domingo, junio 17, 2007

De un Argentinazo a otro.

El estudio de la Revolución de Mayo

“Conocerse a sí mismos quiere decir ser lo que se es, quiere decir ser dueños de sí mismo, distinguirse, salirse fuera del caso, ser elemento de orden pero del orden propio y de la disciplina a un ideal. Y eso no se puede obtener si no se conoce también a los demás, su historia, el decurso de los esfuerzos que han hecho los demás para ser lo que son, para crear la civilización que han creado y que queremos sustituir por la nuestra.”

Antonio Gramsci, Socialismo y Cultura.

1. Nuestro objetivo

“ Como ese día, el viernes fue un 25. Como aquel 25, el viernes llovió. Como aquel 25, el pueblo se convocó a la plaza. En aquel 25 el pueblo quería saber de qué se trataba. Hoy el pueblo sabe muy bien de que se trata”. No recuerdo las palabras exactas, pero éste fue, palabras más, palabras menos, el discurso de un vecino en la asamblea barrial de Villa Crespo. El azar quiso que el día del primer cacerolazo nacional convocado por la Asamblea Interbarrial cayera 25 y que ese 25 lloviera, como aquél. Pero la evocación del vecino (a quien no recuerdo) dista mucho de ser casual: rescata un proceso que puso fin a un régimen para sustituirlo por otro, busca analogías que le permitan inscribir su acción dentro de un desarrollo más general, reclama una herencia. En los momentos que la historia se abre como un libro para que escribamos, comenzamos a invocar a otros escritores como nuestra propia genealogía. La clase obrera debe nutrirse no sólo de su experiencia directa sino también de la de quienes la precedieron. Debe, en consecuencia buscar aquellos revolucionarios para hacerlos suyos.
El 25 de mayo es conmemorado como un hito inaugural, de culminación y génesis. Pero se nos ha enseñado que aconteció mediante un acuerdo entre caballeros, donde la violencia dio el parte de enferma. Si quienes están a cargo de la escritura de la historia académica apuestan a la vida eterna de la sociedad tal como es, no resulta extraño que la revolución de mayo no ocupe lugar en su agenda de prioridades, y que el último libro que trata sobre el tema haya sido escrito hace 30 años. Estamos ante una sociedad que quiere negar la revolución que le dio origen para desautorizar la revolución que puede darle defunción. No obstante para un científico el cambio social deber ser una preocupación capital. Un correcto balance de las luchas pasadas es un arma para la próxima. La comprensión del proceso de génesis de un sistema social deviene en instrumento para destruirlo y construir otro. Desde RyR nos proponemos armar a la clase obrera. En las vísperas de una transformación profunda, se torna necesario esclarecer qué representa una revolución y qué no, cómo se gesta, cuáles son sus determinaciones y cuáles las premisas de su triunfo. Es por eso que nos embarcamos en el estudio de la, hasta ahora, única revolución social que se produjo en la Argentina. Esta pregunta que ahora luce urgente nos pareció imprescindible en julio del 2001, cuando decidimos, luego de una extensa reunión, y tras un agotador debate, que la pregunta madre, la pregunta que ordenaría todos los proyectos de investigación de RyR, no debía, para un marxista, ser otra que “¿Cuáles son las condiciones para una revolución socialista en la Argentina?”. En efecto, si la historiografía burguesa se pregunta acerca de las condiciones para el advenimiento de un capitalismo desarrollado y de una democracia estable, un científico socialista debe preocuparse por las condiciones de su transformación, ya que (parafraseando a Trotsky) la tarea de la hora no es salvar al capitalismo argentino sino a la Argentina...de su capitalismo.
La pregunta principal que ordena a esta investigación es: ¿Puede decirse que los sucesos que estallan en 1810 (con todos sus antecedentes) constituyen una revolución social? Una revolución es la irrupción de lo orgánico sobre lo superestructural. Donde los antagonismos que conforman la estructura de clases se vuelven visibles y devienen en formaciones políticas en la disputa por el poder. En ese sentido las fuerzas sociales en pugna, en confrontación militar, se conforman en partidos orgánicos. El factor objetivo deviene subjetivo. El partido está expresando, a escala consciente, las determinaciones objetivas. Pero, en segundo término, toda revolución implica a un Sujeto, es decir una clase en cuyo desarrollo está inscripta la transformación social. El Sujeto puede estar en sí, pero debe constituirse como tal, debe saberse Sujeto, a partir de sus determinaciones, esto es, para sí. Ahora bien, la primera constatación que debemos hacer es la existencia de ese Sujeto en sí. Un Sujeto puede no lograr llevar a cabo una revolución, pero la revolución no puede dejar de suponer un Sujeto.
