¿Revolución socialista o alianza con la "burguesía nacional"?
La teoría de la Revolución Permanente, desarrollada por el gran revolucionario ruso León Trotsky, ha sido una de las contribuciones más importantes al arsenal teórico y revolucionario del marxismo. Particularmente, esta teoría tiene una extraordinaria actualidad en América Latina y otras partes del mundo, porque traza las perspectivas, la táctica y la estrategia a seguir por los socialistas revolucionarios en los países del mundo colonial y ex-colonial. Aquí reproducimos un artículo sobre la misma escrito por el teórico marxista británico Alan Woods, colaborador de nuestra revista y editor de la página web In Defence of Marxism (www.marxist.com). Este artículo, escrito en abril del 2001, apareció como un prólogo a la edición española del libro clásico de León Trotsky: La Revolución Permanente, editado por la Fundación Federico Engels.
La teoría de la revolución permanente fue desarrollada por Trotsky en 1904. Esta extraordinaria teoría afirmaba que, aunque las tareas objetivas a las que se enfrentaban los trabajadores rusos eran las propias de la revolución democrático burguesa, en la época del imperialismo, como en cualquier país atrasado, la "burguesía nacional" estaba, por una parte, vinculada inseparablemente a los restos del feudalismo y, por la otra, al capital imperialista y por lo tanto era completamente incapaz de cumplir con ninguna de sus tareas históricas. Marx y Engels ya destacaron la podredumbre de la burguesía liberal y su papel contrarrevolucionario. En su artículo La burguesía y la contrarrevolución (1848), Marx escribe lo siguiente:
"La burguesía alemana se había desarrollado con tanta languidez, tan cobardemente y con tal lentitud, que, en el momento en que se opuso amenazadora al feudalismo y al absolutismo, se encontró con la amenazadora oposición del proletariado y de todas las capas de la población urbana cuyos intereses e ideas eran afines a los del proletariado. Y se vio hostilizada no sólo por la clase que estaba detrás, sino por toda la Europa que estaba delante de ella. La burguesía prusiana no era, como la burguesía francesa de 1789, la clase que representaba a toda la sociedad moderna frente a los representantes de la vieja sociedad: la monarquía y la nobleza. Había descendido a la categoría de un estamento tan apartado de la corona como del pueblo, pretendiendo enfrentarse con ambos e indecisa frente a cada uno de sus adversarios por separado, pues siempre los había visto delante o detrás de sí misma; inclinada desde el primer instante a traicionar al pueblo y a pactar un compromiso con los representantes coronados de la vieja sociedad, pues ella misma pertenecía ya a la vieja sociedad". (Carlos Marx, La burguesía y la contrarrevolución. Moscú. Editorial Progreso. 1981. Obras Escogidas Vol. 1, pág. 144. Subrayado en el original).
Marx explica que la burguesía no llegó al poder como resultado de sus esfuerzos revolucionarios, sino como producto del movimiento de las masas en el que la burguesía no jugó ningún papel: "La burguesía prusiana fue lanzada a las cumbres del poder, pero no como ella quería, mediante un arreglo pacífico con la corona, sino gracias a una revolución" (Ibíd., pág. 141. Subrayado en el original).
En Europa, incluso en la época de la revolución democrático-burguesa, Marx y Engels desenmascararon despiadadamente el papel cobarde y contrarrevolucionario de la burguesía e insistieron en la necesidad de que los trabajadores mantuvieran una política de clase completamente independiente, no sólo de la burguesía liberal, también de la vacilante pequeña burguesía democrática:
"El partido proletario, o verdaderamente revolucionario", escribía Engels, "pudo ir sacando sólo muy poco a poco a las masas obreras de la influencia de los demócratas, a cuya zaga iban al comienzo de la revolución. Pero en el momento debido, la indecisión, la debilidad y la cobardía de los líderes democráticos hicieron el resto, y ahora puede decirse que uno de los resultados principales de las convulsiones de los últimos años es que dondequiera que la clase obrera está concentrada en masas considerables, se encuentra completamente libre de la influencia de los demócratas, que la condujeron en 1848 y 1849 a una serie interminable de errores y reveses" (Federico Engels, Revolución y contrarrevolución en Alemania. Moscú. Editorial Progreso, 1981. Obras Escogidas, Vol. 1, pág. 340).
