domingo, octubre 10, 2010

23 f: Cercas y lejos


No quiero entrar en un posible análisis de Anatomía de un instante, lo mío no es valorar su posible riqueza literaria. Me importa mucho más el punto de las interpretaciones. Al parecer, la novela fue un encargo, lo que tampoco tienen porque significar un obstáculo para un escritor, aunque sí índica una cosa: el interés de los editores en ofrecer una versión de un hecho histórico clave, sobre todo ahora, o sea cuando se está dando un creciente rechazo del precio de la Transición.
Está claro que las interpretaciones de Cercas son las de un novelista ambicioso, e introduce reflexiones y apuntes que no estaban en el guión oficial, pero en lo fundamenta, el 23-f fue una película en la que el chico sigue siendo Juan Calos I, y el final es de “happy end”: tenemos la mejor democracia de nuestra historia. Evidentemente, después de una guerra civil y 40 años de dictadura, a la mayoría le parece gloria, además, la República queda muy lejos, y Europa (y USA) muy cerca. Europa valía decir entonces el modelo “socialdemócrata”.
Hay varias fechas claves en la Transición: el 14 de abril portugués, la muerte de Franco, el relevo de Arias Navarro por Suárez, la legalización del PCE en la Semana Santa del 77, las elecciones de junio, los pactos de la Moncloa, la Constitución, un ciclo que se cierra con el asalto al congreso de los diputados.
Los tres datos iniciales señalan un auge del antifranquismo: teníamos una “revolución” en la casa de al lado (algo que los gobernantes que habían apostado por “reformar en la continuidad”, nunca se habrían imaginado; el franquismo como Franco tenía una manifiesta caducidad, de manera que la “reforma” se hizo inviable…Esto se vivió en la calle como un poderoso acicate para la movilización, y por primera vez en muco tiempo eran los “adictos” los que empezaban a tener miedo. Una muestra: en mi ambulatorio estalló una huelga animada desde abajo, y por gente que “nadie lo diría”, y el personal franquista corrió a vestirse de “democráticas”, hasta recuerdo a uno hablando de “autogestión”…
Los tres siguientes (precedidos por el referéndum sobre la Reforma Política), marcan la recuperación de la iniciativa por parte de los “reformistas” del régimen: ganan las elecciones (en parte por el miedo que todavía subsiste, y en parte porque la izquierda busca ante todo ocupar sus escaños), establecen un pacto social que pone fin a las grandes movilizaciones, un “trabajo” realizado a fondo por el aparato político y sindical del PCE-PSUC (las huelgas son desactivadas por arriba), y la Constitución se impone con la siguiente regla: los “reformistas” reconocían e integraban una serie de libertades fundamentales, al tiempo que imponían unos límites (una monarquía que reina y manda sobre el ejército, y que deja gobernar siempre que se respeten dichos límites). No obstante, para la derecha (recuperada), se habían hecho demasiadas concesiones, y el movimiento todavía coleaba. Se había llegado demasiado lejos
El 23-f será el golpe de Estado “fracasado” más exitoso de la historia. De entrada, solamente algunos cabecillas serán condenados (y a cuerpo de rey), en tanto que el grueso de la tropa que había secundado la intentona, no sufrió ningún castigo. Sí planteamos la historia en términos de caso policiaco, o sea, ¿a quién benefició el crimen? La respuesta no ofrece la menor duda. El rey “nos salvó”, lo que, entre cosas, le ayudó a limpiar su complicidad con el franquismo, y a gozar de un prestigio tal que en las películas que se han producido –sobre todo desde las televisiones-, su papel es equiparable al del rey Arturo, según Harold Bloom, el mejor de los monarcas porque…nunca existió. Cercas matiza esta historia pero como en las películas de Hollywood, las dudas acabaran reforzando el enunciado central: el rey sancionaba una republica coronada en la que…cualquier movilización social, cualquier tentativa de ampliar los derechos nacionales, cualquier crítica a la monarquía, al ejército, o al parlamento sería tratada como una irresponsabilidad cuando no, como una provocación. Desde entonces, palabras como consenso, diálogo, talante, etc, servirían para negociar derrotas populares.
