Blog marxista destinado a la lucha por una nueva sociedad fraterna y solidaria, sin ningún tipo de opresión social o nacional. Integrante del Colectivo Avanzar por la Unidad del Pueblo de Argentina.
lunes, octubre 10, 2011
Al lado del Che
Aquel Ministro que trabajaba en los campos cañeros también se interesó por la modernización de las primeras máquinas cortadoras de caña
Clara Opizo Ruiz desmiente todas las trivialidades que justifican el machismo, ese absurdo del cual ella misma se resistió a ser víctima cuando decidió amarrarse los pantalones a la cintura y ponerse al volante de una máquina cortadora de caña.
Siempre nos llamó la atención lo recto que era y su amor por la Revolución, asegura Clara.
Esta mujer avileña tiene un don muy especial, aunque para saberlo haya que hurgar en sus más íntimos recuerdos si se quiere entrar en los detalles que la llevaron a ser, allá por 1963, la primera que en Cuba trabajó con uno de esos equipos.
Pero lo que marcó su vida fue haber estado junto al Comandante Ernesto Che Guevara cuando probó aquellos ingenios mecánicos en La Norma, donde radicó el Centro Nacional de Experimentación de las primeras cortadoras alzadoras mecanizadas.
A ella no le importó que le dijeran marimacho en una época en que las mujeres estaban confinadas a permanecer en sus casas, como ella misma afirma. Y hoy, gustosa, accede a responder nuestras preguntas.
—Dicen que cuando vio al Che dio un grito que retumbó en los cañaverales de La Norma.
—Fue el 2 o 3 de febrero. Se bajó a la entrada del batey. Pensábamos que era Fidel. Lo reconocí y grité. La escolta no quería dejarme pasar y el Che dijo: "Déjenla que llegue" y me preguntó cómo estaba. Así lo conocí. Después vino lo del trabajo en el campo.
—¿Usted sabía manejar?
—Mi hermano Ramón, Héroe del Trabajo de la República de Cuba, me había enseñado. Cuando llegaron las cortadoras yo "machucaba" bastante bien. Él, que siempre sintió amor por la innovación, le agregó dos cuchillas más a la mía. Era la 501.
—¿Con ese invento la máquina mejoró?
—Era más productiva. Pero el Che se enamoró de ella. Después me dieron la 522. Me sentía rara con ella. Estaba acostumbrada a la otra.
—¿El Che las conducía en el campo?
—Comenzó a familiarizarse con ellas y aprendió a conducirlas muy rápido. Todos los días trabajaba durante 10 o 12 horas, incluso con asma.
—No perdía tiempo...
—No. Solo en el horario de almuerzo jugaba ajedrez debajo de la ceiba y practicaba el tiro.
—Cuentan que quedó pendiente una competencia entre ustedes dos.
—Sí, ya habíamos escogido el campo que estaba entre la turbina y el batey; también a los técnicos, los normadores, pero la competencia no se llegó a efectuar. Creo que me hubiera ganado, pero no muy fácil. En 11 horas él llegó a cortar 22 000 arrobas de caña quemada.
—¿Y usted?
—Llegué a las 13 054 arrobas de caña verde. De todas maneras pienso que la competencia iba a ser reñida.
—Alguna anécdota.
—La fuerza de voluntad del Che no tenía límites. Un día había pactado una jornada de trabajo junto a su escolta y no permitió ayuda. "Nosotros nos propusimos una meta y estamos obligados a cumplirla", dijo.
—¿No guardó algún objeto de valor de aquellos días?
—Tenía la cafetera con la que mamá le preparaba el café; también una taza, pero las doné al museo.
—¿Qué fue lo que más le llamó la atención de él?
—El respeto que todos le teníamos, lo recto que era, su amor por la Revolución, su mirada, sus enseñanzas y su ejemplo.
Ortelio González Martínez
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