domingo, mayo 05, 2013

Thatcher o la involución de la izquierda institucional



Las exequias de la que fue líder “neocon” ha vuelto a poner en evidencia que lo suyo no fue tanto una victoria propia como una derrota de la izquierda instalada que ha renunciado a todos sus deberes y principios.
No hay más que citar algunas declaraciones de los líderes de esa izquierda, para comprobar que ha sido así. El líder del que en otro tiempo fue el partido laborista, reconoció los méritos de la finada en atreverse a en las “privatizaciones”, en tanto que “nuestro” Rubalcaba no se olvidaba en subrayar que esta fue “consecuente”, una virtud de la cual ni tan siquiera parece tener noticia…
Esto ya viene de lejos.
Recuerdo que cuando, con ocasión de una entrevista en TVE, le preguntaron al "marxista" Alfonso Guerra sobre su cuál era su opinión por la Sra Thatcher. Éste salió por la tangente recordando unos funerales compartidos con ella en un Moscú helado, y su gallarda actitud al no mostrar la menor debilidad. Guerra no quería hablar del "thatcherismo", sobre todo porque, tal como ocurre actualmente con las idílicas relaciones entre Aznar y Blair, el gobierno "socialista" que presidía Felipe González mantenía una estrecha sintonía con la llamada Dama de Hierro cuyas excelencias políticas eran exaltadas por nuestros medias, No solamente por los más tradicionalmente de derechas, sino también, y muy especialmente a través de plumas tan reputadas como la de Mario Vargas Llosa que casi cada domingo aprovechaba su privilegiada tribuna desde El País (el periódico de la "única izquierda posible"), en loor del "libre mercado", contra la "dictadura de los sindicatos", contra las "patrañas" del "tercermundismo" que trataba de atribuir a las potencias "democráticas" sus propios desastres, contra el "estatismo" de la socialdemocracia.
Esta exaltación podía resumirse estas palabras que el travestido autor de La ciudad y los perros le dedicó a la célebre señora: "Lo que usted ha hecho por la libertad, no tiene nombre". Estas palabras adquirirían su verdadero significado cuando durante la "detención" del general Pinochet en Londres, la Sra Thatcher se convirtió en su mano derecha. Y es que el reconocimiento de las "libertades" que evocaba Vargas Llosa le correspondía en justicia al dictador chileno que había acabado con una tentativa de transformación social en un sentido no muy diferente del que habían desarrollado las socialdemocracias europeas desde el final de la II Guerra Mundial, y con el respaldo de una mayoría electoral. La alternativa económica pinochetista no fue otra que la llamada "neoliberal" siguiendo los esquemas de la Escuela de Chicago, presidida por Milton Friedman. El también Nobel, Vargas Llosa, tampoco dejó de reconocer estos méritos cuando describió con embeleso las palabras de un empresario chileno al expresar su tranquilidad porque "ahora" (después de Pinochet y todo lo demás) ya no habría que temer más "experimentos sociales". La libertad pues significaba ante todo garantía de que la política (y menos la de izquierdas) ya no afectaría más a la economía.
En estos días ha vuelto a reiterar su admiración por la novia de Pinochet, y lo ha vuelto a hacer, no desde el ABC, sino desde El País.
Durante las tres legislaturas (de 1979 hasta 1990), que Margaret Thatcher estuvo en el poder introdujo una política de liberalización que acabó descomponiendo las garantías sociales establecidas desde la posguerra por el modelo de protección social del welfare state, inspiradas en las teorías de Keynes, pero fruto de una situación histórica en la que coincidían las crisis del capitalismo liberal, el miedo a la crisis revolucionarias (Gran Bretaña conoció una en 1926, la que aborda Loach en Days of Hope), más la atracción que sobre los trabajadores había ejercido durante años el modelo de "socialismo" soviético. La acción política de los conservadores, coincidente con la inspirada desde los Estados Unidos por Reagan, sirvieron para imponer una lógica privatizadora atentaba de pleno contra las conquistas sociales logradas por más de un siglo de luchas sociales, y desviaban el papel "nivelador" del estado "servidor de la colectividad", para ponerse íntegramente al servicio de las grandes empresas y legislar a favor de la multiplicación de los amos del mundo.
Las multinacionales, los empresarios, y una nueva élite neoliberal ocupaban ahora el escenario social, político y cultural mientras que la socialdemocracia se reconvertía, el otrora poderoso movimiento comunista internacional se desintegraba, los nacionalismos populistas del Tercer Mundo entraban en abierta crisis, y las "nuevas izquierdas" de los años sesenta sufría la natural perplejidad, y sufría un difícil proceso de recomposición. De alguna manera, lo que ofrecía el cine de Loach era una aproximación descarnada a la magnitud del desastre, y apuntaba sobre las diferentes responsabilidades.
Se trataba de un proceso político complementario en el que las clases dominantes aprendieron el concepto marxista de "clase para sí" con la ayuda inapreciable de antiguos marxistas arrepentidos. Era una apuesta estratégica que buscó, y logró, el soñado descoyuntamiento del sistema "soviético", y que, al menos durante una primera época, llegó a aparecer como una "liberación", e incluso como una "revolución" para la mayoría de las poblaciones que pensaba así superar las agobiantes estrechases económicas y el odioso control policíaco impuesto por el estalinismo. La Sra. Thatcher y el presidente Reagan formaron una pareja a cuyas directrices acabaron sumándose hasta los socialistas "marxistas" franceses bajo la dirección del cínico Miterrand. Esta alianza Reagan-Thatcher se evidenció en la política de ayuda americana en la guerra de las Malvinas y en la ayuda británica en el conflicto de Estados Unidos contra Libia, en un proceso que acabó imponiendo el "ultraimperialismo" norteamericano, un mundo bajo el dominio unilateral de una sola potencia ebria de "patriotismo democrático" o sea de unas democracias en las que siempre ganaban los mismos.
