Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
sábado, noviembre 18, 2006
El Método Histórico.
En el 92 Aniversario de la muerte de Paul Lafargue
Paul Lafargue (1842 - 1911)
Médico y socialista francés, autor de varias obras sobre la historia del marxismo. Fue uno de los fundadores del Partido Obrero francés en 1879. En la Asociación Internacional de los Obreros (la I Internacional) sirvió de secretario corresponsal para España entre 1866 y 1868 y fue miembro-fundador de sus secciones francesas, españolas y portuguesas. Se casó con Laura Marx, deviniendo así en yerno de Karl Marx.
El método histórico
Digitalización: Aritz
Esta Edición: Marxists Internet Archive, año 2001
I LAS CRITICAS SOCIALISTAS
Marx, después de cerca de medio siglo, ha propuesto un nuevo método de interpretación de la historia, que él y Engels han aplicado en sus estudios. Se concibe que los historiadores, los sociólogos y los filósofos, temblando ante la posibilidad de que el pensador comunista les corrompa su inocencia y les haga perder los favores de la burguesía, lo ignoren. Pero es extraño que algunos socialistas duden servirse de él, por temor, posiblemente, de llegar a conclusiones que molesten las nociones burguesas, por lo cual quedan prisioneros de su ignorancia. En lugar de experimentarlo, para juzgarlo después de haberlo usado, prefieren discutir sobre el valor del método en sí y le descubren innumerables defectos: el método histórico desconoce -dicen- el ideal y su acción; animaliza las verdades y principio eternos; no tiene en cuenta al individuo y su papel; conduce a un fatalismo económico que dispensa al hombre de todo esfuerzo, etc... ¿Qué pensarían estos camaradas de un carpintero que en lugar de trabajar con los martillos, sierras y cepillos puestos a su disposición, les buscara fallas minuciosamente? Como no existe herramienta prefecta, tendrían mucho que desacreditar. La crítica deja de ser fútil para convertirse en fecunda, sólo cuando viene después de la experiencia, la que mejor que los más sutiles razonamientos, hace sentir las imperfecciones y enseña a corregirlas. El hombre se ha servido primeramente del grosero martillo de piedra y el uso le ha enseñado a transformarlo en más de una centena de tipos, diferentes por la materia prima, el peso y la forma.
Leucipo y su discípulo Demócrito, cinco siglos antes de Jesucristo, introdujeron la concepción del átomo para comprender la constitución del espíritu y la materia, y durante más de dos mil años los filósofos, en lugar de pensar en recurrir a la experiencia para probar la hipótesis atómica, discutieron sobre el átomo en sí, sobre lo pleno de la materia, indefinidamente continua, sobre el vacío y lo discontinuo, etc., y no es sino al fin del siglo XVIII cuando Dalton utilizó la concepción de Demócrito para explicar las combinaciones químicas. El átomo, con el cual los filósofos no habían sabido qué hacer, se convirtió en manos de los químicos "en una de las más potentes herramientas de investigación que la razón humana haya creado". Pero he aquí que después del uso, este maravilloso útil es hallado imperfecto y que la radiactividad de la materia obliga a los físicos a pulverizar al átomo, esta partícula última, indivisible e impenetrable de la materia, en partículas ultraúltimas, de la misma naturaleza en todos los átomos y portadores de electricidad: los electrones ("atomuscules") mil veces más pequeños que el átomo de hidrógeno, el más pequeño de los átomos, que gira con una velocidad extraordinaria alrededor de un núcleo central, como lo hacen los planetas y la Tierra en torno del Sol. El átomo sería un minúsculo sistema solar y los elementos de los cuerpos que nosotros conocemos no se diferenciarían sino por el número y los movimientos giratorios de sus electrones. Los recientes descubrimientos de la radiactividad, que trastornan las leyes fundamentales de la física matemática, arruinan la base atómica del edificio químico.
No se puede citar un ejemplo más evidente de la esterilidad de las discusiones verbales y de la fecundidad de la experiencia. Sólo la acción es fecunda en el mundo material e intelectual. En el principio fue la acción.
El determinismo económico es una nueva herramienta puesta por Marx a disposición de los socialistas para establecer un poco de orden en el desorden de los hechos históricos, que los historiadores y los filósofos han sido incapaces de clasificar y de explicar. Sus prejuicios de clase y su estrechez de espíritu dan a los socialistas el monopolio de esta herramienta, pero éstos, antes de manejarla, quieren convencerse de que ella es absolutamente perfecta y que puede convertirse en la llave de todos los problemas de la historia; de esta manera pueden, mientras les dure la existencia, continuar discurriendo y escribiendo artículos y volúmenes sobre el materialismo histórico, sin avanzar en una idea para resolver el problema.
Los hombres de ciencia no son tan timoratos; ellos piensan "que desde el punto de vista práctico, es de importancia secundaria que las teorías y las hipótesis sean correctas, siempre que nos conduzcan a resultados que están de acuerdo con los hechos"[1]. La verdad, después de todo, es que a menudo el error es el camino más corto para llegar a un descubrimiento. Cristóbal Colón, partiendo del error de cálculo cometido por Ptolomeo, sobre la circunferencia de la Tierra, descubrió América, cuando él pensaba llegar a las Indias Orientales. Darwin reconocía que la primera idea de su teoría de la selección natural le fue sugerida por la falsa ley de Malthus sobre la población, que aceptó a ojos cerrados. Los físicos pueden hoy apercibirse que la hipótesis de Demócrito es insuficiente para comprender los fenómenos recientemente estudiados, lo que no significa que no ha servido para edificar la química moderna.
Marx -éste es un hecho que se recalca poco- no ha presentado su método de interpretación histórica en un cuerpo de doctrina con axiomas, teoremas, corolarios y lemas; el método no es para él sino un instrumento de investigación; lo formula en un estilo lapidario y lo pone a prueba: No se lo pueden criticar, pues, sino poniendo en duda los resultados que tiene en sus manos: refutando, por ejemplo, su teoría de la lucha de clases. De ello se cuidan. Los historiadores y los filósofos lo tienen como obra impura del demonio, precisamente porque él ha conducido a Marx al descubrimiento de este potente motor de la historia.
II FILOSOFIAS DEISTA E IDEALISTA DE LA HISTORIA
La historia es un caos tal de hechos, sustraídos al control del hombre, progresivos y regresivos, que chocan y entrechocan, aparecen y desaparecen sin razón aparente, que uno está tentado de pensar que es imposible ligarlos y clasificarlos, hasta llegar a descubrir las causas de evolución y revolución.
El fracaso de las sistematizaciones históricas ha provocado en el espíritu de hombres tales como Helmholtz, la duda sobre "si es posible formular una ley histórica que la realidad confirmaría"[2]. Esta duda se ha hecho tan general, que los intelectuales ya no se aventuran a construir, así como los filósofos de la primera mitad del siglo XIX, planes de historia universal; es un hecho, por otra parte, la incredulidad de los economistas sobre la posibilidad de controlar las fuerzas económicas. ¿Es necesario deducir de las dificultades del problema histórico y de los fracasos de las tentativas para resolverlo, que su solución está fuera del alcance del espíritu humano? Los fenómenos sociales instituirían, pues, una excepción, y serían los únicos que no podrían ser encadenados lógicamente a causas determinantes.
El sentido común no ha admitido jamás una tal imposibilidad; por el contrario, los hombres han creído en todas la épocas que lo que les sucedía de dichoso o de desdichado formaba parte de un plan preconcebido por un ser superior. El hombre propone y Dios dispone es un axioma histórico de la sabiduría popular, que encierra tanta verdad como los axiomas de la geometría, a condición, no obstante, de interpretar la significación de la palabra Dios.
Todos los pueblos han pensado que un Dios dirigía su historia. Las ciudades de la Antigüedad poseían, cada una, una divinidad municipal o poliada, como decían los griegos, que velaba sobre sus destinos y habitaba el templo que se les había consagrado. El Jehová del Antiguo Testamento era una divinidad de esta clase, vivía en un cofre de madera, llamado Arca Santa, que era transportado cuando las tribus de Israel cambiaban de lugar, y que se colocaba a la cabeza del ejército para que combatiera por su pueblo. Tomaba, dice la Biblia, tan a pecho sus querellas, que exterminaba entre sus enemigos a hombres, mujeres, niños y bestias. Los romanos, durante la segunda guerra púnica, creyeron conveniente, para combatir a Aníbal, duplicar su divinidad poliada con la de Pesinonte, que era Cibeles, la Madre de los Dioses; hicieron traer de Asia Menor su estatua, que era una grande e informe piedra, e introdujeron en Roma su culto orgiástico. Como los romanos eran tan astutos políticos como supersticiosos, se apoderaban de la divinidad poliada de las ciudades que conquistaban, enviando su estatua al Capitolio, pensando que, dejando de habitar junto al pueblo vencido, cesaría de protegerlo.
