sábado, junio 10, 2006

Stalin. Segunda parte.



Stalin como intendente militar de Hitler

Existen muchas equivocaciones sobre la Segunda Guerra Mundial, especialmente, relacionadas con el papel de Stalin. El intento de presentarle como “un gran líder bélico” está basado en pura mitología. En realidad, con su política, Stalin consiguió poner a la URSS ante un peligro mayor.
A finales de los años treinta la guerra era algo inevitable. Antes de que fuera asesinado por un estalinista, León Trotsky explicó que todos los marxistas debían defender a la Unión Soviética, pero también explicó que la única defensa real de la URSS era la preparación sistemática del terreno para el derrocamiento del capitalismo en occidente. La clase obrera internacional debía defender a la URSS frente al imperialismo, pero el mayor peligro para la Unión Soviética era la propia camarilla de Stalin. En un corto espacio de tiempo estas palabras demostraron ser completamente correctas.
A diferencia de Lenin, que siempre defendió una política internacionalista inflexible, la política exterior de Stalin estaba dictada por estrechas consideraciones nacionalistas. Su política consistía en una serie de maniobras con los imperialistas y sacrificó los intereses de la revolución en occidente ante los supuestos intereses de la Unión Soviética. En realidad, estas maniobras no eliminaron el peligro de la guerra, sino que los aumentaron enormemente. Mientras que Lenin y Trotsky basaban la política exterior del estado soviético a la perspectiva de la revolución mundial, con tal propósito crearon la Comintern, pero Stalin desconfiaba de la clase obrera mundial y no tenía tiempo para la Internacional Comunista. Trató a esta última no como un vehículo para la revolución mundial sino como un simple instrumento en manos de la política exterior rusa. La utilizó como un trapo sucio y después la desechó desdeñosamente. En 1943 la disolvió ignominiosamente sin ni siquiera convocar un congreso.
Como siempre, los llamados realistas siempre se convierten en utópicos sin esperanza. El abandono de la política leninista y del internacionalismo proletario en favor de maniobras diplomáticas sin principios, puso a la URSS en un gran peligro. Constantemente socavó las luchas revolucionarias de la clase obrera en China, Alemania, Francia y sobre todo en España, Stalin creó las condiciones para la victoria de la reacción fascista en un país tras otro. La derrota de la clase obrera española eliminó el último obstáculo en el camino de la nueva guerra europea. Esto hizo inevitable la guerra contra la URSS.
Después de la derrota de la clase obrera española, los “aliados democráticos” de la URSS alentaron a Hitler para que satisficiera su apetito volviéndose hacia el Este. Le permitieron rearmarse y ocupar la región del Rin y Austria sin un murmullo. En 1938 el primer ministro británico, Chamberlain, firmó el infame acuerdo de Munich que permitía a Hitler absorber Checoslovaquia. La clase dominante británica dio luz verde a Hitler para que atacara la URSS. Ante el temor de un ataque alemán, Stalin rápidamente abandonó sus maniobras con Gran Bretaña y Francia y firmó un pacto con Hitler.
La firma del Pacto Hitler-Stalin en otoño de 1939 fue un bofetada en la cara para la clase obrera mundial y para el movimiento comunista internacional. Por otro lado, las denuncias del pacto por las llamadas “democracias europeas” sólo eran hipocresía. En términos diplomáticos las acciones de la URSS tenían un carácter puramente defensivo. Pero la forma en que se comportó Stalin realmente era una traición. Mientras que es permisible que un estado obrero se comprometa en maniobras con los estados burgueses, incluidos los más reaccionarios, bajo ninguna circunstancia se debe hacer diplomacia a expensas de los intereses del proletariado y la revolución internacional. En última instancia, las maniobras diplomáticas tienen una importancia secundaria y pueden traer ventajas temporales.
Stalin creía que estas maniobras salvaguardarían a la URSS del ataque. Sus acciones, como siempre, se basaban en cálculos estrechos e ignoraban completamente a la clase obrera de otros países, excepto como un peón del juego diplomático. Su comportamiento con relación a la Alemania de Hitler fue más allá de lo que Lenin hubiera podido tolerar. Al final, tuvo el resultado contrario al que pretendía. Al colaborar con Hitler, Stalin, multiplicó por mil el peligro. Sus acciones desarmaron a la Unión Soviética, animaron a Hitler y desorientaron a la clase obrera mundial en un momento de extremo peligro.
La ocupación de Polonia, Finlandia y los estados Bálticos por parte del Ejército Rojo, también fue, sin duda, un movimiento defensivo, destinado a fortalecer las fronteras de la URSS. Pero se hizo de una forma típicamente burocrática y reaccionaria. En 1938 se disolvió el PC polaco con el pretexto de que se habían infiltrado los fascistas. Casi todos sus dirigentes, en el exilio en Moscú fueron ejecutados. Para facilitar la división de Polonia entre Alemania y Rusia, Stalin estaba dispuesto a sacrificar los intereses de la clase obrera. Mientras que Lenin siempre demostró una gran sensibilidad en la cuestión de las relaciones entre los pueblos rusos y no-rusos de la URSS, el estrecho nacionalismo de Stalin pisoteó los sentimientos nacionales de los pueblos. El resultado de la aventura finlandesa fue que los finlandés lucharon ferozmente contra el Ejército Rojo, debilitado por las Purgas de Stalin, sufrió enormes bajas y no consiguió sus objetivos. Este hecho, más que cualquier otro, convenció a Hitler de que el Ejército Rojo no resistiría un ataque del Wehrmacht.
Después de firmar el Pacto, Stalin y su camarilla llegaron a los extremos más increíbles, incluso llegó a congraciarse con los Nazis. El siguiente extracto del diario de Hencke, un diplomático alemán, describe el banquete de celebración del Pacto, demuestra lo lejos que estaba dispuesto a llegar a Stalin para reconciliarse con Hitler:
“Brindis: En el curso de la conversación, Herr Stalin, espontáneamente, propuso al Führer lo siguiente: ‘Sé cuánto ama la nación alemana a su Führer, por lo tanto, me gustaría brindar a su salud’. Herr Molotov bebió a la salud del ministro de exteriores del Reich y del embajador, el conde von der Schulenburg. Herr Molotov levantó su copa hacia Stalin, comentando que había sido Stalin quién con su discurso de marzo de este año, que se había comprendido muy bien en Alemania, había conseguido cambiar el rumbo de las relaciones políticas. Herren Molotov y Stalin bebieron repetidamente por el Pacto de No-Agresión, la nueva era de las relaciones ruso-alemanas y por la nación alemana. El ministro de exteriores del Reich (Ribbentrop) a su vez propuso un brindis por Herr Stalin, un brindis por el gobierno soviético y el desarrollo favorable de las relaciones entre Alemania y la Unión Soviética. Moscú, 24 de agosto de 1939”. (Nazi-Soviet Relations, pp. 75-6, reproducido por Robert Black, Stalinism in Britain, p. 130).
Justo antes del Pacto, en un gesto de complacencia hacia los nazis antisemitas, el comisario soviético de exteriores, Maxim Litvinov (que era judío) fue sustituido por Molotov. Más increíble aún, Beria, responsable de los asuntos internos, publicó una orden secreta a la administración del Gulag prohibiendo que los guardias de los campos ¡llamaran a los prisioneros fascistas! Esta orden no se derogó hasta después de la invasión de la URSS por parte de Hitler en 1941. Lo peor de todo fue que los antifascistas alemanes fueron entregados a Hitler. Esta no era la forma de preparar al pueblo soviético y a los trabajadores del mundo para el terrible conflicto que se avecinaba. La URSS estaba dominada por un falso sentido de seguridad en el momento de mayor peligro. Sus defensas estaban debilitadas y sus ejércitos estaban en manos de incompetentes, como Voroshilov y Budyonny, que más tarde fueron descritos por un general soviético como “cobardes y lamebotas”.
Stalin confiaba en sus buenas relaciones con el Führer. No creía que Alemania atacara a la Unión Soviética. Incluso envió un mensaje de felicitación Hitler con ocasión de su entrada en París. El comercio entre la URSS y la Alemania nazi aumentó. Desde el estallido de la Segunda Guerra Mundial hasta junio de 1941, cuando Hitler atacó a Rusia, la Alemania nazi recibió un gran aumento de las exportaciones de la URSS. Entre 1938 y 1940, las exportaciones a Alemania pasaron de 85,9 millones de rublos a 736,5 millones, que sirvió de gran ayuda a los esfuerzos belicistas de Hitler. En este momento, Trotsky caracterizó a Stalin como el lugarteniente de Hitler. Era bastante acertado.

Stalin socava la defensa de la URSS

Stalin y sus purgas criminales diezmaron completamente las defensas de la Unión Soviética. El gran mariscal soviético, Tujachevsky, era un genio militar que pronosticó que la Segunda Guerra Mundial se lucharía con tanques y aeroplanos. Cuando Tujachevsky y sus compañeros murieron asesinados en las purgas, su lugar fue ocupado por compinches de Stalin como Voroshilov, Timoshenko y Budyonny, quienes pensaban que ¡la próxima guerra se lucharía con caballería! Voroshilov, un inepto de segunda fila, fue puesto a cargo del Comisariado de Defensa y se rodeó de otros como él. Estas criaturas de Stalin fueron promovidas a posiciones clave no por su capacidad personal, sino por su lealtad servil a la camarilla dominante.
A pesar de que la potencia de fuego combinada del Ejército Rojo era mucho mayor que la de los alemanes, las purgas mermaron su capacidad y destruyeron el cuerpo de oficiales. Este fue el elemento decisivo que llevó a Hitler a atacar en 1941. En el juicio de Nuremberg, el mariscal Keitel declaró que muchos generales alemanes habían avisado a Hitler que no atacara Rusia, diciendo que el Ejército Rojo era un formidable contrincante. Hitler rechazó este aviso y le dio a Keitel la razón principal: “Los oficiales de primera clase y alto rango fueron destruidos por Stalin en 1937, y la nueva generación no tiene todavía los cerebros que necesita”. El 9 de enero de 1941, en un reunión de generales, Hitler les dijo que planificaran el ataque a Rusia porque “no tienen buenos generales”. (Medvedev. Let History Judge, p. 214).
“Durante las últimas semanas antes del ataque alemán”, escribe George F. Kennan, “Stalin se comportaba de forma extraña. Parecía paralizado por el peligro que ahora se cernía sobre él. Se negaba resueltamente a cualquier reconocimiento externo de este peligro o a discutirlo con los representantes de exteriores. Aparentemente, incluso se negó a poner bajo alerta a las fuerzas armadas soviéticas. No se avisó a la oficialidad ni a la población soviética de la catástrofe que se avecinaba. Contra esta Rusia asustada y en muchos aspectos desprevenida, Hitler lanzó toda su maquinaria bélica en las primeras horas del 22 de junio de 1941”. (G. F. Kennan. Soviet Foreign Policy, 1917-1941, p. 113).
El extraño comportamiento de Stalin era bastante característico. La leyenda de un líder que todo lo ve y todo lo sabe es un mito creado por la burocracia que necesitaba creer que su jefe era infalible. En realidad, Stalin siempre fue un pensador mediocre, su “sabiduría” no iba más allá del empirismo vulgar, con una gran dosis de astucia y una ausencia total de escrúpulos a la hora de conseguir sus objetivos. Su “marxismo” era de la clase más superficial y pobre, aplicado en forma de consignas y aforismos como un sacerdote desparrama en sus sermones citas adecuadas de las Escrituras.
Este no es el talento de un líder revolucionario sino las mezquinas artimañas de un intrigante burocrático. Las intrigas son el mejor de los casos la calderilla de la política. Sólo un político provinciano podía cometer tal error de táctica con algo que puede resolver los problemas fundamentales. La capacidad para maniobrar tiene una relativa importancia en la política y en la guerra. Hay que aprender cuando se debe atacar y cuando retirarse, cómo fingir cierto movimiento para engañar al enemigo ante tus verdaderas intenciones. Pero pensar que esto es decisivo es engañarse. En el pequeño mundo del aparato burocrático esto parece terriblemente importante y un signo de gran influencia. Pero en la vasta arena de la política mundial no tiene más peso que los virajes patéticos del zumbido de una mosca cuando se estrella contra una ventana.

