundo muy lejano en la remota antigüedad. Reflejan el mundo del capitalismo en la primera década del siglo XXI. La impresión de violencia y brutalidad incontrolada es expresada enérgicamente en la pintura de un hombre apuñalando a una mujer desnuda. Este es un mundo de turbulencia, guerra y convulsiones, como lo es nuestro propio mundo. Nada ha cambiado, excepto que los horrores descritos por Goya se han reproducido ahora a una escala mucho mayor y aterradora.
Goya estaba ya en el pico de su fama. Había conseguir ser un artista de la corte con éxito, muy conocido y acomodado. Pero su mundo iba a ser destruido. Un año después de que Carlos IV llegara al trono, la Revolución Francesa explotó sobre la cabeza de una Europa atónita. La Revolución Francesa con su mensaje inspirador de Libertad, Igualdad y Fraternidad alimentó la imaginación de todos los que vivían en la sociedad española. Bajo su influencia se formaron sociedades secretas, como la Cerrillo de San Blas. Los progresistas ansiaban el cambio. Había un fermento de agitación.
La clase dominante española estaba aterrorizada. El ministro de Carlos IV, Floridablanca, reaccionó a la Revolución Francesa con severas medidas de represión: se prohibió a la prensa publicar cualquier información sobre los acontecimientos que se estaban desarrollando al otro lado de los Pirineos. La policía tenía orden de confiscar todas las publicaciones procedentes de Francia. Las autoridades tenían una buena razón para estar preocupadas. La corta era impopular, especialmente la reina, María Luisa, sobre la que circulaban historias de lo más escandalosas. A una crisis seguía otra. Floridablanca fue sustituido por el Conde de Aranda, que a su vez dimitió sin avisar en 1794 y fue sustituido por el famosos Manual Godoy, el favorito de 25 años de edad (y amante) de la reina.
Como la fruta pasada que ha comenzado a pudrirse, la monarquía española pendía de un hilo. La llegada al poder de Napoleón Bonaparte hizo sonar el toque de difuntos de la camarilla real de Madrid. Carlos IV, un hombre débil y nada inteligente, intentó salvarse con una política de concesiones. En 1807 España firmó un tratado con Francia, que permitía a Napoleón estacionar tropas francesas en suelo español, con el pretexto de preparar una invasión de Portugal. Al final, la que fue invadida fue España. Los elementos liberales progresistas miraban a Francia en busca de salvación, ya que Napoleón parecía ser el azote de todas las cabezas coronadas de Europa. Pero Napoleón, ese aventurero, advenedizo y sepulturero de la Revolución Francesa, tenía sus propias ambiciones dinásticas y España formaba parte de ellas.
España era un caldero hirviendo. Con la connivencia de Maria Luisa, el aventurero Godoy tomó en efecto el poder en Madrid. El príncipe coronado, Fernando, conspiró para echar a Godoy con el apoyo de la población y la mayoría de la nobleza. También intentó establecer buenas relaciones con Francia. Como parte del plan, Fernando iba a casar a una demacrada "princesa" del clan Bonaparte.
En 1808, el 17 de marzo, en Aranjuez, el patio de recreo de la monarquía española a pocos kilómetros de Madrid, todo explotó. Una multitud furiosa, con la típica impulsividad española, alentada por los agentes de Fernando, salió en tropel a las calles y quemó la casa de Godoy. Mientras la muchedumbre saqueaba su casa, el primer ministro yacía escondido en un rollo de alfombra. Godoy sólo consiguió salvarse por la intervención de la guardia. Aunque el objetivo inmediato era Godoy, el motivo era el descontento popular ante la presencia de las tropas francesas en España.
Desde este punto de vista los acontecimientos se sucedieron rápidamente. El 23 de marzo, el segundo de Napoleón, Murat, entró en Madrid. Al día siguiente Carlos dimitió a favor de su hijo que, como Fernando VI, fue bienvenido por la población con escenas de salvaje entusiasmo. Algunos incluso lanzaron sus mejores ropas bajo las pezuñas de su caballo, otros lucharon para tocar su persona. Sin embargo, una monarquía española fuerte no formaba parte de los planes de los franceses.
Carlos IV buscó la protección de su "amigo y aliado" Bonaparte, pero acabó como prisionero de Murat, que le envió a El Escorial, la residencia tradicional de los monarcas españoles en las montañas de Madrid. El nuevo rey inmediatamente chocó con los franceses que se estaban comportando como un ejército de ocupación en un país derrotado. Carlos fue llevado a Paris "para mantener conversaciones con el emperador".
Napoleón había ofrecido amistosamente actuar como árbitro entre Fernando y su padre. En realidad, Napoleón estaba preparando el envío de su hermano José a Madrid como el César español. La familia real fue tomada prisionera por los franceses en Bayona. Bonaparte jugó con ellos como un gato juega con un ratón cautivo. Primero obligó a Fernando a renunciar al trono a favor de su padre, después consiguió que Carlos renunciara a favor de sí mismo, después a unos alojamientos en Francia (en realidad prisiones), habiendo ya ofrecido el trono español a su hermano José.
Napoleón calculó mal en España porque imaginaba que España era degenerada e impotente como la monarquía borbónica que la gobernaba. No consiguió entender el temperamento revolucionario del pueblo español, como explicó Marx en su magistral serie de artículos conocidos como España revolucionaria:
"Así ocurrió que Napoleón, que, como todos sus contemporáneos, consideraba a España como un cadáver exánime, tuvo una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia [...]no ver nada vivo en la monarquía española, salvo la miserable dinastía que había puesto bajo llaves, se sintió completamente seguro de que había confiscado España. Pero pocos días después de su golpe de mano recibió la noticia de una insurrección en Madrid". (Carlos Marx, Federico Engels. España revolucionaria).
Es importante observar que si se hubiera dejado a la familia real y la clase dominante española, Napoleón habría ocupado España sin la más mínima dificultad. Los Borbones y la aristocracia se comportó de la manera más abyecta, adulando y gateando sobre sus barrigas ante los franceses. El 7 de junio de 1808 el rey José recibió en Bayona una delegación de los grandes de España y el Duque del Infantado, el amigo más íntimo de Fernando, se dirigió en los siguientes términos:
"Señor, los grandes de España en todo momento han festejado por su lealtad a su Soberano, y en ellos vuestra Majestad encontrará ahora la misma fidelidad y adhesión".
El real Consejero de Castilla garantizó al usurpador francés que "él era la rama principal de una familia designada por el Cielo para reinar". Y así sucesivamente. Sin embargo, el destino de España fue inmediatamente sacado de las manos de la nobleza cobarde y traidora. Las masas salieron a escena para salvar su país del invasor extranjero.
Bonaparte había estacionado 40.000 tropas francesas dentro y en los alrededores de Madrid. Esta fue la fuente de un serio descontento popular entre la población española. Los soldados españoles tuvieron que ceder sus barracones a los extranjeros. Hubo enfrentamientos entre franceses y españoles, con muertos y heridos. Una serie de pequeños incidentes indicaban que la situación se estaba deteriorando rápidamente. Se aprobó una orden para prohibir los aumentos de los precios de la comida y un panadero fue castigado por vender pan a los soldados franceses a precios elevados. La población ahora desconfiaba totalmente de los franceses. Existía un ambiente de furia y malhumor que en cualquier momento podía estallar en violencia. Los españoles respondieron a la propaganda de La Gaceta de Madrid, controlada ahora por Murat, pegando sus propias noticias en los muros de la capital. Esta cadena fatídica de acontecimientos llevó inexorablemente a la insurrección sangrienta del 2 de mayo.
La chispa que encendió el fusible fue un intento de los franceses de remover a los miembros restantes de la familia real española. Estas noticias fue la gota que colmó el vaso. La furia de la población hervía. El 2 de mayo 1808 la población de Madrid se levantó contra sus torturadores en una insurrección heroica pero condenada. Como los trabajadores de Barcelona en 1936, lucharon con cuchillos de cocina, palos, viejos rifles de caza, con sus manos desnudas y con los dientes, contra los soldados profesionales. Atacaron a los franceses con un loco valor. Los soldados de Murat contraatacaron, siguiendo un plan organizado de antemano. Llevaron a cabo una masacre terrible donde la caballería egipcia de los mamelucos y los lanceros polacos jugaron un papel particularmente brutal.
La población exigía armas pero las autoridades aterrorizados se negaron. A mediodía los franceses, que contaban con una superioridad militar aplastante, habían rodeado a los rebeldes que se encontraban acorralados en una trampa mortal en el centro de la ciudad. Algunos oficiales del ejército valerosos comenzaron a distribuir armas a la población, demasiado tarde. Los franceses ordenaron un asalto frontal que aplastó a los insurgentes, que fueron masacrados sin piedad. A través de esa noche mortal en los distritos de Moncloa y Príncipe Pío, los escuadrones de ejecución franceses realizaron incansablemente su trabajo de carnicería. Unas mil personas fueron masacradas en estos acontecimientos.
La insurrección es reflejada llamativamente en las dos famosas pinturas de Goya. Se dice que, acompañado por su criada agarrando una linterna, el artista visitó los escenarios de la carnicería, donde gravó en su memoria cada uno de los monstruosos detalles. Independientemente de si esto es cierto o no, las pinturas representan los acontecimientos con un realismo violento. La primera muestra los terribles acontecimientos del 2 de mayo, una lucha confusa con hombres apuñalándose ciegamente entre sí. Un hombre desesperado ataca un caballo con una daga, mientras un mameluco ricamente vestido lucha por su vida cuando es sacado de su caballo. Un joven ataca al caballo desde un lado, pero parece vacilar para hundir su cuchillo en el lomo del caballo.