Los cristianos no tenían otra idea de la divinidad cuando, para combatir a los dioses paganos, destruían sus estatuas e incendiaban sus templos y cuando encargaban a Jesús y a su Padre Eterno combatir a los demonios que suscitaban las herejías y a Alá, quien oponía la media luna a la cruz[3]. Las ciudades de la Edad Media se colocaban bajo la protección de divinidades poliadas; Santa Genoveva era la de París. La República de Venecia, para poseer abundantes divinidades protectoras, hizo traer de Alejandría el esqueleto de San Marcos y robó a Montpellier el de San Roque. Las naciones civilizadas no han renegado aún de la creencia pagana; cada una monopoliza para su uso propio el Dios único y universal de los cristianos, haciéndolo su divinidad poliada, de manera que hay tantos dioses únicos y universales como naciones cristianas, las cuales se destruyen entre sí cuando se declaran la guerra: cada una ruega a su Dios único y universal que extermine a su rival y cantan los Te Deum, si vencen, convencidos de no deber su triunfo sino a su todopoderosa intervención. La creencia en la ingerencia de Dios en las disputas humanas no es simulada por los hombres de Estado para agradar a la superstición grosera de las masas ignorantes; ellos participan de esas creencias: las cartas íntimas, publicadas recientemente, que Bismarck escribía a su mujer durante la guerra de 1870-71 le muestran creyendo que Dios pasaba su tiempo ocupándose de él, de su hijo y de los ejércitos prusianos.
Los filósofos que han tomado a Dios por guía director de la historia participan de esta superstición, se imaginan que este Dios, creador del universo y de la humanidad, no puede interesarse de otra cosa que de su patria, su religión y su política. El Discurso sobre la Historia Universal, de Bossuet, es una de las muestras más características del género; los pueblos paganos se exterminan para preparar la venida de su religión, el cristianismo, y las naciones cristianas se matan entre ellas para asegurar la grandeza de Francia, su patria, y la gloria de Luis XIV, su amo. El movimiento histórico, guiado por Dios, dirigía al Rey Sol; cuando él se extinguió, las tinieblas invadieron al mundo, y la Revolución, que José de Maistre llama "la obra de Satanás", estalla.
Satanás triunfa sobre Dios, divinidad poliada de los aristócratas y de los Borbones. La burguesía, la clase que Dios tenía en poca estima, se apodera del poder y guillotina al rey, que era sagrado; las ciencias naturales, que eran malditas, triunfan y engendran para los burgueses más riquezas de las que Dios había podido dar a sus protegidos, los nobles y los reyes legítimos; la Razón, que había sido oprimida, rompió sus cadenas y la arrastra a sus negocios. El reino de Satanás comenzaba. Los poetas románticos de la primera mitad del siglo XIX componían himnos en su honor, era el indomable vencido, el mártir grandioso, el consuelo y la esperanza de los oprimidos; él simbolizaba a la burguesía en perpetua revuelta contra los nobles, los sacerdotes y los tiranos. Pero la burguesía victoriosa no tuvo el valor de adoptarlo como divinidad poliada; remendó a Dios, que la razón había negado y lo restableció en su honor; sin embargo, no teniendo entera fe en su omnipotencia, le agregó un rebaño de semidioses -Progreso, Justicia, Libertad, Civilización, Humanidad, Patria, etc.-, que fueron encargados de presidir los destinos de la nación, habiendo ya sacudido el yugo de la aristocracia. Estos dioses nuevos son las ideas, las "ideas-fuerzas", las "Fuerzas imponderables".
Hegel intentó conducir este politeísmo de las Ideas al monoteísmo de la Idea, quien, nacida de sí misma, crea el mundo y la historia, evolucionando sobre sí misma.
El Dios de la filosofía espiritualista es un mecánico, quien, para distraerse, construye el universo regulando los movimientos, y fabrica al hombre, del cual dirige los destinos, según un plan sólo conocido por él. Pero los historiadores filósofos no se han apercibido que este Dios eterno no es el creador, sino criatura del hombre, quien a medida que se desenvuelve, lo reforma, y que lejos de ser el director, es juguete de los acontecimiento históricos.
La filosofía de los idealistas, de apariencia menos infantil que la de los deístas, es una desdichada aplicación a la historia del método deductivo de las ciencias abstractas, cuyas proposiciones, lógicamente encadenadas, fluyen de algunos axiomas indemostrables, que se imponen por el principio de la evidencia. Los matemáticos cometen la injusticia de no preocuparse de la manera en que se han deslizado en la cabeza humana. Los idealistas desdeñan investigar el origen de sus ideas, no se sabe venidas de dónde, limitándose a afirmar que existen por sí mismas, que son perfectibles, y que a medida que se perfeccionan, modifican a los hombres y a los fenómenos sociales, colocados bajo su control; no es necesario, pues, más que conocer la evolución de las ideas para adquirir las leyes de la historia; es así como Pitágoras pensaba que el conocimiento de las propiedades de los números daría el de las propiedades de los cuerpos.
Pero porque los axiomas matemáticos no sean demostrables por el razonamiento, no se prueba con ello que no son propiedades de los cuerpos, de la misma manera que la forma, el color, el peso o el calor, que sólo la experiencia revela y cuya idea existe en el cerebro porque el hombre se ha puesto en contacto con los cuerpos de la naturaleza. Es, en efecto, tan imposible probar por el razonamiento que un cuerpo es cuadrado, colorido, pesado o caliente, como demostrar que la parte es más pequeña que el todo, que dos más dos son cuatro, etc.; sólo se puede comprobar el hecho experimental, y sacar de él las consecuencias lógicas[4].
Las ideas de Progreso, de Justicia, de Libertad, de Patria, etc., como los mismos axiomas matemáticos, no existen por sí mismos y fuera del dominio experimental; ellas no proceden sino que siguen a la experiencia; no engendran los fenómenos históricos, sino que son consecuencias de los fenómenos sociales, que en su evolución las crean, las transforman o las suprimen; no se convierten en fuerzas activas sino porque proceden del medio social. Una de las tareas del estudio histórico del cual se desinteresan los filósofos, es el descubrimiento de las causas sociales que les dan nacimiento y poder de acción sobre los cerebros de los hombres de una época determinada.
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Bossuet y los filósofos deístas, que han promovido a Dios a la dignidad de director consciente del movimiento histórico, no han hecho, después de todo, más que conformarse a la opinión popular sobre el papel histórico de la divinidad: los idealistas que lo sustituyen por las "Ideas-fuerzas", no hacen más que utilizar históricamente la opinión vulgar burguesa. Todo burgués proclama que sus acciones privadas y públicas se inspiran en el Progreso, en la Justicia, en la Patria, en la Humanidad, etc. No se necesita otra cosa, para convencerse, que repasar los anuncios de los industriales y de los negociantes, los desplegados de los financieros y los programas electorales de los políticos.
Las ideas de Progreso y de evolución son de origen moderno, son una transposición en la historia de la perfectibilidad humana, puesta a la moda por el siglo XVIII. La burguesía debía fatalmente considerar su llegada al poder como un inmenso progreso social, mientras que la aristocracia se le oponía como un desastroso retroceso. La Revolución Francesa, porque se efectuó más de un siglo después que la Revolución Inglesa y, en consecuencia, en condiciones más maduras, sustituyó tan brusca y tan completamente a la nobleza por la burguesía, que desde entonces la idea de Progreso se implantó en la opinión pública de Europa. Los burgueses se creen fundadores del poder del Progreso. Afirman de buena fe que sus hábitos, costumbres, virtudes, moral privada y pública, organización social y familiar, industria y comercio superan todo lo que anteriormente ha existido. El pasado no es otra cosa que ignorancia, barbarie, injusticia y sinrazón: "En fin, y por la primera vez -gritaba Hegel- la Razón viene a gobernar el mundo".
Los burgueses de 1793 la deificaron; ya, a principios del periodo burgués en el mundo antiguo, Platón la declaraba superior a la Necesidad (Timea) y Sócrates reprochaba a Anaxágoras el haber explicado todo en su cosmogonía, por causas materiales, sin haber hecho ningún empleo de la Razón, de la cual se puede esperar todo (Fedón). El dominio social de la burguesía es el reino de la Razón.
Pero un acontecimiento histórico, aunque sea tan importante como la ascensión al poder de la burguesía, no alcanza por sí solo para probar el Progreso. Los deístas habían hecho de Dios el único autor de la historia; los idealistas, no deseando que se pudiera decir que el Progreso se había portado en el pasado como Idea perezosa, descubrieron que durante el Medievo había preparado el triunfo de la burguesía, organizándola, dándole una cultura intelectual y enriqueciéndola, mientras desgastaba las fuerzas ofensivas y defensivas de la aristocracia y demolía piedra por piedra la fortaleza de la Iglesia. La idea de evolución debía, pues, introducirse naturalmente a continuación de la idea de Progreso.
