lunes, octubre 25, 2010

Lewin y el último combate de Lenin


En un artículo para Kaos, Evocación de Moshe Lewin (14-09-2010), daba cuenta que el historiador polaco de dilatada experiencia militante y profesional, había fallecido a finales de agosto en París. Su lectura rememoró al camarada Lluís Rabell su lectura en francés, y recordaba singularmente el prólogo que le había dedicado en su momento nuestro Daniel Bensaïd, prólogo que tuvo a bien traducir y que puede encontrarse perfectamente en la Web de Viento Sur (www.vientosur.info). Y es que aunque el nombre de Moshe Lewin quizás no diga todo lo que debiera a mucha gente interesada en la historia soviética, lo cierto s que estamos hablando de uno de los historiadores más serio y penetrante sobre la cuestión, un verdadero antídoto contra la nueva hornada de “sovietólogos” que brindan sus trabajos a la gran maquinaria del capitalismo del desastre, vencedor ideológicamente sobre lo que fue el “comunismo” tal como acabó siendo llevado a los altares por la fracción dirigente del “partido del Estado” que, en abismal coyuntura que se abrió después de todos los desastres de la “Gran Guerra” y de la guerra “civil” rusa, acabó con todo los vestigios del partido que se había opuesto radicalmente a la guerra imperialista, había liderado la revolución como la fracción más decidida (pero n única, ciertamente), y se había impuesto contra los ejércitos blancos y demás… Este proceso sigue siendo interpretado en base a los intereses de esta historiografía todavía dominante, la misma que consagra la ecuación Marx=Lenin=Stalin=todo lo demás…
Con esta misma lógica, la revolución democrática y antiesclavista que lideró Toussaint-Louverture, sería la responsable directa de todo lo que vino después, cuando la revolución exangüe y destruida, acabó dando lugar a personajes como Duvalier…Una visión grotesca que, a pesar de todo, sigue siendo “creída” por los comunistas que sustituyeron el pensamiento crítico por la idolatría al partido, cuando su "gran líder", el oscuro Stalin que, cínicamente, se erigió a través del aparato como “el Lenin de hoy” y acabó teniendo un poder totalmente ilimtado en medio de un vacío social casi absoluto…
Conviene restablecer la verdad de las cosas, recordar que ya en el prólogo a la segunda edición de El Estado y la revolución, Lenin escribe con evidente indignación: “Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, re legan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía. Todos los socialchovinistas son hoy -- ¡bromas aparte! -- "marxistas". Y cada vez con mayor frecuencia los sabios burgueses alemanes, que ayer todavía eran especialistas en pulverizar el marxismo, hablan hoy ¡de un Marx "nacional-alemán" que, según ellos, educó estas asociaciones obreras tan magníficamente organizadas para llevar a cabo la guerra de rapiñal!
Ante esta situación, ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, ante todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado. Para esto es necesario citar toda una serie de pasajes largos de las obras mismas de Marx y Engels. Naturalmente, las citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyen a darle un carácter popular. Pero es de todo punto imposible prescindir de ellas. No hay más remedio que citar del modo más completo posible todos los pasajes, o, por lo menos, todos los pasajes decisivos, de las obras de Marx y Engels sobre la cuestión del Estado, para que el lector pueda formarse por su cuenta una noción del conjunto de las ideas de los fundadores del socialismo científico y del desarrollo de estas ideas, así como también para probar documentalmente y patentizar con toda claridad la tergiversación de estas ideas por el "kautskismo" hoy imperante.”
Se puede decir que al menos hasta mediado loas años sesenta, seguramente nadie había analizado de una manera tan detallada las contradicciones entre Lenin y Stalin como el investigador francés de origen polaco Moshe Lewin, que en su conocido libro El último combate de Lenin (1967), y en apoyándose sobre todo en el Diario de las secretarias de Lenin (1), siguió paso a paso la enfermedad de Lenin desde diciembre de 1922 a marzo de 1923. O sea durante el tiempo en que Vladimir IIlich, atacado ya por el mal que habría de llevársele el 21 de enero de 1924, pudo dictar las notas conocidas por el nombre de Carta al Congreso o más familiarmente como “el Testamento de Lenin”, así como sus últimos escritos y cartas. En concreto, cinco artículos redactados entre enero y febrero de 1923, el más notable de los cuales, Más vale menos, pero mejor fue publicado en Pravda el 4 de marzo de 1923, con un retraso querido por el Buró político, y permaneció en el “olvido” hasta que apareció en la revista Kommunist, pocos días después del XX Congreso del PCUS, y luego la quinta edición de sus Obras Completas, que contaban además con un minucioso aparato explicativo que hubiera resultado imposible en la época estaliniana.
He vuelto a repasar nuevamente este importante libro en cuya introducción Lewin que, en honor a la verdad, el tema no es totalmente nuevo. Se trataba de algo ya conocido desde los años veinte por las revelaciones y las cartas publicadas por con una singular precisión por Trotsky en La revolución desfigurada (2), de ahí que el autor no dude en afirma que están redactados “con la mayor honestidad y la mayor exactitud”. No obstante, nuevas publicaciones permitieron que la cuestión cobrara mayor amplitud y detalle. Entre dichas publicaciones cabe señalar las Obras de Lenin ya mencionadas (con textos que habían “desaparecido” pero que eran conocidos en los años veinte), y sobre todo con la edición del citado Diario, que se dio a conocer en Moscú en febrero de 1963, y que tendrían una amplia difusión en los años siguientes. Por esta época además, la historiografía más seria acababa de dejar de lado las falsificaciones estalinianas, y abordaban el trayecto de Lenin como un proceso arduo y complejo, muy lejos del retrato que lo convertían en un líder fuera de toda duda desde el principio. Algo que en no poca medida serviría ulteriormente para reforzar la legitimidad de Stalin como su “heredero”, asumiendo por “herencia” en el poder lo que no había logrado en la lucha y en los debates. Algo por el estilo se estaba haciendo con la biografía de Marx, quien hasta entonces se había visto por lo general como un personaje de una “sola pieza”.
Tanto la obra de Moshe Lewin como el Diario y la documentación anexa tienen el valor de resultar un patético documento humano. Nos permiten contemplar a un hombre, colocado por todo el proceso revolucionario iniciado con su legendaria llegada a la Estación de Finlandia, a la cabeza de un Estado que representaba la primera revolución socialista, y que cubría la sexta parte del globo, como alguien que asiste con desazón a un curso que afecta al mismo partido que ha creado, y lo hace como alguien impotente físicamente, que trata de burlar la vigilancia médica ya que la enfermedad no lo ha disminuido intelectualmente; es más, será desde su retiro obligado lo que parece permitirle una conciencia más distanciada y por lo mismo, más clara, de todo lo que está sucediendo bajo los pies de la revolución. Se encuentra además como prisionero de un Comité Central con Stalin dominando entre bastidores. Paradójicamente, será a este a quien, el 18 de diciembre de 1922, la dirección del partido le encarga el cuidado de su salud: con el pretexto de evitarle toda fatiga. Desde este lugar privilegiado, el secretario general que es ya una figura en ciernes, trata ante todo de impedirle la comunicación con el exterior, y especialmente con Trotsky, con el que Lenin ha compartido “publicitariamente” el liderazgo de la revolución.
Allá por el 22 de diciembre el cuidador de Lenin, recién entrado en funciones, se entera a través de sus informantes que en la víspera Krupskaia ha tomado al dictado unas palabras de éste para felicitar a Trotsky por haber triunfado “sin disparar un tiro” en una sesión del Comité Central dedicada a debatir el monopolio del comercio exterior. Este era uno de los puntos en los dos aducía como un correctivo a las ambivalentes exigencias de la NEP, y lo estaban en contra Stalin ya habituado a ganar votaciones. Trotsky defendió no hacer derogaciones. Despechado, Stalin llamó entonces a Krupskaia por teléfono y se permitió “un griterío de lo más grosero” contra ella. Con su habitual grosería, “la cubre de injurias indignas y de amenazas”. Habla de enviar a Nadia ante la comisión de control. Entonces ella escribe a Kamenev para quejarse: “sé mejor que todos los médicos de que se puede hablar y de que no se le puede hablar a IIlich, puesto que sé lo que le perturba o no y, en todo caso, lo sé mejor que Stalin”. Pero Stalin no estaba de acuerdo en eso, sobre todo porque temía que Lenin acabara interponiéndose en sus planes.
