En el pasado el esclavo siempre supo que él y su amo no eran iguales. En el capitalismo, sin embargo, las relaciones están tan deformadas y el intercambio tan alienado que las dos clases más diferenciadas –el capital y el trabajo– parecen iguales. Por eso, Karl Marx no se quedó en el Manifiesto comunista, donde se da noticia de las dos clases, y se puso a escribir El capital, con la intención de destapar la forma de ese fetichismo. Así llegó a explicar el valor del intercambio de mercancías y la plusvalía robada a la clase trabajadora. Adam Smith y David Ricardo no fueron capaces de hacerlo. Tan abstracta era la fuerza del capital, tan escondida estaba en la economía. Marx sacó a la luz ese valor abstracto y criticó la economía: recordemos que El capital no es un libro de economía, sino la “crítica de la economía política”, como decía su subtítulo.
Para que el capital predominara fue necesario un proceso de acumulación: privatizar bienes comunes, hacer desaparecer comunales, la colonización, la esclavitud y también encerrar a las mujeres en el ámbito doméstico. Este último punto también lo denunció Marx: “¡La misma relación de la especie –la relación entre hombre y mujer, etc. – se convierte en objeto de comercio! La mujer se convierte en objeto de negocio”. Y también arremetió contra la familia patriarcal: “donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido”. De forma parecida se expresa en otros lugares. Por tanto, Silvia Federici no cuenta toda la verdad en torno al trabajo reproductivo, intentando desfigurar a Marx en sus obras. Además, a la hora de trabajar la acumulación primitiva Federici se queda a mitad de camino. Por eso mismo ella dedica tanto tiempo a describir la desaparición de los comunales. Sin embargo, la desaparición de los comunes o de los comunales solo es un modo de acumulación por desposesión. Marx sabía muy bien qué suponían la privatización y la desaparición de los comunales, porque de joven ya había escrito a favor del campesinado que recogía leña en tierras y bosques comunales, pero no se quedó en eso. Dio un paso más en la acumulación capitalista, hasta destapar el proceso del valor en el intercambio de mercancías. Así alcanzó a escribir El capital. En su ataque al capitalismo Federici y Marx desarrollan dos direcciones distintas (de esto me he ocupado con detalle en el último número de la revista Jakin). La posición de Federici todavía sigue demasiado apegada a su operaísmo u obrerismo del pasado.
Por lo demás, con los intelectuales de moda ocurre que citan a un Marx sin valor. Ahí tenemos a Slavoj Žižek, quien suele verse a sí mismo como marxista. No obstante, en sus trabajos encontramos a Hegel con frecuencia, a Lacan en la mayoría de las ocasiones y a Marx en pocas ocasiones. Un día a favor de Tsipras y otro día a favor de Trump, últimamente se ha atrevido a decir que en el partido republicano norteamericano el líder Steve Bannon era el representante de la lucha de clases. En tales declaraciones se nota una completa ausencia de materialismo. Cualquier antagonismo no es lucha de clases, pero, como ha olvidado el valor de Marx, esta charlatanería (pos)marxista ya no sabe qué es la clase trabajadora, ni tampoco la lucha de clases. Lejos quedan los días de la Comuna de París en los que Marx vio la democracia proletaria por primera vez, la revolución contemporánea de la época de El capital, hecha por mujeres y hombres, por el lumpen y el proletariado.
Ignazio Aiestaran
* Este texto es la traducción al español de un artículo publicado originalmente en euskera en el periódico Berria (https://www.berria.eus/paperekoa/1905/025/002/2018-02-25/zergatik_marx_eta_ez_federici_eta_zizek.htm) y también en el blog “Komunzki” de Argia (http://www.argia.eus/blogak/ignazio-aiestaran/2018/02/26/zergatik-marx-eta-ez-federici-eta-zizek/).
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