Una sociedad basada en la lucha individual por la supervivencia jamás puede ser una sociedad socialista. El socialismo implica alcanzar un nivel crítico de producción por el que esta disputa individual desaparece y con ella la verdadera prehistoria de la humanidad. Será el momento en que la sociedad humana se desprenderá definitivamente y sin vuelta atrás del reino animal, iniciando la verdadera historia de la humanidad, no regida por las fuerzas ciegas de la naturaleza y del capitalismo sino por la cultura, la conciencia y la voluntad de los hombres.
Alcanzar ese nivel de progreso sólo puede venir de la mano de la planificación democrática de la economía a escala internacional liberando la producción de los límites de la propiedad privada y del Estado nacional; y este primer paso que es la planificación de la economía primero en un país y luego a una escala más amplia, sólo puede venir del triunfo de la revolución socialista en varios países. Existen las condiciones objetivas para el desarrollo de la humanidad a niveles sin precedentes y también existen las condiciones sociales y políticas para la revolución. Pero, de igual manera que en el pasado, el triunfo de los procesos revolucionarios no está garantizado de antemano, es un proceso vivo que depende de muchos factores pero especialmente de la existencia de partidos revolucionarios con un programa claro.
La teoría marxista del Estado no sólo no ha fracasado sino que ha sido la única en dar explicación a los procesos de la ex URSS y los demás países del Este. Pero la teoría, por más correcta que sea, para convertirse en una fuerza material, tiene que apoderarse de la conciencia de las masas y esa tarea depende de la voluntad, de la capacidad de difundir y consolidar las fuerzas del marxismo.
El marxismo defiende la propiedad colectiva de los medios de producción no por cuestiones sentimentales o consideraciones de justicia universal, sino porque es una forma de propiedad que permitiría avanzar a la humanidad a un estadio social superior.
Durante un periodo determinado la propiedad individual de los medios de producción impulsados por la búsqueda del beneficio individual, supuso un progreso importantísimo para la humanidad. Este sistema impulsaba la reinversión de buena parte de los beneficios en nueva maquinaria, tecnología, nuevos campos de investigación, que tenían como objetivo el aumentar más aún los beneficios, pero que en último término redundaba en el incremento de la productividad del trabajo humano, que es la base más importante sobre la que se puede construir una sociedad más próspera.
La economía planificada
La sociedad capitalista ha llevado la producción y la productividad a tal nivel que resulta fácil entrever lo que sería posible hacer si todo ese potencial se pudiese utilizar para las mejoras de las condiciones de vida, la cultura y la salud de la mayoría de la sociedad. Un potencial que bajo el capitalismo, en su etapa de decadencia, es imposible realizar precisamente por la existencia de la propiedad privada. Para la humanidad la sed de beneficios capitalista implica ahora muchísimas más lacras que ventajas: hambre, guerras, prostitución, mafia, desempleo masivo...
La especialización internacional del trabajo y la concentración de la producción a escala mundial permitiría, con una economía planificada globalmente, satisfacer inmediatamente las necesidades de la población de todo el planeta. Seguramente la producción de carne de Brasil y Argentina, en pocos años, podría satisfacer las necesidades de todo el planeta, por poner sólo un ejemplo. La enorme capacidad productiva existente ahora se convierte bajo el capitalismo en una situación absurda: por un lado millones de personas desempleadas y por otro, las que tienen la suerte de trabajar, sobreexplotación salvaje. Todo eso para que una ínfima minoría siga manteniendo su lujosa vida multimillonaria. Esta es la lógica del máximo beneficio.
En una economía mundial planificada, en la que se sacara partido de la especialización alcanzada en los diferentes países y la capacidad productiva global, lo que bajo el capitalismo se considera como un “exceso” de producción, se convertiría en una satisfacción inmediata de las necesidades básicas, la reducción inmediata de las horas de trabajo y el trabajo en condiciones dignas para todo el mundo.
La planificación de la economía sólo se puede hacer efectiva con la expropiación de los grandes medios de producción y de la banca, ahora en manos de los capitalistas. Según la teoría marxista, todos los medios de producción serían propiedad de todos los trabajadores, con independencia del puesto que cada trabajador, individualmente, ocupara en la producción. La planificación tendría un criterio, un objetivo: incrementar globalmente la calidad de vida de toda la humanidad, empezando por las necesidades más inmediatas y continuando por las nuevas necesidades que indudablemente surgirán en una sociedad de este tipo donde, por fin, el acceso a la cultura y a la ciencia será masivo. La eficacia de la economía planificada dependerá de dos factores: el control y la participación democrática de todos en la gestión y toma de decisiones y también en el grado de centralización del plan, es decir, de su capacidad de aprovechar los recursos existentes considerando todas las ramas de producción de todos los países (o el máximo posible de ellos).