En este marco cabe preguntarse si asistimos a principios del siglo XIX a una crisis orgánica en el Río de la Plata. Creemos que hay dos escenarios posibles: Uno, la revolución de Mayo como momento de irrupción de lo orgánico. Donde las clases antagónicas intentan resolver las relaciones sociales fundamentales que van a regir la sociedad. Por lo tanto la constitución de dos partidos orgánicos, que se nos aparecen bajo la denominación circunstancial de criollo y realista. Puede tratarse en este caso de la manifestación de una contradicción a escala estructural. La segunda posibilidad es entender la revolución de Mayo como una lucha entre fracciones de clase, una lucha entre partidos nominales. Donde dos fracciones de la misma clase luchan por establecer la subordinación de la otra. Si bien este proceso corresponde a la lucha de clases, no expresa la contradicción que constituye lo orgánico como tal. No se propone una transformación social. Procesos de este tipo pueden corresponder a un momento de una revolución social radical, pero no necesariamente la implican.
Esta encrucijada sólo puede resolverse estudiando lo orgánico, logrando caracterizar las relaciones sociales preponderantes de la formación colonial en el Río de la Plata. Difícilmente calibremos el grado de organicidad de un movimiento político si no establecemos sus condiciones. Es decir que nos debemos remontar hasta los orígenes de la colonia. Hacia antes de la lluvia. Buscando estudiar las relaciones sociales fundamentales. Estas son, creemos, las relaciones de producción, la forma como una sociedad produce sus bienes.
Nuestro proyecto busca investigar cómo se gestó la sociedad que hoy entra en crisis. Ya que entender al capitalismo argentino implica conocer su devenir, su movimiento, sus orígenes. Comenzamos con la primera producción conocida de importancia en la colonia: las vaquerías, producción de cueros a partir del ganado salvaje, investigando acerca de cuales son las relaciones sociales que implica esta producción. La elección se fundamenta en la hipótesis que estaríamos ante la presencia, en la región rioplatense de un proceso de acumulación de capital en el sector agrario, más particularmente del ganadero. El estudio que emprenderemos nos debería permitir caracterizar las clases sociales que constituyen la sociedad y las particularidades del vínculo colonial. La investigación proseguiría con el seguimiento del conflicto social de forma tal de poder apreciar su desarrollo, tendencias y fundamento. Aclaramos lo siguiente: la noción de clase social, no solo implica una relación con respecto al proceso de producción (contrariamente a los que sostienen que se puede deducir de los ingresos, o sea, del proceso de distribución) sino que, conjuntamente, involucra la irreconciabilidad histórica con respecto a su antagónica. Una sociedad que no carga con intereses inconciliables no es una sociedad de clases, y por ende aún (o ya no) tiene necesidad del Estado.
La investigación ha comenzado intentando estudiar el proceso de trabajo en las vaquerías, una hipótesis que las fuentes parecen inducir es que se trataría de cooperación simple. El propósito de estudiar relaciones técnicas de producción es aproximarnos a las relaciones sociales de producción. Nuestra hipótesis tentativa al respecto es que la cooperación simple, que parece predominar en las vaquerías, se trata de un primer momento de formación de una burguesía agraria y la aparición, aunque estacional, de trabajo asalariado. La investigación proseguirá con un relevamiento de los principales conflictos sociales que aparecen en la superficie a fin de delimitar aquellos que merecen ser investigados, para luego volver sobre el movimiento de lo orgánico.

