Introducción
Acabada la mejor parte de la década actual, los mercados de valores latinoamericanos han vivido una expansión. Los inversores extranjeros han recogido y repatriado a sus países de origen miles de millones de dividendos, beneficios e intereses. Las corporaciones multinacionales se han metido en la minería, el sector agrario y otros afines, sin trabas y prácticamente sin que las diferentes regiones les hayan exigido realizar “transferencias de tecnología” ni impuesto limitaciones medioambientales. Los gobiernos latinoamericanos han acumulado unas reservas de divisas extranjeras sin precedentes para garantizar que los inversores extranjeros gocen de acceso ilimitado a monedas fuertes para remitir las ganancias. La década ha sido testigo de una desmovilización sin precedentes de movimientos sociales radicales. Los gobiernos han brindado protección política y social a inversores nacionales y extranjeros, así como garantías a largo plazo del derecho a la propiedad privada.
Ni un solo gobierno de la región, con la excepción de Venezuela, ha invertido el curso de privatización a gran escala de sectores económicos estratégicos implantado en la década de 1990 por los gobiernos neoliberales anteriores. En realidad, la concentración y centralización de tierras fértiles se ha mantenido sin el menor disimulo en el calendario político de una posible redistribución de la tierra o la riqueza. Mientras los banqueros y los inversores nacionales y extranjeros celebran la expansión económica y, lo que es más importante, expresan su valoración positiva invirtiendo miles de millones en la región, los expertos de la izquierda afirman percibir el «resurgir de la izquierda» y escriben sobre una u otra versión del socialismo del siglo XXI. Concretamente, muchos intelectuales y expertos euroamericanos progresistas y de izquierdas, destacados y cuyos textos se publican en todo el mundo han prestado muy mal servicio a sus seguidores y lectores. Los comentarios basados en exploraciones lejanas y superficiales ofrecen informes elogiosos del giro de América Latina hacia la izquierda y la independencia nacional. Estas descripciones carecen de fundamento empírico, histórico, analítico o estadístico. Autores tan distintos como Chomsky, Tariq Ali o Wallerstein, que jamás han realizado una investigación de campo al sur de Río Grande en ningún momento o, por lo que nos toca, tampoco han consultado a los inversores importantes que cosechan miles de millones en la América Latina actual, se han convertido en expertos instantáneos sobre la orientación social y política de los gobiernos, la situación de los movimientos sociales y las políticas económicas vigentes. Parece como si América Latina fuera un blanco fácil para cualquiera y para todos los autores occidentales de izquierda capaces de repetir la retórica política de los gobiernos implicados. No cabe duda que esa práctica garantiza recibir una invitación oficial de vez en cuando, pero apenas sirve para clarificar los rasgos socioeconómicos más llamativos de la actual hornada de gobiernos latinoamericanos y de las estrategias de desarrollo marcadamente definidas que aplican.
La abundancia de datos basados en entrevistas de campo extensas, los estudios estadísticos publicados por organismos de desarrollo internacional, los informes de consultoras, empresas y bancos de inversión y los debates con dirigentes de movimientos sociales independientes aportan documentación sobrada para mantener que América Latina ha tomado múltiples caminos hacia el capitalismo del siglo XXI, y no al socialismo ni a nada que se le parezca.
De hecho, uno de las grandes historias triunfalistas aclamadas por la prensa internacional es la marginación de la política socialista, la aceptación generalizada de la «globalización» por parte de los dirigentes políticos (desde el centro-izquierda hacia la derecha) y la des-radicalización de la élite intelectual y académica, que libra la batalla contra los fantasmas neoliberales al tiempo que ofrece legitimación populista a los políticos del... capitalismo del siglo XXI.
