sábado, junio 01, 2019

Estrategias comerciales y tierras raras

Lo peor de la guerra comercial entre los Estados unidos y China es, aparte de que como toda guerra comercial es mala para todos participen o no en ella, es el hecho de que nada en ella muestra el más mínimo atisbo de sentido común.
El hecho de que el conflicto sea desencadenado por el que es, sin duda, el político más absurdo e irresponsable de la historia, hace que todo esté sujeto a una inestabilidad total: hoy te bloqueo, mañana pospongo las medidas durante tres meses, al día siguiente digo que Huawei es una terrible e intolerable amenaza para la seguridad, pero dos días después afirmo que podría ser incluida en algún tipo de acuerdo comercial.
Seamos serios: si eres una amenaza para la seguridad nacional, no se te puede incluir eventualmente en ningún acuerdo comercial, y si se te puede incluir en algún acuerdo comercial es que no eres una amenaza para la seguridad nacional. Esos dos elementos son incompatibles entre sí. Pero es que, en realidad, muy pocas cosas en este episodio tienen sentido.
¿Bloquear a Huawei? El gigante chino tiene inventario de componentes importados de los Estados Unidos suficientes como para seguir fabricando a su ritmo normal todo el resto del presente año, y tiempo más que suficiente para desarrollar la inmensa mayoría de esos componentes en China si fuera necesario. Si efectivamente llegase a ser necesario, que lo dudo infinito, eso terminaría siendo un muy mal paso para la industria norteamericana, porque habrían forzado a China a desarrollar unos componentes alternativos que, sin duda, pasarían a ser su peor pesadilla en los mercados internacionales. En caso de pretender mantener las restricciones durante u período largo de tiempo, el mayor problema para Trump no sería China ni Huawei, que carece de presiones de inversores como empresa no cotizada que es, sino su propia industria doméstica y sus pérdidas, que sí son reales. Tan solo las pérdidas en las que podría incurrir Apple son para echarse a temblar, pero hay muchas más empresas afectadas.
Google, sin ir más lejos, es otra gran perjudicada: obligada por el patético Donald Trump y sus torpes y mal calculadas acciones a restringir sus tratos con Huawei, se encuentra ahora con que ha proyectado ante todos la evidencia que menos quería proyectar: que su sistema operativo Android ya es cualquier cosa menos abierto, que ha demostrado manejarlo con mano de hierro, y que eso, obviamente, es susceptible no solo de levantar recelos en mucha gente, sino incluso de exponerla a más riesgos regulatorios de los que ha experimentado ya.
¿Puede China plantearse represalias controlando la exportación de las tierras raras utilizadas en la fabricación de componentes electrónicos? Del mismo modo que las amenazas de los Estados Unidos tienen poca base real efectiva, las de China tampoco la tienen. Las tierras raras, en realidad, ni son tan raras, ni China ha sido bendecida con una especial abundancia de las mismas. Lo único que ha convertido a China en el suministrador habitual de tierras raras para la industria ha sido que la laxa regulación medioambiental del país y su mano de obra comparativamente barata ha hecho que se convirtiese en el sitio donde resultaba menos complicado y caro extraerlas, pero en realidad, esas tierras raras se pueden extraer en muchos sitios, incluyendo la mismísima California, y una vez extraídas de la tierra, donde suelen hallarse combinadas con otros elementos, lo demás son procesos químicos razonablemente comunes y sencillos. De nuevo: ante una hipotética restricción en las exportaciones de tierras raras de China, lo que se desencadenaría sería un proceso para extraerlas en otros países – son abundantes en Australia, Brasil, Canada, India y los Estados Unidos – y la principal perjudicada sería la actual industria china.
Las restricciones artificiales son siempre malas para todos, y las guerras comerciales son, en gran medida, eso: intentos más o menos torpes de generar restricciones artificiales. Que Donald Trump crea que la geopolítica se puede manejar con técnicas ramplonas y baratas de matón de patio de colegio convierte esta guerra comercial en un episodio grotesco, absurdo y sin sentido, del que por supuesto ningún propietario de un smartphone se tiene que preocupar ni lo más mínimo (ni protestar o pedir ante autoridad alguna la reparación de unos supuestos daños completamente inexistentes). Son, simplemente, actuaciones sin sentido que se intentan esgrimir como armas arrojadizas a corto plazo, sin posibilidades reales de convertirse en restricciones duraderas que fuercen cambios en la industria que a nadie le interesan.
Nada de esto tiene sentido. En la práctica, lo mejor que se puede hacer con las erráticas decisiones y las pataletas del inquilino de la Casa Blanca es dejarlas pasar, no hacer nada ni plantear nada al respecto, y esperar a que se desarmen solas.

Enrique Dans
enriquedans.com

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