2. Por dónde empezar. Una delimitación necesaria.

Todo conocimiento nuevo debe saldar cuentas con su antecesor, a fin de encontrar su necesidad como tal. En nuestro caso, quienes nos anteceden inmediatamente son aquellos que han investigado durante los últimos veinte años. Historiadores que han levantado un proyecto de investigación y se han dado los instrumentos para imponerlo. La mayoría proviene del campo de la izquierda de los años setenta pero hoy, y aunque mantiene cierta fraseología, abjura de esas posiciones. El programa que llevaron adelante fue esbozado por Tulio Halperín Donghi en Revolución y Guerra en 1972. Luego de un paréntesis signado por el proceso militar lograron imponerlo en la universidad. En este apartado no pretendemos superar dichas conclusiones ya que semejante labor es el objetivo de nuestro programa y un objetivo plantea una tarea no cumplida. Vamos a intentar, más bien, en un primer momento, caracterizar los presupuestos generales en los que se basa la producción vigente, es decir sus supuestos epistemológicos y metodológicos, y examinar cómo se desenvuelve realmente. En un segundo momento intentaremos sacar conclusiones de este desarrollo y proponer ciertos principios superadores.

a. La Verdad revelada

“Yo creo que esa baja de tensión (por la del positivismo) se debe a que ellos tienen una visión bastante menos problemática de la Argentina del presente; tienen problemas con algunas cosas pero no creen que la Argentina sea un problema. En la medida en que no tienen mucha angustia del presente, el pasado se hace simplemente interesante.[...] Yo diría que, en nuestra modestia, si usted ve la manera en que se trataba de explorar el pasado argentino en la década del ´60, usted ve ahora de nuevo esa baja de tensión. A lo mejor estamos equivocados pero la gente está mucho más tranquila, y porque está mucho más tranquila podemos tener una historia, que sin ninguna intención de desvalorizarla, es una historia que podemos caracterizar como mucho más académica. Una historia en la cual se consideran los temas como un edificio al que hay que completar: ahora se ha hecho esto, ahora hay que comenzar a hacer un poco de historia más cuidadosa de las estructuras económicas, cuando se termine tal otra cosa... Es un programa de investigación histórica, no es un programa de esclarecimiento del presente y del futuro a través del pasado. Es una reiteración de algo que había pasado con la generación positivista.”
Elegimos comenzar por estas aseveraciones ya que contienen la cosmovisión predominante sobre dos cuestiones primordiales: cuál es el criterio de cientificidad y cuál es el lugar del historiador en tanto científico. El primer problema nos remite a la disputa por la validez del conocimiento. Esto es: ¿cuándo podemos decir que un juicio es legítimo y debe ser aceptado por otros como tal? La respuesta que ensaya Halperín es que en primer lugar todo postulado será verdadero en tanto no dependa de las preocupaciones de quien investiga, que no defienda ninguna posición ni oculte alguna intención, que no haya sido originado por conflictos presentes. Es decir el conocimiento debe tener como premisa la imparcialidad. En segundo, que dicho saber no debe estar sometido a los vaivenes del desarrollo social sino que debe ser edificado por agregación, lo que podemos catalogar como premisa de inmutabilidad: el conocimiento no puede ser contradictorio, o es o no es.
Si el conocimiento como verdad no depende ni surge del desarrollo social, decimos que es anterior a él. El que no sea contradictorio, es decir que su verdad no se halle en su devenir y en su adecuación a la totalidad sino que tenga un contenido determinado (aunque aún inescrutable), remite a la demanda de eternidad. La verdad no brota de la realidad sino que es anterior y se impone a ella. La idea de que el conocimiento es inmutable tiene como premisa que la realidad también lo es. La pretensión de universalidad inmediata supone un imperativo categórico y tres segmentaciones de peso: en primer lugar la escisión del sujeto y el objeto, donde al sujeto particular y mudable se le opone el objeto como universal e inmutable, donde el primero no entra en una relación activa sino que se deja impresionar. En segundo lugar la disociación del pasado y el presente, donde el estudio del pasado no puede servir para dilucidar el presente ni los problemas del ayer pueden estar influenciados por los actuales. Por último la separación del conocimiento y transformación.
De estas tres escisiones se derivan tres problemas a- Si el sujeto se halla separado del objeto, ¿cómo es posible su aprehensión en la medida que todo acercamiento implica relación? b- ¿Dónde termina el pasado y se halla el presente? ¿Qué cantidad de años separan los problemas del pasado de los del presente? c- Si el conocimiento es independiente de la transformación, ¿cómo puede darse esta en su forma consciente?

