jueves, octubre 20, 2011

Algunos retratos de socialistas utópicos españoles


La expresión «socialismo utópico» fue acuñada por Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico, una de las obras más divulgadas del marxismo, y en la que, sin dejar de reconocer el mérito de los socialutópicos en tanto que precursores en un tiempo pasado, Engels populariza la expresión “socialismo utópico” con un valor negativo, como una rémora frente al socialismo que trata de comprender y conocer la realidad para transformarla a través de la acción de las masas obreras organizadas.
En esta fase inicial del ideario socialista, se percibe ante todo la voluntad de concebir comunidades ideales, organizadas según principios democráticos y cuyas relaciones se fundan en la igualdad. En algunos casos se desarrollan como alternativas a un presente terrible, como en el caso de de Fourier, por otro lado, un escritor extraordinariamente imaginativo, de gran influencia internacional. Otras, como la Icaria cabetiana podrían estar ubicadas en unos espacios adecuados como el Nuevo Mundo. En otros casos, se trata de diseños situados en un futuro más o menos mediato, como un ideal social dotado de algún grado de perfección.
Este movimiento trascurre Destaca a través de un conjunto de pensadores de la talla del conde Saint-Simon, Charles Fourier, Etienne Cabet, Robert Owen entre otros, que será superados en la mitad de siglo por lo que algunos llaman socialismo de transición en el que se incluye a Proudhom, Weitling, Pierre Leroux, Louis Blanc, y Louis-Auguste Blanqui, sin duda el más combativo y militante .La introducción del socialismo premarxista en España, se desarrolló en los medios intelectuales liberales y a través de la prensa liberal y de los clubs políticos a los que asistían los primeros trabajadores organizados. Su influencia provino ante todo de los pensadores franceses, y tuvo dos ejes claros. Por un lado, el fourerismo, mezclado con frecuencia de saintsimonismo, en tres zonas: Barcelona, Zona C entro (Sixto Cámara, Javier Moya, Fernando Garrido) y Andalucía (Joaquín Abreu y Sagrario Veloy). Por otro lado, la introducción del cabetismo en Barcelona a través de Narcís Monturiol…
De entre ellos vale la pena considerar por fecha de nacimiento, primero a Joaquín Abreu y Ortagu (Tarifa, Cádiz, 1782-Cádiz, 1851), uno de los primeros y princi­pales exponentes de furierismo hispano que había fue diputado li­beral en las Cortes de 1822-1823, y que se vio forzado a exiliarse a Francia. En París, al parecer conoció personalmente a Fou­rier. Abreu veía en el falansterio, «la teoría de una población construida con todas las reglas del arte para hacerla bella, cómoda y saludable a sus moradores: éstos la gozarían se­gún su voluntad y medios de costear medianos o suntuosos alojamientos. La libertad individual sería un hecho en ella; la propiedad y su libre uso estarían garantizados a sus due­ños individuales de una manera indestructible. Tras la muer­te de Fernando VII, en 1833, volvió a España y se dedicó al periodismo. Predicó la doctrina de Fourier, que le parece un adelanto en relación a la dicotomía progresistas-mode­rados, solicita que un diputado presente un proyecto a las Cortes, con la convicción de que en «un rincón de la penín­sula o de cualquiera de sus islas se pudiera ensayar, ver con los ojos de la cara y sin causar costos al Estado, sí la práctica corresponde a la teoría». Fue el promotor de un grupo en Cádiz, en el que tomaron parte entre otros Manuel Sagrario de Veloy, Pedro Luís Huarte y Faustino Alonso. Juntos trataron de construir un falansterio, que encontró una radical oposición por parte del Gobierno. Entre 1935-36 publica en El Vapor una serie de cinco artículos con el seudónimo de “El proletario”. Abreu desestima el sistema dominante, pero sin embargo, no cree que las luchas obreras violentas ofrezcan una solución
Otro protosocialista español destacado Ramón de la Sagra (La Coruña, 1798-París, 1871), quien de «muy distinta manera influyó sobre el socialismo europeo --es decir no sólo español, sino también el fran­cés; y quizás incluso el cubano, pues en Cuba vivió durante mucho tiempo, estudiando y enseñando» (Gianni Mª Bravo). En 1820 fue nombrado director del Jardín botánico de La Habana, y desde 1823 titular de una cátedra de botánica agraria. Fruto destacado de sus años de actividad en la Habana fue su defensa por la abolición del tráfico negrero, sobresaliendo pro sus posiciones antiesclavistas, muy minoritarias. Diputado liberal y naturalista de fama mundial, investi­gador de problemas económicos, que ya en 1839 efectuó en la cátedra del Ateneo de Madrid unas Lecciones de economía social que, según Antonio Elorza «tienen como objeto mos­trar que, dado el nivel de desigualdad que resulta en las sociedades modernas del acceso o exclusión de los diferen­tes individuos, al derecho de propiedad, y siendo éste el fulcro de la organización social, se requiere una acción con­junta del Gobierno y la aristocracia rica a favor de la clase trabajadora». Recibió las influencias de Alban de Villenueve (filántropo cristiano francés), Colins y Constantin Pecqueur, y conoció y trató a Proudhom.
