Este texto sigue las notas de la conferencia pronunciada el 4 de marzo en el Salón del libro de Luxemburgo
PRIMEROS EFECTOS DEL TRUMPETAZO
Da Luan, “gran desorden”, es el concepto con el que los chinos designan las épocas turbulentas. Se creó y difundió en una época histórica en la que el mundo estaba compartimentado. Hoy mucha gente percibe ese desorden referido no a un país o una región, sino al conjunto de nuestro mundo unificado. El motivo es que hay un fuerte contraste entre lo que la gente común percibe como los retos del siglo y los medios disponibles para afrontarlos.
Los retos del siglo son tres: atajar el cambio climático, paliar la desigualdad social y regional, y avanzar en el desarme de la capacidad de destrucción masiva (convertida en objeto de amplio consumo). Si colocamos eso al lado del cuadro institucional disponible, y de las normas y las conductas generales al uso en el ámbito de las relaciones internacionales, resulta un Da Luan global, una sensación general de gran desorden.
En términos generales eso tiene que ver con la presencia de un mundo nuevo que precisa de una nueva civilización. De eso ya hablaba Einstein en los años cincuenta cuando decía que “el arma nuclear lo ha cambiado todo, menos la mentalidad de los hombres”. El principio se puede ampliar a todo lo que implica el antropoceno, es decir el vivir en una época en la que la acción humana se ha convertido en factor de cambio geológico y de potencial suicidio de la especie (porque ahora tal suicidio es técnicamente viable a diferencia de la época histórica no antropocénica). Pero en términos más concretos, esa percepción de desorden se ha hecho mayor ante nuestros ojos, desde hace 25 años.
El fin del mundo bipolar, de la guerra fría, abrió una oportunidad (ese era precisamente el discurso de Gorbachov sobre el “nuevo pensamiento” y la “nueva civilización”).
Era una oportunidad para adentrarse en el multilateralismo, en la generalización de la diplomacia y el rechazo de las políticas militares, con un papel preponderante para las Naciones Unidas. Aquello se dejó pasar en beneficio del catastrófico ensayo de una hegemonía monopolar, cuya factura es más de un millón de muertos en Oriente Medio (“el crimen del siglo”, define Noam Chomsky la invasión de Iraq) y de la generalización de la lógica militar en la gobernanza de la transformación concreta actualmente en curso, es decir en el tránsito hacia un mundo multipolar con diversos centros de poder.
Esos centros pueden actuar en consenso, lo cual sería bueno para la gobernanza global, o en la lógica de “imperios combatientes” con la formación de bloques y alianzas militares enfrentadas. La sensación y percepción de desorden y peligro tiene que ver, precisamente, con el hecho de que parece que es mucho de lo segundo lo que se está imponiendo. Y eso es muy mala noticia para los retos del siglo.
Aunque el titulo de esta conferencia se refiera al mundo, aquí solo voy a hablar de los imperios o superestados sobre los que reposa la principal responsabilidad. No voy a hablar de Oriente Medio, ni de América Latina, ni de África, sino del cuarteto: Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y China.
Estados Unidos profundiza su aislamiento
La crisis de 2007/2008 evidenció la gran avería del capitalismo neoliberal. Yo llegué entonces a Alemania desde China y recuerdo que mi primer entrevistado en Berlín, un eminente sociólogo al que conocía de treinta años atrás, me dijo: “no sabemos qué va a pasar, pero una cosa está clara: el neoliberalismo está acabado”.