Hitler y Stalin

Se han hecho muchos intentos de comparar a Stalin con Hitler. Detrás de estos intentos se esconden intentos normalmente maliciosos de comparar el comunismo con el fascismo y atacar a la Unión Soviética. Superficialmente, hay muchos puntos de similitud entre los regímenes totalitarios de la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Pero también hay una diferencia fundamental: el régimen de Stalin era una excrescencia del estado obrero ruso y, en última instancia, descansaba sobre las formas de propiedad nacionalizada establecidas por la Revolución de Octubre. El régimen de Hitler se basaba en las relaciones de propiedad capitalista y reflejaban una expresión monstruosa del capitalismo monopolista e imperialista. Por eso, la guerra por la defensa de la URSS era progresista mientras que ponerse de parte de la Alemania nazi era algo reaccionario.
El intento de reducir los grandes acontecimientos históricos a las ”personalidades” individuales es algo extremadamente superficial y, normalmente, refleja una incapacidad de abordar la historia desde un punto de vista científico. Sin embargo, los individuos juegan un papel importante en la historia y la clarificación del carácter, las capacidades o limitaciones de los dirigentes tienen una importancia relativa como parte de un cuadro mucho más grande. Incluso aquí, los intentos de establecer un parecido entre Hitler y Stalin fracasan miserablemente porque es imposible comprender a los dos hombres fuera de su papel peculiar en una situación histórica determinada. Para comprender a Hitler y Stalin no es suficiente con catalogar sus crímenes y demostrar que utilizaron métodos similares. En el sentido de la represión y demonio autocrático, Napoleón Bonaparte utilizó métodos similares a los utilizados por los monarcas Borbones a quienes él sustituyó (el oportunista jefe de la policía, Fouche, sirvió a ambos). Pero es necesario explicar a qué clase o estrato social representaban. De otra forma, llegaríamos al impresionismo literario en lugar de hacer caracterizaciones sociales certeras.
Hitler era un monstruo, pero un típico dirigente de masas fascista, un aventurero pequeño burgués que sabía muy bien como embravecer a la clase media alemana que se había arruinado debido al colapso del capitalismo alemán. Sabía como atraer su odio a los grandes bancos y monopolios, recurriendo a una ruda caricatura de la jerga “socialista” y “revolucionaria”, mientras que al mismo tiempo adulaba su sentido de orgullo nacional y superioridad racial, sabía como dirigir su odio lejos de los banqueros alemanes y capitalistas alemanes y hacia el “enemigo externo” —los judíos y las potencias extranjeras, los bolcheviques y los sindicatos que estaban “destrozando Alemania”—. Todo esto lo hizo con un grado considerable de destreza (aunque le robase la mayoría de esto a Mussolini que estaba más capacitado). En su búsqueda de poder (ayudado por supuestos por los banqueros y capitalistas alemanes) demostró energía y una determinación incuestionable.
Aquí la cuestión de las características individuales está íntimamente relacionada con las consideraciones objetivas y de clase. Hitler era la personificación de la pequeña burguesía arruinada, enloquecida por la crisis del capitalismo. Pero su movimiento no representaba a la pequeña burguesía alemana sino a los grandes bancos y monopolios alemanes que le financiaban. El fascismo es la esencia destilada del imperialismo. Su doctrina racista es simplemente la esencia destilada de la creencia imperialista de que algunas naciones están destinadas a dominar sobre las demás. El impulso hacia la guerra fluía naturalmente de la posición del imperialismo alemán después de 1919. Hitler simplemente dio a esta realidad objetiva un carácter particularmente febril e insano. El arrojo de Hitler procedía (mezclado con una gran dosis de aventurerismo) de esto. Empujó a la burguesía a un lado y empezó a gobernar sin ella, e incluso algunas veces en contra de ella. Pero, objetivamente, los nazis expresaban la necesidad del capitalismo alemán de expandirse a nuevos mercados y conquistar colonias para escapar de la crisis y romper la camisa de fuerza que le habían impuesto Gran Bretaña y Francia después de la Primera Guerra Mundial.
La crudeza intelectual de Hitler era comparable a la de Stalin. Como Stalin, también utilizaba la intriga y el gaño como armas. Efectivamente, engañó a Chamberlain y le hizo creer que no tenía más pretensiones territoriales después de Checoslovaquia (al menos ninguno que afectara negativamente al imperialismo británico). Pero su arma preferida era el empleo rudo de la violencia. Nunca se le habría ocurrido a Hitler depositar ninguna confianza en sus maniobras. El puño era lo que siempre determinaba las cosas, interna y externamente.
Tanto Hitler como Mussolini habían llegado al poder al frente de movimientos fascistas de masas. Ambos eran hábiles en las artes de la demagogia de masas. Eran aventureros y no sentían aversión por las acciones arriscadas donde fuera necesario. Stalin era algo diferente. No encabezó una revolución. Las acciones de masas le eran ajenas. Era un orador pobre, su esfera natural de operaciones eran las oficinas del partido, al final de la línea telefónica. Para él no era el discurso incendiario y el golpe teatral audaz. Stalin era el producto de la burocracia que llegó al poder con sigilo cuando todas las fuerzas vitales de la revolución de octubre estaban agotadas. Sus principales instintos eran los del burócrata: cautela, conservadurismo y una tendencia a recurrir a la maniobra y la intriga para mejorar su posición y destruir a sus enemigos.
A diferencia de la burguesía imperialista alemana, la burocracia de la URSS no quería la guerra, sino una vida pacífica para poder continuar con sus funciones administrativas. Stalin aún quería menos la guerra, por que temía que una guerra acabara con su posición. Stalin temía a la guerra con Alemania porque temía que ésta llevase directamente a su derrocamiento. Tenía miedo especialmente del ejército. Deseaba desesperadamente la paz, aunque tuviera que conseguirla participando en una intriga con Hitler. Pero al hacer eso, Stalin y su camarilla subestimaron a Hitler e hicieron inevitable la guerra.
Aquí, una vez más, la limitación nacional de Stalin jugó un papel nefasto. Que la situación objetiva de Alemania hacía inevitable la guerra estaba claro para todos, pero Stalin no creía que Hitler estuviera decidido a invadir la Unión Soviética y reducirla a una colonia esclavista. Pero esto estaba estado claro para todo aquel que hubiera leído Mein Kampf. Stalin nunca pensó que Hitler estuviera tan loco como para empezar una guerra en dos frentes. Este burócrata cauteloso creía que Hitler pensaría como él. Pero Hitler, el fascista aventurero, pensaba de una forma completamente diferente. Estaba decidido desde el principio a lanzar un ataque devastador sobre Rusia. Cegado por sus éxitos fáciles en occidente subestimó seriamente el potencial militar de la URSS.
Ante las objeciones de sus generales, Hitler señaló la pobre calidad de la dirección del Ejército Rojo, como se había demostrado en la desastrosa campaña finlandesa de 1939-40. Y por su conducta, Stalin parecía no estremecerse con la convicción de Hitler. Después de destruir a los mejores cuadros del Ejército Rojo, Stalin depositó una confianza ciega en su maniobra “inteligente” con Hitler e ignoró los numerosos informes que decían que los alemanes estaban preparados para el ataque. Cuando estas ilusiones quedaron hechas añicos por la marcha despiadada de los acontecimientos, el valor de Stalin se resquebrajó y cayó en un estado de total postración.

Hitler ataca

A medios de junio de 1941 Hitler había trasladado unos enormes recursos militares a la frontera soviética. Cuatro millones de soldados alemanes se posicionaron en la frontera dispuestos a invadir. También había 3.500 tanques, unos 4.000 aviones y 50.000 armas y morteros. Se intentó mantener esta movilización en secreto, pero dado su tamaño, al gobierno soviético le llegaron numerosos informes de las unidades fronterizas, del servicio soviético de inteligencia, incluso de funcionarios de los gobiernos británico y estadounidense. Stalin se negó a actuar y sobre estos informes escribió: “Para archivar” y “Para clasificar”. Todo esto fue confirmado por el general Zhukov en su libro: Reminiscences and Reflections.
En julio de 1941 los ejércitos de Hitler lanzaron un ataque devastador sobre la URSS, avanzaron quinientas millas hacia el frente. Incluso entonces, Stalin se negó a actuar. No creía que Hitler invadiera. Esto desarmó completamente a la Unión Soviética frente a la agresión nazi. Cuando el mando militar soviético pidió permiso para poner en alerta a las tropas soviéticas Stalin se negó. “Cada vez más aviones alemanes violan el espacio aéreo soviético”, dijo el Mariscal del Aire A. Kovikov, “pero no tenemos permiso para detenerles”. (Citado por Medvedev, Let History Judge, p. 332).
En el XX Congreso del PCUS celebrado en 1956, el líder soviético, Nikita Kruschev, por primera vez reveló la verdadera situación: “La guerra tuvo consecuencias muy graves, principalmente en su fase inicial, el motivo fue la aniquilación, entre 1937 y 1941, de muchos mandos militares y trabajadores políticos debido a la suspicacia y a las acusaciones calumniosas de Stalin. Durante estos años, se reprimió a determinados sectores de los cuadros militares, comenzando por los batallones y compañías, y extendiéndose hasta a los altos centros de mando militar; en esta época se liquidó prácticamente a todo el cuadro de dirigentes que habían adquirido experiencia militar en España y el Lejano Oriente.
La política de represión a gran escala contra los cuadros militares socavó la disciplina militar porque durante varios años, a los oficiales de cualquier rango e incluso a los soldados en las células del partido y el Komsomol, se les enseñó a ‘desenmascarar’ a sus superiores como enemigos ocultos. (Murmullos en la sala). Es natural que en el período inicial de la guerra esto tuviera una influencia negativa.
Y, como ya sabéis, antes de la guerra teníamos excelentes cuadros militares que eran incuestionablemente leales al partido y la Patria. Basta con decir que aquellos hombres que consiguieron sobrevivir, a pesar de las duras torturas a las que fueron sometidos en las prisiones, en los primeros días de la guerra se comportaron como verdaderos patriotas y lucharon heroicamente por la gloria de la Patria; Tengo en la mente a compañeros como Rokossovsky (quien, como sabéis, ha estado encarcelado), Gorbatov, Maretskov (que está presente como delegado en el congreso), Podlas (fue un comandante excelente que murió en el frente), y muchos, muchos otros. Sin embargo, muchos mandos murieron en los campos y en las prisiones, el ejército no les vio nunca más. Todo esto provocó la situación que existía cuando comenzó la guerra y que supuso una gran amenaza para nuestra Patria”. (Special Report on the 20th Congress of the CPSU. N. S. Kruschev, 24-25 de febrero de 1956).
Aunque en el momento del ataque nazi sobre la Unión Soviética el potencial de fuego combinado del Ejército Rojo era mucho mayor que el del Whermacht, las fuerzas soviéticas fueron rápidamente rodeadas y diezmadas. Increíblemente, no se habían preparado planes de defensa en caso de un ataque alemán. Muchos tanques soviéticos no tenían tripulación. Incluso cuando Hitler lanzó realmente su ofensiva, Stalin ordenó al Ejército Rojo que no resistiera. De este modo, las poderosas fuerzas armadas soviéticas quedaron paralizadas en las primeras cuarenta y ocho horas críticas. La fuerza aérea fue destruida en tierra. En las primeras veinticuatro horas, más de dos mil aviones soviéticos fueron destruidos y cientos de miles de soldados rodeados. Debido a la confusión y a la parálisis por arriba, una gran parte del territorio se perdió en las primeras semanas. Millones de soldados soviéticos fueron capturados sin apenas resistencia. El corresponsal de guerra y escritor soviético K. Simonov, en su libro Zhiviye I Myortviye (Víctimas y héroes) describe esta catástrofe militar.
Este desastre sin precedentes no fue el resultado de la debilidad objetiva, sino de una mala dirección. Con una dirección apropiada, sin duda, los invasiones alemanes habrían tenido que retroceder a Polonia al inicio de la guerra. Habrían inflingido una derrota decisiva a Hitler en 1941. La guerra podría haber terminado antes y se podrían haber evitado las horribles pérdidas sufridas por Bielorrusia, Rusia occidental y Ucrania. La pesadilla que sufrió el pueblo de la URSS, fue el resultado directo de la política irresponsable de Stalin y su camarilla.

