sábado, septiembre 29, 2012

Sin olvido. Crímenes en La Higuera.



Durante la noche y la madruga del día 9 de octubre de 1967, en la escuelita de paja y barro de La Higuera, permanecieron como prisioneros de guerrra, el Comandante Ernesto Che Guevara y el boliviano Simeón Cuba, Willy y gravemente herido Alberto Fernández Montes de Oca ( Pacho o Pachungo). Según el testimonio de pobladores de La Higuera al filo de la media noche falleció Pacho.
Al amanecer del 9 de octubre, entró al aula la maestra Julia Cortés, quien influida por los militares, tenía la intención de insultarlo y pedirle que saliera de allí. El Che habló suavemente con ella; hubo un intercambio de preguntas y respuestas. Ella quedó sorprendida y convencida de que estaba en presencia de un hombre totalmente diferente a como los militares le informaron. Salió del aula cuando un oficial, le pidió que se alejara, porque iba a aterrizar un helicóptero. Eran las 6:30 de la mañana.
Del aparato descendieron el Coronel Joaquín Zenteno Anaya y el agente de la CIA de origen cubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, que se hacía llamar Félix Ramos. Zenteno Anaya, en compañía del agente, se dirigió a donde estaba el Che y habló brevemente con él. Poco después Félix Rodríguez, en forma agresiva comenzó a insultar al Comandante Guevara, e intentó maltratarlo con violencia. Militares que presenciaron este encuentro, manifestaron que parecía que el Che conocía a esta persona y sus antecedentes contrarrevolucionarios, porque respondió con desprecio a sus insultos, lo trató de traidor y mercenario.
A las ocho y media, aproximadamente, el agente de la CIA instaló un equipo completo de una pequeña planta de transmisión de gran alcance, para enviar un mensaje cifrado a la CIA; posteriormente, montó una máquina fotográfica sobre una mesa al sol, para fotografiar el Diario del Che y otros documentos.
En las primeras horas de la mañana del 9, el dictador boliviano René Barrientos recibió una llamada telefónica desde Washington. Era de su ministro de Relaciones Exteriores doctor Walter Guevara Arce, quien participaba en una reunión de la OEA en la capital norteamericana.
Sobre esta conversación el excanciller expresó: “Cuando circuló la noticia de que el Che cayó prisionero, llamé por teléfono a Barrientos y le dije: 'Me parece vital que se conserve la vida del Che Guevara. Es necesario que en este sentido no se cometa ningún error, porque si así fuera, vamos a levantar una mala imagen que no la va a destruir nadie, en ninguna parte del mundo. En cambio, si usted lo mantiene preso en La Paz, cierto tiempo, el que sea necesario, será más conveniente, porque la gente se pierden cuando están en las cárceles, pasa el tiempo y después se olvidan.'
“La respuesta fue inmediata, él me dijo: 'Lamento mucho doctor, su llamada ha llegado tarde. El Che Guevara ha muerto en combate'. Esa fue la respuesta.
“Lo sentí profundamente, no solo por el hombre, sus características, las similitudes de apellido, sino porque me pareció un error político muy serio y me sigue pareciendo un error político muy serio, en el cual hubo muchas influencias externas, para que se cometiera este error.
“Yo estuve algo más de una semana en Washington y comencé a percibir una gran cantidad de hechos como consecuencia de la muerte del Che. El Che cayó herido, fue tomado preso. Estuvo toda la noche del día 8 de octubre. Vino la noticia a La Paz y más allá también...
“En todo este absurdo se jugaron fuerzas exteriores muy graves, para que darle más vuelta a la cuestión.” Concluyó el doctor Guevara Arce.
Mientras en La Paz, en las primeras horas de la mañana del día 9, llegó al Gran Cuartel de Miraflores Alfredo Ovando, ya se encontraban en el lugar altos oficiales, explicó que el Che se encontraba preso en La Higuera. Sucesivamente fueron llegando el comandante de la fuerza Aérea y el de la Naval. Cuando arribó el dictador Barrientos, sostuvo una reunión privada con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres. Después entraron los demás militares.
Barrientos, con el deliberado propósito de comprometer a los miembros del Alto Mando militar en la decisión, planteó el punto de la eliminación física del Che. Lo expuso como decisión, no para someterlo a discusión. Concluida la reunión se envió una instrucción cifrada a Vallegrande y Ovando se dirigió hacia el aeropuerto, donde en un avión TM‑14 partió hacia esa ciudad. Con él viajaron el contralmirante Horacio Ugarteche, los coroneles Fernando Sattori y David La Fuente, el teniente coronel Herberto Olmos Rimbaut, los capitanes Oscar Pammo, Ángel Vargas y René Ocampo.
Alrededor de las 10 de la mañana, en el humilde caserío de La Higuera, el agente de la CIA Félix Rodríguez recibió un mensaje cifrado, en cuyo texto estaba el código establecido para actuar contra la vida del Che. El agente de la CIA, en compañía de Andrés Sélich, se dirigió a donde se encontraba el Guerrillero Heroico. Estaba de guardia el joven Eduardo Huerta Lorenzetti, quien en la madrugada arropó al Che con una manta, porque hacia mucho frío , le dio un cigarro y conversó con él.
El agente de la CIA le ordenó que se retirara del lugar y el joven oficial obedeció, pero observó cuando Félix Rodríguez tratando de interrogarlo, lo zarandeó por los hombros para que hablara, le haló bruscamente por la barba y le gritó que lo iba a matar.
Huerta contó a sus amigos que como tenía que proteger la vida del prisionero, trató de evitar los malos tratos del agente de la CIA. En el forcejeo este se cayó y desde el suelo le gritó enfurecido: “¡Me la pagarás bien pronto, boliviano de mierda, indio salvaje, estúpido!”. Huerta intentó golpearlo pero Sélich se interpuso.
Unos minutos después, desde la zona de combate, trajeron el cadáver del guerrillero boliviano Aniceto Reynaga y prisionero al peruano Juan Pablo Chang‑Navarro, el Chino. El agente de la CIA empleó la violencia para que el guerrillero hablara, lo que no consiguió. En la revista española Interviú, de 30 de septiembre de 1987, refieren cómo Rodríguez utilizó una bayoneta contra el guerrillero peruano.
En conversación con Modesto Reynaga, hermano de Aniceto, efectuada en la ciudad de La Paz el 9 de septiembre del actual año (2012) manifestó que por diversas informaciones conoció que su hermano fue llevado herido a La Higuera y allí fue asesinado. Indicó que en Buenos Aires pudo conversar con el General Juan José Torres y este le confirmó la información.
Aproximadamente a las 11 de la mañana el agente de la CIA transmitió la decisión final de eliminar al Che al general Joaquín Zenteno Anaya. Poco después Ninfa Arteaga, esposa del telegrafista de La Higuera Humberto Hidalgo y en cuya casa acampaban los oficiales bolivianos, junto con su hija, la maestra Élida Hidalgo, fueron hasta a la escuelita a llevarles una sopa de maní al Che y a los otros dos guerrilleros.
Ella narró: "Los militares primero me negaron que entrara; pero yo cociné para todos, y les dije que para ellos y para los guerrilleros también era la comida. Pero a mí, como todo el mundo en La Higuera me hace caso, yo dije: este señor esta preso y tiene que comer y si no me dejan entrar para que el Che coma, no le voy a dar comida a nadie, porque la comida es mía y yo misma la cociné.
"Yo hice una sopa de maní. Los militares dijeron que yo entrara donde el Che. Dije que me dejaran sola con él para que pudiera comer tranquilo. Le solté las manos, las tenía amarradas. Él se interesó por saber si los demás guerrilleros habían comido también. Yo le dije que habían comido.
"El Che me miró tan tierno, con mirada de agradecimiento que yo nunca podré olvidar como el Che me miró. Los militares no miraban así.- Ninfa llora - Cuando yo tengo un problema grande, yo lo llamó a él, yo veo su mirada y el Che me responde..."
Zenteno Anaya le pidió a Félix Rodríguez, que se ocupara de ejecutar la orden de la eliminación física del Che, que si deseaba podía hacerlo. El agente de la CIA decidió, en compañía de Andrés Sélich, buscar entre los soldados cuáles querían ofrecerse. Aceptaron Mario Terán, Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca, los tres entrenados por los asesores norteamericanos y que en la madrugada borrachos, quieran asesinarlo.
En entrevistas de prensa, Mario Terán declaró que cuando entró al aula ayudó al Che a ponerse de pie; que estaba sentado en uno de los bancos rústicos de la escuela y aunque sabía que iba a morir, se mantenía sereno. Terán afirmó que él se sintió impresionado, no podía disparar porque sus manos le temblaban. Dijo que los ojos del Che le brillaban intensamente; que lo vio grande, muy grande y que venía hacia él; sintió miedo y se le nubló la vista, al mismo tiempo, escuchaba como le gritaban: “¡Dispara cojudo, dispara!”
A Terán le volvieron a dar bebidas alcohólicas; pero aún así no podía disparar. Los oficiales Carlos Pérez Panoso y Bernardino Huanca dispararon contra el guerrillero peruano Juan Pablo Chang‑Navarro y el boliviano Willy Cuba.
Nuevamente los oficiales bolivianos y el agente de la CIA compulsaron a Mario Terán para que disparara. A los periodistas les contó que cerró los ojos y disparó, después hicieron lo mismo el resto de los presentes. Ya habían pasado unos 10 minutos aproximadamente de la una de la tarde del día 9 de octubre de 1967. El agente de la CIA disparó también sobre el cuerpo del Che. Cometido el crimen Zenteno Anaya regresó a Vallegrande.
Los aldeanos aterrorizados por las acciones del ejército lentamente se acercaron temerosos, mostraban desconcierto ante el increíble hecho del que fueron testigos. Para los pobladores de La Higuera, un caserío pacífico, religioso y supersticioso, no era cristiano que se asesinaran a seres humanos y empezaron a murmurar con espanto que un castigo de Dios vendría a La Higuera por culpa de los militares.
Alrededor de las 14 horas del 9 de octubre de 1967, aterrizó el helicóptero en Vallegrande, del cual descendió Zenteno Anaya, lo estaban esperando los agentes de la CIA de origen cubano, Gustavo Villoldo Sampera, que se hacía llamar Eduardo González y Julio Gabriel García, y los bolivianos Roberto Toto Quintanilla y Arnaldo Saucedo Parada. Zenteno se dirigió hacia donde se encontraba Ovando con el resto de la comitiva que había llegado de La Paz. Los agentes de la CIA recogieron los documentos de los guerrilleros para efectuar un inventario.
El helicóptero regresó a La Higuera para trasladar a los muertos, pero con órdenes expresas de que el Che fuera el último.
En el humilde caserío de La Higuera, testigo del asesinato del Comandante Ernesto Che Guevara, del peruano Juan Pablo Chang Navarro y del boliviano Simeón Cuba, y de resultar ciertas las confesiones del General Juan José Torres también la de Aniceto Reynaga, narraron que los acontecimientos conmocionaron a los pobladores. Algunos soldados, arrastraron el cadáver antes de ponerlo en la camilla, para trasladarlo hasta el sitio en que lo recogería el helicóptero llegado desde Vallegrande.
Los vecinos de La Higuera y algunos militares reaccionaron indignados cuando un soldado con un palo trató de golpear el cuerpo del Che, entonces cubrieron el cadáver con una frazada; el sacerdote Roger Shiller rezó una oración y se dirigió a la escuelita, lavó la sangre y guardó los casquillos de balas con que lo asesinaron.
A las 4 de la tarde partió el helicóptero piloteado por el mayor Jaime Niño de Guzmán, transportaba, en una camilla de lona, el cuerpo del Guerrillero Heroico. Media hora más tarde aterrizaba en Vallegrande. A través de varios reportajes de los corresponsales de prensa, se conoce la repercusión que provocó en Vallegrande la llegada del cadáver.
Daniel Rodríguez, corresponsal del periódico El Diario de la ciudad de La Paz, escribió que la noticia del arribo de los restos del Che Guevara conmovió a la población, que en número crecido se trasladó hasta la pista y luego al hospital. La multitud trató de arrebatar el cadáver, pero efectivos del ejército tuvieron que esforzarse para evitar el asalto. El pueblo se volcó a la pista y estaba decidido a no permitir el traslado del cuerpo para ninguna parte, los militares desamarraron el cuerpo, sujeto a la plataforma externa del helicóptero y rápidamente lo introdujeron en una ambulancia que a toda velocidad lo condujo al hospital “Señor de Malta”.
Christopher Rooper, corresponsal de la agencia de noticias Reuter, desde Vallegrande trasmitió: “El cadáver fue retirado del helicóptero e introducido en un furgón Chevrolet que, perseguido por ansiosos periodistas que se habían trepado al primer jeep que encontraron a mano, se dirigió hacia un pequeño local que hace las veces de morgue en esta localidad. Se hicieron esfuerzos por impedir que espectadores y periodistas penetraran al recinto. En la puja se destacó particularmente un individuo rollizo y calvo, de unos 30 años, quien, aunque no llevaba insignia militar alguna sobre su uniforme verde oliva, parecía haberse hecho cargo de la situación desde el momento que el helicóptero aterrizó. Esta persona viajó, asimismo, con el cadáver, en el furgón Chevrolet. Ninguno de los jefes militares reveló el nombre de dicha persona, pero versiones locales aducen que se trata de un exiliado cubano que trabaja para la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA)…”
El periodista inglés Richard Gott, del periódico The Guardian de Londres, en su información relató acerca de la presencia de la CIA en esa población, al manifestar que desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la operación fue dejada en manos de un hombre en traje de campaña, quien ‑ y todos los puntos convergen ‑ era incuestionablemente uno de los representantes del servicio de inteligencia de Estados Unidos y, probablemente, un cubano. Y añadió:
“El helicóptero aterrizó a propósito lejos de donde se había reunido un grupo de personas y el cuerpo del guerrillero muerto fue trasladado a un camión....”
“Nosotros comandábamos un jeep para seguirlos y el chofer se las arregló para atravesar las verjas del hospital, donde el cadáver fue llevado a un cobertizo descolorido que servía de morgue.
“Las puertas del camión se abrieron de repente y el agente americano saltó, emitiendo un grito de guerra: '¡Vamos a llevárnolos para el demonio o para el carajo, lejos de aquí!'
“Uno de los corresponsales le preguntó de dónde venía él. '¡De ninguna parte!', fue la respuesta insolente.
“El cuerpo vestido de verde olivo con un jacket de zipper fue llevado al cobertizo. Era indudablemente el Che Guevara.
“Soy quizás una de las pocas gentes que lo ha visto vivo. Lo vi en Cuba en una recepción de la embajada en 1963, y no tengo duda de que era el cuerpo del Che Guevara.
“Tan pronto como el cuerpo llegó a la morgue, los médicos comenzaron a inyectarle profilácticos. El agente americano hacía esfuerzos desesperados para aguantar a las masas. Era un hombre muy nervioso y miraba iracundo cada vez que una cámara era dirigida hacia él. Él conocía que yo sabía lo que él era, y sabía también que yo creía que él no debía estar allí, ya que esa es una guerra en la cual los Estados Unidos no debían tomar parte.
“Sin embargo, estaba aquí este hombre, que ha estado con las tropas en Vallegrande, hablando con los oficiales de mayor graduación en términos familiares.”
El periodista Richard Gott afirmó que el comandante Ernesto Che Guevara irá a la historia como la figura más grande desde Bolívar, para luego añadir: “Él fue quizás la única persona que tratase de encaminar las fuerzas radicales en todo el mundo en una campaña concentrada contra Estados Unidos. Ahora está muerto pero es difícil imaginar que sus ideas mueran con él.”
El agente de la CIA Gustavo Villoldo en compañía de Toto Quintanilla llevaron el cadáver hasta la lavandería del hospital “Señor de Malta”, al depositarlo en el piso, el agente demostrando su condición moral le dio una patada; después, cuando lo subieron al lavadero, le golpeó el rostro. Por su parte, Toto Quintanilla tomaba las huellas dactilares y ordenaba que fuera llamada una enfermera.
Esa noche estaba de guardia Susana Osinaga, quien, con ayuda de Graciela Rodríguez, lavandera del hospital, procedió a lavar el cuerpo del Guerrillero Heroico.
Los médicos José Martínez Caso y Moisés Abraham Baptista extendieron el certificado de defunción. Por disposición de los militares, le suprimieron la hora del fallecimiento. De igual manera obligaron a los médicos a realizar la autopsia y a inyectarle formol, para esperar el arribo de un equipo de peritos argentinos.
En el hotel Santa Teresita de Vallegrande, los agentes de la CIA y los militares bolivianos festejaron la muerte del Che. Félix Rodríguez abrió una botella de whisky y brindó a los presentes.
Mientras en el caserío de La Higuera, el sacerdote Roger Shiller convocó a los pobladores para oficiar una misa por el Che Guevara y sus compañeros asesinados. Todos asistieron llevando velas. El silencio fue absoluto y muy impresionante, nadie entendió por qué fueron asesinados. El sacerdote pronunció las siguientes palabras: “Este crimen nunca será perdonado. Los culpables serán castigados por Dios.”