Diez años después se continúa con lo mismo en condiciones de avería. Eso ha provocado sorpresas como la del trumpetazo (y como el fenómeno Sanders) en Estados Unidos. El rechazo a la Clinton parece haber sido una reacción antiliberal que rechaza los efectos socioeconómicos de la globalización junto con los derechos de minorías y demás, (porque todo se presentaba en un mismo paquete), en beneficio de un etnonacionalismo. Trump aplica sus recetas a esa avería. Intenta una síntesis entre ese etnonacionalismo y el neoliberalismo económico anterior. Es lo que llamamos la “lepenización de Goldman Sachs”. Su “América first” incluye el intento de un cambio de vector exterior (menos contra Rusia y más contra Irán y China) lo que crea una insólita división del “partido de la guerra”. Algo extraordinario, porque la división del establishment en un imperio puede dar lugar a los desordenes más imprevistos. (Recordemos en ese contexto el consejo de un conocido experto ruso a Donald Trump: “refuerce su escolta”, y también la profecía de Michel Moore de que Trump no acabará su mandato).
Sea como sea, esa inestabilidad interna aísla aún más a Estados Unidos, que ya lanza claras señales de impotencia, por ejemplo en Oriente Medio, donde manifiestamente es incapaz de hacer nada (en realidad nadie es capaz de hacer nada por si solo allá) para arreglar el dramático desbarajuste que tanto contribuyó a crear (lo hemos visto en Siria, donde los rusos lo han aprovechado muy bien y, de momento, han ganado).
Aislamiento hacia América Latina, que ya venía de lejos con Alba y Mercosur, y que ahora puede incrementarse con las tensiones con México, y aún más si se cuestiona el acuerdo de Obama con Cuba. También por causa de Israel, por su apoyo al extremismo de su administración colonial y supremacista. Pero sobre todo aislamiento con todos por cuestionamiento del acuerdo global sobre cambio climático, con lo que Estados Unidos cede a China el liderazgo en ese asunto, como se vio en noviembre en la cumbre de Marrakesh.
Todo eso va a debilitar mucho a Estados Unidos, lo que podría no estar mal, teniendo en cuenta que estamos hablando de la principal amenaza a la paz mundial (13 guerras al precio de 14 billones de dólares en los últimos 30 años. Cifra oída en Davos), pero va a empeorar el ambiente general. El etnonacionalismo es contagioso (el América First es contagioso: UE first, China first, Rusia first, etc) y su modus operandi será seguramente más militar que diplomático (Trump ya ha aprobado un nuevo récord en gastos de guerra).
Unión Europea: intento de cohesión vía la tensión con Rusia
En la UE, Alemania es el centro del problema, porque la UE que ahora se rompe (la de Maastricht para acá) fue su diseño y es su seudónimo: los políticos alemanes hablan de una “Europa fuerte” y una “Alemania fuerte” indistintamente. Y es lógico porque la actual generación, que ya no ha conocido la guerra, vuelve a pensar en una Europa alemana es decir en algo que no suele acabar bien…
Ante su crisis de desintegración (no me extiendo en ella: todo está en Adios, Unión Europea), la UE está poniendo en primer plano la defensa. Como han hecho los liberales en Estados Unidos al presentar a Rusia como la explicación de su derrota electoral, la UE busca una cohesión en la defensa y ahí Rusia es el único pretexto disponible. Aquí hay que decir que la no documentada injerencia rusa en las elecciones de Estados Unidos, es una broma si se mira desde Moscú, o desde las crónicas subvenciones y lobysmos de Arabia Saudí o Israel en la política americana, o si se recuerda la injerencia de Estados Unidos en las elecciones de tantos países, o lo que Snowden ha documentado en materia de masivo espionaje al demostrar la existencia de Big Brother.
Pero volviendo a la defensa europea, el problema es que la pelea del “partido de la guerra” en Washington cuestiona ese recurso. La orfandad de los atlantistas europeos es manifiesta a partir del momento en que Trump desdramatiza a Rusia (Trump es lo que los alemanes llaman un “Putinversteher”) y cuestiona la propia OTAN. Que el primer accionista y propietario de la OTAN la cuestione es algo que produce cortocircuitos, por más que quizá sea solo un medio para que los europeos paguen más. Además, está el despecho por el elogio de Trump al Brexit y por el feo al euroalemán. Todo eso abre una brecha y crea unas ansiedades extraordinarias, y obliga a Alemania a pensar un plan B en materia de defensa.
Hace unos días el Frankfurter Allgemeine Zeitung titulaba: “El Bundeswehr se encamina a ser el ejército principal de la OTAN. Dos brigadas checas y rumanas y dos tercios del ejército holandés ya están subordinados e integrados en el mando militar alemán. Hacia Polonia se avanza en el mismo mecanismo de estructuras militares comunes. En 2017 el presupuesto de defensa alemán aumentará un 8% (si llegara al 2% del PIB, como pide la OTAN a todos sus miembros, ya sería superior al ruso). En el debate político la principal revista del establishment alemán en política exterior (Internationale Politik) y en algunos medios de comunicación (como el semanario Die Zeit) se escuchan voces obscenas que defienden la necesidad de tener armas nucleares.
Y el fondo de todo esto es la histeria de la “amenaza rusa”. Histeria porque la población de los miembros europeos de la OTAN supera en 4 veces a la de Rusia, la suma de sus PIB supera al ruso en 9 veces, su gasto militar en 3 veces, e incluyendo al conjunto de la OTAN en 12 veces.
Todo esto se está forzando con una campaña mediática inusitada que intenta recrear la tradicional imagen de enemigo hacia Rusia de la Alemania reaccionaria. La población alemana (la más antimilitarista de Europa, por razones obvias), no acepta esa insistente oferta: en todos los sondeos, la mayoría contra las sanciones a Rusia, y contra la imagen de enemigo en general es sólida. La responsabilidad de Merkel en el dinamitado de aquello que rehabilitó a la Alemania de la posguerra y que fue su mejor contribución, la Ostpolitik de Willy Brandt y Egon Bahr, es extraordinaria.
Los políticos alemanes lo han conmemorado todo con su presencia; el desembarco de Normandía, las matanzas de Oradour-sur-Glane en Francia y Lidice en Chequía, los actos de la Westerplate de Gdansk en Polonia, en el centro de Berlín hay un gran memorial sobre la Shoa. Merkel estuvo hasta en el centenario de la batalla de Verdun. Lo único que (el ex presidente) Gauck y Merkel no han conmemorado ha sido, en junio, el 75 aniversario de la operación Barbarroja: más de 20 millones de muertos en la URSS. La presencia de tropas y tanques alemanes en Lituania (serán 1200 soldados en primavera), en Rukla, a 100 km. de la frontera rusa, uno de los peores escenarios del judeicidio, es una vergüenza alemana. Y además de una vergüenza es una estupidez: en Europa solo habrá seguridad con Rusia. No la habrá sin Rusia, y, desde luego, de ninguna manera contra Rusia (son palabras de Matthias Platzeck, un político socialdemócrata alemán en su reciente discurso en la Frauenkirche de Dresde un memorial civil del pacifismo alemán).
Sobre seguridad europea he escrito mucho en mi blog, así que no voy a entrar en el hecho de que Euroatlántida ha estado 20 años metiéndole el dedo en el ojo al oso ruso, al burlar los acuerdos alcanzados en el contexto de la reuniuficación alemana y el fin de la guerra fría, extender la OTAN 1000 kilómetros más hacia al este y al desplegar un escudo antimisiles contra inexistentes armas de Irán en las mismas barbas de los rusos. Mi punto de vista es que las bellaquerías de Rusia en Ucrania y demás, han sido de naturaleza reactiva y defensiva, como lo demuestra su propia geografía: las tensiones con Rusia no son en el Caribe o en el Mediterráneo, son en su inmediata vecindad. Pero hablemos de Rusia.
Rusia: fragilidad, machismo y tentaciones peligrosas
En Rusia hay que distinguir la proyección exterior, que en términos generales contribuye a la multipolaridad y modera el hegemonismo, y la realidad interior de su gobierno.
Recordemos que la dicotomía multilateralismo/ hegemonismo es a las relaciones internacionales algo parecido a lo que pluralismo y dictadura supone para un Estado.
