domingo, febrero 05, 2012

Seamos dignos de él


Palabras en la presentación del libro "Fidel Castro. Guerrillero del tiempo"

Fidel Castro Ruz. Guerrillero del Tiempo, de la periodista Katiuska Blanco Castiñeira, fue presentado este viernes junto a Fidel, en el Palacio de Convenciones de La Habana, por el escritor Abel Prieto Jiménez, Ministro de Cultura y el escritor, poeta y etnólogo Miguel Barnet, Presidente de la UNEAC. El libro, estructurado en dos tomos, que revela las memorias del líder de la Revolución, le fue obsequiado a la presidenta de Brasil Dilma Rousseff durante su visita a Cuba, en días pasados.
Como dice Katiuska Blanco en la introducción a Fidel Castro Ruz. Guerrillero del Tiempo, cuando ella se acercó a él, ni su estatura física ni su apariencia era lo que más le impresionaba. “Prefiero el viejo reloj, los viejos espejuelos, las viejas botas, y en política, todo lo nuevo.” Hablaba en susurro, tanto, que daba la impresión de que todo era confidencial. Y lo era.
Katiuska ha tenido el privilegio de compartir parte de esas confidencias que cualquier escritor, cualquier periodista hubiera querido poseer, aunque fuera por unas horas.
¿Será verdad, se pregunta la escritora, que más de una semana después del triunfo de enero dormía con las botas puestas? Nadie puede cuestionar lo inverosímil de tantas historias contadas; tantas aventuras, tantas disquisiciones filosóficas y tantas y tantas escenas de intimidad en la vida del héroe. Este ha sido el desvelo de la escritora quien nos ha entregado sendos volúmenes con entrevistas que revelan al guerrillero en su más luminosa imagen, en su estatura de hombre sencillo, familiar, amable en la voz, y dueño de un poder coloquial que cambió el estilo del discurso político latinoamericano.
Su pensamiento, como expresa la autora con certeza, es integrador. Es una simbiosis de experiencias vividas, sueños y reflexiones de futuro que se conjugan armónicamente.
Cuesta mucho creer que el hombre que en poco más de medio siglo vio realizada tantas quimeras, tenga aun en su carcaj personal un arsenal de ideas tan caudaloso y rico.
Fidel no descansa. Su cabeza no cesa en organizar mundos, en hacer crecer en la imaginación de los otros historias vividas, sueños compartidos, juicios certeros que revelan un pensamiento joven y un carácter inmarcesible.
Un cuestionario muy completo y abarcador propicia el acercamiento más profundo y sensible al jefe de la Revolución. Dos tomos que contienen los temas más disímiles de la vida de Fidel, de los avatares de la Revolución Cubana, de la América Nuestra proclamada por José Martí, de héroes del pasado y del futuro de la Isla sostenidos sobre nobles causas de justicia y creación. Un cuestionario inteligente y sondeador, que cataliza las experiencias más controvertidas, los acontecimientos más extraordinarios que haya podido experimentar un líder político y que al final revelan la sensibilidad cincelada por los golpes de la vida.
Gala de una memoria prodigiosa, con detalles insólitos que van desde la edad de dos años cuando aún no tenía idea de la muerte, y había presenciado el triste velorio de un tío hasta los hechos más recientes contados con precisión y vuelo imaginativo.
Fuerza de carácter, espíritu alerta, comprensión hacia aquellos familiares que, imbuidos de ideas contrarias, no pensaban como él; todo eso nos lo muestra Katiuska en un prontuario que revela, además, el íntimo y profundo diálogo entre la escritora y Fidel. Ella supo incitarlo a contar, él se sintió motivado por la inteligencia y perspicacia de ella. Cuando faltaba un dato, ella lo proporcionaba, cuando un motivo no era suficiente para estimularlo ella utilizaba el recurso psicológico y la habilidad periodística para que él reaccionara al momento.
Una lucidez deslumbrante y una proyección dirigida a la colectividad, a los cambios sociales y al futuro. Una pupila que ve al ser humano en su devenir, sin menoscabo del pasado y sus leyes; esa manera de enfocar a la sociedad desde un humanismo profundo singulariza su filosofía y los postulados martianos desde los cuales percibió el mundo.
El tomo 2 de esta obra tan abarcadora, cubre un diapasón muy amplio que va, desde el golpe de Estado de Batista, hasta la ofensiva, la contraofensiva y el triunfo revolucionario.
