“Comunicado Nº 1….” escuchamos por primera vez en el departamento en el que vivían Gustavo y Alicia. Ese 24 de marzo de 1976 los militantes de Política Obrera habíamos quedado formalmente fuera de la ley. Meses después un grupo de tareas ingresaría en el mismo departamento para detener-secuestrar a sus moradores. Pero avisados de la conveniencia de no permanecer en los domicilios habituales, Gustavo y Alicia no estaban y el grupo de facinerosos debió contentarse con robar y destruir todo a su paso.
Conocí a Gustavo cuando ambos teníamos 14 años, su padre había muerto y él tuvo que salir a trabajar para mantener a la familia. De noche hacia el secundario con poco entusiasmo. Pero era un lector voraz y ya siendo un adolescente tenía una formación –sobre todo artística– sorprendente. Como pibe con mucha calle se había hecho amigo de un portero del Teatro Colón, con el que discutía sobre ópera y lo dejaba colarse en Paraíso. Era peronista como su padre y yo también compartía sus inclinaciones políticas. Pero los dos éramos acérrimos defensores de la revolución cubana y del Che. Con el Cordobazo me incorporo a Política Obrera y, tiempo después, Gustavo, que milita en el gremio telefónico en la agrupación Naranja.
Otro militante de la Naranja había sido secuestrado y salvado su vida milagrosamente, y en el equipo del partido se consideró la conveniencia de que Gustavo y Alicia se fueran del país. Así partieron para Venezuela, donde consigue trabajo como periodista en crítica de arte y luego inicia su carrera como director de teatro y regisseur de ópera. Desde Caracas colabora activamente con la lucha contra la dictadura y las denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos. Por esa época usaba el seudónimo “Dante”, que los militantes más antiguos podrán recordar. La dictadura argentina estaba muy al tanto de su actividad. Un amigo de su familia que iba a visitarlos a Caracas fue secuestrado e interrogado duramente.
Iniciada la década de los 80, empieza su carrera como director de escena, a lo que seguramente contribuyó su paso como actor infantil en la compañía de su hermana Luz Tambascio, su cercanía con grupos de vanguardia del Di Tella y su vinculación en Brasil con Julien Beck, del “living theatre”. Llega al Teatro Colón en 1987, donde estrena la ópera de Pompeyo Camps, “La Hacienda”, generando una división tajante en la opinión pública. La ópera trata sobre el abuso sexual del patrón sobre una de sus siervas. En el contexto de una rebelión de los sometidos, la madre de la abusada corta la cabeza del patrón con una hoz. Tuvo ocasión de escuchar en el bar del teatro al elenco estable de la burguesía protestar indignada al director del Colón, Cecilio Madanes, por permitir la exhibición de una obra comunista.
La presentación de “Giulio Cesare” de Haendel en el Teatro Argentino de La Plata, en el 2010, también sufrió el rechazo de la derecha y la crítica del diario La Nación fue muy dura, porque una masacre que se produce puede interpretarse como equivalente a la acción de la dictadura militar.
La vastísima obra de Tambascio le permitió abordar a autores como Shakespeare, Stravinsky, Bellini, Manuel Puig, Haendel, Camus, Lope de Vega, Tennessee Williams, Lorca, Pompeyo Camps, René Dubois, Mozart, Thomas Bernhard, Vargas Llosa, Víctor Hugo, Unamuno, Copi, Strauss, Rossini, de Chueca, Molière, Chejov, Leigh y Wasserman, Rafael Basurto (Trio los Panchos) y Verdi. Además de las 20 obras propias que estrenó en los teatros más destacados de España, Italia, Francia, EEUU, Rusia, Canadá, Brasil, Venezuela y Argentina, con obras de todos los géneros: la ópera, la zarzuela, la comedia musical, el teatro clásico y de vanguardia, siempre con una impronta personal. Supo manejarse con obras herméticas o de corte más “popular” como es el caso de “El Hombre de la Mancha”, que hiciera con José Sacristán y Paloma San Basilio, logrando el éxito de taquilla más grande del teatro en España o la lograda gira con “Bolero”, con Rafael Basurto del Trío Los Panchos.
Todos los elencos con los que trabajó siempre destacaron su talento, buen trato y comprensión; se tratara de figuras consagradas como Alfredo Krauss y Monserrat Caballé, como aquellos que recién iniciaban su carrera artística. En su labor docente fue admirado por su gran erudición y pedagogía en la trasmisión de sus conocimientos, con la facilidad que le otorgaba manejar con fluidez el inglés, el francés, el italiano y el portugués. Tuve oportunidad de escuchar a Lombardero, que fuera director del Teatro Argentino de La Plata decir que nadie sabía de ópera en Argentina lo que sabía Gustavo y en el mundo en lo que atañe al barroco.
Siempre reivindicó su militancia en Política Obrera y mantuvo sus convicciones sin mella en un medio donde –sabía a conciencia– que sus definiciones políticas lo condenaban a la marginación. Su enorme talento le permitió superar, aunque parcialmente, esta realidad. Sus convicciones lo llevaron en ocasión de un homenaje más bien convencional a Vanessa Redgrave, al que fue invitado, brindar ante muchos asistentes en su excelente inglés: -Larga vida a la Cuarta Internacional.
Esperábamos contar con su presencia nuevamente en el Colón dirigiendo Pelleás y Melisande, con estreno programado para el 31 de agosto del corriente. Su Buenos Aires querido no pudo contar con su extraordinaria presencia.
Acompañamos a Alicia y a sus hijos Irlanda y Bruno en este doloroso momento y despedimos al querido compañero, amigo y hermano de la vida. Hasta la victoria siempre.
Enrique Morcillo
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