A la sombra del Imperio por excelencia, Gran Bretaña se fue apartando de los postulados del modelo europeísta keynesiano y de la "resistencia" alentada por los demás países integrantes del Mercado Común, abriendo paso a una política que acabaría imponiéndose en el viejo continente con Aznar, Berlusconi, y Blair. Con Thtacher el país se situó en los márgenes de las dis­cusiones de la CEE, para convertirse en una prolongación de la política exterior norteamericana. La política neoconservadora sirvió para transformar los principios "estatistas" keynesianos que habían regido una economía marcada por la intervención del estado en los asuntos sociales, para someterse a los dictados del entidades como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial que consagraban el dominio absoluto del poder del gran dinero sobre cualquier otro.
Fracasada la tentativa auspiciada por una revolución (la soviética, concebida como “preludio” de una revolución internacional) el capitalismo recuperaba toda la iniciativa, y se reconstruía siguiendo sus propios criterios deshaciendo todos los compromisos establecidos. Bajo la dirección de la derecha norteamericana, la ley del más fuerte se imponía en todas y cada una de las cuestiones políticas del momento, incluyendo los tratados jurídicos, ecológicos, de cooperación con el "Tercer Mundo", etcétera.
Socialmente, la política neoconservadora vendida como la única vía de reflotar la "competitividad" perdida, se caracterizó por imponer un cierto neo-darwinismo consistente en afirmar que los bienes sociales derivan del conflicto de intereses entre diferentes grupos, Thatcher promovió una política emprendedora en la que la adquisición de rique­za y el consumo de los bienes fueron los principales valores de un mundo en el que la ética y la responsabilidad social entraban en crisis. Su política fomentó la desigual­dad, incrementó las posibilidades de la clase media y perjudicó notablemente a la clase obrera. La crisis inflacionista tuvo su punto culminante en el conflicto surgido entre 1984 y 1985, provocado por el cierre de las factorías mineras del norte y seguido de una larga huelga convocada por los sindicatos que crispó los ánimos de los tra­bajadores. La pobreza aumentó considerablemente, hasta el punto de que a finales de la década se calculaba que el número de gente sin hogar- rondaba el millón de personas, de las cuales 150.000 tenían menos de 25 años, La delincuencia y la insegu­ridad alcanzaron cotas muy altas y Gran Bretaña pasó a ser el país de la Comunidad europea con la cifra per capita más alta de ciudadanos en régin1en penitenciario,
El conservadurismo también fomentó la división territorial. Erflorte -tradicional­mente más cercano a los postulados laboristas-, se encontró sumido en una fuerte cri­sis económica, sobre todo a raíz de que el paisaje de las grandes explotaciones mine­ras y de las fábricas de acero empezara a resquebrajarse produciendo un alto grado de malestar social. Mientras que el sur, donde era más fácil afianzar los votos conservado­res, se consolidaba como el espacio de una nueva y próspera clase social, orientada hacia la creación de industrias de alta tecnología ya los servicios financieros.
La política ultracapitalista de Margaret Thatcher, mediante una fuerte proyección populista de reminiscencias neo-gaullistas, guió a Gran Bretaña durante toda la déca­da de los ochenta, un período en el que, en la esfera internacional, se sentaron las bases de la uniformización económica e ideológica. En el ámbito de las costumbres, la Dama de Hierro quiso imponer, siguiendo la tradición “tory”, un cierto retorno a los valores de la época victoriana: lucha individual, defensa de la familia, patriotismo, res­peto por las tradiciones reaccionarias. Sin embargo, el mandato de Margaret Thatcher coincidió con el triunfo del postmodernismo que puso en crisis la hegemonía de las grandes verdades de la modernidad para introducir un cierto relativismo en un pensamiento débil que acabó dando paso, tal como ha sugerido Frederic Jameson, a la lógica cultural de ese capitalismo avanzado basado en los principios del eclecticismo que ha acabado trans­formando el mundo occidental en una auténtica jungla, sin puntos de referencia.
Las consecuencias de la victoria del neoliberalismo tuvieron una clara repercusión en el ámbito cultural, ya que la Dama de Hierro detestaba las diferentes formas de intervención estatal en el terreno de la cultura o del arte. Thatcher consideraba que la cultura y el arte sólo eran útiles cuando tenían una clara repercusión en el terreno económico. Estas ideas tuvieron diferentes consecuencias en el campo universitario donde la política educa­tiva estuvo orientada hacia las enseñanzas científico-tecnológicas y marginó el de­sarrollo de las disciplina" humanísticas, pero también afectó ruinosamente al campo de las infraes­tructuras culturales en el que se produjo la sucesiva privatización de determinadas empresas. Los únicos valores intocables eran las grandes instituciones -como la Royal Shakespeare Company o el Royal College- que se establecieron como el legado de una intocable tradición cultural de raíces aristocráticas.
Su entierro en loor de gloria ha venido a demostrar todo lo que queda por hacer y por reconstruir. No está tocando vivir una época en la que están siendo las devastadoras consecuencias del neoliberalismo la que está obligando a la mayoría social a defenderse y a luchar por sus derechos. En ese empeño nadie debe de olvidar que lo dicho al principio. Que ganaron porque la izquierda institucional se cambió de bando, porque los funcionarios políticos y sindicales de olvidaron de sus deberes y se dedicaron a buscar su despacho. Quizás sea esta la principal lección de lo que se vino a llamar “thatcherimo”

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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