miércoles, octubre 06, 2010

Medio siglo de Espartaco


Hace cincuenta años, el 6 de octubre de 1960, se estrenaba Espartaco, un “peplum” que pasaría a la historia más por lo que representó que por sus discutibles valores fílmicos. De entrada, era la primera superproducción de Hollywood que glorificaba una revolución. Una revolución en la que los “malos” eran los patricios, y los “buenos” los esclavos. Una revolución que remitía al socialismo libre, así como a los movimientos civiles de los negros norteamericanos, personificado en la película por la noble figura del etiope Druba, que no ra otro que Woody Strode, actor ligado a algunas de los grandes títulos de John Ford. Además, estaba basada en la obra de un escritor represaliado por el sistema, el comunista judío Howard Fasta, que había sido escrita por el “balck liste” Dalton Trumbo, y rememoraba una revuelta que se había convertido en un antecedente de la lucha revolucionaria. Espartaco era un nombre común en la prensa del movimiento obrero más insumiso.
Desde el punto de vista del cine, Espartaco se ha convertido en una referencia ligada a la personalidad de su director oficial Stanley Kubrick, la verdad es que Kubrick realizó la película a regañadientes, y más tarde no la reconoció como "propia", en el sentido del papel que asumió como “autor” que hacía las películas como quería, algo que no es en absoluto el caso de Espartaco que fue, antes que todo, la obra de un productor con un proyecto de cine muy personal, en el que se combinaban las películas de gran presupuesto con otras más a contracorriente, como sería el alegato antimilitarista que tanto disgusto al ejército francés, Senderos de gloria (1957), en la que Douglas dio una oportunidad de oro a Stanley Kubrick, oportunidad que, justo es reconocerlo, también representaría Espartaco ya que sin su éxito a Kubrick le habría sido muy difícil haber podido tomar su opción como autor. Por otro lado, las peores comentarios sobre la película apuntan especialmente contra Kubrick como director que, por cierto, en aquel momento se encontraba en una coyuntura personal bastante delicada ya que acababa de ser expulsado por otro productor-actor, Marlon Brando, que tras despedir a Kubrick optó por ponerse también detrás de las cámaras en El rostro impenetrable (1961).
Kirk Douglas que fue el “alma mater” de muchas películas importantes, y en no pocos casos, arriesgadas, fue en esta el principal motor. Su verdadero nombre Issur Danielovich (Amsterdam, Nueva York, 1916), cuando nació en una familia de emigrantes judíos rusos, y que pagó sus estudios de actor ejerciendo en el boxeo, un ejercicio que le serviría en El ídolo de barro una de las películas que lo lanzaron a la fama. Que Kirk Douglas era un empresario con ambiciones propias lo demuestra el hecho de que despidiera Anthony Mann a que la Universal había impuesto a en su contra. Douglas había tratado con David Lean que no se consideró idóneo así como con Laurence Olivier, que tenía otra concepción del proyecto. Mann que había iniciado el rodaje en España con las secuencias de las canteras y de la escuela de Capua, y al parecer de algunos tramas de la gran batalla rodadas cooperación con el gran Yakima Canutt (las mejores escenas en opinión de muchos críticos), se marchó a los quince días. Era Douglas pues el que mandaba, una realidad confirmada por Kubrick que declaró que la suya fue una de las tantas voces que Douglas escuchaba, algo que no estaba en su talante, como tampoco lo estaba ponerse al frente de una producción mastondóntica con un equipo de producción que llegaba a 10.500 personas (incluidos los 8.000 soldados españoles que actuaban de extras, entre ellos algunos rostro conocidos).
