La obra educativa y cultural de la II República
La República surgida de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 llevó a cabo en su corta existencia una importante tarea educativa y cultural. En su primer año de mandato, el Gobierno de la Coalición Republicano-Socialista creó 7.000 escuelas. En los años siguientes, 1932 y 1933, ponía en funcionamiento otras 2.580 y 3.900 escuelas respectivamente. En 1931 los salarios de los maestros sumaban 5,8 millones de pts; un año después importaban ya la cantidad de 282 millones. Los institutos de segunda enseñanza se triplicaron y se formaron nuevos profesores. La enseñanza universitaria experimentaba el esfuerzo de la adecuación a los métodos educativos más modernos y a las últimas innovaciones científicas. El número de alumnos de las Escuelas de Trabajo –Formación Profesional- pasó de 4.000 a 11.000 alumnos.
Pareja a la labor educativa del Gobierno, intelectuales y artistas intentaban, con las misiones pedagógicas, acercar la cultura al medio rural. “La Barraca”, el teatro de estudiantes dirigido por Federico García Lorca, ha quedado como exponente de aquella tentativa (1).
Por otra parte, con la aprobación de los Estatutos de Autonomía de Cataluña (1932) y Euskadi y Galicia (1936), se oficializaba el empleo de los idiomas catalán, euskera y gallego en sus respectivas nacionalidades.
Uno de los hechos más conocidos de los primeros días de la sublevación militar en el verano de 1936 fue el asesinato por los fascistas de Federico García Lorca, acaso uno de los poetas más extraordinarios que hayan existido nunca. Su posicionamiento con la causa popular, expresada en su teatro, poesía, declaraciones públicas…, su homosexualidad, fueron determinantes en la causa de su muerte. Este acontecimiento adelantaba el tratamiento que iba a dar el franquismo a cualquier manifestación cultural comprometida con la emancipación humana.
La Guerra Civil conocería un extraordinario desarrollo del interés por el saber en amplios sectores populares, iniciado ya desde los primeros tiempos de la revolución. Más de 300.000 personas aprendieron a leer y escribir en la retaguardia republicana durante los años de guerra. En octubre de 1937 ya lo habían hecho 75.000 soldados. Las unidades militares más importantes disponían de sus propias publicaciones y bibliotecas (2). El ímpetu revolucionario de obreros y campesinos tuvo su expresión espiritual en la obra de artistas excepcionales como Miguel Hernández, Pablo Picasso y Pau Casals. Poetas como Alberti, Altolaguirre, Hernández, Machado…, llevarían su poesía hasta las mismas trincheras.
El final de la guerra sería el comienzo del exilio de lo más y lo mejor de científicos, profesores, artistas…, que en su gran mayoría habían permanecido al lado de la República. El panorama cultural y educativo quedaba desierto en el interior del país. Es altamente significativo lo que escribía al respecto el poeta León Felipe:
Franco, tuya es la hacienda,
la casa,
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo
y errante por el mundo…
Más yo te dejo mudo… ¡mudo!
y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
La enseñanza: décadas de retroceso
Aquellos que se quedaron fueron humillados y vejados, expulsados de sus cátedras o relegados a trabajos de categoría inferior, suplantados por individuos cuyos méritos académicos en no pocos casos no iban mucho más allá del hecho de pertenecer al bando vencedor (3).
Disputado su control en la posguerra por católicos y falangistas, la Universidad y el conjunto de la enseñanza serían hegemonizadas posteriormente por la Iglesia Católica, que bautizó como “Santa Cruzada Nacional” el levantamiento fascista de Franco y que sería el soporte espiritual de la dictadura durante décadas.
En 1939 se crea el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en cuyo control participa ya el Opus Dei. En su decreto fundacional se hace una exposición de sus propósitos:
“Tal empeño ha de cimentarse, ante todo, en la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII… Hay que imponer, en suma, al orden de la cultura las ideas que han inspirado nuestro glorioso Movimiento, en el que se reconjugan las lecciones más puras de la Tradición universal y católica con las exigencias de la modernidad”.
