domingo, agosto 09, 2009

Hiroshima y Nagasaki: arriba, abajo


Orwell definió la II Guerra Mundial como el enfrentamiento de lo malo y lo peor. Si Alemania hubiera tirado dos bombas atómicas sobre dos ciudades indefensas, el gesto habría sido considerado como coherente con su actuación contra los hebreos y otras minorías…
Pero como los Estados Unidos son una democracia, las democracias ya se saben, son democráticas aunque machaquen lejanos países. Además, aquello sucedió cuando todo el mundo estaba focalizado en acabar cuanto antes la guerra, y todo valía contra los malos. Que los eran, pero no los eran los pueblos, al menos no más malos que los demás. La gran mayoría de los japoneses no tenían nada que ver con las actuaciones de sus divinos monarcas y de su brutal ejército…
Cada agosto se publican aquí y allá algunas informaciones sobre lo que pasó en Nagasaki e Hiroshima, y este año seguramente se han publicado algunas más. También se habla en los diarios de gran tirada, donde no faltan quienes lo justifican todo: había que acabar la guerra, o había que empezar la siguiente. En este sentido recuerdo un lejano artículo de Marío Vargas Llosa plenamente justificativo: peor hubiera sido de no haberlas tirado. Pero como Vargas Llosa es un buen escritor, parece que está feo señalarlo. No recuerdo que nadie lo hiciera por entonces.
También el cine, o sea Hollywood principalmente, ha dicho la suya. Las cámaras estuvieron allí, y además en primera fila. No en vano Norteamérica era el país del cine por excelencia, y además, las relaciones con el poder se habían estrechado. Otro además: sabían que aquello era historia. Y para colmo creían que iban a filmar len directo la bomba que iba a acabar con todas las bombas, claro que también dijeron que la I Guerra Mundial era una guerra que iba a acabar con todas la guerras y solamente fue el ensayo de la II Guerra Mundial.
Salvo contadas excepciones –que las hubo-, Hollywood estaba acostumbrado filmar películas de guerra con final feliz. Y en aquel momento único, desde una altura prudencial, las cámaras de un avión lo registraron todo. Todo desde lo alto, claro. Eran las ocho y cuando aquel avión de nombre inocente, el Little boy, lanzó sobre Nagasaki aquella bomba tan letal que se transmutaba en un enorme hongo. Lo filmaron en blanco y negro; pero tres días más tarde, cuando lo de Nagasaki, ya contaban con negativo en color. Lo importante era conseguir imágenes más realistas.
Desde ras de tierra, los japoneses que tardaron unos cantos días en reponerse de la primera impresión (aunque los testigos no se han repuesto todavía) hicieron también sus filmaciones del horror, de un interminable horror. El enfoque era, claro está, bastante diferente, entre otras cosas porque ni tan siquiera les dejaron terminarla libremente. Apenas sí habían revelado las películas cuando llegaron los salvadores made in USA y se hicieron dueños de todo el material. Al fin y al cabo la bomba era suya. Tanto el que se rodó por arriba como el que se filmó desde abajo, pasó a ser material Top Secret, Y así permanecieron al menos durante 20 años. Durante ese tiempo, Hollywood rodó numerosas comedias sobre la ocupación feliz con algún que otro problema de “comprensión”, algunas tan famosas y tan simpáticas como La casa de te de la luna de agosto (1956) o Sayonara (1957), aunque en el capítulo del cine bélico, todavía se hablaba de los “diablos amarillos”.
Pero sí ya costó lo suyo contar con una información rigurosa cobre el “Holocausto” (y está costando lo indecible reconstruir el “gran terror” franquista), aquel asunto de Nagasaki e Hiroshima, se ha ido sabiendo con cuentagotas. No hay muchos libros, ni tampoco muchas películas. Hollywood lo trató pronto, pero de una manera tangencial.
Las primeras imágenes en una película comercial nos llegan ya en 1945, con el envoltorio de una película de “hazañas bélicas” más, The Fist Yank into Tokio, una producción RKO-Radio dirigida por el eficiente Gordon Douglas. Como “tema” colateral o episódico lo será en unas cantas películas más, sobre todo en algunas combinan las historias de espionaje con las convenciones de “thriller”, y aquí podemos señalar títulos tan notables como La casa de la calle 92 (1945, Henry Hathaway), y Cloack and Dagger (1946), una obra del gran Fritz Lang con Gay Cooper de neto corte antifascista en la que Gary Cooper rescata a un investigador nuclear secuestrado por los nazis. La película advierte contra la utilización de este tipo de armamento.