El papel de la "burguesía nacional" hoy
La situación hoy en día es todavía más clara. La burguesía nacional de los países coloniales entró demasiado tarde en la historia, cuando el mundo ya estaba dividido entre unas cuantas potencias imperialistas. No fue capaz de jugar ningún papel progresista y nació completamente subordinada a sus antiguos amos coloniales. La débil y degenerada burguesía de Asia, América Latina y África depende demasiado del capital extranjero y del imperialismo como para hacer avanzar a la sociedad. Mil hilos la vinculan no sólo al capital extranjero, también a los terratenientes con los que forma un bloque reaccionario que representa un baluarte contra el progreso. Cualesquiera que sean las diferencias entre estos elementos, son insignificantes si se comparan con el miedo que los une frente a las masas. Sólo el proletariado, aliado con los campesinos pobres y los pobres urbanos, puede resolver los problemas de la sociedad, a través de la toma del poder en sus propias manos, expropiando a los imperialistas y a la burguesía para empezar la tarea de la transformación socialista de la sociedad.
Si el proletariado se pone a la cabeza de la nación y dirige a los sectores oprimidos de la sociedad (la pequeña burguesía urbana y rural), podría tomar el poder y realizar las tareas de la revolución democrático-burguesa (principalmente la reforma agraria, la unificación y liberación del país del dominio extranjero). Pero una vez en el poder, el proletariado no puede quedarse aquí, debe empezar a implantar medidas socialistas para expropiar a los capitalistas. Y como estas tareas no se pueden resolver en un solo país, sobre todo en un país atrasado, sería el inicio de la revolución mundial. La revolución es "permanente" en dos sentidos: porque empieza con las tareas burguesas y continúa con las socialistas, y porque empieza en un país y continúa a escala internacional.
La revolución rusa
La teoría de la revolución permanente fue la respuesta más acabada a las posturas reformistas y de colaboración de clase del ala derecha del movimiento obrero ruso, los mencheviques. La teoría de las “dos etapas” fue desarrollada por los mencheviques como su perspectiva de la Revolución Rusa. Esta teoría afirma, básicamente, que como las tareas de la revolución son las de la revolución nacional democrático-burguesa, no se puede cuestionar el papel dirigente de la burguesía nacional en la revolución. Por su parte Lenin estaba de acuerdo con Trotsky en que los burgueses liberales rusos no podían llevar adelante la revolución democrático-burguesa, y que esta tarea sólo la podría realizar el proletariado en una alianza con el campesinado pobre. Siguiendo los pasos de Marx -quien calificó al "partido democrático" burgués como "más peligroso para los trabajadores que los antiguos liberales"- Lenin explicó que la burguesía rusa, lejos de ser una aliada de los trabajadores, inevitablemente se situaría al lado de la contrarrevolución.
"La burguesía en la masa", escribía Lenin en 1905, "inevitablemente girará hacia la contrarrevolución y contra el pueblo tan pronto como vea satisfechos sus intereses estrechos y egoístas, y empezará a "retroceder" en su defensa de la democracia (¡y ya ha empezado a retroceder!)" (Lenin, Obras Escogidas, Vol. 9, pág. 98, en la edición inglesa).
¿Qué clase debía dirigir la revolución democrático-burguesa? En opinión de Lenin, "Queda "el pueblo", es decir, el proletariado y el campesinado. Sólo el proletariado puede llegar hasta el final, porque él va más allá de la revolución democrática. Por eso el proletariado lucha en primera línea por la república y rechaza con desdén los consejos estúpidos e inútiles de la burguesía para considerar la posibilidad de una retirada" (Ibíd.).