Al bisoño Kubrick no le gustaba el guión. Una vez declaró que "la película lo tenía todo menos una buena historia". Al decir José Luis Guerner nada "más lejos, en efecto, del acendrado cinismo nihilista de Kubrick que el ingenuo idealismo liberal de Trumbo", aunque la verdad es que éste no puede ser meramente clasificado así sin más. Por su parte, Douglas le acusó de haberse querido apropiar del guión de Trumbo, dándole su nombre. Las tensiones entre Douglas y Kubrick fueron constantes, para el primero, el segundo "era una mierda con talento". Pero «la sangre no llegó al río», seguramente porque Douglas consideró que con un cambio era suficiente en una producción ya de por sí bastante dificultosa, en la que, aparte las numerosas dudas sobre la actriz protagonista, de los problemas con el guión, hay que añadir una operación quirúrgica de Jean Simons, una enfermedad del propio Douglas, más un accidente de Tony Curtis, quien por una gentileza de Douglas consiguió interpretar un personaje que no aparecía en la novela (y que de alguna manera subrayaba la relación entre la poesía y la cultura con la revolución que haría las delicias a los partidarios de la “unión entre las fuerzas del trabajo y de la cultura”), haciendo además un guiño al espectador invirtiendo el final de Los vikingos, donde es Tony Curtis el que mata a Kirk Douglas. Por cierto, cinematográficamente, ésta es muy superior a Espartaco.
Como productor avispado, Kirk Douglas consiguió plenamente sus propósitos. Aunque la trama se atiene al mensaje izquierdista casi inherente al personaje, su contacto con la realidad en el ámbito nacional norteamericano estuvo más ligado con la Campaña por los Derechos Civiles animadas por la comunidad negra, más claramente relacionada con la denuncia de la esclavitud de lo que lo podía estar el proletariado norteamericano entonces. Este contenido era bastante por lo demás, vagamente coincidente con el ´"espíritu" de la (luego idealizada) administración Kennedy, y de ahí que el propio JFK felicitara personalmente a Douglas. Espartaco fue muy bien recibida en los “países socialistas”, inmersos entonces en la época jruscheviana que, como ocurriría con Kennedy (y Juan XXIII en el Vaticano), aparecería como una fase reformista y esperanzadora en contraste con los vientos que soplaron después con la guerra del Vietnam o los carros soviéticos para reprimir la "primavera" socialista en Praga. El autor de estas líneas es testigo de la impresión que la película causó en las nuevas generaciones que asistieron a "una de romanos" en la que espectacularidad no impedía una evocación histórica mucha más rigurosa que las habituales, y con un contenido emancipador que conectaba con las tradiciones socialistas inherentes a la IIª República. Finalmente, hay algo de Espartaco en uno de los slogan más representativos de mayo del 68, concretamente con aquel en contestación al burócrata estalinista George Marchais, que trató a Cohn Bendit de judío alemán, y se encontró con millares de jóvenes gritando: "!Todos somos judíos alemanes¡". Un eco del !Yo soy Espartaco¡", que tanto nos impresionó en las salas del barrio.
No hay duda de que cuando Kirk Douglas "vio" Espartaco como una película pudo pensar con toda la razón, que se trataba de un proyecto utópico. Sobre todo porque no se trataba de una pequeña producción como Senderos de gloria, sino de un "peplum" en la línea abierta por Los díez mandamientos. Esta visión le vino cuando leyó la novela de Howard Fast (Walter Erigson, Nueva York, 1914), otro izquierdista judío que fue durante muchos años el escritor más emblemático del partido comunista norteamericano, hasta el punto de que en su prensa lo oponía a Hemingway, entre otras cosas porque se trataba de una lectura militante mucho más simple y asequible, y en la que la verdad y la justicia se imponía, como en las mejores del mal llamado "realismo socialista". No obstante, en aquella época, Fast consideraba que este estaba tan filtrado "que se había convertido prácticamente en una sucursal del Departamento de Justicia"
Cuando redactó Espartaco, Fast acababa de pasar una temporada en la cárcel por sus simpatías comunistas y era uno de los nombres más señalados de las listas negras. Para sobrevivir escribió una docena de novelas policíacas con el seudónimo de E. V. Cunningham. Después de tomar parte en una famosa conferencia comunista (en el Waldorf de New York), J Edgar Hoover le hizo saber a la editorial Little Brown que no quería ver Espartaco en las librerías; luego fue rechazado por otro siete editores; el editor Alfred Knopf le devolvió el original sin abrirlo con una nota que decía que ni siquiera iba a mirar la obra de un traidor.
