jueves, febrero 07, 2019

Elementos para comprender el Brasil de Bolsonaro

Entrevista a la economista marxista Mylene Gaulard

El 28 de octubre pasado tuvo lugar el desastre anunciado: en las octavas elecciones desde el final de la dictadura (1985) el excapitán Jair Bolsonaro ganaba las elecciones presidenciales y con ello el ejecutivo del más grande país latinoamericano y séptima potencia mundial (con 209 millones de habitantes). Reunía así más del 55 % de los votos (58 millones de votos válidos), esto es, casi 10 millones más que en la primera vuelta, como corolario de una campaña centrada en un discurso abiertamente fascista en el que destacaron las provocaciones racistas, misóginas y homófobas .
Su “argumento de venta” fue su hostilidad hacia el partido de los trabajadores (PT) de centro izquierda que se mantuvo en el poder entre 2002 y 2016, al tiempo que calificaba de “terroristas” a los militantes de los movimientos populares, especialmente a los sin tierra, sin techo y a los sindicalistas. Partidario de liberalizar la tenencia de armas, de la militarización de las favelas, admirador de Trump y de Pinochet, se fabricó una imagen de candidato antisistema y anticorrupción aunque es parlamentario desde hace tres décadas… Su campaña financiada sin control alguno por grandes grupos capitalistas también fue la de las “fake news” y de un uso masivo de las redes sociales contra su adversario del PT, Fernando Haddad.
Los nombres de los miembros del gobierno que asumió sus funciones el 1° de enero del 2019 confirman una combinación de neoliberalismo y autoritarismo represivo. Sin duda este giro es producto de una grave crisis democrática y de un uso político del aparato judicial por parte de un sector de la casta política que encabezó un “golpe de Estado parlamentario” contra Dilma Roussef (destituida en 2016) y después el encarcelamiento de Lula Da Silva por corrupción, sin pruebas concretas hasta hoy, cuando seguía siendo favorito en las encuestas. Pero las raíces del mal son mucho más profundas: se relacionan con un modelo económico extractivista y brutalmente desigualitario, con un país atravesado por la violencia y las herencias de la dictadura, y también con el desencanto cada vez mayor ante el balance de 13 años de gobiernos social-liberales del PT.
Para hablar sobre ello, hemos entrevistado a la economista marxista Mylene Gaulard, profesora e investigadora de la Universidad de Grenoble-Alpes y que desde hace ya muchos años trabaja sobre los modelos de desarrollo de China y de Brasil (1).
Contretemps: ¿Puedes hablarnos en primer lugar sobre la situación económica y social en vísperas de la elección de Bolsonaro, la profunda crisis que atraviesa el país y el modelo de acumulación dependiente de este gigante de América Latina? Además, en tu opinión, ¿cómo explica esta situación económica y social, terriblemente desigualitaria, el crecimiento del bolsonarismo?
La elección de Bolsonaro es consecuencia directa de la crisis económica a la que se enfrenta Brasil desde hace varios años. A partir de una desaceleración iniciada en 2012 la economía brasileña se enfrentó incluso a una recesión en 2015 y 2016, con una reducción del PBI de cerca del 7 % en esos dos años, la crisis más grave sufrida por el país desde la década de 1980. Las condiciones de vida de la mayor parte de los habitantes del Brasil continúan degradándose, con una tasa de desempleo que pasó del 6,5 % al 13 % de la población activa entre 2011 y 2018. El trabajo informal, no declarado oficialmente y por lo tanto no cubierto por la seguridad social, ha seguido aumentando hasta alcanzar a la mitad de la población, y los programas de austeridad establecidos desde 2015 ya bajo la segunda presidencia de Dilma Rousseff agravan aún más la situación. Desde 2016 incluso figura en la Constitución que los gastos públicos permanecerán congelados durante los próximos veinte años, lo que puede afectar a las categorías más pobres de la población.