Froilán González y Adys Cupull.

Más ricos... más pobres



La noticia estalló justo cuando estaba yo por dejar Alemania para regresar a la Argentina. Los titulares de los diarios lo decían todo: “Certificado de pobreza para un país rico”, “Los ricos de Alemania cada vez más ricos”, “Los pobres siguen pobres; los ricos, más ricos”. Y los que titularon así no son diarios de izquierda, no. Dos de ellos son de tendencia liberal y el otro, conservador. Sí, el informe oficial del gobierno conservador-liberal de Alemania fue como un campanazo de alarma. Ese informe oficial fue presentado por la ministra del gobierno Von der Leyen, del conservador Partido Demócrata-Cristiano. Es decir, no son cifras elaboradas por la izquierda o por algún centro de estudiantes. No. Es nada menos que el informe oficial. Pero en ese informe hay más para asustarse: se ha comprobado que el 10 por ciento de la población posee el 53 por ciento de la riqueza nacional; el 40 por ciento (que conforma la clase media) posee el 46 por ciento de esa riqueza; y el resto, el 50 por ciento de la población, es decir, la mitad de los habitantes totales posee apenas el uno por ciento de la riqueza. Sí, tal cual. Parece increíble. Pero, repetimos, fue presentado oficialmente por el propio gobierno.
Por supuesto, el debate comenzó en todas las esferas. “Alemania no es pobre, pero cada vez más se abre la tijera de la diferencia entre ricos y pobres”, dice con algo de tristeza el diario conservador de Bonn General Anzeiger. Los socialistas salieron a la palestra exigiendo el aumento de los impuestos a los magnates acaudalados. Y en seguida la respuesta conocida: no, no se pueden aumentar los impuestos a los ricos porque si no se llevan esa riqueza a otro país. Y dejan sin trabajo a la gente. Un conocido argumento basado en el miedo a quedarse sin ricos y convertirse todos en pobres. El periódico Frankfurter Rundschau es fuerte en su editorial bajo el título “Así no puede seguir”. Y comienza: “Los alemanes son cada vez más ricos. No es así, la verdad es que los alemanes ricos son cada vez más ricos”. Y llega a la conclusión de que se ha llegado a eso por “la repartición totalmente desigual de la fortuna pública”.
Eso ocurre en la denominada “joya económica de Europa”. El análisis del reparto de la riqueza en los Estados Unidos de Norteamérica daría cifras para asustarse y quedarse mudo. Y entonces nace la obligada pregunta fundamental: ¿ésas son las auténticas democracias? ¿La palabra democracia no tendría que estar uniendo las palabras libertad con igualdad? Todo lo contrario: cada año, en esos países “modelo” aumenta la desigualdad. Por ejemplo, en Alemania, en 2008, el 10 por ciento que conforma la franja de los pobladores más ricos contaban con el 45 por ciento de la fortuna privada total; cuatro años después esa parte ha subido el 53 por ciento. ¿Qué pasará dentro de diez años? Mientras tanto, Alemania tiene cerca de tres millones de desocupados que cobran una ayuda por cierto muy modesta. El diario bávaro Münchner Merkur titula “Dinamita bajo el fundamento de la democracia” y protesta porque cada vez más “la democracia es desgastada por una masa de población que se va empobreciendo mientras aumenta cada vez más la riqueza de la clase alta”. “Alemania se ha convertido en una sociedad de clases”. La única democracia que poseen los pobres es poner el papelito en las urnas cada dos años, igual que los ricos. Y aquí cabe de nuevo la pregunta: ¿es ésa una auténtica democracia?
Un golpe severo para el gobierno de su propio partido, la Democracia Cristiana acaba de ser asestado por uno de los hombres fundamentales en la historia de ese partido político, Heiner Geissler, que fue secretario general de esa organización durante doce años (desde 1977 a 1989). En el congreso partidario de Rhein-Sieg declaró que “El mundo ha caído en el desorden porque la política y la economía han perdido sus fundamentos éticos”. Y agregó mencionando al gobierno de su propio partido: “ya no poseemos nosotros una economía social de mercado sino llanamente el capitalismo”. Y dio esta meta: “necesitamos un sistema de mercado social-ecológico internacional. Ahora se ahorra a costo del ser humano. Esto lo tiene que tener en claro la Democracia Cristiana porque actualmente hay en el mundo dinero como trigo y dinero como mierda. Y nos representa la gente falsa”. De paso criticó a la Iglesia Católica diciendo: “La Iglesia no tiene que renunciar a sus obligaciones sociales, y no sólo dedicarse a la liturgia y a un falso alejarse de lo llamado mundanal”.
Algo para reflexionar. Y es que no salieron estas palabras de algún “agitador” de izquierda, sino de un hombre de la escuela de Adenauer y Kohl.
Ante las realidades lo bueno es que comience por fin un debate constructivo que ayude a salir de la crisis en que se encuentra el continente europeo.
Regreso a Buenos Aires. Me encuentro con mi amigo de muchos años, el pastor evangélico Arturo Blatezky, representante de la comunidad luterana alemana en la Argentina. Lo veo al borde de la de-sesperación. El tiene en Quilmes un comedor infantil y además instituciones pedagógicas en las que asiste a niños de villas de extrema pobreza en esa localidad bonaerense. Yo he visitado esos lugares y admiro a este hombre y a sus ayudantes. Dar de comer a los niños más humildes de nuestra sociedad que tienen hambre. ¿Qué mejor papel hay en la vida que eso? Los niños. Ver sus ojos. Llenarlos de esperanza y mostrarles la mano abierta que le niega la realidad.
Me explica: desde hace meses, el gobierno bonaerense no da la ayuda estipulada a los comedores infantiles ni paga las becas para los asistentes que mantienen con su trabajo esos lugares tan necesarios para mantener la paz y alejar la violencia de nuestras ciudades: los niños con hambre, los niños que necesitan sonrisa a través de las manos docentes que los ayudan a soportar su destino no buscado.
En este hombre y en su mujer, Claudia Lohff, existe una pasión por la ayuda a los más desamparados de nuestra sociedad, los niños de nuestras villas miseria y sus madres. Primero crearon el jardín maternal Los Angelitos y luego el jardín de infantes El arca de los niños. Los he visitado varias veces, son lugares en los que los niños se sienten felices, se los oye reír, conversar, gritar, pegar saltos de alegría. Es crear vida sostener esos lugares. Crear futuro sin violencia. Son totalmente gratuitos, para niños de 3 meses a 5 años, funcionan de lunes a viernes de 7 a 17 horas. Se les dan a los niños tres comidas diarias, se los cuida en la salud y la higiene, y se les da actividades pedagógicas, descanso y recreación. Concurren 130 niños y niñas de las familias más pobres y desprotegidas de las zonas marginales de Quilmes. Acompañan a las madres y a los padres (si los hubiere) en sus gravísimas dificultades de supervivencia diaria. Son todas familias consideradas “de riesgo”, sin trabajo, en viviendas absolutamente precarias, en hacinamiento, con problemas de alcohol y drogas, o con sida, violencia familiar, abuso de menores y la discriminación que sufren diariamente por parte de la “sociedad”. Es decir, estas manos abiertas ayudan a que se respeten los Derechos Humanos del Niño. El pastor Arturo Blatezky pertenece al Movimiento Ecuménico de los Derechos Humanos (MEDH) y protegió en este lugar quilmeño a familias de desaparecidos, presos y perseguidos por la dictadura militar.
Para el funcionamiento de estas increíbles iniciativas contó con el apoyo de organizaciones de derechos humanos de Alemania. Son ya tres décadas de existencia y por supuesto dependen en gran parte de las ayudas estatales de la provincia de Buenos Aires, que ahora no reciben más y la situación es muy difícil por el aumento de los costos de alimentos y servicios. De pronto, la obligación profundamente moral que tienen las autoridades provinciales fue olvidada o postergada. Por eso, el jueves pasado, más de cuatro mil personas hicieron una marcha hacia la casa de gobierno de La Plata a pedir al gobernador Scioli su inmediata intervención. Pero pese a todos los trámites realizados, no fueron recibidos.
No podemos dejar de dedicar estas líneas a este profundo problema de nuestra sociedad. Creemos que finalmente las autoridades reflexionarán. Se trata de nuestros niños. Sí, nuestros, porque nos pertenecen a todos como sociedad y somos responsables de ello. Nunca más permitir niños con hambre en nuestras calles. Nunca más. Es un deber de todo país democrático.