Los periodistas y el público mal informado por ellos, suelen dividir los países en “democracias” y “dictaduras”, olvidando ese aspecto esencial, es decir; que hay estados que son plurales en su interior y hegemonistas y guerreros en su exterior, léase dictatoriales, y otros que sin ser democráticos practican una política exterior multilateralista y mucho más opuesta al hegemonismo y al belicismo y que, por tanto, contribuyen a cierto pluralismo internacional.
Lo primero que hay que comprender es la crítica fragilidad interna del régimen ruso.
En una sociedad moderna y educada del siglo XXI de la periferia de Europa, una autocracia personalista que no permite la rotación electoral y que gobierna una economía oligárquica muy injusta e ineficaz, es, por definición, débil.Que compense esa debilidad restringiendo cualquier desafío político a su monopolio, no hace más que profundizar su disfunción estructural.
El machismo exterior puede ser un recurso temporal para conjurar la fragilidad del sistema, pero es un recurso temerario. En 1905 la dinastía Romanov se tambaleó tras perder una guerra contra Japón. El ciclo de la revolución rusa comenzó entonces. Estoy convencido de que el actual sistema autocrático ruso acabará saltando.
El cambio de régimen propiciado por Occidente en Ucrania (a medias con una revuelta popular genuina) fue, a efectos geopolíticos, el último dedazo del expansionismo de la OTAN en el ojo del oso.Si el Kremlin no hubiera reaccionado (en Crimea y Donbas), el nacionalismo ruso, que es la ideología sobre la que gobierna Putin, se le habría desmoronado encima. Es muy fácil entenderlo: tras las retiradas geopolíticas de Gorbachov (Europa del Este) y de Yeltsin (las repúblicas de la URSS), tener a la OTAN en Sebastopol habría sido una humillación decisiva. Lo siguiente habría sido una revolución de color contra Putin, un maidán moscovita (que también habría sido mezcla de operación de cambio de régimen y de genuina protesta popular, como fue lo de Ucrania). Así que, insisto: Las bellaquerías de Rusia en Ucrania y demás, han sido de naturaleza defensiva, tanto por geografía como por la lógica que se desprende de la supervivencia de su régimen.
Lo de Siria ha ido algo más allá de ese machismo de estricta supervivencia. Es un paso más. Tiene que ver con el intento de Moscú, admirablemente ejecutado, de recuperar un papel en el mundo. Siria era un aliado, había un proyecto qatarí alternativo al ruso para llevar gas a Europa que exigía un cambio de régimen en Damasco, y había hartazgo por los desastrosos anteriores cambios de régimen y guerras en la región desencadenadas por occidente en Iraq y Libia a base de mentiras y abuso de decisiones de la ONU. La intervención en Siria ha salido bien gracias a cierto paralizante estupor de la administración Obama ante los efectos de sus anteriores intervencionismos militares. Rusia tuvo suerte, pero, dada la diferencia de fuerzas, el riesgo de una confrontación directa con Occidente convirtió esa intervención en un ejercicio temerario. Moscú jugó sus cartas con maestría y de momento ha ganado allá.
Otro aspecto actual de Rusia con el trumpetazo tiene que ver con el hecho de que veinte años de agravios occidentales propiciaron un acercamiento entre Rusia y China, ambas sometidas a presiones estratégicas parecidas. Pero el sueño del Kremlin era una administración americana con la que entenderse de igual a igual, y el de los dirigentes chinos algo parecido, llegar a un entendimiento global. El acercamiento ruso-chino ha tenido, ciertamente, mucho de reactivo, pero ha echado raíces.
Ahora la mano tendida de Trump (una mano que apunta contra China e Irán) despierta recelos entre los socios no occidentales de Rusia: China, Irán, India y otros.