Cada uno de estos capítulos va develando el desarrollo creciente de una mentalidad que en medio del fragor de los hechos políticos y las contradicciones va incubando el más sólido pensamiento revolucionario; el que daría al traste con la dictadura y el capitalismo dependiente que vivía Cuba.
La universidad y la fragua de ideas revolucionarias que chocaron frente al dogmatismo o la improvisación, la génesis del Partido Ortodoxo, la decadencia del Partido Auténtico de Grau ; en fin, las turbulencias características de un mundo al revés; donde mostraban su oreja peluda el oportunismo y la corrupción republicana.
A todas esas situaciones apela Katiuska Blanco para provocar la memoria de Fidel y hacerlo juzgar la historia de Cuba antes del triunfo revolucionario que él propició.
Particularmente dramáticas son las declaraciones de Fidel, un joven entonces de poco más de 20 años, cuando tiene lugar la muerte de Eduardo Chibás, precedida por un cúmulo de calumnias a su persona que contribuían a debilitar al Partido Ortodoxo, único frente entonces que clamaba por la honradez y las virtudes martianas.
“El gesto heroico de Chibás, sacrificándose voluntariamente en la cruz, es un inmenso honor entre espinas de infamia e insultos fariseos... expresó Fidel después de la muerte del candidato a Presidente por la Ortodoxia y prosiguió citando a José Martí: “Si hay muchos hombre sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres”. Hacía mucho rato ya que Fidel soñaba con la consecución de los grandes destinos y los ideales de una Cuba soberana.
Hacía mucho rato que esbozaba desde sus cuarteles de reflexión, una estrategia para la toma del poder, que no podría contar en lo absoluto con los restos, que como hilos deshilachados, quedaban del Partido Ortodoxo; como eran Roberto Agramonte y José Pardo Llada.
La experiencia de lo vivido lo ayudó siempre como expresa en el segundo tomo a una comprensión precoz de la realidad social y política de la Isla. Conocía bien al pueblo, su psicología y sus más puras aspiraciones.
Y no tenía compromisos con el pasado. He ahí la diferencia con los políticos de turno en los promiscuos y convulsos años que precedieron al triunfo de la Revolución.
Con pocos recursos mediáticos, sin dinero, pero con la habilidad de un político de sangre se sumergió en lo más genuino de la clase trabajadora y llevó a cabo una violenta campaña contra todas las banderas de la seudorrepública, el gobierno de Carlos Prío, primero y su francachela de sobornos, latrocinio y vicios políticos. Y más tarde la dictadura de Fulgencio Batista a la cual a partir del golpe de Estado de 1952, que vislumbró sagazmente, le hizo una radiografía que dejaba sin aliento al más agudo de los analistas de la época.
Conmovedoras las páginas en que se cuentan las horas de sobresalto que siguieron al golpe de Estado de Batista, totalmente inéditas y reveladoras de la valentía de Fidel, en momentos de caos, cuando denuncia el zarpazo, con un primer manifiesto público que encabezó con la frase “Revolución no, zarpazo” y lo firmaba con su nombre. Fue, a mi juicio, como una luz que alumbraba un nuevo destino para Cuba y el nacimiento de un guía indiscutible.
A lo largo de estas páginas de historia viva de Cuba, anclada en lo más hondo de sus raíces y latiendo con el pulso de los tiempos, Fidel Castro va desgranando hechos y acontecimientos vistos desde una óptica cóncava y objetiva. Nos da una visión que invita a una reescritura de la historia a partir de puntos de vista personales que ponen en solfa esquemas tradicionales y enfoques parciales que la han distorsionado.
Abundan también en estas páginas los choques y las consecuentes decepciones de Fidel y los verdaderos revolucionarios que le siguieron en los primeros momentos como Abel Santamaría y Jesús Montané Oropesa, entre otros, frente a figuras de respeto que no estaban dispuestas a tomar las armas.
Embrión del asalto al cuartel Moncada y al de Bayamo, los primeros meses de 1953 consolidaron a un grupo de revolucionarios superior a todos los otros y marcaron el inicio de una etapa donde la generación histórica se iba fraguando. Fidel Castro en el centro de los acontecimientos es la única fuerza, con sus hombres, que hará algo que cambie la historia definitivamente. El Moncada, en su propia voz, resurge con nuevos destellos ante los ojos del lector.