Pero para la burguesía no hay más evolución progresiva que aquella que prepara su triunfo, y como sus historiadores no pueden comprobar su desarrollo orgánico sino a través de una decena de siglos, pierden su hilo de Ariadna cuando se aventuran en el dédalo de la historia anterior, de la cual se conforman con narrar los hechos, sin lograr colocarlos en series progresivas. Como el punto de llegada de la evolución progresiva es la instalación de la dictadura social de la burguesía, obtenido este objetivo, el Progreso debe cesar de progresar: en efecto, los burgueses, que proclaman que su toma de poder es un progreso social, único en la historia, declaran que sería un retorno a la barbarie, "a la esclavitud", dice Heriberto Spencer, si ellos fueran desalojados por el proletariado. La aristocracia vencida no había considerado de otra manera su derrota. La creencia en la detención del Progreso, instintiva e inconsciente en las masas burguesas, se manifiesta consciente y razonada en los pensadores burgueses.
Hegel y Comte, para no citar sino a dos de los más célebres, afirmaban rotundamente que su sistema filosófico cierra la serie, que es el coronamiento y el fin de la evolución progresiva del pensamiento. Así, pues, filosofía e instituciones sociales y políticas progresan hasta llegar a su forma burguesa; luego, el Progreso no progresa más.
La burguesía y sus más inteligentes intelectuales, que fijan límites infranqueables al Progreso progresivo, hacen todavía algo mejor; sustraen de su influencia a los organismos sociales de primera importancia. Los economistas, los historiadores y los moralistas, para demostrar de una manera irrefutable que la forma paternal de la familia y la forma individual de la propiedad no se transformarán, aseguran que han existido en todos los tiempos. Emiten estas imprudentes afirmaciones en el momento en que las investigaciones, emprendidas desde hace medio siglo, ponen al día las formas primitivas de la familia y de la propiedad. Estos burgueses sabios las ignoran, o razonan como si las ignoraran.
Las ideas de Progreso y de evolución tuvieron un auge extraordinario durante los primeros años del siglo XIX; entonces, las burguesía estaba todavía embriagada con sus victorias políticas y con el prodigioso desarrollo de sus riquezas económicas; filósofos, historiadores, moralistas, políticos, novelistas y poetas acomodaban sus escritos y discursos a la salsa del Progreso progresivo, de quien Fourier era el único o casi el único en burlarse. Pero hacia la mitad del siglo debieron calmar su inmoderado entusiasmo; la aparición del proletariado sobre el escenario político en Inglaterra y en Francia engendró en el espíritu de la burguesía algunas inquietudes sobre la eterna duración de su dominio social; el Progreso progresivo perdió sus encantos. Las ideas de Progreso y evolución habrían terminado por dejar de tener curso en la freaseología burguesa si los hombres de ciencia, quienes desde el fin del siglo XVIII se habían apoderado de la idea de evolución, que circulaba en la sociedad para explicar la formación de los mundos y la organización de los vegetales y animales, no les hubieran dado un valor científico y una popularidad tales que fue imposible escamotearlas.
Pero comprobar el desarrollo progresivo de la burguesía en un cierto número de siglos no explica este movimiento histórico, del mismo modo que con trazar la curva de la caída de una piedra no se explican las causas de su caída. Los historiadores filósofos atribuyen esta evolución a la acción incesante de las "Ideas-fuerzas", de la Justicia, principalmente, la más fuerte de todas, quien, según un filósofo tan idealista como académico, "está siempre presente, a pesar de que ella no llega sino por grados al pensamiento humano y a los hechos sociales". La Sociedad y el pensamiento burgués son, pues, las últimas y las más altas manifestaciones de la Justicia inmanente, y para obtener estos hermosos resultados esta "Dama" ha trabajado en los subterráneos de la historia.
Consultemos el expediente judicial de la susodicha "Doncella" para enterarnos de su carácter y de sus costumbres.
Una clase dominante considera siempre que lo que sirve sus intereses económicos y políticos es justo, y lo que le perjudica es injusto. La Justicia que ella concibe se realiza cuando sus intereses de clase se satisfacen. Los intereses de la burguesía son, pues, los guías de la justicia burguesa, como los de la aristocracia eran los de la justicia feudal; así, por ironía inconsciente, se simboliza a la Justicia con una venda sobre los ojos, para que ella no pueda ver los mezquinos y sórdidos intereses que protege con su escudo.
La organización feudal y corporativa, lesionando los intereses de la burguesía, era, según ella, tan injusta, que su Justicia inmanente resolvió destruirla. Los historiadores burgueses cuentan que ella no podía tolerar los robos a mano armada de los barones feudales, quienes no conocían otros medios de agrandar sus tierras y de llenar sus bolsillos. Lo cual no impide que la honesta Justicia inmanente aliente los robos a mano armada que, sin arriesgar la piel, los pacíficos burgueses hacen cometer por los proletarios disfrazados de soldados, en los países atrasados del antiguo y del nuevo mundo. No es este género de robo el que gusta a la virtuosa "Dama"; ella no aprueba solemnemente y no autoriza, con todas las sanciones legales, más que el robo económico, que, sin ruidosa violencia, la burguesía practica diariamente sobre el trabajo asalariado. El robo económico conviene tan perfectamente al temperamento y al carácter de la Justicia, que ésta se transforma en perro guardián de la riqueza burguesa, porque es una acumulación de robos tan legales como justos.
La Justicia, quien, al decir de los filósofos, ha hecho maravillas en el pasado, que reina en la sociedad burguesa y que conduce al hombre hacia un porvenir de paz y de felicidad, es, por el contrario, la madre fecunda de las iniquidades sociales. Es la Justicia la que ha dado al esclavista el derecho de poseer al hombre como a una bestia; es también ella la que da al capitalista el derecho de explotar a los niños, a las mujeres y a los hombres del proletariado, pero que a las bestias de carga. Es la justicia la que permitía al amo castigar al esclavo, y quien endurecía su corazón cuando lo laceraba de golpes; es también ella la que autoriza al capitalista a apoderarse de la plusvalía creada por el trabajo asalariado y quien tranquiliza su conciencia cuando paga con salarios de hambre el trabajo que le enriquece. "Uso de mi derecho" -decía el amo castigaba al esclavo-; "uso de mi derecho" -dice el capitalista cuando roba al asalariado el fruto de su trabajo.
La burguesía, relacionando todo consigo misma, decora con el nombre de Civilización y de Humanidad su orden social y su manera de tratar a los seres humanos. Para exportar la civilización a los pueblos bárbaros, sacarlos de su grosera inmoralidad y mejorar su miserable condición de vida, emprende sus expediciones coloniales, y su Civilización y su Humanidad se manifiestan bajo la forma del embrutecimiento por el cristianismo, de envenenamiento por el alcohol y el despojo y exterminio de los indígenas.
Pero se equivocaría quien pensara que ella favorece sólo a los bárbaros con los beneficios de su Civilización y de su Humanidad, y que no reparte tales beneficios sobre la clase obrera de los países donde ella domina. Su Civilización y su Humanidad se miden por la masa de hombres, de mujeres y de niños desposeídos de todos los bienes, condenados al trabajo forzado de día y de noche, a la desocupación periódica, al alcoholismo, a la tuberculosis, al raquitismo; por el número creciente de delitos y de crímenes; por la multiplicación de los asilos de alienados, y por el desarrollo y perfeccionamiento del régimen penitenciario.
Jamás ninguna clase dominante ha hecho tanto alarde del Ideal, porque jamás ninguna clase dominante ha tenido tanta necesidad de enmascarar su palabrería idealista. Este charlatanismo ideológico es su más seguro y eficaz medio de engaño político y económico. La chocante contradicción entre las palabras y los hechos no ha impedido a los historiadores y filósofos tomar las Ideas y los Principios eternos como únicas fuerzas motrices de la historia de las naciones dominadas por la burguesía. Su error monumental, que sobrepasa la medida permitida a los mismos intelectuales, es una prueba incontestable de la acción que ejercen las Ideas, y de la astucia con la cual la burguesía ha sabido cultivar y explotar esta fuerza para sacar los beneficios. Los financieros llenan los anuarios de sus instituciones bancarias de principios patrióticos, de ideas civilizadoras, de principios humanitarios, de inversiones de padres de familia al 6%; estos son infalibles cebos para atraer el dinero.
Lesseps ha podido realizar el más soberbio "Panamá" del siglo, y apoderarse de los ahorros de 800.000 pequeños ahorristas, porque este "Gran Francés" prometía agregar una aureola a la gloria de la Patria, ampliar la humanidad civilizada y enriquecer a los suscriptores.
Las ideas y los principios eternos son anzuelos tan irresistibles, que no hay propaganda financiera, industrial o comercial, y anuncio de bebida alcohólica o de droga farmacéutica en que ellas no estén encareciéndolos: traiciones políticas y fraudes económicos enarbolan la bandera de las Ideas y los Principios[5]
La filosofía histórica de los idealistas no podía ser sino una logomaquia tan insípida como indigesta, porque ellos no se han apercibido que los burgueses ostentan los principios eternos para enmascarar los móviles egoístas de sus acciones y porque no han captado la naturaleza charlatanesca de la ideología burguesa. Pero los abortos lamentables de la filosofía idealista no prueban que no se pueda llegar a leyes determinantes de la organización de las sociedades humanas, como los químicos han llegado a las leyes de la combinación de los átomos en los cuerpos compuestos.