En lo económico, la concepción anarquista de la sociedad futura es sustancialmente diferente. Proudhon proclamaba una sociedad en la que los productores se asociaran libremente, mediante uniones voluntarias. A diferencia de la sociedad socialista, la propiedad de los medios de producción no pertenecería al conjunto de la clase obrera sino a los trabajadores que directamente trabajan en dicha empresa, que pasaría a ser una comuna independiente. A diferencia del capitalismo, una empresa dejaría de tener un sólo propietario, el patrón, y tendría muchos propietarios individuales, los trabajadores que en ella trabajan.
De entrada, el problema de esta concepción, que en esencia es una versión idealizada de la sociedad de pequeños productores que precedió al capitalismo moderno, es que choca con el propio desarrollo que ya han alcanzado las fuerzas productivas en la actualidad. Evidentemente sería ridículo que funciones desarrolladas por corporaciones de dimensión internacional, como las telecomunicaciones, el transporte aéreo, el ferrocarril, la electricidad, tuvieran que pasar a escala comunal, con sistemas propios e independientes. Este hecho demuestra hasta qué punto el sistema de comunas es una utopía reaccionaria, un retroceso.
Pero vayamos a la cuestión esencial. Una vez expropiados los capitalistas ¿quién toma las decisiones y bajo qué criterios? La respuesta que da el anarquismo a estas cuestiones viene predeterminada por la idea de que en su modelo de sociedad no se puede delegar decisiones que afecten al conjunto en ningún organismo, puesto que en este mismo hecho reside el pecado del ‘autoritarismo’. El tipo de sociedad basado en comunas, o unidades de producción autónomas, se desprende de criterios de tipo moral. ¿Pero qué sucedería en la práctica? Sin un plan centralizado, que determinara constantemente las necesidades globales de consumo y de producción y la proporción entre las distintas ramas de la producción, el único medio por el cual los productos llegarían a su destino sería a través del mercado.
En el mercado manda la ley de la oferta y la demanda e imprime una dinámica determinada a la producción: la competencia, los cierres... Aquellos sectores de la producción que fabriquen más de lo que el mercado pudiera absorber necesariamente tendrían que cerrar o bajar los precios para competir, disminuyendo los salarios. Por el contrario, aquellos trabajadores que tuvieran la suerte de que sus productos fueran muy demandados podrían tener altos salarios.
Bajo el capitalismo el flujo de inversión tiende, anárquicamente, a compensar estos desequilibrios. La inversión fluye hacia la producción de mercancías en que la oferta es insuficiente con relación a la demanda y huye de los sectores donde hay saturación.
Estos procesos, que bajo el capitalismo son traumáticos, pues implican cierres de empresas sin otra alternativa que el desempleo, no tienen por qué producirse en una economía planificada donde se pueda prever de antemano las necesidades.
El exceso de mano de obra en un sector puede redundar en la reducción de las horas de trabajo o en la potenciación de nuevas ramas de producción. Inevitablemente las decisiones que se tengan que tomar transcenderían los intereses particulares de tal o cual sector de la producción, intereses que por otro lado ni siquiera tendrían por qué existir dado que los trabajadores tendrían una conciencia verdaderamente colectiva de la producción, ¡hecho que en gran medida ya existe bajo el capitalismo! A un plan global inevitablemente corresponderían organismos centrales, una banca pública única, un servicio de comunicaciones único, un sistema de seguridad único, etc.
¿Con qué criterios se tomarán las decisiones?
El todo no es la simple suma de las partes. La sociedad socialista no sería la simple suma de fábricas colectivizadas, es una combinación totalmente superior. En sustitución del mercado es esencial la participación de la todos los trabajadores en todos los aspectos de la economía y de la política. La causa del colapso de los países ex estalinistas no fue la centralización de la economía —debido a los mezquinos intereses nacionales de la burocracia de cada país fueron incapaces de llevar adelante un plan verdaderamente internacional— sino la centralización burocrática, en la que la toma de decisiones a todos los niveles de la producción y la distribución, en una economía ya muy avanzada, se hacía entre un puñado de burócratas sin la participación de los trabajadores.