Esos países siempre sospecharon que la vocación de Moscú era occidentalista y que el euroasiatismo no era más que una forma de presión a Occidente. En 2010/2011 Moscú apoyó de facto las sanciones contra Irán al negarse a suministrar baterias S-300 e Irán se quejó por ser tratada como mera moneda de cambio en aquel juego ruso-americano. En 2014, tras lo de Ucrania y Siria, eso ha cambiado, pero la mano tendida del trumpetazo despierta ese fantasma. (Fedor Lukianov, Опасность «большой сделки»). En ese contexto me parece que cualquier intento de acuerdo con Estados Unidos enturbiará las relaciones de Moscú con el conjunto de sus socios no occidentales:
Una sintonía con Trump aumentará la rusofobia de la amplia oposición a Trump, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea. Inquietará a China (que podría temer ser víctima de la jugada de Kissinger/Nixon contra la URSS a la que ella misma se prestó en 1972). El etnonacionalismo de Trump puede inspirar el de naciones importantes del entorno ruso contra Rusia: Bielorrusia, Ucrania, Georgia, Kazajstán. Y finalmente, el antiislamismo de Trump es muy peligroso para la estabilidad interna de Rusia, cuya población es en un 15% musulmana. Por todo eso Moscú se lo debe pensar dos veces antes de embarcarse en acuerdos con un presidente que se lleva mal con todos, que deteriorará todas sus relaciones, y que además no está nada claro que concluya su mandato.
Para concluir, hablemos ahora de China:
China se pone un cinturón de seguridad con múltiples anclajes
Tanto en Estados Unidos como en Rusia, estamos ante países, que con toda su diferente potencia, tienen en común el hecho, siempre doloroso, de ir a menos. Estados Unidos se despide del hegemonismo (tras 70 años de ejercicio, está manifiestamente mal preparado para ello), y Rusia intenta recuperar algo de su papel de segundo pilar del mundo de la guerra fría (de ahí su obsesión de que Estados Unidos la tenga en cuenta). Lo de China es diferente. China va a más. Pero su tránsito es un regreso. China ya fue, por muchos siglos y hasta 1800, centro del mundo. (Zhong Guo, país del centro). Primera potencia, podríamos decir.
Entre el primer ascenso adolescente hacia la potencia, y el regreso senil a una grandeza milenaria, hay una diferencia muy importante. Hay una diferencia cultural, desde luego, pero dentro de ella también una diferencia biográfica, de experiencia y madurez que incluye el recuerdo de haber sido víctima reciente del colonialismo-hegemonismo.
En un contexto de crisis de civilización (civilización industrial, que es “made in West”), una preponderancia sinocéntrica (un poco de taoísmo y confucianismo) en el mundo multipolar, puede no estar mal.
Dicho esto, constatamos lo qué está haciendo China en esta fase tan turbulenta: ponerse el cinturón de seguridad. Pero un cinturón de seguridad chino. Sutil y diverso.
Como todos los secretarios generales del PC, Xi Jinping era un “primus inter pares” cuando llegó al poder en 2012. A finales de 2016 los dirigentes chinos decidieron aumentar su poder, su capacidad arbitral y ejecutiva, con el objetivo de mejorar la gobernabilidad y frenar la degeneración burocrática en época de sobresaltos. Xi fue declarado “núcleo de la dirección” del PC (领导核心), es decir un ascenso que le sitúa más en el estatuto de Deng Xiaoping que en el de sus sucesores. Este no es un reflejo particularmente sutil, es puro músculo autoritario-administrativo.
En Marrakesh China fue entronada en noviembre como garante del acuerdo climático, por absentismo de Estados Unidos. En Davos Xi Jinping lanzó el mensaje a favor de la interdependencia del capitalismo, que solía ser el de Estados Unidos. En política exterior el principal mensaje de Pekín es una integración blanda. Esa política tiene varios vectores. Uno de cooperación y seguridad que no tiene nada que ver con bloques (La Organización de Cooperación de Shanghai -al principio, en 1996 con los ex soviéticos. Este año se espera a India y Paquistán. Sumen poblaciones y territorio), y otro comercial llamado “Nuevas rutas de la seda”, con ferrocarriles de alta velocidad hacia el sur de Asia (Singapur, Malasia, Tailandia), hacia Persia y hacia Europa, a través de Rusia.
Si los chinos logran captar a Alemania en esta red -lo que presupone una seguridad europea integrada que incluya a Rusia- me parece que se despejarían muchos problemas.
Al mismo tiempo en Asia Oriental, China fomenta una gran zona de libre comercio, potencia el Banco Asiático de Inversión y deja bien claro que no permitirá cinturones de hierro a su alrededor. Cuatro palabras sobre ese cinturón de hierro militar americano con la colaboración de Japón, Corea del Sur, su tensión en el Mar de China Meridional, y su escudo antimisiles análogo al que hay en Europa.
Tal cinturón es el principal vector de la política de Estados Unidos en la región. Pivot to Asia, el giro hacia Asia, se llama, y consiste en situar allá el 80% de la capacidad aeronaval de su armada. Eso es todo. Comparen cinturones de seguridad.
Cuando se habla del expansionismo militar chino en las disputadas islas de ese mar, hay que empezar diciendo que Pekín no está haciendo nada que no hayan hecho antes los otros. De las doce islas Spartly (también hay islotes y arrecifes coralíferos) Filipinas y Vietnam controlan cinco islas cada uno. Taiwan y Malasia, una cada uno. Todos han construido allá aeropuertos y mantienen presencia militar. China llegó tarde y cuando se parapeta allí en arrecifes coralíferos, con el vigor y potencia que es la suya, se arma escándalo.
Lo mismo vale para el creciente poder naval chino allí: China solo tiene un portaaviones, el Liaoning (hay un segundo en construcción) capaz de llevar 20 cazas con poco armamento y combustible (la nave no tiene catapultas de despegue, así que no pueden ir muy cargados al despegar, lo que limita su radio de acción). Para hacerse una idea un portaaviones americano puede llevar entre 40 y 50 aparatos. Y Estados Unidos tiene en la zona 10 portaaviones (pronto serán 11). Una vez más, aquí lo definitivo es que no estamos hablando del Caribe o del Mediterráneo, sino del Mar de China meridional.
Dicho esto, el declarado proteccionismo de Trump hacia China es una amenaza para la mayor relación económica bilateral del mundo que es la chino-americana. Su ruptura tendría consecuencias devastadoras para China. Pero también para Estados Unidos:
China podría responder con sanciones a empresas americanas en China (solo Boeing tiene 150.000 empleos dependientes de esa relación con China). Disminuiría el entusiasmo chino por comprar deuda pública americana (Tienen 800.000 millones en bonos del tesoro). Dejarían de afluir a Estados Unidos esos productos baratos de importación china (fabricados en un 50% por empresas americanas establecidas en China) que consumen los sectores medios/bajos que tanto han votado a Trump.
Resumiendo: todo este desorden, estas turbulencias son malas para todos, pero para algunos son peores que para otros. Aunque China esté repleta de fragilidades como la apabullante factura medioambiental de su desarrollismo, o las contradicciones y tensiones sociales de su sistema autoritario en un contexto de gran desigualdad, entre otras, hay un aspecto del actual desorden que le favorece: La existencia de 2 occidentes (Estados Unidos por un lado, la Unión Europea por el otro) y además ambos divididos en su interior. Desde el punto de vista de las correlaciones de fuerzas globales eso es algo que no le viene mal a China. ¿Es esa fractura interna coyuntural? ¿Será significativa a largo plazo?
Sea como sea, después de todo quizá sea el ascenso de China uno de los pocos factores de estabilidad que quedan para el mundo desordenado. Dicho con la máxima cautela, puede que ahí resida una de las pocas esperanzas para una acción políticamente unificadora del mundo de mañana (mundo que hoy ya está unificado por sus retos existenciales), realizada desde la prudencia y la moderación en los ánimos de dominio.
Rafael Poch
La Vanguardia
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