Osvaldo Bayer

Federico Urales o la difusión cultural como militancia



Federico Urales cuyo nombre real era Joan Montseny i Carret (Reus, 1864-Salon pour Vergt, Dordome, 1942)., fue, sino el más importante, si el más reconocido de los intelectuales anarquistas hispanos. Este reconocimiento no es ajeno al hecho de que Federico fue cabeza de la familia de intelectuales más influyente de la historia del anarquismo. Su enorme laboral expresa tanto el enorme esfuerzo divulgativo llevado a cabo por lo que fue casi una “pequeña industria” cultural comprometido, como las significadas debilidad de una propuesta que no reflexionó sobre el cómo, cuando y sobre todo, con quienes, se iba a desarrollar una propuesta social que significaba –nada ás y nada menos- un mundo nuevo.
El padre de Juan había sido republicano en tanto que su madre fue carlista; su infancia distó mucho de ser feliz. Desde muy pequeño trabajó en el oficio de tonelero, siendo en este ramo donde inició su militancia dentro de la FRE. Por su natural y brillante inteligencia fue animado por uno de sus maestros a proseguir sus estudios, cursando la carrera de magisterio que orientó hacia la educación integral de su clase social, al igual que tanto y tantos maestros que identificaron sus sueños de liberación con el naciente movimiento obrero.
Después de una breve relación con el sector marxista de la Internacional y de una correspondencia con Pablo Iglesias, Urales se delimitó hacia el anarquismo en 1887, fecha en que fue detenido por primera vez. Se casó con Teresa Mañé igualmente conocida por su sobrenombre de soledad Gustavo, en 1891 y por lo civivil; en 1892, la pareja se instala en Reus. Es detenido por su protesta la represión antianarquista en Jerez y en 1896 por los acontecimientos de Cambios Nuevos, siendo encerrado durante un año en la prisión de Montjuich y desterrado, viviendo en Liverpool. Regresa clandestinamente a Madrid y lleva, junto con el republicano Lerroux, una brillante campaña contra la represión. Durante la causa y en 1898 funda la legendaria La Revista Blanca, y al año siguiente aparece un suplemento no menos famoso, Tierra y Libertad.
En la primera colabora prácticamente lo más nutrido de la «generación del 98» (Azorín, Unamuno, Baroja, Maeztu, etc.), así como las plumas más famosas del anarquismo y del librepensamiento internacional. Sus actividades a principios del siglo XX, son muy intensa; conferencias anarquistas, polémicas sobre el quijotismo y la religión (con Unamuno)…Urales fue acusado insidiosamente de enriquecerse en los medios radicales pequeño burgueses (Azorín, José Naskens, Julio Camba), y después de pasar por la prensa liberal, abandona en 1905 la actividad militante para dedicarse a la agricultura, aunque todavía se ve envuelto en una controversia con los constructores de la ciudad Lineal que le acarrea el destierro de Madrid.
En Barcelona, Urales trabajará como periodista y comediógrafo y entra en disputa con la tendencia sindicalista a la que se opone. Urales «veía la libertad, la anarquía en su conjunto y no quería empequeñecerla por especificaciones y exclusivismo» (Nettlau). Se mantiene dentro del «anarquismo sin adjetivos»; comprensivo con todas las variantes de este, y también ante la necesidad de la violencia; crítico y escéptico delante de la pacífica y gradualista versión tolstoniana mientras que oscila entre la variante espontaneísta y la sindicalista. Urales empero, advierte, al igual que su compañera, sobre las pretensiones de una alternativa de revolución social reglamentada por los sindicatos,
Desde esta desconfianza, Urales polemiza con los teóricos de la recién surgida CNT que, de hecho, boicotea La Revista Blanca. Urales sí asimilará el legado de Ferrer i Guardia con matices aunque la cuestión pedagógica es una de sus pasiones que desarrolla en una ingente labor de divulgación que comprende la traducción constante de todos los clásicos del anarquismo y del librepensamiento, la divulgación de sus vidas, ejemplos e ideas, así como el impulso de una aportación (todavía por catalogar) enorme de folletos y de novelas didácticas… Se siente incomprendido y ajeno al prestigio de los intelectuales atribuyendo a criterios sociales su marginación dentro de la Cultura, él está por la revolución, ellos por los honores. Sin embargo, entre los trabajadores conscientes, su prestigio será enorme.
Urales se aviene a una colaboración estrecha con el sindicato y también justifica la FAI como un medio de acratizar el sindicalismo. Confía abiertamente en la acción directa y en la huelga general pero rehuye la organización, enfatiza sobre todo la alternativa libertaria que viste con ropas anticlericales y de un fuerte contenido moralista. La revolución ha de permitir la recuperación del contacto pleno con la naturaleza, el desarrollo de los hermosos sentimientos, el impulso de relaciones libres… Urales raramente se compromete con la acción cotidiana y cuando lo hace surgen los problemas con otras personalidades libertarias, lo que le amargará un tanto la existencia.
Así por ejemplo, su firma se encuentra en un Manifiesto a favor de los Aliados durante la Gran Guerra, lo que no le impide seguir haciendo una denuncia general de la guerra, un texto que causó la indignación de los antimilitaristas como Malatesta. Durante la guerra civil sorprenderá dando un firme apoyo al ministerialismo: «Políticos –dirá- lo fueron los anarquistas, no al pedir participación en los destinos de España, sino antes: al coger el fusil para influir en aquellos destinos… Sacrificarnos por una causa que podría beneficiar sólo a un sector político, sería tonto. Hace tiempo dijimos: antes que la dictadura burguesa, la proletaria. Ahora exclamamos: antes que la victoria del fascismo, cualquier arreglo con los que, sí no están con nosotros, están cerca de nosotros».
La derrota le lleva a los campos de concentración de St Lauren, Montpellier y finalmente el gobierno vichysta le asignó el lugar de residencia donde iba a fallecer.
Urales no se ha reeditado mucho aparte de las antológicas que se han hecho sobre La Revista blanca. Entre sus múltiples trabajos de escritura de diverso tipo, cabe destacar: Las preocupaciones de un despreocupado; Dos cartas, ambas con Teresa Mañé (1891), Ley de vida; Sociología anarquista; Consideraciones sobre el hecho y la muerte de Pallás (1893), El proceso de un gran crimen (1895); La religión y la cuestión social (1896, Honor, alma y vida (1899), Ley de herencia (1900), La anarquía. Conferencia en el Ateneo de Madrid (1903), Sembrando flores (1906), Una pelotera (1909); Los grandes delincuentes, El sindicalismo español. Su desorientación (1923), La abolición del dinero (1924), Consideraciones sociales sobre el funcionamiento de una sociedad sin gobierno (1926), La anarquía al alcance de todos (1928), La evolución de la filosofía en España (1929, reeditado en 1977 por Laia, BCN, con un estudio preliminar de Rafael Pérez de la Dehesa); Mi vida, 2 vols (1924-1930), Los municipios libres; El ideal y la revolución (1932), La barbarie gubernamental, Pedagogía social; El anarquismo y sus virtudes (1933).
En ediciones no fechadas se encuentran: El último Quijote, Los hijos del amor, Renacer, Mi Don Juan, Los mártires, Por qué no somos comunistas, El fanatismo contra el amor, Flor deshojada, La conquista del pan, El aventurero desventurado, y un largo etcétera. Aparte de las evocaciones de su hija, cabe anotar la obra de Agustí Segarra, Federico Urales y Ricardo Mella, teóricos del anarquismo español (Anagrama, BCN, 1977), El cuento anarquista. Antología (1880-1911), a cargo de Lily Litvak (Taurus, Madrid, 1982), la obra de Marisa Siguán Boeehmer, Literatura popular libertaria. Trece años de «La Novela Ideal» (1925-1938), (Península, BCN, 1981).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