No se debe olvidar que aun siendo Brasil uno de los países más desigualitarios del mundo, las desigualdades de los ingresos no habían dejado de bajar desde finales de la década de 1990 debido tanto a las políticas sociales incorporadas por Lula (como la Bolsa Familia o el hecho de que el salario mínimo se cuadruplicara a lo largo de toda la década de 2000) como gracias a haber dominado la inflación que hasta mediados de la década de 1990 castigaba a las capas más modestas de la población. Pero fue sobre todo la reprimerización de la economía brasileña lo que permitió contratar cada vez más trabajadores no calificados y disminuir las desigualdades regionales. La caída del precio de las materias primas a partir de 2012 quebró finalmente la dulce ilusión de un crecimiento que redundaría también en beneficio de los más pobres. Estos últimos son los más afectados por la crisis. Frente a esta situación una parte de los brasileños ha manifestado, a través de su voto a Bolsonaro, su hostilidad hacia las políticas que los ha llevado hasta ahí. La revelación de muchos casos de corrupción desde hace diez años tiende a aumentar aún más este rechazo de una élite política que no ha sido capaz de percibir los peligros de su política económica que ha llevado sobre todo a una notable desindustrialización del país.
Contretemps: El ascenso de esta extrema derecha fascistoide se basa en los sectores más reaccionarios de la sociedad brasileña (los famosos “3B”) y sobre todo en las Iglesias evangélicas. Puedes decirnos algo más sobre esta articulación entre la extrema derecha y esas Iglesias, y su papel en el marco de una parte de las clases populares.
En efecto, hace tres años el PT usó ese mote de las tres B (“Boeuf, Bible, Balle” [carne de vaca, Biblia y balas, en francés]) para designar a un grupo conservador en su apogeo en la Cámara de Diputados. Los evangélicos, que contaban con un 13 % de los electos, los partidarios de la libertad de llevar armas y los representantes de los agronegocios y de los grandes terratenientes nunca habían tenido tanto peso en dicha cámara. Son sobre todo ellos quienes están tras el proceso de destitución de Dilma Rousseff en el verano de 2016. El voto a favor de la reducción de la mayoría penal de 18 a 16 años en 2015 o la reforma del código laboral en 2017 a favor de una mayor flexibilidad tampoco se hubieran aprobado sin la presencia de este grupo que, aunque informalmente, constituye más de la mitad de la cámara baja.
Respecto al problema más específico de los evangélicos, uno de cuyos grandes representantes del “frente evangélico” es Eduardo Cunha, el diputado que inició el proceso de destitución de Rousseff antes de haber sido él mismo denunciado por un delito de corrupción, es evidente que toda esta comunidad fue un apoyo indudable para Bolsonaro que esperaba reunir el 80 % de sus votos. Casi un tercio de la población brasileña es actualmente protestante (frente a menos del 5 % en 1950) y las iglesias evangélicas, que saben utilizar especialmente bien los medios de comunicación como la radio y la televisión para reclutar cada vez más fieles, están en pleno auge y reclutan tanto entre las clases populares como en las clases dominantes (2). La posibilidad de encontrar refugio en una iglesia específica que provee ayuda, consejos y un sentimiento de comunidad se adapta muy bien a la modernidad neoliberal. Y mucho más en las iglesias neopentecostales que han adoptado la “teología de la prosperidad” que legitima la posesión de riquezas y promueve cierto consumo ostentoso, algo que atrae especialmente a las categorías más acomodadas de la población.
Con la crisis económica la necesidad espiritual pero también material de formar parte de una comunidad en ciudades que se enfrentan a un grado de violencia inimaginable en Europa también explica que esas iglesias también hayan podido seducir tanto a las clases populares. Una parte de estas últimas se caracteriza cada vez más por su conservadurismo y una crispación ante ciertos valores morales, como la oposición a la homosexualidad, el aborto o la práctica de ritos africanos entre una minoría de la población, que la distinguen de un “evangelismo progresista” como el que predica Marina Silva. Por lo tanto, el voto a Bolsonaro se puede analizar tanto como un voto de rechazo de las élites tradicionales, a las que se considera totalmente corruptas, como un voto de adhesión a estos valores conservadores que da la impresión a un proletariado urbano, extraviado ideológicamente, de reencontrar una forma de anclaje en el capitalismo actual.