En una economía socialista basada en la democracia obrera, cualquier descubrimiento técnico que supusiese un ahorro del trabajo humano o una mejora de la calidad de vida, automáticamente tendría aplicación generalizada. Eso no ocurre así en el capitalismo porque en este sistema lo que prima es el beneficio individual e inmediato. Los descubrimientos son más lentos porque la investigación se hace en compartimentos aislados debido a la competencia entre las diferentes multinacionales, interesadas en descubrir primero, y obtener así una ventaja temporal. Incluso muchos descubrimientos tecnológicos no tienen aplicación porque no son considerados rentables a corto plazo y porque a la burguesía le resulta más ventajoso incrementar la productividad a costa del aumento de los ritmos de trabajo o de las horas de trabajo, como de hecho está ocurriendo ahora. Si finalmente los descubrimientos tecnológicos se incorporan a la producción, el efecto que eso tiene en el capitalismo es el incremento del desempleo.
Es normal que bajo el capitalismo el trabajador esté totalmente desincentivado y encuentre su trabajo totalmente rutinario. En una economía planificada, con el desarrollo tecnológico que ya existe, con los avances en el terreno de la comunicación y la informática, la participación de los trabajadores en los procesos de producción y distribución sería más factible que nunca.
Cualquier descubrimiento en cualquier parte del mundo tendría una aplicación generalizada, sin el estorbo de la competencia nacional, eso dispararía la creatividad de los trabajadores, que dejarían de sentirse como un complemento de la máquina que genera beneficios para otros. Todos los trabajadores estaríamos verdaderamente interesados en el progreso técnico porque eso redundaría inmediatamente en más tiempo libre, más calidad de vida. De esa manera se avanzaría verdaderamente a una sociedad superior, socialista, en la que gradualmente se podría hacer efectiva la idea de “a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus posibilidades”.
Las Fuerzas productivas
El capitalismo ha desarrollado a lo largo de su existencia las fuerzas productivas, la tecnología y el conocimiento humano a una escala jamás alcanzada anteriormente. Objetivamente este desarrollo permite acabar de una vez y para siempre con todos los problemas que asolan a la mayor parte de la humanidad como son el hambre, las enfermedades, el desempleo, etc.
El obstáculo para que eso sea una realidad es la naturaleza del sistema capitalista. El fin de la producción no es satisfacer las necesidades sociales sino el afán individual de beneficios de los capitalistas. Los problemas sociales no se derivan de la insuficiencia del desarrollo económico sino de la propiedad privada de los medios de producción.
La actual fase del capitalismo es de declive y decadencia. ¡Es ya incapaz de explotar a los explotados! El desempleo masivo unido a la generalización del empleo precario y la incapacidad del sistema de garantizar el futuro a la actual generación de jóvenes son, por sí mismos, una prueba de que el capitalismo ya no sirve, que es un sistema socialmente caduco.
Existe una alternativa al capitalismo que es el socialismo, una sociedad basada en la planificación consciente y racional de los recursos existentes en beneficio de todos. No hay ningún obstáculo objetivo para que, partiendo del nivel de desarrollo actual, se puedan reducir progresivamente las horas de trabajo, incrementar los salarios y aumentar sustancialmente el nivel de vida y cultural de toda la población de la Tierra.
Sin embargo el capitalismo no cae por sí solo dando lugar al socialismo. Sin la lucha organizada y consciente de la clase obrera el capitalismo no desaparecerá.
La contradicción más importante de la situación actual es que las principales organizaciones de los trabajadores están dominadas por el reformismo, que no tienen una alternativa al margen del sistema capitalista.
El hecho de que eso sea así se debe a que el proceso de formación y consolidación de las direcciones de los partidos y sindicatos obreros no refleja automáticamente las necesidades objetivas e históricas del proletariado. Durante todo un periodo, tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo desarrolló las fuerzas productivas de forma espectacular en los países capitalistas avanzados, haciendo posibles toda una serie de concesiones, conseguidas con la lucha, pero que han dado un margen importante al reformismo. La idea de que se podían conseguir mejoras sin salirse del marco capitalista tenía una base material.