En 1848-49, de la Sagra conoció de primera mano la experiencia del reformista Louis Blanc como miembro del gobierno provisional y presidente de la Comisión de Luxemburgo, así como muchos de los círculos del socialismo francés y la democracia radical europea. En su ideario se cruzan el socialismo conservador cristiano y el socialismo europeo más avanzado. Una de sus preocupaciones fundamentales era el mundo del trabajo, que describe con vigor y realismo, pero esto no le impide rechazar el derecho de asociación obrera. Consi­deraba que la sociedad estaba dominada por los propietarios, que no existía la libertad del trabajo; «éste estaba acondicionado por el suelo, por el capital, por la instrucción recibida, por la herencia (e incluso, para él, existe una estrecha relación entre el problema del capital y derivados de la herencia y la instrucción) y justamente el trabajador carecía de estos elementos». El trabajo por lo tanto no era libre, no existía la libre competencia y la unión entre los trabajadores era imposible. También lo era entre los trabajadores y la patronal, por lo que propone los primeros defiendan sus intereses, «uniéndose, tanto en el plano interno del trabajo como en el supraestatal de la colaboración de clases» (Bravo, 1976).
Su esquema ideológico se apoya en un determinismo histórico de raíz sansimoniana: «para nosotros, escribe en su Revista de los intereses morales y materiales en 1844, es un principio que en el orden moral, lo mismo que en el orden físico, todo aquello que debe suceder, como principio esencial o conse­cuencia precisa, sucedió, sucede o sucederá». Distingue hasta cuatro fases en la evolución de la humanidad y subraya así las consecuencias de la Revolución francesa: «La mayoría de los escritores que han trazado la historia de la burguesía han estado dominados por una fuerte prevención contra la nobleza. Creyeron que cada victoria obtenida por la bur­guesía representaba un triunfo para el pueblo. Han confun­dido a este último con la minoría de los ricos que se apodera del poder arrancado a los nobles. De ahí el error que ha hecho llamar período de libertad, de emancipación del pueblo, a lo que en realidad no era sino la emancipación y la libertad de los poseedores del capital. De ahí también las innumerables contradicciones de los economistas e histo­riadores que, creyendo hacer la historia de las masas, se han limitado a trazar (...) el cuadro de los nuevos privilegios obtenidos por las clases medias».
La lucidez lleva a de la Sagra a escribir en 1848: «Las clases traba­jadoras han dado la sanción revolucionaria a la doctrina socialista, admitida hoy en el orden político como la base fundamental de la política del futuro. Las doctrinas econó­micas que dominaban en las academias y en las escuelas han sido condenadas por una revolución. La falsa ciencia, condenada a priori por la razón, ha sido derribada por la opinión de las masas». Sin embargo esta lucidez es temporal y no responde a una comprensión coherente de la aparición del proletariado y del ideal socialista. Desengañado tras sus tentativas para convencer al Gobierno español primero ya la Academia Francesa de Ciencias Sociales después de sus alternativas, regresa a sus posiciones místicas que nunca había abandonado totalmente, llegando a vincularse al absolu­tismo. Dedicó especial atención a las reformas del sistema penitenciario y a la enseñanza de ciegos y sordomudos en España. Entre sus obras destaca especialmente una Historia física, política y natural de la isla de Cuba (12 vols, 1832-1855). Otras obras representativas son: Lecciones de economía social (1840), Aphorismos sociales (1848), Artículos sobre las malas doctrinas (1859) y El mal y el remedio (1859). El estudioso marxista Manuel Núñez de Arenas, escribió su biografía, Ramón de la Sagra, reformador social, publi­cada en 1924 por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid.