"El mundo social -dice Vico, padre de la filosofía de la historia- es ciertamente obra del hombre, de donde resulta que se pueden, que se deben encontrar los orígenes en las modificaciones de la propia inteligencia humana... Todo hombre que reflexione no se extrañará de que los filósofos hayan emprendido seriamente la tarea de conocer el mundo de la naturaleza que Dios ha hecho y del cual se ha reservado la ciencia y ellos se han descuidado de meditar sobre este mundo social, del cual los hombres pueden hacer la ciencia, porque los hombres lo han hecho"[6].
Los numerosos fracasos de los métodos deísta e idealista imponen el estudio de un nuevo método de interpretación de la historia.
III LEYES HISTÓRICAS DE VICO
Vico, a quien los historiadores filósofos casi no leen, a pesar de que se pasan de libracos a libracos sus corsi y recorsi y dos o tres sentencias más, a menudo tan mal interpretadas como repetidas, ha formulado en la Ciencia Nueva las leyes fundamentales de la historia.
Vico da por sentado, como una ley general del desarrollo de las sociedades, que todos los pueblos, cualquiera que sea su origen étnico y su situación geográfica, marchan por los mismo caminos históricos: de manera que la historia de un pueblo cualquiera es una repetición de la historia de otro pueblo, llegado a un grado superior de desarrollo.
"Existe -dice- una historia ideal eterna, que recorren en el tiempo las historias de todas las naciones cualquiera que sea el estado de salvajismo, de barbarie y de ferocidad de que partan los hombres para civilizarse", para domesticarse, ad addimesticarsi, según su expresión. (Ciencia Nueva, libro II, párrafo)[7].
Morgan, quien probablemente no conocía a Vico, llegó a la concepción de la misma ley, que formuló de una manera más positiva y completa. La uniformidad histórica de los diferentes pueblos que el filósofo napolitano atribuía a su desarrollo según un plan preestablecido, el antropólogo americano la relaciona a dos causas: al parecido intelectual de los hombres y a la similitud de los obstáculos que han debido vencer para desarrollar sus sociedades. Vico también creía en el parecido intelectual. "Existe necesariamente -dice- en la naturaleza de las cosas humanas, una lengua universal mental, común a todas las naciones, la cual designa uniformemente la sustancia de las cosas que juegan un papel activo en la vida social de los hombres y la expresa con tantas modificaciones como aspectos diferentes pueden tomar estas cosas. Comprobamos su existencia en los proverbios, estas máximas de la sabiduría popular que tienen la misma sustancia en todas las naciones antiguas y modernas, a pesar de que hayan sido expresadas de tantas maneras diferentes". (Degli Elem.., XXII)[8].
"El espíritu humano -dice Morgan- específicamente el mismo en todos los individuos, en todas las tribus, en todas las naciones, y limitado en cuanto a la extensión de sus fuerzas, trabaja, y debe trabajar en las mismas vías uniformes y en los estrechos límites de variabilidad. Los resultados a los cuales llega, en países separados por el espacio y el tiempo, forman los anillos de una cadena continua y lógica de experiencias comunes (...). Lo mismo que las sucesivas formaciones geológicas, las tribus de la humanidad pueden estar superpuestas en capas sucesivas de acuerdo a su desarrollo; clasificadas de esta manera, revelan con un cierto grado de certidumbre la marcha completa del progreso humano, del salvajismo a la civilización", pues "el curso de las experiencias humanas ha marchado por caminos casi uniformes"[9]. Marx, quien ha estudiado el curso de las "experiencias" económicas, confirma de la idea de Morgan. "El país más desarrollado industrialmente -dice en el prefacio de El capital- muestra a los que le siguen sobre la escala industrial la imagen de su propio porvenir".
Así, pues, "la historia ideal eterna" que, según Vico, debe recorrer, cada uno en su turno, los diferentes pueblos de la humanidad, no es un plan histórico preestablecido por una inteligencia divina, sino un plan histórico del progreso humano concebido por el historiador, quien, después de haber estudiado las etapas recorridas por cada pueblo, las compara entre ellas y las clasifica en series progresivas según su grado de complejidad.
Las investigaciones, continuadas desde hace un siglo, sobre las tribus salvajes y los pueblos antiguos y modernos han demostrado triunfalmente la exactitud de la ley de Vico; ha establecido que todos los hombres, cualquiera que fuera su origen étnico y su habitación geográfica, se han desarrollado atravesando las mismas formas de régimen familiar, de propiedad y de producción, así como las mismas instituciones sociales y políticas. Los antropólogos daneses fueron los primeros en comprobar el hecho y en dividir el periodo prehistórico en edades sucesivas de piedra, de bronce y de hierro, caracterizadas por la materia prima de los útiles manufacturados y, en consecuencia, por el modo de producción. Las historias generales de los diferentes pueblos pertenezcan a la raza blanca, negra, amarilla o roja, habiten la zona templada, tropical o polar, no se distinguen más que por la etapa de la historia ideal de Vico, por la capa histórica de Morgan, por el travesaño de la escala económica de Marx, a las cuales ellos han llegado; de manera que el pueblo más desarrollado muestra a los menos desarrollados la imagen de su propio porvenir.
Las producciones de la inteligencia no escapan a la ley de Vico. Los filósofos y los gramáticos han encontrado que, para la creación de las palabras y de las lenguas, los hombres de todas las razas habían seguido las mismas reglas. Los folkloristas han coleccionado entre los pueblos salvajes y civilizados los mismo cuentos; Vico había ya encontrado entre ellos los mismo proverbios. Muchos folkloristas, en lugar de considerar los cuentos similares como producciones de los pueblos conservados por tradición oral, piensan que han sido imaginados en un centro único de donde se han expandido sobre la Tierra; esto es inadmisible y está en contradicción con lo que se observa en las instituciones sociales y en las otras producciones tanto intelectuales como materiales.
La historia de la idea del alma y de las ideas a las cuales ella ha dado nacimiento, es uno de los más curiosos ejemplos de la notable uniformidad del desarrollo del pensamiento. La idea del alma, que se encuentra entre los salvajes, hasta en los más inferiores, es una de las primeras invenciones intelectuales. Una vez inventada el alma, fue necesario arreglarle una morada sobre la tierra o en el cielo para hospedarla hasta la muerte, a fin de impedirle vagabundear sin domicilio e importunar a los vivientes. La idea del alma, muy vivaz entre los pueblos salvajes y bárbaros, después de haber contribuido a la fabricación de la idea del Gran Espíritu y de Dios, se desvaneció entre los pueblos llegados a un grado superior de desarrollo, para renacer con una vida y una fuerza nuevas cuando llegan a otra etapa de la evolución. Los historiadores, después de haber señalado entre las naciones históricas de la cuenca del Mediterráneo la ausencia de la idea del alma, que sin embargo había existido entre ellos durante el precedente periodo salvaje, comprobaron su renacimiento algunos siglos antes de la era cristiana, así como su persistencia hasta nuestros días. Se contentaron con mencionar estos extraordinarios fenómenos de desaparición y de reaparición de una idea tan capital, sin atribuirle importancia, y sin soñar en buscarle una explicación, que por otra parte no hubieran podido encontrar en el campo de sus investigaciones y que no se puede esperar descubrir más que aplicando el método histórico de Marx, que la busca en las transformaciones del mundo económico.
Los sabios que han puesto al día las formas primitivas de la familia, de la propiedad y de las instituciones políticas, han estado demasiado absorbidos por el trabajo de investigación para tener el tiempo de inquirir las causas de sus transformaciones; ellos no han hecho más que historia descriptiva, y en tanto que la ciencia del mundo social debe ser descriptiva y explicativa.
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Vico piensa que el hombre es el motor inconsciente de la historia y que no son sus virtudes sino sus vicios los que constituyen sus fuerzas vivas. No son el desinterés, la generosidad y el humanitarismo. Sino "la ferocidad, la avaricia y la ambición" las que crean y desarrollan las sociedades; "estos tres vicios, que pierden al género humano, engendran el ejército, el comercio y el poder político -la corte- y como consecuencia el valor, la riqueza y la sabiduría de las repúblicas; de manera que estos tres vicios, que son capaces de destruir al género humano sobre la tierra, producen la felicidad civil".
Este resultado inesperado llevó a Vico a la prueba de "la existencia de una divina providencia, de una divina inteligencia, las que con las pasiones de los hombres, absorbidos enteramente por sus intereses privados, los cuales les hacen vivir en las soledades como las bestias feroces, organizan el orden civil que nos permite vivir en una sociedad humana". (I, Degli Elem., VII).
La divina providencia que dirige las malas pasiones de los hombres es una nueva edición del axioma popular: el hombre propone y Dios dispone. Esta divina providencia del filósofo napolitano y este Dios de la sabiduría popular que conduce al hombre con ayuda de sus vicios y de sus preocupaciones, ¿quiénes son?
El modo de producción, responde Marx.
Vico, de acuerdo con la razón popular, afirma que el hombre solamente provee las fuerzas motrices de la historia. Pero sus necesidades y sus pasiones, malas y buenas, no son cantidades invariables, como lo piensan los idealistas, para quienes el hombre siempre es el mismo. Por ejemplo, el amor maternal, esta herencia de los animales, sin el cual el hombre en el estado salvaje no hubiera podido vivir y perpetuarse, disminuyó en la civilización al punto de desaparecer en las madres de las clases ricas, quienes se desprenden del niño desde su nacimiento y lo confían a cuidados mercenarios; otras mujeres civilizadas sienten tan poco la necesidad de la maternidad que hacen voto de virginidad[10]. El amor paternal y los celos sexuales, que no pueden manifestarse en las tribus salvajes y bárbaras durante el periodo poliándrico, están, por el contrario, muy desarrollados entre los civilizados; el sentimiento de igualdad, vivo e imperioso entre los salvajes y los bárbaros que viven en comunidad, al punto de prohibir a cualquiera que sea la posesión de un objeto que los demás no pueden poseer, está tan anulado desde que el hombre vive bajo régimen de propiedad individual, que los pobres y los asalariados de la civilización aceptan resignadamente, como una fatalidad divina y natural, su inferioridad social.
Así, pues, en el curso del desarrollo humano, las pasiones fundamentales se transforman, se reducen y se extinguen, mientras que otras nacen y crecen. No indagar en el ser humano las causas determinantes de su producción y evolución sería admitir que, a pesar de vivir en la naturaleza y en la sociedad, no sufre la influencia de la realidad ambiente. Una suposición tal no puede nacer, ni siquiera en el cerebro del más quintaesenciado idealista, pues éste no se atrevería a afirmar que se debe encontrar el mismo sentimiento de pudor en la mujer de la familia decente y en la desdichada mujer que se gana la vida con su sexo; la misma rapidez de cálculo en el empleado de banco y en el académico; la misma agilidad digital en el pianista profesional y en el peón albañil. Es, pues, incontestable que el hombre, tanto física como intelectual o moralmente, sufre de una manera inconsciente, pero profunda, la acción del medio en el cual vive.
IV EL MEDIO NATURAL Y EL MEDIO ARTIFICIAL O SOCIAL
La acción del medio no es solamente directa, no se ejerce únicamente sobre el órgano que funciona, sobre la mano en el caso del pianista o del peón albañil, sobre una parte del cerebro en el del empleado o del académico, sobre el sentido moral en el caso de la mujer honesta y la prostituta; es también indirecta y retenida en todos los órganos. Esta generalización de la acción del medio, que Geoffroy Sant-Hilaire señalaba bajo el nombre característico de subordinación de los órganos y que los naturalistas modernos llaman ley de correlación, Cuvier la exponía así: "Todo ser organizado forma un conjunto, un sistema único y cerrado, cuyas partes se corresponden y concurren hacia la misma acción definitiva por una acción recíproca. Ninguna de estas partes puede cambiar sin que las demás cambien a su vez"[11]. Por ejemplo, la forma de los dientes de un animal no puede modificarse por una causa cualquiera, sin entrañar modificaciones en las mandíbulas, los músculos que la hacen mover, los huesos del cráneo a los cuales están sujetos, el cerebro que el cráneo encierra[12], los huesos y los músculos que soportan la cabeza, la forma y el largo de los intestinos; en una palabra, en todas las partes del cuerpo.
Las modificaciones que se han producido en los miembros anteriores, desde que dejaron de servir para marchar, han conducido a transformaciones orgánicas que han separado definitivamente al hombre de los monos antropoides.
No es siempre posible prever y comprender las modificaciones que entraña el cambio sobrevenido en un órgano cualquiera: Así, ¿por qué la ruptura de una pierna o la extirpación de un testículo en los ciervos provoca la atrofia del cuerno de la cabeza, del lado opuesto? ¿Por qué los gatos blancos son sordos? ¿Por qué los mamíferos con patas, provistas de cascos son herbívoros y los de patas con cinco dedos, provistas de uñas, carniceros?
Un simple cambio en las costumbres, que someta a uno o varios órganos a un uso desacostumbrado, tiene a veces, como consecuencia, modificaciones profundas en todo el organismo. Darwin decía que el solo hecho de pacer constantemente sobre las cuestas inclinadas ha ocasionado variaciones en el esqueleto de ciertas razas de vacas de Escocia.
Los naturalistas están de acuerdo en considerar a los cetáceos: ballenas, cachalotes y delfines como antiguos mamíferos terrestres que, encontrando en el mar una alimentación más abundante y más fácil, se transformaron en nadadores y zambullidores: este nuevo género de vida transformó sus órganos, reduciendo al estado de vestigios los inútiles, desarrollando los otros y adaptándolos a las necesidades del medio acuático. Las plantas del Sahara, para adaptarse a su medio árido, han debido reducir su talla y el número de las hojas a dos o cuatro, endurecerlas con una capa cerosa para prevenir la evaporación y alargar prodigiosamente las raíces para buscar la humedad; sus fenómenos vegetativos se efectúan a contra estación: duermen en verano, en la estación cálida, y vegetan en invierno, en la estación relativamente fría y húmeda. Las plantas desérticas presentan todas características análogas: un medio implica la existencia de seres que posean un conjunto de caracteres determinados.
Los medios cósmicos o naturales, a los cuales los vegetales y animales deben adaptarse bajo pena de muerte, forman, así como el ser organizado de Cuvier, conjuntos, sistemas complejos y sin límites precisados en el espacio, cuyas partes son: formación geológica y composición del suelo, distancia del Ecuador, elevación sobre el nivel del mar; ríos que lo riegan, cantidad de agua que recibe y de calor solar que almacena, etc., y las plantas y animales que en él viven. Estas partes se corresponden, de manera que una de ellas no puede cambiar sin entrañar cambios en las otras partes: los cambios de los medios naturales, por ser menos rápidos que los de los seres organizados, son, sin embargo, apreciables. Los bosques, por ejemplo, tienen influencia sobre la temperatura y sobre las lluvias, y por consecuencia, sobre la humedad y el humus del suelo; Darwin ha mostrado que animales en apariencia insignificante, como los gusanos, han tenido un papel considerable en la formación de la tierra; Berthelot y los agrónomos Hellriegel y Willfarth han probado que las bacterias que pululan en las nudosidades de las raíces leguminosas son agentes fertilizantes del suelo. El hombre, por su elevación natural, ejerce una acción señalada sobre el medio social; los desmontes, comenzados por los romanos, han transformado en desiertos inhabitables fértiles comarcas de Asia y Africa.
Los vegetales, los animales y el hombre en el estado natural, que sufrieron la influencia del medio natural, sin otro medio de resistencia que la facultad de adaptación de sus órganos, deben terminar por diferenciarse, aun teniendo un origen común, si durante centenares o millares de generaciones viven en medios naturales diferentes. Los medios naturales diferentes tienden, pues, a diversificar a los hombres lo mismo que a las plantas y a los animales: es, en efecto, durante el periodo de salvajismo cuando se formaron las diversas razas humanas.
El hombre no modifica solamente por su industria el medio natural en el cual vive, sino que crea un completo medio artificial o social, que le permite, si bien no sustraer su organismo a la acción del medio natural, al menos atenuarlo considerablemente. Pero este medio artificial ejerce a su vez una acción sobre el hombre, tal como el medio natural. El hombre, así como el vegetal y el animal doméstico, sufre, pues, la acción de dos medios.
Los medios artificiales o sociales que los hombres han creado se diferencian entre ellos por su grado de elaboración y de complejidad, aunque los medios del mismo grado de elaboración y de complejidad presentan grandes parecidos, cualesquiera que sean las razas humanas que lo hayan creado y cualquiera que sea la situación geográfica: de manera que si los hombres continúan sufriendo la acción diferenciante de medios naturales diferentes, están igualmente sometidos a la acción de medios artificiales parecidos, los que trabajan disminuyendo las diferencias raciales y desarrollando entre ellos las mismas necesidades, los mismos intereses, las mismas pasiones y la misma mentalidad. Por lo demás, los medios naturales parecidos, como, por ejemplo, aquellos que están situados a la misma latitud y altitud, ejercen una acción unificante parecida sobre los vegetales y animales que allí viven y tiene una flora y una fauna análogas. Los medios artificiales parecidos tienden, pues, a unificar a la especie humana que los medios naturales diferentes han diversificado en razas y variedades.
El medio natural evoluciona tan extremadamente despacio, que las especies vegetales y animales que a él se adaptan parecen inmutables. El medio artificial evoluciona, por el contrario, con una rapidez creciente; por ello la historia del hombre y de sus sociedades, comparada a las de los animales y vegetales, es extraordinariamente móvil.
Los medios artificiales, como el ser organizado y el medio natural, forman conjuntos, sistemas complejos sin límites precisos en el espacio ni en el tiempo, cuyas partes se corresponden y están tan estrechamente ligadas, que una sola no puede modificarse sin que las otras no sean trastornadas y sufran cambios.
El medio artificial o social, extremadamente simple, y compuesto de un número reducido de elementos en las poblaciones salvajes, se complica a medida que el hombre progresa por la adición de elementos nuevos y por el desarrollo de aquellos que ya existen. Está formado desde el periodo histórico por instituciones económicas, sociales, políticas y jurídicas; por tradiciones, hábitos, costumbres y moral; por un sentido común y una opinión pública; por las religiones, literaturas y artes, filosofías, ciencias, modos de producción y de cambios, etc., y por los hombres que en él viven. Estos elementos, transformándose y reaccionando unos sobre los otros, han dado nacimiento a una serie de medios sociales cada vez más complejos y extendidos, que con mesura han modificado los hombres, pues como el medio natural, un medio social dado implica la existencia de hombres que poseen en lo físico y moral un conjunto de caracteres análogos. Si todos estos elementos que se corresponden fueran estables, o variaran con demasiada lentitud, como sucede con los que componen el medio natural, el medio artificial quedaría en equilibrio y no habría historia; su equilibrio, por el contrario, es de una extrema y creciente inestabilidad, constantemente perturbado por los cambios que se producen en cualquiera de sus partes, que luego reacciona sobre todas las otras.
Las partes de un ser organizado, como las de un medio natural, reaccionan entre sí directamente, mecánicamente por decirlo así: cuando en el curso de la evolución animal la estación vertical fue definitivamente lograda por el hombre, ella se convirtió en el punto de partida de transformaciones en todos los órganos; cuando la cabeza, en lugar de ser soportada por los músculos potentes del extremo del cuello, como en los otros mamíferos, fue soportada por la columna vertebral, estos músculos y los huesos sobre los cuales se insertan, se modificaron, y al modificarse, modificaron el cráneo y el encéfalo, etc... Cuando la capa de tierra vegetal de una localidad aumenta por cualquier causa, en lugar de cobijar plantas achaparradas, alimenta un bosque, el que modifica el régimen de las aguas, las que acrecen el volumen de los ríos, etc. Pero las partes de un medio artificial no pueden reaccionar entre sí, sin la intervención humana. La parte modificada debe comenzar por transformar física y mentalmente a los hombres que ella hace obrar y sugerirle las modificaciones que debe llevar a las otras partes para colocarlas al nivel del progreso llegado por ella, para que no le dificulten su desarrollo y para que se correspondan nuevamente. Las partes no modificadas hacen sentir su presencia, precisamente por las cualidades útiles que constituyen sus "lados buenos"; las cuales, convirtiéndose en anticuadas, son perjudiciales y constituyen otros tantos "lados malos", tanto más insoportables, cuanto más importantes sean las modificaciones que ellos deberían sufrir. El restablecimiento del equilibrio de las piezas del medio artificial no se efectúa a menudo sino después de la lucha de los hombres particularmente interesados en la parte en vías de transformarse, y los hombres ocupados en las otras partes.
El llamado a hechos históricos, demasiado recientes para no recordarlos, ilustrará el juego de las piezas del medio artificial por intermedio del hombre. La industria, cuando utilizó la elasticidad del vapor de agua como fuerza motriz, reclamó nuevos medios de comunicación para transportar su combustible, su materia prima y sus productos. Ella sugirió a los industriales interesados la idea de la tracción a vapor sobre las líneas férreas, que comenzó a ponerse en práctica en la cuenca hullera del Gard en 1830 y en la del Loira en 1832; en 1829 fue cuando Stephenson hizo circular en Inglaterra el primer tren movido por una locomotora. Pero cuando se quiso extender este medio de transporte, se sintieron vivas y numerosas resistencias que durante años retardaron su desarrollo. M. Thiers, uno de los jefes de la burguesía censitaria y uno de los representantes autorizados del sentido común y de la opinión pública, se opuso enérgicamente porque, según declaraba, "un ferrocarril no puede marchar". Los ferrocarriles, en efecto, trastornaban las ideas más razonables y mejor asentadas: exigían, entre otras cosas imposibles, graves cambios en el régimen de propiedad que servía de basamento al edificio social de la burguesía, entonces reinante. Hasta entonces, un burgués no creaba una industria o un comercio más que con su dinero, adicionado, a lo más, con el dinero de dos o tres amigos o conocidos que confiaban en su honestidad y habilidad, administraba el empleo de los fondos y era el propietario real y nominal de la fábrica o del comercio. Pero los ferrocarriles tenían necesidad, para establecerse, de tan enormes capitales, que era imposible encontrarlos reunidos en las manos de algunos individuos: era necesario, pues, decidir a un gran número de capitalistas para que confiaran su querido dinero, del cual jamás quitaban el ojo, entregándolos a gentes de las cuales apenas conocían el nombre, y todavía menos la capacidad y la moralidad. Una vez soltado el dinero, ellos perdían todo control sobre su empleo; no tenían la propiedad personal de las estaciones del ferrocarril, de los coches, locomotoras, etc., que habían colaborado a crear; no tenían más derecho que al beneficio, cuando existía; en lugar de piezas de oro y de plata, con volumen, peso y otras sólidas cualidades, se les entregaba una delgada y liviana hoja de papel, que representaba una partícula tan infinitesimal como inaprensible de la propiedad colectiva, de la cual venía el nombre impreso en gruesos caracteres. Para la memoria burguesa, jamás la propiedad había revestido una forma tan metafísica. Esta forma nueva que despersonalizaba la propiedad, estaba en tan violenta contradicción con la que hacía las delicias de los burgueses, con aquella que conocían y se transmitían desde hacia generaciones, que para defenderla y propagarla no se encontró sino hombres cargados de todos los crímenes y denunciados como los peores perturbadores del orden social: los socialistas Fourier y Saint-Simon preconizaban la movilización de la propiedad en acciones de papel[13].
Se encuentran en la categoría de discípulos suyos, los industriales, ingenieros y financieros que prepararon la revolución de 1848 y se hicieron cómplices del 2 de diciembre: ellos se aprovecharon de la revolución política para revolucionar el medio económico centralizando los nuevos bancos provinciales y el Banco de Francia, legalizando la nueva forma de propiedad y haciéndola aceptar por la opinión pública y creando la red de ferrocarriles franceses.
La gran industria mecánica, que debe traer de lejos su combustible y su materia prima, y que debe en enviar lejos sus productos, no puede tolerar el despedazamiento de un país en pequeños Estados autónomos poseyendo cado uno aduanas, leyes, pesas y medidas, monedas, papel moneda, etc., particulares; ella tiene necesidad, por el contrario, para desarrollarse, de naciones unificadas y centralizadas. Italia y Alemania no han satisfecho estas exigencias de la gran industria sino a costa de guerras sangrientas.
Los señores Thiers y Proudhon, que tenían tantos puntos comunes y que representaban los intereses políticos de la pequeña industria, se hicieron defensores ardientes de la independencia de los Estados del Papa y de los príncipes italianos.
Puesto que el hombre crea y modifica sucesivamente las partes del medio artificial, es en él en donde residen las fuerzas motrices de la historia, como lo pensaba Vico y la sabiduría popular, y no en la Justicia, el Progreso, la Libertad y otras entidades metafísicas, como lo repiten aturdidamente los historiadores más filósofos. Estas ideas confusas e imprecisas varían según las épocas históricas y según los grupos y hasta los individuos de una misma época, pues ellas son reflejos en el pensamiento de los fenómenos que se producen en las diversas partes del medio artificial: por ejemplo, el capitalista, el asalariado y el magistrado tienen nociones diferentes sobre la Justicia. El socialista entiende por justicia la restitución a los productores asalariados de las riquezas que les han sido robadas, y el capitalista, la conservación de estas riquezas robadas, y como este último posee el poder económico y político, su noción predomina y hace la ley, que, para el magistrado, se convierte en Justicia. Precisamente porque la misma palabra recubre nociones contradictorias, la burguesía ha hecho de estas ideas un instrumento de engaño y de dominio.
Una parte del medio social o artificial da al hombre que en ella actúa una educación física, intelectual y moral. Esta educación de las cosas, que engendra en él ideas y excita sus pasiones, es inconsciente; de este modo, cuando actúa se imagina seguir libremente los impulsos de sus pasiones y de sus ideas, mientras que no hace más que ceder ante las influencias ejercidas sobre él por una de las partes del medio artificial, la cual no puede reaccionar sobre las demás sino por intermedio de sus ideas y de sus pasiones, obedeciendo inconscientemente a la presión indirecta del medio: el hombre atribuye la dirección de sus acciones y agitaciones a un Dios, a una divina inteligencia o a las ideas de Justicia, de Progreso, de Humanidad, etc... Si la marcha de la historia es inconsciente, porque, como dice Hegel, el hombre llega a siempre a resultados diferentes a los que busca, es porque hasta hoy no ha tenido conciencia de la causa que le hace actuar y que dirige sus acciones.