Aun sin las llamadas condiciones objetivas o subjetivas pero sí con un ejército del pueblo y como expresa Fidel a partir del patriotismo, la dignidad, las tradiciones y las rebeldías de las masas y desde luego el odio a la tiranía se pudo iniciar la verdadera lucha que llevó finalmente a la victoria.
He aquí un Fidel Castro sin amarras y desinhibido que a partir de preguntas inteligentes y oportunas emite juicios de valor sobre momentos cruciales de su vida, y sobre personajes de la política de Cuba que nunca como ahora se ven sometidos al tribunal de la historia.
Haber tenido el privilegio de una larga vida y de una memoria impecable, así como el de contar con un interlocutor de la talla de Katiuska Blanco hacen de este libro un documento único por su valor testimonial.
No voy a relatar los incidentes del asalto al Moncada. Lo dejo a la discreción y suspenso de los lectores; pero sin duda, es uno de los capítulos más intensos, nítidos y estremecedores de aquella heroica acción.
Merece, sin embargo, destacar el papel no solo de Fidel y Raúl en la misma si no el de todos y cada uno de los asaltantes ya que, sin duda, aquella gesta fue una de las páginas más dramáticas de la epopeya revolucionaria.
“Sentíamos infinita amargura e irritación, luego del duro revés”, confiesa Fidel, pero la decisión de seguir luchando era inquebrantable.
El ejército mambí resurgía, entonces, con nuevos bríos e ideas libertarias. Fidel recuerda la integridad del teniente Pedro Sarría cuando les dice a los soldados batistianos: “Las ideas no se matan” como quien enarbola un principio o una bandera. Sarría fue un ángel de la guarda bajado del cielo. Capítulo estremecedor digno de un filme que espera su realización.
La íntima correspondencia que el Comandante en Jefe, entonces sencillamente el joven abogado Fidel Castro, les envía a sus padres ya en la prisión es también una prueba de su entereza moral y sus convicciones filosóficas.
“Tengo la más completa seguridad, escribe, de que sabrán comprenderme y tendrán presente que en la tranquilidad y conformidad de ustedes está siempre nuestro mejor consuelo.”
Y refiriéndose a la idea de la patria, añade: “Cuando nos trae en el presente horas de amargura, es porque nos reserva para el futuro sus mejores dones”.
Poder sentir la vibración del relato del juicio del Moncada, con todos sus matices y calibrar el coraje de Fidel y su intransigencia que lo hacían desafiar todos los obstáculos, es otro privilegio que nos da este segundo tomo de Guerrillero del Tiempo.
“La justicia está enferma”, expresó el Comandante aquel 16 de octubre de 1953 en una sala pequeñita, casi sin público, donde pronunció su alegato La historia me absolverá ajeno a dogmas y doctrinas abstractas. El juicio parecía algo irreal. Quince años de privación de libertad pero la convicción de que su lucha abriría nuevos caminos, lo llevó a pronunciar aquellas palabras inscritas en las páginas más gloriosas de nuestra historia.
A la sazón escribe: “en cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no le temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a 70 hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá”.
La cárcel en Boniato, en noches sin luz, en una cama estrecha, escribiendo con zumo de limón, negándose a comer, desafiando a los carceleros… y luego el traslado a Isla de Pinos plagado también de humillaciones, víctima de bajezas y mezquindades como aquella de las cartas de amor con destinatarios equívocos para crear un conflicto que tuvo serias consecuencias. Cartas de amor que encierran una espiritualidad que lejos de quebrantarse se hacía más fuerte en la medida en que afrontaba todo tipo de contingencias.
Guerrillero del Tiempo, tomo dos, muestra la estatura moral de un ser humano cuya dimensión como ha dicho Wifredo Lam es imposible de medir. En la última carta, que escribió a su hermana Lidia en mayo de 1955, desde la cárcel, confiesa: “Valdré menos cada vez que me vaya acostumbrando a necesitar más cosas para vivir, cuando olvidé que es posible estar privado de todo sin sentirse infeliz. Así he aprendido a vivir, y eso me hace tanto más temible como apasionado defensor de un ideal que se ha reafirmado y fortalecido en el sacrificio. Podré predicar con el ejemplo que es la mejor elocuencia…
“Libros solo he necesitado y los libros los tengo considerados como bienes espirituales…”
La autora de esta larga entrevista al Comandante luego de esta confesión expresa “siento hermosa y espartana la actitud que guió sus luchas hasta hoy”. Nosotros, desde luego, compartimos ese sentimiento.