El “gran líder militar”

Después de la guerra, el Kremlin hizo intentos arduos para extender el mito de Stalin como una “gran líder militar”. Esto no resiste el más mínimo examen. Ya hemos visto cómo la política de Stalin dejó a la Unión Soviética a merced de Hitler. Cuando Hitler invadió los líderes soviéticos estaban confundidos. A Stalin al principio le entró el pánico y se escondió. Sus actos significaban la capitulación total. A pesar de esto, se dio el título de “generalísimo” y adornó su papel en la Gran Guerra Patriótica.
Kruschev expresó con los siguientes términos la verdadera situación: “Sería incorrecto olvidar que, después del primer desastre grave y la derrota en el frente, Stalin pensaba que esto era el final. En uno de sus discursos de aquella época dijo: ‘Todo aquello que Lenin creó lo hemos perdido para siempre’. Después de esto, Stalin durante un largo tiempo no dirigió las operaciones militares y no hizo nada. Regresó a la dirección activa sólo cuando algunos miembros del Buró Político le visitaron y le dijeron que era necesario dar determinados pasos para mejorar la situación en el frente”.
Algo típico de Stalin, ejecutó al general al cargo del frente occidental culpándole de la derrota de la cual era responsable el propio Stalin. Ordenó, tardíamente, la liberación de miles de oficiales soviéticos que estaban encarcelados desde las purgas, según Medveded a finales de “1942 Stalin ordenó que se ejecutara en los campos a un gran grupo de oficiales del Ejército Rojo, les consideraba una amenaza en caso de que se produjeran acontecimientos desfavorables en el frente soviético-alemán”. (R. Medvedev. Que juzgue la historia, p. 312).
Al final, la URSS ganó la guerra contra Hitler sin ayuda. Los británicos y estadounidenses fueron simples espectadores de la batalla titánica entre la Unión Soviética y la Alemania de Hitler que contaba con el apoyo de las fuerzas productivas europeas. La victoria gloriosa del Ejército Rojo es un testamento de la superioridad colosal de una economía nacionalizada y planificada que permitió a la URSS sobrevivir a los primeros desastres y reorganizar las fuerzas productivas más allá de los Urales. En 1942 la economía ya se estaba recuperando rápidamente. En 1943 los soviets producían y atacaban al enemigo. El equipamiento y las armas fabricadas por la URSS eran de primera calidad, superiores a las utilizadas por los alemanes, británicos o estadounidenses. Este es el secreto de su éxito. Echa por tierra la mentira tantas veces repetida de que la economía nacionalizada o planificada no es capaz de producir mercancías de alta calidad.
El mariscal Zhujov recuerda:
“En 1943 nuestra industria fabricó 35.000 aviones de guerra de primera clase, 24.000 tanques y piezas de artillería autopropulsada. En este aspecto, ya estaba muy por delante de Alemania, tanto en calidad como en cantidad. El alto mando nazi emitió una orden especial para evitar combates con nuestros tanques pesados [...]” (G. Zhukov. Reminiscences and Reflections, p. 214).
Sin embargo, incluso cuando las fuerzas soviéticas pudieron pasar a la ofensiva, Stalin jugó un papel negativo y perjudicial, interfiriendo en el mando militar y publicando órdenes que aumentaban seriamente el número de bajas soviéticas. Stalin publicó una orden para que “ninguna unidad de tierra” se rindiera. Esto era una locura porque siempre existen condiciones en las cuales el ejército tiene que retirarse para evitar el rodeo y la derrota. Una vez más, la ecuación compleja de la guerra se espera que se acomode a las decisiones arbitrarias tomadas por el burócrata en su oficina sin tener en cuenta las condiciones reales en el terreno. Como si esto no fuera suficientemente malo, la célebre Orden 270 decía que ningún soldado soviético podía rendirse y todo aquel que lo hiciera sería considerado un traidor. Un gran número de soldados soviéticos que se rindieron y fueron capturados en 1941 como resultado directo de la chapuza de Stalin, de repente, eran considerados sospechosos y después de la guerra les enviaron a Siberia.
Siguiendo las instrucciones del jefe, que hacían caso omiso a las ideas del alto estado mayor, se lanzaron ofensivas mal preparadas en unas condiciones que sólo podían llevar a la derrota. En una de estas ofensivas, cuando Stalin ordenó a los defensores de Leningrado que rompieran el asedio (una tarea imposible en el invierno de 1941 cuando la ciudad estaba asediada y hambrienta), el Ejército Rojo sufrió 25.000 bajas y las defensas alemanas quedaron intactas. Hubo muchos ejemplos más que demostraban el pernicioso papel que jugó Stalin durante la guerra. La realidad es que la guerra la ganaron los trabajadores y campesinos soviéticos, no gracias, sino a pesar del régimen de Stalin. Con unos sacrificios terribles demostraron más allá de cualquier duda la viabilidad de las nuevas relaciones de propiedad establecidas por la Revolución de Octubre. Pero pagaron un precio terrible, 27 millones de muertos y la destrucción sistemática de las fuerzas productivas.
Sin embargo, la victoria de la Unión Soviética en la guerra fortaleció el régimen estalinista durante todo un período. Además, los estalinistas tomaron el poder en Europa del Este y China, aunque estas revoluciones estaban deformadas desde el principio. Se basaron no en la democracia obrera de 1917, sino en la caricatura totalitaria burocrática de la Rusia de Stalin.