En todos sus escritos y discursos, Lenin insiste una y otra vez en el papel contrarrevolucionario de la burguesía democrático liberal. Pero hasta 1917 Lenin no creía que los obreros rusos fueran a llegar al poder antes del triunfo de la revolución socialista en occidente, perspectiva que antes de 1917 sólo defendía Trotsky y que Lenin adoptó completamente en sus Tesis de Abril. La corrección de la teoría de la revolución permanente quedó brillantemente demostrada por la propia Revolución de Octubre. La clase obrera rusa, tal y como Trotsky pronosticó en 1904, llegó al poder antes que los obreros de Europa occidental. Los trabajadores rusos cumplieron con todas las tareas de la revolución democrático-burguesa e inmediatamente comenzaron a nacionalizar la industria y pasaron a las tareas de la revolución socialista. La burguesía jugó un papel abiertamente contrarrevolucionario, pero terminó derrotada por los obreros aliados con los campesinos pobres. Los bolcheviques realizaron un llamamiento revolucionario a los obreros del mundo para que siguieran su ejemplo. Lenin sabía perfectamente que sin el triunfo de la revolución en los países capitalistas avanzados, especialmente en Alemania, la revolución no podría sobrevivir aislada, sobre todo en un país atrasado como Rusia. Los acontecimientos posteriores demostraron que esta idea era absolutamente correcta. La formación de la Tercera Internacional (Comunista) o Comintern, el partido mundial de la revolución socialista, era la manifestación concreta de esta perspectiva.
Si la Internacional Comunista se hubiera mantenido firme en las posiciones de Lenin y Trotsky, habría garantizado la victoria de la revolución mundial. Desgraciadamente, los primeros años de la Comintern coincidieron con la contrarrevolución estalinista en Rusia que tuvo unos efectos desastrosos para los Partidos Comunistas de todo el mundo. La burocracia estalinista, después de tomar el control de la Unión Soviética, adoptó una perspectiva totalmente conservadora. La teoría de que el socialismo se puede construir en un solo país -una abominación desde el punto de vista de Marx y Lenin-, en realidad reflejaba la mentalidad de la burocracia que quería proteger y aumentar sus privilegios y no "desperdiciar" los recursos del país en la revolución mundial. Además la casta burocrática en ascenso también temía que la revolución en otros países se desarrollara en líneas sanas y se convirtiera en una amenaza para su dominio en Rusia, por eso el estalinismo se convirtió en un freno activo de la revolución en otros países.
Los Partidos Comunistas y la teoría de las “dos etapas”
En lugar de aplicar una política revolucionaria basada en la independencia de clase, como siempre había defendido Lenin, la burocracia estalinista propuso la alianza de los Partidos Comunistas con la "burguesía nacional progresista" (y si no existía se inventaba) para llevar adelante la revolución democrática y más adelante, en un futuro lejano, cuando el país hubiera conseguido una economía capitalista desarrollada, entonces lucharían por el socialismo. Esta política era una ruptura radical con el leninismo y el regreso a la antigua y desacreditada postura menchevique, la teoría de las "dos etapas".
Esta teoría jugó un papel criminal en el desarrollo de la revolución en el mundo colonial. En China se obligó al joven Partido Comunista a entrar en las filas del nacionalista burgués Kuomintang que se encargaría de liquidar físicamente al Partido Comunista, a los sindicatos y a los sóviets campesinos surgidos en la revolución china de 1925-27. La pasividad de la clase obrera, debida a la política de Stalin que posibilito el aplastamiento del proletariado chino, fue la causa de que la segunda revolución China adquiriera la forma de una guerra campesina. Trotsky describió la política estalinista como "una maliciosa caricatura del menchevismo". La puesta en práctica de la teoría estalinista de las "dos etapas" en el mundo colonial ha provocado a una catástrofe tras otra.