Esas circunstancias empezaron a cambiar a partir de la crisis capitalista de 1973. Desde entonces de forma paulatina la burguesía ha lanzado un ataque contra todas las conquistas anteriores en el terreno de la sanidad, educación, empleo, derechos laborales, libertades democráticas.
La lucha por las reformas
La crisis del capitalismo es también la crisis del reformismo, la crisis de las condiciones clásicas en las que el reformismo tiene posibilidad de consolidarse. En la medida en que hay menos margen de concesiones, el reformismo se transforma cada vez más, en la práctica, en contrarreformismo.
El hecho de que el dominio del reformismo se prolongue más tiempo de lo que sería normal se debe a que la relación entre los procesos políticos y económicos no son automáticos. El reformismo sin reformas y los consiguientes pactos y manejos por arriba con la burguesía puede tener un efecto desmoralizador entre los trabajadores en la medida en que no existe una alternativa revolucionaria. La caída de participación en los sindicatos y partidos obreros actúa como un balón de oxígeno para los dirigentes reformistas, que se ven menos presionados por la base.
La ausencia de una alternativa revolucionaria con una influencia de masas en esas circunstancias, tiene un doble efecto: por un lado facilita la influencia que tiene el reformismo en las organizaciones obreras y por otro lleva a un sector de los trabajadores y de la juventud hacia posiciones ultraizquierdistas. Ambos fenómenos son dos caras de la misma moneda y están interrelacionados.
Especialmente entre la juventud eso facilita el surgimiento de pequeños grupos anarquistas o semianarquistas cuyas ideas se basan en la lucha contra los “partidos”, contra los “dirigentes”, en la indiferencia entre “izquierda y derecha”, etc. Esos fenómenos no son nada nuevos. Sin embargo la existencia de sindicatos, partidos, dirigentes, izquierda y derecha obedece a razones históricas y sociales muy profundas como para que puedan desaparecer por muy mal que actúen sus dirigentes.
La construcción de un genuino partido marxista con influencia de masas, es la tarea central para garantizar el éxito de la revolución; esto sólo puede hacerse sobre la base de la defensa de un programa socialista consecuente junto con un método correcto de aproximación a los trabajadores y a los jóvenes allí donde ellos se encuentren.
El reforzamiento de un movimiento revolucionario sólido no puede hacerse sobre la base de un enfrentamiento sectario, sobre la base de insultos hacia las organizaciones obreras y sus dirigentes. Los efectos de esos métodos no hacen mella en la influencia de los dirigentes reformistas y en todo caso les refuerza.
Un movimiento revolucionario serio sólo tiene posibilidad de disputar al reformismo su posición en el movimiento obrero y juvenil si es capaz de demostrar que son los más consecuentes luchadores contra la burguesía y contra el sistema capitalista. Pero eso no se consigue despreciando la lucha reivindicativa por mejoras inmediatas, sino relacionándola con una perspectiva más amplia y con unos métodos de lucha que pongan en evidencia ante los trabajadores que los reformistas no quieren luchar ni tienen una alternativa.
Tampoco se consigue planteando reivindicaciones que no son parte de la preocupación de la mayoría de los jóvenes y trabajadores, aunque puedan parecer muy radicales.
En el futuro es inevitable que se desarrollen luchas cada vez más duras y masivas entre la burguesía y el reformismo actual, bastante derechizado, que tendrá cada vez más dificultades para mantener su influencia y su control sobre las organizaciones obreras. En el periodo que entramos es inevitable que haya giros a la izquierda y desmarques por parte de determinados dirigentes respecto a la política seguida hasta el momento.
Eso tendrá enormes efectos políticos en la conciencia de los trabajadores y los jóvenes, creará muchas ilusiones y tarde o temprano se incrementará el nivel de participación de los trabajadores y los jóvenes en la vida política. Eso se expresará inevitablemente en las organizaciones obreras.
La construcción de una alternativa revolucionaria no se hace de un día para otro ni en base a cuatro consignas, ni a cuatro fetiches organizativos. Es un trabajo paciente que combina la intervención práctica con un estudio serio de todos los procesos revolucionarios habidos a nivel internacional.
El papel de la teoría
La teoría es una guía para la acción y también es una condensación de toda la experiencia previa del movimiento obrero. El desprecio a la teoría, a la política, no puede conducir a otra cosa que a asumir inconscientemente una política y una teoría determinada. Ningún modelo organizativo artificial, llámese horizontal o lo que sea, puede sustituir a un programa y unos métodos revolucionarios correctos.