La segunda pintura es una representación conmovedora de los fusilamientos de la noche del 2 de mayo, una pintura de horror constante, desarrollándose en la total oscuridad, rota sólo por la fantástica figura de un hombre con una camisa blanca con los brazos hacia el cielo en protesta por su destino mientras la hilera de soldados franceses le tienen como objetivo su pecho desprotegido. Los ejecutores son representados desde la parte trasera, así que no es visible ninguna cara humana. Ya no son humanos sino sólo una estúpida máquina de matar, obedeciendo ciegamente la orden de matar. En contraste, las caras de las víctimas son conmovedoramente humanas, una figura con camisa blanca parecido a Cristo como el punto central de una pintura llena de drama y patetismo. Los charcos de sangre en el suelo son tal reales que casi se pueden oler. Aquí tenemos arte comprometido en su forma más poderosa: no sólo la representación de los acontecimientos sino un lamento apasionado de protesta. Sólo hay una pintura similar a ésta: el Guernica de Picasso.
La Guerra Independencia (1808-1814) fue el primer ejemplo de lo que en nuestra época llamamos una guerra de guerrillas (en realidad un término inventado por los españoles que significa "guerra pequeña"). Los intentos iniciales del ejército español de luchar contra los franceses en sus propios términos fue un completo fracaso. Pero la guerra de guerrillas era otra cuestión. El terreno español, con sus mesetas y montañas accidentadas, es perfecto para este tipo de guerra de resistencia y es parte de la tradición española. Los dirigentes guerrilleros incluían a sacerdotes, nobles y contrabandistas. Lucharon no sólo contra los franceses, sino también contra los josefinos ¾ aquellos españoles que colaboraban con José Bonaparte¾ . El conflicto por lo tanto adoptó el aspecto de una guerra civil dentro de la guerra. Esto dio al conflicto un carácter especialmente feroz.
"No fueron", escribía el Abad de Pradt, "ni las batallas hostiles ni los acuerdos lo que agotaron a las fuerzas francesas, sino las molestas incesantes de un enemigo invisible que, si era perseguido, se perdía entre la población, para reaparecer posteriormente con renovada fuerza. El león de la fábula atormentado hasta la muerte por un mosquito nos da una imagen certera del ejército francés".
Estas palabras son igualmente aplicables a la situación que se enfrentan todos los ejércitos extranjeros de ocupación cuando se enfrentan a una guerra de guerrillas apoyada por toda la población, incluidas las fuerzas de EEUU hoy en Iraq. Como el ejército norteamericano, el ejército francés de la época era la fuerza militar más formidable del mundo. Pero finalmente fue derrotado, torturado hasta la muerte por un mosquito, como señalan los testigos. Las fuerzas guerrilleras realizaban ataques relámpago y después se desvanecían entre la población, como explica Marx:
"En cuanto se consumaba la empresa, cada cual seguía su camino, y la gente de armas se dispersaba en todas direcciones; menos los campesinos agregados a las partidas, que volvían tranquilamente a sus ocupaciones habituales ‘sin que nadie hiciera ningún caso de su ausencia’. De este modo resultaban cortadas las comunicaciones en todos los caminos. Había miles de enemigos alerta aunque no se pudiera descubrir a ninguno. No podía mandarse un mensajero que no fuese capturado, ni enviar provisiones que no fueran interceptadas. En suma, no era posible realizar un movimiento sin ser observado por un centenar de ojos. Entretanto, no había manera de atacar la raíz de una organización de esta índole. Los franceses se veían obligados a permanecer constantemente armados contra un enemigo que, aunque huía continuamente, reaparecía siempre y se hallaba en todas partes sin ser realmente visible en ninguna, pues las montañas le servían de otros tantos escondrijos". (Ibíd..,)
Las guerras en España ¾ y especialmente las guerras civiles¾ siempre han ido acompañadas por la crueldad más feroz y el fanatismo. Las largas guerras entre los cristianos y los musulmanes que duraron cientos de años inyectaron una nota de fanatismo religioso en estos conflictos que establecieron una tradición que sobrevivió sus causas originales. La Guerra Independencia estuvo caracterizada por la extrema brutalidad. La población civil fue la que más sufrió. En este largo y sangriento conflicto, que en muchos aspectos se parece a la guerra de Vietnam, no existían los no combatientes, hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos, todos participaban. Las atrocidades eran la norma. Nadie se salvaba. La bestialidad de esta guerra está representada por la siguiente descripción de la escena de la caída de Badajoz.
"Badajoz era un lugar terrible después de esa noche. Edward Costello del 95 recordaba: ‘Los gritos y las palabrotas de los soldados borrachos en busca de más licor, las noticias de armas de fuego y el derribo de puertas, junto con los chillidos de las desventuradas mujeres, podrían haber inducido a cualquier a creerse en las regiones de los condenados’. El soldado raso John Spencer Cooper de la 7ª de Fusileros admitió que: ‘Todas las órdenes cesaron. El saqueo estaba a la orden de la noche. Algunos cargaban con platos, etc.,; después brutalmente borrachos, y por último, eran robados por los tros. Esto duró hasta dos días después’. El teniente William Grattan estaba igualmente conmocionado por los hombres que caían ‘sobre las mujeres ya profundamente heridas y las lágrimas de los baratijas que adornaban sus cuellos, dedos y orejas. Y finalmente, les despojaban de todas sus indumentarias [...] Muchos hombres fueron azotados, pero aunque se decía que en el país que no se ahorcaba a nadie, la realidad es que cientos eran dignos de ello". (R. Holmes. Wellington, the Iron Duke, p. 161).
