viernes, diciembre 01, 2017

Arabia Saudí, como los nazis, utiliza el hambre como arma para acabar con los yemeníes



Saida Ahmad Baghili, una joven de 18 años víctima de desnutrición. Imagen recogida en octubre (AFP)

Arabia Saudí amplió el mes pasado su repertorio de payasadas ridículas otorgándole la ciudadanía a un robot de nombre Sofia; una medida que, supuestamente, pretendía aumentar el barniz de modernidad y progreso que las tiránicas autoridades saudíes se esfuerzan en mantener.
En una reciente entrevista con el Khaleej Times, un periódico emiratí, Sofia especulaba con la idea de que “sería posible fabricar robots más éticos que los humanos” y que sólo hay dos opciones para el futuro: “O nos llueve creatividad e inventamos máquinas que lleguen a alcanzar una superinteligencia trascendental, o la civilización se viene abajo”.
De acuerdo, pero muchos miembros de la población mundial humana están lidiando actualmente con problemas mucho más prosaicos, como tratar de sobrevivir bajo el bloqueo y bombardeos dirigidos por Arabia Saudí, como sucede en el vecino Yemen. Allí podría perdonarse que sus habitantes hayan dado por sentado que la civilización se ha colapsado ya.

Hambruna inminente

Olvídense de las lluvias de creatividad: en cambio, los saudíes y sus socios de crimen han hecho ya caer toda la destrucción posible sobre el Yemen, además de oficiar una hambruna inminente. Fundamental en todo ese esfuerzo de guerra ha sido el papel desempeñado por los Emiratos Árabes Unidos, un territorio que de forma similar trata de ocultar su esencia brutal tras una fachada de desarrollo moderno a base de edificios ostentosos y centros comerciales con pistas de esquí.
Otras contribuciones belicosas provienen de territorios bastante más alejados. La revista New Yorker señala que “las fuerzas armadas saudíes, respaldadas por más de 40.000 millones de dólares en envíos estadounidenses de armamento autorizados por las administraciones tanto de Obama como de Bush, han asesinado a miles de civiles en los ataques aéreos lanzados sobre el Yemen”.
Naturalmente, EEUU es también responsable de un buen montón de salvajadas del estilo hágalo Vd. mismo, incluyendo ataques con drones sobre fiestas de boda yemeníes.
Pero volvamos al hambre, ya que, después de todo, nada habla tanto de modernidad y progreso como provocar una inanición masiva.
Consideren, por ejemplo, las palabras del experto militar romano del siglo IV, Vegetius, que ya era alguien claramente avanzado hace diecisiete siglos: “Es preferible someter a un enemigo por hambre, incursiones y terror, que en una batalla donde la suerte tiende a influir más que la valentía”.
El aumento de las enfermedades infecciosas está ralentizándose, pero todavía siguen infectándose unas 5.000 personas al día (AFP)