El optimismo y la confianza del marxismo en el futuro se basan en que la experiencia del movimiento obrero le lleva necesariamente a conclusiones marxistas y revolucionarias. Pero el ritmo de ese proceso no es un factor secundario, la revolución no se produce al margen de la contrarrevolución, de ahí que el desarrollo, la difusión y la organización de un movimiento marxista y revolucionario sea en último término una cuestión decisiva.
La podredumbre del sistema capitalista no garantiza automáticamente su derrocamiento y su sustitución por un sistema más justo y más próspero para todos.
El marxismo tiene el mérito de haber aportado al conocimiento humano un método de análisis científico para comprender la historia y, muy particularmente, de haber elevado a un nivel consciente la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista.
La historia de los últimos 200 años ha conocido innumerables panaceas políticas que han tratado, cada cual a su modo, de salvar a la clase obrera sin comprender la naturaleza de la misma ni del propio sistema capitalista, al que condenan como una maldición producto del “egoísmo humano y del deseo de acumular dinero”.
Para el marxismo, en cambio, la existencia del capitalismo ha sido una etapa necesaria, e inevitable, en el largo y espinoso camino de la humanidad hacia su auténtica liberación, aún con todos sus crímenes y horrores. Sólo con un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de la cultura podrá erigirse una nueva sociedad digna de ser llamada humana.
El capitalismo, utilizando los eslabones dejados por las sociedades humanas que quedaron atrás, ha creado las bases para erigir esta sociedad. Sin estas bases, que comprenden el extraordinario desarrollo alcanzado por la industria, la agricultura, los descubrimientos científicos, las comunicaciones y la cultura, la humanidad continuaría vegetando en la escasez y la mezquindad. “... Este desarrollo de las fuerzas productivas (...) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la inmundicia anterior” (Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alemana, Pág. 36. Ed. Grijalbo).
Mientras que en las sociedades anteriores al capitalismo estaba justificada la existencia de una capa minoritaria y ociosa de la población, que vivía del trabajo excedente producido por la mayoría, para que dispusiera de tiempo para hacer ciencia, tecnología, filosofía, cultivar las diversas artes, y así poder hacer avanzar la sociedad sobre las espaldas de millones de hombres y mujeres explotados y oprimidos, bajo la moderna sociedad capitalista ya no existe ninguna justificación para que esto continúe así.
Al igual que ocurrió con el sistema esclavista y con el sistema feudal, el sistema capitalista, si bien ha jugado un papel tremendamente revolucionario, se ha convertido ya en un sistema agotado, caduco y obsoleto que amenaza con conducir a la humanidad hacia la barbarie, y al que es preciso sustituir por un sistema social superior, el socialismo.
El mercado mundial
El control asfixiante que ejercen a nivel mundial un puñado de grandes monopolios, multinacionales y bancos para mantener los beneficios y privilegios de unos cuantos grandes capitalistas se ha convertido en una pesadilla que afecta la vida de millones de seres humanos en todo el mundo. Cada día mueren 30.000 niños de hambre, mientras que cien millones viven en la calle y 250 millones son obligados a trabajar.
En contraste, las doscientas personas más ricas del mundo superan los ingresos del 48% más pobre. Estos y otros datos reflejan la injusticia y desigualdad en aumento que supone la llamada globalización, que no es otra cosa que la organización del comercio y la economía mundial al servicio de un puñado de grandes multinacionales imperialistas.
El 80% de la humanidad vive en condiciones de pobreza y miseria crecientes. Si entre 1960 y 1970 la población que vivía con menos de un dólar al día era de 200 millones de personas, hoy son 1.300 millones. 800 millones padecen subalimentación crónica.
En el polo opuesto, y según la propia ONU, poco más de 200 personas en todo el mundo tienen en conjunto los mismos ingresos que 3.000 millones de seres humanos. Entre 1960 y 1993 la parte de la riqueza de los más ricos del planeta pasaba del 70% al 85%, y la del 20% más pobre retrocedía del 2,3% al 1,4%. 100 millones de niños viven en la calle y hay más de 250 millones de niños a los que se obliga a trabajar.
La carga de la deuda de los países más pobres representa el 94% de su producción económica global, aunque en algunos casos llega al 125%. En 1980 la deuda total de los países subdesarrollados era de 600.000 millones de dólares, en 1990 era de 1,4 billones y en 1997 era de 2,7 billones de dólares. En siete años la deuda ha aumentado en ¡770.000 millones de dólares!
En este mismo período los países subdesarrollados, han pagado 1,83 billones de dólares en concepto de pago de servicios de la deuda: por cada dólar recibido en concepto de ayuda, los países del Tercer Mundo han reembolsado once en servicio de la deuda. Y la situación no ha hecho más que empeorar hasta el día de hoy.
Los últimos veinte años se han caracterizado no sólo por la polarización de la riqueza entre los países desarrollados y los subdesarrollados (Norte y Sur), sino también por la enorme brecha abierta entre ricos y pobres. La pobreza ya no es exclusividad del mundo subdesarrollado: en Europa hay 57 millones de pobres y en EEUU 38 millones. Entre los tres magnates de Microsoft tienen más dinero que todo el presupuesto gastado por EEUU en programas para erradicar la pobreza y la marginalidad.
Por otro lado, la aparición del desempleo masivo está minando las bases estables, las reservas sociales que se crearon tras la II Guerra Mundial en los países capitalistas. Según las cifras oficiales de la ONU, el desempleo mundial alcanza a 120 millones de personas, pero otras estimaciones independientes sitúan el desempleo real en cerca de 1.000 millones. Pero este desempleo no es paro cíclico, ni se puede definir como el ejército de reserva que en tiempos de recuperación económica es absorbido. Se trata de desempleo estructural, que permanece en las épocas de boom y aumenta en la recesión de la economía.
El capitalismo es un sistema social condenado por la historia. Las guerras, las enfermedades que asolan países enteros, el hambre o los desastres ecológicos no sólo no disminuyen sino que aumentan año tras año. Incluso en los países capitalistas más desarrollados estamos viendo cómo desaparecen conquistas históricas de las familias trabajadoras que costaron años conseguir, instalándose por todas partes la precariedad en el empleo, largas jornadas de trabajo y una sensación de incertidumbre ante lo que nos depara el futuro.
La clase obrera
Como hizo la burguesía en su juventud contra el feudalismo, corresponde ahora a la clase obrera dirigir la lucha contra este sistema y sus sostenedores.
La burguesía no puede existir sin la clase obrera, pues su riqueza depende de la explotación de la fuerza de trabajo. Es en ese sentido que Marx planteó que la burguesía creó a sus propios sepultureros.
Lejos de la fantasía de los académicos y plumas pagadas de la burguesía acerca de la supuesta “inexistencia” de la clase obrera, está llamada a ser la sepulturera del sistema capitalista. Su papel en la producción capitalista y sus particulares condiciones de vida y trabajo hacen que ninguna otra clase o capa oprimida de la sociedad pueda sustituirla en esa tarea.
Las clases medias, por su heterogeneidad, modo de vida y papel en la producción, están orgánicamente incapacitadas para comprender la auténtica naturaleza del sistema capitalista. Debido a su posición en la sociedad y su trabajo aislado, no se enfrentan a un enemigo de clase directo. Todos sus males parecen provenir de la incapacidad o de la mala voluntad de los gobernantes, o de la cólera divina.
Los obreros, en cambio, ven la fuente de sus males en su patrón, que es el que les baja el salario, el que les obliga a echar horas extras, el que les explota y el que les despide. Para defenderse necesitan de la máxima unión entre todos los compañeros de trabajo, de aquí su mentalidad solidaria, colectiva y anti individualista. Sus propias condiciones de trabajo refuerzan esta mentalidad. Todo proceso productivo necesita, para funcionar, la implicación de todos los obreros de la empresa. Cada uno de ellos es un eslabón necesario en el proceso productivo. Esa interdependencia mutua en el proceso de trabajo refuerza dicha mentalidad colectiva.
La lucha de los trabajadores de cualquier empresa pone de manifiesto una ley muy importante de la dialéctica: el todo es mayor que la suma de las partes. La fuerza combinada de los obreros en una empresa luchando por los mismos intereses es muchísimo mayor que la presión aislada de cada uno de ellos, que es la situación en que se coloca el pequeño burgués de clase media.
