La irrupción de VOX en el Parlamento pone a tono al Estado español con la tendencia europea donde varios partidos de extrema derecha ya forman parte de los regímenes políticos.
Durante las elecciones andaluzas pudo verse un curioso spot de campaña. Mientras sonaba con tono épico la música de El señor de los anillos, Santiago Abascal montaba a caballo y prometía encabezar la “Reconquista”. Todos los tópicos reaccionarios en menos de 20 segundos: hombres blancos y recios dispuestos a “reconquistar” España. ¿De quién? No hacía falta decirlo. De “ellos”. Inmigrantes, catalanes, feministas, comunistas, ‘okupas’ y políticos corruptos, todos por igual.
La formación de extrema derecha obtuvo un 10.3% de los votos emitidos en las elecciones del 28A, lo que se tradujo en 24 diputados en el Congreso -que suma a su presencia en la coalición de gobierno en Andalucía -. VOX pasó de 40.000 votos en 2016 a 2.6 millones en las elecciones del 2019 y se prepara para cosechar un crecimiento mayor en las elecciones municipales, autonómicas y europeas del 26 de mayo. Se termina así con la llamada “anomalía” española donde ningún partido de extrema derecha había obtenido representación parlamentaria después de que Fuerza Nueva obtuviera un diputado en 1979. Algo que se explicaba, en parte, por el hecho de que el PP, la continuación de la Alianza Popular fundada por el exministro de Franco, Manuel Fraga Iribarne, mantenía agrupada a la mayoría de la familia derechista española.
Los resultados electorales de VOX fueron saludados de inmediato por políticos como Marine Le Pen, Matteo Salvini y Jörg Meuthen de la AfD alemana. Algunos sondeos indican que en las próximas elecciones europeas los partidos de la extrema derecha podrían obtener un 20% de los escaños, que sumados a los ultraconservadores significaría cerca del 30% de los eurodiputados. Actualmente, grupos de extrema derecha integran los Parlamentos nacionales en todos los países de la Unión Europea, con la excepción de Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta.
Desde su llegada al gobierno de Italia hace un año, la Lega de Matteo Salvini ha crecido en las encuestas, en detrimento de sus socios del Movimiento 5 Estelle (generando múltiples tensiones internas en el gobierno). Formaciones populistas de derecha gobiernan en Hungría (Fidesz) y Polonia (PiS (Ley y Justicia). Aunque ambos partidos tienen un origen conservador, nacionalista y católico, en los últimos años se han inclinado todavía más a la derecha en cuestiones de migración.
Grupos de extrema derecha también forman parte de coaliciones de gobierno en Austria (FPÖ), Bulgaria (Patriotas Unidos), Estonia (Partido Popular Conservador de Estonia - EKRE), Letonia (Alianza Nacional - LNNK), Finlandia (Partido de los Finlandeses - PS) y Noruega (Partido del Progreso - FrP). Lideran la oposición en países de máxima importancia como Alemania (Alternativa para Alemania - AfD) y Francia (Reagrupación Nacional - RN, ex-Front National), obtienen un 17,53% en Suecia (Demócratas Suecos - SD) y superan el 21 % en Dinamarca (Partido Popular Danés - DPP).
En marzo de 2019, la sorpresa la dio Holanda, cuando el nuevo partido de extrema derecha Foro para la Democracia (FvD), obtuvo el 14% de los votos y con 13 escaños se convirtió en la fuerza política con más representación en el Senado -algo que se explica por la gran fragmentación política-. Thierry Baudet, líder del FvD con 36 años, desbancó así a la “vieja” extrema derecha de Geert Wilders (Partido para la Libertad). Baudet sostiene posiciones como que las mujeres son “biológicamente inferiores”, que el cambio climático es “brujería” y que su deber es defender la “Europa Boreal” y la “cultura blanca occidental” en Europa.
La crisis capitalista abierta en 2008 profundizó la debacle de los partidos del “extremo centro”, tal como definió Tarik Ali al tándem de conservadores, liberales y socialdemócratas que gestionaron los gobiernos capitalistas de Europa durante las décadas de hegemonía neoliberal. En el nuevo contexto de crisis orgánicas, emergieron fenómenos políticos por izquierda (neorreformistas como Podemos y Syriza, o intentos de renovación de la socialdemocracia como Corbyn en el Laborismo británico) y se amplió la influencia la extrema derecha, dando lugar a decenas de nuevas formaciones. A diferencia de los primeros -que moderaron su discurso en tiempo récord, cuando no habían nacido ya con un discurso moderado-, los últimos mantuvieron un discurso agresivo contra los partidos tradicionales del establishment, frecuentemente antieuropeísta y profundamente xenófobo. Un discurso “radical” con el objetivo de capitalizar en clave reaccionaria el malestar generado por las consecuencias de la crisis en el espectro sociológico de las clases medias y pequeños propietarios, pero incluso en sectores de la clase trabajadora, los “perdedores” de la globalización.