Está bien recordar que estas atrocidades fueron perpetradas con el pueblo español por tropas británicas, que supuestamente habían sido enviadas a España para "liberarla" de Napoleón. Esta historia sonará muy familiar para la población actual de Iraq. Las atrocidades realizadas por los franceses contra los españoles y de los españoles contra los franceses eran aún peor:
"Un oficial francés vio un hospital donde 400 hombres habían sido cortados en pedazos y 53 quemados vivos, en otra ocasión un solo soldado francés quedó vivo, aunque con las orejas cortadas, para dar fe del asesinato y la mutilación de 1.200 compañeros heridos: la experiencia le enloqueció". (Ibíd.., p. 105).
Esta fue la terrible realidad que Goya representó en su serie de pinturas en blanco y negro conocida como Los desastre de la guerra. En esta excepcional serie vemos escenas de una inhumanidad inimaginable, una espantosa brutalidad y una inexplicable crueldad, tortura, asesinato y violación. Aunque es poco probable que Goya presenciara por sí mismo estas cosas (¡no habría podido salir vivo!) debe haberse basado en noticias. En cualquier caso, la guerra es presentada aquí como un horror constante, sin adornos ni versiones asépticas. Esto se debe comparar con la forma en que se presenta la guerra de Iraq ante el mundo.
De la noche a la mañana toda la situación se transformó y con ella el arte de Goya. Se fueron las escenas de alegría bajo cielos sin nubes. En su lugar reinaba la larga pesadilla en la que los hombres se convierten en bestias y todo lo humano era desterrado, todo la luz se extinguía. En lugar de la luz brillante del sol había oscuridad, en lugar de color sólo diferentes matices del negro. La impenetrable oscuridad que es la principal característica de la pinturas de Goya de estos últimos años era sólo una expresión de toda la negrura dominante y que él veía a su alrededor. La razón de esta asombrosa transformación no se puede encontrar en el arte. Es un reflejo directo de los procesos que se estaban desarrollando en la sociedad.
La guerra independencia terminó con la expulsión de España del ejército francés, pero los horrores no terminaron con el regreso de Fernando VII a Madrid después de la retirada de los franceses. Aquí tenemos una colosal paradoja. Los cobardes y degenerados Borbones no hicieron nada para salvar su país. La guerra contra Francia sólo consiguió sacarla de las manos de la monarquía y la nobleza para convertirse en una guerra popular. Pero la comprensión de las masas campesinas era primitiva. En sus mentes confusas el movimiento de resistencia nacional se identificaba con "su" rey y "su" Iglesia. Como señala Marx:
"El rey aparecía en la imaginación del pueblo con la aureola de un príncipe novelesco agraviado y encarcelado por un bandolero gigante. Las épocas más fascinadoras y populares del pasado estaban envueltas en las tradiciones sagradas y milagrosas de la guerra de la cruz contra la media luna; y una gran parte de las clases inferiores estaba acostumbrada a vestir el hábito de los mendicantes y a vivir del santo patrimonio de la Iglesia". (Ibíd..,)
Las contradicciones que permanecían ocultas cuando los españoles se levantaron contra los franceses ahora salían a la superficie con consecuencias explosivas. Muchos españoles cultos ¾ incluido Goya¾ esperaba que de alguna manera el final de la guerra trajera consigo una mejora del régimen político. Aunque estaban dispuestos a luchar para expulsar al ejército francés de suelo español, esos patriotas no estaban en contra de los ideales políticos franceses. Miraban hacia la Revolución Francesa en busca de inspiración. En un discurso de la Junta Central de Sevilla fechado el 28 de octubre de 1809 podemos leer lo siguiente:
"Un despotismo imbécil y decrépito preparó el camino para la tiranía francesa. Dejar el estado hundido en los viejos abusos sería un crimen tan enorme como entregarte en las manos de Bonaparte".
Pero estos ideales no eran compartidos por todos. Fernando y la camarilla reaccionaria de la corte no tenían ninguna intención de compartir el poder, tenían seguidores poderosos en la Iglesia y las masas campesinas atrasadas, políticamente ignorantes, que odiaban todo lo francés. José huyó de Madrid a Burgos. La revolución avanzaba hacia su punto más alto. Simultáneamente, la alta nobleza que había capitulado ante Bonaparte juzgó prudente regresar cautelosamente al "campo patriótico" y esperar el regreso de los Borbones para ajustar cuentas con los liberales. El colapso de la autoridad central llevo al surgimiento de comités revolucionarios locales o juntas, por utilizar el término español. En muchas de estas juntas predominaban los liberales y los revolucionarios, abogados progresistas, profesores y estudiantes que anhelaban hacía tiempo un cambio.