Stalin y los intelectuales

“¿Quién puede defender seriamente que Stalin tenía alguna idea de la situación general? ¿O qué tenía alguna ideología? Stalin nunca tuvo ninguna ideología, convicción, ideas o principios. Stalin siempre se decantaba por las opciones que le permitían más fácilmente tiranizar, asustar y culpabilizar a los demás. Hoy, el profesor y líder podía decir una cosa, mañana otra distinta. Nunca le preocupó qué decir en la medida que mantenía su poder”. (Dimitri Shostakovich. Testimony, p. 187).
Estas líneas son completamente ciertas. Stalin no tenía otra ideología que conseguir el poder y controlarlo. Tenía una tendencia a la sospecha y la violencia. La “teoría” se añadía como una ocurrencia, como se pone una bola en el árbol de Navidad. Era un apparatchik típico, de mente estrecha e ignorante, como las personas a cuyos intereses representaba. Los demás dirigentes bolcheviques habían pasado años en Europa occidental y hablaban otros idiomas con fluidez, participaron personalmente en el movimiento obrero internacional. Stalin no hablaba ningún otro idioma e incluso hablaba un pobre ruso con un fuerte acento georgiano.
A diferencia de Lenin, cuya modestia era proverbial, Stalin amaba los títulos grandilocuentes, como “Padre de todos los Pueblos” y “Corifeo de la Ciencia”. Aunque él mismo era ignorante e inculto, le gustaba ser considerado como la cima de la sabiduría artística y el árbitro del saber. Odiaba a los intelectuales y a todo aquel que tuviera un nivel cultural más alto que él porque en su presencia se sentía inferior. Sin embargo, tenía un remedio simple para esto: la eliminación física de estas personas.
La política del “realismo socialista” no tenía nada que ver con el socialismo o el realismo, tiene todo que ver con un deseo totalitario de controlar el arte y ponerle una camisa de fuerza. Como todas las demás actividades sociales, la cultura estaba sometida a la vigilancia del estado a través de las actividades de una GPU artística y a la red de informadores, pelotas y títeres. Los gobernantes de la URSS eran conscientes de que la disidencia se podía expresar a través de una amplia variedad de canales y de muchas formas diferentes. En un régimen totalitario donde todos los partidos y tendencias de oposición son prohibidos, la oposición al régimen puede salir a la superficie de otras formas, de aquí la necesidad compulsiva de censurar el arte.
Se recelaba de la innovación. Era vista como algo peligrosa, como cualquier otro desvío de las normas oficiales dictadas desde lo alto por el líder que todo lo ve y todo lo sabe. El contenido estético y social del “realismo socialista” se puede resumir simplemente: es el arte de cantar alabanzas a la burocracia y al Líder Supremo en un lenguaje que todos pudieran comprender. Stalin, y los burócratas cuyos intereses representaba, era un hombre rudo y con una mentalidad estrecha. Sus gustos artísticos eran conservadores. En los años veinte, en la URSS hubo una explosión de la experimentación artística. El partido expresaba sus opiniones sobre las distintas tendencias artísticas y literarias, pero nunca soñó con utilizar el estado para promover a unas y reprimir a otras. Más que cualquier otra manifestación humana, el arte necesita libertad para respirar, desarrollarse y experimentar. Con Stalin todo eso se transformó en su contrario.
En el nuevo entorno se impuso una uniformidad sofocante y mortecina, que hizo casi completamente imposible cualquier creatividad artística. Mayakovsky, el famoso poeta y con una larga vida como bolchevique, se suicidó en 1931 para protestar contra la contrarrevolución burocrática. Más tarde, el régimen se apoderó de él y publicó su obra en grandes ediciones, Boris Pasternak calificó este hecho como su segunda muerte: “Se empezó a introducir a la fuerza a Mayakovsky, como ocurrió con las patatas durante el reinado de Catalina la Grande. Fue su segunda muerte”.
Durante las Purgas muchos artistas e intelectuales fueron asesinados o desaparecieron, incluidos destacados escritores como Isaak Babel. Gorki creó a Stalin algunos problemas porque siempre estaba intercediendo por algunos de los arrestados. Había hecho lo mismo con Lenin. Pero en esta ocasión el resultado fue diferente. Con casi total certeza Stalin envenenó a Gorki. Yagoda más tarde fue acusado de este crimen. Puede que lo hiciera, pero siguiendo las instrucciones de Stalin. El hecho de que previamente se publicaran artículos atacando, al hasta ese momento sacrosanto Gorki, es una prueba de que su caída estaba planificada y que tal medida sólo podía venir del propio Stalin. No era cuestión de llevar a juicio a alguien como Gorki. Tenía que desaparecer silenciosamente.
Cuando las Purgas recobraron su impulso, desapareció toda una generación de artistas e intelectuales. En los años treinta, muchas personas con talento fueron enviadas a la muerte en los campos de Stalin. Entre ellos estaba el célebre director de teatro Meyerhold, un brillante innovador, deportado en 1937 y muerto en un campo de concentración. A Isaac Babel, el autor de Caballería Roja, le esperaba un destino similar. El famoso poeta Osip Mandelshtam, fue arrestado por escribir un epigrama atacando a Stalin y murió en un campo. Hubo muchos otros.
Stalin, personalmente, interfirió en la purga de los artistas. La ópera Lady Macbeth de Mtsensk, escrita por Dimitri Shostakovich, fue un gran éxito, hasta que Stalin abandonó una representación. Al día siguiente, apareció una editorial en Pravda con el siguiente titular: “Caos en lugar de música”. El autor era el propio Stalin y acababa con la siguiente frase: “Esto puede terminar muy malamente”. Estas palabras en el contexto determinado era el equivalente a una sentencia de muerte. La razón por la cual Stalin odiaba Lady Macbeth de Mtsensk, no era sólo que no pudiera comprender la música. El argumento implica una condena a la brutalidad de la policía zarista, que, en el punto álgido de las Purgas, no se podía tolerar.
El dictador estaba llegando a un punto en que nadie, no importa lo famoso que fuera, estaba a salvo. Después de la publicación del artículo de Stalin en Pravda, el destino de Shostakovich parecía sellado. Tenía día y noche preparada una maleta por si el destino llamaba a la puerta. La razón de su supervivencia demuestra la naturaleza caprichosa del régimen de Stalin. Al dictador le gustaban las películas, especialmente aquellas en las que desempeñaba un papel importante como La caída de Berlín. Había actores soviéticos que no hacían otra cosa que interpretar en las películas el papel de Stalin. Y, naturalmente, sólo un gran compositor podía escribir la banda sonora de estas películas. Y Shostakovich, sin duda, era un gran compositor. Eso le salvó la vida.
El otro gran compositor soviético, Sergei Prokofiev, que había regresado a Rusia en 1936, fue denunciado por “modernista” y cada vez tenía más problemas para representar sus obras. Su ópera, Simyon Kotko, se basaba en un tema soviético, los guerrilleros en Ucrania en el momento de la Guerra Civil. Pero el director era Meyerhold y fue arrestado en medio de este trabajo y más tarde fue ejecutado.
A finales de los años treinta Prokofiev colaboraba con el famosos director de cine soviético Sergei Eisenstein en la película Iván el Terrible. Desde el punto de vista de los primeros historiadores soviéticos, Iván Grozny era un tirano y un sanguinario, pero como Stalin le admiraba hubo que modificar esta idea. La película de Eisenstein comienza con un apología de Iván, pero en la segunda parte, describe la crueldad del régimen de Iván, eso la hace cada vez más ambivalente. El paralelismo entre el oprichiniki de Iván y la GPU de Stalin era demasiado obvia. Stalin llamó a Prokofiev y Eisenstein, les atacó violentamente por la forma en que habían presentado a su héroe. Los nervios de Eisenstein estaban destrozados, poco tiempo después, murió de un ataque al corazón. La tercera parte de Iván quedó inconclusa y la película desapareció en los archivos.
Después de 1945, Stalin creía que necesitaba restablecer su grillete sobre la sociedad en general, y sobre las artes en particular. Utilizó los servicios de una de sus criaturas, Anderi Zhdanov, para lanzar después de la guerra una violenta purga de artistas, compositores y escritores. Destacados compositores como Prokofiev y Shostakovich fueron vilipendiados y humillados. Se celebraban reuniones especiales donde los escritores a sueldo del partido y los arribistas repulsivos como Zhdanov hacían cola para denunciar a “formalistas” como Prokofiev y Shostakovich. La viuda de Prokofiev fue arrestada y condenada a diez años de trabajos forzados.
¿Por qué persiguió Stalin tan cruelmente a los compositores? ¿Cómo una pieza de música puede representar un peligro para el estado? La música tiene un lenguaje propio y puede decir muchas cosas a quien comprenda su lenguaje. La música soviética era muy sofisticada y se utilizaba para leer entre líneas no sólo los artículos de un periódico sino también partituras sinfónicas. La Sexta Sinfonía de Prokofiev era un manifiesto musical anti-estalinista, por eso fue prohibida. Esto es incluso más cierto con las sinfonías de Shostakovich, desde la quinta en adelante.
Lo mejor es dejar la última palabra a un hombre que conocía a Stalin muy bien y que sufrió personalmente su régimen: “¿Por qué a los tiranos les entusiasma la idea de ser considerados ‘patrocinadores’ y ‘amantes del arte’? Creo que hay varias razones. En primer lugar, los tiranos son hombres infames, hábiles y astutos, saben qué es mucho mejor para su trabajo sucio aparecer como hombres cultos y no como ignorantes y patanes. Permiten que hagan el trabajo los patanes y los peones. Los peones están orgullos de ser patanes, pero el generalísimo siempre debe ser sabio en todo. Y este hombre sabio tiene un gran aparato trabajando para él, escribiendo para él, le escriben sus discursos y también sus libros. Un gran equipo de investigadores le preparan los papeles sobre cualquier cuestión, cualquier tema.
¿Quieres ser un especialista en arquitectura? Lo serás. Sólo da la orden, amado líder y profesor. ¿Quieres ser un especialista en artes gráficas? Lo serás. ¿Un especialista en orquestación? ¿Por qué no? ¿En idiomas? Te nombro. [...]
Todos los peones, parásitos, chiflados y demás almas pequeñas también quien desesperadamente a su líder y profesor para ser un titán incuestionable y absoluto del pensamiento y la pluma”. (Dimitri. Shostakovich. Testimony. p. 125-6).

El último período

Durante la guerra, Stalin se vio obligado a aflojar los lazos del terror para no socavar la voluntad de lucha de la población. Pero inmediatamente después de 1945 de nuevo se cerraron las ventanas. Bajo las órdenes de Stalin comenzó una campaña contra el “cosmopolitismo” y “la humillación ante occidente”. Comenzaron de nuevo los arrestos y deportaciones de masas, se realizaron duros ataques anti-judíos. Simultáneamente, el nacionalismo se celebraba a la menor oportunidad.
El poder de Stalin ahora era absoluto. El temor a las masas obligó a la burocracia a cerrar filas aún más fervientemente alrededor del Líder que garantizaba sus privilegios. Las razones políticas con Stalin a menudo se mezclaban con consideraciones psicológicas y personales. Nunca podía tolerar a alguien demasiado grande a su lado. Como Stalin era bajo de estatura se aseguraba que le fotografiaran cerca de alguien más alto que él. Los artistas pintaban los retratos del Jefe con longitudes extraordinarias, desde un ángulo que exageraba su estatura. Nadie podía ser más alto que Stalin, nadie más sabio, más fuerte, más despierto artísticamente, más brillante, más previsor, más amado por el Pueblo.
Stalin siempre sospechaba y envidiaba a todo aquel que tuviera talento, como si esto representara una afrenta a su genio. Sospechaba particularmente de los jefes de las fuerzas armadas porque temía un golpe de estado. El mariscal Zhukov, que jugó un papel importante en la victoria sobre Hitler, se ganó el odio eterno de Stalin porque demostró cierta independencia mental y ocasionalmente expresaba opiniones contrarias a las del Padre de todos los Pueblos. Pero en el verano de 1945, para sorpresa de Zhukov, Stalin insistió en que él diera el saludo en el desfile de la victoria de Moscú. Zhukov recuerda las circunstancias en sus memorias:
“No puedo recordar la fecha exacta pero creo que estaba cerca del 18 o 19 de junio, Stalin me citó en su casa de campo. Me preguntó si había olvidado cómo montar a caballo.
‘No’, respondí.
‘Bien’, dijo Stalin, ‘Tendrá que dar el saludo en el desfile de la victoria. Rokossovsky lo dispondrá’.
Y respondí:
‘Gracias por ese gran honor, ¿pero no sería mejor que usted diera el saludo? Usted es el general en jefe supremo y tiene el derecho y el deber de dar el saludo’.
Stalin respondió:
‘Soy demasiado viejo para pasar revista a los desfiles. Lo hará usted, es más joven’”.
(G. Zhukov, Reminiscences and Reflections, vol. 2, p. 424) .
Este era un ejemplo típico de la astucia de Stalin, su tosquedad y deslealtad. Al poner a Zhukov en esta posición, un gesto aparente de amistad y modestia, le estaba preparando una trampa. Quería deshacerse de Zhukov y necesitaba una excusa. Como Zhukov era demasiado conocido y respetado para asesinarle, Stalin satisfizo su deseo de venganza humillando a su general. Envió a Zhukov a un puesto sin importancia en un oscuro lugar del sur. La razón de esto fue su “falta de modestia”.

