Que me perdonen hoy aquellos a los que incluyo en esta breve reflexión, en una sui géneris noche navideña, luego de que una copa de vino barato, pero reconfortante al extremo de abrirle a uno el corazón, nos hace pensar que siempre estaremos endeudados con esa bella tierra que ha sido albergue de soñadores capaces de hacer posible cualquier sueño emancipador a fuerza de ponerle el alma y aprender de Cuba lo mejor que carga cada uno en las limitadas alforjas de su corazón.
Por Cuba pasaron decenas de hombres valiosos, muchos de los cuales soñaron en cada simple y tranquila calle del Vedado o de cualquiera de sus ciudades, o en esa Habana perdurable y eterna que se le mete a uno, sin permiso, en el alma, convertir en realidad los sueños más imposibles. Pienso ahora en Daniel, que por suerte enfrenta ahora la responsabilidad de echar adelante a su Nicaragua amada, a tanto sandinista verdadero amasar en noches como ésta un mundo mejor para los suyos. Pienso en aquel dominicano bueno, Caamaño de apellido, que dio su sangre generosa para tributarle a su Patria la semilla de la más digna esperanza. Pienso en Jorge Ricardo y en otros de nombre desconocido, pero que apostaron por esta isla hecha para el amor y para el combate, como apostar por su propia patria.
Pienso, por supuesto, en todos aquellos, que encontramos en ti, Patria amada, un pedazo de la nuestra tierra lejana, sumida en un exilio lastimero y educativo, cuando ofendida y pisoteada por la bota del opresor y de su socio intervencionista, nos reclamaba con urgencia. No importa si fuimos guatemaltecos, salvadoreños, mejicanos, hondureños, argentinos, chilenos, uruguayos o de cualquier lugar del mundo, pero encontrar en ti el abrigo de la madre necesaria y comprensiva.
Pienso en ti, Hugo (perdona que te tutee); en Evo; en ti, amigo Joel Cazal, batallando por la vida y con el privilegio de tener un hijo que vale por mil; en Correa; y, en fin, en tanta gente buena, que Cuba ha tenido la prerrogativa de unir y hacerla útil. Pienso en ti; Mario Carranza, joven guatemalteco que con 17 años te fuiste a la Sierra a ofrecerles, junto a Fidel, un mundo mejor. Pienso en ti, también, Jorge Navarro, combatiente de la Columna 1, que sin ser extranjero, te me fuiste sin permiso para siempre, haciéndome recordar que América tuvo siempre un soldado en ti.
Gracias Cuba por albergar a cada uno de nuestros sueños y mantenerlos vivos contigo. Muchos de nuestros seres queridos reposan en tu tierra fértil y generosa, como un compromiso para darles algún día sepultura en cada rincón de nuestros lares, cuando la libertad sea el mejor tributo que podamos ofrecerle.
Hace unos días dijimos adiós a Mechi, a aquella argentina batalladora y solidaria que se nos fue de las manos para hacerse grande en el recuerdo. Así dije adiós un día a mi madre, hace casi 28 años, diciendo: ¡Gracias Fidel, por permitirme morir en tu tierra! Cuba siempre ha tenido esa magia extraña de sentirla nuestra, al extremo de no pensar en otra cosa que entregarnos a ella, sin pedirle algo a cambio.
Paso horas y horas en el combate cotidiano de defender a Cuba de los que la denigran y la atacan. Hoy, sin embargo, le pido permiso a mi cerebro, para darle una oportunidad al corazón. Quiero adelantarme unos días para celebrarle su 52 cumpleaños.
22 años de mi vida las dediqué humildemente en el honroso puesto de defenderte, Cuba, en una trinchera difícil y anónima, en la que batallaron junto conmigo, sin yo saberlo, Antonio, Ramón, Gerardo, René y Fernando. Allí, tuve el privilegio de nunca traicionar a aquellos oficiales que, por respeto a mi nacionalidad, me hicieron jurar fidelidad a mis ideas, no con el himno nacional cubano, sino con la marcha de América Latina. Yo regresé a los míos, es cierto, pero ellos se quedaron allá en una ignominiosa prisión y en una batalla nueva, gigante, pero en la que incluso yo nunca imaginé, que cupiera tanta dignidad y fuerza de convicción. Luego de tantos años, me cabe el privilegio de no haberte traicionado nunca, Cuba amada. No es algo extraordinario. Lo mismo hubieran hecho mis padres y muchos de mis amigos que se fueron, simplemente sin decir adiós. Lo mismo hubiera hecho cualquier campesino u obrero cubano.
Sí me quedan, simplemente, dos cosas por decir:
La primera, es que guardo en mi alma el enorme privilegio de ser uno de los humildes soldados de la tropa internacionalista latinoamericana, que siempre capitaneará el Che. Porque él vivirá siempre, un poquito, repartido en mil pedazos, en cada corazón de los que te amamos, Cuba querida, Te dimos lo mejor de nosotros y solo te pedimos que nos tengas en cuenta para cada nueva batalla.
La segunda verdad, y perdónenme aquellos por los que hablo sin pedirles permiso, es que nunca habrá mejor recompensa y regocijo por lo que cada uno pueda haber hecho, o se haga por Cuba, que la vida de cada niño de nuestras patrias que sea salvado por un médico cubano.
A fuer de mentiroso, pues me quedaba un pequeño fondo en la copa, lo aprovecho para brindar por ti, Fidel, y decirte que te doy mil gracias porque hayas existido y sigas presente en la batalla. Te lo digo en esta Nochebuena en que, sin dejar de extrañar a mi lejana Guatemala, lo único que me queda es esperar tu próxima orden de combate.
Y, sobre todo, gracias Revolución Cubana, por tus 52 años, que para un sesentón, con un poco de vino en la copa, lo haces siempre un chico quinceañero.
Percy Alvarado
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