Lewin hace notar que la intervención de Stalin no estaba justificada ni siquiera desde el punto de vista médico. Nadia Krupskaia había recibido autorización del médico que lo trataba para tomar al dictado aquella carta. Entonces Lenin no pudo ser informado de este grave e insólito incidente, pues el 23 de diciembre fue sorprendido por un serio ataque de parálisis. Sin embargo, lo supo apenas su estado de salud mejoró temporalmente. Quizás bajo el efecto de esta revelación, el 4 de enero de 1923, el propio IIlich dictó una nota donde proponía desplazar de su puesto al cada vez más poderoso secretario general, una función cuya importancia se había incrementado en los últimos tiempos. En ella se dice: "Stalin es demasiado brutal y este defecto se hace intolerable en las funciones de secretario general". Lewin amplia los datos de esta apreciación que no se deriva únicamente de un conflicto personal por el caso de la Krupskaia.
No obstante, los editores de la quinta edición de las Obras Completas sostenían que Krupskaya no habría referido el hecho a Illich sino a principios de marzo. Fuese como fuese, el 6 de marzo de 1923, Lenin dictaba otro mensaje demoledor dirigido a Stalin. “Se ha permitido usted la grosería de llamar por teléfono a mi mujer e injuriarla. No tengo intenciones de olvidar lo que se ha hecho en mi contra, y es evidente que, del mismo modo, considero como echo contra mí lo que se ha hecho contra mi mujer. Por esta causa le pido considere si cree dispuesto a retirar lo dicho ya presentar sus excusas o bien. si prefiere, romper las relaciones entre nosotros”.
Esta carta habría de ser el último acto político de Lenin. Ni siquiera pudo tomar conocimiento de Ias excusas de Stalin exigidas y obtenidas, puesto que cuatro días más tarde era víctima de un ataque de parálisis más grave que los precedentes con pérdida del uso de la palabra. Un agravamiento que Iba a conducirlo a la tumba o­nce meses después.
También por las mismas fechas (entre enero y marzo de 1923), el Diario abunda en varios detalles más. Es así como el 5 de febrero Lenin es informado que, ante el pasajero retroceso de su enfermedad, y que por lo tanto el Buró Político ha consentido en permitirle recibir ciertos documentos para estudiarlos. Le confía entonces a una de sus secretarias, L. A. Fotieva; “¡Ah si estuviese en libertad!. El 2 de febrero la misma secretaria anota: “Visiblemente (...) Vladimir IIlich tuvo la impresión de que no eran los médicos los que daban Ias instrucciones al Comité Central, sino el Comité Central quien las daba a los médicos."
Moshe Lewin acompaña su reconstrucción con algunos apuntes sobre las bases objetivas y subjetivas del proceso de burocratización que tanto preocupa a Lenin. Se interroga sobre hasta qué punto se trata de una conjunción de factores (atraso secular, guerra civil, etc), hasta donde derivaciones de “la doctrina sobre el Partido” forjada por Lenin. Lewin rechaza la opinión de ciertas escuelas (anarquistas, consejistas, etc) que quieren ver en dicha doctrina el "pecado original" de Lenin (otros han “descubierto” su actuación “jacobina durante la guerra civil, su falta de sensibilidad ante la ejecución de la familia del Zar, etc).
Sostiene que “el lugar central acordado al partido en la estrategia leninista no debe conducir sin embargo a imputarle, como algunos lo hacen, todas las responsabilidades” de una evolución que desembocará finalmente en la autocracia. Cree saber que “la dictadura del partido sobre el proletariado no entraba en los designios de Lenin”, pero que constituía “el corolario totalmente imprevisto de una serie de circunstancias imprevistas". No obstante admite que, si Lenin pudo acomodarse a esta nueva situación, fue porque estuvo ayudado por las ideas antaño sostenidas en obras como ¿Qué hacer?. O sea en “la importancia del papel atribuido a la toma de conciencia, que no es espontánea, y por una cierta concepción del Partido al que atribuye la tarea de despertar esa conciencia”.
Más adelante, Lewin reconoce que el régimen bolchevique por entonces, no estaba “muy alejado de la realización de la situación que Trotsky había previsto en 1903-1904”; a saber: “La organización del Partido tomará el lugar del Partido mismo, el Comité tomará el lugar de la organización, finalmente el dictador tomará el lugar del Comité Central". Pero en su opinión: “A pesar de la fina intuición de Trotsky sería falso creer que la concentración del poder que llegó a su paroxismo con el régimen estalinista, era el resultado de las escisiones de 1903-1904". Como se verá en su útil trabajo, El siglo soviético (3), Lewin no duda en poner en primera estancia los factores objetivos, los arriba mencionados más el aislamiento, más la propia tradición gran rusa y estatal, más la victoria del “partido del Estado” que se vio favorecido por todo este cúmulo de circunstancias. Circunstancias que muchas veces suelen ser eliminadas con una “alegría” extraordinaria, como si la se hubiese tratado de escoger tal o cual modelo al margen de una realidad que Lewin califica de “abismal”.
Sin tomar partido, Lewin va describiendo como ya en vida de Lenin, “el Partido sustituye a la clase”, estamos en presencia de una “dictadura del proletariado casi sin proletariado, acaparada por un partido en cuyo seno aquél era minoritario". Lewin no se muestra tampoco muy seguro de sí cuando aborda la cuestión de la prohibición de las fracciones decidida, en marzo de 1921, por el X Congreso del Partido comunista soviético. Se interroga si esta desgraciada decisión fue simplemente temporal y, como sostuvo Trotsky en La Revolución traicionada, una "medida excepcional llamada a caer en desuso con la primera mejoría de la situación”, o si por el contrario fue "el fruto de un error de cálculo y de la falta de clarividencia". Citando el informe del X Congreso se constata, efectivamente que Lenin en sus relaciones, presenta la prohibición de las fracciones como una necesidad del momento. No fue hasta años más tarde que Trotsky asevera (autocríticamente) que "esta prohibición fue uno de los puntos de partida de la degeneración del Partido”, para concluir: “Es así como se formó el régimen totalitario que mató al bolchevismo".
Pero Lewin no se olvida de constatar la existencia de una monstruosa máquina estatal: “El Estado dictatorial tiende a fijarse en un organismo que tiene leyes e intereses propios, se arriesga a sufrir asombrosas distorsiones en relación con los objetivos iniciales, se arriesga a escaparse de las manos de sus fundadores. El instrumento se torna entonces un fin en sí, una máquina de opresión". Esta apreciación viene acompaña por las propias reflexiones de Lenin, en particular en su último artículo en Más vale menos, pero mejor; donde se pueden leer comentarios como "Las cosas van mal con nuestro aparato estatal, por no decir que son detestables". "La burocracia existe entre nosotros”, y que ilustran su diagnóstico de que la URSS no era un “Estado obrero” sin más, como decía Trotsky entonces”, sino un “Estado obrero burocráticamente deformado”..