El culto a Stalin

El crecimiento de la economía iba en paralelo al aumento de la represión y el culto a Stalin. En el XIX Congreso del Partido, el culto al líder adquirió su expresión más grotesca. Aquí tenemos algunos ejemplos del discurso de clausura de Malenkov:
“La obra del camarada Stalin que se acaba de publicar: Problemas económicos del socialismo en la URSS, tiene una importancia cardinal para la teoría marxista-leninista y para toda nuestra actividad práctica. (Aplausos estrepitosos y prolongados).
El camarada Stalin ha elaborado los planes del partido para el futuro, define las perspectivas y las formas de nuestro progreso, basados en un conocimiento de las leyes económicas básicas, de la ciencia de la construcción de la sociedad comunista. (Aplausos estrepitosos y prolongados).
Una contribución importante a la economía política marxista es el descubrimiento del camarada Stalin de la ley básica del capitalismo moderno y la ley económica básica del socialismo (!).
El descubrimiento del camarada Stalin [...] El camarada Stalin demuestra [...] El camarada Stalin nos ha enseñado [...] El camarada Stalin ha descubierto [...] El camarada Stalin ha revelado [...]
Las obras del camarada Stalin son un testimonio gráfico y tienen una importancia fundamental para ligar nuestro partido a la teoría [...] El camarada Stalin avanza constantemente en la teoría marxista [...] El camarada Stalin ha revelado la función del lenguaje como un instrumento del desarrollo social y ha indicado las perspectivas para el futuro desarrollo de las culturas y lenguas nacionales”.
Y, finalmente, después de numerosas interrupciones por “aplausos”, “prolongados aplausos” y “estrepitosos y prolongados aplausos”:
“Bajo la bandera del inmortal Lenin, bajo la sabia dirección del gran Stalin, ¡hacia la victoria del comunismo!
(En cuanto a la conclusión del informe, todos los delegados se pusieron en pie y saludaron al camarada Stalin con vítores estrepitosos y prolongados. Hay gritos desde todas las partes de la sala: ‘¡Larga vida al gran Stalin! ¡Viva por nuestro querido Stalin!)”. (Informe del XIX Congreso del PCUS, pp. 134-44).
Basta con comparar este circo pelotillero con los congresos democráticos del Partido Bolchevique bajo la dirección de Lenin y Trotsky, y veremos el abismo que separa el estalinismo del leninismo. Aquí tenemos el culto al líder en toda su gloria.
Pero el Líder no estaba satisfecho con esto. En los años antes de su muerte, Stalin estaba preparando toda una serie de purgas sangrientas en Rusia, en la línea de las lanzadas en 1936-8. El objetivo real de las obras “teóricas” de Stalin de este período (que no tienen un contenido teórico real) era preparar el terreno para una nueva Purga. En su última obra, Problemas económicos de la URSS, publicada en 1952, Stalin planteaba que los “errores” en acto de servicio y en los pensamientos estaban reapareciendo en los partidos comunistas, incluido el de la URSS. Eso significaba que lo peor estaba por llegar, la obra “teórica” de Stalin sobre economía marxista tuvo consecuencias drásticas. N. A. Voznesensky, miembro del Politburó, desapareció en 1949 y fue ejecutado en 1950. Más tarde, fue acusado de sobre-enfatizar la ley del valor en la economía y dar la impresión de que las leyes económicas se pueden crear a través de la acción subjetiva.
En realidad, el subjetivismo extremo y lo que los marxistas llaman voluntarismo, siempre eran los ingredientes principales del pensamiento de Stalin, combinado con el formalismo más rudo y el empirismo. Pero, de vez en cuando, la propia vida le daba una bofetada y le obligaba a dar un giro de ciento ochenta grados. Estos vaivenes son una característica constante de su línea política. La “teoría” siempre era algo a posteriori para justificar estos giros violentos. A finales de los años cuarenta había un gran descontento entre las masas debido al bajo nivel de vida, que contrastaba escandalosamente con la mimada existencia de la elite. Hacían falta chivos expiatorios.

La Purga de Leningrado

Stalin había utilizado a Zhdanov en su campaña contra los escritores y compositores soviéticos. Pero Zhdanov tuvo demasiado éxito y provocó los celos de Stalin. Como Kirov y Yezhov antes que él, se estaba convirtiendo en una figura destacada en el ojo público. Ante la insistencia de Stalin, su viejo amigo fue enviado a un sanatorio del Kremlin. Los expedientes médicos de Zhdanov, que se hicieron públicos recientemente, demuestran que sufría una enfermedad seria de corazón que el tratamiento médico correcto habría sido el descanso. Pero los médicos del Kremlin le recomendaron un régimen de ejercicio enérgico. El 31 de agosto de 1948, un mes después de entrar en el sanatorio, el paciente murió. La muerte de Zhdanov no fue casual. Los médicos del Kremlin le allanaron el camino y las órdenes venían de Stalin.
Está bastante claro que Stalin le mató y culpó de su muerte a los médicos del Kremlin (“el complot de los médicos”). Como ocurrió con el asesinato de Kirov, tenían la intención de preparar el terreno para arrestos de masas. Todos los que habían sido dirigentes de la organización del partido en Leningrado durante la guerra compartieron el mismo destino que Zhdanov.
El ayudante de Zhdanov, Alexei Kuznetsov, había tomado el control de Leningrado en los días más oscuros de la guerra, cuando estaba asediada por los nazis. El gran Zhdanov naturalmente se distinguía por una extrema cobardía, pasaba la mayor parte del tiempo en la seguridad de su bunker. La mayoría de los habitantes de Leningrado demostraron un gran valor. Pero Stalin no confiaba en ellos. En el setenta cumpleaños de Stalin, para demostrar quien era el Jefe, ejecutó a Kuznetsov y a otros dirigentes de Leningrado. Después del asedio de Leningrado Stalin le dijo a Kuznetsov: “Tu patria nunca te olvidará”. Y no lo olvidó. Fue torturado hasta que confesó la traición, después, en 1950, después de un “juicio” secreto, fue ejecutado.

La paranoia y el régimen totalitario

En esta época Stalin estaba prácticamente loco. No es casualidad. Al no diferenciar entre la realidad y la voluntad del individuo un régimen de poder absoluto, en el cual todas las críticas están prohibidas, finalmente, provoca desequilibrio mental. Esto también ocurrió en el caso de Hitler. La historia de los zares rusos y emperadores romanos locos nos cuenta lo misma historia. Al final, la mente de Stalin estaba desquiciada. En ausencia de cualquier control se creía omnipotente.
Stalin estaba completamente paranoico. Vivía como un recluso en su dacha. Veía enemigos por todas partes. En su estado de paranoia ya no confiaba en nadie. Estalinistas de toda la vida eran acorralados y encarcelados. En 1952 Stalin acusó sus títeres fieles, Voroshilov y Molotov, de ser espías británicos y les prohibió asistir a las reuniones de la dirección. Mikoyan fue denunciado como espía turco e incluso Beria fue desterrado de la presencia de Stalin. Incluso arrestó a miembros de su propia familia, incluidas dos de sus cuñadas y las envió a campos de trabajo.
Todo el mundo vivía con el temor al Jefe, un capricho suyo era la ley. En sus memorias, Shostakovich recuerda un increíble incidente que ocurrió poco antes de la muerte de Stalin. Siempre vivía una existencia nocturna y tenía la costumbre de telefonear a la gente en mitad de la noche. En una ocasión llamó a la Sede de la Emisora Estatal para preguntar por un concierto de piano de Mozart que había escuchado en la radio. ¿Quién era el pianista y como podía conseguir una grabación?
Al director de la radio le entró el pánico. No existía esa grabación. ¿Pero cómo podía decirle eso al Jefe? Nadie podía saber como iba a reaccionar y la vida, como escribía Ostrovsky, es la posesión más preciada del hombre. No había otra alternativa, reunió a todos los miembros de la orquesta y al pianista, en medio de la noche grabaron el concierto para que el Jefe lo tuviera a su disposición por la mañana. Esta grabación todavía estaba en el giradiscos cuando murió Stalin.
En el XXII Congreso Kruschev describió la atmósfera paranoica en el círculo dirigente de Stalin: “Stalin podía mirar a un camarada sentado en la misma mesa que él y decir: ‘Hoy tu mirada es furtiva’. Se podía dar por sentado que después el camarada cuya mirada supuestamente era furtiva sería considerado un sospechoso”. (The Road to Communism-Report on the 22nd Congress CPSU, p. 111).
El ex-estalinista polaco Bienkowski escribía: “La clase obrera y todas las demás fuerzas que podían ser consideradas un enemigo potencial para el orden socialista, el verdadero ejemplo y defensor devoto era el aparato burocratizado de poder”. (Bienkowski, Rewolucki, Ciag Dalszy, Warsaw. 1957, p. 36).
Sobre el papel de Stalin Bienkowski escribe lo siguiente: “Stalin, con la suspicacia típica de los dictadores, persiguió primero moralmente y después físicamente, no sólo aquellos que tenían el coraje de dar su opinión, sino también aquellos que se sospechaba eran capaces de tenerla”. (Ibíd, p.6).
Sin embargo, no es suficiente con hacer referencia a la salud mental de Stalin para explicar la situación que había en aquel momento en la URSS. ¿Cómo es posible que un anciano imponga su voluntad sobre millones de personas sin ningún tipo de oposición? La mala situación mental de Stalin simplemente era un reflejo de un régimen enfermo. Millones de funcionarios del estado y el partido compartían los crímenes de Stalin. Aceptaron lo inaceptable para preservar su situación privilegiada, sus grandes casas y coches, sus inflados salarios e incluso los privilegios y extras ilegales.
El servilismo y la corrupción eran endémicos al sistema totalitario y burocrático. Los espías y los compinches se encontraban en todos los niveles de la sociedad y el estado, dispuestos a denunciar a todos aquellos que no fueran un ciento uno por ciento leales a la dirección, y de este modo atraer la atención de sus superiores y promocionar. Esto no sólo era desalentado sino que activamente se alentaba por parte de la jerarquía. De este modo, el número de arribistas “tiende a aumentar porque, en lugar de denunciarles, los líderes les toleran con frecuencia e incluso les miman, ya que eso favorece la vanidad de sus líderes, porque hacen todo y aplican cualquiera de las órdenes sin ningún tipo de reservas”. (Imre Nagy. On Communism, p. 60).