No será hasta 1947 que Hollywood produzca una exaltación del proceso de creación de la bomba atómica como una contribución a la paz. Se trata de The Begining or the End, vista aquí en la pequeña pantalla como ¿Principio o fin?. Fue con mucho la peor película de Norman Taurog, cuyo nombre va ligado a las dos aventuras del padre Flanagan (Spencer Tracy) en Forja de hombres (1938), y La ciudad de los muchachos (19419, paradigma del compromiso clerical con la juventud descarriada. The Begining…pretende recrear “objetivamente” (como sí se tratara de un documental) el proceso de creación de la bomba en unos laboratorios donde todo el mundo es bueno, y por supuesto, sirven a un gobierno bienintencionado. Vista desde la óptica de lo que realmente sucedió, se podría hablar largamente sobre aquello de la “banalidad del mal”, en el fondo se trataba –como para Eichmann- de cumplir órdenes y de hacer la faena bien hecha. La MGM no escatimó medios, y en el reparto se distingue un puñado de actores tan notables como Brian Donlevy, Robert Walker (el psicópata de Extraños en un tren), Audrey Totter…El “tema” daría lugar a más de dos centenares de títulos, aunque muy poco entre ellos resultan conocidos.
Por sí no estaba claro que lo de la bomba fue una gran cosa la Metro Goldwyn Mayer produjo en 1953 una apología mucho más explícita y contundente, Above and Beyond que tampoco fue estrenada aquí en su momento aunque sí lo sería años más tarde igualmente a través de la televisión como El gran secreto…Esta película cuyo guión de Melvyn Frank, Norman Panamá y Beirne Lay fue nominado al Oscar, contaba los esfuerzos en el entrenamiento del coronel Paul Tibbertts (Robert Taylor, uno de los “chivatos” vocacionales durante la “caza de brujas”), el hombre que lanzó la primera bomba atómica cobre Nagasaki, y como supera sus irrisorios problemas de conciencia entre otras cosas, gracias a la ayuda de sus superiores y de su abnegada esposa (Eleanor Parker). Ha pasado el tiempo y el “Enola Gay” (nombre del avión que arrojó la bomba y de la madre de su piloto) todavía espera que Hollywood haga una película que deje de evocarnos el heroísmo de Truman, de sus políticos responsables directos, y de los militares responsables del lanzamiento. Todos siguen fuera de toda sospecha...
Durante todo ese tiempo, algunos cineastas japoneses no olvidaron. Lo demostraron películas como El canto eterno de Nagasaki o Hiroshima, películas ignotas que nunca nos llegaron. Por mi parte, tengo un vago recuerdo de alguna de ellas, pero sin duda pasaron raudas por las pantallas y se perdieron. Hay una excepción: Hiroshima mon amour (Francia, 1959), obra célebre de Alain Resnais en su vertiente más comprometida pero también vanguardista al tratar un “tiempo mental” en el que se encuentran dos amantes, él (Eiji Okada), es un japonés que no ha conocido la experiencia de Hiroshima pero que es plenamente consciente de la secuela moral devastadora dejada por la bomba.
Había una “pax americana”, además el cine es un medio primordialmente de distracción y las guerras valen si acaban bien; y esta no acabó nada bien. Esto explica que el hongo atómico fuese utilizado para toda una serie de “tebeos” cinematográficos, algunos especialmente cutres. Nos estamos refiriendo a los desopilantes monstruos creados por la entonces pobretona cinematografía nipona que sacó partido del “gran terror” para resucitar a una serie de monstruos prehistóricos, obviamente encolerizados por que las pruebas nucleares los han despertado de un sueño de millones de años, y se levantan tan desorientados que lo pagan con los pobres japoneses. De todo es sabido que el más famoso de dichos monstruos fue Godzilla…
Tampoco se trata de bromear sin más, sobre todo de los efectos especiales. No hace mucho que pude revisar Godzilla contra los monstruos (Japón, 1964), obra de su director más competente, Inoshiro Honda, y aquí hay más tela para cortar que la parece a primera vista. Godzilla se enfrenta a un dios de una isla del Pacífico, y bien mirado hay toda una poética detrás de la ingenuidad del guión, todo un trasfondo que muestra el horror del desastre nuclear. Luego llegaron otros parientes como Gamera, Gigan, Megalon Magagodzilla, etc. Los originales tienen cierto encanto, pero luego lo quisieron hacer mejor y no fue así. Desde luego, hasta el más torpe es mejor que el Godzilla (USA, 1998, Roland Emmerich) de Hollywood, una cretinada volcada exclusivamente en lo espectacular.