En 1812 la marea comenzó a dirigirse fuertemente en dirección a la reforma: se aprobó la Constitución de Cádiz. En 1812 la Constitución se convirtió en la causa y la bandera de aquellos hombres y mujeres que más tarde lucharían y morirían. Pero los debates sobre la Constitución rápidamente revelaron una profunda hendidura en la nación, entre los reformistas y los conservadores, los liberales y los serviles, como se conocían popularmente. La población de Madrid se levantó repetidamente contra el ejército al grito:¡Viva la Constitución!" En esta atmósfera de odio estaba el principio de un renacimiento literario, encabezado por escritores como Larra, dramaturgos como el Duque de Rivas y poetas como Espronceda.
El renacimiento liberal chocaba con las fuerzas conservadoras de la reacción. Goya se posicionó con los liberales. El sinvergüenza reaccionario de Fernando firmó la Constitución liberal. Su regreso significaba el retorno de la reacción y el oscurantismo. Se restauró el absolutismo en España. "La persona del rey es sagrada e inviolable, no está sometido a responsabilidad", esto es lo que afirma el documento que le proclamó rey. Había una fricción constante entre el rey y las Cortes (parlamento). Esté llegó a su punto álgido en 1813 por la proclamación de un decreto que suprimía la Inquisición. El clero reaccionario y fanático agitó a las masas ignorantes contra los reformistas. Siguió un período de negra reacción.
Como siempre ocurre, aquellos gobernantes reaccionarios que se comportaban como cobardes frente a los enemigos poderosos demuestran ser los opresores más despiadados de su propio pueblo cuando tienen la oportunidad. Fernando se comportaba como un cobarde gimoteador que se arrastraba ante Napoleón e incluso felicitó a los franceses por sus victorias en España, y ahora iniciaba una campaña feroz de represión contra los liberales españoles. En un solo decreto sentenció a 12.000 de sus compatriotas a castigos perpetuos. "Olvidó" convenientemente su promesa de reconocer las Cortes e introdujo una estricta censura de la prensa y puso en movimiento a todo un ejército de espías e informadores. Las multitudes de monárquicos fanáticos gritando "Muerte a la libertad y la Constitución" arrasaban el país.
Fernando anuló todas las decisiones de las Cortes. Reestableció la Inquisición y llamó a los jesuitas que habían sido prohibidos por su abuelo. La pena de muerte se aplicaba a todo aquel que se atreviera a apoyar la Constitución o la supresión de la Inquisición. Los liberales fueron acosados, perseguidos y encarcelados. Destacados miembros de las Cortes fueron enviados a las galeras o a las prisiones africanas. Muchos oficiales liberales se fueron a América. Finalmente, los dirigentes guerrilleros más famosos, Porlier y de Lacy, fueron sentenciados a muerte.
"El reino del privilegio y el abuso había regresado, incluso hasta el restablecimiento de la jurisdicción señorial sobre miles de ciudades y aldeas [...] Los seis años siguientes se encontraban entre los más negros de la historia de España. Fernando, el monarca más despreciable que jamás ocupara el trono, dio marcha atrás al reloj, no al siglo XVIII sino al XVII, a los peores días de Felipe IV". (W. A. Atkinson. A History of Spain and Portugal.268).
Goya era un verdadero hijo de la Ilustración del siglo XVIII. Se opuso consistentemente al atrasado, al oscurantismo reaccionario que caracterizaban la vida social y la política española, y dio expresión a esto en el arte. Deseaba una España ilustrada que finalmente arrojara al cubo de la historia toda la basura medieval y feudal, que entrara firmemente en el camino del progreso.
En realidad, el espíritu de libertad no murió en España sino que sólo pasó a la clandestinidad. Las sociedades secretas, incluida la francmasonería, afloraron, organizando conspiraciones patrióticas. Cuatro meses después del regreso al trono de Fernando, la bandera de la rebelión se levantó en Pamplona. Los insurgentes exigieron la Constitución de 1812. Hubo otro intento en Coruña en 1815. Se descubrió un complot contra el propio Fernando en Madrid en 1816. Al año siguiente hubo otro intento en Valencia. Todos fracasaron y muchos pagaron con su vida. Pero finalmente, el 1 de enero de 1820 un comandante del ejército ¾ Don Rafael de Riego¾ levantó el grito de la Constitución y encontró eco entre la población y el ejército. Había comenzado el primer pronunciamiento.
Fernando sintió moverse la tierra bajo sus pies. Llegaban noticias de insurrecciones por toda España: Coruña, Oviedo, Zaragoza, Barcelona, Valencia, Pamplona. Pero el éxito de la rebelión sólo estaba garantizado por la acción de las masas. La población de Madrid tomó el palacio. El rey sólo consiguió salvarse restableciendo el ayuntamiento (el consejo democrático de la población de Madrid). Con la astucia típica de un Borbón, capituló y estuvo de acuerdo en jurar la Constitución. "Emprendamos francamente, yo el primero, el camino constitucional", esto es lo que decía el manifiesto en el boletín oficial.
La revolución había triunfado. Las prisiones se abrieron. Los refugiados políticos regresaron. El rey había jurado la Constitución. Pero en la práctica, se trataba de un simple subterfugio corrompido. Fernando nunca tuvo ningún problema en hacer juramentos porque tenía un confesor real que siempre le garantizaba la absolución. Detrás de bambalinas el rey estaba intrigando, ayudado por las divisiones y escisiones en las filas de los liberales que se habían polarizado en derecha e izquierda. Riego fue destituido con engaños y muchas sociedades patrióticas se disolvieron.
Finalmente, las fuerzas de la reacción en España se reforzaron con el rey francés Luis XVIII, que envió un ejército de 100.000 hombres a España, seguido de un ultimátum de la Santa Alianza en enero de 1823. El trienio liberal terminó. Se restauró el poder absolutista, Fernando se vengó de sus opositores. Todas las promesas se olvidaron y se desató un reinado de terror que duró para todos los tres años, seis meses y veinte días de "esclavitud más ignominiosa". Miles se fueron al exilio. Riego fue ahorcado. Otros cientos fueron enviados a las galeras y sometidos a un tratamiento tan bárbaro que incluso las fuerzas de la Santa Alianza protestaron horrorizadas.
El trabajo del joven Goya contrasta totalmente con su última época. Es como si estuviéramos en presencia de dos artistas diferentes, o dos mundos diferentes. Tomemos por ejemplo dos versiones diferentes del mismo tema, las fiestas de San Isidro, el patrón de Madrid. La primera pintura de San Isidro muestra una merienda en la rivera del río Manzanares. Todavía tiene un estilo francés, mostrando la influencia de Bayeau y Mengs. Aquí tenemos una escena cuidadosa de personas jóvenes disfrutando de una fiesta. Todo es luz del sol y color, damas jóvenes con parasoles y sus jóvenes admiradores con atavíos gallardos, los majos y las majas.
Treinta años después regresa al mismo tema en La peregrinación a San Isidro ¡pero qué diferencia! Este es otro mundo, un mundo de oscuridad y sombras negras, personas como monstruos, prostitutas, brujas, sacerdotes corruptos, asesinos y mendigos tullidos. Gatean en una procesión siniestra y tortuosa, como unas serpientes monstruosas. El paisaje es sombrío y desolador. No hay un solo elemento sano aquí. No hay Dios ni Redentor. Es una pintura sombría, oscuridad constante, pero no es una fantasía. Las caras están distorsionadas hasta no reconocerlas. Son caras de lunáticos e histéricos, macabras y amenazadoras. Aquí está la imagen de la realidad de España invadida por las fuerzas de la reacción oscurantista después de 1812.
En realidad, estamos ante la presencia tanto de un artista diferente como de un mundo distinto. Es una visión del mundo desgarrado por años de guerra y revolución, un mundo boca abajo. Y es una visión de la vejez, de un hombre que ha presenciado demasiado sufrimiento humano y no tiene idea de donde terminará. Es una visión desoladora y pesimista de la realidad. Goya está ya viejo y muy sordo. La sensación de aislamiento que conlleva la sordera debe haber profundizado más su depresión. Estas últimas pinturas ¾ sus grandes obras maestras¾ están pintadas no para la venta o ni siquiera para la exposición pública. Pintaba para sí mismo en las paredes de su casa. Son una expresión de la angustia existente en la profundidad de su alma. Es también la expresión del sufrimiento de todo un pueblo. Aquí no encontramos caras felices y risas, sólo la cara medio enloquecida de una vieja bruja con su graznido y cacareo antipático. La oscuridad ha penetrado en las mentes y las almas de estas personas, que no tienen atributos humanos. Aquí tenemos dos ancianos, donde la figura principal es un anciano decrépito, su cara contorsionada y agitada, con un demonio susurrándole a la oreja. Por otro lado hay un hombre y una mujer sonrientes, que dan aún más ambiente de pesadilla.
En la pintura conocida como Destino, el destino aparece como viejas brujas macabras. Están flotando en el aire, apoyando la figura atada de un hombre. Una de estas grotescas brujas está agarrando una pequeña figura. La segunda examina la figura a través de una lupa, mientras que la tercera sostiene un par de tijeras, cuando se prepara para cortar el frágil hilo de la vida humana. El destino es a menudo representado como ciego. Expresa la naturaleza aparentemente fortuita de los acontecimientos que parecen no tener una explicación racional. Una inspección más cercana de los acontecimientos que parecen estar gobernados no por la ley sino por el accidente realmente se pueden explicar de una manera racional. La tragedia de la mayoría de los hombres y mujeres es que no tienen ninguna concepción de las fuerzas que dominan sus vidas y por lo tanto son víctimas pasivas de la historia, en lugar de ser agentes conscientes que luchan por comprender la sociedad y luchan para cambiarla.
En palabras de Hegel: "La necesidad es ciega sólo en la medida que no es comprendida". Pero el mismo Hegel también escribió: "La razón se convierte en sinrazón". Hay períodos en la historia en que la vieja sociedad se desmorona y todas sus leyes, la moralidad y la religión ya no corresponden con la necesidad objetiva del nuevo período. Comenzando con las capas más conscientes y revolucionarias, la gente se siente descontenta con las viejas ideas, pero al principio no tiene una idea clara de cómo sustituirlas. Además, el viejo orden se niega a morir y lucha tercamente para mantenerse. La lucha de lo viejo contra lo nuevo, la vida contra la muerte, sólo puede durar un tiempo, provocando convulsiones a una escala inmensa. Si las personas no entienden la razón de estas convulsiones, que son sólo retortijones iniciales del nuevo orden, inevitablemente sacarán conclusiones pesimistas y desesperanzadoras.
Goya pintó el mundo como él lo veía, lo pinto con una honestidad audaz. Su defecto no fue que el orden social existente haya sobrevivido su utilidad y se haya convertido en un freno al progreso. En tales períodos a menudo lo racional se convierte en irracional y viceversa. En tales períodos las mentes de los hombres y las mujeres caen presa del misticismo y la superstición. Las tendencias irracionales afloran, como ocurre hoy en día. Algunas personas pensaban que Goya estaba loco. No era locura, sino que describía fielmente la locura que veía a su alrededor.
La fuente de horrores parecía no tener final. Aquí tenemos dos brujas sorbiendo sopa. Aquí dos hombres apaleándose entre sí con palos hundiéndose en un pantano o en arenas movedizas. Aquí está Saturno devorando a sus propios hijos en una comida sangrienta, caníbal y antinatural. La cara de Saturno, con su alocada expresión, es suficientemente inquietante. Pero para añadir más horror vemos el cuerpo de un hijo medio comido, su cabeza ya devorada y el resto de su cuerpo mutilado goteando en sangre. Es tal horror que esta pintura probablemente no tiene igual en la historia del arte. Es posible pintar un cuadro de horro con la intención de simplemente conmocionar a la gente. El arte de nuestra propia época está lleno de este sensacionalismo. Pero la representación de Goya del horror no tiene sólo la intención de conmocionar. Contiene un mensaje poderoso sobre el mundo donde los hombres y las mujeres se comportar entre sí como caníbales, explotando, robando y asesinando.
Una de las imágenes más turbadoras de este arte es la imagen de un perro hundiéndose en las arena movedizas. El animal está siendo arrastrado irremediablemente por una enorme ola, el color de ésta es un marrón amarillento sucio, el color del vómito. Esta imagen violenta y al mismo tiempo patética expresa mejor que ninguna otra cosa el sentimiento de impotencia de una nación arrastrada y condenada por unas fuerzas que no controla y no puede comprender. Irónicamente, la cara del perro, con su expresión conmovedora, es más humana que algunas de las caras de los seres humanos de sus últimas pinturas. Esta criatura patética representa el destino de todo el pueblo español y el del propio Goya.
Hay un aguafuerte de Goya, realizado más de una década antes, que anticipa vívidamente su humor en esta época. Es uno de los Caprichos de El sueño de la razón produce monstruos. Representa a un hombre sentado en su escritorio en la oscuridad, sosteniéndose la cabeza en un sueño obviamente angustiado. Está rodeado por criaturas de pesadilla, lechuzas, murciélagos y otras similares, que amenazan en las sombras con atacarle. El mensaje de este imponente aguafuerte es como un manifiesto de la Ilustración. Cuando la razón humana duerme, las fuerzas de la oscuridad emergen y amenazan con hundir a la sociedad. Esta es la pesadilla de Goya, pero no es una pesadilla privada, es un mensaje social.
Este aguafuerte es una anticipación exacta de su propia vida. En el período de negra reacción que siguió a la segunda restauración de los Borbones españoles, España fue arrojada a la negra noche del oscurantismo. El odio de Fernando a la libertad y el progreso se expresó muy bien en las palabras a la corona de la universidad de Cervera que comienzan: "Lejos de nosotros la peligrosa novedad del pensamiento". Incluso estas domesticadas universidades fueron cerradas durante los dos años de reinado mientras que la "Sociedad Exterminadora de Ángeles" tenía rienda suelta para el fanatismo y la intolerancia del clero que ahora controlaba la situación. España vivía una pesadilla donde las fuerzas del progreso (Razón) estaban empantanadas en un sucio pantano de reacción, ignorancia, superstición y fanatismo.