“El complot de los doctores”

En enero de 1953, Pravda anunció el llamado Complot de los Doctores, un “grupo de médicos saboteadores” arrestados por asesinar e intentar “liquidar a cuadros dirigentes de la URSS”. Siete de cada nueva médicos nombrados eran judíos y fueron acusados de tener vínculos con la organización judía, Joint, que estaba dirigida por el imperialismo estadounidense. Tres de los arrestados fueron acusados de trabajar para la inteligencia británica. Empezaron una campaña contra los judíos con el disfraz de “cosmopolitismo y sionismo”. Pravda comenzó a hacer una campaña contra las amenazas de “contrarrevolución”.
Además, a la cuestión de Leningrado y el Complot de los Doctores había que añadir otra purga en Georgia. Esta iba dirigida contra Lavrenty Beria, un títere georgiano fiel a Stalin. Beria estaba muy próximo a Stalin porque tomó el control de la NKVD después de Yezhov en 1938. Publicó una “historia” del Partido Comunista de Transcaucasia que era una completa falsificación. Stalin, que era una figura menor del partido en Georgia, era presentado como el gran líder. Aunque el nombre de Beria aparece como autor, en realidad, pagó los servicios de un historiador profesional, Erik Bediya, para que lo escribiera. Como Bediya sabía que era una falsificación, inmediatamente después fue ejecutado por ser un enemigo del pueblo.
Beria era un tirano violento y un degenerado moral que estaba especializado en el secuestro y la violación de mujeres atractivas. Una de sus víctimas fue una famosa estrella de cine soviética que hizo pública su horrorosa experiencia. Aparte de su simpático pasatiempo, también era un fanático del fútbol y naturalmente siempre quería que ganara el equipo de la NKVD, el Dínamo de Moscú. Pero algunas veces el excesivo interés por el fútbol se convertía en una obsesión. Si el equipo de Beria perdía le entraba una rabia incontrolable. Desgraciadamente, fue la perdición de su rival, el Spartak de Moscú. Esto tuvo serias consecuencias.
El presidente del Spartak, Nikolai Staroshin, era un antiguo amigo de Beria. Pero eso no le salvó. Beria le arrestó y torturó hasta que confesó que era la cabeza de una célula terrorista secreta que planeaba asesinar a Stalin durante unos juegos deportivos. Al final, el desgraciado Staroshin, fue sentenciado a diez años en una campo de trabajos forzados por una ofensa menor. Otros miembros del Spartak le siguieron. Después de eso, el equipo de Beria ganaba todos los partidos.
En 1949, Stalin había decidido deshacerse de todos ellos, empezando por el propio Beria. Utilizó al segundo de Beria, Viktor Abakumov, para acabar con él, como había utilizado antes a Beria para acabar con Yezhov. Ese era el estilo de Stalin. Comenzaba arrestando a los miembros del partido georgiano. Entre el gran número de personas arrestadas estaba un grupo de dirigentes del partido, todos ellos mingrelianos y todos próximos a Beria, que era miembro de la misma minoría nacional. Pero detrás de estos arrestos estaba la segunda acusación: la conspiración. El “asunto mingreliano” se discutió en el Politburó. Kruschev comenzó a destituir a los amigos de Beria de los puestos claves en los Servicios de Seguridad. Se estaban haciendo los preparativos para arrestar a Beria.
Al mismo tiempo, Stalin había promovido toda una serie de nuevos dirigentes del partido preparándose para eliminar a todos los viejos. Era el preludio de otra purga de masas como la de 1937. Estos movimientos provocaron escalofríos en el círculo dominante. Una nueva purga no sólo significaría su liquidación, también representaba un pelibro para la posición de la burocracia y podía minar todas las conquistas de la economía planificada en la propia Unión Soviética.
Había signos de aviso que demostraban que el descontento de las masas estaba llegando al límite. Una nueva purga sería la mecha que encendería el barril de pólvora. Por esa razón, el círculo dominante decidió poner fin al anciano antes de que él terminase con ellos. Después de una noche habitual de encuentros de bebida en su dacha el 1 de marzo de 1953, Stalin sufrió un ataque. Dada su edad es posible, aunque puede haber otras explicaciones.
El 5 de marzo de 1953 murió Stalin. Pudo haber sido de muerte natural, pero lo más probable es que se tratase de una “muerte asistida”. Sus compañeros de armas les ayudaron. Lo que sí es cierto es que su muerte llegó en un momento muy adecuado para el círculo dominante. Se pudo comprobar cuando estaba en sus últimos coletazos mortales, ninguno de los miembros de la dirección fue en su ayuda o llamó al médico.
Cuando los guardias avisaron que Stalin estaba enfermo, los miembros del Politburó en la habitación contigua les dijeron que “le dejaran acostado”. Después, esperaron hasta que murió. Probablemente, este nido de víboras jugó un papel más activo en el envío del amado Líder y Profesor a otro mundo mejor. En cualquier caso, cuando finalmente llegaron los médicos, dos horas después, el Jefe ya estaba muerto y todos respiraron con alivio.

Después de la muerte de Stalin

Después de la muerte de Stalin, los médicos —o aquellos que todavía estaban vivos— fueron puestos en libertad sin cargos. En julio de 1953 se anunció el arresto de Beria. Fue ejecutado en vísperas de navidad junto a otros seis jefes de la policía secreta. Más tarde millones de prisioneros fueron liberados silenciosamente de los campos de concentración. Caso por caso, unas 700.000 víctimas del terror de Stalin fueron rehabilitados judicialmente. Pero, hasta el día de hoy, nunca se ha rehabilitado a Trotsky. Será rehabilitado cuando la clase obrera rusa tome el poder y regrese a las tradiciones de 1917.
Las revelaciones sobre Stalin en el XX Congreso provocaron una conmoción en la URSS e incluso más en Europa del Este. En junio de 1953, unos cuantos meses antes de la muerte de Stalin, hubo un levantamiento de los trabajadores de Berlín oriental. Más tarde, vimos el Octubre polaco y, sobre todo, la revolución húngara de 1956.
En 1956 el comunista húngaro, Imre Nagy, escribía que la policía secreta, con la “gran ayuda ” de Stalin, se levantó “sobre la sociedad y el partido, se convirtió [...] en el principal órgano de poder”. Esto llevó a “la degeneración de la vida del partido” y al exterminio de los cuadros. (On Communism. Nueva York. 1957, p. 51). El resultado fue el “bonapartismo”. Pero a esta conclusión llegó mucho antes Trotsky, cuyo análisis de la base social del estalinismo era mucho más profundo que el de Nagy. El mejor análisis marxista sobre el estalinismo, o por darle su nombre científico, el bonapartismo proletario, se puede encontrar en su obra maestra: La revolución traicionada.

El estalinismo sin Stalin

El círculo dominante tuvo que hacer algunas reformas después de 1953. Pero en esencia, el mismo sistema establecido por Stalin continuó existiendo después de su muerte. Sólo se eliminaron los peores aspectos. Los días de las purgas de masas terminaron pero no se regresó a Lenin. La burocracia siguió firmemente en el poder. Sus ingresos y privilegios aumentaban continuamente y aunque el nivel de vida de la clase obrera mejoró, el abismo entre los trabajadores y los parásitos burócratas aumentó aún más rápidamente.
En retrospectiva es posible ver que el estalinismo fue una aberración histórica temporal. Duró tanto tiempo porque durante todo un período la Unión Soviética desarrolló los medios de producción, aunque con un coste enorme para la sociedad y la clase obrera. Sin embargo, a pesar de los crímenes de Stalin y la burocracia, la superioridad de la producción nacionaliza y planificada, se pudo ver en la rápida transformación que experimentó un país semifeudal como el Pakistán actual, hasta convertirse en una poderosa potencia industrial con una población culta y con más científicos que EEUU, Alemania y Japón juntos.
Antes de la guerra, durante los primeros planes quinquenales, la URSS consiguió una tasa de crecimiento anual nunca vista antes en ningún país capitalista, aproximadamente el 20 por ciento. Este notable resultado se consiguió con pleno empleo, sin inflación y con un presupuesto equilibrado. Basta con comparar estos resultados con los miserables tres por ciento o así que hoy en día se consideran un gran éxito en occidente y se ve la ventaja de la economía nacionalizada y planificada.
Es verdad que la URSS partía de un punto de partida muy bajo y que era más fácil conseguir estos resultados en la construcción de grandes acerías que una economía moderna compleja. También es verdad que la tasa de crecimiento después de 1945 no fue tan espectacular. Pero incluso entonces, una tasa de crecimiento anual del 10 por ciento, que era lo normal en la URSS hasta mediados de los años sesenta, tampoco tenía precedentes. Si esta tasa de crecimiento se hubiera mantenido la URSS podría haber superado a Occidente no sólo en términos absolutos, también en términos relativos.
Esta tasa de crecimiento no se pudo mantener por el colosal derroche debido a la mala gestión, la chapucería y la corrupción de la propia burocracia. Era un enorme drenaje que a mediados de los sesenta derrochaba entre un tercio y el cincuenta por ciento de la riqueza producida por la clase obrera soviética cada año. Sin el control y la gestión democrática de la clase obrera, la burocracia fue socavando la economía planificada, atascando todos los poros y sofocó toda la fuerza creativa del pueblo soviético, tanto de los trabajadores como de los intelectuales. Esto llevó a la caída de la tasa de crecimiento en los años setenta que terminó con el colapso de finales de los años noventa.
Contrariamente a la mentira tan extendida por los enemigos del socialismo, la burocracia no es el resultado inevitable de la planificación central, es el resultado inevitable del atraso cultural y económico. La contrarrevolución política estalinista fue el resultado del aislamiento de la revolución en un país atrasado donde la clase obrera era una minoría. Pero en los años setenta la URSS era una economía moderna y avanzada donde la clase obrera era la aplastante mayoría. Todas las condiciones objetivas existían, al menos en principio, para emprender la dirección hacia al socialismo. Pero en su lugar la URSS retrocedió, hacia el capitalismo. ¿Cómo se pude explicar esta monstruosidad?
Hace mucho tiempo Trotsky pronosticó que la clase obrera soviética derrocaba a la burocracia y restauraba el régimen de democracia obrera de Lenin (el poder soviético) o sería la burocracia quien emprendería inevitablemente la dirección hacia la restauración del capitalismo.
Los viejos burócratas estalinistas, como el propio Stalin, eran ignorantes y rudos pero tenían algún vínculo con las viejas tradiciones. Pero los hijos y los nietos de los viejos burócratas tenían un estilo de vida y una mentalidad puramente burguesa. No tenían el más mínimo vínculo con la clase obrera o el socialismo. Por lo tanto, se pasaron al capitalismo con la misma facilidad que un hombre pasa en un tren del compartimento de fumadores al de no fumadores.
El llamado Partido “Comunista” de la Unión Soviética colapsó de la noche a la mañana como un castillo de naipes, su dirección se transformó en capitalistas privados. Lo mismo ocurrió en todos los países de Europa del este y ahora se está produciendo ante nuestros ojos en China. Es imposible comprender este fenómeno si se acepta la idea de que en la URSS existía el verdadero socialismo.
Esa es una calumnia contra el socialismo que sólo puede ser útil a sus peores enemigos. Los marxistas defenderán lo que era progresista en la URSS, es decir, la economía planificada y nacionalizada. Pero es absolutamente necesario separar lo que era progresista de lo que era reaccionario. El régimen burocrático y totalitario creado por Stalin no tenía nada en común con la revolución de octubre o el socialismo. Era su antítesis y su negación.