El capitalismo del siglo XXI: Continuidades y cambios
En los últimos años, los inversores, los especuladores, las corporaciones multinacionales y las empresas comerciales de Asia, Europa, América del Norte y Oriente Próximo han encontrado virtudes y valores en las políticas de desarrollo económico instauradas por los dirigentes latinoamericanos recientes. Concretamente, aplauden la recién hallada estabilidad política y las nuevas oportunidades económicas a largo plazo y las elevadas tasas de beneficio. En realidad, a América Latina se la mira como un gran almacén al por mayor donde realizar inversiones lucrativas que superan los frutos extraídos de las que se hacen en los mercados inestables y volátiles de Estados Unidos y la Unión Europea.
Por las operaciones que conocemos de él en América Latina, algunos de los elementos más importantes el capitalismo del siglo XXI (C XXI ) se solapan con las múltiples variantes del capitalismo del siglo XX. El C XXI ha suscrito las políticas de «apertura de mercados» del modelo neoliberal del siglo XX; ha fomentado las exportaciones agrarias y mineras y la importación de manufacturas, similar a la división colonial del trabajo de principios del siglo XX. Ha tomado prestadas medidas de intervención estatal de la estrategia de desarrollo nacionalista para aliviar la pobreza, rescatar bancos y promocionar a los exportadores y a los inversores extranjeros.
Como en casi todos los países capitalistas en vías de desarrollo «tardíos» y «retardados», en algunos de los más extensos, como Brasil y Argentina, el Estado desempeña un papel mediador importante entre los exportadores agrarios y mineros y los capitalistas industriales (nacionales y extranjeros).
A diferencia de las versiones anteriores de capitalistas liberales y neoliberales que, en primera instancia, eliminaban las restricciones pre-capitalistas impuestas a los flujos de capital y, a continuación, las exigencias laborales y de bienestar que constreñían la explotación capitalista, los actuales gobiernos liberales heterodoxos (o «post-neo-liberales») tratan de incorporar a los trabajadores y a los pobres e invitarlos a participar en la nueva estrategia de exportación. En parte, el capitalismo del siglo XXI puede defender el «mercado libre» y las políticas de bienestar y lucha contra la pobreza debido a la coyuntura favorable del mercado mundial de carestía de las materias primas y a la expansión de los mercados asiáticos.
La creciente intervención del Estado en la regulación de los flujos de capital y en la «selección de los ganadores y los perdedores», apoyando las grandes empresas agrarias frente a los pequeños agricultores, a los exportadores y los grandes importadores minoristas antes que a los pequeños y medianos productores y minoristas, subraya la compatibilidad, incluso la importancia, del intervencionismo estatal a la hora de sostener el modelo de exportación agro-mineral de «libre mercado». Si bien algunos sectores del capital se quejaron del déficit potencial y del aumento de la deuda pública causados por el incremento del gasto público en programas contra la pobreza o el aumento del salario mínimo, en general, la mayoría de los capitalistas consideran que la versión actual del «estatismo» es complementaria y no entra en conflicto con los objetivos más generales de ampliar las oportunidades de inversión y de acumulación de capital.
Los ideólogos del C XXI han desempeñado un papel significativo a la hora dotar de legitimidad al sistema, sobre todo en su fase inicial, proyectando imágenes y narraciones del «antiimperialismo», del «socialismo del siglo XXI» y, en los países andinos, de una nueva variante «indígena» de la «revolución democrática y cultural» (Bolivia). Dado que hay una dependencia muy fuerte de las estrategias de desarrollo extractivas y una presencia muy marcada de empresas extranjeras en sectores económicos estratégicos y en tierras sujetas a reivindicaciones territoriales indígenas o próximas a ellas, los rituales indígenas tradicionales y las representaciones simbólicas, la retórica y el carisma antiimperialista desempeñan un papel clave para engrasar los engranajes del C XXI ante las circunscripciones populares rebeldes (sobre todo en Perú, Ecuador y Bolivia).
