martes, agosto 04, 2009

Julio, mes letal para la guerra de Obama en Afganistán


El presidente Bárak Obama optó por desmarcarse de la política de su antecesor George Bush en Irak y, sin encomendarse a nadie, escogió a Afganistán para desarrollar su propia guerra creyendo, quizás, contar con los recursos para imponerse en un escenario históricamente considerado ingrato para aventuras militares extranjeras.
Lo de su “propia guerra” es un decir, porque la agresión la inició el mismo Bush como venganza tras los ataques a las torres gemelas en Nueva York en septiembre de 2001, buscando una rápida victoria para levantar la decaída moral de sus compatriotas.
Si Bush hubiese conocido algo de historia sabría que el último conquistador de Afganistán, Alejandro Magno, planificó una contienda de tres semanas que se convirtieron en tres terribles años para sus tropas y sólo concluyeron tras la boda del líder macedonio con la hija de uno de los jefes tribales.
No sabemos que tan vasto sea el conocimiento de Obama, pero es posible que no se haya enterado de que en el siglo XIX, de cuatro mil 500 soldados británicos y 12 mil civiles acompañantes que intentaron conquistar esa región centroasiática, solo quedó uno para relatar los hechos. El resto murieron por los ataques rebeldes o durante una catastrófica retirada.
Quizás estos datos comiencen a tener relevancia luego de finalizar julio, el mes más sangriento para las tropas de ocupación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, que acompañan a los estadounidenses en esta aventura.
Fueron 76 los soldados y oficiales muertos en los últimos 31 días, de ellos 43 estadounidenses, 22 británicos, 7 canadienses, dos turcos, un australiano y un italiano.
La respuesta a la ofensiva en la región de Helmand, donde se produce el 42 por ciento del opio de todo el planeta, es la causa de tan elevado número de bajas. Hasta entonces el mes más letal para los estadounidenses había sido septiembre de 2008, cuando perecieron 26 efectivos.
Para Gran Bretaña significa el mayor número de caídos en combate desde la guerra colonialista de Las Malvinas, cuando enfrentaron al ejército argentino en la década de 1980.
Las pérdidas obligarán a Obama a incrementar la presencia militar en Afganistán, a contrapelo de sus intenciones de privilegiar el carril “civil” de la agresión para, según él, fortalecer al gobierno que emerja de las elecciones del próximo 20 de agosto.
Meter más soldados, más medios y equipos, así como fortalecer las estructuras de seguridad, según lo ha solicitado el jefe de las tropas, general Stanley McChrystal, son una clara muestra de que, apenas iniciada la guerra de Obama contra el Talibán, ya la está perdiendo.
En el terreno de la opinión pública tampoco le va muy bien. El 53 por ciento de los estadounidenses no comparten la presencia de sus tropas en Afganistán, 62 de cada cien franceses se oponen a que sus soldados permanezcan desplegados allí y 56 por ciento de ciudadanos italianos desean la retirada de sus tropas de ese frente.
Por otra parte, aumenta la desconfianza y la hostilidad de la población civil afgana, cansada de escuchar promesas incumplidas y sufrir reiterados ataques de “fuego amigo” que han causado miles de fallecimientos y decenas de miles de familias desplazadas sin recibir ningún tipo de atención humanitaria.
Es posible que el presidente estadounidense tenga tiempo aún de sacar las manos, y algo más, de Afganistán, antes de que la vida le enseñe, como al garcíamarquiano coronel Aureliano Buendía, de la monumental novela Cien Años de Soledad, que es mucho más fácil comenzar una guerra, que tratar de terminarla.

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