El papel del individuo en la historia

El aniversario de la muerte de Stalin ha servido de ocasión para una campaña de propaganda antisoviética y antisocialista. Los enemigos del socialismo están decididos a convencer a la que gente de que no hay diferencia entre Lenin y Stalin y que el estalinismo y el comunismo son las misma cosa.
Aunque muchos de estos profesores universitarios con una serie de letras después de su nombre sus supuestamente estudios “científicos”, la realidad es que carecen de cualquier contenido científico. Esto no es ciencia sino la peor clase de propaganda enmascarada bajo la bandera de la “objetividad” ficticia.
Intentan interpretar los procesos históricos a partir de individuos “malos” y “buenos”. Defienden que Stalin (y también Hitler) era “extraordinariamente malo”. Esta es una interpretación puramente subjetiva de la historia. Reduce la historia a una serie de accidentes impredecibles, ya que es un accidente que Stalin naciera cuando lo hizo. Esta versión de la historia imposibilita el estudio científico de la causa y el efecto. Además, no explica que tipo de figura histórica particular es “extraordinariamente malo” o, quién es “extraordinariamente bueno”.
Estas explicaciones realmente no explican nada. La historia no se puede explicar en términos de personalidades individuales, aunque el individuo, ciertamente, sí juega un papel importante en la historia. Si, en lugar de ser “extraordinariamente maligno”, Stalin hubiera sido “extraordinariamente bueno”, ¿habría habido una diferencia fundamental en el destino de la URSS? Llegados a este punto, abandonamos el reino de la historia para entrar en el de la hagiofragía, el misticismo y la magia.
La lucha entre Stalin y Trotsky no sólo era un duelo entre dos individuos. Era un reflejo de la correlación de clases existente en Rusia, una vez que la revolución se había quedado aislada en condiciones de atraso. Stalin no se representaba sólo a sí mismo, era el representante político de la burocracia que estaba en ascenso, mientras que la clase obrera, cansada por los largos años de guerra y revolución, poco a poco caía en un estado de apatía e indiferencia. Es esta correlación de fuerzas la que decidió el resultado, no la personalidad individual de los participantes.
Eso no significa que las cualidades personales de los protagonistas en la lucha de clases sean algo completamente indiferente. No es una cuestión accidental. Cada clase busca representantes a su propia imagen y semejanza. Stalin tenía muchos de los atributos de las personas que él representaba: su estrechez de miras, la mentalidad provinciana, la fuerte inclinación a resolver todas las cuestiones con métodos administrativos (incluidas las expulsiones, los arrestos y las ejecuciones), su falta general de cultura, todas estas particularidades eran muy características de la psicología de cualquier funcionariado.

Revolución y reacción

Podemos ir más allá y decir que cada período histórico produce caracteres a su propia imagen y semejanza. Esto tiene bases perfectamente racionales. Determinadas situaciones objetivas favorecen el ascenso de una clase particular de personas y disuade a otras. Es una clase de versión histórica de la selección natural. Constantemente se producen un número infinito de mutaciones genéticas. La mayoría de las mutaciones son perjudiciales o neutrales. Si no encuentran un entorno favorable pronto desaparecen. Pero, ocasionalmente, una modificación genética demuestra ser útil y entonces puede reproducirse y desarrollarse.
Un período revolucionario exige héroes y en estas circunstancias siempre se encuentran héroes. No hay nada mágico en esto. Entre los millones de personas en la sociedad siempre hay un número considerable de individuos con un talento extraordinario que nunca han tenido oportunidad de hacer uso de su potencial. En los ejércitos prerrevolucionarios del siglo XVIII en Francia y el siglo XX en Rusia, había oficiales y suboficiales con una enorme capacidad que eran dirigidos por oficiales más viejos e incompetentes. Sin la revolución nunca habrían tenido la oportunidad de demostrar lo que eran capaces. Hombres como Carnot y Tujachevsky ascendieron a la cresta de la oleada revolucionaria. Y lo que era verdad en la esfera militar era igualmente cierto en otras esferas de la vida cultura y social.
En el período de descenso de la revolución, cuando el impulso revolucionario de las masas se ha agotado, las cosas son completamente diferentes. Los períodos de reacción no requieren gigantes sino pigmeos. No impulsan las ideas nuevas y originales, ni crean pensadores, sino conformistas y burócratas. Aquí el mediocre es el rey. Hay períodos en la historia en que la mediocridad es necesaria.
Napoleón Bonaparte, debido a su ostentosa presuntuosidad, no era un genio. Era un militar competente porque tuvo una excelente escuela en los ejércitos revolucionarios. Pero no era un pensador original, como Carnot, de quién tomó todas las ideas. Heredó el ejército creado por Carnot y lo utilizó bien. Pero Bonaparte es el producto, no de la revolución, sino de la decadencia. Sería injusto describir a Napoleón Bonaparte como un mediocre. Las llamas de la revolución todavía ardían lo suficientemente para darle una chispa de vida. La burguesía francesa todavía jugaba un papel relativamente progresista y se consideraba como la abanderada del progreso en toda Europa. De una forma distorsionada los ejércitos de Napoleón llevaron la llama de la revolución a otros países.
¿Pero qué se puede decir su sobrino el hombre que se autodenominó Napoleón III? Esta criatura llegó al poder después de la derrota de la revolución de 1848. Era la mediocridad personificada. La burguesía francesa ya había agotado su papel progresista y se encontraba en un combate mortal con el joven y revolucionario proletariado francés. Las dos clases se enfrentaron entre sí en las barricadas y lucharon hasta la extenuación. El resultado fue un punto muerto, un callejón sin salida donde ninguna de las clases había conseguido una victoria decisiva sobre la otra. En estas circunstancias, como explica Marx en su obra maestra El 18 Brumario de Luis Bonaparte, el Estado, cuerpos armados de hombres, puede elevarse sobre las clases y adquirir una gran dosis de independencia. Este es el fenómeno que llamamos bonapartismo.
En aquella época, en Francia, había muchos hombres que eran mejores, más inteligentes, con más previsión y más valerosos que Luis Bonaparte. Pero él triunfó sobre todos ellos. Tenía el nombre de Bonaparte y eso le ayudó a ganarse la lealtad del campesinado y el ejército campesino, esa herramienta clásica del bonapartismo. El hecho de que debajo del manto del Emperador hubiera una mediocridad lamentable era algo irrelevante. La contrarrevolución triunfó debido a la correlación particular de fuerzas de clase, y no por el genio de “Napoleón el Menor”. Como señaló Marx, la historia se repite, primero como una tragedia, después como una farsa. Luis Bonaparte era el actor perfecto para este drama particular.

Las revoluciones francesa y rusa

La dinámica interna de la Revolución Rusa fue bastante similar, aunque el contenido de clase era completamente diferente. Debemos recordar que la Revolución Rusa fue una revolución proletaria y la Revolución Francesa fue una revolución burguesa. Está claro que, aunque hay similitudes, hay diferencias importantes. Una de las diferencias es que la revolución burguesa pude triunfar más fácilmente que la revolución socialista. La razón se encuentra en la naturaleza del capitalismo como sistema económico: funciona de una forma automática a través del mecanismo del mercado. No requiere una intervención consciente concreta para poder existir.
Por su parte, el socialismo presupone la dirección consciente de la sociedad por parte de los hombres y mujeres. Una economía nacionalizada requiere un plan que debe ser puesto en práctica con la intervención consciente de las propias masas. Por esa razón la democracia es la condición fundamental para el socialismo: El socialismo o es democrático o no es nada.
También se aplica a la forma en la cual el socialismo empieza a existir. La burguesía no necesitaba una doctrina científica para derrocar al feudalismo. Todo lo contrario, tuvo que basarse en ilusiones, porque iba a introducir el Reino de Dios sobre la tierra (Cromwell) o el Reino de la Razón (Robespierre), para que las masas no lucharan por la propiedad. Otra cuestión es si la propia burguesía realmente creía estas ilusiones. Hay que distinguir siempre entre los hombres y mujeres que piensan sobre sí mismos y lo que son en realidad.
La revolución socialista presupone el movimiento consciente de la clase obrera para tomar el control de la sociedad. Pero la clase obrera tiene capas diferentes, que sacan conclusiones diferentes en momentos y ritmos diferentes. El papel de la vanguardia tiene una importancia fundamental. Y la organización de la vanguardia en un partido revolucionario basado en una doctrina científica que le permita comprender lo que es necesario para conseguir sus objetivos, es la condición previa de su éxito.
Contrariamente, a las calumnias vertidas por los enemigos del bolchevismo, Lenin nunca propuso que el Partido sustituyera a la clase. La historia de la Revolución Rusa es una prueba de esto. La tarea del partido era ganar a la mayoría de la clase obrera y los campesinos pobres, a través de un trabajo paciente, la agitación, la organización y explicación. En el transcurso de 1917, el Partido Bolchevique consiguió esto de una forma brillante. Sólo después de haber conseguido una mayoría decisiva en los soviets (consejos de obreros y soldados), se dispusieron tomar el poder en Octubre (noviembre en el calendario moderno).

El auge y la caída de la revolución

Este no es lugar de tratar la revolución, ya lo hemos hecho en otras ocasiones (Ver libro de Alan Woods, Bolchevismo: camino a la revolución). Basta con decir que en su fase ascendente, la revolución puso de su lado a todo lo que estaba vivo, sano y vibrante en la sociedad rusa. Había una galaxia de talento humano, jamás visto antes en la historia. A la cabeza de este trabajo gigantesco de emancipación social había hombres y mujeres que eran gigantes: Lenin y Trotsky, dos grandes genios del movimiento revolucionario, y también mucha otra gante talentosa: Rakovsky, Bujarin, Kámenev, Zinoviev, Radek y otros.
No es casualidad que todas estas personas murieran después asesinadas en las Purgas, en palabras de Trotsky, la guerra civil unilateral de Stalin contra el bolchevismo. En el período de reflujo, cuando la clase obrera estaba agotada y hambrienta, cayó en un estado de desencanto y apatía, otro tipo de personas encontraron su oportunidad: los oportunistas, arribistas y todo tipo de trepas sociales. Gente como Vyshinsky, el fiscal en las Purgas de Stalin, que había combatido a los bolcheviques durante la revolución, se cambió de camiseta y se subió al vagón.
Podemos mencionar de paso que hubo analogías similares en la Revolución Francesa. El ejemplo clásico es Joseph Fouche, el anterior terrorista jacobino que se convirtió en el sirviente tanto del bonapartismo como de la reacción borbónica. En la revolución inglesa tuvimos ejemplos similares. Uno de ellos lo recuerda la canción popular, El vicario de Bray, un personaje real que cambiaba periódicamente de religión según la convicción religiosa del monarca que estaba en el poder.
Todas estas personas eran mediocres y de segunda fila, hombres y mujeres sin creencias o principios fijos, eran atraídos al partido sólo porque éste estaba en el poder. De este polvo humano surgen las fuerzas de la reacción termidoriana. Y a la cabeza de estos elementos se puso un hombre cuyos rasgos políticos y personales reflejaban perfectamente sus aspiraciones y necesidades.
La personalidad particular de Stalin y su forma de pensar, sin duda, jugaron un papel en los acontecimientos del período de descenso de la revolución. Sin embargo, él no provocó el descenso o la reacción burocrática contra octubre. La reacción estaba enraizada en la situación objetiva, nacional e internacionalmente. Pero ciertamente, sí influenció las formas específicas en las cuales se desarrollaron estos procesos.
Cualquier funcionario no podía ser un Stalin pero podemos encontrar un poco de Stalin en cada funcionario, en la casta de funcionarios soviéticos que empujaron a un lado a la clase obrera y se apoderaron del poder en el período de declive y agotamiento de la revolución, reconociendo en Stalin su propia imagen y semejanza. La adulación a Stalin, en el fondo, era la adoración de la propia burocracia.
Por supuesto, esto es una simplificación. Stalin tenía muchos rasgos que eran peculiares y exclusivos de él. Su fuerte inclinación hacia la violencia, su rudeza, la ausencia total de escrúpulos humanos o morales, estas son las características por las cuales rápidamente se le identifica. Pero si miramos más de cerca, incluso estas características se pueden explicar en términos históricos y de clase. Aunque, debemos buscar sus orígenes en el campo de la psicología individual (que está fuera del alcance del presente artículo), la forma en la cual estas tendencias se manifestaban en los acontecimientos descritas más arriba, no pertenecen al reino de la psicología, sino al de la historia, la política y la sociología.