Emulando a los nazis: el hambre como arma de guerra

Las épocas bélicas más recientes han visto también como el hambre se blandía como si de un arma se tratara. En un ensayo de junio de 2017 para la London Review of Books titulado “Los nazis la utilizaron, nosotros la utilizamos”, Alex de Wall cataloga la utilización de la inanición como un “instrumento eficaz de asesinato masivo” en la II Guerra Mundial. Aunque la “inanición forzosa” fue, desde luego, “uno de los instrumentos del Holocausto”, los nazis habían ideado también un “plan de hambre” para diversas franjas de la Unión Soviética, de acuerdo con los diseños agroterritoriales alemanes.
(Curiosamente, al príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman le gusta también en ocasiones hablar de los nazis, como cuando le dijo a Thomas Friedman, columnista de asuntos exteriores del New York Times que el líder supremo de Irán, Ali Jamenei, es “el nuevo Hitler de Oriente Medio” y que “no queremos que el nuevo Hitler de Irán repita en Oriente Medio lo que sucedió en Europa”.)
Mientras tanto, los nazis no fueron los únicos que se aprovecharon del hambre en el siglo XX. De Waal escribe que "cerca de 750.000 civiles alemanes murieron de hambre", cortesía del bloqueo británico de Alemania durante la I Guerra Mundial, y que "el nombre elegido para el minado aéreo de los puertos japoneses en 1945 por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos fue ‘Operación Inanición’".
En cuanto a ejemplos más contemporáneos de privar a las poblaciones civiles de los materiales necesarios para su supervivencia, me vienen a la mente las sanciones de la ONU contra Iraq de los primeros años de la década de 1990, así como la respuesta que en 1996 dio la entonces embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Madeleine Albright, cuando le preguntaron cómo valoraba que medio millón de niños iraquíes hubieran muerto a causa de esas sanciones: “Pensamos que el precio ha merecido la pena”.
No todo el mundo estaba de acuerdo, como quedó claro en un artículo del New York Times de diciembre de 1995 sobre un informe recopilado por dos científicos que vivían en EEUU para la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El informe abordaba el impacto de las sanciones, por ejemplo, el aumento drástico en el número de niños iraquíes “afectados de ‘consunción’ o delgadez extrema que necesitaban de atención urgente”.
El artículo del Times cita a los autores del informe afirmando: “El brazo humanitario de las Naciones Unidas ofrece paliativos para aliviar el sufrimiento mientras su Consejo de Seguridad sigue tratando de prolongar las sanciones”.

Cuando el periodismo se convierte en arma

Avanzamos hasta 2017 y nos encontramos con las advertencias urgentes de la ONU sobre la inminencia de una hambruna catastrófica que afecta a millones de seres en Yemen, y una no puede evitar sospechar que probablemente Sofia tiene razón en cuanto a la ética superior de los robots.
Y justo cuando parecía que el panorama no podía ser más sombrío, la Coalición contra el Terrorismo Islámico liderada por los saudíes –una alianza de 40 países- ha detectado, al parecer, una oportunidad dorada en el letal ataque del viernes pasado contra una mezquita egipcia.
Reuters informa que, en una reunión celebrada el domingo en Riad entre los responsables de defensa de la coalición para “galvanizar” a la entidad “contraterrorista”, el príncipe heredero Mohammed bin Salman anunció que el ataque en Egipto era “un suceso muy doloroso” y que “la mayor amenaza del terrorismo y el extremismo no es sólo matar a gente inocente y propagar el odio, sino empañar la reputación de nuestra religión y distorsionar nuestras creencias”.
Me parecen bien esas apreciaciones, pero quizá serían más auténticas si no vinieran de alguien que en estos momentos está aterrorizado al Yemen.
Afortunadamente para los saudíes & Co, la complicidad de EEUU en actividades criminales está bastante asegurada mientras los ingresos por el petróleo saudí –sin mencionar otras contribuciones al caos regional- continúen traduciéndose en grandes billetes verdes para la industria de armamento estadounidense.
Mientras tanto, ahí están, para ayuda del establishment político estadounidense, unos medios obsequiosos que disfrutan caracterizando a las realezas saudíes como pioneros innovadores y de mentalidad reformista.
En la larga exposición de su exclusiva entrevista con Mohammed bin Salman, el susodicho Friedman sólo hace una única mención del Yemen, que reduce a “una pesadilla humanitaria”, en vez de al trabajo directo de seres humanos a los que Friedman está blanqueando.
Desde luego, este es el mismo Friedman que una vez determinó que “el problema con Arabia Saudí no es que tenga poca democracia. Es que tiene demasiada”.
Entre otras de sus sospechosas proezas se incluye la prescripción de una “nueva regla general” tras mascar qat en la capital yemení en 2010: “Por cada misil Predator que lancemos aquí contra un objetivo de Al-Qaida, ayudaremos al Yemen a construir 50 colegios nuevos y modernos.
Lamentablemente, el periodismo armado no parece estar pasado de moda. Y mientras Yemen se prepara ya para la hambruna del siglo XXI, la hambruna ética también está arrasando.

Belén Fernández
Middle East Eye
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Belen Fernandez es autora de “The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work”, publicado por Verso. Es colaboradora de la revista Jacobin.

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