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sábado, mayo 04, 2019
Leonardo Da Vinci y el sueño de la razón
El maestro del Renacimiento, muerto hace 500 años, plasmó en un sinfín de disciplinas las aspiraciones científicas y artísticas de la clase burguesa en ascenso.
Figúrense que el dibujo y la matemática, la anatomía y la filosofía de los antiguos, la pintura y la ingeniería hidráulica, la música y las invenciones militares se dan cita con la genialidad. Figúrense un ojo tan atento al detalle como al cuadro completo, unido a un carácter inquieto; figúrense planos y sueños, estudio y experimentación; figúrense la más grande confianza en la capacidad de la razón para conocer y transformar el mundo, y tendrán ante sus ojos a Leonardo Da Vinci, de cuya muerte se cumplieron este jueves 500 años.
Nacido en el área de Vinci en 1452, de una humilde campesina y un acomodado notario y canciller florentino, vivió en la casa de éste –aunque sin ser reconocido como su hijo– desde los cinco años hasta entrada la adolescencia, cuando sus dotes como dibujante le ganaron la entrada en uno de los talleres más prestigiosos de arte del período. De allí hasta su muerte en Francia, diseñará capillas y sistemas hidráulicos, inventará desde la servilleta y las tijeras modernas hasta catapultas y telares, prefigurará en planos el helicóptero, el ala delta y los robots y creará algunas de las obras más celebradas de la pintura universal. Así, Leonardo representa el caso quizá más ejemplar del artista renacentista, que se da a la experimentación en un sinfín de disciplinas.
Anunciación
El tiempo del Renacimiento es, al decir de Trotsky, “la primera manifestación abierta y tumultuosa” de la cultura de la burguesía. Esta nueva clase social en ascenso comienza a forjar un nuevo universo intelectual y político, en que pueda basar una dominación que consolidará finalmente con las revoluciones del siglo XVIII. Que Italia –y en particular Florencia– haya sido el centro de este movimiento artístico, que tendrá expresión en otras regiones de Europa, se explica por el mayor avance allí de la burguesía ciudadana, en un cuadro de menor desarrollo relativo del feudalismo y de estructuración de los negocios bancarios.
En este rubro bancario se destacaron los Médici, cuya fortuna les ganó el dominio de Florencia y de algunos papados y co-reinados de Francia, y sin cuya existencia sería seguramente inexplicable la figura de Leonardo. Los Médici representan el mayor ejemplo histórico de la figura del mecenazgo, de ese patrocinio a los artistas que a la vez embellecía el carácter tiránico de su poder, daba canal a los intereses humanistas de la burguesía y constituía al arte –por primera vez en la historia– como un campo autónomo, diferenciado de la religión, y junto con él al artista moderno y al público de arte moderno.
Al calor de Lorenzo de Médici y otros mecenas, Leonardo llevó a fondo la premisa renacentista de abocarse al conocimiento del mundo sensible y de su representación, expresando en el arte la creciente emancipación de la sociedad de la doctrina de la Iglesia. Así, dedicará un sinfín de bocetos y textos al entendimiento de la figura humana y de los animales, creando dibujos magistrales (muchos siglos antes de que el dibujo fuese valorizado como un arte en sí mismo); y hará enormes aportes a la búsqueda de sus contemporáneos por encarar por vez primera el problema de la representación de manera metódica, científica, retomando para ello la inspiración y el ejemplo de la Antigüedad grecolatina (ahora liberada de su unidad con las deidades). Se destaca entre estos la creación de la “perspectiva aérea” o “atmosférica”: al comprender que cuanto más distante era algo más nebuloso se veía, Leonardo estableció el uso de pátinas celestes para hacer más difusos a los objetos/paisajes más distantes. Mucho más que una técnica, la perspectiva aérea sintetiza a la perfección el espíritu de los humanistas de la época: ese horizonte del mundo, que se reconoce lleno de complejidades, y a la vez se busca entender y representar con el poder de la razón.
Claroscuros
Los tiempos del Renacimiento fueron estos tiempos de revolución extraordinaria, al tiempo que expusieron ya tempranamente los límites de un desarrollo social dirigido por la burguesía. Los artistas se liberaron del yugo de los gremios y de la Iglesia, pero pasaron a la sumisión de los financistas. Los burgueses, a su turno, guiaron buena parte de estas labores a las fundaciones religiosas (recordemos aquí la magistral La última cena) como expresión de sus compromisos con la Iglesia y de la búsqueda de una fama póstuma. De conjunto, el público del arte nacido al calor del Renacimiento fue –al decir de Arnold Hauser– “una elite antipopular y empapada de cultura latina”, a la que estaban dedicadas las creaciones decisivas del período.
Leonardo fue, por lo demás, uno de los genios excepcionales –y por ello recordados– de la cultura de estos siglos, en parte gracias a la relativa libertad de experimentación brindada por sus patrocinantes. Pero junto a él, y tras él, se produjeron miles y miles de óleos mediocres, encargados por la burguesía para llenar sus paredes de paisajes, mujeres, alimentos y objetos, emulando en sus salones el dominio de su clase sobre el mundo.
La consolidación de la burguesía como clase social, con su desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, fue también el tiempo de infinitas masacres sobre las clases trabajadoras, de hambrunas y explotación: de la perspectiva aérea luminosa de Leonardo pasamos a la de William Turner, que trastocaba en paisajes nebulosos y oscuros el caos del capitalismo y la explotación humeante de las fábricas de Manchester. De la razón renacentista, que prometía un crecimiento pleno, pasamos a la dolorosa constatación de Goya de que “el sueño de la razón produce monstruos”.
Esta corriente de sangre parida por el capital, que data al menos de los tiempos de la Conquista de América, se profundizó con la decadencia del capitalismo, con sus guerras imperialistas por el reparto del mundo, que hoy confluyen con nuevas olas oscurantistas. El camino del conocimiento científico, del arte liberado y de un mundo humano ha pasado hace ya tiempo de la mano de los mecenas a la de los desposeídos.
A Da Vinci se atribuye la sentencia de que “los hombres geniales empiezan grandes obras, los hombres trabajadores las terminan”.
Tomás Eps
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