En Sudán e Irak en la década de los 50 y 60, los partidos comunistas eran organizaciones de masas capaces de organizar manifestaciones de un millón de personas en Bagdad y de dos millones en Jartúm. Los partidos comunistas, en lugar de aplicar una política de independencia de clase y dirigir a los trabajadores y campesinos hacia la toma del poder, se aliaron con la "burguesía progresista" y los "sectores progresistas" del ejército. Éstos, una vez en el poder, se dedicaron a asesinar y encarcelar a los militantes y dirigentes comunistas. En Sudán el mismo proceso ocurrió no sólo una vez sino dos. A pesar de todo, incluso hoy en día, los dirigentes del Partido Comunista sudanés aplican la misma política de una "alianza patriótica" con las guerrillas cristianas del sur (ahora respaldadas por el imperialismo estadounidense) y la "burguesía progresista" del norte contra el régimen fundamentalista. Estos dirigentes que se hacen llamar "comunistas" se parecen a los reyes Borbones de antaño que "ni olvidan ni aprenden nada". Su política es una receta acabada para una derrota sangrienta detrás de otra.
El ejemplo más trágico de las consecuencias desastrosas de la teoría de las dos etapas es Indonesia. En los años 60 el Partido Comunista era la principal fuerza de masas del país. Era el mayor Partido Comunista del mundo capitalista con tres millones de militantes y otros diez millones de afiliados a sus organizaciones sindicales y campesinas, e incluso decía tener el apoyo del 40% de las fuerzas armadas (incluyendo a sectores de la oficialidad). ¡En el momento de la Revolución de Octubre los bolcheviques rusos no tenían un apoyo organizado tan grande! El Partido Comunista Indonesio pudo tomar el poder fácilmente y empezar la transformación socialista de la sociedad, y habría tenido un efecto tan enorme en todo el mundo colonial que habría desencadenado una cadena de revoluciones por toda Asia. En cambio los dirigentes del PC (controlado por los maoístas chinos) formaron una alianza con Sukarno, un dirigente nacionalista burgués que en aquel momento tenía una fraseología de "izquierda". Esta política dejó al Partido Comunista Indonesio completamente indefenso en el momento en que la burguesía (que seguía instrucciones directas de la CIA) organizó una masacre de militantes y simpatizantes del Partido Comunista en la que perecieron al menos un millón y medio de personas.
NUEVA ETAPA REVOLUCIONARIA
A pesar de todas las derrotas y pasos atrás, los trabajadores y campesinos inevitablemente tomarán día tras día el camino de la lucha. Los recientes acontecimientos de Ecuador, Bolivia, Irán e Indonesia son un ejemplo gráfico de esto. Son un anticipo de lo que pasará en un país asiático tras otro. Y es sólo el principio del proceso revolucionario que se revelará durante un periodo de años. Si existiera un verdadero partido leninista este proceso desembocaría en una revolución proletaria en líneas clásicas. No surgiría la cuestión del guerrillerismo o del bonapartismo proletario. Pero como siempre, el factor subjetivo es decisivo. Desgraciadamente las direcciones de los partidos comunistas en estos países están repitiendo los mismos errores del pasado que llevaron a la derrota y a las masacres. Aunque Japón no es un país colonial merece la pena observar el crecimiento espectacular del Partido Comunista Japonés debido a la crisis económica del país. El Partido Comunista Japonés es el primer partido del país en número de concejales, el segundo partido en la Asamblea Metropolitana de Tokio y su periódico diario tiene una circulación de 2,3 millones de ejemplares.
La ola de radicalización que está recorriendo Asia también ha afectado a la clase obrera japonesa. Desgraciadamente la política de la dirección está muy alejada de las verdaderas tareas a las que se enfrenta el proletariado japonés. Según Kimitoshi Morihara -vicepresidente de Relaciones Internacionales del Partido Comunista japonés-, "Trabajamos para el establecimiento de un gobierno democrático que a principios del próximo siglo resuelva estos problemas dentro del marco del capitalismo", (entrevista publicada en GreenLeft Weekly, nº 317). Parece que incluso han perfeccionado la vieja política estalinista de las dos etapas y ¡han añadido otra nueva etapa! La "perspectiva para el progreso social de Japón es un gobierno de coalición democrática, la revolución democrática y la revolución socialista"(?). Todavía es más sorprendente porque Japón es la segunda potencia industrial del mundo y se supone que no necesita precisamente una "revolución democrática". Parece que cualquier excusa es buena para eliminar del orden del día la revolución socialista.
Durante décadas la clase obrera de los países coloniales y ex coloniales ha demostrado su enorme coraje y potencial revolucionario. Una y otra vez se ha puesto en movimiento para llevar adelante la transformación revolucionaria de la sociedad. En Irak, Sudán, Irán, Chile, Argentina, India, Pakistán e Indonesia, los trabajadores han demostrado su voluntad de dirigir la sociedad. Si no lo han conseguido no ha sido porque no fuera posible, sino porque faltaba el requisito previo indispensable para la toma del poder. En cada caso han chocado contra una pared de ladrillos, porque los partidos y los dirigentes en los que habían depositado su confianza para que les dirigieran hacia la transformación socialista de la sociedad se han convertido en gigantescos obstáculos.
LA IMPORTANCIA DEL PARTIDO REVOLUCIONARIO
Para tomar el poder no es suficiente que los trabajadores estén dispuestos a luchar. Si fuera así la clase obrera ya habría tomado el poder en todos estos países hace tiempo. Habría sido fácil porque su situación era mejor que la de los trabajadores rusos en 1917. Pero no tomaron el poder. ¿Por qué? Porque la clase obrera necesita un partido y una dirección. Negar este hecho elemental es simple anarquismo infantil. Marx explicó hace tiempo que sin organización la clase obrera no es más que materia prima para la explotación. A pesar de su fuerza numérica y su papel clave en la producción, el proletariado no puede transformar la sociedad a no ser que se convierta en una clase "en sí y para sí", con la conciencia, perspectivas y comprensión necesarias. Esperar a que la clase obrera en su conjunto adquiera la comprensión necesaria de todo lo que se necesita para la toma del poder, es una idea utópica que en la práctica significa retrasar la revolución indefinidamente. Es necesario organizar a los sectores más avanzados de la clase, educar a los cuadros, imbuirlos en la perspectiva de la revolución, no sólo a escala nacional sino también a escala internacional, integrarlos con las masas a todos los niveles y, prepararse pacientemente para el momento en que las luchas parciales de las masas se combinen para una ofensiva revolucionaria general.
Sin un partido revolucionario la fuerza potencial del proletariado seguirá siendo sólo potencial. La relación entre la clase y el partido es similar a la que existe entre el vapor y la caja de pistones. Pero incluso la existencia del partido no es suficiente para asegurar el éxito. El partido tiene que estar dirigido por hombres y mujeres equipados con la comprensión necesaria de las tareas de la revolución, con táctica, estrategia y perspectivas, no sólo perspectivas nacionales sino también internacionales. La situación objetiva en Indonesia en 1964-65 no podía haber sido más favorable. Las masas habían derrotado al imperialismo holandés, el Partido Comunista tenía el apoyo de la aplastante mayoría de la clase obrera y el campesinado. Pero una política y perspectivas equivocadas bastaron para arruinar completamente la revolución. Si la Revolución de Octubre demuestra en el sentido positivo la corrección de la teoría de la revolución permanente, la catástrofe indonesia nos demuestra de la manera más terrible la prueba negativa.