No obstante, a pesar de la hostilidad manifiesta del FBI, Fast consiguió hacer una autoedición en 1952 por suscripción popular y venderla por correo, aún así fue un best-sellers. Uno de sus lectores fue sin duda Kirk Douglas lo que significó su mayor éxito con el cine. Simpatizante comunista desde su juventud, la obra de Fast no era de las que tenían una inmediata traslación a la pantalla, en este sentido seguían más el modelo de Dos Pasos que el de Hemingway. Sus libros abordaban capítulos de historia social norteamericana, éste es el caso Citizen Tom Paine (1943), un personaje que tratamos en el capítulo de la revolución francesa, y naturalmente La pasión de Sacco y Vanzetti (1953), un tema que abordaría el cine militante italiano con desigual fortuna, sin olvidar el alegato antirracista Camino de libertad (las dos últimas en Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1974; Fast era un escritor prohibido durante el franquismo.
Conviene anotar que entre el momento de su edición y el de su adaptación suceden no pocas cosas, en primer lugar que Fast fue expulsado del USAPC por su dura crítica del estalinismo The Naked God (El Dios Desnudo, Ed. Cid, Madrid, 1958), cuyo motivo de fondo sería el aplastamiento de la revolución húngara de 1956, y la otra, que la novela ya había conocido una difusión regular y se podía comprar en las librerías. Al principio de los años sesenta se alimentaba una ola radical contra los abusos de la derecha en los Estados Unidos.
Una vida bastante paralela a la de Fast sería la de Dalton Trumbo, el guionista “comunista. No obstante, aunque fue uno de los izquierdistas más notorios de su profesión, tildar de “comunista” algunos sus guiones parece hoy como algo demencial, pero esa no era la cuestión: ase trata de “vaciar” Hollywood de “disidentes”. Trumbo (James Dalton, Montrose, Colo, 1905-Los Angeles, 1976) había mantenido vinculaciones con el USACPC, pero era más bien un liberal jeffersoniano que se mostraba moderado y radical según los temas, sobre todo en sus guiones para el “cine negro” donde se encuentran también los mejores. Cuando escribió para Joseph Losey The Prowler (1951), tuvo que hacer desaparecer su nombre, y durante años tuvo que firmar con seudónimos como Robert Rich con el que ganó un Oscar por The Brave (Irving Rapper, 1956), un perclaro alegato animalista bienintencionado pero más bien blando. Esta ambivalencia liberal-izquierdista quedaría mostrada en sus últimos trabajos. Dirigiendo la potente...Y Johnny cogió su fusil (1970), angustiosa adaptación de su novela antimilitarista de 1939 que estuvo entre los proyectos más queridos de Luís Buñuel. El paralelismo entre Fast y Tumbo tuvo su colofón en la militancia sionista de izquierdas
La participación de Fast. y sobre todo de Trumbo, harían que Espartaco lograra un lugar en las páginas de la historia del cine en un capítulo de ajuste de cuentas liberal contra la censura del derechismo nacionalista llamado macarthismo. Se trata del diálogo establecido entre Craso y Antoninus (encarnado por el recientemente fallecido Tony Curtis) sobre los gustos sexuales ambivalentes que fue suprimido en el primer montaje, y que años más tarde sirvió para darla un interés añadido a su recuperación y reestreno. La anécdota es una de las más famosas de la historia del peso de homofobia en el cine, tal como cuenta con garbo en la incisiva película documental de reivindicación gai, El celuloide oculto (Rob Epstein&Jeffrey Friedman/ USA, 1995). Curiosamente, los dos actores implicados revelarían mucho tiempo después haber mantenido experiencias bisexuales.