Contretemps: ¿Cómo ha contribuido a abrir el campo político a Bolsonaro el balance del PT en el poder (2003-2016), su adaptación al sistema institucional, sus opciones estratégicas, sus alianzas con una parte de la clase dominante o incluso su rechazo de movilizarse masivamente contra la detención de Lula? Al mismo tiempo se ve que Lula sigue siendo sumamente popular y que el partido resiste en varios estados, especialmente en el noreste.
Aunque se presentaba a Lula como el candidato de la izquierda “radical” y ello hasta el punto de hacer que el primer año de su presidencia, en 2003, cayera el flujo de las inversiones directas extranjeras directas, los intereses de las clases dirigentes no se vieron en absoluto contrariados en los trece años en los que el PT gobernó el país. Todo lo contrario. Las tasas de interés se mantuvieron a niveles extraordinarios, lo que convirtió a Brasil en uno de los países más atractivos para los especuladores. Por otra parte, aunque se apoyó en el Movimiento de los Sin Tierra en su carrera a la presidencia, tanto Lula como Dilma Rousseff más tarde, no dudaron en nombrar a representantes del agronegocio y de los grandes terratenientes en los Ministerios de Agricultura y de Desarrollo Agrario/Agricultura Familiar (este último vio incluso como sus competencias se transferían al Ministerio de Desarrollo Social en 2016…).
Si bien se preservaron los intereses de las categorías más privilegiadas de la población, se pisotearon particularmente los de las personas más pobres. Debido al peso de los impuestos indirectos y de una carga fiscal en constante aumento desde la década de 1980, el 10 % de las personas más pobres sigue pagando más impuestos en proporción a sus ingresos que el 10 % de los más ricos. Ante un déficit público del 10,2 % del PBI en 2015 Dilma Rousseff también aplicó directamente el programa de austeridad que, sin embargo, había propuesto su principal adversario en las presidenciales del año anterior, con uno descenso drástico de los gastos sociales.
Lo que se recuerda generalmente del balance del PT es sobre todo esta reducción de las desigualdades que mencionaba antes. Sin embargo, se explica más por la reprimarización de la economía brasileña, en un contexto de aumento artificial de las cotizaciones a escala mundial, que por los programas sociales como la Bolsa Familia cuyo impacto fue más mediático que social o económico (solo un 0,45 % del PBI se dedicaba a este programa destinado a proporcionar unos ingresos mínimos al 25 % de las personas más pobres) (3). Es cierto que Lula y el PT obtuvieron el apoyo de regiones como el Nordeste donde había disminuido la tasa de pobreza durante el decenio 2000, con una disminución constante de las desigualdades regionales durante toda la década, pero se trataba de una evolución puramente coyuntural, provocada por la necesidad cada vez mayor de mano de obra no calificada y de materias primas que tenían entonces de las empresas. Las clases populares urbanas son actualmente mucho menos entusiastas respecto al balance del PT.
Contretemps: Ahora se conocen las figuras centrales que integran el gobierno y sobre todo a la cabeza de un superministerio de Economía, el ultraliberal Paulo Guedes. ¿Cómo analizas las declaraciones de este “Chicago Boy” y su programa de “choque neoliberal”? ¿Podría decirse que Bolsonaro es el candidato del capital financiero e industrial o un “candidato por defecto” frente al desmoronamiento de la derecha tradicional?