La forma peculiar y distorsionada en la que se ha desarrollado la revolución colonial desde 1945, no es sólo el resultado del atraso de esos países o del retraso de la revolución socialista en los países capitalistas avanzados. No era algo inevitable y predeterminado por las leyes de la historia. Ante todo fue el resultado de la ausencia del factor subjetivo, la ausencia de un auténtico partido y una dirección revolucionarias que dieran un carácter y una dirección completamente diferentes a la revolución. Objetivamente hablando, nada impedía que la revolución china, por ejemplo, jugase el mismo papel que la revolución rusa de 1917, la condición era que los dirigentes comunistas chinos hubieran actuado igual que Lenin y Trotsky. Pero los dirigentes estalinistas temían el movimiento independiente de la clase obrera e hicieron todo lo que estaba en sus manos para impedirlo. La forma peculiar en la que se desarrolló la revolución china en 1949, una revolución distorsionada a imagen y semejanza de la Rusia de Stalin, tenía poco atractivo para los trabajadores de los países desarrollados, aunque sí fue un estímulo importante para las revolución de Asia, África y América Latina. Lo mismo ocurrió con otros regímenes de “bonapartismo proletario” que surgieron más tarde. Aunque indudablemente representaban un paso adelante, en realidad, eran una aberración y se alejaban de la norma de la revolución proletaria establecida por Lenin y hecha realidad en Octubre de 1917.
HACIA LA REVOLUCIÓN PERMANENTE
Hoy la historia ha desacreditado completamente la llamada teoría de las dos etapas. El heroico movimiento de los pueblos coloniales después de la Segunda Guerra Mundial ha conseguido la independencia formal, pero sobre bases capitalistas no ha solucionado nada. En la India, un país potencialmente rico y próspero, en sus cincuenta años de independencia formal la burguesía nacional no ha solucionado el problema agrario; no ha conseguido modernizar el país, la mayor parte todavía está hundido en el atraso y el analfabetismo; no ha solucionado la “cuestión nacional” que en el futuro, si la clase obrera no toma el poder, amenaza con destruir la nación india; no ha eliminado el sistema de castas -vestigio de la barbarie- ni tampoco ha desaparecido la costumbre del sutee, mediante la cual lanzan a la viuda a la pira funeraria del marido. Y por encima de todo no han conseguido la independencia real. Hoy, cincuenta años después de conseguir la independencia de Gran Bretaña, la India depende más del imperialismo mundial que antes.
Lo que ocurre en la India se puede aplicar a todos los demás países ex coloniales. La independencia formal sobre bases capitalistas es un fraude. Los países imperialistas oprimen terriblemente a los pueblos de África, Asia y América Latina a través del mercado y el comercio mundial. Ejercen su dominio ya no por la fuerza armada (aunque el caso de Irak demuestra que la pueden volver a utilizar), sino a través de instituciones como el FMI y el Banco Mundial. El Tercer Mundo se mantiene en la esclavitud mediante el intercambio desigual de mercancías y la deuda. En el último periodo los precios de las materias primas (con la excepción temporal del petróleo) han caído hasta su nivel más bajo en ciento cincuenta años. El reciente auge económico de Occidente, en parte, ha estado financiado por las materias primas baratas procedentes del Tercer Mundo: es decir, ha estado lubricado con la sangre, sudor y lágrimas de millones de hombres, mujeres y niños, las personas más pobres del planeta.
Sobre bases capitalistas no hay salida para los pueblos de Asia, África y América Latina. La burguesía colonial ha demostrado que es completamente incapaz de resolver las tareas asignadas por la historia. Los trabajadores y campesinos están comenzando a darse cuenta de esto. Se está preparando una nueva etapa de la revolución colonial. En Indonesia, Irán, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Sudáfrica y Oriente Medio el proceso ya ha comenzado. Las masas a través de la experiencia de la lucha aprenderán que su única esperanza está en el derrocamiento de la corrupta y podrida burguesía nacional. El poder debe pasar a la clase obrera aliada con los campesinos pobres. Esa es la única manera de empezar a emanciparse del capitalismo y el imperialismo. Tarde o temprano habrá una nueva edición de la Revolución de Octubre que, en las condiciones modernas, puede tener un efecto incluso mayor que la Revolución Bolchevique de 1917. Y cuando esto ocurra, el proletariado inscribirá en su bandera el grito de batalla de Marx y León Trotsky: "¡La revolución permanente!".
Alan Woods
No hay comentarios.:
Publicar un comentario