El premio Nobel de la Paz promete campaña electoral sangrienta.
La guerra que vendrá
No es la primera. Hubo
otras guerras.
Al final de la última
Entre los vencidos, el pueblo llano
Pasaba hambre. Entre los vencedores
El pueblo llano la pasaba también.
Bertolt Brecht
Los Estados Unidos de América, la llamada “democracia más grande del mundo” celebrará elecciones en noviembre. Las elecciones, con la participación de diferentes partidos es, para la mayoría de los países del mundo, la condición sine qua non, para que se les puede llamar democracias. Las demás son ”tiranías”. Bueno, no todos los países en los cuales no hay ni pluripartidismo ni elecciones son llamados tiranías: Arabia Saudita entre unos cuantos. Eso hace pensar que hay quienes pueden “acceder al título” con otras condiciones.
En las elecciones de noviembre en los Estados Unidos compiten por el sillón presidencial y todo lo que ello implica, contendientes, candidatos que representan a los dos principales partidos. Candidatos que, como se acostumbra a hacer en la mayoría de los países donde se realizan elecciones, tratarán de ganar votantes a lo largo de una costosísima campaña electoral. Y para ganar votantes se harán promesas, porque en la llamada “democracia representativa”, los contendores ganarán, en la medida que puedan convencer a más votantes, justamente con sus promesas. Hay quienes dicen que los “buenos políticos”, son aquellos que “saben prometer, aquello por lo cual mas tarde sabrán justificar no haber podido cumplir”.
La política es, en esencia, la forma más o menos acertada de administrar la economía. En sus campañas electorales los políticos con aspiraciones a ocupar los cargos más altos en la administración de sus países, serán aquellos que sepan presentar mejor sus promesas, los que sean más convincentes, lo cual no necesita tener nada que ver con la honestidad ni mucho menos: el discurso tiene que estar bien redactado y mejor leído.
Hay políticos que, por tener “carisma”, “el don de la palabra” y haberse ejercitado en una larga “carrera” política, improvisan buenos discursos y son más convincentes con sus promesas. Claro. Es que al final del “arco iris” de la campaña electoral, espera una enorme “olla” de compensaciones para sí y para sus “hombres de confianza”.
La economía de “la democracia más grande del mundo” tiene dos pilares fundamentales: la comercialización del petróleo y la comercialización de las armas ó, también podría decirse, la comercialización de las armas y de las guerras.
¡Ah! Entonces tenemos un par de problemas. Los Estados Unidos son uno de los dos más grandes consumidores de petróleo del mundo y no son autosuficientes. Y aunque lo fueran, el negocio del “oro negro” no está en manos del Estado sino en manos privadas.
Y en cuanto a las armas, cuya producción y desarrollo están diseminados por todo el territorio norteamericano, se necesitan compradores,”clientes”. Si se tratara de refrigeradores, lavarropas o automóviles, a pesar de que ya hay demasiados de estos últimos, el problema sería una cuestión de mejorar las tecnologías de producción y reciclaje. El mercado de los anteriores productos no es más nocivo de lo que el hiperconsumo pueda establecer. Pero cuando se trata de vender armas, también se necesitan “enemigos” contra los cuales utilizarlas entonces, los promotores de las ventas de armas, también “tienen” que promover los conflictos.
Esto no es nada nuevo para los políticos norteamericanos. Hace décadas que vienen practicándolo. Los ejecutivos del marketing de la guerra son a esta altura, expertos en la fabricación de “enemigos” y estos, han terminado siendo casi tan, o mucho más peligrosos que Hitler, con arsenales enormes de armas poderosísimas, que pusieron o pueden poner en peligro la integridad del mundo entero. Lo hicieron contra Irak en 1991, lo hicieron contra Afganistán y Bin Laden después de la “caída de las Torres Gemelas”, y lo volvieron a hacer contra Irak venciendo, (por supuesto) al gran tirano de tiranos, Sadam Husein.