Espartaco se inicia con unos títulos de crédito del genial Saul Bass. Se abre runa panorámica sobre la que aparecen a vista de pájaro unas canteras en medio de un páramo estremecedor, una evocación que permitirá que al hablar de las canteras en la época romana, se evoque Espartaco. Una voz en «off» nos informa: "En Tracia una esclava da luz a un niño que a los 13 años es vendido. Ese niño es ya un hombre que trabaja en las minas "soñando con la abolición de la esclavitud", lo que presupone algo que históricamente no está probado ya que la esclavitud tardó mucho en ser cuestionada. Pero no importa, la película está concebida para un tiempo en el que ser esclavo es lo último. No es necesario detenerse mucho, las condiciones de trabajo son indescriptibles, y el látigo funciona para castigar a uno que ya no puede más; aquí aparece Espartaco (Kirk Douglas, 47 años) que muerde al guardián. Cuando está sufriendo el castigo que le corresponde, la muerte lenta, aparece Léntulo Batiato (magnífico Peter Ustinov que ofrece el toque de humor cínico en la trama) pensando que alguien tan enérgico y rabioso bien puede ser añadirlo a su escuela de gladiadores de Capua, una de las tantas. En Capua no hay lugar más que para prepararse a sortear la muerte en la arena. Pero a Espartaco le queda un poco de ternura de manera que cuando se le ofrece unas esclavas como recompensa, se fija en ella, pero el instructor Marcello (Charles MacGraw,), se la quita. Tampoco hay espacio para la amistad entre números que en cualquier momento se encontraran frente a frente. Dos detalles que están presentes cuando el banquero Craso (Laurence Olivier), junto con otros romanos ociosos, dos (depravadas) aristócratas romanas sedientas de sangre y emociones fuertes (Nina Foch y Joanna Barnes), visita la escuela para ofrecerle un combate a muerte, o sea algo con lo que mostrarle su poder. Escogen a Espartaco por su mirada insolente así como al musculoso etíope Draba, un negro etiope que acaba venciendo, pero que antes de cumplir la orden fatídica prefiere revolverse contra la tribuna donde morirá a manos de Craso que lo degolla como si fuese un animal..
El hecho de que Varinia (una hermosa Jean Simons, muy lejos de La túnica sagrada), sea vendida a Craso. Cuando Marcello intenta obligar a Espartaco a comer la bazofia que le sirven, Espartaco lo mata ahogándole en un puchero en medio de excitación impresionante. La revuelta se enciende con solo 70 gladiadores que son como una bola de nieve que va cuesta abajo, en poco tiempo se le van añadiendo esclavos y pobres que, nunca mejor dicho, no tienen que perder más que sus cadenas. El espartaquismo se extiende por toda la península, y los rebeldes se encuentran con un ejército que funciona como una comunidad armoniosa que se distingue por su sencillez, la variedad y el ropaje multicolor, y por la posibilidad de tener amigos y de amar, ya que en una de las revueltas reaparece Varinia que había abandonado al fofo Batiato antes de llegar a la mansión de Graco que es el que mayor énfasis pone en la necesidad de restablecer la autoridad en Roma, no en vano él mismo es poseedor de innumerables esclavos.
Los “espartaquistas” eran el “ejército del pueblo”. No se distinguen los mandos, ni las torvas maniobras del senado, su funcionamiento es claramente asambleario. Espartaco aparece como un «tribuno del pueblo», alguien sediento de conocimientos y de venganza o de botín, abierto a asimilar todo lo que contribuya a la libertad, la cultura que le brinda Antoninus, el más culto entre ellos. No hay la más mínima referencia a los conflictos que acompañaron un trayecto que arrasó todo lo que encontró a su paso, y conoció divisiones internas, de hecho una parte siguió a Crixo (el soberbio John Ireland). No basta con vencer, no pueden continuar como al principio, y Espartaco plantea las opciones alternativas, la suya es encontrar su propia tierra prometida, su sueño es de liberación. Unos quieren atravesar Los Alpes a la manera de Aníbal, pero Espartaco los convence de llevar a cabo una marcha militar liberadora hasta Brindisi, aunque antes se refugian en el Vesubio donde derrotan al amigo de Graco, Glauber (John Dall), que paga caramente la propuesta envenenada del opositor de Craso en el Senado, el más liberal Graco (Charles Laughton), cuyo nombre evoca al líder del partido “plebeyo” que representó uno de los momentos álgidos de la lucha de clases en la historia de Roma.