En los años cincuenta, los Estados Unidos también sacaron partido a una serie de variaciones sobre un fondo radioactivo, incluso realizó un título memorable que ensañaba que el orden existen estaba loco para jugar con el átomo. Estamos hablando claro está de Ultimátum a la Tierra (1951), la de Robert Wise con Michael Rennie y Patricia Neal, quizás ingenua pero muy efectiva y lúcida, e infinitamente superior a su reciente remake”. Mientras que Godzilla se enfrentó hasta con King Kong, Hollywood demostró su dominio del género fantástico en una serie de títulos de serie B, parte de los cuales son citados justamente como “clásicos”. Las radiaciones operaron trastornos fantásticos en los animales como las hormigas (La humanidad en peligro, Therm!, 1954, Gordon Douglas), tarántulas (Tarántula, 1995, Jack Arnold), o escorpiones (The Black Scorpion, 1957, Edward Ludwig), en la que trabajó el creador de Kong Kong, Willis O´Brien…Pero sin duda, la metáfora más escalofriante es la que se nos cuenta en El increíble hombre menguante (1958), la obra maestra de Jack Arnold, y una de las cumbres del “fantástico”, una auténtica pesadilla cuyo final místico no acaba de cuadrar. Por la vía del “terror” más tarde llegarían los “muertos vivientes” de George A. Romero.
Cierto es Hollywood se mostró más valiente a la hora de señalar la gravedad de la amenaza nuclear, llegando desde este ángulo mucho más allá que sus malditos políticos. En este cuadro hay que anotar una película que como tal resulta bastante aburrida, pero que va al grano. Me estoy refriendo a La hora final (1959), obra del entonces más audaz de los productores y directores liberales (que es como decir “rojo” en EE.UU.), Stanley Kramer, quien también nos ofrecería una notable adaptación del llamado “juicio del mono” (La herencia del viento). Con la ayuda de un sonado reparto (Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire, Anthony Perkins), nos sitúa ante la “hora final” del último continente con vida (Australia), mientras atienden impotentes la llegada de una nube atómica que había destruido ya el resto del planeta. Menos conocida pero mucho más incisiva fue Fail Safe (Punto límite, 1962), obra del maestro Sidney Lumet, un trabajo en línea de 12 hombres sin piedad, o sea en blanco y negro y para la pequeña pantalla, escrito por el “black liste” Walter Bernstein y con una magnífico reparto liderado por un atribulado Henry Fonda. Un fallo imprevisto hace que un bombardero norteamericano macha automática a lanzar sus bombas nucleares sobre la URSS…Un telefilme imprescindible que décadas más tarde daría lugar a un vigoroso “remake” producido por George Clooney y dirigido por Stephen Frears.
En 1963, Stanley Kubrick realizó la vitriólica ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, título hispano bastante estúpido que escondía el original Dr. Strangelove, o cómo aprendí a amar la bomba. . Eran los mismos que ya habían comenzado a mostrar que la de Nagasaki e Hiroshima les había mostrado que gozaban de la mayor impunidad, y que ya estaban comenzando a aplicar las armas más destructivas contra el pueblo de Vietnam, aunque no en este caso no llegaron a emplear la bomba H, y no fue porque no hubieran quines así se lo aconsejaban (sin ir más lejos, el cronista del diario barcelonés La Vanguardia, propiedad del conde Godó, pero todos tenemos defectos). La película acaba justo al revés que Fail Safe. Se podía hundir el mundo pero un arquetípico soldado yanqui (Keenan Wynn), defendía la propiedad de una máquina de Coca-cola, y el sempiterno “cow-boy” de tantas películas (Slim Pikens), cabalgada sobre el proyectil nuclear que él mismo arrojaba en tierra de los “rojos”.
El colofón de la época lo pondría El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968), una ingeniosa metáfora sobre la evolución que seguiría el planeta después del holocausto nuclear causado por el “mundo libre”. Sin embargo, el mero hecho de que el astronauta que toma conciencia de lo que realmente había sucedido fuese Charlton Heston, demostraba que aquella frase de “mejor muertos que rojos” atribuida a un alto mando norteamericano, no era mera palabrería. Años más tarde, nos llegaba la serie Mad Max (Australia, 1980), con el luego “cruzado cristiano” Mel Gibson. La civilización ya ha sido destruida, y ahora imperaba la ley del más fuerte sin leyes ni principios. La Destrucción Mutua Asegurada banalizada hasta el estupor como correspondía a la fase histórica que liderarían ronald Reagan y Margaret Thatcher. Al final de la década (1989) llegó Creadores de sombra, una mala película que cuenta de otra manera la misma “historia” que The Begining or the End, pero que al contrario que esta ofrece una de cal y otra de arena como era propio del “pensamiento débil” que trataba de sustituir al pensamiento crítico.
Seguro que entre los lectores y lectoras hay quienes saben de otros títulos, pero creo que estas notas son más que suficientes para una primera información, y sí es posible para un debate que, ojalá, pudiera proseguir en actos de cine-forum que sirvan para rememorar una de las mayores atrocidades perpetradas en nombre de la democracia.

Pd. En Kaos hay otro artículo mío sobre la conexión cine-Bomba H, y se tituló: ¿Fue John Wayne asesinado por su propio gobierno?.


Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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