
Los hombres y mujeres de las Brigadas Internacionales llegaron enamorados de un pueblo que, como Rosario la Dinamitera que hoy nos acompaña, se alzaba sobre su humillación secular, derrotado en las mil batallas que emprendió para emanciparse. Seducidxs por la hazaña de quienes aprendían a leer y escribir en las trincheras, aprehendiendo su lugar colectivo en el mundo, reencontrándose con luchas anteriores y apropiándose de su lugar en la historia
Hablo en nombre de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas (AIA), creada en julio de 2002 ante el silencio cómplice de la inmensa mayoría de quienes callaban antela barbarie imperialista desencadenada tras el 11 de septiembre de 2001. Esta organización, ante la identificación por parte de los gobiernos de las grandes potencias de la lucha antiterrorista como mecanismo de confusión de masas y como coartada para llevar a cabo invasiones, expolios, represión y criminalización de las resistencias populares, asumía como tarea prioritaria la denuncia del terrorismo de Estado. La AIA en su Manifiesto fundacional tomaba como referentes históricos, el “J´accuse!” de Émile Zola para identificar como legitimación esencial del intelectual su refutación del discurso dominante y la defensa de la justicia frente a los abusos del poder, y el ejemplo de compromiso y de lucha de la Alianza de Intelectuales Antifascistas.
Pablo de la Torriente Brau, comunista cubano, exiliado dos veces en EE.UU. por su lucha, primero contra la dictadura de Machado y después contra la recién estrenada dictadura de Batista, es una de las mejores síntesis de la decisión de miles de hombres y mujeres que sintieron lo mismo que él expresó: “He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la revolución española... donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos... La idea hizo explosión en mi cerebro y desde entonces está incendiado el gran bosque de mi imaginación”.
Eran momentos en los que como escribió Ernesto “Che” Guevara: “Los hombres que luchan por salir el reino de la necesidad y entrar al de la libertad, esa inmensa muchedumbre, se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo; ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas en el espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo que permita apoyo frente al futuro incierto...”
Esas personas, hombres y mujeres, realizaron con su vida lo que el Che, manifestando el pudor de quien está tocando el fondo sensible de las razones últimas del ser consciente, escribió: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor... Todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente, se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.”
Esos hombres y mujeres llegaron desde muy lejos, vinieron desde mil experiencias de lucha en sus países, respondiendo a lo que tras el ¡No pasarán! del pueblo de Madrid del 7 de noviembre de 1936, expresaba el primer llamamiento de la sección española de la Alianza de Intelectuales Antifascistas del 19 de noviembre: “Nuestras palabras no respiran otra atmósfera que la de nuestro pueblo y, como éste, no hacemos otra cosa que dirigirnos a la conciencia, a lo más profundo de vuestra conciencia, hombres honrados del mundo, para que vuestra airada protesta palpite en vuestro corazón con la misma fuerza que en el nuestro”.
Los hombres y mujeres de las Brigadas Internacionales llegaron enamoradxs de un pueblo que, como Rosario la Dinamitera que hoy nos acompaña, se alzaba sobre su humillación secular, derrotado en las mil batallas que emprendió para emanciparse. Seducidxs por la hazaña de quienes aprendían a leer y escribir en las trincheras, aprehendiendo su lugar colectivo en el mundo, reencontrándose con luchas anteriores y apropiándose de su lugar en la historia.
Lxs intelectuales, fundiéndose con la lucha popular, encontraron sentido a su trabajo en el llamamiento urgente a echar raíces, a expresar en la poesía, en el teatro, en el cine, en el cartelismo, en la pintura, el sentido primario de la labor artística, la expresión del gigantesco esfuerzo emancipatorio de todo un pueblo.
María Teresa León, miembro destacadísimo de la AIA, al hablar de su trabajo en las “Guerrillas de teatro del Ejército del Centro”, decía: “puede que algún día nadie recuerde su nombre [el de las Guerrillas], reducido a dos líneas en los manuales de historia, su heroísmo de aleluya, pequeño y audaz. Mujeres fuertes desarmaban a los hombres cobardes. Tenía todo algo de carnaval, de día de toros y de entierro. El hombre malo y el hombre bueno; el valiente y el temeroso. Madrid sacaba su capa de grana, la que le conoció Napoleón, y parecía decirle al tiroteo: embiste. La aleluya madrileña era manola y varonil, arrogante y cortés. Yo la he visto dirigirse a una fiesta imaginaria, a unos fuegos artificiales. Sacaba el pie y bailaba. Tenía teatros, cafés, bares con agua de Lozoya, y un rumor de mercado por las calles donde casi nada había que vender, y desfiles reclamando cosas mal definidas que hacían llorar... En ese ambiente hicimos nuestro ensayo de teatro para las masas".
Para desmentir la historia profanada y narcotizada que se construye desde de las clases dominantes, es preciso decir, que el tesoro del ejemplo de la generación de hombres y mujeres que combatieron en la guerra civil y de lxs doscientxs mil que fueron asesinadxs en todos y cada uno de los pueblos de España tras la entrada de los fascistas, no fue aniquilado. Muy al contrario, germinó en un potente movimiento de resistencia obrera y popular frente a la dictadura más genocida que conoció Europa tras la II Guerra Mundial.
Hay que decir, pese a quien pese, y sobre todo a las organizaciones de la izquierda que fueron cómplices de lo que sucedió en la Transición, que fue su entrega de la identidad popular y de clase, la responsable principal de la quiebra del poderoso proyecto histórico emancipatorio que se levantó frente al terror fascista, y que fue su venta, la determinante de la actual destrucción de las organizaciones políticas y sindicales construidas entonces.
En nombre de las Rosarios, los Pablos, los Migueles, las Mª Teresas y de tantos miles de hombres y mujeres anónimos que entregaron su vida y su juventud por el derecho de los pueblos a su soberanía, afirmamos que las razones de su lucha, hoy más que nunca actualizadas en el imperialismo más feroz y en la opresión económica y cultural más bárbara de trabajador@ inmigrantes, jóvenes, y de los pueblos del mundo que se atreven a resistir, continúan vigentes.
Además entendemos que, en el Estado español, la reconstrucción del proyecto histórico emancipatorio de sus pueblos, para el que la actualización de su memoria y de su ejemplo es imprescindible, exige la confrontación con el orden político instaurado por la Transición y la reivindicación de una III Republica que exprese la soberanía popular y el derecho de autodeterminación de los pueblos.
Ángeles Maestro - La Haine
Madrid, 14 de octubre de 2006
Corriente Roja
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