lunes, marzo 18, 2019

Gloria eterna a las heroicas comuneras parisinas



Tumba de Louise Michel, en el cementerio de Levallois-Perret (París)

En cada corazón que late por la libertad, vive la memoria de las comuneras y los comuneros de París de 1871. Las mujeres, como en todos los procesos revolucionarios de la Historia, fueron protagonistas en las barricadas.

Para la época de la Comuna, en Francia, las mujeres ya tenían una larga tradición de participación en luchas revolucionarias. En 1789, durante la Gran Revolución Francesa, las mujeres de la burguesía habían asumido reivindicaciones políticas y derechos civiles, mientras las mujeres de los barrios populares desempeñaban un papel destacado en las movilizaciones contra la escasez y la carestía. Fueron estas primeras revueltas contra el hambre y la participación en las luchas revolucionarias las que posibilitaron a las mujeres de los sectores populares la experiencia de la acción social y política colectiva, rompiendo con el aislamiento del hogar.
Años más tarde, durante la Primavera de los Pueblos de 1848, se destaca la presencia de trabajadoras, inspiradas en ideas socialistas y comunistas, que sostienen la igualdad para las mujeres y la asocian con la emancipación de clase, con la superación del orden existente. En aquellos tiempos, regía en Francia el Código Civil napoleónico, uno de los instrumentos burgueses más restrictivos del status social femenino, ya que despojaba a las mujeres de cualquier derecho, sometiéndolas enteramente al padre o al marido. No reconocía las uniones consensuadas y los hijos que nacían de esas relaciones eran considerados bastardos. Las mujeres estaban privadas del derecho al voto, mientras las trabajadoras sufrían, además, la explotación en condiciones de vida miserables. El código establecía que las mujeres eran propiedad del marido y que su rol social era exclusivamente el de ser madres. Pero esa experiencia en la lucha de clases de Francia fue un bagaje revolucionario para las mujeres que, en 1871, ven en la Comuna la posibilidad de conquistar una república social con igualdad de derechos.

Los días del primer gobierno obrero de la Historia

Como se sabe, en 1870, el emperador Napoleón III había arrastrado al país hacia una guerra contra el poderoso ejército prusiano. Cuando las noticias de la derrota francesa llegaron a París, el emperador abdica y se funda la república, creándose un gobierno de defensa nacional, al tiempo que Prusia iniciaba el sitio de la capital francesa. Miles de parisinos formaban, entonces, la milicia de la Guardia Nacional, donde algunos batallones formados mayoritariamente por obreros, elegían a sus propios oficiales. Cuando en marzo de 1871, la Asamblea Nacional aprueba una paz humillante, la Guardia Nacional no acepta el desarme.
Esa experiencia en la lucha de clases de Francia fue un bagaje revolucionario para las mujeres que, en 1871, ven en la Comuna la posibilidad de conquistar una república social con igualdad de derechos
El 18 de marzo de 1871, las mujeres fueron las primeras en dar la alarma de que las tropas del gobierno intentaban retirar los cañones de las colinas de Montmartre y desarmar París. Se pusieron delante de las tropas e impidieron que los cañones fueran retirados, llamando al proletariado y a la Guardia Nacional a defender la ciudad. Así se inició, hace 148 años, la gesta heroica del proletariado parisino: la Comuna de París. La comunera Louise Michel relata: “Bajé la colina, con mi carabina bajo la capa, gritando ‘¡Traición!’. Pensábamos morir por la libertad. Nos sentíamos como si nuestros pies no tocaran el suelo. Muertos nosotros, París se habría levantado. De pronto ví a mi madre cerca mío y sentí una angustia espantosa; inquieta, había acudido, y todas las mujeres se hallaban ahí. Interponiéndose entre nosotros y el ejército, las mujeres se arrojaban sobre los cañones y las ametralladoras, los soldados permanecían inmóviles. La revolución estaba hecha”.
La Asamblea Nacional, ante la rebeldía de su propio ejército y el pueblo de París, se trasladó a Versalles con el objeto de someter, desde allí, a la capital rebelde. La rebelión del pueblo de París instauró entonces un poder revolucionario comunal y exhortó al resto de los municipios franceses a imitar su ejemplo y a unirse en una federación.
Izando una bandera roja en el mástil del ayuntamiento, este primer gobierno obrero y popular de la historia, en poco tiempo, decretó la separación de la Iglesia del Estado y declaró de propiedad nacional todos los bienes de la Iglesia, la revocabilidad de todos los cargos de gobierno, la obligación de que los parlamentarios no cobraran más que el salario de un trabajador; suprimió el ejército regular y le contrapuso el pueblo en armas, condonó los pagos de alquileres adeudados por los inquilinos y proclamó la igualdad de derechos para las mujeres. La Comuna fue un ejemplo brillante de cómo el proletariado puede cumplir las tareas democráticas que la burguesía sólo puede declamar.
Mientras tanto, el poder ejecutivo aceleró el ataque contra los rebeldes bajo la mirada de aprobación de los prusianos. La resistencia de la gloriosa Comuna de París sólo pudo quebrarse después de semanas de sangrientas luchas que concluyeron con atroces represalias y costaron miles de vidas, siendo una de las represiones más crueles que registra la historia. Murieron más personas durante la última semana de mayo que durante todas las batallas de la guerra Franco-Prusiana, y más que en ninguna masacre anterior de la historia francesa.