No menos curiosa es la figura de Wenceslao Ayguals de Izco (Vinaroz, 1801-Madrid, 1875), que fue algo así como el equivalente español del novelista socialutópico francés Eugene Sue, célebre entonces por obras como Los misterios de París. Diputado en Cortes durante varias legislaturas, en 1840 fue deportado a las islas Baleares por sus ideas avanzadas. En 1843, Ayguals de Izco fundó la editorial la Sociedad literaria donde se imprimieron la mayor parte de sus novelas de tono folletinesco y exaltación de las cla­ses pobres, de una gran influencia en su época: María o La hija de un jornalero (1845-46), La marquesa de Bellaflor o El niño de la Inclusa (1846-47) y El palacio de los críme­nes o El pueblo y sus opresores (1855). Desde una posición próxima a los socialistas utópicos --aunque su socialismo fue por lo menos bastante discutible-- Ayguals toma en su obra una defensa apasionada de los pobres que influyeron poderosamente en las clases populares. Dirigió el semanario repu­blicano La guindilla, fue editor y publicó varios periódicos. Fue autor también de unas Páginas de enseñanza universal (1852), y de un monólogo teatral con el título emblemático de El héroe de las barricadas (1854), que obtuvo un gran éxito en Madrid y provincias. Bibl. Marco (Joaquín), Sobre los orígenes de la novela folletinesca en España (W. A. de Izco), en Homenaje a Vi­cens Vives, Barcelona, 1967, t. II; Zavala (Iris) Socialismo y literatura. Ayguals de Izco y la novela española, Revista de Occi­dente, n. º 80, Madrid, 1969.
Mucho más militante y radical fue Narcís Monturiol (Figueras, 1819-Barcelona, 1885), principal exponente del cabetismo catalán y célebre inventor del submarino Ictineu (1859). Animó en el verano de 1847 la constitución del gru­po cabetiano catalán, año en que fundó La fraternidad, «periódico de reorganización social, dirigido bajo los auspicios de M. Cabet por Monturiol, y en el que se expresa la si­guiente esperanza: «...y no dudamos que, antes de verificar se la primera partida para Icaria, millares de españoles moralizados e instruidos en el Sistema Icariano, llenos de fe y de entusiasmo, vendrán con nosotros a acompañar al Reformador del siglo XIX que fundará el reinado de Dios sobre la tierra». La fraternidad es suprimida por la censura en 1848, entonces el grupo crea El padre de familia en 1849 que, aunque utiliza un tono mucho más moderado también es prohibido al año siguiente. En 1849, Monturiol dio a conocer una obra, Reseña de las doctrinas antiguas y moder­nas, en la que explica detalladamente los principios de las ideas de Cabet. En 1847 será el año de la aparición pública del grupo cabetiano en Barcelona: Narcís Monturiol, el principal animador; los hermanos Ignacio y Pedro Montaldo; el médico Joan Rovira; el músico Josep Anselm Clavé; los ampurdaneses Martí Carlé y Francesc Sunyer i Capdevila; el militar Francisco José Arellana. La Fraternidad será el portavoz de este grupo. En 1848, Orellana y Monturiol publican la traducción del Viaje a Icaria de Cabet.
Finalmente, este grupo se centrará en la preparación del primer viaje a Icaria, la sociedad ideal que se ha de construir en Tejas (EEUU), viaje en el cual participarán Joan Rovira e Ignacio Montaldo. Las vicisitudes de esta accidentada experiencia de construir -una sociedad ideal están recogidas en un excelente trabajo, desconocido todavía debido al poco interés que sigue suscitando entre nosotros las aportaciones del exilio republicano, Pels camins d'utopia (Por los caminos de la utopía), de Josep Soler Vidal, editado en México en 1958.
