miércoles, abril 10, 2013

El cine contra Margaret Thatcher



Es muy importante explicar la verdad sobre el tenebroso legado del “thatcherismo”. Sus epígonos tienen toda la prensa comercial, nosotros tenemos el análisis crítico e instrumentos como el cine-forum.
El despliegue mediático de exaltación de Margaret Thatcher y de su legado está siendo mayor que el que recibió Ronald Reagan –el jefe de la “contra”-, y casi casi como el que recibió el no menos tenebroso papa Wotyla. Obviamente, esto no sucede por la persona, una mujer dispuesta a todo para ascender socialmente y convencida de la premisa tanto tienes, tanto vales. Se hace por lo que representó y representa como “liberal”, como valedera de la política que se está aplicando.
La señora Thatcher, la dama del gran dinero, ha muerto en un momento crucial, cuando su legado comienza a ser cuestionado. En un tiempo en el que el debate cultural y la lucha ideológica está cobrando desde la izquierda un vigor que había perdido por completo. En esta lucha, el cine, el cine-forum más concretamente, se puede convertir en un medio de gran alcance y solamente se necesitan una sala, un proyector, una cierta filmografía, amén de una documentación perfectamente asequible.
Sobre las películas, se puede comenzar programando el soberbio documental de Patricio Guzmán sobre El caso Pinochet (Chile, 2001), y que nos da las clave del personaje. La Thatcher y los “tories” (ese “centro derecha” que apoyó a Mussolini, que se aplaudió a Hitler, y que ofreció un soporte determinante a Franco), supieron comprender lo que podía significar el proceso contra Pinochet. Un juicio que habría sido también el del adelantado de la implantación de las políticas neoliberales que después se impondrían en Gran Bretaña. Por supuesto, igualmente válido sería el documental de Michael Winterbottom, La doctrina del shock (2099), adaptación de la célebre obra de Noami Klein, que como la anterior debía de contar con una copia para distribución en cualquier entidad u organización social y política de los de abajo.
Igualmente interesante es En nombre del hijo (Some Mother's Son, 1996), una de las películas más veraces sobre el complejo conflicto político de Irlanda del Norte, todavía latente, y que transcurre en Belfast en 1981. Por entonces, el ejército británico acorrala a los terroristas del IRA (aunque ellos se consideran luchadores por la independencia de la católica Irlanda), y hace prisioneros a un grupo de trescientos, que siguen luchando en la cárcel por sus derechos y, particularmente, por el reconocimiento de su condición de presos políticos.
La trama hilvanada hábilmente por unos eficientes Terry George como director y Jim Sheridan como guionista, es puramente descriptiva y trata de ser políticamente neutra, aunque en éste, como en cualquier otro conflicto histórico de igual naturaleza, es difícil mantener el equilibrio ideológico entre puntos de vista tan dispares, como puede apreciarse en la evolución de los sentimientos de dos madres protagonistas del film: la moderada y pacifista Kathleen Quigley (Helen Mirren), madre de Gerard, y la radicalizada Annie Higgins (Fionnula Flanagan), madre de Frank. Los dos muchachos resisten con entereza y heroísmo idealista sus posiciones revolucionarias, sumándose a los presos que organizan una dura huelga de hambre, detenida después de la muerte de algunos de los huelguistas, tras arduas negociaciones con los representantes del gobierno de Margaret Thatcher, que aparece citando cínicamente al pobre de Asis. Los sufrimientos de estas familias son retratados con hondo dramatismo, resaltando el papel abnegado de las mujeres que también lucharon hasta la extenuación para conseguir mejores condiciones de la vida de los presos y perseguir, a mayor plazo, un acuerdo honroso de paz. Película dura, violenta, emotiva, con lecciones que deberían aprender los que se empecinan en eternizar esos dramas internos.
Luego está todo el cine de combate británico, en primer lugar el de Ken Loach, quien por cierto, se ha permitido la fina ironía de reclamar la privatización de su entierro que era lo que hubiera querido alguien que quería acabar con lo público, aunque la verdad es que lo suyo no era otra cosa que apropiárselo. Este frente del rechazo cinematográfico a la llamada “revolución conservadora” quedará como uno de los grandes triunfos de la conciencia social y humana en el cine, y como un precedente –en su momento menospreciado por los críticos situados más allá del bien y del mal- de todo un cine de denuncia que no hace más que crecer.
Por supuesto, también se puede echar mano a La Dama de Hierro, conocida sobre todo por la muy profesional interpretación de Meryl Streep, una actriz que ya había bordado varios personajes de repulsivas e inquietantes matronas thatcherianas en películas como el “remake” de El mensajero del miedo o Leones o cordero. Pero la condición es darle la vuelta, cotejar con los datos concretos lo que cuenta la película para demostrar que su realización más bien cómplice, aunque parezca que nada entre dos aguas.
Son los documentales arriba citados, y películas como las de Terry George, Loach, Mike Leigh, Stephen Frears, etc, las que nos dan la medida de "la novia de Pinochet" como la llamó Vázquez Montalbán, de una señora que mostró sus gustos cinematográficos presidiendo el estreno de una película como Moonraker (1979), una de las aventuras más repulsivas del peor James Bond, el encarnado por “El Santo” o sea por Roger Moore, un gesto que vale por mil palabras. Sobre todo si son palabras como las escritas a su mayor gloria por gente de la catadura inhumana de José Mª Aznar.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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