Paulo Guedes es, efectivamente, un economista brasileño doctorado en la Universidad de Chicago, muy conocida desde hace décadas por haber suministrado muchos teóricos y políticos hiperliberales, a quienes además se llamó en Chile los “Chicago Boys” durante el acercamiento de estos economistas al régimen de Pinochet en la década de 1970. Como futuro ministro de Economía su programa es bastante claro: consiste en reducir los gastos sociales, hacer pasar a Brasil a un sistema de jubilaciones por capitalización y relanzar un programa de privatizaciones de las últimas grandes empresas públicas. Este último tema lo distancia de Bolsonaro, que en 1999 lamentaba que la dictadura militar no hubiera fusilado al presidente de entonces, Cardoso, al que condenaba entonces por las privatizaciones de la década de 1990. Durante toda su campaña Bolsonaro no dejó de prometer que no se privatizarían las grandes empresas como Petrobras y Electrobras, lo que lo sitúa en oposición total a su futuro ministro.
Por consiguiente, es cierto que el programa económico de Bolsonaro permite todo tipo de dudas. Desde hace treinta años este excapitán predica un regreso al desarrollismo adoptado por los militares durante el “Milagro económico” brasileño (1967-1973) Critica la desindustrialización y los intereses de los grandes grupos financieros que se beneficiaron generosamente desde la década de 1990 de las tasas de interés brasileñas que eran de las más altas del mundo. Así que no se puede decir que sea el candidato natural del capital financiero, aunque la subida que se verificó en la Bolsa de San Pablo al día siguiente de su elección sea muestra de un gran optimismo por parte de las finanzas. Puede que se convierta en ese candidato natural bajo la influencia de Guedes, pero esto lo obligará a renegar de sus promesas electorales, lo que podría hacerle perder el apoyo de una gran parte de la población, sobre todo de los evangélicos que más allá de sus valores conservadores en el plano moral son más bien partidarios de una intervención más fuerte del Estado en materia socioeconómica. Bolsonaro repite regularmente que no entiende nada de economía: ¿es eso el indicio de que ya está dispuesto a seguir esta vía hiperliberal, a escuchar los consejos de sus asesores más cercanos?
De hecho, no se puede dejar de constatar que junto al nombramiento de Paulo Guedes como superministro de Economía encargado del comercio exterior, la industria y las finanzas públicas en unos meses también llegará al ministerio de Agricultura una representante de la agroindustria, Tereza Cristina. Aunque Bolsonaro criticaba hasta ahora la desindustrialización del Brasil, esta elección refleja claramente una cierta marcha atrás frente a un proyecto desarrollista a favor de la reindustrialización. Así pues, su conservadurismo en cuestiones de costumbres, ya se trate de sus declaraciones contra los negros, los homosexuales o las mujeres, bien podría acompañarse de un ultraliberalismo en materia económica. Sin embargo, no fue en base a ese programa como sedujo a una parte de la población.
Contretemps: También trabajas desde hace tiempo sobre China y el Imperio del Medio constituye el primer socio comercial del Brasil. ¿Es probable que Bolsonaro siga el camino parcialmente proteccionista y hostil de Trump hacia China en Estados Unidos? Trump estaba, además, entusiasmado con la elección del candidato de la extrema derecha brasileña.
Luego de muchos años Bolsonaro hace unas declaraciones muy agresivas respecto a China. Acusa a los gobiernos precedentes de haber llevado a los brasileños a la situación de ser “inquilinos de los chinos”. Su gran fórmula es que “China no está comprando en Brasil, sino que compra Brasil”. En efecto, en 2009 la gran potencia asiática se convirtió en el primer socio comercial del país al que le compra gran parte de su soja y de su mineral de hierro. También se han multiplicado las inversiones chinas en minería, agricultura, telecomunicaciones y el sector del automóvil hasta convertir a China en el país que más invierte en Brasil, muy por delante de EEUU y Canadá. Sólo con la crisis económica Brasil restableció (en 2016) un pequeño superávit comercial con este país, que contribuyó significativamente a quebrar el déficit de diez años. Sin embargo, durante el verano pasado Bolsonaro comenzó a suavizar sus palabras insistiendo en que era muy importante conservar “un socio comercial tan excepcional”. Efectivamente, el 26 % de las exportaciones brasileñas del primer trimestre del 2018 se destinó a China...