El cabetismo atrajo a Monturiol y al grupo catalán por su doble carácter, pacífico y culturalista en los medios y radical igualitario en sus fines. En su aplicación, Monturiol no dejó de imponerle una impronta realista e inmediata, fruto de sus preocupaciones inmediatas. Es pro­fundamente antimonárquica (“¿Pensáis que los pueblos so­metidos a las monarquías creen en el derecho de los reyes? No; los pueblos callan y obedecen, porque el rey la fuer­za, y contra la fuerza, ni los pueblos, ni los niños tienen nada que decir; se someten y obedecen. ¿Creéis vosotros que sí la Humanidad discurriese y tuviese desarrollados los sen­timientos elevados, habría un solo monarca en toda la redondez de la tierra?»), anticlerical e igualitario: «Edad her­mosa, escribe qué vemos ante nosotros y qué los espíritus raquíticos y poseedores de lo que el mundo llama riquezas y poder, se esfuerzan en retardar, combatiendo sin tregua r para perpetuar la situación actual, situación aflictiva para todos, para los ricos y para los pobres. Los sentimientos r proclaman la igualdad...». Puig i Pujades" (Josep), Vida d'heroi Narcis Montu­riol, inventor de la navegació submarina, Barcelona, 1918; Riera i Tèbols (S), Narcís Monturiol. Una vida apasionant, una obra apassionada (Barcelona,, 1986). El cine catalán le dedicó una epopeya tan esforzada como frustrante: Monturiol, El senyor del mar (1992), guión y dirección de Francesc Bellmunt, protagonizado por Abel Folk, Jordi Bosch, etc.
En la misma onda se situó el inquieto Joan Rovira (Barcelona?-Nueva Orleáns, 1849), médico barcelonés que tuvo una experiencia dramática en la primera expedición icariana dirigida por el propio Cabet. Sus actividades se iniciaron en el republicanismo catalán en el que comienza a destacar en 1842 como orador. Fue uno de los animadores del grupo cabetiano cata­lán en 1847. En 1848, vendió todos sus bienes, dejó a su mujer que estaba embarazada en manos de sus compañeros, y embarcó para Nueva Orleáns, para for­mar parte de la comunidad. Cuando las contradicciones in­ternas hicieron imposible la convivencia en ésta, Rovira fue uno de los adversarios de Cabet al que acusó de «haber en­gañado y abandonado las dos primeras avanzadas...». Este drama le llevó a suicidarse delante de su mujer, adelantándose al fracaso del grupo que brillaría en otras actividades...
El más activo y formado de los primeros socialistas españoles fue Fernando Garrido (Cartagena, 1821-Córdoba, 1883), quien a los 18 años se trasladó con su familia a Cádiz. Educado en un medio liberal, participa activamente en la política repu­blicana en Madrid, donde había llegado en 1841. Influenciado por el grupo furierista gaditano, comenzó a dirigir en 1845 el periódico La atracción, con el que se propagaron las pri­meras ideas furieristas en España, que Garrido compartía con otras influencias, entre ellas la de Owen. Fue director y redactor de diversos periódicos, prohibidos sistemáticamente por la autoridad. También participó en la organización secreta republicana "Los hijos del pueblo". En 1850 fue condenado por su folleto Defensa del socialismo --el primer programa socialista escrito por un español-- a 54.000 reales de multa y a un mes de cárcel por cada mil reales que no pudiese pagar. Marchó exiliado a Inglaterra (1851), y actuó como delgado español en el comité por la democracia europea, junto con Ledru-Rollin, Ruge, Kossuth y Mazzini.