Desde la prisión Fidel y sus compañeros dirigían la batalla y el movimiento creció. Mensajes, denuncias, instrucciones emanaban desde lo más sórdido de la cárcel y el apoyo a la causa se hizo mayor, a pesar del confinamiento y el velo de silencio impuesto por Batista a los moncadistas. Finalmente el tirano se vio obligado a decretar la amnistía para normalizar el país e ir seguro a las elecciones convocadas.
Fidel, vencedor de múltiples reveses, tuvo paciencia pero no aceptó la condición impuesta de abandonar la lucha. Por el contrario se opuso a la amnistía y en una carta pública reveladora también del carácter que iba a imprimirle a la Revolución triunfante escribió “¡No queremos amnistía al precio de la deshonra! Mil años de cárcel antes que la humillación”. Principio indoblegable que ha marcado los más de 50 años de Revolución frente al bloqueo norteamericano. “De todas las barbaridades humanas, escribió también desde la cárcel, lo que menos concibo es el absurdo”.
Y es precisamente el absurdo de la política norteamericana hacia Cuba el que ha intentado demonizar a su persona y subestimar las condiciones morales de nuestro pueblo.
Fidel jamás se amedrentó, jamás tuvo siquiera un instante de vacilación o pesimismo. Ese temple de estoicismo y confianza lo ha impregnado a su pueblo y estoy seguro de que ha sido un baluarte de moral y espiritualidad que nos ha sostenido frente al oprobio de las campañas más denigrantes y el aislamiento mayor.
El mundo podrá juzgarlo por actitudes que no alcancen una cabal comprensión, o por errores que él mismo se ha señalado, pero nadie tendrá el valor de dudar sobre su inteligencia humana y su probado coraje ante todo los riesgos que le ha tocado compartir con sus contemporáneos.
La lucha en Cuba no ofrece garantía alguna para sus planes. Y al primero que envió a México fue a su hermano Raúl. México era el país donde siempre se habían refugiado los revolucionarios cubanos, y Katiuska recordaba que José Martí escribió: “México es la tierra de refugio donde todo peregrino ha hallado hermano”.
Y allí tuvo que viajar, pero antes declaró a la prensa: “De viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los pies”.
Y el 8 de enero de 1959 entró en La Habana como lo había anunciado, con la tiranía descabezada, y con el pueblo de Cuba junto a él.
Víctor Hugo habló una vez de una tempestad bajo el cráneo, “nosotros confiesa el Comandante en Jefe, cuando llegamos a México llevábamos la revolución bajo el cráneo”. México recibió a los combatientes con simpatía y ellos actuaban con cautela en la ciudad azteca. Describe aquí el Comandante las dificultades y penurias que atravesaron en la ciudad capital, los lugares donde se hospedaron, la mítica casa de María Antonia y otras no menos hospitalarias, el encuentro con el Che de carácter afable, modesto y noble, “nadie sabía entonces que iba a hacer después lo que hizo y convertirse en lo que es hoy: un símbolo universal”, le cuenta a su entrevistadora.
Afianza los lazos entrañables con Montané, “jefe de veteranos” como lo llamó, con Melba Hernández, con Cándido González y Chuchú Reyes, con todos los que iban de Cuba a la gran hazaña del Granma denominada por el Che como la Aventura del Siglo.
Entrenamiento diario baja la dirección del legendario Alberto Bayo, combatiente de la República española, la inapreciable ayuda de Antonio Conde, el Conde, dueño de una armería y experto en municiones y armas de mirillas telescópicas.
Luego, el acoso de los espías de Batista radicados en México y de la policía secreta, la prisión temporal y los azares y contingencias propias de un grupo de hombres que vivían clandestinos en un país que no era el suyo.
Admirable la conducta del expresidente Lázaro Cárdenas quien sin vacilación intercedió por los futuros expedicionarios y ayudó a neutralizar la hostilidad hacia ellos.