Las heroicas incendiarias

Valerosas mujeres participaron ardientemente de la Comuna, empuñando las armas, resistiendo contra las tropas francesas y de los prusianos, hasta que la derrota les impuso la muerte en combate, o las deportaciones y los fusilamientos.
Las mujeres, como lo hicieron siempre en todos los combates de la historia, hicieron uniformes, atendieron a los heridos, proporcionaron el abastecimiento a los soldados. Miles de mujeres cosían las bolsas para la construcción de barricadas. En corto tiempo, también crearon cooperativas y sindicatos; participaron de clubes políticos, reivindicando la igualdad de derechos y crearon sus propias organizaciones, como el Comité de Mujeres para la Vigilancia, el Club de la Revolución Social y la Unión de Mujeres para la Defensa de París, fundada por miembros de la Primera Internacional, influenciados por el pensamiento de Karl Marx.
Pero, además, en la Comuna, por primera vez, alrededor de tres mil mujeres, trabajaron en fábricas de armas y municiones, construyeron barricadas y recogieron las armas de los caídos para seguir el combate y formaron un batallón femenino de la Guardia Nacional, integrado por 120 mujeres que luchó en las barricadas de París durante la última semana de resistencia de la Comuna, cuando todas perecieron en el combate.
Eran trabajadoras, mujeres de los barrios populares, pequeñas comerciantes, maestras, prostitutas y “arrabaleras”. Estas mujeres se organizaron en clubes revolucionarios como el Comité de Vigilancia de las Ciudadanas o la Unión de Mujeres para la Defensa de París, de la misma manera que lo habían hecho anteriormente las mujeres en la Revolución Francesa de 1789. Pero a diferencia de las mujeres que participaron en la Gran Revolución, esta vez, las que así lo quisieron contaron con las armas que los proletarios parisinos no les negaron empuñar, como sí lo habían impedido los revolucionarios burgueses.
Nuestra bandera es roja como la sangre derramada de las Comuneras y Comuneros de París
El 21 de mayo, las tropas comandadas por Versalles, ingresan a París dando comienzo a la Semana Sangrienta. Los testimonios de la época, cuentan que cuando cayó la Comuna las mujeres, enfurecidas por la masacre, golpeaban a los oficiales y luego se lanzaban contra las paredes esperando ser fusiladas. La dueña de un restaurante enfrenta un juicio por haber saqueado un comercio de estatuas para iglesias, con el propósito de armar una barricada. “¿Usó usted las estatuas de los santos para alzar una barricada?”, preguntó el juez. “Sí, es verdad. Pero las estatuas eran de piedra y quienes morían eran de carne”, respondió la comunera.
Las mujeres y hombres de la burguesía que huyeron de París ante el poder obrero que se levantaba amenazante de sus privilegios de clase, colaboraron como agentes e informantes del gobierno represor.
Finalmente, cuando sobrevino la derrota de los heroicos comuneros, las mujeres de la burguesía retornaron a sus hogares y se pasearon por las calles de París, con regocijo por el regreso del “orden”, mojando –como lo muestran algunos grabados de la época- la punta de sus sombrillas en la sangre todavía fresca de aquellos hombres y mujeres que, trágicamente, se convirtieron en mártires.
Como no es difícil apreciar, la unidad con las mujeres burguesas era imposible en las barricadas. Dos clases se enfrentaban abiertamente y las mujeres se alinearon según sus intereses de clase a un lado y otro de la línea de fuego. El proletariado, que había sido aliado de la burguesía contra el absolutismo feudal, se transformó abiertamente en potencial enemigo. La burguesía, acobardada por el temor que le inspira el proletariado en armas, es ya impotente para llevar a cabo su misión histórica. Ese rechazo contra las masas se transformó en ríos de sangre en la Comuna de París, y ya no hubo vuelta atrás.
Ante cada levantamiento de la clase trabajadora, en todos los acontecimientos de la lucha de clases y en todos los lugares del mundo, cada vez que los explotados enfrentan la opresión, las mujeres ocupan un lugar de vanguardia, como lo han hecho en la Comuna. Es que, como decía el revolucionario León Trotsky, quienes más han sufrido con lo viejo son quienes pelean con más fervor por lo nuevo. O en palabras de la comunera Louise Michel: “Cuidado con las mujeres cuando se sienten asqueadas de todo lo que las rodea y se sublevan contra el viejo mundo. Ese día nacerá el nuevo mundo”.

Andrea D'Atri
@andreadatri

No hay comentarios.: