domingo, enero 27, 2019

El macartismo nunca se fue del todo



En la magnífica película del muy conservador Sam Wood, Sinfonía de la vida (USA, 1940), el cronista presenta a la gente de un tranquilo, casi idílico, pueblo norteamericano de principios del siglo XX, y después de repasar las diversas iglesias, añade “y algunos socialistas”. Por entonces, el socialismo de Eugene V. Debs, de Jack London y Upton Sinclair, con el emergente sindicalismo revolucionario de los “wobblies”, formó parte significativa de una sociedad que crecía liderada por los grandes potentados. Estos años serán de duros enfrentamientos sociales que tuvieron una visualización creciente en las urnas. Todo acabó con la I Guerra Mundial, y aunque el socialismo norteamericano consiguió un cierto prestigio en los años con Norman Thomas, al final acabó disuelto como un “lobby” decreciente en el Partido Demócrata. Fundado por John Reed, el USAPC, compuesto por algunos de los mejores elementos socialistas y “wobblies”, rotundamente comprometido con la minoría negra, tuvo sus años se grandeza, sobre todo en los primeros años, justamente cuando la represión fue más acuciante ya que la revolución rusa provocó una ola de pánico en las clases dirigentes que llevaron una auténtica “caza de brujas” contra los “rojos”, dentro de la cual se puede incluir en emblemático caso Saco-Vanzetti, el último acto que unió a anarquistas y comunistas en una misma causa…Luego vendría el estalinismo.
Sobre esta época Joe McCarthy, gay homófobo al igual que Hoover, que no participó directamente en el Comité de Actividades Antiamericanas, fue destituido en 1954. El presidente Eisenhower consideró que había llegado demasiado lejos, ya no era necesario aquel mostrenco sudoroso, ya el rojerío estaba vencido. Al fin y al cabo, McCarthy resultó también un muñeco roto de la oligarquía yanqui, consumiéndole el cáncer en 1957.
La meca del cine nunca volvió a ser la de aquellos años, en los que un grupo de locos decidió poner el celuloide al servicio de las grandes mayorías. La caza de brujas exterminó los sueños de toda una generación, arruinando el propio futuro de los EEUU.
Para salvar sus piscinas, algunos renunciaron a lo mejor de sus vidas, embarraron para siempre sus destinos, dejaron en la cuneta a amigos y parientes. Perdió la conciencia, ganó el bolsillo. Uno, que no es nadie para dar lecciones, no sabe lo que hubiera hecho en su lugar, pero si conoce que hubo otros que se mantuvieron firmes, frente a la ignominia.
Bastantes décadas habían transcurrido desde la delación. Algunos creían que su actitud canallesca ante el Comité de Actividades Antiamericanas había sido olvidada. Pero, finalmente, Elia Kazan no pudo disfrutar de su Oscar honorífico en olor de multitudes. Se le abucheó, una parte del público presente en la ceremonia no se dignó a aplaudirle, volvieron a resucitar sus víctimas, marginadas y perseguidas desde su confesión. Corría el año 1999, Kazan tenía 89 años y era uno de los últimos supervivientes de aquella tragedia usamericana: la caza de brujas, el maldito macartismo.
Abraham Polonsky también continuaba vivo. Su carrera quedó destrozada tras negarse a denunciar a sus compañeros. En este caso, la dignidad prevaleció sobre el miedo. Polonsky pudo haber sido uno de los grandes maestros del cine negro, pero la industria le vetó hasta finales de los sesenta, cortando de raíz una prometedora trayectoria. Vivió lo suficiente para contemplar, horrorizado, la entrega de la estatuilla a Kazan.
La mejor película de Abraham Polonsky es “La Fuerza del Destino” (1948), protagonizada por John Garfield, astro de la pantalla y hombre de simpatías izquierdistas. Machacado por los macartistas, tampoco delató, lo que le costó incluso la vida. Apartado de los rodajes, murió de trombosis el 21 de mayo de 1952, a los 39 años.
