sábado, mayo 11, 2019

Esto lo cambia todo de Naomi Klein, unas notas cinéfilas



Sí nos atenemos al mensaje dominante expresado en los medios e incluso en numerosas s películas y seriales televisivos de éxito que plantean y reconstruyen hipótesis de una posible hecatombe o un suicidio de la humanidad, podemos comprobar que en ningún caso se asume la posibilidad de una revolución -de parar el tren ante que se estrelle como diría Walter Benjamín–, está fuera de cuestión, ni tan siquiera imagina como ha sucedido en otras épocas más o menos utópicas quizás porque la correlación de fuerzas entre el mal social y ecológico resulta avasallador, sobre todo después de la descomposición del bloque del “socialismo irreal” (Daniel Bensaïd). Este y no otro fue el criterio dominante que expresó un viejo derechista norteamericano en los años cincuenta –con la destrucción mutua nuclear asegurada (MAD)- como trasfondo: “Mejor muertos que rojos”…
Aunque actualmente se cree –bastante ingenuamente- que la posibilidad de un apocalipsis es ya historia, recordemos que la hecatombe nuclear asumió la responsabilidad de extinguir la humanidad en los hechos y en la ficción de la segunda mitad del siglo XX, realidades concretas ilustradas cinematográficamente por películas del calibre de Fail-Safe (Punto de partida, 1964), una telefilme de primera categoría de Sydney Lumet (de la que existe un gélido “remake” de Stephen Frears con Richard Dreyfuss y George Clooney), la genial sátira de Stanley Kubrick, “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb “ (EUA, 1964)…Esto sin olvidar otra más reciente –y fehaciente-: “Trece días” (Thirteen Days, Roger Donalson, EUA, 2000), verdadero ejemplo de cine de investigación sobre la “crisis de los misiles en Cuba…Pero entonces, el problema no era tanto que quien ganara, sino que perderíamos todos, los malos y los peores. Esta última además plantea otras cuestiones, cómo quien decide quien sí y quien no ha de tener armas de destrucción masiva y quién no. Por ejemplo, en relación al Estado sionista no se discute, y tirando de este hilo llegamos a la actualidad cuando este tema nos lleva al desastre absoluto que han sido las dos guerras del Golfo y todo lo que está conllevando, destruyendo partes enteras del planeta. Dando lugar a desastres humanitarios sin final, justamente en una época en las que las condiciones materiales bien gestionadas podrían llevarnos gozar con un horizonte de vida universal similar al que actualmente se vive en Portugal, por supuesto todavía francamente mejorable.
Conviene recordar aquí que, como ocurre en otras tema como la muy cinematográfica que se dirime entre los “halcones” y las “palomas”…norteamericanas, algo parecido sucede con el cine apocalíptico en el que el mal estaba obviamente representado por el “Imperio del mal”, lo que no excluye la existencia de verdaderas obras maestras del “fantástico” de serie (baste mencionar la magistral “Invasion of the Body Snatchers” que realizó el mejor Donald Siegel en 1956, sobre la que se han efectuado varios “remakes” nada despreciables). Pero…
Después de la desaparición de “enemigo rojo”, la premonición apocalíptica, después de algún paseo sobre hipotéticas y jugosas invasiones extraterrestres –con aportaciones como Mars Attacks!, en la que estos humillaban desvergonzadamente al presidente del imperio elegido por Dios-. Se desplazó hacia el “calentamiento gomal”, hacia un medio ambiente lo que, de entrada, significaba una victoria contra la oligarquía revisionista que tan bien representa entre nosotros el gran Aznar. El Apocalipsis ecológico pasó a ser entonces el mecanismo de extinción más común de las superproducciones. Desde entonces hemos contemplado en las pantallas maremotos, Asteroides, glaciaciones, neutriaos, desertización, inversiones magnéticas y en muchos casos con descripciones tomadas de una documentación sobre los desastres ya conocidos aunque sean –todavía- de manera incipiente…
En este cine, ya instalado en el tiempo que viene, el genuino dedo del Apocalipsis son las pandemias, situaciones establecidas incluso en nuevas variantes del cine de aventuras como era el caso de “El amanecer del planeta de los simios”, de Matt Reeves, secuela de la gran sorpresa cinematográfica del 2011, a la que le siguió El origen del planeta de los simios, de Rupert Wyatt. La película resucitó, y cómo, una franquicia que en un ya decadente Tim Burton había dejado para el desguace (¿Qué le ha pasado a este hombre desde “Ed Wood”?). Aunque ni el título de Wyatt ni la Reeves tratan sobre una pandemia, en realidad plantean una: la que se desencadenaba en los créditos finales de El origen… y diezmará a la humanidad durante la década que transcurre entre una y otra cinta -ilustrada por tres hermosos cortometrajes, por cierto disponibles desde hace días en Internet-. Cuando arranca “El amanecer…”, el virus ya ha hecho su labor destructiva y la civilización humana ha sucumbido. Ni tan siquiera los simios parecen capaces de reconstruir una sociedad verdadera y plenamente humana, que es como don León describía el socialismo.
Sin embargo, después de tantas advertencias, queda muy lejos reacciones como las provocadas por la mítica emisión radiofónica de la obra de H:G: Wells, La guerra de los mundos, por parte del travieso Orson Welles (momento descrito magistralmente por Woody Allen en “Radio Days” de 1978), de ahí que una obra tan desasosegante como “Contagio” (Steven Soderberg, 2011), que hizo evidente este giro sanitario con su formulación tan cercana al cine de terror hiperrealista, apenas si causó el impacto.
En los últimos tiempos, los títulos sobre diversas formas de desastres se fueron repitiendo, ahí quedan “Guerra Mundial Z” (Marc Foster, EUA, 2013), en la que el mundo comienza a ser invadido por una legión de muertos vivientes, Gerry Lane (Brad Pitt), un experto investigador de las Naciones Unidas, intentará evitar el fin de la civilización en una carrera contra el tiempo y el destino. La destrucción a la que se ve sometida la raza humana lo lleva a recorrer el mundo entero buscando la solución para frenar esa horrible epidemia…Otra variante la ofrecieron Álex y David Pastor que se inventaron una asfixiante agorafobia que llevaron el Apocalipsis a casa, a Barcelona, en “Los últimos días” (2013), aunque antes ya habían mentado a la bicha contagiosa en americana, “Infectados” (Carriers, 2009), otro fin de transmisión aérea.
El tema puede explorarse mucho antes en el género -2La amenaza de Andrómeda”· (1971) de Robert Wise pero la novedad es que esta obsesión es hoy la hegemónica a la hora de acabar con nosotros y hasta un director tan heterodoxo como M. Night Shyamalan bebió de este amargo cáliz, en “El incidente” (2008). Con 28 días después (Danny Boyle, 2002), se fijó una constante que ha supuesto’ una segunda juventud del no muerto: los zombis que han dejado la negritud de Haití y las ínfulas sobrenaturales: ahora son enfermos desahuciados y extremadamente contagiosos, gente desprovista de humanidad como sí fuesen electores adelantados de la era Trump, la peor de todas las hipótesis, cuyas repercursiones ecológicas resultan escalofriantes con sus versiones locales como la que ya está afectando el Amazonas, incapaces de solidaridad ni de pensamiento humano. El listado es inabarcable, pero la verdad es que resulta harto extraordinario auge de este estereotipo ha alcanzado en la última década, una metáfora insana y apabullante que afecta no sólo al cine, sino también a las series de televisión, con la magistral “The walking dead” (2010) en primer lugar. Eso por no hablar del cómic y también a los videojuegos.
Que en “El amanecer del planeta de los simios”, la pandemia acontezca fuera de plano, tiene una importancia trascendental porque actualiza y rectifica la célebre adaptación “El planeta de los simios” (1968), de la inquietante novela de Pierre Boulle efectuada por el subvalorado Franklin J. Schaffner y cuyo célebre desenlace, descubriendo la Estatua de la Libertad enterrada en una playa desierta, hace que George Taylor (Charlton Heston) exclamaba: “¡Maniáticos, yo os maldigo, maldigo las guerras, os maldigo!”, dando a entender que sólo una hecatombe nuclear podría acabar con la civilización humana, una premonición especialmente siniestra considerando que quien lo proclama fue el rostro del trust del rifle que solamente por accidente causa unos diez niños muertos cada año. Los guionistas de estos interesantes “remakes” se han mantenido fieles a la película de Schaffner, aunque decidieron corregir la causa de extinción, lo cual sólo significa que Taylor yerra en su juicio condenatorio doblegado en la arena ante lo que parecía la confirmación del MAD con todas sus secuelas a cual más aterradora. Sobre todo porque todo parece inevitable.
Al tiempo, al marcar una extinción patológica y no bélica, permite que la nueva película abunde en el sustrato darwinista, es decir biológico, que siempre estuvo detrás de la novela de Boulle. La tensión prebélica entre los humanos diezmados y los simios emergentes, dos protosociedades -una por retroceso y otra por progreso-, además de servir de alegoría política de la vecindad violenta, de palestinos e israelíes o ucranianos y rusos aunque por ahí nos podíamos perder. Lo cierto es que el trasfondo provee de una ajustada ilustración de las investigaciones sobre los comportamientos individuales y sociales que el biólogo Edward O. Wilson desarrolló en su tratado La conquista social de la tierra (Debate, Madrid, 2012) y el modo en que la evolución de la vida fue la que alumbró la moral: El bien y el mal no son sino la expresión de dos ventajas evolutivas en longeva interacción, la del grupo y la del individuo. Todo eso, y mucho más se sugiere en estas evocaciones de un mundo en descomposición por la concatenación de factores trágicos en las que en ningún momento va más allá de sugerir una crítica a la codicia que está destruyendo sin ir más lejos, los mares.
Sin la menor insinuación que alternativas que en otro tiempo alumbraron “El día después” (The Day Alter, EUA-TV, 1983), la célebre premonición del novelista Nicholas Meyer que todavía causó una cierta inquietud en su momento. Ni el menor atisbo de que es posible que la humanidad más honesta y consciente de la importancia de los recursos aparezca, aunque sea en el último minuto como aparecía el maldito Séptimo de caballería. Quizás habrá que esperar un cambio de situación social en los EEUU para que los cineastas ofrezcan apuestas por respuestas en las que no sea Tom Cruise o algún que otro chico americano, los que nos salven de ellos mismos.
Notas y detalles de una realidad que supera cualquier desastre novelada y/o filmado, y que, sin embargo, ni tan siquiera son considerados temas de debates en la política del espectáculo (electoral). Desde un pequeño rincón del mundo preparamos (en Sant Pere de Ribes, viernes 10, 19 h., en El Local) un debate sobre la obra de Naomi Klein, “Esto lo cambia todo” sin soñar de que el tema pueda interesar más que a un pequeño grupo de amistades.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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