Victoriosas, las tropas de los esclavos llegan triunfalmente al tacón de Italia, a Brindisi donde tienen un encuentro con el sinuoso pirata fenicio Tigranes (Herbert Lom, con unh toque árabe). Espartaco lo quiere contratar para que les preste los barcos con que escapar, y a cambio le ofrece los tesoros arrebatados a los ricos romanos. Sin embargo, les ha traicionado al llegar a un acuerdo con Craso que conoce mejor que nadie el lenguaje del oro. Al final, acorralado por un ejército muy superior, Espartaco es derrotado en una batalla que ha quedado como la más conseguida de la historia del «peplum». Espartaco será el último de los 6.000 crucificados en la Vía Apía aunque antes de morir (en el final más optimista de toda la filmografía de Kubrick, y contrario al planteamiento de Trumbo que pensaba que alguien como él solo podía morir con la espada en la mano) tiene ocasión de ver como su compañera, Varinia, camina hacia la libertad junto con su hijo. Está claro además que la victoria de Craso es también la derrota de Graco que se suicida.
Aunque ha seguido manteniendo la atracción popular (y muestra de ello son sus múltiples ediciones en vídeo y el DVD, así su más que notable bibliografía (empezando pro todos los títulos dedicados a Kubrick, y todo los de Douglas), con el tiempo Espartaco ha sufrido una cierta desvalorización crítica. Es considerada como una película próxima al llamado "realismo socialista", o sea convencionalmente izquierdista, en la que los oprimidos son muy buenos (es evidente que Espartaco no fue ningún humanistas, ni que sus hueste un pueblo digno y honrado, no lo podían ser, sin embargo su gesta representaba una negación de lo peor de Roma, y contenía una evidente chispa utópica que estuvo al bordel triunfo) y los opresores muy malos (no creo que en eso nadie tenga nada que objetar), que no resulta especialmente imaginativa, y que sus aciertos parciales no encardinan con un conjunto melodramático y discursivo…No obstante, nadie cuestiona la cuidada labor del conjunto artístico empezando por los tres Oscars (a la fotografía de Russell Metty, a la dirección artística de Eric Orbom, y a Peter Ustinov como secundario), sin olvidar, por supuesto, una lista más larga compuesta por los hermosos genéricos de Saul Bass, la extraordinaria banda musical de Alex North --su tema de amor es inolvidable-- que fue nominado al igual que el equipo de montaje, y por supuesto el impresionante reparto dentro del cual sobresale una eficiente galería de secundarios que no necesitan subrayar su número como las estrellas.
Al margen de sus errores y aciertos, Espartaco significó una nueva vía para el cine comercial, desde entonces no se cuestionó que una superproducción pudiera tener una mensaje serio y políticamente radical, las otras tentativas en el mismo sentido se encontraron con más problemas de la industria que de la censura. Pero sobre todo desde su estreno la historia del gladiador que desafío Roma y luchó contra la esclavitud, dejó de ser un secreto. Un milagro del cine cuyo alcance cívico y moral no se puede subestimar, ya que ahora sería difícil encontrar a alguien medianamente culto que no sepa que Espartaco se rebeló contra la esclavitud. Que existieron esclavos que se sublevaron contra una condición que entonces parecía algo tan natural como siglos después lo parecen la extrema pobreza y la marginación de unos al lado de los escandalosos privilegios de otros (por ejemplo, de estrellas del cine que, salvo excepciones, ni siquiera pueden decir que aportan algo como aportó Kirk Douglas).
Se podía decir que el sueño de Espartaco ilustraba la siguiente frase de Platón" Mi República existe sólo en nuestra mente, puesto que no está en parte alguna de la Tierra, por lo menos como yo la imagino. Pero en el cielo hay, probable­mente, un modelo de ella". Era una “República de iguales”, pero su lucha solamente “planteó” un combate que se prolongaría durante siglos con la complicidad abierta de la Iglesia católica, que aunque desde el cine haya querido convencernos de lo contrario, nunca levantó un dedo por los esclavos. La batalla decisiva llegó con la revolución francesa, y la lucha contra la esclavitud se extendió a lo largo de todo el siglo XIX, ayer como quien dice. Es más, todavía quedan muchas batallas pendientes. El neoliberalismo ha demostrado que su idea de lo “social” no hace ascos de la esclavitud, siempre tendrá intelectuales transgénicos del tipo de Vargas Llosa u otros, para justificarla. De ahí que, con todos sus defectos, Espataco siga siendo una película valiosa y digna de ser recomendada comenzando por los centros de estudios.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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