Sin ningún género de dudas, la irrupción del senador Joseph McCarthy en el panorama político de los EEUU supuso un verdadero cataclismo para la cultura y la vida artística del Imperio. Ya, desde los últimos compases de la Guerra Mundial, la paranoia anticomunista se había instalado en la agenda política de las élites de Washington. Una paranoia fomentada por el denominado Comité de Actividades Antiamericanas, formado en el seno de la Cámara de Representantes para combatir el nazismo en 1938, y que acabó siendo utilizado para cercenar los derechos civiles de miles de ciudadanos.
El FBI, la agencia federal de investigación, espiaba a representantes de todos los sectores de la vida nacional. Su Director, J. Edgar Hoover, un homosexual oculto y reprimido, de ideología ultraderechista y sonados vínculos con el capo mafioso Meyer Lansky, se convirtió en árbitro de la política usamericana durante cerca de cincuenta años (1924-1972). Hoover llegó incluso a investigar a Albert Einstein, un pacifista convencido, desilusionado tras los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, teórico del socialismo para la revista Monthly Review. Otra de las obsesiones de Hoover fue la familia Kennedy: desde el patriarca Joe a los hijos Joe Jr, JFK, Bobby y Ted.
El Comité comenzó su cacería anticomunista en 1947, centrándose en la industria cinematográfica, llamando a declarar a actores, productores, directores, guionistas. Desde un principio, los inquisidores encontraron una fértil colaboración en los grandes magnates de Hollywood, cómo Jack Warner, en realizadores cómo Cecil B. de Mille, o en intérpretes cómo Robert Taylor, Gary Cooper o Adolphe Menjou. Tampoco pudo desaprovechar esa oportunidad un actor de medio pelo y menos escrúpulos, Ronald Reagan, presidente del Sindicato de Actores y miembro entonces del partido demócrata.
Lo que el Comité quería saber era si tal o cual persona había pertenecido en alguna ocasión al Partido Comunista, lo que equivalía a considerarlo como un traidor a la patria, agente de la Unión Soviética. Si el investigado, daba nombres de otros comunistas o ex comunistas, se le perdonaba su antigua militancia. Si no daba nombres, si no delataba a nadie o simplemente se acogía a la Primera Enmienda y declinaba declarar, las consecuencias podían ser terribles.
Los Diez de Hollywood (ocho guionistas: John Howard Lawson, Dalton Trumbo, Albert Maltz, Alvah Bessie, Samuel Ornintz, Herbert Biberman, Ring Lardner Jr. y Lester Cole; el productor Adrian Scott y el director Edward Dmytryk) decidieron no traicionar a sus antiguos camaradas, siendo condenados por ello a un año de cárcel. La estancia entre rejas ablandó la moral de Edward Dmytryk, que acabó cantando ante el Comité, pudiendo retomar su carrera, llena de éxitos a partir de entonces.
Tampoco Sterling Hayden, inolvidable protagonista de La Jungla de Asfalto (John Houston, 1950) y de Atraco Perfecto (Stanley Kubrick, 1956), pudo resistirse a los cantos de sirena de los cazadores de brujas. Miembro efímero del Partido Comunista, denunciante de varios amigos suyos, amargamente arrepentido después. Amargado de por vida, cómo escribió en sus memorias, su vida se fue apagando, lejos de las salas de cine.
Los directores Robert Rossen y Elia Kazan, ex militantes del CPUSA (Partido Comunista de los Estados Unidos), resistieron en un primer momento la acometida macartista, cediendo a la presión del Comité posteriormente. Uno de los miembros de ese Comité era el abogado Richard Nixon.
Kazan y Rossen pudieron continuar su trabajo, legándonos obras maestras cómo El Buscavidas (Robert Rossen, 1961) o Al este del Edén (Elia Kazan, 1954). Nunca se arrepintieron de su traición, por lo menos en público.
La caza de brujas empujó al exilio a directores cómo Charles Chaplin, John Houston, Joseph Losey o Jules Dassin, y negó el sustento a guionistas cómo Dalton Trumbo o Zero Mostel, extendiéndose poco a poco, cómo una telaraña infame sobre el territorio usamericano.
Los esfuerzos de J. Edgar Hoover dieron sus frutos cuando el científico Robert Oppenheimer, padre del Proyecto Manhattan, cayó en desgracia, convirtiéndose él también en delator. La misma manía persecutoria acabó enviando a la silla eléctrica al matrimonio Rosenberg. Esta estrategia, destinada a socavar los cimientos de la intelectualidad socializante usamericana, expulsó también al dramaturgo Bertolt Brecht, tras declarar que nunca había formado parte del CPUSA.
Quisiera detenerme en la figura de Jules Dassin. A diferencia de Kazan, él no delató, no traicionó, no denunció, no vendió a los suyos, abandonando por ello su país. Autor de obras maestras tales como “Fuerza Bruta” (1947), “La ciudad desnuda” (1948), Noche en la ciudad (1950) o “Rififí” (1955), padre del cantante Joe Dassin y esposo de la actriz y política griega Melina Mercouri, cumplirá 96 años el próximo o­nce de diciembre. Hollywood nunca lo ha recordado cómo se merece, continúa olvidado, borrado de la intrahistoria de aquel rincón de California.
Uno de los problemas que tuvo la izquierda y que no es particular a los EE.UU. fue el nacionalismo y el patriotismo. Si los marxistas y los anarquistas pretendemos que los proletarios no tenemos patria, se nota todos los días que los proletarios y las clases sociales “inferiores” no comparten este punto de vista y el sistema norteamericano, como todos los sistemas lo hacen, se sirvió de ello. Las capas sociales inferiores son particularmente sensibles al nacionalismo y al chovinismo y aprueban fácilmente una política imperialista. Se vio en los medios obreros norteamericanos, en los cuales por principio la izquierda debería haber estado mas implantada, una fuerte agitación en favor de la guerra del Vietnam. Fueron la universidades y no los obreros, y en particular los estudiantes, es decir los mismos que militaron para los derechos cívicos, los que se opusieron a la guerra, mientras que el “sistema” encontró sus apoyos más firmes en los medios obreros, es decir en los grupos disponiendo de las rentas más pequeñas (Curioso que muchas veces fueron los capitalistas de Wall Street los que manifestaban contra el gobierno, mientras que los obreros de la construcción manifestaban en su favor)
Verdad que tanto los sindicatos de los camioneros como los sindicatos de la construcción o de los puertos estaban en manos de grupos criminales y mafiosos. La película de Elia Kazan, “Sobre los muelles” interpretada por Marlon Brando es significativa.
La película de Kazan no se llama “Sobre los muelles”, conocida aquí como “La ley del silencio” que bajo el franquismo fue interpretada como una apuesta por la catolicismo obrerista que tanta importancia tuvo en los orígenes de Comisiones Obreras. En ella precisamente Kazan trata de justificarse él mismo por su colaboración con el macartismo. Marlon Brando representa el papel de chivato sensible que decide colaborar con la policía y denunciar a los mafiosos que controlan el trabajo en los muelles. Si en vez de “mafia” piensas en sindicatos, la justificación de la delación está servida en bandeja de plata. Por una parte Kazan justifica la delación y por otra, pretende asociar con la mafia a los sindicatos obreros de izquierdas que aún existían en esa época. film muy notable sobre cómo el estado americano entrega a la mafia el control de los sindicatos es “Erase una vez en America”de Sergio Leone.
Seguramente toda esta historia le sonará muy lejana a las nuevas generaciones, pero forma parte central de las páginas políticas y sociales de la historia del cine, y permite además una lectura ampliada en la historia de la represión de militancia socialista norteamericana de todas las tendencias.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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