domingo, mayo 12, 2019

Aníbal Ponce y el humanismo de clase



“Mezcla de esclavo y mercenario fue, sin duda, el humanista (burgués). Y ya hemos visto que cuando Próspero se enoja, Ariel deja de ser “el noble Ariel”, “mi gentil Ariel””

-Aníbal Ponce.

Aníbal Ponce (1898-1938) fue un marxista argentino que produjo la parte más importante de su obra durante los años 30 del siglo pasado. De profesión psicólogo, se destacó a temprana edad por su lucidez e inteligencia, lo que generó, por ejemplo, que uno de sus profesores en la escuela escribiera al margen de un trabajo suyo: “los jóvenes que así trabajan van muy lejos y serán, perseverando, hombres preparados para mañana con caudal de conocimientos para ser útiles a la patria y a la humanidad”[1]. Y tendría razón.
Aníbal fue el principal discípulo de José Ingenieros, uno de los fundadores del Partido Socialista argentino y personaje de vasta influencia entre los universitarios durante el proceso de la Reforma Universitaria de 1918, la cual dio origen a un movimiento estudiantil que alcanzó proyecciones continentales. Sin embargo, a diferencia de su discípulo, José Ingenieros no destacó por sus conocimientos sobre el marxismo. “Poco leyó a Marx y Engels”[2] diría Sergio Bagú al escribir su biografía.
El estudio sistemático del marxismo fue una labor que llevó a cabo Aníbal con determinación, quien hizo suyo este pensamiento, expandiendo así las ideas desarrolladas bajo el alero de su maestro, junto al cual participó en la Revista de Filosofía y el periódico Renovación antes de fundar en sus últimos años de vida la revista Dialéctica. Su infatigable labor le mereció incluso la valoración de José Carlos Mariátegui, quien dijera “Pocas revistas de cultura han revelado un interés tan inteligente por el proceso de la Revolución Rusa como el de la revista de José Ingenieros y Aníbal Ponce”[3].
Nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, admiraba las grandes ciudades, por lo que viajó encantado el año 1935 a Europa y luego a la Unión Soviética, de la que volvería sorprendido, causándole un gran impacto en la conciencia. Lamentablemente, tras el golpe de Estado en Argentina del año 1930, las fuerzas reaccionarias comenzaron a hostigarlo, lo que le significó el exilio en México, desde dónde promovió, dentro de los círculos de artistas y escritores revolucionarios, el llamado al deber, la lucha y la utilización de los espacios de relativa libertad académica con que contaban, los cuales a juicio de Ponce, no estaban siendo aprovechados con la intensidad que el contexto histórico les obligaba para efectos de la liberación de México y América.
Fue en México donde murió producto de un accidente de tráfico, a días de haber programado un viaje a la Habana para dictar una conferencia, dejando a sus amigos y compañeros con el lamento, e incluso los panfletos impresos donde se citaba a la actividad. Sin embargo su obra tuvo vasta influencia, siendo su libro más importante el que lleva por nombre “Humanismo burgués y humanismo proletario”, texto que brevemente procederé a exponer para dar al lector una idea de lo que el autor pretendía expresar en éste, donde mediante un análisis histórico y cultural, contrapone las dos concepciones de clase que dotan al concepto de humanismo de un significado radicalmente distinto.

El humanismo burgués.

Durante el lento ascenso de la burguesía como clase social dentro de la Edad Media, ésta fue expandiendo sus niveles de influencia y, producto de sus intereses económicos expresados en el auge del comercio, su situación concreta le exigía extirpar ciertas maneras tradicionales del pensamiento hegemónico en la época. Así, debido a que los negocios le reclamaban la constante comunicación con hombres de otras culturas, lenguas y residencias, la burguesía comenzó a desarrollar una mayor capacidad de adaptación y de tolerancia cultural. Pues si lo que realmente importaba era su interés pecuniario, entonces debía estar dispuesta a ver más allá de las diferencias superficiales entre los hombres.
De esta forma, los burgueses desarrollaron una concepción racionalista del mundo, alejada de la visión religiosa que imperaba en los años oscuros, y dotada de un carácter pacifista puesto que la seguridad de sus caravanas y navíos así lo requerían para poder desplegar su acción mercantil.
A raíz de lo anterior, durante los siglos XV y XVI los banqueros crearon las condiciones que le dieron vida al humanismo, apoyándolo incluso con sus fortunas. Ponce señala que “sobre el plano de la cultura, el humanismo fue una derrota del feudalismo católico frente a la burguesía comerciante”[4]. En este contexto, los mercaderes comenzaron a rendirle culto a la Antigüedad puesto que ésta, estudiada desde una clave burguesa, les entregaba todo aquello que la Iglesia negaba: la apreciación de la potencia del dinero, la valoración de la acción terrenal, el goce de la vida sin constituir pecado. Resultando ser la principal afinidad entre “los antiguos” y los mencionados mercaderes, la valoración de la “razón” como norma de la vida. Mientras la religión despreciaba la terrenalidad de los asuntos humanos, la burguesía reivindicaba la fortaleza del cuerpo y del individuo. Dicho en otras palabras, lo que el humanismo burgués tomó de la antigüedad fue la filosofía necesaria para justificar su amor por la riqueza, la vida laica y el pensamiento libre.
Ponce objeta el mito de que los humanistas eran poderosos señores de la inteligencia poseedores de la misma estatura con que contaba la clase dominante. Al contrario, señala, los humanistas eran intelectuales que servían como instrumento y apéndice de la gran burguesía (por lo que no la integraban), quienes tenían la tarea de liberar las almas de los terrores y pesadillas de la Iglesia, al mismo tiempo que, por otro flanco, los banqueros minaban el poder de la nobleza mediante su avance económico. Señala Ponce que el humanista, aquel letrado que ha conseguido alejarse del trabajo manual, sueña con que está a la altura de los reyes, pero que en realidad, para conservar sus privilegios está dispuesto a soportar en silencio la humillación y el agravio, usando de ejemplo a Lope de Vega cuando se jactaba de haber vivido a los pies del marqués de Sarria igual que un perro[5].
Sin embargo, este humanismo que exaltaba “al hombre” por sobre Dios, y que reivindicaba la potencia creadora del mismo, solo lo hacía respecto al hombre burgués a quién se pretendía liberar de las cadenas del feudalismo y la Iglesia, pero que en lo concerniente a las masas oprimidas del pueblo, no les guardaba ninguna simpatía, designándola con una serie de epítetos tales como “monstruo lleno de confusión y error” o “pulpo”, entre otros. Por esta razón, no solo no hicieron nada por liberar al pueblo sino que activamente contribuyeron a mantenerlo en la ignorancia y extender su opresión. Mientras ellos buscaban sacudirse de la influencia religiosa, promovían la religión y la superstición para las masas. Ponce cita a Giordano Bruno quien expresara “Las verdaderas proposiciones no son presentadas por nosotros al vulgo, sino únicamente a los sabios que puedan comprender nuestro discurso… porque si la demostración es necesaria para los contemplativos que saben gobernarse a sí mismos y a los otros, la fe, en cambio, es necesaria al pueblo que debe ser gobernado”[6]. En base a esto, Ponce identifica como la mayor limitación (“herida irremediable” le llama) de este humanismo su identificación única con el hombre de la burguesía, quien luego de haber luchado por siglos contra el feudalismo por arrancarle sus privilegios, entre los cuales se encontraba la cultura, pretendía conservarla solo para sí ahora que la había conquistado, mostrando el mismo desprecio por el pueblo que la clase opresora contra la que había combatido.
Y así, en tanto la realidad es movimiento, con el devenir del tiempo el impulso rupturista de la burguesía se transformó en conservadurismo debido a la necesidad de preservar el nuevo orden de cosas, por lo que el humanismo que alguna vez sirvió como instrumento de lucha contra el feudalismo y la Iglesia, devino en un sistema para perpetuar el poder burgués y los privilegios adquiridos. En este sentido, el humanismo comenzó a despreciar la acción, privilegiando la “inteligencia”, alejada de todo tipo de trabajo manual que le pudiera recordar la disciplina indigna exigida a las clases subalternas. El humanista, como Ariel -el espíritu del viento inventado por Shakespeare-, debía vivir en las nubes, en el aislado regocijo de su egoísmo, pues el espíritu sería “tanto más digno cuanto más alejado se encuentre del trabajo”.
Esta nueva fase del humanismo no solo desdeñaba la acción, sino que a través de este desdén promovía una aceptación pasiva respecto al orden de cosas, razón que los lleva a instaurar las “humanidades” como ideal educativo de la burguesía, entendiendo por estas a las concepciones estáticas de la historia que no se plantean el futuro, sino que mediante la nostalgia del pasado orientan a los jóvenes hacia el conformismo. Sería mediante la aplicación de estas humanidades que se pretende perpetuar la educación burguesa, con todos sus vicios, haciéndole creer a la juventud que en materia de política y moral no se ha inventado nada nuevo desde los clásicos como Platón y Aristóteles.
Además, el humanismo burgués poseería otra importante limitación, la que sería haber levantado la bandera de defensa del hombre abstracto, un hombre que vive ajeno a las contingencias de la vida práctica, lo que chocaría con la visión esgrimida por Engels en una carta a Marx cuando señalara que “El hombre no es más que pura fantasmagoría mientras no tenga como fundamento el hombre empírico”.
Concluye Ponce que el humanista es comparable a un niño mimado por la burguesía, la cual le da permiso para jugar con palabras y conceptos allá arriba en el viento, lejos de la acción y el trabajo, defendiendo ideas como una libertad en abstracto que la realidad desmiente una y otra vez, resultando incapaces de entender la esencia de los problemas sociales como consecuencia de haber vivido tantos siglos en las nubes. Aquí es entonces donde radica su castigo, en la ceguera, y en la vanidad que los mancha impidiéndoles darse cuenta de su rol meramente instrumental, soñando ser más de lo que son, simples siervos acomodados.

El humanismo proletario.

Esta segunda parte de la obra resulta problemática. De manera muy erudita, el autor realiza un análisis de las premisas objetivas del humanismo proletario, ligándolo a la enajenación del trabajo y la relación entre el hombre y la máquina. Muy impactado por su visita a la URSS en 1935, tres años antes de su muerte, Ponce se muestra deslumbrado frente a los avances de la primera revolución socialista del mundo, lo que lo lleva -a mi juicio- a encandilarse con nociones deterministas soviéticas, propias de la era de Stalin, que a la larga tanto daño le causaron al movimiento revolucionario internacional. Aún así, lo más destacable de esta segunda parte radica en que Ponce resulta ser el primer autor marxista latinoamericano que retoma de Marx el concepto de “hombre completo”, “hombre nuevo”, “hombre total” entregándole desarrollo y expandiendo la problemática humanista al respecto.
Señala Ponce que la máquina no posee un valor intrínseco, sino que ésta debe apreciarse a la luz del régimen social en el que se encuentra incluida. De esta forma, para el capitalista, la máquina resulta ser solo otro detalle de su régimen de explotación, funcionando en detrimento del obrero, haciendo de aquél que la opera un apéndice sin alma, a la vez que le arrebata el trabajo a millones de sus compañeros de clase. ¡Cómo no van a odiar la máquina los obreros! Resulta de toda lógica que en ocasiones los trabajadores hastiados de la explotación decidan sabotear y destruir a la máquina que, en el capitalismo, solo le trae dolores y malestar.
En contraposición con esta máquina, que en el capitalismo tritura al obrero en nombre de la ganancia privada, se encuentra el rol que cumpliría la misma dentro de un sistema socialista, donde a través de su potencia, ya no sirva para oprimir, sino que para liberar al hombre mediante la reducción de la jornada, el aumento de la producción, el bienestar creciente y la posibilidad de asomarse al mundo de la cultura que hasta entonces le ha sido negado históricamente a las masas.
Polémicamente Ponce señala que con el surgimiento de las máquinas, nacen también las primeras condiciones objetivas para el desarrollo del humanismo proletario. Citando a Marx respecto a las escuelas introducidas por Owen en Inglaterra, señala que allí “se encontraba en germen la educación del porvenir”, puesto que a través de la combinación del trabajo manual con el trabajo intelectual, ese sistema resultaba el “único método capaz de producir hombres completos”[7], de lo que infiere explícitamente que la posibilidad entonces de formar hombres plenos, solo podía comenzar en cierto momento del desarrollo histórico, es decir, donde se encontraran desatadas las fuerzas productivas. Cualquier tentativa para desarrollar a dicho hombre antes de que las condiciones objetivas se encontraran maduras, estaría destinada al fracaso.
A la luz de la filosofía de la praxis, la afirmación anterior resulta del todo lamentable, pues constituye una mirada unilateral y determinista que al deshistorizar los procesos sociales -otorgándoles características al margen de la praxis- cae ineluctablemente en la trampa de la metafísica. De manera bastante crítica contra estas concepciones, podemos citar a Lukács en su famoso Historia y Conciencia de Clase, cuando señalara que “El marxismo vulgar ha descuidado completamente esa diferencia. Su aplicación del materialismo histórico ha caído en la misma trampa que Marx señaló a propósito de los economistas vulgares, a saber: ha tomado categorías puramente históricas —y precisamente, como la economía vulgar, categorías de la sociedad capitalista— por categorías eternas”[8]. Es el error en el que cae Aníbal Ponce, estimando que el desarrollo histórico atravesado por la Inglaterra del Siglo XIX resulta una categoría aplicable en todo lugar, al margen de la historia y del hombre. Transformando así al marxismo en metafísica.
A continuación, el autor señala que a los ojos de Marx la posibilidad de combinar dentro de la industria el trabajo práctico junto con la enseñanza general, constituía uno de los elementos más formidables para construir al hombre nuevo. Y de inmediato aclara que “uno de los elementos, he dicho, y nada más”, puesto que bajo el régimen capitalista ese sistema de educación es irrealizable debido a la deformación que realiza el capitalismo de las “exigencias naturales” de la gran industria, por lo que en vez de tener al obrero de cultura general capaz de cambiar de profesiones, lo que se obtiene es la estrechez de la especialidad en el trabajo, idiotizando al hombre a través de la repetición mecánica de la misma labor, mutilando al individuo mediante esta especialidad del trabajo, negándole su sed de totalidad, de desarrollo integral, de convertirse en un hombre nuevo, completo. Un nuevo hombre que visualiza como “el resultado de la unión de la teoría y la práctica, de la inteligencia y la voluntad, de la cultura y del trabajo productivo”[9]. Pero ¿cómo lograr lo anteriormente mencionado? Por la conquista del poder político por parte del proletariado, responde. Solo una vez que la clase tenga el poder puede comenzar a formarse el hombre nuevo. Me atrevo a decir, que a sus ojos, el desarrollo del hombre nuevo sería la consecuencia del desarrollo de la economía bajo formas socialistas y no de un proceso que, entre otras cosas, exige el desarrollo consciente del individuo, tanto bajo el influjo del poder que ejerce la sociedad proletaria sobre él, como a través de la autoeducación (postura que asumirá el Che Guevara décadas más tarde).