Al decir de Lewin: "El tumor burocrático inquietaba ciertamente a Lenin hasta el más alto grado pero a su parecer, no provenía de allí la amenaza más grave (...). Lenin no discernió toda la magnitud del peligro representado por el abuso de poder que la cumbre de la jerarquía podía ejercer (...) los fenómenos de los que hablaba en su testamento todavía no estaban perfectamente claros para él (...). Lenin combatía ferozmente el burocratismo, pero no lo analizaba con profundidad suficiente”. Desde este punto de vista, analiza las reformas de las estructuras gubernamentales a los que se fue oponiendo el Lenin enfermo. En su opinión, estos proyectos, tenían el inconveniente de ser concebidos desde arriba. Era solamente ”la cabeza del Partido” la que llIich hubiera querido reorganizar, se preocupaba más de mejorar "la calidad de las capas superiores" que de recrear "la fuerza y la conciencia de la clase obrera". Sus designios se limitaban a querer dotar al Partido de una comisión de control central eficaz que hubiera reemplazado la poco provechosa inspección obrera y campesina. ¿Por qué habría de triunfar una, donde la otra había fracasado? Lewin enumera a justo título los riesgos que hubiese acarreado tal experiencia: todo dependía de la elección de los inspectores y esta selección no podía ser fructífera sino durante el tiempo que Lenin viviese para operarla por sí mismo; en los proyectos de Lenin, por otro lado, la comisión de control central debía estar ligada al congreso del Partido; de hecho, con la prohibición de las fracciones, el “Partido del Estado” acabó imponiendo el “Partido único”.
Lewin asegura que el proyecto de Lenin era realizar un verdadero "golpe de Estado" contra Stalin, algo que hubiera ser el punto de partida de una “nueva orientación". Considera que transitoriamente –en espera de una extensión del campo socialista-, se podría pensar en “una máquina dictatorial capaz de controlarse", capaz de crear las bases de la “regeneración” de un socialismo basado en la ecuación entre los soviets más la electrificación...Piensa que: “Nada permite deducir que este tipo de dictadura esté destinado a degenerar obligatoriamente en una dictadura personal, despótica e irracional”. Situado en esta hipótesis alternativa, valora que no está descartado que: “Se hubiera visto constantemente obligado a movilizar aliados dentro y fuera del Partido; hubiese tenido que apelar a las fuerzas vivas del país; la juventud obrera y estudiantil, los intelectuales, los mejores elementos del campesinado (...) algunos elementos de los otros partidos socialistas".
Esta hipótesis habría surgido de las concepciones autocríticas que tanto Lenin como Trotsky habían ido desarrollando, y que les llevaba inexorablemente a oponerse a Stalin. Evidentemente, se trataba de un proceso en el que ambos se habrían visto obligado a rectificar no pocas concepciones, algo que ya habían hecho en otras circunstancias no menos dramáticas como pudo ser la conquista del poder, la creación del Ejército Rojo o la instauración de la NEP. Aunque todo quedó truncado, la obra de Lewin deja constancia de una “toma de conciencia” profundamente antiburocrática, de un fenómeno nuevo y extremadamente complejo sobre el que carecían de experiencias, aunque Christian Rakovsky (en su Carta a Valentinov, también conocida como Los peligros profesionales del poder, la misma que aquí fue vertida al castellano por la revista Acción Comunista allá por la mitad de los años sesenta), encontró numerosas semejanzas en el Termidor francés, pero también éste era un proceso muy poco conocido.

Notas

1) Creo que la primera edición castellana de este Diario, así como de los diversos textos de Lenin del momento, fue en el número 38 (marzo 1970) de la revista cubana Pensamiento crítico, que constaba con una extensa introducción de Jesús Díaz, El marxismo de Lenin. Otra selección fueron publicada por José Aricó con el título El testamento de Lenin, en la colección Pasado y Presente de la editorial La Rosa Blindada (Buenos Aires), de la que Anagrama, Barcelona, ofreció una selección en 1975
2) Obra traducida por Julián Gorkin en 1929, lo que le valió la expulsión del PCE del que había sido uno de los fundadores. Fue reeditada por Júcar en 1978.
3) Subtitulada, ¿Qué sucedió realmente en la Unión soviética? (Crítica, Barcelona, 2006), sobre el que Eric J. Hobsbawn ha escrito que “representa una contribución decisiva para la emancipación de la historia de la Unión Soviética de la herencia ideológica del siglo pasado y debería ser lectura obligada para cuantos aspiran a entenderla”. Lewin dedica nuevamente una atención a estas época a la que ya dedicó en la obra que comentamos, El último combate de Lenin, que fue editada aquí tempranamente por Lumen (Barcelona, 1970).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

No hay comentarios.: