domingo, enero 27, 2019

Nuestros viejos: problemas y alternativas, un libro para el combate de los pensionistas



Durante este mismo enero pero de 1981 acabé de redactar un librito puesto al servicio del movimiento, en particular de la vocalía de Pubilla Casas, y que estaba dedicado a pensionistas combativos,, “gente tan noble como los sueños que sostienen su lucha cotidiana”. Era mi segunda tentativa de escribidor, y después de dar muchas vueltas, tuve enormes dificultades para encontrar un editor comprensivo, hasta que lo encontré gracias a la recomendación que me brindó Eduardo Pons Prades que había editado allí una recopilación de narraciones sobre la resistencia antinazi en Francia, una llamada por teléfono que me llevó hasta el almacén-despacho del barrio de Gracia de la editorial Hacer que regentaba el inclasificable Pep Ricou, un “antiguo” de Acción Comunista, ahora empeñado en mantener una colección resistente de libros radicales y utópicos en ediciones muy modestas, pero en la que rescataron numerosos títulos importantes de William Morris, Robert Owen, Julio Verne, Emile Armand, entre otros autores, pero no por ello menos ruinosas, y que en aquel momento era coeditor de la edición en castellano de la célebre Revista Mensual/Monthly Review. Para facilitar su difusión conseguí la complicidad del maestro Francisco Candel, que por entonces ejercía de concejal de cultura por el PSUC en L´Hospitalet, y que en unas extensas páginas (que añado como anexo) demostró que se había leído el texto y además, le había interesado.
Curiosamente, tiempo después el prólogo apareció con algunas rectificaciones, reproducido por una revista que era una cutre versión hispana del Play Boy, y cuyo título Mastías, no tardé mucho en descifrar viendo unas ilustraciones con las trataban de competir en plan barato…Este nuevo libro se trataba de un texto pésimamente editado con el cual trataba de llenar un hueco en una cuestión sobre la cual abundaban títulos de ensayo e investigación, pero que, como tal movimiento no contaba con los propios para la agitación y la propaganda, algo propio de todo movimiento en alza, pero que en este apenas si hubo tiempo para llegar a emplear semejantes armas, ya que la política institucional no tardó en absorber cualquier autonomía, y los más combativos acabaron marginados o integrados, como el propio Francesc Pedra, quien no obstante nunca olvidó la dignidad de su biografía. Por su parte, Pedro se apartó amargado ante algo que no acababa de entender, .justamente en un tiempo en el que sus problemas médicos comenzaron a agravarse. Pretendía ser una aportación asequible que pudiera leer, por ejemplo el veterano malagueño Pedro Rodríguez, compañero de Cipriano Mera en la guerra, que lo hizo y todo un personaje, un carácter. Pedro luego se acercó a la Liga más que nunca, pero por esta época empezó a perder vista, y su entusiasmo se encontró con unas dificultades inesperadas.
Un texto que buscaba la polémica, con un enfoque propio de una opción marxista que intentaba ser al mismo tiempo flexible y “dura”, y que abundaban la citas y las referencias de lecturas de todo tipo, pero que ante todo era deudor de dos grandes aportaciones de la izquierda, de una de las obras magnas de Simone de Beauvoir, La Vejez, y la magnífica aproximación amble en la forma pero radical en el fondo del médico libertario británico Alex Comfort, La tercera edad. Una buena edad, dos obras que recomiendo encarecidamente como verdaderos clásicos sobre una cuestión vital.
Por su lenguaje y estructura, “el Comfort” se convirtió en un instrumento muy asequible, tanto era así que me convertí en un activo divulgador de su edición, hasta llegué a un acuerdo con la editorial aprovechando una amistad en su interior. Aquellas lecturas fueron mucho más que unas fuentes, pasaron a ser referentes de primer orden para una concepción vitalista y creativa de una vida que se tenía que vivir cuidada e intensamente porque se envejecía igual que se vivía. Por otro lado, eran libros sagrados que confirmaban la pertinencia del esquema marxista, que insistían en el enfoque de la lucha de clases al tiempo que abordaban una sabiduría sobre la que desde los griegos y los romanos, y no digamos en la Ilustración, existía una abundante conciencia de que los prejuicios escondían la exigencia de mantener los privilegios, una causa que los políticos modernos habían aprendido a disfrazar con grandes palabras.
A lo largo de múltiples conversaciones, mis amistades destacaron el hecho de que abordara un tema tan poco conocido por la izquierda militante, y que, además, lo hiciera sin la menor concesión a una infecta sentimentalidad. En Nuestro viejos. Problemas y alternativas denunciaba el sistema no en nombre de la caridad sino de la justicia, y advertía ya contra las crecientes tentativas del “Estado barato” que acabaría amenazando seriamente las conquistas que habían caracterizado el llamado “Estado del Bienestar”.
Igualmente arremetía contra la cada vez más presente ideología neoliberal que trataba de llevar la situación de los mayores (o de los minusválidos) hacia la exclusiva responsabilidad de las familias, como sí todas las familias fuesen como, por citar una que hablaba mucha de las “responsabilidades” familiares en estos casos, la de Pujol-Ferrusola. Al tiempo, la obra divulgaba una concepción filosófica ampliamente argumentada con razones argüidas por mis autores preferidos, y según la cual la vejez podía ser una buena edad a condición de no vivir a la manera de un cohete, quemando la juventud sin pensar en un mañana que, al decir del abuelo Trotsky, la vejez era, paradójicamente, lo más inatendido que te ocurría en la vida. Pasaba la vida, y llegabas a la vejez, pero como cualquier otra edad, e insistía con persistencia, esta podía ser en lo posible, dichosa y creativa. Los ejemplos abundaban, hasta podías aspirar a una buena muerte, sólo se requería tener una pasión creativa, algo que te mantuviera vivo en el sentido más pleno de la palabra.
Argumentaba en este sentido presentando el libro en un programa de radio con Luís de Olmo, cuando un avieso Luís Fariñas me preguntó sí en la URSS los viejos estaban mejor que en Occidente. Le respondí que de vivir en la URSS habría tratado de escribir un libro análogo, con idéntico sentido reivindicativo, y sí algún burócrata infame me hubiese preguntado lo mismo, le habría respondido que en Occidente lo habría escrito por un igual. Al salir, el tipo me extendió la mano pero yo me hice el despistado.
Errores (múltiples) y limitaciones (a tope) aparte, quizás el principal problema del libro radicaba en el hecho de que el movimiento ya había iniciado su curva de decadencia y de rápida integración en las políticas institucionales, y que por lo tanto, se convirtió en una expresión excesivamente crítica y punzante en un tiempo en el que, hasta el propio Pedra, tuvo que olvidarse de los sueños de construir un amplio movimiento social como los que funcionaban en Francia o Italia, y limitarse con la mayor honradez posible, a negociar con los políticos que, a su vez, tratarían de utilizarlo como bandera.
Sin embargo, más allá de los avatares editoriales, tanto la experiencia como todas aquellas lecturas de base me sirvieron para consolidar una idea militante de la vida, una concepción de la existencia desde una perspectiva de a largo plazo y en la que la suma de los años no tenían porque ser un problema irresoluble, ya que, como afirmaba Picasso en una de las innumerables citas evocadas a lo largo del texto, “se necesitaba mucho tiempo para aprender a ser joven”, desarrollando un equilibrio en el que la serenidad que daban los años no impedía la persistencia de los impulsos juveniles. Ese y o no otro, era el secreto. El problema era contar con la suma de circunstancias favorables, y de la capacidad y de la conciencia para aplicarlo, pero a mí entonces todo esto me parecía obvio, y no veía ninguna nube que temer en un horizonte en una plena y bergsoniana militancia de la vida…
De hecho, yo veía las lecciones primordiales de libro ilustrada en aquellos ancianos que seguían creyendo en sus ideas, y que contaban su mejor medicina en sus ilusiones por cambiar las cosas, en sus ganas de vivir, en su cólera generosa que hablaba Dickens. El movimiento se calmó después de conseguir una ristra impresionante de mejoras comenzando por la democratización de los pocos “casals” que existían…Recuerdo un ejemplo que puede ilustrar el calor humano y la capacidad que llegó a tener el movimiento en esta fase incipiente. Un día, Mercé Ridaura, nuestra monja seglar, cansada de llamar a las puertas que conocía, nos trajo a la Asociación de Vecinos del barrio a una pareja de ancianos que parecían criaturas por su inocencia. Con la pensión que tenía él (ella no cobraba, y eso era lo normal por entonces), no podrían pagar la subida del alquiler que le habían hecho. Ni corta ni perezosa la Junta decidió visitar al alcalde interino, el Sr. Perelló, el último de L´Hospitalet antes de las elecciones. Tendríamos que haber ido dos o tres, pero nos presentamos no menos de quince. El ambiente era tal que no hubo problema para que el Ayuntamiento aceptara un acuerdo según el cual asumía el pago del alquiler de los abuelos, no recuerdo sí parcialmente o en su totalidad.
Quizás sea por la satisfacción que me quedó, que me parece que se hizo cargo de sus cuidados en su totalidad y hasta la muerte. Algo que hoy en día puede parecer todavía un sueño…

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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