Pero es comprensible la hostilidad de muchos brasileños, y no solo de Bolsonaro, cuando se comprueba que Brasil se ha instalado en una división del trabajo con su primer socio comercial que le es muy desfavorable, lo que explica en parte la reprimarización de la economía y su “desindustrialización precoz”. En efecto, más del 80 % de las exportaciones brasileñas a China consisten en materias primas, productos agrícolas y mineros, cuyos precios cayeron fuertemente en 2012, mientras que el 95 % de las exportaciones chinas a Brasil están conformadas por productos manufacturados. De modo que las consecuencias de este intercambio son mucho más deplorables que lo denunciado por Trump en EEUU cuando este último ataca al comercio transpacífico.
Contretemps: Brasil está conformado por grandes movimientos populares y una tradición de importantes luchas sindicales; además, a su escala (todavía modesta) el PSOL (4) ha logrado consolidar últimamente su base política y electoral. ¿Cómo ves la reorganización de las resistencias sociales y políticas en los próximos meses ante una amenaza autoritaria e incluso fascista?
Los movimientos sociales se radicalizaron particularmente a partir de la década de 2000 seguramente debido a que muchas capas sociales se sentían traicionadas por el PT en el poder. La huelga de camioneros que protestaban contra la subida del precio de los combustibles paralizó literalmente al país durante quince días el verano pasado, con el apoyo de la mayoría de los brasileños. De forma similar a lo que ocurre con el movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia, se acusó a esta huelga de haber sido infiltrada por la extrema derecha solo porque no estaba controlada por los partidos y las organizaciones tradicionales. La utilización de las nuevas tecnologías, de las redes sociales y la mensajería instantánea como whatsapp permitió lanzar un movimiento considerablemente amplio que seguramente volverá a producirse. Desde 2013 el papel de las redes sociales es una constante en los grandes movimientos. Habrá que ver ahora si esta nueva forma de movilización y de protesta, más espontáneas que los viejos movimientos sociales bajo la autoridad de los sindicatos y de los partidos políticos, podrá defender mejor los intereses de los brasileños...
Por su parte, el partido surgido en parte del ala izquierda del PT en 2004, el PSOL, está reuniendo sus fuerzas para hacer frente a los próximos ataques a los trabajadores, pero la pérdida de confianza de la población en los partidos políticos me genera cierto escepticismo respecto su capacidad de juntarse a corto plazo. Es cierto que la CUT y muchas otras centrales sindicales lograron movilizar en una huelga general a 40 millones de brasileños el 28 de abril de 2017, todo un récord desde hace por lo menos 20 años, pero teniendo en cuenta la magnitud de las reformas producidas el año último en el mercado laboral, el resultado fue menos importante de lo previsto. El 30 de junio de 2017 fracasó la misma convocatoria de huelga general… Pero nada impide que, alejadas del poder, todas esas organizaciones terminen por recuperar cierta legitimidad para oponerse frontalmente al nuevo gobierno en los próximos meses o incluso años.

Franck Gaudichaud
Contretemps
Traducido del francés por Susana Merino
Entrevista realizada por Franck Gaudichaud.
La revista L’Anticapitaliste publicó una versión corta de esta entrevista .

Notas:

1) Le debemos sobre todo Karl Marx à Pekin. Les racines de la crise en Chine Capitaliste, París, Demopolis, 2014 y Économie du Brésil, París, Bréal, 2011, reedición en 2019.
2) Sobre este tema, cf. Lamia Oualalou, Jésus t’aime! La déferlante évangelique, París, Cerf, 2018.
3) Sobre este tema remito a mi obra Économie du Brésil que aparecerá en una segunda edición actualizada en enero de 2019 (París, Breal).
4) Partido Socialismo y Libertad (en portugués Partido Socialismo e Liberdade).

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