En 824 Goya abandona España, siguiendo su propia frase: "Si no puedes encender fuego en tu propia casa, abandónala". Igual que Picasso no regresó jamás a España bajo la dictadura de Franco, Goya acabó sus días exiliado en Francia donde murió en 1828, sólo dos años antes de la Revolución de Julio de 1830. Tenía 82 años de edad y no podía hablar una sola palabra de francés. Solo y sordo, apartado del mundo, continuó pintando hasta el final, en una de sus últimas pinturas escribió las palabras: "Aún aprendo".
De todos los artistas de los siglos XVII y XIX, Goya fue el más contemporáneo, el que más tiene que decirnos. Si la tarea del gran arte es buscar debajo de las manifestaciones superficiales y descubrir la realidad que hay debajo, entonces este es el verdadero gran arte. Por debajo de la fina capa de civilización residen las fuerzas oscuras, las fueras de la ignorancia y la barbarie, que en momentos críticos en la historia pueden desatarse de su correa y amenazar el tejido mismo de la civilización humana. Esto es verdad, no sólo para la época de Goya, sino también para la nuestra. Este arte es una imagen exacta de nuestro propio mundo, el mundo en la primera década del siglo XXI.
¿Por qué encontramos esas imágenes inquietantes tan familiares? En la época de Goya, el viejo orden feudal estaban en decadencia en todas partes. Sobre todo en España había sobrevivido a su utilidad y se había convertido en un terrible obstáculo para el progreso. Este obstáculo tenía que ser removido por métodos revolucionarios si España quería avanzar. En aquella época, todo lo mejor de la sociedad española, todo lo que estaba vivo, era inteligente, honesto y noble, estaba luchando para sustituir el régimen corrupto del absolutismo feudal con una nueva sociedad. El capitalismo en aquella época significaba progreso.
Pero desde entonces han pasado dos siglos. El capitalismo ya pasó su adolescencia y juventud. Ha desarrollado las fuerzas productivas y ha cumplido su función histórica progresista. Pero durante la mayor parte de los últimos cien años ha superado ese papel. El mundo entero está dividido entre un puñado de potencias imperialistas y gigantescos monopolios, está reducido a una lucha permanente por los mercados, las fuentes de materias primas y esferas de influencia. Los medios de producción están estancado, el desempleo aumenta y hay una guerra tras otra.
Lenin dijo en una ocasión que el capitalismo es horror sin fin. Los horrores que vemos en los lienzos de El Prado son reproducidos cada día a una escala colosal por la crisis del capitalismo en su período de decadencia senil. Millones mueren de hambre mientras un puñado de ricos parásitos sacian su apetito por la plusvalía sobre la sangre de niños pequeños. Comparado con esto, el Saturno de Goya parece un anciano inocente. El callejón sin salida de los medios de producción provoca monstruosidades aún peores que las representadas en Los desastres de la guerra. Sólo en el Congo, durante los últimos tres años cuatro millones y medio de personas han sido masacradas, mientras que la comunidad mundial "civilizada" mira hacia otro lado. Los niños son reclutados para el asesinato y andan por las calles con los huesos humanos como adornos. Estas convulsiones son infligidas a una tierra potencialmente rica debido a la crisis mundial del capitalismo.
El arte verdaderamente grande tiene una naturaleza que no se hace viejo y sigue revelándonos profundas realidades siglos después de su creación. Las pinturas del último y más grande período de Goya nos dicen más ahora, después de la experiencia del último siglo, de lo que decían a los contemporáneos de Goya. Y como en los tiempos de Goya, todas las fuerzas vivas de la sociedad unidas en la lucha revolucionaria contra el absolutismo feudal, hoy todos aquellos que desean defender la cultura deben unirse con la clase obrera en la lucha revolucionaria contra el capitalismo contra el nuevo absolutismo que busca someter a todo el mundo a la dictadura del Capital.
El objetivo del gran arte no es entretener, no es sólo mostrar de una manera superficial y neutral, sino penetrar debajo de la superficie y exponer la realidad que reside debajo. Para describir nuestra propia jungla capitalista, este mundo despiadado, feo e irracional, necesitaríamos algo del talento y la convicción apasionada de Goya. ¡Qué pena no tener un artista con este genio en nuestra época! La crisis orgánica del capitalismo está amenazando el futuro de la civilización y la cultura. Pero siempre hay voces valientes que protestarán contra la barbarie dominante.
La época actual es la más turbulenta y convulsiva de la historia. Esto es sólo un reflejo del hecho de que el capitalismo ha superado su utilidad histórica. Tarde o temprano, debe abandonar la escena de la historia y dejar libre el camino para una forma de sociedad nueva y superior, el socialismo. De las actuales convulsiones emergerá una nueva cultura. Los artistas y los escritores comprenderán que su lugar es luchar hombro con hombro con la clase obrera por la construcción socialista de la sociedad. Los próximos acontecimientos revolucionarios proporcionarán un amplio material para la nueva generación de artistas progresistas. Naturalmente, tendrán como punto de partida la maravillosa obra de este gran artista español.

Alan Woods

14 de julio de 2003