El socialismo es la ideología natural de la clase obrera. Cuando la lucha de los obreros contra el patrón de su empresa llega a su punto más agudo, se producen ocupaciones de empresas o se retienen a los directivos en su interior. En esos momentos es cuando se pone de manifiesto “quién manda aquí”. La idea de expropiar al patrón y el sentimiento de que la empresa debe ser de propiedad común entre los trabajadores nace, en un momento determinado, como un desarrollo natural de su conciencia.
La idea de la propiedad común nace de su condición obrera. Para que la empresa pueda seguir funcionando, no se puede dividir en trozos y repartir entre los trabajadores, sino que debe mantenerse unida trabajando todos en común.
También toda huelga general pone sobre la mesa, pero a un nivel superior, “quién manda aquí”, y la identidad de intereses de clase entre todos los sectores de la clase obrera. Más aún en una situación revolucionaria.
La propia división del trabajo en la economía capitalista, y la interrelación de todos los sectores económicos entre sí, hace extender esta misma idea para el conjunto de las fuerzas productivas. De ahí que la expropiación de toda la clase capitalista, y su control y dirección en común por toda la clase obrera, representa sólo una generalización sacada de la experiencia de los obreros con cada empresa particular.
Las propias condiciones de vida que crea el capitalismo, establecen las bases para la futura sociedad socialista. Mientras que en la vieja economía agraria cada familia tenía su casa, su pozo, sus propios medios de hacer lumbre, de alimentarse y vestirse, y sus condiciones de vida particulares, hoy las familias obreras viven en común (ciudades, barrios y edificios comunes), con un sistema de electrificación, de conducción de aguas, de telefonía, de transporte público, y de adquisición de medios de consumo, comunes. Todo esto refuerza aún más esa mentalidad antiindividualista y socialista en la conciencia de las familias obreras.
Internacionalismo proletario
El capitalismo es un sistema mundial. La división del trabajo establecida por la economía capitalista a lo largo y ancho del planeta liga indisolublemente los países y los continentes unos con otros. Ningún país, ni siquiera los más poderosos y desarrollados pueden escapar al dominio aplastante del mercado mundial.
Los Estados nacionales, igual que la propiedad privada de los medios de producción, se han convertido en obstáculos formidables que estorban el desarrollo de las fuerzas productivas. Ambos son los causantes de las crisis económicas, de las guerras y de los odios nacionales entre los diferentes pueblos. Su eliminación es la condición básica para comenzar a solucionar los problemas y las calamidades que la humanidad tiene ante sí.
La clase obrera es una clase mundial. El mismo tipo de explotación, los mismos problemas y los mismos intereses ligan a la clase obrera en todo el mundo. El internacionalismo proletario, que se ha puesto de manifiesto incontables veces en más de 150 años de explotación capitalista –con la construcción en diferentes momentos de organizaciones obreras internacionales y revolucionarias, así como en la solidaridad con la lucha contra la explotación capitalista en innumerables países–, no es una mera consigna de agitación sino la base imprescindible para unificar la lucha de la clase obrera mundial, para luchar por la transformación socialista de la sociedad en todo el planeta, pues sólo a nivel mundial se dan las condiciones para construir el socialismo.
Las grandes empresas multinacionales y los modernos medios de transporte y de comunicación unifican las fuerzas productivas y relacionan a los seres humanos de una manera nunca vista antes en la historia y permiten, por primera vez, planificar de manera armónica y democrática los recursos productivos en interés de toda la humanidad, y no de un puñado de parásitos y privilegiados como ha ocurrido hasta ahora.
Una revolución socialista triunfante en un solo país tendría efectos electrizantes en la conciencia y en las perspectivas de los trabajadores de todo el mundo, particularmente si se tratara de un país importante, y sería la antesala de la revolución socialista mundial.
Es verdad que en una época normal de la sociedad capitalista no están todas estas ideas presentes en la conciencia de la mayoría de la clase obrera. Para ello hace falta experiencia, una situación revolucionaria que rompa la rutina y la inercia de la sociedad, y un partido marxista con influencia entre las masas que ayude al conjunto de los trabajadores a sacar las últimas conclusiones de dichas experiencias revolucionarias.
La enorme contribución de Marx y Engels a la causa de la clase obrera no fue haber inventado una panacea social para acabar con la injusticia en este mundo, sino haber comprendido y sacado a la luz los intereses inconscientes que revelaba la lucha de la clase obrera contra la explotación capitalista, para hacer así consciente a la clase obrera de los objetivos históricos que se derivaban de esta lucha, los cuales sólo pueden concluir con la transformación total de las relaciones de producción capitalistas y su sustitución por unas nuevas relaciones de producción en el marco de una sociedad socialista.