Pero el Granma estaba a punto de poner proa hacia Cuba y nada iba a detener a los combatientes. En su casa de Birán, cuenta Katiuska, no existía ninguna duda de que el retorno del hijo pródigo era inminente. Fidel se crece como un gigante cuando haciendo un descomunal esfuerzo acude a Carlos Prío en busca de fondos para la causa revolucionaria por encima de profundas diferencias políticas y morales con el expresidente derrocado por el más artero golpe de Estado de la historia cubana. Cruza a nado el río Bravo para llegar a la otra orilla donde se encuentra con Prío, tras vencer obstáculos personales, para cumplir con la promesa de seguir adelante. Aquel dinero, cuenta “nos permitió cumplir con nuestra consigna, lo que fortaleció la confianza del pueblo en la nueva generación revolucionaria”. “Prío, añade, no corría ningún riesgo, me estaba esperando en un motel y era feliz de reunirse con aquel jacobino que no quería tratos de ninguna clase con el gobierno anterior”.
Finalmente zarpa desde Tuxpan en medio de una adversidad sin límites. Por un lado el desconcierto ante el desamparo en que podría quedar su hijo y lo triste de la muerte de su padre en Birán dos meses antes.
El Granma se convierte en una bandera de lucha desde la misma madrugada del 25 de noviembre en que los futuros héroes de Alegría de Pío se embarcan en él. Se cruzan los destinos de la clandestinidad y el peligro en un yate para 10 o 12 hombres que trasladó a 82. Luego de vencer múltiples obstáculos y burlar la guardia marina, el Granma entró en el mar. La tempestad levantaba olas gigantescas, pero la alegría de los tripulantes fue mayor. Cantaron el Himno Nacional, aun venciendo el mareo. La travesía fue infernal. El ruido de los motores taladraba los oídos de los 82 hombres. El Jefe de la Revolución convertido en mecánico se ocupaba de arreglar los desperfectos de una nave, calificada por él mismo como una cáscara de nuez.
La ansiedad por llegar a las costas cubanas hizo que le exclamara a Faustino Pérez “quisiera tener la facultad de volar”. Tal era la ansiedad de todos en llegar. Aquella exclamación de alegría, pese al tortuoso desembarco calificado por el Che como un verdadero naufragio me recuerda las emotivas palabras escritas en el diario de José Martí cuando llegó a Playitas de Cajaguabo: “Salto, dicha grande”.
El 2 de diciembre la alegría de llegar a la Isla, se empañaba con la infernal aviación sobrevolando el barco. Pero la suerte estaba echada. En el tomo dos de este Guerrillero del Tiempo, como en los diarios de Raúl y del Che se palpa la historia que duele en la piel y agita el corazón con emociones encontradas.
Arsenal de anécdotas dramáticas y festivas, de avatares cercanos a la mística, de recuerdos personales y hechos que mostraban en las peores circunstancias la profunda conciencia de los combatientes, este tomo es no solo un cuaderno de bitácora de la guerra, sino un ideario de los valores más altos que acompañaron a cada uno de ellos en los días más difíciles de la guerra en las montañas. Y una muestra de un conjunto de injusticias exorcizadas que le dan un significado válido a la vida.
Fragmentos conmovedores del diario de Raúl, mensajes del llano, signos de acción de Frank País y Celia Sánchez, de Vilma, Melba y Haydée; la presencia oportuna de Guillermo García, en la Sierra, en fin, un documento único avalado por el testimonio del Jefe de la Revolución. Una chispa que encendió una llamarada invencible extendida, en el llano y en la Sierra Maestra, la Sierra Cristal, el Escambray y toda Cuba.
Esta saga está acompañado de un pliego de fotografías que van desde la década del 50 hasta el mismo triunfo de la Revolución y la entrada victoriosa a La Habana el 8 de enero de 1959.
Los sueños imposibles se convertían en realidad. Y como dice el propio Fidel “la historia abría sus puertas para siempre a una vida nueva y digna para el pueblo de Cuba”.
“Todo lo demás, añade, dependerá de nosotros mismos”. La vida nos otorgó el privilegio de que el protagonista de estos hechos, con su proverbial lucidez y su memoria esté aún entre nosotros. Seamos dignos de él. Gracias, Fidel, por haber dejado el tesoro de tu vida en estas páginas que son una lección para futuras generaciones. Y la certidumbre de que un mundo nuevo es posible.

Miguel Barnet
La Jiribilla
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2012/n561_02/561_40.html

No hay comentarios.: