sábado, noviembre 19, 2011

“Homenaje a Cataluña” de George Orwell. Una edición completa, definitiva


Desde la primera (y muy deficiente edición de 1970), diversas generaciones de lectores han tenido la oportunidad y la fortuna de descubrir y leer Homenaje a Cataluña que ahora acaba de de editar de una manera completa y completada Editorial Debate (Barcelona, 2011). Se trata de una versión integral cuidadosamente traducida por Miquel Temprano García, que cuenta con el beneficio de un erudito prólogo de Miquel Berga, en el que éste analiza en detalle el curso de las diversas ediciones en castellano y catalán. Se cierra con unas notas de Fernando Casal, responsable del cuidado capítulo de las ilustraciones, y también de la presente edición después de sus peripecias como profesor y guía de un encuentro entre los alumnos de una escuela con la obra, el personaje y el paisaje que en la edición queda complementado por el conocimientos de nuevas fotografías sobre una cosa y otra. Toda una aventura que Fernando tuvo a bien detallarnos en las jornadas organizadas en la Fundació Andreu Nin en el curso de la Exposición sobre el POUM, y que después de pasar por el Museo de historia de Cataluña en Barcelona, se abrirá el próximo 11/11/11 en Lleida.
Este libro que, de alguna manera es un “homenaje a todos nosotros” como dice Casal, ha resistido todos los vientos y mareas, el olvido inicial y las campañas de desprestigio que acompañaron y suelen acompañar su edición, y que pese a todo se ha erigido en el libro sobre la guerra de España más editado y traducido.
Recordemos que, aunque ignoraba la trama política española, Orwell había estado atento a lo que ocurría en España desde 1931, y siguió con interés el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936. Cuando estalló la sublevación militar-fascista, con el burdo pretexto de contrarrestar un descabellado “complot comunista”, la conmoción internacional que causó le afectó muchísimo y desde los primeros días de la guerra se convenció tan firmemente de que su sitio estaba en las trincheras antifascistas que nada ni nadie lo pudo contener.
El golpe militar-fascista se inició con el convencimiento para sus mandos de que sería un simple paseo militar. Su primera actuación fue contundente, utilizando una cínica maniobra logró cribar dentro del ejército a los militares antifascistas y planeó la conquista de los principales centros vitales del Estado a cualquier precio. Pero a pesar del desconcierto inicial (por la total falta de previsión de una izquierda que no supo sacar conclusiones de unos preparativos golpistas que eran un secreto a voces), los trabajadores, a veces sin más armas que su propio entusiasmo, lograron arrebatar a los sublevados las principales capitales del Estado y las zonas más industrializadas. La primera batalla de la guerra había sido ganada por las masas obreras organizadas.
Así lo entendió Orwell que escribió: “En los primeros meses de la guerra, el verdadero enemigo de Franco no fue el gobierno, sino los sindicatos. Apenas se produjo el alzamiento, los organizadores obreros de las ciudades replicaron primero con una huelga general, luego exigiendo y, tras un cierto forcejeo, apoderándose de las armas de los arsenales. De no haber obrado espontáneamente y de un modo más o menos independiente, es muy posible que Franco no hubiera encontrado resistencia. (...) El gobierno había hecho muy poco o nada para impedir el alzamiento, que algunos habían previsto con bastante anticipación, y cuando empezó la lucha su actitud fue débil y vacilante, hasta el punto de que España tuvo nada menos que tres primeros ministros en un solo día. Además, la única decisión que podía salvar del peligro inmediato, armar a los obreros, sólo se tomó muy en contra de su voluntad y para aplacar los violentos clamores populares. Sin embargo, se distribuyeron armas y, en las grandes ciudades del este de España, los franquistas fueron derrotados a costa de un grandioso esfuerzo, principalmente por parte de la clase obrera, ayudada por las fuerzas armadas (guardias de asalto, etc.) que habían permanecido fieles al gobierno. Este esfuerzo probablemente sólo lo podían hacer quienes luchaban con unos propósitos revolucionarios, es decir, creyendo que luchaban por algo mejor que el statu quo...”
La derrota inicial obligó a los sublevados a emplear mejor la ayuda que Mussolini –vía iniciada por J. A. Primo de Rivera, su agente en España- venía prestando desde los inicios de la conjura, lo que permitió unir los focos africanos con los de la península. La internacionalización del conflicto se planteó pues desde los primeros días, pero la República sólo recibió el apoyo de los voluntarios de todo el mundo que se alistaron en las milicias o los que formaron las Brigadas Internacionales. Unirse a éstas fue según su propia confesión, el impulso inicial de Orwell que siempre lamentó no haberse encontrado en el frente de Madrid, centro de la guerra civil. Para ir a España tuvo que empeñar objetos de valor y quedó en la peor situación económica que había conocido.
Se ha discutido mucho sobre las razones íntimas que impulsaron a Orwell a emprender, con tanto empeño, su aventura española. Se han barajado diversas hipótesis, pero su biógrafo Bernard Crick dictamina que Orwell se había quedado “seco” literariamente y que buscaba en España una fuente de inspiración. El hecho más verosímil, a mi juicio, es que se trató de una combinación de factores entre los que la voluntad de combatir por la libertad no fue el último, aunque el literario fuera el primero. Durante su estancia en España, Orwell no mostró ninguna voluntad por parecer y ser escritor; pudo haber muerto muchas veces antes de que, después de mayo de 1937, se le ocurriera escribir su propio homenaje a la Catalunya revolucionaria. Su camino en España también se hizo al andar, descubrió el socialismo y la dignidad humana entre sus compañeros que serían luego acusados por el aparato estalinista de “agents provocateurs”.
Orwell abandonó Londres el 22 de diciembre y llegó a Barcelona el 26 del mismo, dos semanas antes que el contingente del ILP. En la víspera de su viaje había mantenido una entrevista con Harry Pollit, a través de John Strachey, a la sazón secretario general del PC británico. Éste, contó, Orwell, “después de aberme planteado varias cuestiones, decide evidentemente que yo era políticamente poco seguro y rechaza ayudarme; para quitarme la idea de partir trata de espantarme insistiendo sobre el terrorismo anarquista”. Pollit le aconseja que pase por la embajada española en París, ciudad donde Orwell tendrá un breve encuentro con el individualista Henry Miller, situado más allá del bien y del mal. Camino de Barcelona, Orwell se siente conmovido por los campesinos franceses que saludan a los expedicionarios con los puños en alto. En su bagaje llevaba “Ios conceptos normales del ejército británico”, que se convertirán en los valores de un experto ante una tropa con tanto entusiasmo como ignorancia militar. Fue comprendiendo que "Ios buenos militantes eran los mejores soldados", pero para ello era imprescindible una preparación previa.
Escandalizado ante la falta de disciplina, se empeñó en enseñar a sus compañeros. En las trincheras descubre “el socialismo” en su significación más profunda, como acción revolucionaria de las masas. En un medio sucio, sin medicinas, sin apenas instrucción, conoció la igualdad en las trincheras, la democracia sin jerarquía, la fraternidad sin hipocresías, la fidelidad de clase, la generosidad ilimitada....Está enrolado en la 29ª División Rovira, perteneciente al POUM, pero ello es fruto de la casualidad. El equipaje de Orwell no incluía ninguna postura partidista y, tal como entendía las cosas, el Partido Comunista le pareció entonces el más conveniente. Para muchos obreros el Frente Popular era un aplazamiento táctico de la revolución. Pero no lo veían así muchos intelectuales que anteriormente se habían opuesto radicalmente a la revolución rusa, y que ahora se sentían identificados aunque fuera parcialmente, con un estalinismo que perseguía la revolución. Este fue el caso de Beatriz y Sydney Webb, de Shaw y Wells. Algo parecido ocurrió con las mentiras del estalinismo; mientras los obreros se mantenían al margen del asunto --como hizo notar Orwell en sus escritos anteriores--, los intelectuales como Barbusse, Rolland, Aragon, Eluard, etc., no podían ignorar las barbaridades dichas, pero todos se prestaron desde los más altos a los más bajos, a la campaña de desprestigio del POUM y de los “trotskistas” en España, apoyando desde la prensa de París, Londres o Nueva York, una reedición hispana de los fraudulentos juicios de Vichinski-Stalin. Con el tiempo, la mayoría de estos intelectuales se desplazaron hacia posiciones anticomunistas vulgares mientras que Orwell, siempre a su manera, se mantuvo fiel a sus concepciones éticas y socialistas.
Durante este período, Orwell compartió también una “luna de miel” con los comunistas oficiales.
Mantenía excelentes relaciones con muchos de ellos y aunque sintió repugnancia por los procesos de Moscú, pensó que los comunistas que se encontraban fuera de la URSS no tenían por qué estar implicados en el asunto. Carente de una coherencia doctrinaria, no tenía prejuicios frente a ellos, que le parecían además mucho más eficaces. "No es difícil comprender por qué en esta época -- inicial de la guerra- yo prefería el punto de vista comunista al del POUM. Los comunistas seguían una política concreta y práctica, una política que era evidentemente mejor desde el punto de vista del sentido común, que sólo presta atención a los meses inmediatos. Y, desde luego, la política improvisada del POUM, su propaganda y todo lo demás, era algo indeciblemente malo; así tenía que ser, ya que de los contrario hubieran atraído a un número mucho mayor de seguidores, y lo que acababa de remachar el clavo era que los comunistas --o así me lo parecía- estaban llevando adelante la guerra, mientras que nosotros y los anarquistas no adelantábamos ni un paso. Ésta era la opinión general en esa época. Los comunistas habían aumentado su poder e incrementado de un modo enorme los efectivos de su partido apelando a las clases medias contra los revolucionarios, pero en parte también porque eran los únicos que parecían capaces de ganar la guerra. El armamento ruso y la magnífica defensa de Madrid, realizada por tropas que en su mayor parte dependían de los comunistas, los habían convertido en héroes de España. Como alguien dijo, cada avión ruso que volaba sobre nuestras cabezas era propaganda comunista. El purismo revolucionario del POUM me parecía lógico, pero también más fútil. En definitiva, lo único que importaba era ganar la guerra".
De entrada, no tenía más vínculo con el POUM que el establecido accidentalmente a través del ILP.
En una de sus cartas escribe: “Casi por accidente me afilié a las milicias del POUM, en lugar de a la Brigada Internacional, lo que ha sido en parte una lástima pues significa que nunca veré el frente de Madrid”. No entendía muy bien el interés de los poumistas en justificar su razón revolucionaria con citas de Lenin ad nauseaum, y de hecho se sintió también más identificado con la manera de ser y actuar de los anarquistas por los que experimentó una gran simpatía :.--limitada por su desconfianza en el utopismo de éstos--, pero al fin sus compañeros de las trincheras lo fascinaron y cuando descubrió que eran tachados de “quintacolumnistas” y perseguidos, no se replegó, sino que por el contrario, sintió avivada su identificación, y cuando el POUM fue ilegalizado lamentó con dolor no haberse afiliado antes a este partido.
Su estado de “virginidad” política no podía durar mucho tiempo. En un principio, cuando sus compañeros de trinchera le presentaban a alguien de otra tendencia obrerista, no salía de su estupor: “¿es qué no somos todos socialistas? “. Pero la cuestión era mucho más compleja y así acabó entendiéndolo: "Me parecía idiota que unos hombres que luchaban por sus vidas militaran en partidos separados; mi actitud era la actitud ‘antifascista’ más ejemplar, cuidadosamente difundida por los periódicos ingleses, sobre todo con el objeto de que la gente comprendiese la verdadera naturaleza de la lucha. Pero en España, y especialmente en Catalunya, ésta era una posición que nadie podía mantener indefinidamente. Gradualmente o por la fuerza todo el mundo acaba por tomar partido. Porque, incluso sí a uno le eran completamente indiferentes los partidos políticos y sus respectivas “líneas” en pugna, era obvio que el destino personal de cada cual dependía también de estas cuestiones. Un miliciano era un soldado que luchaba contra Franco, pero también era un peón de una gigantesca batalla que se estaba librando entre dos teorías políticas…”
Con el tiempo Orwell fue madurando, aplicando su inteligencia natural al estudio de los datos más importantes. Para ello no se dejó llevar por ninguna labor de adoctrinamiento y proselitismo, ni dejó que le pusieran unas anteojeras doctrinales con las que sólo podría ver la verdad de un aparato determinado... Le sirvió su experiencia concreta, su conocimiento nada desdeñable de todas las opciones que conoció sin prejuicios, y leyó todo lo que le cayó entre manos sobre la guerra y. sobre las polémicas políticas que marchaban paralelas. Cuando en 1937 volvió a verle, el dirigente del ILP Fenner Brockway que ya lo había tratado antes de su llegada a Barcelona y durante los primeros tiempos de la guerra, quedó sorprendido por su madurez.
Lo primero a destacar es sin duda su identificación natural y profunda con la revolución. Comprendió que se encontraba “en el corazón de la sección más revolucionaria de la clase obrera española”. En una carta, a Cyril Connolly, escrita desde el hospital donde yacía herido en una mano --y donde por primera vez fue visitado por su compañera Eileen--, decía: "He visto cosas maravillosas y, finalmente, creo realmente en el socialismo, lo que no me había ocurrido nunca”. Lo segundo a destacar es quizá su amor por la gente que luchaba, su aprecio por los que había conocido en las trincheras. Se sentía conmovido por la “amistad que nos demostraban los campesinos”, que tradicionalmente temían la proximidad de unas tropas y que sin embargo a ellos les “ponían siempre muy buena cara... supongo que porque pensaban que, por muy molestos que fuéramos, gracias a nosotros no volvían los terratenientes de antes”.
En el primer párrafo de Homenaje a Catalunya simboliza en un miliciano italiano desconocido el sentimiento de fraternidad que le había cautivado: “Era un joven de veinticinco o veintiséis años, de aspecto vigoroso, pelo rojizo, amarillento y hombros anchos. Llevaba una gorra de piel, de visera puntiaguda, provocadoramente ladeada sobre un ojo. Yo le veía de perfil, con la barbilla hundida sobre el pecho, contemplando con ceño fruncido y expresión de perplejidad el mapa que uno de los oficiales había desplegado sobre la mesa. Había algo en su cara que me emocionó profundamente.
Era la cara de un hombre capaz de cometer un asesinato o de dar la vida por un amigo, la clase de cara que uno hubiera supuesto que correspondería a un anarquista, aunque existían las mismas probabilidades de que fuera comunista. En ella había a un tiempo algo de candor y ferocidad; y también la conmovedora reverencia que las personas incultas tienen por las que suponen superiores. Evidentemente, no entendía ni jota de aquel mapa; y evidentemente consideraba que saber interpretar mapas era una prodigiosa hazaña intelectual. No sé muy bien por qué, pero en pocas ocasiones he conocido a alguien --me refiero a un hombre- por quien haya sentido una simpatía tan inmediata..."
Otro factor sobresaliente en su formación fue su insaciable voluntad dé conocer los hechos, de comprenderlos. Dos poumistas que lo trataron en la 29ª División subrayaron este aspecto al escribir:
"Se podía ver inmediatamente que sentía el mismo placer que un niño al observar. Su mirada fija de introvertido no constituía un obstáculo, ya que podía establecer pronto una calurosa relación. La mayoría de los milicianos eran jóvenes y alegres, como los describió él mismo, y ninguno de ellos pudo imaginar que aquel extranjero de piernas largas, que debía de andar a gatas en las trincheras mientras los demás andaban normalmente, era un intelectual, un escritor que notaba todos los detalles de su entorno, y notablemente los trazos psicológicos de los seres humanos con los que compartía su vida con toda camaradería. . .”
Contrariamente a otros voluntarios extranjeros presentes en las milicias, Orwell había venido a tomar parte en los combates, sin querer significarse. No era un aventurero en busca de honores y decoraciones, y no trató nunca dar a conocer su fama como escritor ni de buscar un lugar privilegiado en las trincheras. Durante todo el tiempo que pasó en el frente, no dejó nunca las trincheras, salvo una vez que fue herido y otra por un corto permiso --por lo que se entiende que nunca buscó entrar en contacto con la jerarquía militar, con los hombres políticos o con los periodistas, que se podían encontrar en las divisiones más o menos alejadas de las primeras líneas.
Su papel en las trincheras fue modesto –de haber muerto nadie habría sabido quien ni qué era- y valerosa al mismo tiempo. Curiosamente, temía más a las ratas que a las balas. Una noche en que el campamento estaba durmiendo, una rata le había estado fastidiando reiteradamente. Orwell, bastante nervioso, sacó su fusil y disparó contra el animal, ocasionando un gran revuelo. Los dos frentes se pusieron a disparar, la artillería rugió y algunos destacamentos salieron a patrullar. Sus otras preocupaciones no eran mucho más heroicas, se trataba del sueño, el frío o los cigarrillos, y no de un adversario entre los que adivinaba a muchos infelices obligados a luchar contra sus propios intereses. En una ocasión se negó a disparar sobre un “fascista” que tenía caídos los pantalones porque un hombre en dicha circunstancia no podía ser un fascista. Esta posición antiheróica es uno de los encantos imperecederos de Homenaje a Cataluña.
Durante su estancia en el frente no escribió nada relevante. Había llegado a España como corresponsal del órgano del ILP, New Leader, y lo fue también de otros diarios y revistas, pero escribió muy poco. Lo poco que hizo lo firmó como E. A. Blair, su nombre auténtico, pero con el que era absolutamente desconocido.
En el orden de factores que dieron forma y cuerpo a sus posiciones políticas hay que contar, finalmente, el de su incorruptible sinceridad y amor a la verdad. Temía las trampas ideológicas, y creyó pura y simplemente en lo que como santo Tomás pudo tocar directamente con las manos.
Desarrolló individualmente una investigación que le llevó a comprender que se encontraba en una situación muy compleja, pero ante la cual no podía permanecer neutral y menos indiferente. Cuando llegaba a unas conclusiones, nunca pretendía haber llegado a una verdad definitiva y lo que creía lo intentaba contrastar con otras fuentes escritas, fuesen españolas o extranjeras. Hasta mayo de 1937, las controversias sobre el curso político de la guerra habían tenido un lugar más bien secundario en sus preocupaciones que se centraban en el campo de batalla, pero no tardó en plantearse una serie de cuestiones que comenzaba a ver claras y que le enfrentaban con la línea gubernamental, cada vez más abiertamente pro burguesa, y con su vanguardia que era, suprema ironía de la historia, el Partido Comunista. Éste había realizado un giro de 180° desde que en la primera etapa de la República había defendido descabelladamente el derrocamiento de ésta por “reaccionaria” y la alternativa de unos “soviet” totalmente inexistentes.
Orwell nunca puso en duda que la “auténtica lucha es la que se da entre la revolución y la contrarrevolución”. Y esta apreciación no la deducía de ningún esquema teórico sino de la atmósfera que pudo observar: "Generales y soldados rasos, campesinos y milicianos se trataban aún de igual a igual; todo el mundo cobraba la misma paga, llevaba las mismas ropas, comía el mismo rancho y llamaba a todos ’tú’ y ’camarada’; no había amos ni criados, ni mendigos, ni prostitutas, ni abogados, ni curas, ni había que lamer las botas a nadie, ni hacer ningún saludo reglamentario."
Había advertido el valor militar y revolucionario de las milicias, que se basaban “en la lealtad de clase”, mientras que la disciplina “de un ejército de reclutas burgués se basa en último término en el miedo”; y aunque, siguiendo los planteamientos del POUM que eran deudores de los escritos de Trotsky sobre el ejército rojo ruso, Orwell no era contrario a una mayor militarización de aquéllas, Comprendió que lo que se pretendía con su disolución era acabar con la revolución y restaurar un ejército burgués. Se lamentaba de que no existiera ningún movimiento regular en la retaguardia franquista, algo que había sido una de las “armas secretas” de toda guerra revolucionaria y que, en España era perfectamente posible, no en vano las tropas franquistas estaban repletas de gente de extracción popular a la que la República no había conseguido entusiasmar con sus proyectos timoratos de reforma agraria. También se lamentaba de que los republicanos no intentaran que los marroquíes se volvieran contra Franco; pero para eso había que conceder la independencia a su país, algo que el gobierno “amigo” de París no quiso consentir, aunque sí aceptó la farsa de la “no intervención”. Orwell no esperó nunca que los burgueses ingleses o franceses ayudaran a la República por más respetable que ésta tratara de se. Sabía o intuía que, por el contrario, gente como su odiado Winston Churchill sentía más agrado por Franco --no en vano éste mismo había mostrado abiertas simpatías por los mussolinis y hitlers de los primeros tiempos.
En el fragor de las luchas, Orwell fue identificándose cada vez más con las posiciones del POUM.
Este partido ha sido caracterizado de muy diferentes maneras, pero se puede afirmar que a pesar de sus contradicciones –las propias de un partido pequeño en medio de una enorme tormenta social- y limitaciones, el POUM fue el único partido más consecuente y honrado en el campo republicano, y fue esto lo que convenció a Orwell. Una primera herida --la segunda lesionó su garganta y significó el final de su estancia en España--, le llevó al sanatorio Maurín de Lérida; desde allí se trasladó a Barcelona donde presenció y vivió los acontecimientos de mayo de 1937, y también allí descubrió “no solamente la distorsión de la verdad (…) sino la mera invención de la historia. Un aspecto de 1984 estaba ya ocurriendo” (Crick). Igual que otras veces, lo que le llevó a tomar partido en un sentido revolucionario no fue una concepción política estricta sino los hechos mismos que de por sí tenían ya una gran fuerza.
Orwell se sintió fascinado por la situación revolucionaria que encontró en Barcelona en 1936, pero en mayo del 37 la impresión fue exactamente la contraria. Ya le había llamado la atención el aburguesamiento de Tarragona, pero lo que vio en Barcelona fue para él mucho más revelador: "El cambio que se había operado en el aspecto de la gente era asombroso. El uniforme de la milicia y los monos azules casi habían desaparecido por completo; todo el mundo parecía llevar los elegantes trajes veraniegos que son la especialidad de los sastres españoles. Por todas partes se veían hombres prósperos y obesos, mujeres elegantes y coches de lujo. (Parece ser que aún había coches particulares; sin embargo, todo el mundo que era ‘alguien’ parecía poder disponer de un coche) Los oficiales del nuevo Ejército Popular, un tipo casi inexistente cuando yo me fui de Barcelona, ahora abundaban de un modo sorprendente. En el Ejército Popular había al menos un oficial por cada diez hombres. Parte de estos oficiales habían servido en la milicia y habían sido retirados del frente para recibir instrucción técnica, pero la mayoría eran jóvenes que habían preferido ir a la Academia Militar en vez de incorporarse a la milicia. Su relación con los soldados no era la misma que en un ejército burgués, pero había una diferencia social clarísima, manifestada en las desigualdades en la paga y en el uniforme (...). Mientras andaba por la calle, observé que la gente volvía la cabeza para mirar nuestro desastrado aspecto. (...) En la ciudad se había producido un profundo cambio. Pasaban dos cosas; la primera era que la gente. La población civil, había perdido buena parte de su interés por la guerra; la segunda, que la habitual división de la sociedad en ricos y pobres, en clases altas y bajas, estaba volviendo a reaparecer”.
Esté ambiente reflejaba la poderosa contraofensiva conservadora, contraria a las conquistas de la revolución, y tal como se estaba haciendo en la URSS, las ideas revolucionarias fueron consideradas como expresión del…trotskismo. Para Orwell esto era demencial: "¿y qué es un trotskista? Esta terrible palabra --en España se le puede encarcelar a uno en estos momentos y tenerle allí indefinidamente, sin proceso, sólo sí se oye decir que se es trotskista-- está sólo empezando a agitarse en Inglaterra. Pero ya la oiremos con el paso del tiempo. La palabra ’trotskista’ (o ’trotskofascista’), se suele emplear refiriéndose a un fascista disfrazado que quiere aparecer como ultrarrevolucionario para dividir las fuerzas izquierdistas. Pero su poder tan especial se debe al hecho de significar tres cosas distintas. Puede referirse a uno que, como Trotsky, deseaba la revolución mundial; o al miembro de una organización encabezada por el propio Trotsky (el único uso legítimo de la palabra); o por último, al fascista disfrazado que ya he mencionado.
Esos tres significados pueden englobarse en uno solo sí se quiere. El primer significado puede llevar implícito el segundo, y el segundo significado casi invariablemente lleva implícito el tercero. Así: ’Fulano ha hablado favorablemente de la revolución mundial; por lo tanto es un trotskista; por lo tanto es un fascista'). En España, y en cierta medida también en Inglaterra, cualquiera que profese el socialismo revolucionario (es decir, cualquier partidario de las ideas que profesaba el Partido Comunista hace sólo unos pocos años) cae bajo las sospechas de ser un trotskista pagado por Franco o Hitler”.
El enfrentamiento comenzó con el intento por parte de las fuerzas gubernamentales y del PSUC de tomar la central telefónica de Barcelona, en manos de la mayoría anarcosindicalista. El rechazo de los trabajadores se extendió a toda la capital que se llenó de barricadas. Orwell se vio metido en medio del embrollo. Cuando los combates se intensificaron, no pudo subir por las Ramblas –centro de la contienda- para ir hasta el Hotel Continental donde se albergaba Eileen que había ido otra vez preocupada por sus heridas. El hotel se encontraba en las proximidades de la Central Telefónica. Entonces se dirigió al otro extremo de las Ramblas, al Hotel Falcón, donde se encontraba la sede poumista en la que reinaba la mayor confusión; no se sabía muy bien lo que había ocurrido pero los militantes ocuparon su lugar en las barricadas junto a los cenetistas.
El 4 de mayo Orwell armado de un fusil y con tabaco suficiente, consiguió llegar hasta el Hotel Continental donde encontró a Eileen ya George Kopp, un rico soldado de fortuna belga que se había convertido en una auténtica “bête noire” para los estalinistas. Kopp trató de evitar un baño de sangre e intentó hacerse una idea clara de la situación. Consiguió una tregua ya Orwell le tocó vigilar desde los techos del Teatro Poliorama. Allí permaneció durante tres días y tres noches sin demasiados problemas. En varias ocasiones oyó ráfagas de ametralladoras, diversos tiroteos, etcétera, pero él sólo tiró una vez. La “tranquilidad” se impuso con la medida gubernamental de enviar refuerzos a Barcelona y los anarcosindicalistas se replegaron a los ruegos de sus mandos ministeriales.
Orwell pudo descubrir entonces que la prensa de izquierdas podía mentir casi tanto como la de derechas, y que desde los comunistas hasta los liberales coincidían en atribuir los acontecimientos de mayo de 1937 a una “provocación” fascista con la complicidad directa del POUM, que se convirtió en el partido de la “quinta columna”. El mismo Orwell fue acusado de “fanático trotskista” y tuvo que pasar a la clandestinidad, finalmente pudo ocultarse y llegar a Inglaterra. Allí inició una cruzada personal para rebatir las brutales tergiversaciones que encontraba en la prensa y en la literatura. En julio de 1937, comenzó a redactar Homenaje a Catalunya, en donde explica sus vivencias con un afán eminentemente vindicativo frente a las deformaciones que se han divulgado entre la izquierda. Esta obra se publicó el 25 de abril de 1938, pero fue un rotundo fracaso comercial. No volvió a ser reeditado hasta 1951. En 1952 se publicó en Estados Unidos con un prólogo del trotskista arrepentido Lionel Trilling que reprodujo la edición de Ariel de 1970. En esta la que la censura franquista cortó y modificó numerosos párrafos, aspectos que en la actual edición detalla Miquel Berga. También hubo otra traducción (completa) en la editorial anarquista argentina Proyección que fue utilizada por Virus en su edición del 2000…
Sería una verdadera pena que esta nueva edición no sea adoptada por las nuevas generaciones que tratan de situarse en el mapa de la historia, y que encontraran en este libro un referente de la categoría de Diez días que conmovieron el mundo, de John Reed, cuya influencia sobre Orwell está más que demostrada.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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