Stalin y la burocracia

Cuentan que antes de morir, la madre de Stalin, le dijo que lo mejor es que hubiera sido sacerdote. No sabemos si esta historia es verdad o no, es imposible saber que clase de sacerdote hubiera sido Joseph Vissionarovich. Pero está claro que las tendencias arriba citadas no se habrían manifestado de la misma forma y, ante la ausencia de un campo más amplio en las cuales desarrollarse no habrían llevado a la muerte de millones de personas.
Stalin pasó de ser un burócrata revolucionario mediocre, a convertirse en un monstruo. Eso no ocurrió de repente, Stalin tampoco tenía un plan preconcebido. En realidad, si al principio hubiera sido consciente de a donde llevaría esto, con todo probabilidad, se habría horrorizado y cambiado de rumbo. Pero una vez que Stalin se había elevado al rango de dictador por los esfuerzos de la casta burocrática en ascenso, esas tendencias que antes simplemente estaban latentes en él, crecieron hasta convertirse en una fuerza monstruosa.
¿Qué fuerza ha detrás de esta transformación? Los millones de funcionarios soviéticos que luchaban por su “lugar en el sol”, la loca batalla por la división de los frutos del poder, el bienestar, los apartamentos y las dachas, los pequeños lujos (y no tan pequeños) de la vida, los coches con chofer, los sirvientes, las medallas, el prestigio, son cosas por las que no tienes que hacer cola, son cosas por la que merece la pena luchar.
Los bolcheviques no luchaban por una vida confortable. Luchaban por un mundo mejor, una “vida feliz”, pero no para ellos como individuos, sino para la clase obrera en su conjunto. En contraste, la consigna de todo dirigente obrero oportunista es: “Estoy a favor de la emancipación de la clase obrera, uno por uno, empezando por mí”.
En el movimiento obrero y sindical vemos esto cotidianamente: funcionarios que llegan a puestos, consiguen ciertos privilegios e ingresos elevados y ¡como luchan para mantener sus posiciones! ¡Con qué determinación de hierro! Si lucharan con la misma determinación para defender el nivel de vida de los trabajadores que les eligen, ¡qué espléndido sería!
Trotsky en cierta ocasión comparó un estado obrero a un sindicato que ha tomado el poder. Si los dirigentes del sindicato se elevan por encima de la militancia y adquieren privilegios, entonces, mayor es el peligro en un estado obrero. Marx explicó hace mucho tiempo que el estado tiene una tendencia a elevarse por encima de la sociedad, a alejarse de la sociedad, y no hay ninguna que ley que diga que esto no puede ocurrir en un estado obrero.
¿Eso significa que es inevitable? ¡En absoluto! No todos los dirigentes sindicales son corruptos, si eso fuera inevitable ya hace mucho tiempo no habríamos hundido en un pantano putrefacto. Pero no es así, en realidad, es perfectamente posible que la clase obrera controle a sus dirigentes. El programa de Lenin, el programa del partido de 1919, señalaba todo lo que era necesario para conseguir esto. Sólo el enorme atraso de la sociedad rusa en aquel momento impidió que Lenin tuviera éxito.
El carácter de Stalin no es más que un reflejo de este atraso asiático general, en una forma destilada y extrema. El fanático celo con el que persiguió y exterminó a los viejos bolcheviques, reflejaba algo más que su deseo de venganza personal. Representaba la furia con la que reaccionaron loa funcionarios pequeño burgueses en los días tormentosos de la revolución, su deseo ardiente de conseguir una “vida feliz” para ellos y sus familias.
Para esta generación de arribistas y trepas sociales, todo lo asociado con el pasado bolchevique era un recuerdo de los viejos principios de la democracia obrera y el igualitarismo. Veían en esto un obstáculo en el camino hacia la “vida feliz” y estaban decididos a aplastarlo. Si eso significa también aplastar cuerpos humanos y tejidos nerviosos, entonces lo harían. La crueldad de Stalin era la expresión perfecta de este ambiente.

El papel del individuo en la historia

Los hombres y las mujeres hacen su propia historia, como explicó hace mucho tiempo Marx. Pero al hacer la historia no son agentes libres como imaginan los idealistas. Si Stalin no hubiera existido otra figura habría ocupado su lugar. La diferencia habría sido la intensidad, pero el resultado general no habría sido diferente. Una vez la revolución había quedado aislada en condiciones de atraso extremo, el proceso de degeneración era algo inevitable.
Es verdad que el carácter peculiar de Stalin dio a la contrarrevolución burocrática un carácter particularmente bárbaro. Pero Stalin no creó la burocracia ni la contrarrevolución. Ellas le crearon a él. Una vez instalado en una posición de poder absoluto, él interactuó en el proceso, impartiéndole un carácter particularmente sangriento y feroz. Por esto, el nombre de Stalin siempre quedará ligado a la injusticia. Pero sería un error asumir que todo lo ocurrido fue simplemente el resultado de la crueldad de un solo individuo.
Hay períodos en la historia en que se produce una concatenación peculiar de circunstancias, como resultado del desarrollo anterior y en estos períodos el resultado de los acontecimientos se puede decidir incluso por un solo individuo. Esa era la situación en octubre (noviembre) de 1917 en Rusia. Las acciones del Partido Bolchevique fueron decisivas en el curso de la revolución. Y, en última instancia, dependían de la dirección de Lenin y Trotsky.
Pero cuando la marea de la revolución comenzó a retroceder, ni Lenin ni Trotsky pudieron evitarlo. Por supuesto, es posible especular sobre posibles variantes. Si Lenin hubiera vivido unos cuantos años más podría haber marcado una diferencia importante en la Internacional Comunista. Si la revolución china de 1923-27 hubiera triunfado, el proceso de burocratización habría sufrido un retroceso y la clase obrera se habría animado. Por otro lado, la propia Krupskaya opinaba que si Lenin hubiera estado vivo en 1926 habría estado encerrado en una de las prisiones de Stalin.
En el período de la Oposición de Izquierdas Trotsky era consciente de que iban a ser derrotados. Pero intentaba crear una tradición y una bandera para el futuro. Cuando Kámenev y Zinoviev capitularon ante Stalin pensaban que eran hábiles. Somos más inteligentes que Stalin, razonaban los dos, podemos ser más listos que él cuando cambien las condiciones. Todo lo que tenemos que hacer es una retirada táctica y hacer unas cuantas concesiones. Al final, sus “concesiones tácticas” llevaron a concesiones políticas y después a la muerte real. ¿Quién recuerda hoy las ideas de Kámenev y Zinoviev? ¿Y las de Bujarin? No han dejado nada detrás. Pero los marxistas-leninistas del siglo XXI se mantienen firmemente sobre unas bases ideológicas sólidas, las de Lev Davidovich Trotsky.

Fatalismo, escepticismo y revolución

Los individuos, ya sean extraordinariamente buenos o malos, sabios o estúpidos, valientes o cobardes, no pueden determinar los procesos fundamentales de la historia. En determinadas circunstancias, sí pueden modificar las formas en las cuales tienen lugar los procesos. Al interactuar en los acontecimientos pueden retrasar o acelerar las tendencias subyacentes, pero no pueden cambiarlas sustancialmente. Esta doctrina determinista puede llevar al fatalismo y a la pasividad, pero no es en absoluto correcta.
Los seguidores de Calvino en el período de la Reforma, creían fervientemente en la doctrina de la predestinación pero eso no les impidió ser revolucionarios activos. Cuando decidieron que iban a luchar al lado de Dios contra el Demonio, lucharon con gran fervor para garantizar una victoria lo más rápido posible del Reino de Dios sobre la Tierra. ¡No se puede imaginar a hombres y mujeres con una visión menos pasiva que estos calvinistas!
Ahora, en el período de decadencia senil del capitalismo, los marxistas están más convencidos que nunca en la inevitabilidad histórica de la victoria del socialismo. En retrospectiva, la victoria de la contrarrevolución capitalista en Rusia será vista como un episodio. La caída de la URSS es sólo el primer acto de un drama que se está desarrollando a escala mundial y que terminará en la crisis y derrocamiento del capitalismo.
La crisis orgánica actual del capitalismo representa la mayor amenaza para la humanidad. El deber de todos los jóvenes y trabajadores conscientes es acelerar el proceso de construcción de un movimiento anticapitalista poderoso en todo el mundo. El éxito de este movimiento en gran parte se estará facilitado por el grado en que adopte una política marxista. Esto sólo es posible en la medida que la vanguardia proletaria absorba las tradiciones del leninismo y el bolchevismo y tome como modelo la Revolución de Octubre.
¿Y el estalinismo? Como corriente política el estalinismo está prácticamente extinguida. Las pocas ancianas que llevan las fotos de Stalin en la Plaza Roja son una expresión de esto. Es una bandera desacreditada y decadente. Pero en un sentido, los remanentes del estalinismo todavía persisten dentro del movimiento obrero, no como una corriente coherente y organizada, sino como un ambiente definido entre ciertas capas. La base psicológica del estalinismo (y de todas las tendencias burocráticas en el movimiento obrero) es la ausencia de confianza en la clase obrera y su potencial revolucionario y socialista.
Con la caída de la Unión Soviética, hubo una oleada de apostasía y deserción de las filas del movimiento marxista. Personas que ayer se autodenominaban comunistas, ahora hablan desdeñosamente del socialismo y la clase obrera. Estas capas, presas de la rutina y la inercia, todavía ocupan posiciones en los sindicatos y partidos obreros, son gente amargada y agotada Carecen de una formación marxista seria, no tienen perspectiva. Su único objetivo en la vida es justificarse culpando a la clase obrera de todo. Intentan envenenar a la nueva generación con su escepticismo gangrenoso. El pesimismo es el primer artículo de fe en el Credo de estos cínicos. Juegan el papel de rémora para hacer retroceder el movimiento y evitar que avance.
Esta capa no representa el futuro sino el pasado. No refleja la cara de la clase obrera sino su espalda. Será apartado a un lado por el desarrollo de la lucha de clases. La nueva generación, que ya ha empezado a moverse, apartará a un lado las viejas telas de araña y buscará la verdad. En palabras de Trotsky, la locomotora de la historia es la verdad, no la mentira.
La bandera de Octubre quedó ensuciada y ensangrentada por la contrarrevolución política estalinista. La tarea de la nueva generación es limpiarla, eliminar toda la suciedad acumulada y elevarla bien alto. Las verdaderas tradiciones de Octubre son la única forma de hacer avanzar a la clase obrera. A aquellos cobardes y apocados que intentan decir que la clase obrera ya no está dispuesta a luchar por su emancipación les respondemos con las palabras de Galileo:
¡Eppur si muove!
¡Y sin embargo se mueve!

Alan Woods

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