1977: la Diada obrera y nacionalista



Con ocasión de la última Diada, sin duda la más masiva y la más contundente de toda la historia, se ha vuelto a hablar del precedente del 11 de Septiembre de 1977. Entonces, se cifró de un millón (de segadors, se añadía citando otro evento del imaginario catalán), aunque luego, estudios más fiables cifran en alrededor de 750.000 asistentes, más o menos…Celebrar. Conmemorar una derrota nacional, es algo inusual, sin duda extraordinario. No sé de nada parecido por más que en otros lugares no faltan motivos. Podrían haberse dado 11-S en Castilla en honor a los comuneros; en Galicia con los “Hermandiños”, o en Valencia con las “Germanias”, o en Andalucía con la despreciable expulsión de los “moriscos”, pero no ha sido así.
Es evidente que ante semejante torrente humano, hay que hablar de cifras aproximadas. Lo cierto es que en aquel lejano día era imposible caminar incluso por las calles adyacentes, y cuando la cabeza llegó a su destino, todavía quedaba mucha manifestación que no había dado el primer paso. El ambiente era exaltado, los más viejos podían rememorar el 14 de abril de 1931 (cuando la alegría del pueblo ocupó las calles de la ciudad), o el legendario entierro de Durruti. Era el primer Once de Septiembre legal que se celebraba en Barcelona desde que la barbarie franquista ocupó Cataluña como antes había ido ocupando el resto del Estado.
El primer 11-S legal que se quiso celebrar en Barcelona fue el anterior. Efectivamente, en 1976, la Assemblea de Catalunya tenía previsto hacer la manifestación en Barcelona, y lo siguió pensando en hacerlo cuando el Gobierno Civil que seguía las órdenes que desde Madrid impartía el inevitable y siniestro Martín Villa, pero finalmente optaron por la negociación. Algunas de las propuestas gubernativas fueron “de coña”, por ejemplo, sugirieron un teatro, pero finalmente se optó por Sant Boi, un pueblo del Llobregat famoso sobre todo porque ubicar el “manicomio” (“Tenías que estar en Sant Boi”, se decía de alguien que se consideraba “majareta”, así iban las cosas), que aquel día se llenó de una riada humana que, en buena medida, prefiguraba lo que sería el año siguiente. Situado en discrepancia, uno no pudo por menos que sentirse identificado con la honesta advertencia de Jordi Carbonell: “Que la prudencia no nos haga traidores”. Nadie imaginaba hasta qué extremo llegaría la prudencia.
Un año más tarde habían cambiado bastante las cosas, ya no estamos en vísperas de casi todo sino después de las elecciones de 15 de junio, las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1977 aunque ahora la prudencia tenía un mandato: ganaba la derecha o la derecha. En Cataluña, aunque la mayoría votó por el PSC-PSUC. También gano la derecha, pero aquí hizo falta una maniobra: traer a Tarradellas, el President de la Generalitat en el exilio, lo que demostraba por sí hacía falta, que cuando a la derecha le servía un republicano, venía a decir lo mismo que Groucho Marx, “Estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”… Pero todavía había “marcha”, y el pueblo ocupó las calles. Nunca se habían visto tantas senyeres. Las había por todas partes, eran el elemento unificador, se combinaban con todas las demás. Pero no estaba sola, ni mucho menos. También estaban las rojas del movimiento obrero, más ikurriñas, cubanas, y las verdiblancas de los emigrantes andaluces. Hay que recordar que el Partido andalucista obtuvo dos diputados en el primer Parlament…
A las nuevas generaciones quizás les cuesta imaginar toda la masa que arrastraba el
PSUC en aquel tiempo. Me acuerdo que el “tovarich” José Borrás decía que “el PSUC le pegaba una patada a una lata y salía una asamblea”. Estaban en todas partes, sobre todo entre la gente trabajadora de las empresas y los barrios, Los socialistas tuvieron que sacar pecho pero no había comparación posible. Al menos a mí su grito “!Visca, visca, visca, Catalunya socialista¡”, me suscitaba descreimiento. Parece obvio que no podían referirse a un régimen socialista, aunque por aquel entonces hasta Jordi Pujol y otros, se reclamaban de una socialdemocracia como la sueca, o sea la de Olf Palme, ya me dirán. Todavía el PTE arrastraba un torrente inusitado de personal. No en vano se decía que habían reunido medio millón de personas en un acto electoral –con ERC que se acababa de despertar pero que colocó a Heribert Barrera como diputado-, aunque quizás fuese la mitad. Otros grupos menores de la izquierda radical y del independentismo catalán (PSAN) hacían lo posible por hacerse oír, y creo que la LCR lo conseguía gracias a un potente megáfono y a la voz potente de pletórico Pau Pons que metía el dedo en la llaga de lo que se estaba fraguando.
También se hicieron notar los colectivos más diversos, sindicatos, asociaciones de vecinos, entidades varias como la Coordinadora de Disminuidos que se encontraban en pleno apogeo, y que según me contaban, habían tratado de ponerse unos metros por delante de la cabecera ocupada por las patums, o sea los que la Asamblea de Cataluña había decidido, pero no le dejaron. Luego vino el declive, y la Coordinadora se desmoronó desde dentro. Allí estaba toda la gente que se movía, y otra gente que se empezaba a mover.
Se gritaban sobre todo las consignas de la Assemblea de Catalunya que aquel día se despedía: llibertat que algunos ya creían en la mano, la amnistía que se entendía en una única dirección, la gente que seguía presa o perseguida por luchar contra el régimen, y Estatut d´Autonomia, sin muchas más precisiones aunque en aquel tuvo lugar una campaña en los medios explicando que la experiencia del 6 de Octubre de 1934 no se podía repetir. Fue una de las cosas que más claramente declaró Tarradellas contra el que un pequeño sector de la manifestación gritábamos: “!Fora Tarradellas, no volem titellas¡”. Detrás de todo esto venía prefijado por un acuerdo entre la Assemblea de Catalunya y Coordinación Democrática se comprometieron el 26 de mayo de 1976 “a apoyar para las restantes nacionalidades y regiones del Estado español el derecho al reconocimiento de su personalidad y de los correspondientes derechos políticos”. Dicho de otra manera: la generalización de las autonomías fue un acuerdo firmado por toda la oposición dos años y medio antes de promulgarse la Constitución. Un Estado de las Autonomías diseñado contra el derecho de autodeterminación.
Detrás de todo aquel movimiento desde abajo existía otro pacto muy diferente. Gracias a la influencia del PSUC, de aportaciones como las efectuadas por Manuel Sacristán que, en líneas generales, eran acopetadas por la izquierda radical, se había establecido un compromiso en el que la lucha por la libertad nacional de Cataluña se establecía como parte de una lucha general por los derechos democráticos y sociales, todo vistos como una misma cosa. No era de otra forma como se explicaba cuando alguien en tal o cual asamblea o reunión ponía en cuestión que “Cataluña tuviera que ser distinta al resto de España”. Era cuando se le respondía al trabajador en cuestión –y recuerdo un vecino que trabajaba en la SEAT y que era un poco duro de molleras, un estalinista bastante especial que militaba en la CNT con el que las relaciones podía producir chispas-, se le argumentaba que Cataluña tenía su propia historia, que el franquismo había tratado de aniquilar la cultura y las instituciones catalanas, que el catalanismo democrático era antifranquista. Y solía añadir: “…lo mismo que defendemos los derechos de los trabajadores, también defendemos los derechos democráticos, etc, etc”. O sea que se podía hablar de dos caras de una misma moneda.
Como consecuencia del protagonismo del movimiento obrero en la lucha antifranquista los derechos nacionales eran vistos como una prolongación, y como consecuencia de la orientación política dominante en dicho movimiento –comunista oficial por razones históricas muy precisas-, lo mismo que el discurso de las conquista se fue “jivarizando” para quedar en el sistema de la “negociación” sin movilización, se adoptó el Estatut de Sau de 1979, que quedaba a mil años de las pre4tensiones del 6 de Octubre del 34 porque nadie quería ver a los militares en el balcón de la Plaça Sant Jaume. El tiempo que sigue vendrá marcado por el abandono de los dioses de la izquierda, y por el contrapunto del ascenso de los dioses del nacionalismo lingüístico y conservador. Un plato en el que también comerá a una izquierda hasta cuando presume de “transformadora”, se limita a las reglas del juego de la gestión de un sistema en el que todo está atado y bien atado.
En los últimos tiempos, el viento ha comenzado a soplar en otra dirección. Hemos asistido al impulso del vibrante 15M catalán donde, sobre todo en Barcelona, las exigencias nacionalistas fueron rechazadas porque podrían causar división en un movimiento que apunta contra el despotismo neoliberal…Ahora acabo de asistir a la confirmación clamorosa de una apuesta independentista contra el despotismo españolista –me pregunto: ¿cómo se puede hablar del hecho nacional sin mencionar la prepotencia españolista?- surgida desde la Cataluña profunda, y a la cual CIU no podía dar la espalda si no quería hacerse el “harakiri”. Sobre el papel, el encaje entre una parte y otra no resulta fácil, sin embargo, me parece evidente que por debajo de este independentismo subyace el mismo malestar ciudadano y social. Nuevamente se plantea la necesidad de caminar con las dos piernas.

P.D. Como supongo que alguien preguntará sobre mi “nacionalismo”, quiero responder que siempre he creído en aquello que decía Paul Lafargue: “Sois todos hermanos y todos tenéis un enemigo común: el capital privado, sea prusiano, británico o chino”. Sin internacionalismo, sin una dimensión social antiburguesa, el nacionalismo apesta. Pero hay muchos nacionalismos, y creo que en mayor o menor grado todos los somos. La vocación internacionalista no tiene porque estar reñida con la nacional lo mismo que el afecto por tu madre no te impide estimar a los demás, especialmente a los de abajo, a los que sufren miseria y opresión. En cuanto al asunto tan controvertido de las identidades, el internacionalista también se siente español en el extranjero (aunque como decía Sacristán sea la España que quede una vez los demás escojan su relación con ella), andaluz o mestizos como nos sentimos los de procedencia emigrante. Sí hay un referéndum, yo lo tengo claro: votaré independencia. Primero por afinidad con una mayoría que se moviliza por sus derechos, y después porque esta España grande de los Borbones y sus espadas, me avergüenza.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

viernes, septiembre 28, 2012

Heriberto Quiñones, una tragedia comunista



Quiñones es el segundo por la derecha

La lucha de la memoria contra el olvido tiene muchos, muchos nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el de Heriberto Quiñones, sobre el que se ha efectuado alguna que otra referencia...
La lucha de la memoria contra el olvido tiene muchos, muchos nombres. Uno de ellos, y muy especial, es el de Heriberto Quiñones, sobre el que se ha efectuado alguna que otra referencia a algunas de las necrológicas dedicadas a Santiago Carrillo que fue su camarada, aunque parece ser que no mucho. Su historia recuerda novelas como La orquesta roja de Gilíes Perrault, de la que guardo la traducción que Javier alfada hizo para Laia, Barcelona, 1974, pero que los lectoras podrán encontrar otra más reciente en Txalaparta. Casi como la trama de Leopold Trepper, la de Quiñones tienen una potencia de historias como la de Ignace Reiss, contada por su compañera Elizabeth Poretski en Los nuestros, entre otras cosas porque todo fue cierto.
Quiñones nació en 1907 en Moldavia pero no se llamaba para nada como decía, ni nunca desveló su verdadero nombre. Sí se sabe que llegó a España en 1932 como dele­gado de la III Internacional en su fase más izquierdista y enloquecida (Stalin había dictaminado que la socialdemocracia y el fascismo no eran adversarios sino hermanos gemelos), pero lo suyo no era la reflexión teórica. Como otros muchos militantes anónimos de la época, como Jan Valtin, Quiñones desarrolló su misión militante sucesivamente en Astu­rias, Valencia, Mallorca, Menor­ca, Cataluña y Madrid. Políglo­ta y revolucionario de oficio, fue un sin patria experto —usó mu­chas identidades y acentos— amén de un agitador heroico y despótico en nombre de la revolución. Alguna vez argumentó contra un adversario que no entendería otra razón que el plomo, dando muestra de la fe del carbonero, como cuando en 1934, afirmó que "el régimen sovié­tico terminaría con el hambre, la miseria y la opresión".
Fue un exponente de la buena fe de muchos militantes excepcionales que representaron los que Isaac Deutscher llamaba “el heroísmo burocrático”; estaban dispuestos a morir por unas ideas que no se atrevían a discutir.
Durante los años treinta, A Quiñones, fue detenido muchas veces, hasta que enfermo carcelario de tu­berculosis, se le anticipó la trage­dia cuando en 1936 fue ejecuta­da por los militares rebeldes su compañera, la también mítica dirigente comunista mallorquina Aurora Picornell, que estaba em­barazada; ambos tenían una hi­ja, Octubrina Roja, que la ver­dad católica del franquismo re­bautizó como Francisca. Quiñones fue fusilado en Madrid en 1942 por la dictadura de Franco, después de ser detenido por sus actividades por recomponer una resistencia que la dirección del partido había dejado para la tropa. Se sabe lo llevaron al paredón atado a una silla, paralítico, con la co­lumna vertebral rota por las tor­turas. Sólo movía la cabeza, los ojos y la lengua y en la tapia gritó: "Viva la Internacional".
Pero lo más terrible de todo esto es que el partido por el que lo había dado, le denostó durante décadas, lanzó el fuego de la sospecha sobre su verdade­ra personalidad y le censuró por "aventurero, audaz y sin escrú­pulos", en su actuación para re­organizar en la inmediata pos­guerra a los comunistas supervivientes, para socavar el nuevo ré­gimen que había derrocado a la República.
Afortunadamente existe un trabajo muy importante de recuperación, la obra del historiador David Ginard, Heriberto Quiñones y el movimiento comu­nista en España (1931-1942), publicado Compañía Literaria-Documenta Balear, Palma- Madrid, 2002…En sus densas páginas, Girad traza el perfil y la peripe­cia política del controvertido novedad la reconstrucción de la detención, declaraciones policia­les, material de la organización clandestina y la causa del conse­jo de guerra contra quien fue máximo dirigente interior del PCE. Paul Preston escribe en el pró­logo que "el libro se lee como una novela de espías" y afirma que Ginard "ha iluminado uno de los mayores misterios de la historia española de los años 30 y 40".
Página a página, el estudio de Girard nos permite acercarnos con concreción a la vida de uno de aquellos cuadros "de tercer orden" de la Interna­cional comunista, un moldavo cuyo ver­dadero nombre ni se sabe, cuyo lugar exacto de nacimiento se presume, al que el franquismo atormentó como a Cristo por el intento de reconstruir el Partido comunista en el interior de España, y al que ese propio partido cubrió después de oprobio. La fluidez de la escritura de Ginard só­lo es posible tras un meticuloso trabajo de investigación que ha combinado testi­monios orales y un trabajo en archivos y hemerotecas muy notables con una muy sólida implantación conceptual: no sólo ha obtenido muchos datos sino que su mirada es inobjetable.
Ginard se atiene escrupulosamente a los hechos. Relata las actividades de Qui­ñones en España con cierto detalle duran­te la guerra civil. El personaje no resulta simpático pero sí muy notable: parece una persona políticamente informada pe­ro probablemente sectaria; una persona, además, muy segura de sí misma, y en más su tarea política. Se negó a irse de España y siguió luchando en las condi­ciones que imponía la derrota en la gue­rra civil.
Se sabe que el PCE afrontó muy mal el final de la guerra. Probablemente en Asturias y en los Pirineos se ocultaron armas para la resistencia guerrillera. En cambio, el pa­se del partido a la clandestinidad no fue algo organizado u ordenado sino más bien un sálvese quien pueda. En estas condiciones, sin recursos, e inicialmente sin contacto con el exterior, entrando y saliendo de cárceles, Quiñones intenta recons­truir el aparato del partido prime­ro en Valencia y luego en Madrid. El instructor de la Internacional sabe cómo hacerlo, muy modesta y pacientemente, conociendo al dedillo las reglas de la clandesti­nidad.
La trama de los hechos centrales se sitúa en los años que corren en­tre el pacto germano-soviético, que tal vez Quiñones no aprobó, y lue­go la guerra mundial. En este am­biente, a Quiñones le llega propa­ganda comunista editada en el exilio. La línea del partido sigue siendo el restablecimiento del go­bierno de Frente Popular con Negrín al frente. Quiñones cree necesaria una alianza política más amplia y flexible y se anticipa a formular e imponer por cuenta propia, a través del pequeño núcleo dirigente que ha estable­cido en Madrid, una política de "Unión Nacional". Esta importante disidencia, que él atribuye a la falta de información de los dirigentes exiliados sobre la situa­ción en el interior del país, será más ade­lante motivo de que la dirección comu­nista calumnie su memoria tratando de presentarle como un "agente británico".
Hay algo de buen cine en la descripción que nos ofrece Ginard. Las elipsis las llena la cabeza del lector, a quien le corresponde atar cabos y juzgar. No deseo describir aquí lo me­jor del libro, que es, sin embargo, un te­rrible descenso a los infiernos. Sólo ex­presar mi admiración por el comporta­miento de Quiñones ante la policía fran­quista: no le da nada de dónde tirar. Gi­nard transcribe en su libro documentos que hablan por sí mismos; también fotos, elocuentes como la verdad. El libro se cie­rra el libro transcribiendo un documento de infamia, un editorial de Nuestra Ban­dera de 1950, atribuido a Carrillo. Otra historia más…

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Agosto- Septiembre de 1789: Francia en la revolución francesa



Hace 220 años, entre agosto y septiembre de 1789, que la Gran Revolución Francesa alcanzaba su punto más álgido. Una revolución que todavía quema, que molesta en unos tiempos como los nuestros en los que se ha querido comprar la Historia.
Fue en agosto de 1789 cuando se proclamaron los Derechos del Ciudadano, que a pesar de sus limitaciones, todavía superan ampliamente las cotas de libertad que la humanidad ha conseguido en muchos sitios. La revolución fue producto de una grave crisis económica, social y política que estalló el 14 de julio, su gestación fue larga y su desarrollo rico en acontecimientos y contradicciones. Protagonizada por el pueblo, su contenido político y social fue -a pesar de los grandes desbordamientos del 93-, de horizonte democrático burgués. La participación de Babeuf, Marat, de otros repre4sentantes de los sectores más igualitarios era más el reflejo de una vieja aspiración y de una futura realidad, que una alternativa posible. Dos siglos después, este es un capítulo de la Historia que hay que rememorar, porque es el principio de nuestra era.
Los pilares sociales e ideológicos del viejo orden son: la nobleza como el “Primer Estado» que monopoliza la administración pública, los mandos del Ejército Real y de la política, y sobre todo poseen grandes feudos como terratenientes; después el clero y la Iglesia como el "Segundo Estado» que abarca todos los resortes de la cultura como la censura y la enseñanza, amén de poseer grandes riquezas terrenales en particular agrarias. Ambos « Estados» que predominan en el Parlamento no vienen a representar numéricamente más que el cinco por ciento de la población, siendo por supuesto “manos muertas”, o sea, ociosas e improductivas. Ellos son el soporte de una monarquía que, además de anticonstitucional, resulta extraordinariamente cara, gravando con exacciones fiscales la economía de los plebeyos, manteniendo un enorme déficit que sólo puede parchear el inteligente banquero suizo Necker. Los reyes y más en particular, la reina austriaca Maria Antonieta llamada “Madame Déficit”, se ganan las iras del «populacho». La bancarrota nacional producida por la incapacidad de competir con la industria inglesa será la gota que desborde el vaso. Será por así decirlo, el inicio del movimiento que llevará a la «bancarrota» al Sistema.
El terreno para la revolución estaba ya preparándose desde tiempo atrás. Desde el siglo XI el “Tercer Estado” no ha dejado de forcejear contra las clases dominantes; las «jacqueries» (revueltas) urbanas y campesinas llenan las crónicas desde entonces; todo se confunde con las crisis y guerras religiosas que manifiestan la repulsa de las masas hacia la Iglesia buscando otras variantes o «herejías»; la ilustración con la Enciclopedia ha fortalecido una corriente de pensamiento basado en el materialismo mecanicista el ateísmo y la confianza en el desarrollo de la técnica; los principios de la «soberanía popular», de la razón y el pragmatismo, con todo ciertas consideraciones propias del socialismo utópico más primitivo.
Es el tiempo de los Diderot, los Voltaire, Rousseau, d’Alembert. -.etc., que personalizarian el cenit del pensamiento democrático. El terreno estaba preparado incluso incluyendo en sectores de la misma aristocracia, en cuyo seno cobraban vigor estas ideas y de hecho una franja de ella se pasó al pueblo y jugaría un papel protagonista entre el ala más moderada de la revolución. Tal es el caso de La Fayette y Mirebeau, dos de los grandes del primer momento.
Será el llamado «Tercer Estado», el que aspire a la consecución de los derechos parlamentarios, y a representar el «pueblo», a los obreros, campesinos y artesanos con los que forma lo que Lefevre ha llamado «frente popular». La burguesía, y en particular su élite política e intelectual, se mostrarán audaces a la hora de empujar hacia adelante la revolución política, ya que desde mucho tiempo antes era en el orden social y económico la auténtica clase dominante. La revolución era la culminación de este dominio. La llegada inmediata de la revolución se muestra con una serie de actos por parte de los parlamentarios burgueses, que obligan a la aristocracia y al clero a un pacto que da lugar a la formación de una primera asamblea constituyente, que al ser amenazada por una concentración de tropas arranca la movilización de la plebe. El rey muestra su inteligencia cuando en plena agitación pregunta a la Rochefalcaud: “¿Qué es? ¿otra revuelta?». A lo que éste responde. «No. Sir. Es una revolución». Efectivamente, era una revolución, una de las más decisivas de la historia que abrirá el camino de un proceso revolucionario cuyas finalidades siguen totalmente vivas.
La reacción popular contra las maniobras antidemocráticas confluye el día 14 de julio de 1789 en el asalto de la fortaleza de la Bastilla, símbolo de la tiranía. Con la toma de la Bastilla comienza un asalto, sistemático a los pilares del viejo orden: se liberan los prisioneros; se reconvierte el Ejército que de Real pasa a ser Nacional, de la democracia; se levantan las ciudades que modifican las antiguas comunas medievales en ayuntamientos revolucionarios sobre la base de asambleas populares; arden las posesiones de los terratenientes y se expulsa a sus propietarios del campo. Los campesinos empiezan un ajuste de cuentas milenario con los «amos”… las masas en manifestaciones obligan a la Asamblea Nacional a superarse a si misma y tomar una serie de medidas radicales:
---1. La abolición del régimen feudal, que suprime los diezmos y privilegios fiscales y los derechos señoriales, sobre las personas, da los primeros avances en la reforma agraria.
---2. Aparece (con las manos de Mirebeau, monárquico constitucional) la Declaración de los Derechos del Hombre (26 de agosto de 1789), que se inspira en sus antecesores inglesa y americana (Virginia BilI), que reconoce la igualdad formal jurídica (que se acondiciona en nombre de la «utilidad común»), la libertad individual, el derecho de la resistencia a la opresión, aunque se afirma el derecho a la propiedad como inviolable cuando los bienes de la Iglesia y de la aristocracia hablan sido confiscados
---3. Se llevan adelante las nacionalizaciones de los bienes eclesiásticos, de la Corona y de los nobles exiliados, como medida para neutralizar la ira de las masas y la crisis financiera, además se emiten «asignados» (papel monada de curso legal) cuyo respaldo es la venta de bienes nacionales. Con esta venta surge una nueva franja de burgueses enriquecidos que jugarán un papel decisorio en el Termidor.
Alrededor de la asamblea constituyente se conforman las tendencias que más tarde serán los partidos desde la derecha hasta la extrema izquierda. Las masas extienden y profundizan sus manifestaciones, contra el clero y el monarca. El 17 de julio una concentración popular en Paris exige el destronamiento de Louis XVI, el aristócrata liberal La Fayette aparece en una ventana palaciega con una María Antonieta temblorosa intentando una inútil conciliación...
El «centro» —entre la Monarquía Constitucional y la Revolución— por la mano del mismo La Fayette impone la ((ley marcial» y lleva a cabo las matanzas de la plebe de los Campos de Marte. Este “centro” encabeza este primer periodo con una Monarquía Constitucional, modelo del pacto entre la aristocracia liberal y la burguesía tal como se había dado en Inglaterra. El día 3 de septiembre de 1791 se proclama la monarquía parlamentaria que responderá a este prototipo y que seguirá siendo el modelo de este pacto durante todo el siglo XIX, asentado sobre unas libertades formales en beneficio de una nueva clase, la burguesía, que se ha adueñado de los resortes del poder en el que la llamada “soberanía popular» queda enmarcada por el Parlamento. Al tiempo se promueven una serie de reformas en la justicia y en las libertades, excepto para los obreros y las mujeres. A los primeros se les niega los derechos elementales de asociación y huelga, y a las segundas su inclusión en los derechos y laborales dentro de los Derechos del Ciudadano, que no son a pesar de las insistentes propuestas feministas, de las “ciudadanas”. Lo mismo ocurre con las colonias.
Mas el proceso revolucionario no ha hecho más que empezar. La dialéctica interna de la revolución alcanzará todavía cotas más profundas promovidas por las ansias reivindicativas igualitarias de los «sans culottes». de una parte y las necesidades de defender la revolución contra el peligro interior y exterior, frente a la coalición entre la conspiración aristocrática y las reaccionarias, en primer lugar la Inglaterra de Pitt que teme por su hegemonía en los mercados y por los disturbios de la extensión revolucionaria. La declaración de guerra de Austria da pie a nuevas movilizaciones contra los enemigas del pueblo y a la construcción de un auténtico ejército plebeyo, aniquilándose los últimos focos realistas con el asalto a las Tullerías, se impone el reino de los comités. Las masas imponen a la Asamblea un giro hacia la izquierda. La destitución del rey y la convocatoria de una convención nacional elegida por sufragio universal en septiembre de 1972.
La lucha contra la conspiración monárquica crea las condiciones de una impresionante movilización de masas, que permite la proclamación de la Primera República. En el camino de esta movilización aparecen bien visibles las contradicciones entre las distintas tendencias políticas, que responden a las contradicciones sociales entre la burguesía y el pueblo.
Durante la Primera República se impone un nuevo calendario; se ejecuta a Louis XVI y María Antonieta —de la misma manera que Cromwell lo había hecho con Carlos l—, y la revolución aparece de una manera más Clara como una amenaza para la Europa reaccionaria contra los “apólogos de la tiranía» (Condercet), contra los «realistas» Danton preconiza «la audacia, la audacia y siempre la audacia». Se forma el Comité de Salvación Pública... se extiende la amenaza interna con la revuelta oscurantista y fanática religiosa de la Vendée. Coincidiendo con esta amenaza el hambre y la inflación hacen denotar a las masas las notables diferencias en los bienes existentes entre la burguesía y el pueblo, con lo que cobra un nuevo vigor el profundo espíritu igualitario. Se establece con más o menos claridad una relación entre el peligro exterior y la riqueza que conduce a una moderación interna de la derecha. El predominio, de derecha democrática va modificándose a favor de la izquierda jacobina.
Las medidas impopulares de la Gironda, sublevó las masas que asaltan la Asamblea y obligan al el encarcelamiento de los líderes girondinos. Con ello la lucha de ciases alcanza su oleada más potente, en la cima de la cual van a navegar los jacobinos.
La vanguardia popular armada a través de sus portavoces más radicales, los «enragés» (rabiosos) como Herbert y Jacques Roux obligan a la Convención jacobina a dar nuevos pasos en las reivindicaciones revolucionarias: igualación de las fortunas mediante los impuestos partición de los latifundios, reparto equitativo de los víveres que la población exige. Se promueve una nueva Constitución de carácter más democrático y un Referéndum Legislativo, al tiempo que se destituye al Comité de los Doce que comandaba la Comuna y se renueva el Comité de Salud Pública que significa la formación de un gobierno revolucionario dirigido por Robespierre (los jacobinos moderados ven en él un nuevo Cromwell) que impone su personalidad a los acontecimientos.
Se modifica el ejército que se estructura bajo el mando del jacobino Carnot y bajo el programa del partido de éste, sobre una base de «sans culottes». Nuevas medidas como la limitación de un tope máximo para el trigo y los artículos de primera necesidad: se regulan también los salarios, gracias al ímpetu de las masas que hacen suya la revolución.
La contrarrevolución sin embargo no agacha la cabeza y reacciona con una serie de asesinatos. En Paris la girondina Carlota Corday asesina al “Amigo del Pueblo”, Marat que siendo de la izquierda jacobina vincula a su partido con las masas radicalizadas. Los nobles promueven nuevos enfrentamientos. Este estado de cosas da pie en octubre de 1793 al reinado del terror revolucionario que significa: la suspensión de la Constitución, de la división de poderes y los derechos individuales Se forma un Tribunal Revolucionario sumarísimo que juzga y guillotina a los contrarrevolucionarios que las masas persiguen. El Comité de Salvación entiende sus poderes a las provincias; se agite su odio secular contra la Iglesia y el clero que desde el Vaticano ha desaprobado incluso los actos más moderados de la revolución (la misma Declaración de los Derechos del Hombre) y que en el interior forma parte de la avanzada contrarrevolucionaria; la profundización con la revolución de las creencias panteístas (que ven a Dios en la Naturaleza) y del ateísmo, da pie, promovida por los hebertistas a la campaña de descristianización que clausura y convierte en mercados los templos.
Pero el anticlericalismo de los dirigentes jacobinos inspirados en Rousseau no llega a considerar la necesidad del ateísmo Si bien la Iglesia era un entorpecimiento en las tareas democráticas burguesas, la creencia es una necesidad para la burguesía cara a mantener el estado de subordinación de las masas. Así para Robespierre, este camino pasaba la raya de su programa y declara que no había que contrariar directamente los perjuicios religiosos que el pueblo adoraba», aunque en plena revolución a estos perjuicios se les trataba de fanatismo, El ateísmo era cosa de los aristócratas ilustrados e iba a programar un nuevo culto a la razón, detrás de la cual renació las esperanzas del clero y la reacción monárquica; con ello Robespierre decía proclamar a Dios como “una gran idea protectora del orden social» y de los principios inmutables de la sociedad humana”, pero en el fondo era un medio de liquidar a Hebert y los “enrages».
El «incorruptible» se erige pues como un nuevo «centro» que reprime a la derecha jacobina (Danton y Demoulins que plantean la conciliación y el entendimiento son guillotinados Danton grita «Robespierre me seguirá» y la izquierda hebertista; disuelve el ejército revolucionario que se transformó en un ejército profesional dentro del cual se afianzará Napoleón que aparece en esta época como un «hombre del orden». Las masas desgastadas y desengañadas, aparecen ante los ojos de Babeuf recién salido de la cárcel como algo extraño a las que protagonizaron la toma de la Bastilla, sin unos dirigentes entra en un periodo de aletargamiento a partir del cual se le corta la hierba bajo los pies al mismo «centro» jacobino, siguiendo una ley propia de las revoluciones. Así lo explica Barrow Dunham: “Si nos fijamos en la difusión de las aplicaciones políticas en una sociedad, observaremos que las maniobras se desarrollan fundamentalmente en torno del centro, punto en el cual generalmente concurren un mayor número de personas. La derecha trata de convencer al centro de que el máximo enemigo es la izquierda: la izquierda. A su vez que tal enemigo es la derecha: y el centro se inclina a denunciar los extremo, si lo que verdaderamente desea es la estabilidad”.
El carácter centrista de Robespierre tenía sin embargo su origen en una operación por la izquierda. Pero esta opción no desdecía su carácter pequeño burgués entre dos “extremos» (la aristocracia y los sans culottes) ya que, como dice también Barrow Dunham: “Constituye un atributo sorprendente de las revoluciones de la clase media —de aquellas que sustituyen la riqueza y el poder de la tierra por la riqueza y el poder comerciales— el hecho de que abarcan más posibilidades radicales de las que son capaces de realizar”.
Este es el caso de Lutero y el campesinado alemán, de Cromwell y los «levelers», en la gran revolución francesa resulta que: la mayoría de los guillotinados fueron al principio los aristócratas, pero al final proletarios. La hoja que cortó la cabeza de Louis cortó también la de Babeuf». Con ello, los jacobinos pierden el apoyo de las ((fuerzas vivas» de la revolución. El Termidor se presenta como un simple reculo pero en realidad señala el inicio de la reacción dentro de la revolución. En julio de 1 794 cae Robespierre y sus más fieles seguidores ante una coalición de la derecha jacobina y los girondinos ante la más absoluta indiferencia de las masas. La Convención termidoriana señala el dominio de la llanura (de “los sapos del Marais” decían los sans culottes los últimos estallidos de las masas, que llegan a ocupar la Convención y proclamar “¡La Convención somos nosotros!». Los llamados «motín del hambre” son reprimidos drásticamente marcando cada vez más el péndulo hacia la derecha. Se prohíbe la Marsellesa y se establece el terrorismo blanco con los petrimetes de la “juventud dorada”.
Era el comienzo del fin, pero en muchas cosas fundamentales, ya no había vuelta atrás. El Antiguo Régimen ya no volverá.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

95 Aniversario de la revolución de octubre de 1917. Una luz que no se apaga



Una de las formas de mesurar la importancia excepcional que –todavía- sigue teniendo el legado constructivo de la revolución rusa de Octubre de 1917, es observar como el neoliberalismo no desaprovecha la ocasión para tirar el niño con el agua sucia, que la hubo también. No desaprovechan la menor ocasión, y sin embargo, ahí sigue, como la última gran referencia revolucionaria con sus luces, y a pesar de sus sombras.
Desde 1989 hasta finales del siglo XX, la ofensiva neoliberal llegó a ser realmente agobiante. Llegó a arrastrar a la socialdemocracia invertida, y de paso a muchos comunistas que, arrepentidos de sus pecados de juventud, consiguieron finalmente cumplir su sueño de llegar al poder. Aunque fuese por la puerta falsa. Maltratada, vilipendiada, deformada, amputada, lo cierto es que la revolución rusa de 1917 fue un punto axial en la historia, tan determinante que hasta sus más feroces detractores se ven todavía obligados a denigrarla. Es el acontecimiento que ha permitido hablar del “siglo soviético” (Moshe Lewin), y no creo que nadie pueda dudar de que se trate del más influyente del siglo pasado ya que su influjo resultó determinante en todos los demás (ascenso del nazismo, guerra española, segunda guerra mundial, etc). Su cadencia empero, está todavía lejos de remitir ya que ahora el discurso dominante trata por todos los medios de imponernos su negación completa, asegurando que fue un desastre “desde el primer día” (Antonio Muñoz Molina dixit). Y es que, al igual que la revolución francesa, la revolución de Octubre continuará polarizando la opinión mundial todavía durante mucho tiempo, y quizás un tanto especialmente con ocasión de las sucesivas décadas, unas efemérides que cuenta por sí misma con su “pequeña” historia.
Anotemos sucintamente que su décimo aniversario (1927) coincidió con la última manifestación libre (en el curso de la manifestación oficial un sector de los asistentes se dirigió a vitorear a Trotsky con consignas de la Oposición) en una Rusia en la que Stalin comenzaba a ser el “heredero” de Lenin y hablaba de construir el “socialismo en un solo país”, fue el año en que tuvo lugar la tragedia de la revolución china, así como la huelga general británica (grandes episodios marcados por la sombra de Octubre, y en los que los partidos comunistas actuaron más en función de la política exterior soviética que como secciones con finalidades propias), también fue el año de Octubre, la película de Sergei M. Eisenstein, y máxima expresión hasta el momento de la censura estalinista (ya que fue el propio Stalin quien decidió que se podía ver y que no...El siguiente (1937) coincidió con el “gran terror” que se llevó por delante toda la vieja guardia bolchevique, con su correlato de adecuación a la política de “apaciguamiento” del nazismo, determinante en la llamada política de no-intervención en la guerra española...
Recién acabada la II Guerra Mundial con la victoria contra las tropas del Eje, en 1947 tiene lugar el momento de mayor apogeo del “socialismo real” extendido en los países del Este y ampliado a China (1949). Sin embargo 1957 es coincidente con el inicio del declive del estalinismo tras las “revelaciones” del XX Congreso, y la revolución húngara...La siguiente efeméride señala empero un momento de optimismo: se vive el “reformismo” de Kruschev, el sueño de la “coexistencia pacífica”, la revolución aparece como una vía que permite el desarrollo acelerado de los países atrasados...Un año más tarde esta perspectiva se torna sombría: cae Kruschev, la “primavera de Praga” acaba con la ocupación rusa, mayo del 68 cuestiona el papel del emblemático partido comunista francés. En 1977 tiene connotaciones diferentes. Todavía se vive la ola renovadora del 68, caen las dictaduras en Portugal, Grecia y España, pero la contrarrevolución neoliberal inicia siguiendo el camino de sangre abierto por las dictaduras “franquistas” en Chile, Argentina, Uruguay...Esta contrarrevolución parece incontenible una década más tarde. Dos años después cae el muro de Berlín, concluye lo que Hobsbawn llamará acertadamente el “siglo corto”. El socialismo no aparece ya como la solución sino como el problema. La denigración del historial revolucionario se convierte en una moda dominante. Toda utopía lleva en su seno el Gulag...
Esta era la música dominante todavía una década más tarde. La llamada globalización desarmaba a las izquierdas y sindicatos tradicionales, desestructuraba la clase obrera, diezmaba el “romanticismo revolucionario”, desactivaba las tradiciones colectivistas. La historiografía certifica que el gran dios del capitalismo ha vencido al pequeño dios del comunismo, y este se trasluce en detalles que “iluminan” los mensajes mediáticos: los problemas son los “dictadores” y las “dictaduras”, y se amalgaman los derecha e izquierda, Castro y Pinochet, Hitler y Stalin, Stalin y Lenin, y así, al tiempo, se escamotean a los grandes genocidas como Kissinger o Nixon, ocultan los desastres humanitarios causados por la crecienteconcentración de riquezas en unas pocas manos.
Sin embargo, parece que estamos asistiendo al inicio de un nuevo ciclo. El capitalismo sin oposición lleva al desastre ecológico, a las guerras, a lucha de clases desde arriba, y están apareciendo nuevos movimientos, nuevas alternativas, decepciones como la brasileña de Lula, tan esperanzadoras como los es ya la Venezuela de Chávez, y como todo lo que ha ido sucediendo desde el estallido de la “primavera árabe”, también con sus luces y sus sombras. Se habla del socialismo del siglo XXI, y el consenso en la izquierda radical sobre la crítica radical del llamado “socialismo real” es casi absoluta...El socialismo del siglo XXI será desde abajo y profundamente antiburocrático o no será; el estalinismo era un anticomunismo.
Al mismo tiempo que un cambio radical en la situación nacional, la revolución rusa tuvo un papel de “ejemplo” para la historia mundial. Desde 1917, el sistema capitalista ha temido a la revolución, al ejemplo del “comunismo”. Ya no se trataba pues de un lejano ideal destinado a la derrota como lo fueron tantos otras revueltas igualitarias desde las cátaras, la de los husitas, la de los “niveladores” británicos, de los “sans-culottes” en Francia, y durante el siglo XIX, la de socialistas franceses en 1848, de los comuneros de 1871...No se trataba de un sueño sino de una realidad que se concretaba en unos de los mayores países del mundo. Antes había tenido lugar la revolución mexicana de Villa y Zapata, y luego todas las demás, hasta la gran potencia británica inclusive conoció una impresionante huelga general en 1927, además, había desatado la revolución anticolonial que ahora tenía ante sí un modelo de desarrollo al margen y en contra de las potencias dominantes.
El socialismo militante era un movimiento que había comenzado a tener cada vez más auge desde finales del siglo XIX. En 1914 estalló una primera guerra mundial que convirtió las guerras pasadas casi en juegos florales. El hecho de que la revolución se desarrollara en el momento álgido de dicha guerra mundial y en no poca medida, también como consecuencia de ésta, fue mucho más que una coincidencia. La guerra también había destruido las ilusiones que, entre otros, había expresado el “revisionismo” socialdemócrata de Bernstein o el fabianismo británico, de una evolución gradual hacia el progreso y el avance social. Asestó un golpe mortal al sistema capitalista mundial tal y como había existido hasta 1914, dejando en evidencia sus dramáticas contradicciones, y su inestabilidad inherente. Ya nada fue como antes, y quienes ocultan dicha guerra al hablar de la revolución rusa, desfiguran deliberadamente los hechos.
Así pues, la revolución rusa iniciada el 8 de marzo por las mujeres trabajadoras, puede ser considerada como una consecuencia y mismo al tiempo como una causa de la decadencia del capitalismo que necesitaba “espacio vital” para sus mercancías, y que ya no permitía la expansión de las revoluciones democráticas como en su fase ascendente. Esta revolución había comenzado destronando al Zar, y abriendo las puertas de las cárceles, amén del regreso de una muchedumbre de revolucionarios incompatibles con el zarismo, el gigante con los pies de barro, una caída que hizo temblar otras muchas coronas. La mayoría de los revolucionarios rusos se reclamaban del marxismo parte de éstos pertenecían a una de las dos alas (bolchevique y menchevique) de lo que había sido la socialdemocracia rusa, quienes junto con los “populistas” (Partido Social Revolucionario, también conocidos como eseristas) y fracciones anarquistas, se encontraron con una alternativa en movimiento en los efervescentes soviets, el primero en Petrogrado, la antigua San Petersburgo que había cambiado de nombre al comienzo de la guerra, y que se extendió hasta el último rincón de la geografía rusa. El soviet era en cierto sentido rival del gobierno provisional formado por los partidos constitucionales en la vieja Duma
La expresión "poder dual” fue creada para describir esta situación ambivalente. Aunque en su actitud inicial, los soviets surgieron como expresión de la revolución de febrero, no tardaron en desbordar este marco. Tradicionalmente, las izquierdas habían aceptado la existencia de dos revoluciones específicas y sucesivas. La primera era la burguesa-democrática que era la que se pensaba, correspondía a Rusia un país que estaba saliendo de un régimen feudal o semifeudal, la segunda era la socialista, que correspondía a una fase superior y ulterior de la democracia, era la democracia socialista. En este esquema dominante se incluía el apoyo más o menos incondicional hacia el gobierno provisional, perfectamente compartido por los dos primeros bolcheviques importantes que se instalaron a Petrogrado: Kamenev y Stalin.
Sin embargo, pronto se vio que este gobierno provisional no se cuestionaba la guerra, ni se daba ninguna prisa por imponer las grandes reformas pendientes.
Olvidar esto es negarse a entender lo que sucedió.
Como ya he explicado en otro trabajo en Kaos, la dramática llegada de Lenin a Petrogrado a comienzos de abril acabó con esta frágil componenda. Lenin al principio prácticamente solo, incluso entre los bolcheviques, atacó la idea de que la crisis vigente entonces en Rusia era simplemente una revolución burguesa. Era una revolución en transición de una primera fase, que había dado el poder a la burguesía, a una segunda, que transferiría el poder a los obreros ya los campesinos. El gobierno provisional y los soviets no eran aliados, sino antagonistas, representantes de diferentes clases. El objetivo que se proponía no era una República parlamentaria, sino "una república de soviets (consejos) de obreros y campesinos pobres Representantes de los campesinos en el país entero, creciendo desde la base» El socialísimo no podía, ciertamente, ser introducido de manera inmediata, pero, como un primer paso, los soviets se apoderarían del control "de la producción y la distribución social».
No era otro el tema de las famosas Tesis de Abril, clave de bóveda en el pensamiento de Lenin. A todo lo largo del verano de 1917, Lenin fue consiguiendo gradualmente el apoyo del partido y de los soviets para este plan, que se convirtió en el programa de la revolución de octubre. Tenia, sin embargo, su talón de Aquiles. En líneas generales, Marx había previsto una revolución socialista desarrollándose sobre una base de capitalismo y democracia burguesa establecida por una revolución burguesa previa. Pero en Rusia esta base era rudimentaria o inexistente. El dilema pues no era, tan evidente a primera vista, y para los bolcheviques (como antaño para Marx), la revolución no estaba confinada por fronteras nacionales. Tanto él como Trotsky encontraban que la revolución rusa seria el “prólogo” de la revolución en los principales países europeos, y sobre todo en Alemania. Por lo mismo, el numéricamente débil proletariado ruso marcharía codo a codo y en camaradería con el proletariado europeo hacia el objetivo socialista, y que una revolución nacional seria únicamente el primer episodio de una revolución europea o mundial. El pueblo soñaba con la revolución, pero -como dirá Marc Ferro-, los bolcheviques le ayudaran a pensar en ella.
La dura realidad, agravada por la guerra y el cerco internacional, no tardó en complicar esta visión. Cuando Lenin, a desgana, y una mayoría del partido aún más a desgana, votaron por el tratado de Brest-Litovsk con el Reich alemán, en 1918, aceptaron tácitamente la idea de que, por el momento y como solución de emergencia, la vida de la república soviética era más importante que cualesquiera objetivos revolucionarios de más alcance. Al exponerse la aislada república a la guerra civil y a la invasión extranjera, y en vista de la creciente demora de la revolución en Occidente, esta prioridad penetró, insensible, pero hondamente, en la forma de pensar de los dirigentes políticos soviéticos. En 1921, a raíz de los trágicos acontecimientos de Kronstadt, Lenin puso fin al régimen del mal llamado "comunismo de guerra”, que, aunque vitoreado por sus defensores como un avance sorprendente en el camino hacia el socialismo, era en ese momento una reacción artificial a las exigencias de la guerra civil, y en su lugar inauguró la "retirada” parcial y temporal del NEP (Nueva Política Económica) a las condiciones burguesas de comercio
Ese mismo año, el acuerdo comercial anglosoviético y, al año siguiente, la conferencia de Génova crearon una componenda práctica entre los principios del internacionalismo revolucionario y la necesidad urgente de romper el boicot occidental y establecer relaciones comerciales con el mundo capitalista
En tanto Lenin permaneció con vida, estas líneas políticas serian consideradas todavía como componendas temporales sobre la base de una emergencia, para romper un punto muerto, para salir de un intervalo incómodo Lenin nunca perdió su convicción revolucionaria ni mostró inclinación alguna a elevar esas componendas a la categoría de principios básicos. Pero cuando murió, en enero de 1924, la perspectiva de la revolución en Occidente parecían todavía muy vagas y remotas y las líneas políticas basadas en ella tenían en su contra las exigencias predominantes por un sector creciente que enroscaba en lo único que se mantenía en pie: el Estado. El aislamiento que, desde el principio, provocaba acciones aparentemente carentes de relación con los objetivos y principios de la revolución, mostraban ahora la necesidad de una revisión ideológica.
El planteamiento bujariniano de "Socialismo en un solo país” fue la teorización a este estado de cosas, las actitudes que cristalizaron en la nueva doctrina fueron apropiadas por Stalin que se había convertido en el representante del “partido del Estado”. Era parte objetiva de la desesperada situación en que se hallaba el país, de la desintegración de la economía, de la debilidad del proletariado y de su agotamiento después de la dura prueba de la guerra civil. Cuando fue formulada, esta doctrina sistematizada e impuesta al partido, encajó como un guante. La revolución no estaba en ningún prólogo sino que ya había llegado a una finalidad, la impuesta por el único viejo bolchevique que nunca había ocultado su escepticismo ante la perspectiva de una revolución en Occidente, no en vano era el único que desconocía la cultura europea, el único ajeno a los debates y tradiciones internacionalistas.
No obstante, esto no se hizo sin oposición, una resistencia que, aunque no contaba con un apoyo social que no podía tener, desarrolló una poderosa lucha política. Trotsky y otros menos conocidos insistieron una y otra vez que el socialismo fundado por la revolución en un país económicamente atrasado, donde el proletariado mismo estaba económicamente atrasado y era numéricamente débil. El socialismo-socialismo, el que habían soñado Marx y Lenin solo podía crearse como resultados de una revolución del proletariado unido al menos en parte de los países económicamente avanzados. Los éxitos de la revolución, por tanto, notables desde cualquier punto de vista, tenían un carácter híbrido y ambiguo, no podían sustituir un desarrollo social que Rusia estaba muy lejos de conseguir. El propio Marx observó que el embrión de la sociedad burguesa había sido formado dentro de la matriz del orden feudal y estaba ya maduro cuando la revolución burguesa lo instaló en los centros del poder
La Oposición de Izquierdas daba por supuesto que algo análogo ocurría en la sociedad socialista antes de que tuviera lugar la victoria de la revolución socialista. En un supuesto y solamente en uno, se hizo realidad esta idea. La industrialización y la modernización tecnológica, que era uno de los principales éxitos de la sociedad capitalista, fueron también requisito previo del socialismo. Un par de décadas antes de 1914, la economía capitalista había comenzado a superar los limites de la producción en pequeña escala de las empresas particulares y las sustituya por la producción en gran escala que dominaba la escena económica y se había infiltrado inevitablemente en el ejercicio del poder político El capitalismo mismo estaba ya desdibujando la frontera que separaba la economía de la política y preparaba el camino para alguna forma de control social planificado. Un medio con el que podía avanzar en la creación de unas nuevas condiciones.
El estudio de la economía de guerra alemana inspiró la observación de Lenin en el verano de 1917 de que "el capitalismo de monopolio estatal es la preparación material más completa para el socialismo”. Unas pocas semanas más tarde añadió, un poco perplejo, que "la mitad fundamental, económica” del socialismo había sido realizada en Alemania "en forma de capitalismo de monopolio estatal”, o sea en un país incomparablemente más desarrollado que la atrasada Rusia. Las contradicciones del capitalismo habían ya producido, dentro del orden capitalista, el embrión de la economía planificada de la Unión Soviética gracias a una revolución que se había iniciado en el “eslabón más débil de la cadena imperialista”.
Este hecho ha inducido a algunos críticos (Bordiga, consejistas, Djilas, Castoriadis, Tony Clift, etc) a definir lo conseguido por la planificación soviética como "capitalismo de Estado”. Como se ha demostrado, este punto de vista carece de base. El capitalismo sin empresarios, sin paro y sin mercado libre, en el que ninguna clase se apropia del valor excedente producido por el obrero y en el que los beneficios hacen un papel puramente secundario, en el que los precios y los jornales no están sujetos a las leyes de la oferta y la demanda, no es ya capitalismo en ningún sentido razonable. La economía planificada soviética fue reconocida en todas partes como un desafío al capitalismo. Era "la mitad básica, económica” del socialismo y un resultado importante de la revolución, y cuando ha caído, el capitalismo se ha sentido liberado y ha podido reanudar “la lucha de clases desde arriba”.
Aunque, en cualquier caso, seria pueril negar el título de "socialista” a la proeza de un pueblo, también sería igualmente absurdo insistir en que constituye una realización de la "asociación libre de productores” de Marx, o de la dictadura del proletariado, o de la "dictadura transitoria de obreros y campesinos” a la que se refería Lenin en El Estado y la revolución. Las condiciones exigidas por Marx de que "la emancipación de los obreros tiene que ser tarea de los obreros mismos” fue una verdad hasta que la guerra civil desestructuró totalmente, tanto económica como socialmente a una clase social que Trotsky definió como “una maravilla de la historia”.
Las revoluciones agraria e industrial soviéticas evidentemente cayeron de la categoría de una "revolución desde arriba”, impuesta por la autoridad conjunta del partido y el estado, confundidos hasta extremos que causaron el natural estupor que se manifiesta en obras como la novela antiutópica Nosotros, de Eugene Zamiatin. La visión de una clase trabajadora crecientemente preparado y educado dentro de la sociedad burguesa, de la misma manera que había crecido la burguesía dentro de la sociedad feudal, no había pasado a ser realidad salvo en núcleos de “intelectuales orgánicos” muy reducidos. Las clases dominantes actuaban cuando percibían que los trabajadores “sabían demasiado”, como expresó uno de los jueces que condenaron a los “mártires de Chicago”. Esto fue todavía menos factible en una Rusia atrasada, donde la clase trabajadora era pequeña, estaba oprimida, carecía de organización y no había asimilado ninguna de las libertades condicionales de la democracia burguesa, incluso muchos trabajadores revolucionarios permanecían imbuidos en tradiciones religiosas y patriarcales muy profundas, como percibió el último Lenin y el Trotsky de Notas de la vida cotidiana.
El diminuto núcleo de obreros con conciencia de clase que quedó de los que protagonizaron la revolución y la guerra, era completamente insuficiente para la tarea de organizar y administrar los territorios incorporados a la "república soviética”. Su debilidad era la fuerza del partido bolchevique, una organización compacta y disciplinada dirigida por un grupo de intelectuales y revolucionarios devotos, que acabó ocupando el vacío, y dirigió la política del régimen por medio de métodos que, después de la muerte de Lenin, se volvieron más y más cínicos y dictatoriales. Recursos que al principio se usaban raras veces en el contexto de las pasiones y las atrocidades de la guerra civil se fueron convirtiendo gradualmente en un vasto sistema de purgas y campos de concentración Aunque los objetivos pueden ser calificados de socialistas, los medios utilizados para conseguirlos eran, con frecuencia, la negación misma del socialismo
Obviamente, esto no significa que no se realizara avance alguno hacia el exaltado ideal del socialismo, hacia la liberación de los obreros de las opresiones del pasado y el reconocimiento de su papel igual en una nueva especie de sociedad. Pero el progreso era indeciso y fue interrumpido por una serie de reveses y calamidades, tanto evitables como inevitables. Después de las destrucciones y escaséeles de la guerra civil hubo un breve respiro en el que el nivel de vida tanto de obreros como de campesinos subió lentamente muy por encima del nivel miserable de la Rusia zarista. Durante la década que comenzó en 1928 todos avances se redujeron de nuevo bajo las intensas presiones de la industrialización y el campesino hubo de pasar por los horrores de la colectivización forzada comandada con mano de hierro por una burocracia sin oposición. Apenas se empezó a restablecer el país cuando se vio expuesto al cataclismo del auge nazi, a los horrores de la segunda guerra mundial, capítulo de la historia en el que la que la Unión Soviética fue blanco de la ofensiva más constante y devastadora de Alemania en el continente europeo. Estas aterradoras experiencias han dejado su huella, tanto material como moral, de la vida soviética y en las mentes de los dirigentes y el pueblo soviético No todos los sufrimientos de los primeros sesenta años pueden ser atribuidos a causas internas o a la mano de hierro de la dictadura de Stalin
Con todo, a partir de los años cincuenta y sesenta los frutos de la industrialización, la mecanización y la planificación a largo plazo comenzaron a madurar, y un reflejo de esto lo encontramos en un producto tan poco revolucionario como Doctor Zivago, especialmente en la versión fílmica. Quedaba mucho que era aún primitivo y atrasado para cualquier baremo occidental, pero los niveles de vida subieron perceptiblemente. Los servicios sociales, contando entre ellos la educación primaria, secundaria y superior, se volvieron más efectivos y se ampliaron de las ciudades a la mayor parte del campo.
En esta fase histórica, os instrumentos más notorios de la opresión estaliniana fueron desarticulados. El patrón de vida de la gente del pueblo cambió para mejorar. Cuando se celebró el quincuagésimo aniversario de la revolución, en 1967, el optimismo parecía justificado, y pudo observarse la magnitud del avance. Durante medio siglo la población de la Unión Soviética había aumentado de 145 a más de 250 millones; la proporción de habitantes urbanos había aumentado de menos de un 20 a más de un 50 por ciento. Se trataba de un incremento enorme en la población urbana y la mayor parte de los recién llegados eran hijos de campesinos y nietos o bisnietos de siervos.
El obrero soviético, e incluso el campesino soviético, de 1967 era una persona muy diferente de su padre o abuelo de 1917. Apenas podía no darse cuenta de lo que la revolución había hecho por él y esto equilibraba con creces la ausencia de libertades que nunca había disfrutado ni siquiera soñado poseer. La dureza y la crueldad del régimen eran reales, pero también lo eran sus éxitos, por otro lado, el campesinado había sufrido tragedias sin cuentos, pero no tenía la más mínima nostalgia por el antiguo régimen.
Mundialmente, el efecto inmediato e inequívoco de la revolución rusa había sido una fuerte polarización de actitudes occidentales entre los de arriba y los de abajo. La revolución era un mal despótico y criminal para los conservadores y una Iuminosa vía de esperanza para los movimientos que soñaban con cambios radicales. La creencia en este antagonismo fundamental inspiró la creación de la Internacional Comunista, que conoció cuatro congresos iniciales de intensos debates sobre la táctica y la estrategia a desarrollar y en los que intervinieron los mayores revolucionarios del siglo. En un principio, el referente ruso fue uno más, la autoridad de sus líderes como Lenin, Trotsky, Zinóviev o Bujarin, fue debatida y contrastada, y las secciones nacionales contaban con una amplia autonomía, así el partido comunista alemán llegó a cambiar de dirección hasta tres veces en un solo año. El propio Lenin insistía que el centro de la Internacional se tenía que desplazar de Moscú a Berlín.
Pero, cuando la revolución europea no consiguió imponerse, y fue derrotada en Alemania en tres ocasiones (1918-19, 1921, 1923), la exigencia cada vez más firme de tratar a la Unión Soviética como “bastión” del movimiento obrero internacional, y al Komintern como depositario de la “línea correcta”, condujo gradualmente a una nueva polarización entre el Oriente y el Occidente. Surgió la consideración de que el fracaso de la revolución en su extensión en los países occidentales, era una prueba de la quiebra sufrida por el marxismo occidental, que en el momento crítico no consiguió producir ninguna teoría o práctica revolucionaria aplicable a una sociedad capitalista avanzada. De alguna manera, tal fracaso fue lo que resultó oblicuamente explicado por el equipo dirigente del PCUS como la “traición” de los dirigentes socialdemócratas occidentales, sobre todo de los alemanes, produciendo un encono por el que el ascenso del nazismo se hizo “irresistible”. Pero ya era un hecho sintomático de esta división el que no pudiera encontrarse ningún lenguaje común, el “socialismo en un solo país” acabó siendo “el socialismo en ningún otro país”.
La revolución mundial, tal y como había sido concebida en Moscú desde la muerte de Lenin -que asistirá al IV Congreso internacional, el último en el que Trotsky también tiene un protagonismo, y el último en el que se puede hablar de un debate entre iguales-, pasó a ser un movimiento dirigido "desde arriba”. Por una dirección única que decía actuar en nombre de la “patria del proletariado”, de único país que había sido capaz de llevar a cabo una revolución y avanzar victoriosamente. Los propios fracasos, más los desastres económicos del capitalismo (crack de 1929), alimentaron esta creencia tanto entre los trabajadores como en numerosos intelectuales desencantados del liberalismo. Sobre esta dinámica se impuso la autoridad incuestionable de Stalin, y de una cohorte de líderes nacionales que pretendían condensar el monopolio del conocimiento y la experiencia sobre la manera de hacer una revolución (“los rusos saben lo que hacen”, tenían una autoridad vaticana sobre los disidentes marginados). La idea de la revolución internacional sufrió un vuelco, y ahora el principal y prioritario interés del movimiento comunista pasaba a ser la defensa incondicional del único país en que la revolución ya era una realidad, un modelo. Estos partidos pasaron a pensar en dos planos, localmente reformador, antifascista, e internacionalmente, prometiendo un porvenir glorioso como el que se atribuía a la URSS, cuyas críticas quedaban desautorizadas desde el momento en que se confundían con la que nunca había dejado de hacer la reacción.
Estos dos axiomas y las líneas y procedimientos políticos derivados de ellas resultaron a la larga, completamente inaceptables para las clases trabajadoras de Europa Occidental, que se creían mucho más adelantadas, económica, cultural y políticamente, que sus atrasados compañeros rusos y no podían cerrar los ojos ante los aspectos negativos de la sociedad soviética La persistencia de estas actitudes políticas no consiguieron más que desacreditar, a ojos de los obreros occidentales, a las autoridades moscovitas, a los partidos comunistas nacionales sometidos a ellas y, finalmente, a la revolución misma En último término ayudaba a justificar, en cualquier caso por el momento, la máxima de Stalin de 1918 de que "no había movimiento revolucionario en Occidente". Las relaciones con los países atrasados no capitalistas se desarrollaron de manera completamente diferente a la tradicional. Lenin fue el primero en descubrir un vinculo entre el movimiento revolucionario para la liberación de los obreros de la dominación capitalista en los países adelantados y la liberación de naciones atrasadas y colonizadas del dominio de los capitalistas, y con la revolución rusa, el anticolonialismo dio un paso muy importante, trascendental. Desde el primer momento se sintió atraído por la experiencia rusa tanto en lo referente al derrocamiento del viejo zarismo como en el apartado del desarrollo económico. La revolución rusa fue, por decirlo así, el primer capítulo de revoluciones como la china o la vietnamita.
Así pues, en la medida que la Unión Soviética consolidaba su posición, su prestigio como protector y dirigente de pueblos "coloniales” aumentó rápidamente. Había conseguido por medio de un proceso de revolución e industrialización, un aumento espectacular de potencia económica, de poder político internacional...Por lo mismo, la defensa de la Unión Soviética, lejos de parecer una embarazosa prolongación del programa revolucionario, equivalía a la defensa del aliado más potente de los países atrasados en su lucha contra los países imperialistas adelantados. Los métodos rechazados en países donde la revolución burguesa era una cuestión histórica y donde los movimientos obreros eran fuertes y habían crecido dentro del marco elástico de la democracia liberal, no parecían repulsivos en países donde la revolución burguesa estaba aún por hacer y donde todavía no había grandes sectores proletarios. En lugares donde las masas hambrientas y analfabetas no habían llegado aún a la fase de conciencia revolucionaria, la revolución desde arriba era ciertamente mejor que lo que ellos tenían. Sin ir más lejos, en los años sesenta un potentado muy español realizó un periplo por la URSS, y al volver proclamó: “Viven peor que nosotros”. El maestro que me lo comentaba subrayaba lo del “nosotros”, o sea “ellos”, los que vivían de los demás.
Mientras en los países capitalistas avanzados el fermento generado por la revolución rusa seguía siendo un modelo cuestionado y no daba lugar a una alternativa constructiva para la acción revolucionaria, en los países no capitalistas atrasados, sometidos a dictaduras conservadoras, resultaba mucho más convincente, Cuba fue un ejemplo. El prestigio de un régimen que, a pesar del cerco y la hostilidad internacional, se había elevado a la categoría de segunda potencia industrial, le convirtió en el referente natural de muchas revueltas de países atrasados contra la dominación imperialista, incluso en países de tradiciones religiosas tan exacerbadas como Afganistán o Irán. El capitalismo occidental que antes de 1914 había estado virtualmente oposición, y podían cantar sus propias glorias (vean sino el cine de aventuras coloniales en la India, películas como la célebre Gunga Din), se encontraron con un país que era la negación de estas glorias. El “tercermundismo” encontró en la URSS una potencia egoísta que, sin embargo, se veía obligada a jugar su papel de oposición, hasta que se daba el caso de un régimen -como el Sukarno en Indonesia o el del Sha de Persia-, favorable a una entente con la URSS, también quería acabar con los partidos comunistas...Entonces, los partidos comunistas nacionales se veían obligados a justificar los apoyos más desastrosos. En el caso del Sha de Persia, hubo una entente incluso con la China de Mao, lo que explica en buena medida la súbita decadencia del partido comunista, y el consiguiente ascenso de los beatos islamistas.
En resumen, si bien la revolución rusa de 1917 no llegó a conseguir ni de lejos los objetivos que se había propuesto en Octubre, ni a satisfacer las esperanzas que había generado fuera y dentro, y que su historial fue manchado hasta extremos dantescos por el estalinismo y la burocracia, no por ello dejó de tener repercusiones positivas y profundas que se han hecho tanto más perceptible con su desaparición.
Hoy por hoy, la Rusia soviética sigue siendo el principal referente revolucionario de la historia contemporánea, una historia necesaria aunque solamente sea para saber todos los errores y horrores que no se deben de repetir…

Pepe Gutiérrez-Álvarez