Todo el mundo sabe que los ataques a esos países y su posterior saqueo (lo primero que saquearon en Irak tras la entrada de las fuerzas terrestres norteamericanas fueron los museos, vaciados de reliquias en beneficio de traficantes y coleccionistas ricos), fueron hechos en base a mentiras que muy pronto quedaron al descubierto. Los motivos fueron simples y descarnados: el saqueo filibustero de los recursos.
Por último, los Estados Unidos y sus “aliados” de la OTAN lo hicieron contra Muamar el Gadafi, para apoderarse del petróleo libio.
En medio de la lluvia de cables con noticias del transcurso de las Olimpíadas de Londres, comenzaron a aparecer las amenazas de la guerra que vendrá, esta vez contra la República de Irán. En la salida del Estrecho de Ormuz ya está ubicada la flota norteamericana. Y dejemos de lado, por un momento, todas las “movidas” del enmarañado sistema militar norteamericano, que patrulla y controla con sus nueve flotas, todos los mares y océanos del mundo.
Los titulares son de terror: “El presidente Obama podría dar la orden de bombardear Irán a finales de octubre”. Un “analista” de la revista norteamericana “The National Interest” (7 agosto), Jacob Heilbrunn, opina que el ataque se llevará a cabo “con el fin de prevenir que el país islámico desarrolle armas nucleares”.
Por otra parte el “experto” considera que “el golpe demoledor (contra Irán), conllevará un auge patriótico en EE.UU. y neutralizará las acusaciones de Mitt Romney sobre la debilidad de la política exterior de Obama”.
Simultáneamente se da cuenta de que el premier israelí Benjamin Netayahu, que cuenta con todo el apoyo Mitt Romney, podría no esperar la decisión de Obama y lanzar un ataque a Irán para con ello obligar a los Estados Unidos a intervenir en su apoyo.
Los contendientes de la campaña electoral de los Estados Unidos, no compiten a favor o en contra de lanzar un ataque a Irán, sino por quien lo hace primero y mejor. Quién de los dos principales políticos norteamericanos atiende mejor la “economía norteamericana” y queda mejor parado con el gobierno israelí, gendarme norteamericano en Medio Oriente. O sea: gane quien gane, ¡habrá guerra!
La liviandad y el desparpajo con que los ”analistas” tratan el tema de una guerra contra un país, es brutal. Y suponen todavía, que la brutalidad del crimen que se planea llevar adelante, promete, increíblemente, provocar “un auge patriótico” dentro de fronteras.
Nada parecen interesar, ni al premio Nobel de la Paz ni a su contrincante, las terribles consecuencias que el asalto a la nación persa podrá provocar: los miles de muertos y muchos miles más de mutilados (incuso en propias filas), la destrucción de infraestructuras y monumentos, el descalabro de la economía mundial a partir de colapso de la comercialización del petróleo, la profunda inseguridad e incertidumbre en el presente y futuro y todas las calamidades que vendrán detrás.
Tampoco parecen conmoverse, la mayoría de los líderes del “mundo occidental y cristiano”. ¿Raro? ¿Curioso? No. Natural y lógico. Para los “líderes” de los países capitalistas más poderosos del mundo, será un “serio problema” en los discursos por TV, pero en la práctica, un alargue de sus proyectos de mal gobierno. No puede esperarse otra cosa, por ejemplo de Mariano Rajoy, que lidera un retroceso histórico en los derechos de la ciudadanía española y en particular de las clases trabajadoras. Serán “momentos que exigirán unidad interna y posposiciones de anhelos, en estas horas -dirá-, tan difíciles”.
La pasividad de eunucos, de la mayor parte de los gobiernos del mundo es sencillamente criminal. Cuando estalle la guerra, no serán otra cosa que cómplices del holocausto. Sólo la presión de los pueblos podría, a esta altura, poner freno a tanta locura. No es muy probable que suceda. Tal vez, al fin y al cabo, las supuestas predicciones mayas estén en lo cierto.
Carlos Medina Viglielm
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