La paradoja de que los supuestos gobiernos de «centro-izquierda» suscriban la «división colonial del trabajo» de corte liberal en relación con el mercado mundial es hasta cierto punto ininteligible debido a la mayor diversificación de los mercados. La «colonialidad» se identifica con relaciones económicas con Estados Unidos, mientras que los nuevos vínculos económicos con Asia se presentan como manifestaciones de solidaridad Sur-Sur y otros eufemismos similares; aun cuando estas últimas reflejen lo primero en algunos aspectos económicos esenciales. Sin embargo, hay diferencias políticas importantes entre Estados Unidos y China, en la medida en que esta última no se implica en golpes de Estado, operaciones secretas ni intervenciones militares (al menos en América Latina).
Para el modelo del C XXI es esencial la estabilidad social, el mantenimiento del marco político democrático liberal y la supremacía civil... todo lo cual opone a estos gobiernos a los golpes respaldados por Estados Unidos en el continente, incluidos los fallidos en Venezuela (2002) y Bolivia (2008), y el triunfante en Honduras (2009).
Si el militarismo al estilo estadounidense es un factor desestabilizador externo potencial, el auge del narcocapitalismo en la economía y el Estado es una amenaza nacional de primer orden, ahora concentrado en su mayoría en América del Norte (México), América Central y los países andinos (Colombia). Los dilemas del C XXI son hoy día cómo guardar el equilibrio entre el papel desestabilizador de las agencias antidroga estadounidenses y la necesidad de mantener «buenas relaciones» con todos los socios comerciales importantes, incluido Estados Unidos.
La situación del Estado en la América Latina del C XXI
Al salir de la crisis y la quiebra del neoliberalismo en el pasado cambio de siglo, el Estado resurgió con un papel más fuerte y más activo en la economía, sobre todo en lo relativo a la regulación de los flujos financieros extranjeros. Varios gobiernos incrementaron el papel del Estado compartiendo ingresos con multinacionales extranjeras (Brasil, Bolivia y Venezuela). Otros nacionalizaron total o parcialmente unas cuantas empresas en dificultades (Venezuela, Bolivia y Argentina). Algunos otras liquidaron su deuda con el FMI para poner fin a la «supervisión» que ejercía sobre la política fiscal y macroeconómica (Brasil, Argentina). La mayoría de los Estados adoptaron medidas de estímulo para reactivar la economía, reducir el desempleo y adaptarse a algunas demandas sociales del mercado de trabajo. Todos los gobiernos adoptaron políticas concebidas para maximizar los ingresos y los beneficios obtenidos con el aumento del precio de las mercancías invirtiendo y fomentando la explotación de la producción agraria y minera.
Para amortiguar futuros impactos económicos externos, los Estados adoptaron políticas fiscales conservadoras, acumulando excedentes presupuestarios e incrementando las reservas de divisas.
Con independencia de la expansión del papel del Estado y de su oportuna intervención para maximizar los beneficios obtenidos con la demanda mundial, el Estado sigue siendo un socio subsidiario con respecto al capital privado. Incluso en Venezuela, donde se nacionalizaron varias industrias importantes, las empresas estatales representan menos del 10 por ciento del PIB. Es igualmente importante que el Estado y la economía, tanto pública como privada, están subordinados a la «división colonial del trabajo» del mundo entero, según la cual América Latina exporta productos agrarios y minerales e importa manufacturas. El énfasis depositado en las industrias extractivas favorece las inversiones extranjeras a gran escala, mientras que la estabilidad y el orden del balance fiscal, las reservas de divisas a gran escala y las tasas de interés relativamente altas atraen al capital financiero.
No obstante, la aparición de un Estado fuerte deja traslucir varios elementos históricos y estructurales. Aunque algunos gobiernos han purgado a parte de la cúpula militar y los mandos policiales de dictaduras anteriores, no ha habido una auténtica transformación institucional que incluya el proceso de reclutamiento de policías y militares, la formación y la reorientación política de la institución. Además, todos los gobiernos siguen colaborando y participando en maniobras militares y misiones de entrenamiento con programas de asesoramiento militar estadounidense, pese a la historia conocida e infame de ser «escuelas de los golpistas». Asimismo, también es peligroso para la estabilidad del Estado la nueva estrategia de desarrollo, basada en unas élites empresariales a las que promueve a pesar de que en el pasado recurrieran a las autoridades militares y fomentaran golpes de Estado cada vez que veían amenazados sus intereses políticos o sus beneficios económicos.
La estabilidad actual de los Estados latinoamericanos descansa en parte sobre los precios y la demanda potencialmente volátiles de las materias primas, sobre unas instituciones militares con muchos lastres del pasado y demasiados vínculos con amos golpistas de Washington y sobre un sector privado dispuesto a acatar las reglas del capitalismo democrático siempre que no se les arrebate la hegemonía social y económica.
Comparar las sendas «ortodoxa» y «heterodoxa» hacia el Capitalismo del Siglo XXI
Considerando el hecho de que, por ahora y en un futuro previsible, ninguno de los países latinoamericanos tiene ningún plan o proyecto de socializar la economía (con la posible excepción de Venezuela), el asunto teórico y práctico clave es identificar la presencia de sendas divergentes hacia el desarrollo capitalista. Por origen, trayectoria, y alianzas sociales podemos distinguir las estrategias «heterodoxa» y «ortodoxa», no sin ciertos solapamientos en sus márgenes.
El enfoque heterodoxo del C XXI se califica a veces como «Socialismo del siglo XXI» por parte de algunos de sus propagandistas locales, pasando por alto de forma llamativa elementos tan básicos como la propiedad privada de los principales medios de producción y financiación (bancos, industrias, minas, comercio, plantaciones), la influencia a gran escala del «dinero ambulante» en la búsqueda de bonos portadores de tasas de interés elevadas y bajas regalías sobre la extracción de minerales y recursos energéticos.
Una de las claves para entender la aparición del C XXI reside en que sus orígenes se encuentran en los levantamientos políticos populares y la «ruptura» ideológica con el periodo «neoliberal» anterior. Los orígenes radicales dejaron una huella en las medidas concretas adoptadas por los gobiernos emergentes, en el estilo de la política y en la búsqueda de nuevas fuentes de legitimación ideológica.
Por mor de las circunstancias, sobre todo las crisis económicas del neoliberalismo, los nuevos gobiernos «post-neoliberales» adoptaron una serie de medidas populistas para aliviar la pobreza, reducir el desempleo y reactivar la economía. Todos esos cambios requirieron intervención estatal activa para rectificar los fallos del «mercado», al tiempo que pretendían garantizar los intereses de las clases capitalistas. Las medidas fueron acompañadas de grandes dosis de retórica anti-neoliberal para acomodar la ira popular a las desigualdades del sistema. En algunos casos, las transformaciones fueron acompañadas de una referencia vaga al «socialismo» sin planificación central, ni propiedad pública, ni gestión de la mano de obra. La trayectoria de los gobiernos que encaraban la senda heterodoxa se inició con medidas de bienestar populistas que con el paso del tiempo se fueron diluyendo de forma paulatina a medida que disminuyeron la presiones sociales y fue calando el desempleo y la reactivación. A finales de la década (en 2010), los regímenes post-neoliberales se han vuelto cada vez más hacia la «modernización del desarrollo». Este último enfoque ha venido impulsado por una campaña alimentada al máximo para maximizar la inversión privada, especialmente extranjera y en los sectores exportadores, cuya tasa de crecimiento es elevada. La reordenación del Estado post-neoliberal se detuvo bastante antes de que hubiera algo que sustituyera a los tecnócratas «neoliberales» por otros más afines la nueva dirección heterodoxa. La mayor parte de los esfuerzos se destinaron a adaptar de forma más flexible a los socios nacionales y extranjeros a través de la conciliación de los dirigentes sindicales y de los movimientos sociales «moderados» con las élites empresariales.
La senda heterodoxa hacia el C XXI tiene la buena suerte de haber coincidido con la fase de expansión mundial de las materias primas y con el sentido común impuesto a los controles financieros que suavizó y acortó la duración de la crisis financiera inducida por Estados Unidos y la Unión Europea (2008-2010) y la recesión económica.
La senda «ortodoxa» hacia el desarrollo capitalista consiguió sustentar las políticas neoliberales mediante un régimen de represión duro, argucias electorales y, en algunos casos, el terror declarado, clausurando el espacio político e impidiendo levantamientos populares que pudieran haber desembocado en medidas heterodoxas. En la senda ortodoxa sobresalía el auge y la consolidación de una lumpenburguesía que aportaba decenas de miles de millones de dólares en ingresos obtenidos con las drogas y actividades ilegales y que se blanqueaban en la economía formal y proporcionaban un atisbo de crecimiento económico en determinados sectores. Mientras que el modelo heterodoxo diversificó su comercio y sus mercados con socios dinámicos como Asia, el modelo ortodoxo seguía maridado con los mercados estadounidenses estancados. Los lazos bilaterales con el imperialismo estadounidense debilitaron las prioridades económicas nacionales e incrementaron el gasto público de sectores no productivos (militares).
Los resultados divergentes de los modelos heterodoxo y ortodoxo del CXXI
Las diferencias más llamativas entre los resultados económicos heterodoxo y ortodoxo se cifran en un crecimiento asombroso, la reducción de la pobreza y la democratización política en Brasil, Bolivia y Argentina y, hasta el año 2009, Venezuela, y en la regresión social, el estancamiento económico y la violación flagrante de los derechos humanos y las libertades democráticas en las «ortodoxas» México y Colombia. El gobierno de las élites políticas en los países que desarrollan políticas neoliberales ortodoxas se caracteriza por la violencia extrema. En cambio, entre los países que desarrollan medidas heterodoxas hay un proceso de consolidación estatal basado en unas políticas relativamente abiertas. Parece haber una correlación muy acusada entre el crecimiento económico, la legitimación política, la reducción de la pobreza y el declive de la represión estatal como mecanismo de gobierno político.
Por otra parte, existe una correlación muy marcada también entre el crecimiento y la incorporación del tráfico de drogas a gran escala a la economía y el sistema político, el recurso a la violencia y la libertad de los mercados para despojar por la fuerza a pequeños propietarios e incrementar la dependencia de la corrupción y la fuerza en la creación y mantenimiento de élites de gobierno.
Los modelos heterodoxos llevan implícito y practican la política de integración social a través del modelo de bienestar capitalista (no exento de corrupción y clientelismo) y la concertación social. Los gobiernos ortodoxos actúan mediante la desregulación de los mercados de capitales y sus ruinosos efectos sobre los pequeños productores, los empleados del sector público y los asalariados.
Aunque los modelos heterodoxos recurren con energía al capital extranjero, conservan, cultivan y promueven capitalismos nacionales vinculados al mercado nacional y dependientes del consumo de masas. Estos sectores no siempre se oponen al incremento periódico de los salarios.
Los gobiernos que adoptan la estrategia ortodoxa, muy dependientes de los mercados estadounidenses decadentes y de los gastos militares y policiales a gran escala, han salido perdiendo en los mercados lucrativos de Asia, Oriente Próximo y otras regiones. Además, en el caso de México, su dependencia estructural de una economía turística inestable, de unos envíos de remesas en descenso por parte de los inmigrantes en unos Estados Unidos con una política cada vez más dura hacia los inmigrantes, y de unas exportaciones de petróleo en declive debido a una gestión negligente, es consecuencia de la adhesión temprana al «libre comercio» (NAFTA). Este último ha devastado la diversificación de su base productiva y ha fomentado el desplazamiento hacia el narcotráfico.
El resultado de la estrategia ortodoxa de no regulación de los flujos de capital tiene dos consecuencias negativas importantes: ha desembocado en la salida masiva de capital mexicano hacia Estados Unidos (lícita e ilícitamente) sobre todo en propiedades inmobiliarias, bonos y valores, lo que ha privado a México de capital de inversión. En segundo lugar, los estrechos vínculos entre las finanzas mexicanas y estadounidenses han desembocado en la transmisión de la crisis financiera de Wall Street, que ha impactado tanto sobre los mercados financieros y crediticios de México como sobre su «economía real». Por el contrario, en la mayoría de las economías heterodoxas que anteriormente habían sufrido estos vínculos estrechos con Wall Street, el endurecimiento de los controles financieros ha diluido el impacto de la crisis estadounidense sobre sus economías.
Perú: Una versión híbrida de las estrategias heterodoxas
Perú ha experimentado los niveles de crecimiento elevados típicos de las economías heterodoxas, aunque ha recurrido a políticas neoliberales «ortodoxas». Combina el modelo de exportación del sector extractivo sin las compensaciones del bienestar social ni las políticas de concertación social de los modelos capitalistas heterodoxos. Perú ha diversificado sus mercados exteriores (Asia es su principal mercado de exportación) al tiempo que suscribía el bilateralismo y los lazos militares con Estados Unidos. Pero es sede importante de producción y tráfico de drogas, pero las drogas no dominan la economía y el sistema político en idéntica medida que en México y Colombia. Aunque no ha acometido la reducción de la pobreza con el mismo vigor que Venezuela, Brasil o Argentina, ha incrementado el poder adquisitivo de las clases medias urbanas, sobre todo en Lima. Mientras Bolivia desarrolla políticas de representación simbólica, protección legal y amparo político hacia los movimientos indígenas, el Perú de García, como el Ecuador de Correa, están más preocupados por fomentar las inversiones de empresas mineras de propiedad extranjera como vehículos de lo que denominan «modernización económica» que por respetar las reivindicaciones de los pueblos indígenas.
El elevado precio de las materias primas, sobre todo de los metales industriales y preciosos, y el aumento de la demanda y de las inversiones a gran escala bajo unas condiciones de oposición nacionalista limitadas permiten a Perú mantener una tasa de crecimiento alto, aun cuando niegue el componente del bienestar que comporta el modelo heterodoxo. Hay señales de cambio. En las últimas elecciones municipales de Lima (2010), un candidato con un leve tinte de centro-izquierda venció a un neoliberal ortodoxo, con lo que aumentó las probabilidades de que el próximo gobierno pueda «modificar» el modelo ortodoxo para aproximarlo a unas cotas más próximas al del «bienestar».
Crisis económicas, levantamientos y la senda del siglo XXI hacia el capitalismo
La crisis del neoliberalismo ha generado mucha diversidad de resultados políticos; con la posible excepción de Venezuela, las revueltas populares que tuvieron lugar inmediatamente después de la crisis dieron lugar a resultados capitalistas, si bien marcadamente divergentes. Para la mayoría de los Estados latinoamericanos supuso un agudo incremento de la intervención estatal, incluso de la adquisición provisional de bancos en quiebra o casi en quiebra para salvar a ahorradores e inversores: una especie de «estatismo» por invitación (u obligación) capitalista. El nuevo estatismo se convirtió en la base de la aparición del capitalismo del siglo XXI. La «ideología anti-neoliberal» articulada por sus ejecutantes aturdió a los intelectuales occidentales impresionistas, que lo consideraron una «nueva variedad» de socialismo o, al menos, un «peldaño» en esa dirección.
Visto con perspectiva histórica, el estatismo fue desde el principio un primer paso necesario hacia la reactivación del capitalismo. Los «primeros pasos» aparentemente radicales eran en realidad el final de la partida de las rebeliones populares del fin de la década. Con el paso del tiempo, sobre todo con la recuperación económica y la expansión de las materias primas, el capitalismo experimentó un despegue a mediados de la década. El capitalismo heterodoxo empezó a desprenderse de algunos de sus elementos propios del modelo del bienestar en favor de una perspectiva desarrollista más inmediata. Los tecnócratas hicieron hincapié en las inversiones extranjeras a gran escala y a largo plazo y en la «modernización económica». Eso supuso la inversión público-privada en infraestructuras para acelerar la circulación de materias primas hacia los mercados mundiales.
El crecimiento sostenido del modelo heterodoxo puso fin al debate radical sobre la globalización, adoptándolo como una venganza. La nueva discusión entre la heterodoxia y la ortodoxia se centró en cómo se podría aprovechar la «globalización» en beneficio del crecimiento nacional y ponerla al servicio de todas las clases sociales mediante los mecanismos de redistribución adecuados. En otras palabras: los capitalistas heterodoxos sostenían que una mayor integración global profundizaría e incrementaría la riqueza disponible para el bienestar social. Con la aparición de condiciones globales adversas durante las crisis de 2009, la intensificación de la competitividad y un descenso provisional de los precios, los estrategas heterodoxos sostenían que las condiciones globales impedían incrementar el gasto social y aplicar aumentos en sueldos y salarios. Con la rápida recuperación económica y el aumento acelerado del precio de las materias primas a mediados de 2010, las tensiones por los sueldos y salarios se agravaron.
Si el impulso que produjo la aparición de los nuevos regímenes heterodoxos fue la crisis del neoliberalismo, el posterior éxito económico de esos mismo regímenes heterodoxos puso en marcha el crecimiento dinámico de intereses empresariales poderosos que trataban de remodelar una configuración política de derechas y más conservadora. Esta última reduciría el coste de los salarios y el bienestar social del sector exportador. En efecto, el éxito de la heterodoxia capitalista y su trayectoria hacia tasas de crecimiento elevadas basada en la afluencia de capital a gran escala ha desencadenado un desplazamiento hacia la derecha, incluidas las alternativas políticas directamente de derechas.
Pese a que persisten diferencias importantes entre las sendas heterodoxa y ortodoxa hacia el capitalismo, la tendencia es que vayan disminuyendo. La ortodoxia, confrontada por la recesión mundial, ha recurrido a una mayor intervención estatal para apuntalar la economía, mientras que la heterodoxia ha incrementado su búsqueda de cuotas de mercado mayores ampliando los llamamientos a inversores internacionales.
A medida que los países latinoamericanos van saliendo de las crisis de 2008-2009, la mejora del rendimiento económico no parece guardar correlación en torno al eje ortodoxo-heterodoxo. La recuperación lenta es más evidente en Venezuela (heterodoxa) y México (ortodoxo); mientras que la recuperación más rápida queda de manifiesto en Brasil (heterodoxo) y Perú (ortodoxo). Aunque se pueda citar la dependencia de Venezuela y México del mercado estadounidense y los vínculos de Brasil y Perú con el dinamismo de los mercados asiáticos, es preciso analizar también la composición interna de las clases sociales de cada grupo de países. El predominio de élites «rentistas» en Venezuela y México, en contraste con las élites capitalistas nacionales e internacionales más dinámicas de Brasil y Perú quizá expliquen parte de las diferencias en sus resultados. Identificar con claridad la senda «dinámica» hacia el desarrollo capitalista del siglo XXI resulta problemático y el resultado, incierto. La pregunta de si la expansión del sector de las materias primas forma parte de un ciclo corto o largo puede ser un factor determinante a la hora de dar forma a las posibilidades de reaparición de un auténtico socialismo del siglo XXI.
James Petras
Rebelión
Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
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