En la película de Cercas, el “also starring” quedaría repartido entre Gutiérrez Mellado, Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, al que, de manera desconcertante a mi parecer, trata de “revolucionario”. Está claro que los tres lograron agigantar su peso frente a aquellos energúmenos (tan familiares para la gente que se había manifestado en aquellos años), y también al lado de tanto “representante del pueblo” metido debajo de su pupitre. El valor es una cosa que tienen mucho que ver con las circunstancias, y desde luego, no exime a nadie de otras actitudes, por ejemplo, no me importa mucho si Millán Astray era “muy valiente”, esto no contradice su papel histórico tan simbólico en aquellas jornadas de Salamanca frente al anciano unamuno, cuyo valor lavaría su repugnante asociación con “el Movimiento”. El caso es que el general y el presidente representaban a los “reformistas” que a los ojos de lo que luego sería el PP, se habían excedido en sus compromisos. En el caso de Carrillo, está claro que ya tenía “muchos tiros pegados”, y que se había templado en su experiencia estaliniana…El caso es que mostró un valor, cierto, peor esto no excluye lo demás, a saber, que fue el principal responsable es desmontar todo el potencial cívico y democrático del antifranquismo. De alguna manera, su mensaje en aquella época era el siguiente: gracias por haberos traído hasta aquí con vuestros luchas y sacrificios, pero ahora dejado a nosotros las manos libre para negociar. Por ejemplo, hablaban de “negociar” las contrapartidas de los pactos de la Moncloa, unas palabras que actualmente suenan a mofa.
En sus declaraciones a El País con ocasión de haber ganado el”Premio Nacional de Narrativa” (¿se lo entregará el rey?), Carcas dice la siguiente: …” Lo más duro que digo en el libro es que no hubo reacción ni resistencia del país contra el golpe. La gente tuvo miedo (…) Los culpables del 23-F fueron los militares, evidentemente, pero excluirnos a todos de responsabilidad es falsear la realidad. Me remito a los datos. La palabra "desencanto" no es ninguna bromita. Del 77 al 80 se produjo un enorme desencanto por parte de toda la sociedad, no de la democracia, sino del funcionamiento de la democracia. Eso lo hueles especialmente en los diarios y revistas. En el aire estaba la sensación de que la íbamos a cagar otra vez, como en el 36…”, unas palabras que merecen unas anotaciones.
Primero, la desmovilización ya venía de lejos, la burocracia sindical y el aparato político “comunista” habían cortado por lo sano las huelgas y las movilizaciones, habían tratado de desactivar las asociaciones y entidades más combativas, y habían producido un enorme desconcierto. En mi trabajo de los 300 y pico de afiliados a Comisiones, quedamos media docena, los concienzudos. Había también mucho miedo, los “ruidos de sables” eran ahora empleado desde la izquierda institucional (o reformista pero sin reformas), y se insistió en asambleas y en toda clase de actos públicos que, de no aceptar los pactos de la Moncloa o la Constitución, se estaba dando pábulo a los golpistas. Es curioso que mucho personal que había dedicado una parte de su vida –y que había padecido cárceles y palizas en no pocos casos-, se metiera bajo la cama o cogió el camino de la frontera la noche del 23-f. Pero también es cierto que fuimos muchos y muchas los que de madrugada ya estábamos repartiendo octavillas en las puertas de los metros y en los polígonos industriales.
El desencanto se alimentó de estas renuncias, de la derrota provocada por la desafiliación de los partidos en los que la mayoría había confiado, incluso entre las bases socialistas que se creyeron el discurso que Felipe y CIA, habían ofrecido hasta las vísperas, o sea hasta la moción de censura contra Suárez. También contribuyo la creencia de que una mayoría electoral nos acercaría a las democracias socialmente más avanzada.
En realidad está película estaba necesitada de una segunda parte, y es la que estamos viviendo ahora. Comienza cuando el PSOE tira por la borda aquel horizonte social europeo, y lo hace desde un partido funcionarial integrado en el aparato de estado, y que hace ya mucho tiempo que va en dirección opuesta a las necesidades sociales y democráticas de su propio electorado. En esta película se cierra un período histórico, y comienza otro. Y sobre su fondo de política-espectáculo se va viendo crecer un pueblo que está empezando (nuevamente) a distinguir entre la verdad oficia, y la cruda demagogia de los hechos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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