Una de las primeras actuaciones del franquismo en el poder fue la depuración del cuerpo de maestros de primera enseñanza, que se había caracterizado por su afinidad con la izquierda. En su tesis “La depuración del magisterio nacional”, el historiador Francisco Moreno Valero cifra en más de 60.000 el número de docentes represaliados o que tuvieron que pasar a la clandestinidad en 1939 (4). Relativo a la Universidad, el mismo autor señala que “…de los 600 catedráticos que había en el país antes del golpe de Estado, sólo sobrevivieron a las purgas académicas algo más de 300”. Las purgas no se limitaron sólo a los docentes, sino que también se hicieron extensivas a las bibliotecas, de las que fueron sacados miles de libros para ser quemados.
La educación en el franquismo además de tener la impronta ideológica de la Iglesia y la Falange, es una educación clasista, como lo dice en la Ley de Educación Primaria del 17 de julio de 1945, donde se limita el derecho a la enseñanza gratuita “sólo para los niños que no puedan pagar escuela”.
La Iglesia Católica acrecentaría enormemente sus privilegios con la firma en 1953 del Concordato con el Estado franquista. Su influencia se hará omnipresente: desde la enseñanza (donde, por cierto, se elude la educación sexual por considerar “pecaminosas” las prácticas sexuales al margen del matrimonio), el trabajo, la familia, el control de espectáculos, costumbres, modas… En el curso académico 1949-50, de los 217.847 alumnos que cursan Segunda Enseñanza, 133.755 lo hace en centros privados, de los cuales el 65% pertenece a órdenes religiosas (5).
De 1939 a 1950 el número de centros de bachillerato permanece invariable (una muestra más de la influencia religiosa en la enseñanza). De 1945 a 1950 hay un ligero aumento de unidades escolares (de 52.900 a 57.334) y de maestros (de 53.237 a 57.412). El número de alumnos desciende durante el mismo período de dos millones y medio a dos millones. La pésima remuneración de los maestros hizo que el número de estudiantes de Magisterio descendiera en dicho período de 23.900 a 19.400 (6).
"En 1935, los pagos líquidos del Ministerio de Educación fueron de 326,9 millones de pts, lo que supone una inversión de 13 pts por habitante; … Hay que esperar a 1955 para que el gasto se cifre en 417,4 millones, correspondiendo 14 pts por habitante. La participación del Ministerio de Educación en los Presupuestos del Estado no volvería a alcanzar la cota de 1935 (7,17%) –la cual se redujo en los años posteriores a la guerra civil- hasta 1950 (7,30%)” (7). En definitiva, el franquismo tardaría veinte años en alcanzar el nivel de inversión realizado en Educación durante la II República.
Todavía en 1957hay 1.364.000 niños sin escolarizar entre los 6 y los 12 años, y un 13,5% de analfabetos en el país. El sector estatal sólo cubre al 65% de los niños escolarizados (8).
El desarrollo del capitalismo en España iniciado a finales de los años cincuenta hizo necesaria una mayor inversión en educación ante la necesidad de la burguesía de proveerse de trabajadores especializados. Las plazas de formación profesional aumentaron, aunque todavía eran minoritarias (30.000 alumnos) frente a las 474.000 plazas de bachillerato que había en 1960. En 1958 había 119 institutos de enseñanza media estatales y 1.041 centros privados (9).
Por más que en 1966 se llega a un total de 110.591 unidades escolares (de ellas, 87.000 estatales), no se alcanza la escolarización total de niños, máxime cuando la edad obligatoria de escolarización se prolonga de los 12 a los 14 años (10).
En 1956 las demandas de modernización de la Universidad chocan contra la intolerancia del régimen. La revuelta estudiantil que surge en ese año hará que la Universidad permanezca en estado de sitio prácticamente hasta la muerte del dictador. A la protesta se unirán profesores y catedráticos. El problema universitario es poco más que un asunto de orden público para la dictadura.
Si bien con la Ley General de Educación (1970) aumentó considerablemente el número de centros y plazas en la enseñanza, todavía en 1981 la tasa de analfabetismo en el país era superior al 6% (11). Este dato significativo era un indicador de las lacras que dejaba el sistema franquista, que hizo retroceder la educación décadas (tanto en contenidos, métodos, como extensión de la misma), intentando borrar todo lo que de progresista había aportado la II República.
La opresión cultural en las nacionalidades
La definitiva derrota de la Revolución Española en 1939 iba a suponer un tremendo descalabro para la cultura de los pueblos ibéricos. En triunfo de Franco conllevó la más rabiosa represión contra los derechos democráticos nacionales de Cataluña, Euskadi y Galicia.
El uso público y escrito del euskera, catalán o gallego fue prohibido y cualquier manifestación cultural propia, castigada brutalmente. Después de la guerra, Cataluña fue cubierta de carteles agresivos y provocadores con el lema “Españoles, hablad la lengua del imperio”. Más de la mitad del profesorado de la Universidad de Barcelona fue expulsado, así como también más de 25.000 funcionarios de la Administración Pública cesados. En el País Vaco, el euskera retrocedió drásticamente; de hablarlo unas 700.000 personas en los años treinta, descendió en 1954 a unas 525.000 personas. El uso de la lengua, la utilización de la ikurriña, hasta el empleo del euskera en las inscripciones de las lápidas funerarias, eran motivo de palizas, detenciones e incluso encarcelamiento. Asimismo fueron reprimidas y perseguidas las manifestaciones de la cultura gallega. Centenares de maestros de Castilla y Extremadura eran enviados a Cataluña, Euskadi y Galicia a “españolizar” la enseñanza (12).
Oposición cultural a la dictadura
Parecía poco menos que imposible que en la sociedad española de la posguerra, donde los más vivían sometidos a la penuria, el hambre, la injusticia y el terror, pudiera surgir algún tipo de expresión artística que no fuera la oficial, marcada por el triunfalismo fascista de los Ridruejo, Pemán, Panero, Foxá…
Prensa, radio, cine…, estaban sometidos a una férrea censura para impedir la divulgación de cualquier información u opinión disonante con las directrices del Régimen. Por otra parte, la dictadura fomentaba una subcultura de toros, fútbol (especialmente), fotonovelas… como instrumento de evasión para apartar a la gente del encuentro con una cultura auténtica que le ayudara a reflexionar sobre sus problemas reales.
A pesar de todo, en 1944 el poeta Gerardo Diego escribe: “Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres…” (Hijos de la ira, 1944), en clara referencia a la angustia que atenazaba a la generalidad del país en aquellas circunstancias. Un ex-legionario, que en plena guerra había ofrecido sus servicios como delator al mismo Franco, el novelista Camilo José Cela, exponía en La Colmena (1951) una muestra realista –hasta cierto punto- de las duras vicisitudes que comportaba la lucha por la supervivencia en aquellos años. En 1949 el régimen franquista no tiene más remedio que autorizar la representación de la obra de teatro de un ex-combatiente republicano, Antonio Buero Vallejo, que ha compartido prisión con Miguel Hernández, pues Historia de una escalera ha obtenido el Premio Nacional de Teatro “Lope de Vega”, en cuyas cláusulas figura el estreno. Buero pone al desnudo las frustraciones de la vida de los habitantes de una casa de vecindad durante tres generaciones.
En la década de los cincuenta aparece en el cine (Bardem, Berlanga, Ferreri…), en el teatro (Alfonso Sastre, Lauro Olmo…), en la poesía (Celaya, Otero, Hierro…), en la novela (Goytisolo, López Salinas, López Pacheco…), en la pintura (Genovés, Canogar, Bajola…) una corriente artística, conocida como realismo social. La sobre-explotación a que es sometida la clase trabajadora, las duras condiciones de vida que sufre la mayoría de la población, tienen su reflejo en una capa de intelectuales y artistas, como así ocurriera durante la revolución de los años treinta. Es un arte que, trascendiendo los límites de la evasión o el puro goce estético, se ocupa de los problemas del hombre real, intenta ser útil, servir para despertar conciencias. En uno de los textos emblemáticos de esta corriente, el poeta Gabriel Celaya hace toda una declaración de intenciones al proclamar que “la poesía es un arma cargada de futuro” (Cantos Íberos, 1955), o, dicho con otras palabras, el arte al servicio de la revolución social.
Paralelamente, en las nacionalidades históricas, Galiza, Euskal Herría y Catalaunya, se producía un movimiento de afirmación y defensa de la identidad nacional. De la mano de escritores, especialmente poetas, como Celso Emilio Ferreiro (Longa noite de pedra, 1962), Gabriel Aresti (Harri eta Herri, 1964), Salvador Espríu (La pell del brau, 1960)…, la reivindicación de la lengua se hace de la mano de una poesía combativa frente a la opresión nacional y social.
La repercusión de la obra de estos autores, como la de sus colegas en castellano, era muy limitada, como no podía ser de otra manera en un país donde la subsistencia diaria constituía la principal preocupación para la inmensa mayoría. Por otra parte, la censura, la prohibición de sus actos (recitales, conferencias…), la edición de sus obras en pequeñas editoriales…, contribuía a acotar aún más el alcance de su labor. Habrían de transcurrir unos años para que este esfuerzo diera sus resultados. Muchos de estos poemas fueron conocidos y coreados por miles de gargantas, cuando por la labor de los cantautores (Paco Ibáñez, Serrat, Raimon…) se convirtieran en canciones de lucha, que perviven en la memoria colectiva.
Posteriormente, y aunque el grueso de la inteligencia mantendría su hostilidad al franquismo, ésta iniciaría un progresivo despegue del compromiso político-social que, salvo contadas individualidades y ocasiones, dura hasta nuestros días. En ello influyeron factores como las exigencias de un nuevo público lector (las nuevas clases medias originadas por el desarrollo capitalista en el franquismo), cuyos gustos tienen que atender las editoriales para negocio propio; las revelaciones del XX Congreso del PCUS donde se revelaron los crímenes de Stalin; la confusión sobre el papel de la clase obrera, producto de la visión empírica de las consecuencias del desarrollo económico en los comportamientos de ésta (el mayor nivel de vida alcanzado por los trabajadores como equivalente a un “aburguesamiento irreversible”), la penetración del imperialismo yanqui, también en el terreno ideológico, con toda su carga de ilusiones y expectativas…
La política de pactos y consensos con la burguesía, llevada a cabo por las direcciones del PSOE y del PCE, condujeron al desengaño y la frustración a millones de trabajadores, mujeres y jóvenes que habían confiado en sus dirigentes para la lucha por una sociedad nueva al final de la dictadura franquista.
La ilusión, el compromiso, el espíritu de sacrificio, el orgullo de ser obrero…, propios del inicio de la “Transición”, se tradujeron al final de ésta en desencanto y pasotismo. El resultado de la “Transición” devolvía a la rutina y al conformismo, “a su casa”, en definitiva, a la enorme mayoría de los que unos meses antes habían ingresado con esperanza y ánimo luchador en partidos y sindicatos de izquierda.
No son éstas precisamente las mejores condiciones para que puedan prosperar la creación artística y literaria. A diferencia de los años de la II República, la “Transición” no experimentó una oleada de creatividad importante. Sin duda, el ambiente reinante en la mayoría de la sociedad hizo mella para décadas en la conciencia de artistas e intelectuales.
Enrique Alejandre Torija
(1) Tuñón de Lara, M. La España del siglo XX, vol. 2. Barcelona. Laia, 1981. pp 410-411.
(2) Tuñón de Lara, M. La España del siglo XX, vol. 3. Barcelona, Laia, 1981. P. 735.
(3) El psiquiatra Carlos Castilla del Pino, joven estudiante en la Universidad de Madrid en los años de la inmediata posguerra proporciona en su primer libro de memorias, Pretérito Imperfecto (1988), un vivo retrato de la situación universitaria en aquellos años.
(4) Prado, Benjamín. Maestros y olvido. El País, 5 de mayo de 2005.
(5) Biescas, J. A. y Tuñón de Lara, M. España bajo la dictadura franquista. Barcelona, Labor, 1981. Pág 474.
(6) Op. cit. Pág 474.
(7) Lucena Ferrero, R. Historia de la Educación en la España Contemporánea. Madrid, Acento, 1999.
(8) Biescas, J. A. y Tuñón de Lara, M. España bajo la dictadura franquista. Barcelona, Labor, 1981. Pág 310.
(9) Op. cit. Pág 412.
(10) Op. Cit. Pág 353.
(11) Lucena Ferrero, R. Historia de la Educación en la España Contemporánea. Madrid, Acento, 1999.
(12) La cuestión nacional en el Estado Español, pág 24. En Alternativa Marxista a la Cuestión Nacional, El Militante, Ezker Marxista, 1998.
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