Sondeos pronostican que 'El Caimán' volverá a tener la llave del gobierno
Cuando los italianos despertaron, Silvio Berlusconi todavía estaba allí. Con sus trajes de doble botón y anchas solapas picudas, repartiendo sonrisas en su televisor. Ni los grandes mítines abundan ya en la política italiana, ni al magnate le hacen falta, su hábitat natural es la pequeña pantalla. Él la inventó en este país y a ella siguen enganchados sus viejos votantes. A Berlusconi tampoco se le dan bien las redes sociales y su equipo es el único que ignora de forma evidente a la prensa internacional. A sus 81 años, el ex Cavaliere tiene muy claro dónde invertir las energías que le quedan. Basta con sintonizar cualquier canal para ver una reconstruida cara conocida, que ya no juega el papel de sátiro, sino el del viejecito que presume de tener la experiencia que les falta a sus rivales sin haber perdido una pizca de carisma.
Y dónde mejor para alardear de ello que en el plató de su amigo reconocido Bruno Vespa, un periodista tan del pasado y a la vez del presente como el propio Berlusconi. En su reciente visita a su programa de la RAI, el presentador le tenía preparado el escritorio y la pluma para que reeditara la firma del contrato entre Silvio Berlusconi y los italianos que ya rubricó en el mismo lugar hace 17 años. Entonces el compromiso del empresario metido a político era rebajar los impuestos, subir las pensiones y crear un millón de puestos de trabajo. Más o menos como ahora, con el añadido actual de “la inmigración incontrolada”. Hubo tiempo para las risas, como cuando el propio Berlusconi bromeó con que actualmente tenía más pelo que antes. El show time de siempre con las recetas habituales.
Entonces, en 2001, Berlusconi era ya un animal desencadenado. Había irrumpido en política siete años antes aprovechando el escándalo de corrupción Manos Limpias que se llevó por delante a todos los partidos tradicionales. Su pretexto era salvar al país de los comunistas que amenazaban –lo llevaban haciendo infructuosamente desde la Segunda Guerra Mundial– con gobernar, aunque el verdadero objetivo era salvaguardar desde el Ejecutivo sus intereses empresariales puestos en jaque por una judicatura muy politizada. En el imaginario colectivo quedaba la imagen del excantante de cruceros convertido en propietario de un Milán de ensueño y de una gran sociedad con la que controlaba la propaganda mediática a través de la televisión. El hombre hecho a sí mismo que le traería a los italianos igual éxito, gracias a la premisa de menos Estado y más iniciativa individual.
El resultado fueron dos décadas de crecimiento raquítico y endeudamiento en años del boom económico, si miramos el apartado técnico. Mientras que atendiendo al aspecto más genuino del personaje, su efecto provocó bochorno generalizado en el exterior y el empobrecimiento cultural de un país con una tradición intelectual como pocos. El berlusconismo, a fin de cuentas. Un periodo en el que una siempre fragmentada izquierda tuvo que hacer frente común para alcanzar una especie de turnismo en el que no conseguían arrebatarle el mando al Cavaliere más que con breves gobiernos.
La pregunta de la época era: ¿cómo resiste Berlusconi? Pocos consiguieron resolverla entonces y menos lo hacen ahora tras una infinita lista de procesos judiciales. Por poner sólo algunos ejemplos –escándalos sexuales con menores al margen– su mano derecha, Marcello Dell’Utri, fue condenado por haber negociado con la mafia en el momento de la llegada al poder de Berlusconi y en 2013 fue inhabilitado de la política tras ser declarado culpable de fraude fiscal. Rey de la argucia en un país de filibusteros, no se puede presentar como candidato a las próximas elecciones, tiene sólo un 28% de aceptación y su partido será probablemente el tercero más votado, pero salvo enorme sorpresa toda opción de gobierno deberá pasar por sus manos.
El escritor Marco Belpoliti se atreve con la gran pregunta a través de una explicación antropológica. “Berlusconi sigue teniendo tirón porque se ha transformado en un abuelo, en alguien que ya no ofrece esa imagen agresiva de antes”, sostiene. Entre sus propuestas está la creación de un Ministerio de la Tercera Edad, queda claro a quiénes va dirigido su mensaje. Pero precisamente por eso, el ensayista piensa que este efecto amnésico se proyecta sobre todo en las generaciones jóvenes, “que no han sufrido la vergüenza de sus mayores, al igual que ocurre con los revisionistas del fascismo”.
Belpoliti enumera una serie de calificativos: “simpaticón, victimista, incoherente,…” y ofrece la oportunidad de agregar más al elenco. Aunque si hay uno que lo define –según él– es “transformista”. “Ahora ofrece una cara más moderada, de sintonía con Angela Merkel, pero al final promete lo mismo. Los italianos decimos que el lobo pierde el pelo, pero no el vicio”, reflexiona.
Los comunistas de antes son ahora los “populistas del Movimiento 5 Estrellas, la verdadera amenaza”, en palabras de Berlusconi. Mirando al programa, sus actuales propuestas de introducir una tasa impositiva fija del 23% para familias y empresas –es decir, bajar la presión fiscal–, elevar las pensiones mínimas a 1.000 euros o reducir el paro por debajo de la media europea no difieren de las que anunciaba hace 20 años. Después entra la realidad, porque según las proyecciones de economistas como Roberto Perotti, de la Universidad Bocconi, cumplir con estas medidas supondría un gasto de unos 300.000 millones de euros, en un país que tiene un déficit del 130%. Y si nos fijamos de nuevo en el aspecto personal, hace unos días el viejo político le dijo a una joven periodista de la BBC que no le estrechara la mano tan fuerte porque así ninguno iba a estar dispuesto a llevarla al altar.
Los gracietas son parte indivisible del personaje. Pero al Cavaliere le retiraron el título de Cavaliere, se divorció, su actual pareja ya no sale tanto en los periódicos, le recomendaron que diera un paso atrás al ser operado del corazón y para colmo vendió el Milan, su mayor pasión reconocida. Así que uno podría pensar que si sigue en política es porque es lo único que le queda. O mejor, “porque pese a su bagaje anterior es la única alternativa que le queda a un electorado de derecha clásica”, como opina Piero Ignazi, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Bolonia.
El politólogo subraya que “Berlusconi representa esa figura desde 1994, porque ningún otro ha conseguido ese grado de consenso y porque tampoco él lo ha permitido”. Innumerables han sido los delfines presentados como el relevo del centroderecha y todos han corrido la misma suerte: caer en el olvido mientras el viejo caimán permanece. Ignazi recuerda que la principal novedad es que entre la Liga Norte, sus aliados de ahora y de antes, sí que ha surgido la figura de Matteo Salvini, que amenaza con discutir el liderazgo a Berlusconi entre el electorado conservador. Los sondeos dan en torno a un 16-17% a la Forza Italia de Berlusconi y entre un 13% y un 15% a la Liga de Salvini.
Esto no sólo quiere decir que si ambos –a los que se unen también los ultraderechistas Fratelli d’Italia– están en la franja alta de sus expectativas pueden conseguir la mayoría para formar gobierno, sino que el renovado discurso xenófobo de la Liga puede terminar por fagocitar el mensaje más clásico de Forza Italia. Ya se ha visto en esta campaña, cuando Berlusconi se vio obligado a subirse al carro antiinmigración impulsado por Salvini, para después volver a su habitual mensaje centrado en el mercado laboral y los impuestos.
Así, parece complicado que el ex Cavaliere pueda utilizar a la Liga como cuando en sus primeros gabinetes se sirvió de ellos para formar gobierno y posteriormente los dejó caer al comprobar que se convertían en un problema. “Salvini tiene unas aspiraciones de gobierno que no tenían sus predecesores, mientras que Berlusconi sigue siendo influyente, pero hay que relativizar su importancia y su vigor, que no son los de hace dos décadas”, señala Vera Caperucci, experta en Ciencia Política de la Universidad Luiss.
“El motivo por el que Berlusconi sigue siendo una pieza importante es porque no hay ninguna otra persona que pueda unir a la derecha, ya que ésta sólo puede gobernar si va a las urnas unida”, opina la profesora. Así que en caso de mayoría de la coalición derechista y de que Forza Italia obtenga más diputados que sus aliados –como se espera– será éste el encargado de nombrar a un primer ministro cuyo nombre aún se desconoce. Mientras que si a la derecha no le llegan los números, al viejo tahúr todavía le quedará la carta de la gran coalición con el socialdemócrata Partido Democrático (PD).
Tanto él como el líder del PD, Matteo Renzi, descartan esta posibilidad. Pero si hay un país en el que la política es el arte de lo posible ese es Italia. El amor entre Renzi y Berlusconi, quien veía en en el impulso del primero una especie de álter ego a su izquierda, se gestó con un pacto por el que el líder conservador le dio su apoyo al joven ex primer ministro para sacar adelante su proyecto de reforma constitucional. Pero fue tan frugal que terminó unos pocos días después, cuando Renzi nominó como presidente de la República a Sergio Mattarella, a espaldas del breve aliado.
De aquello han pasado tres años y por un momento los italianos pensaron entonces que Silvio Berlusconi había muerto políticamente. Pero el error de cálculo de Renzi para llegar a un electorado que le pertenecía a su enemigo y su posterior descalabro en forma de referéndum constitucional fallido terminaron por resucitarlo una vez más. La derecha celebró el ‘no’ en el plebiscito, consolidó su poder en el norte, conquistó tradicionales bastiones de la izquierda como Génova o Verona y se impuso en las últimas elecciones regionales en Sicilia. Desde entonces Berlusconi ha recuperado la sonrisa. Esa que siempre aparece en televisión desde hace más de 20 años.
Ismael Monzón
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