Apuntando contra la corrupción y las “elites liberales”, los partidos de extrema derecha apelan emocionalmente a los “olvidados” por el establishment -un término ambiguo que han utilizado tanto Santiago Abascal, Donald Trump como Marine Le Pen-. Ante las incertidumbres sobre el futuro y la acumulación de frustraciones por el presente, estos partidos proponen recuperar una cierta estabilidad volviendo atrás la rueda de la historia, reconstruyendo “tradiciones” y “valores nacionales” perdidos en clave fuertemente conservadora y promoviendo odio a hacia los extranjeros. El historiador e intelectual italiano Enzo Traverso define a estos movimientos como una mezcla de nacionalismo, conservadurismo, populismo y xenofobia, a lo que se suma con mayor o menor intensidad la clave antieuropea.
Si bien el euroescepticismo es común a estos grupos -con mayor o menor intensidad-, la cuestión monetaria ya no se encuentra en el centro del debate (como ocurrió durante la crisis del Euro entre 2012-2014 y en medio de la crisis griega con la Troika). El euroescepticismo se expresa más bien como un intento de recuperar para los Estados nacionales un mayor control de las fronteras y ciertas atribuciones estatales delegadas en las instituciones de Bruselas, que son denunciadas además como costosas y elitistas.
“Internacionalismo” reaccionario
El desarrollo de estas tendencias, especialmente en la mayor parte de los países de Europa, a pesar de sus diferencias, ha intensificado las relaciones internacionales entre ellas. Y uno de los principales promotores de esta suerte de “internacionalismo” reaccionario de las extremas derechas ha sido el ex banquero, magnate de los medios y millonario norteamericano Steve Bannon.
El exasesor de Donald Trump ha instalado su base política en Italia y ha anunciado su intención de inaugurar una “Universidad” de la derecha populista en la sede de un antiguo monasterio de Roma. Desde su plataforma The Movement promueve una confluencia de los partidos de la extrema derecha.
A su vez, Salvini ha intensificado sus vínculos con Viktor Orban y Marine Le Pen, buscando reforzar una alianza hacia las europeas. ¿Se está preparando una internacional populista de derecha?
En realidad, estos acercamientos se producen con grandes contradicciones. Aunque la mayoría de estos partidos comparten la islamofobia y la xenofobia, mantienen importantes discrepancias en cuestiones claves. Por ejemplo, en las políticas para restringir las migraciones, los partidos populistas de derecha del norte de Europa no están dispuestos a aceptar ni cuotas ni cupos migratorios, en oposición a los reclamos de Italia como país receptor. Por otro lado, Marine Le Pen ha marcado distancia en varias ocasiones con Bannon, señalando que no necesitan de un norteamericano para fortalecer un proyecto soberanista en Europa.
En última instancia, aunque están unidos coyunturalmente contra un “enemigo común” representado por la gobernanza de Bruselas, la lógica nacionalista de “franceses primero” o “húngaros primero” es incompatible con consolidar un proyecto internacional de las extremas derechas. En última instancia, más allá del discurso antiestablishment, todas estas formaciones representan los intereses capitalistas de sus respectivas naciones, algunas de ellas imperialistas y a menudo enfrentados entre sí.
El combo reaccionario: nacionalismo, xenofobia y políticas “antigénero”
Aunque es un fenómeno heterogéneo, con importantes variaciones en cada país, todos estos partidos comparten posiciones nacionalistas y xenófobas, apuntando a los inmigrantes como blanco principal de sus ataques. En sus diatribas combinan argumentos económicos (‘nos roban el trabajo’, ‘hacer caer los salarios’), identitarios (‘ponen en peligro nuestros valores’, ‘no respetan a nuestras mujeres’) y securitarios (‘actúan mafias de trata de personas’, ‘la inmigración esta ligada a la criminalidad’), a lo que se suma la islamofobia (‘son focos de terrorismo’). La defensa de la “cultura nacional” española, húngara, francesa, alemana… -llénese según corresponda- frente a la amenaza de la “invasión” extranjera es un elemento común en su retórica encendida.
En el caso de VOX, en su programa proponen suspender el espacio Schengen, levantar muros y nuevas vallas en las fronteras, deportaciones exprés masivas y endurecimiento de las leyes de extranjería. Pero, al mismo tiempo, quieren mantener un flujo controlado de “migración legal”, que permita satisfacer demandas específicas de mano de obra del capital español.
VOX, como muchas de estas formaciones ultraderechistas, defiende en lo económico un programa neoliberal, y saben que las migraciones -disciplinadas, eso sí, mediante muros, vayas y CIEs- son un mecanismo que el capitalismo utiliza para degradar las condiciones laborales y el salario obrero. Por eso pretenden expulsar masivamente a muchos inmigrantes pobres que escapan de la miseria y la degradación que reina en sus países, pero conservar a otros como “esclavos” internos, al mismo tiempo que siembran el odio entre los trabajadores nativos y los extranjeros promoviendo el racismo. Su programa neoliberal incluye bajadas de impuestos a las grandes rentas y la introducción de un sistema mixto (privado y público) para el sistema de pensiones.
En la cuestión LGTBI y feminista, VOX tiene posiciones igualmente conservadoras y mantiene estrechos vínculos con sectores católicos. El exjuez Serrano, quien fue cabeza de lista de VOX en Andalucía, forma parte de una corriente ultraconservadora dentro de la Iglesia llamada El Camino Neocatecumenal, fundada por el español Francisco José Arguello (Kiko), una secta ultracatólica que se asemeja a una moderna inquisición. También están migrando hacia VOX militantes del OPUS y otros grupos.
Confluyen en la oposición al derecho al aborto y a la Ley de matrimonio igualitario, la homofobia y su guerra contra la “dictadura feminista”. Proponen derogar la Ley de Violencia de Género porque la consideran “discriminatoria” contra los hombres y transformarla en una Ley de violencia intrafamiliar, retrotrayendo esta cuestión al ámbito “privado” de la Familia heteropatriarcal. Estas corrientes “antigénero” a nivel internacional expresan una fuerte reacción conservadora frente al ascenso del movimiento feminista y LGTBI. En el Estado español en particular se articulan como una respuesta reaccionaria frente al movimiento de mujeres que en los últimos años viene de realizar enormes movilizaciones y acciones como las huelgas del 8M.
La antropóloga Nuria Alabao [1] asegura que el discurso antigénero “sirve como ‘pegamento simbólico’ en el campo conservador y de la extrema derecha, ya que les permite actuar conjuntamente y establecer agendas sobre las que proyectar sus opciones políticas. Una suerte de ‘guerra cultural’ con la que pueden ganar posiciones a los partidos liberales”.
Para el investigador italiano Massimo Prearo [2], el fenómeno antigénero constituye también un “motor de reposicionamiento y de la reconfiguración del conflicto político actual” en las nuevas derechas. La ofensiva reaccionaria religiosa encaja a la perfección con las nuevas opciones políticas populistas, porque el discurso antigénero adopta también el discurso de “pueblo contra las elites liberales”, contra las instituciones y en defensa de los valores tradicionales de la familia que son amenazados por las leyes pro LGTBI.
Los fundamentalismos cristianos confluyen con la ultraderecha alrededor de argumentos natalistas, con un discurso que combina la “defensa de la familia” y el odio a los “extranjeros”. Este combo reaccionario aparecía con mucha claridad en el discurso de Víctor Orban durante la inauguración del Congreso de la Familia en Budapest, en el año 2017. Allí sostenía que la “mayor cuestión existencial para la civilización europea” es el declive de la tasa de natalidad en el marco del aumento de la inmigración, en especial la proveniente de países musulmanes. Por ese motivo, sostenía, “la restauración de la reproducción natural” era la más importante causa nacional: “Nuestro objetivo también es tener tantos niños como sea posible en Hungría; porque si hay niños, hay un futuro.”
En el caso de VOX, su nacionalismo adopta la forma del rancio “orgullo españolista” anticatalán (o anti vasco), acusando al PP y Ciudadanos de ser una “derechita cobarde” por no haber impuesto mayor represión al movimiento independentista. El hecho de que haya presos políticos catalanes a los que el Estado pide más de 20 años de cárcel por haber organizado una consulta pacífica no es suficiente para el partido de Abascal. Exigen eliminar las autonomías y centralizar el Estado, imponer el castellano como idioma obligatorio, ilegalizar partidos y aumentar las penas de prisión a todos los que desafíen la “unidad nacional”. Al “orgullo de ser español” lo condimentan con muchas banderas, la defensa de la “caza” y los toros, la reivindicación del entorno rural contra el cosmopolitismo y un franquismo nostálgico.
Este programa, que incluye algunas propuestas que rompen por derecha con algunos pilares del Régimen del 78 como “la abolición de las autonomías” se encuentra con el límite de que los poderes fácticos del capitalismo español e incluso el establishment internacional por el momento ven en la política de VOX un elemento demasiado disruptivo y “malo para los negocios”. De allí que buena parte de la prensa mainstream, como el Financial Times, New York Times, la BBC, The Economist y otros medios se pronunciaran a favor de un Gobierno del PSOE, al que alabaron por su “moderación” frente al “peligroso crecimiento de la extrema derecha”.
¿Alerta antifascista?
El crecimiento de la extrema derecha inclina en su dirección el mapa político y genera como contraparte la falsa visión de que el resto de los partidos del viejo régimen político neoliberal pueden ser considerados un “mal menor” para “defender la democracia” contra el ascenso del “fascismo”.
Con esta lógica, la izquierda neorreformista española, representada por Podemos e Izquierda Unida, ha justificado la estrategia de intentar formar un gobierno de coalición con el PSOE, un partido que junto con el PP aplicó todos los planes neoliberales en las últimas décadas. La misma lógica de “mal menor” que tuvo la izquierda reformista francesa cuando llamó a votar a Macron contra Marine Le Pen en la segunda vuelta electoral para “defender la República”. Los chalecos amarillos que enfrentan cada sábado desde hace meses la represión del gobierno, acumulando más de una docena de muertos, dos mil heridos y miles de manifestantes detenidos pueden testimoniar qué representa exactamente esa “República” de Macron.
Agitar la lógica del “frente antifascista”, como hizo -aunque brevemente- Pablo Iglesias tras el resultado de las elecciones autonómicas en Andalucía, no solo confunde sobre el carácter de estas formaciones -que aún no son estrictamente fascistas por su programa ni por su composición, aunque podrían evolucionar hacia allí en una situación de mayor radicalidad-, sino que oculta el carácter profundamente reaccionario de los regímenes políticos de los Estados imperialistas europeos y sus principales personeros políticos.
Deja de lado, por ejemplo, que la Unión Europa ya está aplicando políticas migratorias más duras, reforzando fronteras, acelerando deportaciones, construyendo nuevos centros de internamiento para extranjeros y cerrando acuerdos con países del norte de África para blindar la salida de inmigrantes. Pero, sobre todo, encubre que son estos partidos neoliberales (de centro derecha o centro izquierda) los que han descargado la crisis capitalista sobre la mayoría de los pueblos y los trabajadores en Europa, incubando las condiciones para que las formaciones políticas de extrema derecha puedan ganar peso y desarrollarse.
Cuando los grandes poderes económicos, el establishment neoliberal y la gobernanza de la Unión Europea recelan de las formaciones populistas de derecha o extrema derecha, es porque los consideran elementos desestabilizadores, que pueden generar mayor polarización política hacia los extremos. Como contraparte, su apoyo a gobiernos del “extremo centro”, incluso si estos son apoyados por organizaciones neorreformistas o populistas de izquierda, como podría ser un Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, o como es el gobierno portugués de Costa, apoyado por el PC luso y el Bloco de Esquerda, aparece como una garantía de “gobernabilidad”.
Finalmente, ante el avance de la extrema derecha, se hace necesario desarrollar el frente único combativo de la clase obrera, junto al movimiento de mujeres y la juventud, para enfrentarlos mediante la lucha de clases. Porque la historia ya ha mostrado trágicamente más de una vez que los republicanos liberales no son ningún freno para el fascismo -o los populismos de derecha-, sino quienes les abren el camino. Lo que urge, por lo tanto, es desarrollar desde la izquierda anticapitalista internacionalista un programa radical para desarrollar la lucha de clases contra la agenda de la extrema derecha, las políticas neoliberales y los capitalistas.
Josefina L. Martínez
Notas al pie
[1] Nuria Alabao; "Genero y fascismo: la renovación de la extrema derecha Europea" en Un feminismo del 99%, Editorial Lengua de Trapo, Colección Contextos, 2018, Madrid
[2] Massimo Prearo, L’Opzione populista dei movimenti anti-gender
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