Sólo con la desaparición de la propiedad privada y la planificación en común de las fuerzas productivas creadas por el ser humano, podrá avanzar la humanidad hacia su auténtica liberación, preservando las conquistas que ha atesorado durante toda su historia en el terreno de la tecnología, la ciencia, el pensamiento y la cultura, para elevarlas indefinidamente.
Una alternativa revolucionaria al capitalismo
Frente a esta explotación global vemos también el desarrollo de una respuesta. Una movilización popular creciente y cada vez más masiva empieza a extenderse por todo el mundo dispuesta a plantar cara a las instituciones y multinacionales imperialistas. Desde Seattle a Barcelona, pasando por Praga o Génova, las manifestaciones contra esta globalización de la opresión al servicio de las multinacionales han reunido a centenares de miles de jóvenes y también a sectores cada vez más importantes y numerosos de trabajadores.
Hemos asistido y asistiremos a magníficas irrupciones de masas en nuestra América Latina. El fantasma de la revolución recorre un país tras otro a ritmos extraordinarios. Argentina, Venezuela, Bolivia,..., México no es ni será la excepción. A condiciones similares procesos similares. Es obligación de todo obrero consciente prepararse teóricamente para los enormes acontecimientos a los que asistiremos en este país.
La huelga general demuestra en última instancia que el autentico poder en la sociedad capitalista reside en la clase trabajadora, sin cuyo amable permiso sería imposible que funcionaran ni las fabricas, ni el transporte, ni las minas, la enseñanza o los hospitales. La fuerza de los trabajadores hoy es mayor que en ningún momento de la historia reciente, sin embargo la contradicción es que su dirección esta más alejada que nunca de ofrecer un programa revolucionario y socialista.
La tarea, pues, de los sectores más conscientes de los trabajadores y la juventud es la de construir esta dirección revolucionaria, empezando por forjar una fuerte tendencia marxista en el seno del movimiento obrero organizado.
La lucha debe continuar, extenderse y —lo más importante— dotarse de una alternativa clara y revolucionaria a las políticas explotadoras del capitalismo. Los marxistas participamos en la lucha contra el capitalismo global como en la lucha de clases, defendiendo en primer lugar que no se puede hablar de capitalismo y globalización como de dos cosas distintas.
Es un error plantear como eje de la reivindicación un capitalismo más democrático, más humano, con más proteccionismo económico..., y limitarse a poner controles a los movimientos de capital o defender una distribución mas justa de la riqueza dentro de este sistema (con medidas como la Tasa Tobin) como plantean algunos dirigentes de ATTAC y otras organizaciones.
Bajo un sistema como el capitalismo, basado en la propiedad privada de los medios de producción y la búsqueda del máximo beneficio, la división internacional del trabajo entre los distintos países o la mundialización de los intercambios comerciales y los movimientos de capital no pueden realizarse nunca en beneficio de la mayoría de la sociedad sino de una minoría cada vez más reducida y parásita.
Tampoco podemos tener como horizonte la democratización de instituciones imperialistas como el FMI, BM, OMC o la propia ONU. Los capitalistas han creado dichas instituciones para defender su sistema de explotación y oprimirnos, si dichas instituciones dejaran de serles útiles para explotarnos se dotarían de otras nuevas para ejercer su dominio.
En nuestra opinión la alternativa debe ser acabar con el capitalismo y expropiar a las multinacionales, la banca y los terratenientes, poniendo toda esa riqueza creada con nuestro trabajo, que hoy se embolsan unos pocos, bajo el control democrático de todos los trabajadores y explotados.
Ello permitiría planificar democráticamente la economía y hacer posible un orden económico internacional socialista, justo y solidario en el que los recursos se empleen no en función del interés privado de las multinacionales sino de las necesidades económicas, sociales, culturales y medioambientales de la mayoría de la humanidad. Una sociedad socialista, donde la democracia fuera una realidad tangible, totalmente diferente a la actual dictadura del capital o a los regímenes estalinistas, donde una casta burocrática de funcionarios utilizaba el nombre del socialismo para defender sus privilegios materiales.
Otro mundo es posible sí, pero sólo en una sociedad socialista.
Militante (México)
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