b. La patada del camello ciego

Los interrogantes arriba planteados nos suscitan un problema trascendental: la posibilidad del conocimiento histórico. La historia estudia sucesos cambiantes, los que trata de explicar, pero todo cambio implica una relación entre dos situaciones distintas. Si eliminamos la relación presente-pasado-futuro eliminamos la posibilidad de toda relación. ¿Cómo explicamos la historia entonces? Una posibilidad radica en hacer desaparecer todo carácter de necesidad a los cambios. La relación existe, pero es contingente. No puede pensarse como una única relación necesaria. Es en ese sentido que Halperín critica fuertemente a Bartolomé Mitre y a Vicente. F. López, los fundadores de la historiografía argentina:
“si el desenlace por ellos aprobado en sus rasgos fundamentales se les aparece no como una de las salidas alternativas al proceso de abierto en 1810, alcanzada como resultado de ningún modo inevitable de una marcha histórica rica en bruscos altibajos, sino como un destino misteriosamente inscripto desde el origen de los tiempos...”.
Le sigue Jorge Gelman que se delimita de sus antecesores uruguayos:
“Esta historia no era el resultado de la elección entre diversas opciones, de los conflictos entre las mismas y distintos actores sociales, sino el resultado lógico y único posible de condiciones preexistentes, creadas por la naturaleza de las cosas y de las personas.”.
Lo que se está negando es la necesariedad del desarrollo histórico, es decir que haya leyes que determinen los cambios en un sentido y no en otro; que la viabilidad de las opciones no depende de las distintas voluntades sino de un proceso que excede a los hombres mismos. Por lo que se le quita a la revolución su carácter de forzosa.
El imperativo de contingencia desata otros tres: el de multiplicidad, el de libertad indeterminada y el de agregación. El primero se refiere a una historia que es la del devenir de las opciones, todas ellas en igualdad de condiciones. Por ejemplo el hecho de que los terratenientes se hayan erigido en clase dominante es una de las salidas posibles, pudo haber triunfado la opción “campesina”. Ahora bien cabría preguntarse si esas opciones surgen espontáneamente en la cabeza de los actores o son producto de su situación social. El segundo implica la “libertad” que tiene una sociedad para decidir sus destinos, donde libertad se contrapone a determinación. Recordemos que uno sería más libre cuanto menos determinado se halle. El tercero es el que desarticula la relación entre las causas y las consecuencias. Si no hay leyes de desarrollo la historia se vuelve una sumatoria de hechos imposible de encadenar de manera racional. La legalidad científica implica un desenvolvimiento racional, necesario de las cosas, lo que garantiza su aprehensión (recordemos “todo lo real es racional, todo lo racional es real”). Sin ella el desarrollo histórico se vuelve caótico, impredecible, caprichoso. Borges tenía esta sensación cuando decía que el destino era una patada de camello ciego.
En este punto nos encontramos con que el historiador ya no explica sino que describe. Nos encontramos también con que el conocimiento no va más allá de lo que se nos aparece a primera vista. En una primera ojeada los elementos irrumpen desarticulados, desagregados, múltiples. El conocimiento se conquista por sobre el fenómeno. La historiografía dominante se limita al fenómeno. Es la actitud que llamamos fenomenologismo. De esta manera el devenir histórico se hace inaprehensible. Hegel decía que la necesidad es ciega sólo para aquel que no la conoce. Para estos historiadores la historia es una patada de camello ciego. Pero recordemos que en un principio se quería alcanzar una verdad única e inmutable. Ahora nos encontramos con la multiplicidad indeterminada, con el atomismo y la particularidad. De lo universal, único y lejano a lo particular múltiple e inmediato. La verdad siempre parece estarles escapando.

c. La historia en migajas

En este punto trataremos de analizar cuáles son las características de la producción historiográfica vigente que resulta de la concepción descrita. Para comenzar tomamos la siguiente afirmación:
“Este es ante todo un libro de historia política, si se abre con un examen de la economía y sociedad rioplatenses en transición hacia la independencia es porque pareció imposible ignorar las dimensiones mismas de la colectividad de la que se trata de trazar la historia.”
Así es como comienza su trabajo el historiador Tulio Halperín Donghi sobre la Revolución de Mayo. El presupuesto que subyace a esta afirmación es la relativa autonomía de las esferas sociales y la pretensión de que la historia política pueda explicarse a partir ella misma, sin remitirse a ninguna instancia determinante. La hipótesis de que una instancia social puede resultar como estudio acabado es la pretensión de particularidad. Donde las esferas sociales no tienen una relación necesaria y jerárquica. Decíamos antes que esta historiografía no aventuraba su actividad cognitiva más allá del fenómeno. Pues bien fenoménicamente, la realidad aparece, atomizada y exenta de relaciones de subordinación entre sus partes.
Es por eso que Halperín estudia una revolución en los siguientes sentidos: a- mediante su política inmediata, por lo que su devenir depende de las conductas grupales y/o individuales b- la restringe a la guerra civil. Por eso sus causas son la crisis política hispánica y sus consecuencias: la barbarización, ruralización y militarización del estilo político, nada más allá de lo que se contempla en la superficie de una esfera social. En ningún momento se detiene a interrogarse acerca de la existencia de una tarea histórica que requiera un programa. Para él el llamado “partido criollo” no levanta ninguno. Así proliferaron (y proliferan) estudios acerca de contabilidades de esta o aquella estancia, sobre la demografía en este o aquel partido y eruditos amontonamientos de fuentes sin un criterio estratégico claro. A pesar de esta pretensión de particularidad, no faltan quienes quieren aventurarse hacia la explicación de la totalidad:
“Esta evolución divergente en la ocupación del espacio (y sobre todo sus posibilidades de expansión o la percepción de las mismas), así como la más temprana instalación de grandes estancias en la Banda Oriental, deben ser incorporados como un elemento clave para estudiar los procesos tan distintos de los disturbios revolucionarios al inicio de la etapa independiente”.
Jorge Gelman deduce que la clave para estudiar la revolución (a la que llama “disturbio”) y sus distintas manifestaciones, es la ocupación del espacio (no sabemos si se refiere al término propiedad). Las diferencias entre el proceso revolucionario en Buenos Aires y la Banda oriental podrían explicarse no por las relaciones sociales en conflicto sino por la divergente ocupación del suelo. Estas apreciaciones pecan de un reduccionismo aún más vulgar del que suele atribuirse al marxismo. La segregación de las esferas sociales no permite entender su relación, no entender una relación impide jerarquizar ciertas relaciones y ciertos procesos sobre otros. Porque la categoría de relación implica, necesariamente la de determinación. Una realidad que no está determinada es una realidad atomizada. Las categorías de análisis pierden aquí toda rigurosidad en tanto a- sólo reflejan un ser ahí y b- niegan el principio de relación:
a- La petición de disgregación del objeto de estudio permite unidades de análisis más pequeñas y los conceptos construidos se remiten a ellas: “elite”, “sectores marginales”, “sectores menos marginales de la elite”, son categorías que no pueden cortar transversalmente toda la sociedad, sino sólo pueden entenderse en un marco muy restringido. Hay elites políticas, elites económicas, elites culturales y hasta una elite de jugadores de fútbol, depende del ámbito específico del que hablemos: ¿Qué significa pertenecer a la elite de toda la sociedad? Es una respuesta que no se puede contestar sin ponderar algunas relaciones sobre otras, sin decir, por ejemplo, que ser un excelso jugador de fútbol es menos determinante a los efectos de una preponderancia social.
b- El concepto de “marginales” remite a una exclusión, un excluido es quien no participa de ciertas relaciones sociales. La elite y los marginales aparecen así escindidos, sin una relación social que los constituya como tales. En este punto cabría señalar que lo que subyace a estas concepciones es la categoría de durkheimiana de “norma”. Esta concepción reduce la dinámica objetiva a la subjetiva, deja sin explicar la relación de dominación que hace posible la “norma”, y desconoce el cambio social que privilegia la noción de proceso sobre la noción de estructura, ya que este hace perenne toda norma que no se ajuste a aquél. Ahora bien, la escisión de una sociedad entre quienes son incluidos por la norma y quienes no, nos trae dos problemas: que hay muchas normas y entonces uno podría ser una “elite” o un “marginal” según cada criterio y que, tomando alguna norma como referencia, la sociedad se divide en dos (y sólo dos) conjuntos bastante heterogéneos. Procuraré exponer aquí un ejemplo más del abandono de la rigurosidad conceptual:
“Actualmente es aceptada la idea de que lo que se ha dado en llamar el ´Estado colonial´ tiene como una de sus características básicas, que no representa a ninguna fracción en particular de la realidad americana, ni siquiera a las más poderosas y que justamente una de las bases de su existencia y reproducción es su distancia de los diferentes sectores, que no pueden consolidarse como clase dominante”.
En primer lugar quisiera señalar que estamos ante un claro ejemplo de indefinición: Gelman se deslinda de la categoría “Estado Colonial” (no la hace suya pero tampoco la rechaza) y, como no la reemplaza, vaya a saber uno cuál es la continuidad conceptual de 1580 hasta 1810 y cuál es el objeto de disputa en la revolución. Sin la categoría de Estado nos encontramos con una sucesión de gobiernos con una política más o menos acorde, pero sin una relación necesaria. La segunda es que la ausencia de una clase dominante implica la inexistencia de la explotación y de la subordinación, y sin ellas no pueden explicarse los conflictos sociales, mucho menos una revolución. La categoría de clase social implica la explotación y la dominación política, por ende, el Estado. No es este el lugar para realizar una introducción al marxismo. Cada historiador debe formarse rigurosamente y se da por supuesto que estos hombres lo han hecho. No es desconocimiento lo que aqueja aquí, sino la pretensión de postular la ausencia de una sociedad que carga con antagonismos irreconciliables y la posibilidad de un Estado autónomo como órgano que nos contenga a todos.
Como corolario del recorrido vimos como se postulaba una Verdad indeterminada, lejana y revelada y se encuentra con que su camino lleva a verdades parciales, ostentativas, producto de la percepción inmediata, poco explicativas y con el uso indiscriminado y arbitrario de categorías de análisis que no dan cuenta de una elaboración. El historiador se ha reducido a recabar datos y señalar hechos.

3. Apuntes para un estudio científico

El fundamento de todo conocimiento social es que: a- somos el resultado del desarrollo pasado y por lo tanto la diferencia entre presente y pasado es contradictoria, al estudiar el pasado nos estamos estudiando a nosotros mismos. Los problemas que buscamos en el pasado son los que nos aquejan en el presente: “La verdadera historia es historia contemporánea” decía B. Croce. b- Todo está en transformación. Por lo tanto no hay escisión entre conocer y transformar. Sólo podemos conocer aquello que transformamos y viceversa. Es por eso que sólo la “parcialidad” asegura la cientificidad del conocimiento. Sólo puede desarrollar conocimiento científico quien intenta transformar la sociedad toda.
El uso de categorías pertinentes expresan una referencia hacia concepciones más generales. La noción de clase social tiene como premisa la determinación de las relaciones de producción sobre el resto de las relaciones. Justamente porque el hombre aún no ha resuelto su problema con la naturaleza, aún se halla escindido con sus condiciones de existencia. La noción de clase social remite al desarrollo histórico de la humanidad toda. El empleo correcto de las categorías de análisis nos permite que un montón de documentos (Reales Órdenes, Reales Cédulas, Actas del Cabildo, etc.) se transformen en la base empírica de una explicación..
Lo fenoménico constituye un aspecto de la realidad, pero no puede ser comprendido si no se comprende el movimiento orgánico que le da sentido. El estudio de una parte en abstracción con el todo es un momento necesario, toda síntesis requiere análisis. Es en la jerarquización de las esferas sociales, en tanto comprendidas como relaciones sociales, donde podemos aprehender el todo como pura mediación con sus partes. Lo verdadero es el devenir mismo concibiéndose; es, por eso, la totalidad del desarrollo. El conocimiento, en consecuencia, se consigue mediante un trabajo de negación, de elaboración, entendiéndose en el devenir para poder operar sobre él. El objetivo del conocimiento histórico debe ser el esclarecimiento de las leyes que rigen la transformación histórica a fin de poder gobernar sobre ella. Tal como decía León Trotsky:
“El ascenso histórico de la humanidad, tomado en su conjunto, puede resumirse como un encadenamiento de victorias de la conciencia sobre las fuerzas ciegas, en la naturaleza, en la sociedad, en el hombre mismo.”
No es la intención ser un historiador al servicio de la “sociedad”. El compromiso científico consiste en analizar y constituir lo mejor que ella ha parido: las condiciones de su destrucción y sus propios sepultureros.

Fabián Harari
RyR

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