Garrido también estudió el movimiento cooperativo británico. Regreso defendiendo con entusiasmo el sistema de Roch­dale, pero aquí las circunstancias eran distintas, el problema básico seguía siendo la revolución democrática. Colaboró con Cervera en la publicación de diversos folletos como El eco de las barricadas y La república democrática universal (1855), que le acarreó nuevos problemas con el poder. Republicano, aunque siempre próximo a los ideales socialistas, Garrido se distanció de la evolución radical-anarquista que tomaría el primer movimiento obrero organizado en España. Conoció personalmente a Bakunin pero no se sintió atraído por sus ideas, también prestó cierta atención al marxismo. Saludó con simpatía la Internacional y la defendió como diputado progresista en las Cortes. Escudado en el seudónimo de Alfonso Torres Castilla, escribió varias obras, entre ellas, Historia de las persecuciones religiosas (1864), y con su propia nombre, Historia de las asociaciones obreras en Europa (1864; editada en cuatro tomos por ZYX, en la mitad de los años setenta), y una biografía de su amigo Sixto Cámara. Instalado en París, escribió La España contemporánea (1865-67), traducida en varios idiomas, y La humanidad y sus progresos (1867), condenada por el obispo de Barcelona. De nuevo en España, publicó su obra más influyente, Historia del reinado del último Borbón de España (1868-69), un sólido alegato republicano. Dirigió el periódico La revolución social (1871), y ocupó en cargo en Filipinas con ocasión de la Iª República. La restauración monárquica le llevó de nuevo al exilio. Una buena de sus escritos es La federación y el socialismo, pre­cedida por un estudio exhaustivo de Jordi Maluquer Motes (Ed. Mateu, col. Mal­doror, Madrid, 1977), pero el trabajo más completo es el de Eliseo Aja, Democracia y socialismo en el siglo XIX español. El pensamiento político de Fernando Garrido (Cuadernos para el diálogo, Madrid, 1976).
En esta lista no podía faltar por supuesto, Sixto Sáenz de la Cámara (Milagro, Navarra, 1825-Olívenla, Badajoz, 1856), escritor y político sociautópico español. Fue con La Sagra la figura más sugestiva del primer socialismo español. Empezó a colaborar con el periodismo en 1842. En 1846 conoció a Fer­nando Garrido, amigo y correligionario furierista que años más tarde escribió una Biografía de Sixto Cámara. En 1849 fundó el diario La reforma económica, que más tarde fu­sionó con El Amigo del Pueblo de Garrido creando entre ambos La asociación y durante el «bienio progresista, (1854­1856) dirigió La soberanía nacional, combatió el gobierno que desvirtuaba la revolución al conferirle un carácter meramente político.
En 1848, Sixto Cámara proclamó en el periódico La organización del trabajo, que la política muere sin remedio, más tarde amplió esta tesis en su obra El espíritu moderno, donde afirma: «Ahora los individuos no toman el rango en el orden industrial, social y político, sino, poned, mucho cuidado, por el dinero. La instrucción o el favor suponen posi­tivamente medios y fortunas. La fortuna, faltando una buena organización de intereses, no se transmite en general sino por nacimiento y las alianzas. Resulta de aquí que, a pesar del liberalismo metafísico del derecho nuevo; a pesar de la instrucción legal del derecho antiguo, del derecho nobi­liario; a pesar de la igualdad constitucional de los ciudada­nos ante la ley; a pesar de todo, el orden de cosas de hoy no es todavía sino un orden aristocrático; un orden de grandes diferencias, no de principios y de derecho, más sí de hecho y le mismo se me da»... Escribió una crítica al libro de Thiers, La propiedad, con el título de La cuestión social donde introduce la denuncia de las «siete verdades en estado de mentiras; libertad, igualdad, progreso, orden, derecho del hombre, producto del trabajo y propiedad»; otras obras suyas son, La cuestión social y Guía de la juventud (algunos de sus escritos ocupan el capítulo del libro. Elorza, 1970). Militante comprometido, Sixto Cámara trató en 1856 de organizar en Andalucía la resistencia contra el golpe de O'Donnell y murió poco después de agotamiento cerca de la frontera portuguesa mientras que su compañero fue fusi­lado. Su nombre ha sido retomado y popularizado por el escritor Manuel Vázquez Montalbán en la época del tardofraqnuismo, cuando se publicó la obra el trabajo del primer Antonio Elorza (historiador militante y comunista) que ordenaba los escritos utópicos españoles según criterios cronológicos y de afinidad doctrinal, y que sigue siendo una obra de consulta obligada.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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