¿Cuál es la parte del medio social más inestable, la que cambia más frecuentemente en cantidad y calidad, la que es más susceptible de perturbar todo el conjunto?
El modo de producción, responde Marx.
Marx entiende por modo de producción la manera de producir, y no lo que se produce: así, pues, tenemos tejidos desde los tiempos prehistóricos, y no es sino desde hace alrededor de un siglo que se teje mecánicamente. El modo mecánico de producción es la característica esencial de la industria moderna. Hemos tenido bajo nuestra vida un ejemplo sin precedente de su fulminante e irresistible poder para transformar las instituciones sociales, económicas, políticas y jurídicas de una nación. Su introducción al Japón lo ha elevado, ene el espacio de una generación, del estado feudal de la Edad Media al estado constitucional del mundo capitalista y lo ha colocado en el plano de las potencias mundiales.
Múltiples causas concurren a asegurar al modo de producción esta acción todopoderosa. La producción absorbe directa o indirectamente la energía de la inmensa mayoría de los individuos de una nación, en tanto que, en las otras partes constituyentes del medio social (política, religión, literatura, etc.), una minoría restringida es ocupada, y todavía esta minoría debe preocuparse para procurarse los medios de existencia material e intelectual; en consecuencia, todos los hombres sufren mentalmente y físicamente, más o menos, la influencia modificante del modo de producción, en tanto que un pequeñísimo número de hombres está sometido a la de las otras partes; o, como por intermedio humano las diferentes piezas del medio social reaccionan una sobre otras, aquella que modifique más hombres posee necesariamente más energía para trastornar todo el conjunto.
El modo de producción, de importancia relativamente insignificante en el medio social del salvaje, toma una importancia preponderante y creciente sin cesar por la continua incorporación a la producción de las fuerzas naturales a medida que el hombre aprende a conocerlas: el hombre prehistórico comenzó esta incorporación sirviéndose de los guijarros como armas y herramientas.
Los progresos del modo de producción son relativamente rápidos, no solamente porque la producción ocupa una masa enorme de hombres, sino, además, porque encendiendo "las furias del interés privado", pone en juego los tres vicios, que, para Vico, son las fuerzas motrices de la historia: la dureza del corazón, la avaricia y la ambición.
Los progresos del modo de producción se han hecho tan precipitados desde hace dos siglos, que los hombres interesados en la producción deben modificar constantemente las piezas correspondientes del medio social; las resistencias que encuentran dan lugar a incesantes conflictos económicos y políticos; así, pues, si se quiere descubrir las causas primeras de los movimientos históricos, es necesario ir a buscarlos en el modo de producción de la vida material, el que, como dice Marx, condiciona en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual.
El determinismo económico de Marx libera a la ley de unidad de desarrollo histórico de Vico de su carácter predeterminado, que haría suponer que las fases históricas de un pueblo, así como las fases embrionarias de un ser, como lo pensaba Geoffroy Saint-Hilaire, están indisolublemente ligadas a su naturaleza íntima y están determinadas por la ineluctable acción de una fuerza interna, de una "fuerza evolutiva", la cual les conduciría por rumbos preestablecidos hacia fines previamente determinados; de donde se sacaría como consecuencia, que todos los pueblos deberían progresar siempre y, además, a un paso igual y en un mismo camino. La ley de unidad de desarrollo, así concebida, no se verificaría en al historia de ningún pueblo.
La historia, por el contrario, muestra a los pueblos retardándose unos en sus fases de evolución, que otros atraviesan a paso de carrera, mientras que otros retroceden de las que ya habían alcanzado. Estas detenciones, progresos y regresos no se explican más que aclarando la historia social, política e intelectual de los diferentes pueblos por la historia de los medios artificiales en los que han evolucionado: los cambios de estos medios, determinados por el modo de producción, determinan a su vez los acontecimientos históricos.
Los medios artificiales no se transforman sino a costa de luchas nacionales e internacionales; los sucesos históricos de un pueblo están, pues, colocados bajo la dependencia de relaciones que se establecen en el medio artificial para transformar este pueblo, que ya ha sido formado por el medio natural y las costumbres hereditarias y adquiridas. El medio natural y el pasado histórico, imprimen a cada pueblo caracteres originales, de donde se concluye que el mismo modo de producción no engendra con una exactitud matemática medios artificiales o sociales idénticos, y no ocasionan, por consecuencia, acontecimientos históricos absolutamente parecidos en los diferentes pueblos, y en todos los momentos de la historia, porque la concurrencia vital internacional se amplia y se intensifica a medida que crece el número de pueblos que llegan a las etapas superiores de civilización. La evolución histórica de los pueblos, tal como la evolución embrionaria de los seres, no está, pues, predeterminada: si ella pasa por instituciones familiares, de propiedad, jurídicas y políticas parecidas, y por formas de pensamiento filosófico, religioso, artístico y literario análogas, es porque los pueblos, cualesquiera que sean las razas y su habitación geográfica, pasa, al desarrollarse, por necesidades materiales e intelectuales sensiblemente parecidas, y deben recurrir forzosamente, para satisfacerlas, a los mismos procedimientos de producción.
Paul Lafargue
NOTAS
[1] W. Rucker, Discurso inaugural del Congreso Científico de Glasgow, de 1901.
[2] El historiador inglés Froude pretende que los hechos históricos no proveen la materia de una ciencia, porque ellos "no se repiten jamás y nosotros no podemos esperar el retorno de un hecho para modificar el valor de nuestras conjeturas".
[3] Los primitivos cristianos creían tan firmemente en los dioses paganos y en sus milagros como en Jesús y en sus prodigios. Tertuliano, en su Apologética, y San Agustín, en La ciudad de Dios, relatan como hechos innegables que Esculapio había resucitado algunos muertos, de los cuales daba los nombres; que una vestal había llevado agua del Tíber en una criba, que otra vestal había remolcado un barco con su cinturón, etcétera.
[4] Leibnitz ha procurado en vano demostrar que dos más dos son cuatro; su demostración, al decir de los matemáticos, no es sino una verificación. En lugar de admitir que los axiomas de la geometría son hechos experimentales, como lo prueba Freycinet en su notable estudio De la experiencia en geometría, Kant sostiene que han sido descubiertos por la feliz combinación de la intuición y de la reflexión, y Poincaré, quien, en este caso expresa la opinión de numerosos matemáticos, declara en La ciencia y la hipótesis que los axiomas son convenciones. Nuestra elección entre todas las convenciones posibles es guiada por hechos experimentales, pero queda libre, y no es limitada más que por la necesidad de evitar toda contradicción en las proposiciones deducidas de la convención de donde se parte. Piensa, como Kant, que estas proposiciones no tienen necesidad de ser confirmadas por la experiencia. Así, pues, queda libre el matemático cristiano, tomando en serio el misterio de la Trinidad, en convenir que uno más uno son uno, para deducir una aritmética, la cual podrá ser tan lógica como las geometrías no euclidianas de Lobatschewski y de Riemann, las cuales convienen, la una, que por un punto se puede hacer pasar una infinidad de paralelas a una regla, y la otra, que no se puede hacer pasar ninguna.
Las geometrías no euclidianas, donde todas las proposiciones se encadenan y se deducen rigurosamente, y que oponen sus teoremas a los teoremas de la geometría de Euclides, proclamadas verdades absolutas desde hace dos mil años, son admirables manifestaciones de la lógica del cerebro humano; pero con este título, la sociedad capitalista, que es una realidad viviente y no una simple construcción ideológica, puede ser tomada como prueba de esta potencia ideológica. La división de sus miembros en clases enemigas; la cruel explotación de los asalariados, su pauperización a medida que aumentan las riquezas; las crisis de superproducción, produciendo el hambre en medio de la abundancia; los ociosos, adulados y saciados de placeres, y los productores, despreciados y agobiados por la miseria; la moral; la religión, la filosofía y la ciencia, consagrando el desorden social; el sufragio universal, dando el poder a la minoría burguesa, todo, en fin, en la estructura material e ideológica de la civilización, es un desafío a la razón humana, y, sin embargo, todo se encadena con una lógica impecable, y todas la iniquidades dimanan con un rigor matemático del derecho de propiedad, quien concede al capitalista el privilegio y el poder de robar la plusvalía creada por el trabajador asalariado.
La lógica es una de las propiedades esenciales de la materia cerebral: de cualquier razonamiento, verdadero o falso y de cualquier hecho, justo o inícuo, del cual el hombre parta, puede él construir un edificio ideológico o material en el que todas sus partes se correspondan. La historia social e intelectual de la humanidad abunda en ejemplos de su lógica de acero, que, por desgracia, a menudo se vuelve contra ella misma.