Esta concepción ideológica de Ponce bebe directamente de la fuente del marxismo-leninismo que, para la época en la que escribe, ya se había vuelto hegemónico a nivel mundial dentro de la izquierda por impulso de Stalin, el cual se caracterizaba por su determinismo económico y productivismo, trayendo aparejado, por cierto, un desprecio del rol de la conciencia dentro de la lucha revolucionaria. Basados en la analogía dogmática del tren de la historia, la conciencia siempre vendría a constituir el vagón de cola. En palabras del mismo Stalin “En la vida social, primero cambian las condiciones exteriores, primero cambia la situación de los hombres, y después cambia, de modo correspondiente, su conciencia”[10], a lo que agrega que ésta máxima aplica tanto a las clases como a la sociedad en su conjunto.
Finalmente, y guardando coherencia con su precedente crítica al humanismo burgués, la exposición de Ponce respecto al hombre nuevo culmina señalando como premisa del humanismo proletario la necesidad de que se extienda la cultura para todos, levantando la idea de desarrollar un nuevo tipo de cultura proletaria. Posteriormente el libro procede a exponer las virtudes que presenció durante su estadía en la URSS, la liberación y alegría de los hombres que, viviendo durante la construcción de una nueva sociedad, lo hacían sentir como si hubiera viajado al futuro, para culminar explayándose respecto a los problemas de la herencia cultural, posicionándose a favor de la asimilación crítica de ésta y defendiendo la importancia del realismo socialista como movimiento artístico.
Para Aníbal Ponce, la Revolución Rusa encarnaba el ideal humanista de la sociedad que quería construir. Lamentablemente no estuvo ajeno, ni pudo desligarse del marxismo vulgar que se transformó en la lectura hegemónica del movimiento comunista mundial desde los años 30 hasta la década del 60, cuando la Revolución Cubana irrumpe en la escena internacional quebrando los esquemas de los viejos dogmas stalinistas y volviendo a traer al debate el pensamiento de numerosos marxistas revolucionarios, representantes de la corriente de la filosofía de la praxis, inspirando con su determinación y ejemplo a nuevas generaciones ávidas de retomar el aspecto revolucionario de la teoría marxista, sin la cual el marxismo no puede llamarse como tal, pero que sin embargo imperaba en la izquierda de la época, con sus ladrillos ideológicos que -al decir de Néstor Kohan- al buscar explicar todo, no explicaban nada.
A pesar de las críticas realizadas al libro que hemos comentado, resulta del todo valioso el análisis histórico y cultural que realiza del surgimiento del humanismo como corriente del pensamiento en la historia, y además la reapropiación que hace del concepto de hombre nuevo como el individuo con sed de totalidad, no desgarrado por el trabajo enajenado, cuestionándose el problema de este “hombre completo” al mismo tiempo que lo hacía un autor tan destacado como Gramsci.
Hoy en día sabemos como un hecho que el Che Guevara había leído “Humanismo burgués, humanismo proletario” en su juventud, tal como lo relata el hermano de la gran amiga de juventud del Che, Tita Infante, cuando señala “Tita le dio de leer a Aníbal Ponce… Hay tres libros de Aníbal Ponce que leyeron ambos: Educación y lucha de clases. Humanismo burgués y humanismo proletario y El viento en el mundo”[11] , razón por la cual se ha llegado a asegurar que este autor vendría a ser el antecesor del Che respecto a la problemática del humanismo[12], constituyendo una fuente directa de dónde el Che adopta la preocupación por desarrollar la idea del hombre nuevo durante los años revolucionarios, pero haciéndolo a su manera, desplegando el concepto hacia nuevas dimensiones de riquísimo contenido, lo que lo condujo a ligar al papel de la subjetividad con la construcción de la patria socialista, escapando entonces de las lógicas deterministas económicas, y elevando un paso más allá la edificación del pensamiento revolucionario. Temática que para ser abordada merece un artículo propio.
“Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer el hombre nuevo”, diría el Che en su famoso escrito El socialismo y el hombre en Cuba, estableciendo un cambio de paradigma. El hombre nuevo no será entonces una consecuencia del cambio de propiedad en los medios de producción, como lo habría previsto Ponce, sino que será una construcción que se realizará de manera paralela, donde por primera vez el hombre construirá conscientemente su futuro, en un proceso en el cual de cuyo éxito dependerá, entre otras cosas, la viabilidad del proyecto socialista. Sin hombre nuevo, no podrá existir el comunismo. Desde la vereda del marxismo latinoamericano no podemos más que concordar.

Sebastián Fisher

[1] MARINELLO, Juan en Prólogo a PONCE, Aníbal (1962) Humanismo burgués y humanismo proletario. La Habana, Imprenta Nacional de Cuba. P. 8.
[2] BAGÚ, Sergio (1953). Vida ejemplar de José Ingenieros. Buenos Aires, El Ateneo. P. 42.
[3] Mariátegui citado en KOHAN, Néstor (2000). De Ingenieros al Che. Buenos Aires, Biblos. P. 65.
[4] PONCE, Aníbal. Op Cit. P. 45.
[5] Ibíd. P. 90.
[6] Ibíd. P. 52.
[7] Ibíd. P. 110
[8] LUKACS, Gyorgy. Historia y conciencia de clase. Capítulo Conciencia del proletariado. Disponible en: https://temasselectosdematerialismohistorico.files.wordpress.com/2014/09/lukacs-georg-la-cosificacic3b3n-y-la-conciencia-del-proletariado-grijalbo.pdf
[9] PONCE, Aníbal. Op Cit. P. 114.
[10] STALIN, Iosif. Anarquismo o Socialismo. En Obras, Tomo I (1901-1907). P. 114. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/stalin/obras/oe15/Stalin%20-%20Obras%2001-15.pdf
[11] CUPUL REYES, Adys y GONZÁLEZ, Froilán (1997) Cálida presencia. La amistad del Che y Tita infante a través de sus cartas. Rosario, Ameghino. P. 16
[12] KOHAN, Néstor. Op. Cit. P. 200.

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