[5] Vandervelde y otros camaradas se escandalizan de mi manera irreverente y "exagerada" de desnudar las Ideas y los Principios eternos. ¡Tratar de bobadas metafísicas y éticas a la Justicia, la Libertad, la Patria, que hacen de andén en los discursos académicos y parlamentarios de los programas electorales y las propagandas comerciales, que profanación! Si estos camaradas hubieran vivido en tiempos de los enciclopedistas, habrían fulminado su indignación contra los Diderot y los Voltaire, que emponzoñaban hasta el cuello la ideología aristocrática y la arrastraban al banquillo de la Razón; que se burlaban de las sagradas verdades del Cristianismo, de la Doncella de Orleáns, de la Sangre Azul y el Honor de la Nobleza; de la Autoridad, el Derecho Divino y de otras cosas inmortales; habrían condenado al fuego al Don Quijote, porque esta obra maestra de la literatura romántica ridiculizaba sin piedad las virtudes "caballerescas".
Belfort Bax me reprocha el desprecio con que trato a la Justicia, la Libertad y a otras entidades de la metafísica propietaria, las cuales, dice, son conceptos tan universales y tan necesarios, que para criticar sus caricaturas burguesas yo me sirvo de un cierto ideal de Justicia y de Libertad. ¡Por Dios!, igual que los filósofos más espirituales, yo no me puedo evadir de mi medio social: es necesario sufrir las ideas corrientes, cada uno las corta a su medida y toma sus conceptos individuales para criticar las ideas y las acciones de otro. Pero si estas ideas son necesarias en el medio social donde se producen, no se concluye, como en los axiomas de las matemáticas, que lo son en todos los medios sociales, como lo pensaba Sócrates, quien en su Protágoras, creo, demostraba la eterna necesidad de la Justicia diciendo que hasta los bandidos regulan según ella la conducta entre ellos. Precisamente, porque las sociedades basadas sobre la propiedad privada, sea familiar o individual, son sociedades de bandidos cuyas clases dominantes saquean a las otras naciones y roban los frutos del trabajo de las clases dominadas -esclavos, siervos o asalariados- la Justicia y la Libertad son para ellas principios eternos. Los filósofos los declaran conceptos universales y necesarios porque no conocen más que sociedades basadas sobre la propiedad privada y no pueden concebir una sociedad que repose sobre otros fundamentos.
Pero el socialista, que sabe que la producción nos lleva fatalmente hacia una sociedad basada sobre la propiedad común, no duda que estos conceptos universales y necesarios se desvanecerán de la cabeza humana junto a lo tuyo y lo mío y a la explotación del hombre que le ha dado nacimiento, en las sociedades de propiedad privada. Esta creencia no ha sido sugerida por ensueños sentimentales, sino por hechos de observación indiscutibles. Está probado que los salvajes y los bárbaros de la prehistoria, que vivían en régimen de comunidad, no tenían ninguna noción de estos principios eternos: Summer Maine, que es un sabio jurisconsulto, no los ha encontrado en las comunidades de aldea de la India contemporánea, donde los habitantes toman como regla de conducta la tradición y la costumbre.
Los conceptos universales y necesarios, utilizados por los hombres en las sociedades de propiedad privada para organizar su vida civil y política, siendo innecesarios para las relaciones de los hombres de la futura sociedad de propiedad común, la historia los recogerá y los clasificará en el museo de las ideas muertas.
[6] Juan Bautista Vico, Principios de la Ciencia Nueva.
[7] El verbo civilizzare no existía probablemente en la lengua italiana de la época de Vico; no es sino en el siglo XVIII cuando se usó en Francia para designar la marcha de un pueblo en el camino del progreso.
El sentido era tan reciente, que la Academia Francesa no hizo figurar la palabra civilización en su diccionario sino a partir de 1835. Fourier lo empleaba solamente para designar el periodo burgués moderno.
La ciencia natural tiene también su "historia ideal eterna"; es curioso e interesante notar este paralelismo del pensamiento en las filosofías naturalista e histórica. Aristóteles y los deístas admiten la existencia de un plan preestablecido, según el cual Dios crea las especies animales, y al cual el hombre puede descubrir por el estudio de la morfología comparada: "él vuelve a recorrer entonces el pensamiento divino".
Los filósofos materialistas, sustituyendo la Naturaleza a Dios, le atribuyen una especie de plan inconsciente, o más bien un modelo, un tipo inmaterial e irrealizado, según el cual se realizan las formas reales: para algunos, es un prototipo, forma original, cuyos seres reales son perfeccionamientos graduales; para otros, es un arquetipo, cuyas formas reales son nuevos modelamientos tan variados como imperfectos.
[8] Aristóteles daba igualmente mucha importancia a los proverbios; algunos escritores hablan de una colección de máximas populares que había compuesto y que se ha perdido.
Synesius lo menciona en su Elogio de la Calvicie: "Aristóteles -dice- considera a los proverbios como los restos de la filosofía de los tiempos pasados, absorbidos por las revoluciones que han atravesado los hombres: su punzante concisión los ha salvado del naufragio. A los proverbios y a las ideas que expresan, se agrega, pues, la propia autoridad que tiene la antigua filosofía, de donde ellos han venido, y de quien guardan la noble huella, pues, en los siglos pasados, se tomaba mejor la vida que hoy".
El obispo cristiano, alimentado como estaba por autores paganos, reproducía la opinión de la Antigüedad, que pensaba que el hombre degeneraba en lugar de perfeccionarse. Esta idea contenida en la mitología griega y relatada en muchos pasajes de la Ilíada, era cambiada por los sacerdotes egipcios, quienes, según Herodoto, dividían los tiempos pasados en tres periodos: la edad de los dioses, la de los héroes y la de los hombres.
El hombre, desde que ha salido del comunismo de la gens, ha creído siempre que degeneraba, y que la dicha, el paraíso terrestre, la edad de oro, estaba en el pasado. La idea de la perfectibilidad humana y del progreso social se ha formado en el siglo XVIII, cuando la burguesía se acercaba al poder; pero en el cristianismo ella desterró la dicha al cielo.
El socialismo utópico la hizo descender a la tierra. "El paraíso no está detrás, sino delante nuestro", decía Saint-Simon.
[9] Lewis H. Morgan, La sociedad antigua.
[10] Se observa un fenómeno parecido entre los insectos que se han creado un medio social: la reina de las abejas, que es la madre de la colmena, no se ocupa de su progenie y ata a sus hijos, provistos de órganos sexuales, a los cuales las obreras neutras deben proteger contra el furor maternal. Algunas razas de gallinas domésticas han perdido el instinto de la maternidad; aunque son excelentes ponedoras, no empollan nunca.
[11] Cuvier, Discurso sobre las revoluciones de la superficie del globo.
[12] Los anatomistas estiman que los músculos temporales -crotáfitos-, los cuales en los animales carniceros y en muchos monos, se reúnen sobre la parte superior de la bóveda craneana y la envuelven como en una cincha, comprimiendo la cavidad craneana, impiden el desarrollo del cerebro, relativamente reducido con relación al de los animales que, como el hombre, tienen un aparato masticador poco desarrollado y los músculos crotáfitos poco potentes. R. Anthony, quitando a dos perros, en el momento del nacimiento, uno de sus músculos temporales, pudo comprobar algunos meses después, que la mitad del cráneo correspondiente al músculo suprimido estaba más combada, y que el hemisferio cerebral había aumentado de volumen. Informes presentados por la Academia de Ciencias, 23 de noviembre de 1903.
[13] Fourier, en el Tratado de la unidad universal, enumera las ventajas que esta forma de propiedad ofrece a los capitalistas quienes no "corren ningún riesgo de hurto, incendio y hasta de terremoto".
"Un pupilo no arriesga jamás de perder, ni de ser lesionado en la gestión, y los beneficios, la administración, es la misma para él como para los otros accionistas... Un capitalista poseedor de cien millones, puede, en un instante, hacer efectiva su fortuna, etc..."
Ella aseguraba la paz social, pues "los gustos sediciosos se transforman en amor al orden, si el hombre se hace propietario" o "el pobre, no poseyendo más que un escudo, puede tomar parte con una de las acciones populares, divididas en partículas muy pequeñas... y hacerse propietario en infinitamente pequeña parte, del concepto, pudiendo decir nuestros palacios, nuestros negocios, nuestros tesoros". Los socialistas utópicos eran más bien los representantes del colectivismo capitalista que de la emancipación obrera. Su edad de oro no era otra que la edad del dinero.
Napoleón III y sus cómplices del golpe de Estado estaban imbuidos de estos principios del socialismo utópico: ellos facilitaron a los bolsillos más pequeños el acceso a las rentas sobre el Estado, cuya posesión, hasta entonces, era el privilegio de los grandes bolsillos; democratizaron la renta, según la expresión de uno de ellos, permitiendo la compra de cinco, y hasta de un franco de renta. Creían, que interesando a la masa en la solidez del crédito público, impedirían las revoluciones políticas.
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